sábado, 17 de febrero de 2024

Del auge de la ultraderecha en Europa

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. El giro a la derecha previsto en las próximas elecciones europeas, dice en El País el analista de política internacional Wolfgang Münchau, tendrá un enorme impacto en el programa político de la UE, y si de verdad interesa derrotar a la ultraderecha, quizá deberían empezar por manifestarse contra la austeridad. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com







Resolver el problema
WOLFGANG MÜNCHAU
12 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Los alemanes han salido a la calle para manifestarse contra un partido de extrema derecha, Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán). Las protestas se han producido tras conocerse que algunos miembros de esta formación política participaron en una reunión conspirativa para preparar la expulsión masiva de extranjeros. Comparto el sentimiento y la indignación contra los viles organizadores neonazis de esa reunión. Pero dudo que estas manifestaciones surtan mucho efecto. ¿Recuerdan la marcha del millón en Londres contra el Brexit? Las marchas contra el Brexit son una advertencia de que las batallas políticas se ganan en las urnas. No tiene sentido manifestarse contra las urnas.
Las razones del auge de la ultraderecha en Europa son las mismas en todas partes: migración; desindustrialización; oposición a las políticas verdes; resistencia a los valores sociales y medioambientales metropolitanos. En Alemania, la AfD alcanza ahora el 21% en los sondeos. El nuevo partido de Sahra Wagenknecht, una conocida política de la izquierda dura, cuenta con el apoyo del 7%. En total, la franja radical representa un tercio del total.
En las elecciones europeas de junio, se espera que la extrema derecha obtenga grandes avances en casi todas partes. No “ganarán” las elecciones en el sentido clásico. Pero según el análisis del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR, por sus siglas en inglés), los dos grupos de extrema derecha juntos llegarán a ser aproximadamente tan grandes como el principal bloque de centroizquierda: los socialistas y demócratas, y los verdes. Este cambio de poder tendrá una enorme repercusión en la política de la UE. La era del dominio de la izquierda en la UE está llegando a su fin.
En el Parlamento Europeo, la derecha dura está representada por dos grupos. Uno es el de los Conservadores y Reformistas Europeos, el antiguo grupo de los conservadores. Su representante más destacado es Giorgia Meloni, primera ministra italiana, lideresa de los Hermanos de Italia. También incluye al partido polaco Ley y Justicia. El otro grupo de partidos es Identidad y Democracia, de extrema derecha. Engloba a la AfD, a la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, al Partido por la Libertad de Geert Wilders en Holanda y la Lega de Matteo Salvini.
El Parlamento Europeo no tiene coaliciones formales que formen gobiernos. En cambio, tiene coaliciones de voto cambiantes. Por ejemplo, puede que no influya en quién será el próximo presidente de la Comisión. Las apuestas se decantan por un segundo mandato de Ursula von der Leyen. Giorgia Meloni la apoya, así como el centroderecha, el Partido Popular Europeo.
Pero el giro a la derecha tendrá un enorme impacto en el programa político de la UE. Para empezar, acabará con el Pacto Verde de la UE, el proyecto de más prestigio de la actual Comisión. La parte más controvertida del programa ha sido la Ley de Restauración de la Naturaleza, aprobada el pasado julio por una estrecha mayoría. La ley obliga a los países a reservar el 20% de su superficie terrestre y marina a la restauración de la naturaleza de aquí a 2030. Es uno de los motivos de las protestas de los agricultores de toda Europa. Lo consideran un proyecto paisajístico impuesto por gente que vive en las ciudades. Al igual que sucedió con el Brexit, el conflicto político en la UE también juega cada vez más con las líneas divisorias políticas entre las zonas metropolitanas y las provincias. Según las proyecciones del ECFR, la Ley de Restauración de la Naturaleza no se habría aprobado. Existiría una mayoría estructural antiecologista en el Parlamento Europeo.
El centro tiende a responde a la derecha con indignación. Sería más inteligente que se centrara en las políticas que han dado lugar al surgimiento de la extrema derecha. Esta es mi breve lista de tareas:
Primero, acabar con la austeridad. La austeridad es una máquina apocalíptica política en tiempos de crecimiento económico débil. El freno a la deuda de Alemania es la peor y menos flexible de todas las normas fiscales procíclicas de la UE. En teoría, debería permitir políticas anticíclicas. En la práctica, nunca funciona así. Los gobiernos siempre acaban optando por la austeridad porque es la vía de menor resistencia.
Segundo, abordar la desindustrialización de manera adulta. Los Gobiernos de Francia y Alemania fingen que no está ocurriendo. Intentan revertirla con subvenciones masivas a empresas industriales que no tienen ninguna esperanza de volver a ser rentables. La reindustrialización es una promesa que el centro no puede cumplir y que dañará aún más su credibilidad. Hay razones por las que los países avanzados de Occidente se están desindustrializando. Lo que los gobiernos deberían hacer más bien es proponer una estrategia para un orden posindustrial. El tono del debate se ha vuelto demasiado defensivo. Todo el mundo habla de amenazas y muy pocos hablan de oportunidades.
Tercero, hay que ser realistas en lo que concierne a Ucrania. A medida que Estados Unidos abandona su apoyo financiero y militar, todo el peso de la carga financiera recae sobre la UE. En tiempos de nuevas restricciones fiscales, Ucrania es un regalo del cielo para la extrema derecha. La UE debería trabajar en una estrategia de salida, que no sea la victoria total.
Y, por último, tomarse en serio la migración. Resuelvan el problema. Yo preferiría una política mucho más activa de compromiso con África y Oriente Próximo. No creo que la UE pueda proteger nunca sus porosas fronteras marítimas y sus pasos montañosos únicamente mediante la fuerza.
Lo que está ocurriendo ahora es que los errores políticos en serie de la última década —en política energética, en políticas industriales, en políticas de defensa y en la zona euro— están confluyendo. Veo la fuerza de la extrema derecha en Europa como un indicador de los fracasos políticos del centro. El Brexit no fue la consecuencia de que personas malas mintieran a personas estúpidas, sino que se debió a que la relación entre el Reino Unido y la UE se había vuelto insostenible. Si de verdad les interesa derrotar a la ultraderecha, quizá deberían empezar por manifestarse contra la austeridad. Y resolver el problema. Wolfgang Münchau es director de www.eurointelligence.com
 





































[ARCHIVO DEL BLOG] ¡Malditas patrias! [Publicada el 17/2/2017]











Mi admirada Hannah Arendt, en su tesis doctoral El concepto de amor en San Agustín, leída en 1928 en la Universidad de Heildelberg bajo la dirección de Karl Jaspers, expone que el amor al prójimo es para Agustín simplemente un medio para el verdadero fin, según él, de la vida humana: el disfrute de Dios tras la muerte, no un fin en sí mismo. Arendt, dice su comentarista el profesor Alfonso Ballesteros en Innovación versus conservación. La tensión entre la política y el derecho en la obra de Hannah Arendt, partiendo de esa convicción llega a la conclusión final de que no se puede amar a un pueblo, una nación, una idea, un partido, una patria; que únicamente se puede amar a las personas, a personas concretas e individualizadas. Una opinión que comparto, de ahí, quizá, mi repulsa al fenómeno nacionalista.
Una de las entradas más leídas del blog, a día de hoy en 2415 ocasiones, es la titulada Federalismo mejor que nacionalismo. Publicada el 22 de abril de 2011 en un lenguaje bastante procaz, inhabitual en mí, era producto del cabreo que me había provocado el espectáculo de banderas españolas y catalanas flameando en la final de la Copa del Rey de aquel año entre el Real Madrid C.F. y el Barcelona F.C. 
Soy un federalista convencido, decía en ella. No solo creo que el federalismo es la mejor forma, la más perfecta, de organizar políticamente una sociedad, es decir, de organizar un Estado, sino que como expresaba y sigo expresando en la columna de presentación del blog, es también el mejor marco donde desenvolver y desarrollar la autonomía personal, el autogobierno de los pueblos y los Estados, y la democracia como procedimiento y fin en sí misma. 
Las palabras significan lo que significan, pero muchas veces hacemos mal uso de ellas. Algunos por ignorancia, sin mala intención; otros malévolamente, con intención insana de mentir y de hacer daño. Por ejemplo, con la palabra "patria". Una hermosísima palabra cuyo significado original (y cito al respecto el diccionario de la lengua española de la RAE) no es otro que el de la tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se siente ligado el ser humano por vínculos jurídicos, históricos y afectivos. También, el lugar, ciudad o país en que se ha nacido. Y si nos atenemos a su etimología latina, el lugar de nuestros padres. Lo malo se produce cuando esa hermosa acepción latina de "la tierra de nuestros padres", y por extensión, la nuestra, acaba convirtiéndose en epítome de lo más repugnante que tiene el nacionalismo, excluyendo de su goce a todos los demás. Es lo que están pretendiendo los nacionalismos populistas que están corroyendo a marchas forzadas los fundamentos últimos de la herencia común europea, o por citar ejemplos más cercanos, los nacionalismos catalán o vasco. Que de momento ninguno de los dos esté poniendo bombas es de agradecer, por supuesto, pero su desprecio moral por el "otro", es el mismo. Y en el caso vasco, las bombas acaban de callar como quien dice, ayer mismo.
No sé si casualmente, lo recuerdan Fernando Savater y Mario Vargas Llosa en sendos artículos aparecidos el domingo pasada en El País. El primero, Odio, de Savater, que se inicia con una frase de Stendhal: "Lector, no desperdicies la vida en odiar y tener miedo", está dedicado a la memoria de Joseba Pagaza, jefe de la policía local de Andoáin, asesinado por ETA tal día como ayer de hace catorce años. 
El odio causa hoy especial inquietud pública, dice Savater. Caracteriza un tipo delictivo, fomenta el odio y provoca la exclusión y la persecución del prójimo. Es el odio contra individuos o grupos humanos que nos envenena por semejanza con lo odiado, añade. Al final de Lucien Leuwen, sigue diciendo, Stendhal recomienda al lector, no desperdiciar la vida en odiar y tener miedo. Habla del odio y el miedo a personas o a nosotros mismos, señala, pero odiar ciertas ideas o ciertos comportamientos creo que es una forma de salud mental, añade. No debe ser considerado delito, sino casi una obligación. Por ejemplo, detestar la idea más abominable, la que considera a alguien culpable o despreciable por lo que es y no por lo que hace. Una idea que vuelve a estar de moda, si es que alguna vez dejó de estarlo.
Mañana, comenta Savater, nos reuniremos en Andoáin para recordar el asesinato de Joseba Pagaza. Yo no odio a Gurutz Aguirresarobe, dice, su asesino, juzgado y condenado, que purga su pena en prisión. Ni siquiera odio a los espías del pueblo, que dieron la información necesaria para el crimen y siguen impunes. Ni a sus amigos y familiares que dieron una rueda de prensa exculpatoria en el Ayuntamiento de Hernani, donde fue detenido, auspiciada por la entonces alcaldesa y hoy parlamentaria Marian Beitialarrangoitia. Odio la ideología tribal y obtusa de quien ordenó su muerte, de quien la ejecutó, de los que la justificaron. La odio porque sigue activa, emponzoñando almas e instituciones.
El otro artículo que deseaba comentar se titula El país de los callados, y está escrito por nuestro Premio Nobel, Mario Vargas Llosa, glosando los años de sangre y terror provocados por el terrorismo etarra con la excusa de reseñar la reciente novela de Fernando Aramburu, Patria.
Debo haber leído decenas de artículos sobre ETA, dice Vargas LLosa, y muchos ensayos, pero sólo Patria (Tusquets Editores), la novela de Fernando Aramburu, me ha hecho vivir, desde adentro, no como testigo distante sino como un victimario y una víctima más, los años de sangre y horror que ha sufrido España con el terrorismo etarra. La novela nos seduce, nos soborna con su magia verbal y sus astutas alteraciones de la cronología y los puntos de vista, hasta convencernos de que aquella historia no está escrita, que es la vida pura y simple, y que estamos sumidos en ella viviéndola a la par que sus personajes. Hace tiempo que no leía un libro tan persuasivo y conmovedor, tan inteligentemente concebido, una ficción que es a la vez un testimonio tan elocuente sobre una realidad histórica como lo fueron, en su momento, la novela de Joseph Conrad The Secret Agent, sobre los anarquistas londinenses del XIX, o La Condition humaine, de André Malraux, sobre la Revolución China.
La acción transcurre en un pueblecito innominado, sigue diciendo, cercano a San Sebastián, donde dos familias, hasta entonces muy unidas, se van enemistando, trastrocando la amistad en odio, por culpa de la política. Mejor dicho, de la violencia disfrazada de política. Al principio, se diría que todos los vecinos hacen causa común con la subversión; eso indicarían las pintas, las pancartas, las manifestaciones ante el Ayuntamiento pidiendo la liberación de los presos, los cupos revolucionarios que pagan los pudientes a Patxo, el patrón de la taberna, discreto responsable político de ETA, los insultos y el asco que inspiran los despreciables “españolistas”. Pero, a medida que nos vamos acercando a la intimidad de las familias, y las escuchamos hablar en voz baja, sin testigos, comprendemos que la gran mayoría de los vecinos disfraza sus sentimientos porque tiene miedo, un pánico que los acompaña como su sombra. No es gratuito, porque la pandilla de los que sí creen, los convencidos, son unas temibles máquinas de matar, implacables cuando toman represalias y ahí están como prueba irrefutable los cadáveres que de tanto en tanto aparecen en las calles. Que lo diga Txato, un empresario empeñoso y buena gente, que, además de su familia, adora jugar al mus y hacer dominicales travesías en su bicicleta. ETA le pide cada vez más dinero y él lo entrega, para llevar la fiesta en paz, pero las demandas son cada vez mayores y, pasado cierto límite, deja de hacerlo. Entonces, todas las paredes del lugar se llenan de inscripciones llamándolo traidor, vendido, cobarde y miserable. La gente deja de saludarlo; el repugnante párroco, don Serapio, le aconseja marcharse. Hasta que una tarde lluviosa le clavan cinco tiros por la espalda.
Su viuda, Bittori, irá al cementerio a conversar con su cadáver a lo largo de los años, a contarle los avatares de su destrozada familia y su angustiosa duda respecto al etarra que lo mató: ¿será Joxe Mari, el hijo de su ex íntima amiga Miren, al que de niño el pobre Txato enseñó a montar en bici y acostumbraba comprarle chocolates? Joxe Mari, personaje estremecedor, muchacho forzudo, inculto y un tanto bestia, se hace terrorista no por razones ideológicas —su información política no va más allá de creer que España explota a Euskal Herria y que sólo la lucha armada logrará la independencia— sino por amor al riesgo y una confusa fascinación por los violentos. Seguimos muy de cerca su educación de terrorista, en la clandestinidad de Bretaña, su aburrimiento con la teoría y su excitación con las prácticas donde le enseñan a fabricar bombas, preparar emboscadas y matar con rapidez. Estamos con él, dentro de él, cuando comete su primer asesinato, cuando la policía lo captura y es torturado, y durante los largos, lentos años de una cárcel de la que, acaso, nunca saldrá vivo.
Las gentes de Patria, sigue diciendo, son héroes epónimos ni grandes villanos, sino seres comunes y corrientes, pobres diablos algunos de ellos, que no tendrían el menor interés en otras circunstancias. Los más interesantes no lo son porque posean virtud excepcional alguna, sino por la ferocidad con que se abate sobre ellos la violencia física y moral, condenándolos a unas rutinas hechas de hipocresía y silencio en “este país de los callados”, y por la estoica resignación con que soportan su suerte, sin rebelarse, sometiéndose a ella como si se tratara de un terremoto o un ciclón, es decir, una tragedia natural inevitable.
La atmósfera en que discurren estas vidas, añade, es uno de los grandes logros de la novela: pesada, agobiante, repetitiva, amenazadora. El tiempo apenas circula, a veces se detiene. Consigue este efecto una estructura narrativa audaz, hecha de pequeños episodios que no se suceden cronológicamente sino saltando, atrás y adelante, violentando la secuencia temporal, alejados o acercados para establecer entre ellos un contrapunto esclarecedor, una cronología en la que a menudo las consecuencias preceden a las causas y el pasado y el futuro se entreveran hasta convertirse en un presente que funde lo que ha ocurrido con lo que luego ocurrirá. El lector no se pierde en estos saltos temporales; por el contrario, se impregna de esa eternidad instantánea —el elemento añadido— en que parecen ocurrir las peripecias de la historia.
La novela está escrita, dice, en un lenguaje en que el narrador y los personajes se alejan o se funden, un punto de vista sutil y complejo, en que estas mudanzas se suceden de manera imperceptible, confundiendo lo objetivo y lo subjetivo, el mundo de los hechos y el de las emociones y fantasías, las cosas que de veras ocurren y las reacciones que ellas suscitan en las mentes. La novela construye de este modo una totalidad autosuficiente, la máxima hazaña de un novelista.
El libro, una historia tan infeliz como hechicera, continúa diciendo, es también una clara toma de posición, una rotunda condenación de la violencia, de los fanatismos e ignorancias que la suscitan. Y una descripción muy sutil de la degradación moral que ella provoca en una sociedad, corroyendo sus valores, enemistando y envileciendo a la gente, destruyendo las instituciones y las relaciones humanas. Pero evita, con buen tino, las disquisiciones ideológicas, limitándose a mostrar, a través de episodios escuetos y siempre seductores, cómo, sin quererlo ni saberlo, toda una sociedad de gentes sanas, sin misterio, va siendo arrastrada poco a poco, concesión tras concesión, a la complicidad y a veces a las peores vilezas.
Cuando Patria termina, ETA ha renunciado a la lucha armada y decidido actuar sólo en el campo político. Es un progreso, por supuesto. ¿Pero, se vislumbra alguna solución al problema de fondo, el condenado nacionalismo? El libro resulta más pesimista de lo que el autor quisiera. En la página final, las dos examigas, Miren, la madre del terrorista, y Bittori, la madre del asesinado, se abrazan, reconciliadas. Es el único episodio de esta hermosa novela que no me pareció la vida misma, sino una pura ficción. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





 










viernes, 16 de febrero de 2024

Del deterioro moral de las democracias

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. El deterioro moral en el ejercicio de la política, comenta en El País el escritor y académico Juan Luis Cebrián, no es un fenómeno exclusivamente español y tiene su razón de ser en la crisis del sistema de representación en las democracias. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com











Claves de razón práctica (sobre políticos y filósofos)
JUAN LUIS CEBRIÁN
12 FEB 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Encabeza este artículo el nombre del mensual que Fernando Savater promovió al amparo de El PAÍS desde los años noventa, y en homenaje a su contribución a la historia de nuestro diario. Remedando al famoso ensayo de Kant, Crítica de la Razón Práctica, el título de la revista convocaba a la reflexión sobre el ejercicio de la voluntad y los valores morales. La prosa del alemán es enrevesada y algunas traducciones no muy buenas. Sin embargo, establece una máxima sobre la ética política casi inamovible desde entonces. “Lo obviamente contrario al principio moral —dice— es cuando la felicidad propia se convierte en motivo determinante de la voluntad”. Y añade que cualquier tramposo en el juego, aunque se enriquezca, debe despreciarse a sí mismo por inmoral y no enorgullecerse de su inteligencia o habilidad para ganar haciendo trampas. No creo que el presidente Sánchez haya leído a Kant, pero debería hacerlo.
En el barrizal de la discusión jurídica sobre el futuro de la ley de amnistía corremos peligro de olvidar el debate sobre lo más preocupante: la deriva inmoral de un Gobierno, cuyo presidente decidió pagar un precio por su investidura, en connivencia con prófugos de la justicia y delincuentes convictos y confesos, a cambio de poder mantenerse en el poder. Es lamentable que los portavoces de un partido democrático fundamental para la democracia española como el PSOE entonen de continuo la zarabanda de estupideces que se manejan en una discusión que versa sobre cualquier cosa menos sobre un proyecto político. No es hora de recapitular la cantidad de mentiras y despropósitos que el presidente y varios de sus ministros han difundido a cambio de un puñado de votos. Para asombro de la opinión pública, la ley de amnistía la están redactando los propios amnistiados y la presidenta del Congreso permite que se acuse de delincuentes, desde la tribuna del Parlamento, a los magistrados y fiscales que aplicaron justicia. Si la amnistía no tiene fundamento cívico, como en estas páginas recordaba recientemente Jordi Amat, es porque tampoco tiene fundamento moral. Ni por parte de quienes se benefician de ella, que no se declaran arrepentidos de sus delitos, ni por parte de quienes la conceden en un verdadero intercambio de favores. La suposición de que el motivo es mejorar la convivencia es toda una farsa. Lo que ha generado, en cambio, en contra del pretendido interés general es una confusión política y social sin precedentes en nuestro país desde el comienzo de la democracia. Sánchez pasará a la historia como el presidente que más ha dividido a los españoles, al frente de una impostada mayoría progresista que no es más que un sindicato de intereses entre sus miembros, a los que primordialmente une el reclamo del poder. También la imposición de sus particulares obsesiones ideológicas, a costa del ejercicio de la libertad.
Este deterioro moral en el ejercicio de la política no es un fenómeno exclusivamente español. Tiene que ver con la crisis del sistema de representación en las democracias, la profesionalización de los propios políticos, la traición de muchos de ellos a sus creencias en nombre de sus intereses, y el distanciamiento de las instituciones respecto a las necesidades y demandas de los ciudadanos. Que varios ministros, diputados y portavoces del actual Gobierno sean capaces de defender la impoluta constitucionalidad del proyecto de ley de amnistía, después de declarar lo contrario abiertamente días antes de las elecciones, es la prueba del poco respeto que guardan hacia sí mismos. Pero sin un mínimo de integridad moral en la toma de decisiones por parte del poder no ha de perdurar la democracia.
En la revista fundada y dirigida por Savater, el filósofo y activista italiano Paolo Flores d’Arcais describió la democracia como una excepción en la aventura humana y denunció hace más de 30 años “la privatización del Estado por parte de los aparatos de los partidos y los políticos profesionales”. No se puede definir mejor la actual deriva europea en este terreno, que ha alentado el triunfo de la extrema derecha en Finlandia, Suecia, Holanda, Grecia, e Italia… de momento. La falta de autocrítica de los dirigentes socialdemócratas, incapaces de preguntarse sobre su eventual responsabilidad en esa dinámica, es comparable a la permanente y sumisa aceptación de los diputados españoles, siempre obedientes a recitar el voto imperativo que sus jefes imponen. Con el acuerdo de la reciente investidura, la partitocracia que hoy padecemos ha instituido y legalizado el voto de trueque que, como en todo intercambio, tiene también importantes aspectos económicos. 15.000 millones de euros menos de deuda para la Generalitat al tiempo que unos políticos perdonan a otros políticos lo que han robado o malversado del dinero de los ciudadanos. Los partidos siguen siendo esenciales para el funcionamiento de la democracia, pero a condición de que corrijan aquello en lo que se han convertido: gigantescas máquinas burocráticas que se alimentan a sí mismas, tienen insaciable sed de dinero, y su interés fundamental es su propia reproducción y expansión. El filósofo italiano señala que de no impedírselo, lejos de representar distintos intereses en conflicto, acabarán siendo “portadores en primera persona de un interés propio: la prolongación de su propia reproducción”.
Flores D’Arcais, como Jorge Semprún, López Aranguren, Savater, Javier Pradera, son nombres de esa estirpe intelectual que sin renegar del compromiso político no se somete a la doctrina del poder. Sus lectores eran y son conscientes de la importancia de su disidencia. Junto con escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Juan y Luis Goytisolo, Rosa Montero, Antonio Muñoz Molina y, más recientemente, Javier Cercas, entre tantos otros y otras, fueron fundamentales en la creación y sostenimiento de la línea editorial de EL PAÍS, “intelectual colectivo” de la Transición en palabras del profesor Aranguren. El PSOE de la época, herencia de un grupo de Sevilla, paradójicamente apadrinado por un ministro democristiano de la República, atrajo también a una gran cantidad de intelectuales independientes, de diversas corrientes ideológicas, pero agrupados bajo el común denominador de su defensa de la libertad. Hoy, una gran mayoría de aquellos que no comulgan con las ruedas de molino predicadas por los portavoces del poder han sido expulsados o han abandonado las filas de un sedicente progresismo que no duda en aliarse con partidos retrógados, identitarios y nacionalistas, y utilizan la educación y las lenguas para adoctrinar a las gentes en vez de para ayudar a que se comuniquen entre sí. De Gaulle nombró ministro de Cultura a Malraux; Felipe González a Jorge Semprún; Pedro Sánchez, en un par de años, a dos políticos profesionales que no han tenido ni parece que vayan a tener relevancia intelectual alguna. Todo muy coherente con las decisiones tomadas en contra de la enseñanza de la filosofía en el bachillerato.
Y no es porque no permanezcan algunos intelectuales valiosos en las filas del PSOE, como José María Maravall, Tomás de la Cuadra, Manuel Cruz o Ángel Gabilondo. Estos dos últimos filósofos, por cierto, mal que le pese a los responsables de Educación. Espero que elogiarles no les granjee el rechazo del politburó. Gabilondo, todavía Defensor del Pueblo, debería protegernos también del bodrio de ley de la amnistía. Y profesor de Metafísica como es, recomiendo a quien corresponda la lectura de una cita suya por si ayuda a Sánchez y sus cuates a comprender sus actuales tribulaciones: “La obsesión por el poder es un síntoma de debilidad”. Juan Luis Cebrián es escritor y académico de la Lengua.





































[ARCHIVO DEL BLOG] Joaquín y Arturo, al alimón. [Publicada el 15/02/2016]











Hay columnas periodísticas que no dejo nunca de leer: diariamente, las viñetas de los dibujantes de Canarias7: Morgan, y La Provincia: Padylla y Montecruz, de Las Palmas; y las de El País: El Roto, Forges, Peridis y Ros; y El Mundo: Gallego y Rey, Ricardo, Guillermo e Idígoras y Pachi, de Madrid. Y cuando tocan, las de Elvira Lindo, Javier Marías, Manuel Rivas, Juan José Millás, Fernando Savater, José Ignacio Torreblanca, Manuel Jabois o Javier Cercas, entre otros, también en El País. En El Mundo, un diario que nunca ha sido santo de mi especial devoción, leo con interés, aunque no siempre comparta lo que dice, a Arcadi Espada. Pero hoy me quito el sombrero ante la conversación al alimón que reproduce este último diario madrileño entre el escritor y académico Arturo Pérez-Reverte y el cantautor y "filósofo" Joaquín Sabina. Se titula Pérez-Reverte y Sabina, a la lumbre de un tequila, y les recomiendo su lectura con especial énfasis. Dos de los creadores más irreverentes del panorama dan cuerda a sus entusiasmos, asombros y desafectos en todo lo que les sale al paso: cultura, educación o política. Una conversación cómplice entre risas, tabaco y libros, difícil de repetir, dice de ella el autor del reportaje, el periodista Antonio Lucas. 
Se tenían ganas. Nunca antes se habían sentado a hablar. Están al tanto el uno del otro, a lo lejos, desde los años 80, cuando aún eran potros de pantalón estrecho que estrenaban una forma rabiosa de caminar. Arturo Pérez-Reverte (Cartagena, 1951) saltaba socavones de obús en las guerras y Joaquín Sabina (Úbeda, 1949) hacía unos solos primorosos de kazoo en sótanos oscuros y sin reputación. Uno emitía cada noche un parte dramático en el Telediario y el otro un inventario de risas y excesos en cualquier galpón. Resistieron intemperies. Traiciones. Desengaños. Hoy aguantan los jirones de la edad y mantienen la yugular llena de sangre. Son dos palabrones vacunados con una trivalente de ideas propias. Viven ajenos al tintineo de tanto falso delicado con cuello de piqué. Hablan directamente, dejando todo dispuesto para una barricada. La palabra no se les encasquilla fácilmente. Si disparan, dan. La cita es en casa de Sabina, un mediodía con seis gatos, seis balcones, seis vasos de tequila y una hora por hacer. El músico anda con faja por una cirugía y muchos días de hospital. Estrena libro de dibujos publicado por Artika en edición limitada de 4.900 ejemplares, todos firmados a mano y con precio fuerte: 2.100 euros por pieza. El escritor, por su parte, anda enredado en otra novela. Ambos mantienen ese punto corsario donde la juventud les permanece. "Hasta ahora sólo nos habíamos saludado una vez, en el Café Gijón, y me acuerdo bien de aquel día porque me llamaste Joaquinillo, como si nos conociéramos de toda la vida". Así arranca este encuentro inflamable, dice el autor del mismo... Y yo no les cuento más, arriésguense a leerlos, que los van a disfrutar.  Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt