martes, 7 de noviembre de 2023

De la muerte y la doncella

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Ariel Dorfman, va de la muerte y la doncella. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











La muerte y muchas doncellas cincuenta años después del golpe de Chile
ARIEL DORFMAN - Revista Babelia
2 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Sucedió hace muchos años, pero bien podría suceder de nuevo hoy. Una mujer junto al mar espera al atardecer el regreso de su marido desde la capital. La dictadura que asoló su tierra acaba de caer y todo es incierto. Ella tiene miedo, presa de un terror que tendrá que enfrentar y tal vez superar durante las próximas 24 horas, cuando juzgará en el living de su casa al médico que cree responsable de haberla torturado y violado. Su marido, abogado a cargo de una comisión que investiga la muerte de miles de disidentes bajo el régimen anterior, debe defender al acusado, defenderlo porque sin Estado de derecho se verá comprometida la transición a la democracia, defenderlo también porque si su mujer mata a ese médico, se acabó su carrera, no podrá ayudar a sanar a esa tierra enferma y desquiciada.
Cuando escribí, en 1990, La muerte y la doncella, la obra teatral que escenifica esta historia, el país donde esa mujer, Paulina, esperaba una justicia constantemente demorada, era mi propio Chile o la Argentina donde nací. O Sudáfrica. O Hungría. O China. Tantas sociedades que en aquel entonces estaban desgarradas por la cuestión de qué hacer con el trauma del pasado, cómo convivir con los enemigos, cómo juzgar a los que habían abusado del poder sin destruir el tejido de una reconciliación ineludible si se quería un futuro diferente. Hoy o mañana ese drama imaginario pude tener lugar en Egipto, Túnez, Siria, Irán, Nigeria, Sudán, Costa de Marfil, Irak, Tailandia, Guatemala, Nicaragua, Bielorrusia. De hecho, porque la tortura se generalizó después de los ataques criminales en Nueva York el 11 de septiembre del 2001, porque las naciones más poderosas del mundo, y particularmente los Estados Unidos, justificaron o fueron cómplices de abusos atroces de los derechos humanos para sentirse seguros, debido a que desataron el terror para vengarse del terror que le infligieron, se podría aventurar que los dilemas centrales de La muerte y la doncella son más relevantes hoy que nunca.
No era algo que yo hubiera previsto, este alcance planetario, cuando escribí la obra originalmente. Mis objetivos ―los inmediatos, los urgentes, al menos― eran mucho más modestos, si es que algún autor puede ser modesto. Al regresar a mi país desde el exilio, 17 años después del golpe que derrocó al Gobierno democrático de Salvador Allende, concebí ese texto como mi regalo a la turbulenta transición de Chile. El dictador ya no estaba en el poder, pero su influencia, sus discípulos, su sombra corruptora invadían todos los aspectos de la vida política y económica, cada susurro, cada intento de establecer una alternativa a lo que había sido su Gobierno.
En circunstancias tan complicadas, cuando demasiados conciudadanos preferían guardar silencio, sea con la esperanza de evitar que se repitiera la crueldad del pasado o sea para no tener que reconocer su complicidad con el antiguo régimen, me pareció un deber, como escritor, revelar la perversa verdad de lo que vivíamos, obligar al país a mirarse en un espejo que les mostrara las secuelas profundas de la dictadura, lo que todos esos años de mendacidad y temor habían provocado, las formas en que incluso nuestros sueños habían sido torcidos. La muerte y la doncella hundió el dedo en la llaga de Chile al advertir que los victimarios y sus cómplices se mantenían omnipresentes, sonriendo en las calles, bebiendo cócteles en las fiestas, encontrándose con nosotros en la escuela cuando dejábamos a nuestros hijos. Pero la obra también interrogó incómodamente a la élite democrática, preguntándole qué ideales de cambios fundamentales se habían sacrificado para asegurar una estabilidad política necesaria, un pacto que exigía mucho olvido. ¿Y las víctimas, silenciadas, desatendidas, pospuestas, por las que sentía tanta simpatía? Tampoco dejé de hacerles preguntas engorrosas. Paulina, la mujer que había sido violada, torturada y traicionada, la mujer por la que mi corazón latía de dolor, era, al mismo tiempo, la persona más violenta sobre ese escenario, debiendo preguntarse si iba a ser como los hombres que la secuestraron, perpetuando el ciclo de la muerte, quedando atrapada en un pasado y una identidad que no le permitían salir del eterno deseo de retribución.
Pensé ―¡vaya que era ingenuo!― que mi tierra aceptaría la necesidad de airear su ropa sucia, salir del pantano moral en que chapaleábamos. Y también pensé que sería fácil conseguir apoyo para el montaje. Mi esposa, Angélica, me advirtió de que la obra era demasiado transgresiva, que el país no estaba listo para esta visión descarnada. En mi nueva novela, Allende y el museo del suicidio, detallo minuciosamente cuánta razón tenía ella. Pese a los esfuerzos de la gran actriz María Elena Duvauchelle, que se enamoró del rol de Paulina y armó, con enormes dificultades, un elenco y un equipo para llevar la obra al público, nunca recibimos ayuda de las autoridades del nuevo Gobierno democrático, ni una palabra de aliento desde quienes habían sido mis compañeros de resistencia y lucha. Y casi todos los miembros de la élite de Chile (los que, después de todo, asisten al teatro) despreciaron mi visión, la ningunearon, la vilipendiaban ―la peor obra teatral jamás escrita en Chile, según uno de los juicios emitidos―.
Tomé tanto repudio como un signo más de que yo no encajaba en el país al que había estado tratando de regresar durante 17 años. Angélica y yo partimos de Chile con nuestros hijos, no temiendo ya por nuestras vidas, como después del golpe de 1973, sino temiendo, esta vez, por nuestra cordura en un país que se mentía a sí mismo.
La obra, que mis compatriotas más insignes no apreciaron, fue celebrada por el mundo, empezando por Londres y pasando por Broadway y una película de Polanski y docenas de premios y miles de puestas en escena en cien idiomas en todo el mundo.
Y ahora, justamente en el año en que se conmemora medio siglo desde la muerte de Allende y la democracia en Chile, va a estrenarse una reposición de la obra, dirigida por Rodrigo Bazaes. Es la cuarta ―o tal vez la quinta― desde aquel infortunado estreno inicial, pero ocurre en circunstancias muy especiales. Aunque llevamos 33 años de democracia y varias comisiones investigaron el tipo de tortura que padeció Paulina y se hicieron esfuerzos reparatorios hacia numerosas víctimas, quedan pendientes muchos de los problemas y heridas que La muerte y la doncella bosquejaba. Tenemos un maravilloso Museo de la Memoria, pero las memorias individuales y sociales todavía difieren drásticamente sobre lo que nos sucedió. Hay multitudes ―algunas encuestas sugieren que representan el 40% de la población― que sienten nostalgia por un hombre fuerte como Pinochet para que arregle la crisis por la que atravesamos. Estamos tan divididos ahora como lo estaban los tres personajes que se jugaban la vida en el escenario hace tantas décadas. Y ahí siguen hoy: una mujer que sufrió atrozmente, un hombre que quiere remediar esta situación terrible, pero no sabe cómo, y otro hombre que se declara inocente de toda culpa. No había consenso en 1990 y no hay consenso hoy en Chile, hasta el punto de que los partidos de la derecha no quisieron suscribir una declaración conjunta de todas las fuerzas políticas que proclamaba el rechazo absoluto a cualquier golpe militar.
Pero Paulina sigue ahí. Paulina sigue exigiendo justicia. Paulina no acepta ser silenciada. ¿Cómo no va a ser posible escucharla de una vez? Y otra pregunta, que no es sólo para Chile: ¿Cómo no va a ser posible que podamos decir, entre todos, que esta historia desoladora sucedió ayer, pero juramos que nunca más se repetirá mañana?




































[ARCHIVO DEL BLOG] Mitificación y mistificación en la Historia. [Publicada el 14/04/2016]










Mitificar y mistificar no son términos sinónimos. Como ocurre con otras muchas palabras españolas ortográficamente son muy similares. En este caso, solo una consonante, una "ese" de su primera sílaba, las diferencia. Pero semántica y etimológicamente son muy diferentes. La primera, según el Diccionario de la lengua española (edición de 2014) significa rodear de extraordinaria estima determinadas teorías, personas o sucesos; la segunda, de acuerdo con el mismo Diccionario, significa falsear, falsificar o deformar. 
Hace unos días, a cuenta de la tan traída y llevada "memoria histórica" -algo que casi todos mitifican y mistifican al mismo tiempo sin tener una idea clara de lo que significa- escribí en las redes sociales unas palabras de las que, a conejo ido, que dice el refrán, me arrepiento. Lo que vine a decir fue, más o menos, y en relación con las reiteradas controversias a cuenta de la Ley de Memoria Histórica, que los políticos deberían retirar sus "sucias manos" de ella y dejar hacer su trabajo a los historiadores. Me avergüenzo de lo de "sucias manos". No porque no se lo merezcan los políticos -que se lo merecen sin ambages-, sino porque es un exabrupto que no venía a cuento, y que además escribía en la página de un buen amigo que con toda seguridad, él, sí que no se lo merecía. Le pido perdón por ello.
Juan Francisco Fuentes, historiador y catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense, escribía hace unos días en el último número de Revista de Libros un emotivo y documentado artículo, titulado
Transición, democracia y nihilismoreseñando el último libro del controvertido y provocador historiador Gregorio Morán, El precio de la Transición, publicado por Akal el pasado año.
En su reseña, de cuya lectura no les voy a hacer excusa porque se merece que la hagan ustedes por sí mismos, el profesor Fuentes pasa revista a las mitificaciones y mistificaciones que se formulan a diario sobre la Transición, sin duda, mitificada, y sobre la República, sin duda también, mitificada y mistificada a partes iguales.
Todos los españoles vivos nacidos tal día como hoy de 1931, que son muchos, pero menos de los que nos gustaría a bastantes de nosotros, que los hemos perdido para siempre, cumplen hoy 85 años. Nacieron bajo los estertores de la monarquía de la Restauración y diez días antes de la proclamación de la II República. Para cuando alcanzaron la edad mental suficiente para comenzar a comprender lo que había pasado, es decir, más o menos, con diez años, habían vivido bajo dos regímenes políticos distintos, sufrido una sangrienta guerra civil, y llevaban dos años soportando una dictadura que se prolongaría treinta y cuatro años más. 
Por favor, dejen de mitificar y mistificar la Historia, dejen hacer su trabajo a los historiadores, y dejémonos de arrojarnos la memoria histórica unos a otros porque casi todos, en ese asunto, hablamos de oídas. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













lunes, 6 de noviembre de 2023

Del y ahora, ¿qué hacemos?

 








¿Y ahora qué?
BELÉN BARREIRO - El País
06 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Hace tiempo que ha ido tomando cuerpo entre la ciudadanía de nuestro país la idea de que vivimos tiempos inciertos, tan convulsos que resulta inimaginable pensar qué más tragedias pueden ocurrir. Primero fue la Gran Recesión, traumática para la mayoría, después la inesperada pandemia, al tiempo que se fueron haciendo más frecuentes los fenómenos climáticos extremos, como las inundaciones, las sequías y los incendios. Más tarde, cuando empezábamos a dejar atrás los peores momentos de la Covid-19, estalló la guerra de Ucrania, un país europeo que, como tal, la ciudadanía siente próximo. El remate ha sido ahora el conflicto atroz entre Israel y Hamás. Prácticamente todo el mundo en nuestro país ha oído hablar de esta contienda, concretamente el 98,3% de los españoles, según se publica este lunes en el barómetro de noviembre de 40dB. para EL PAÍS y la Cadena SER.
La encuesta deja claro que la sociedad está atemorizada. La inflación, los conflictos bélicos, las crisis energéticas y de recursos, el terrorismo internacional, el cambio climático y los desastres naturales, los ciberataques a sistemas clave, las pandemias, pero también el aumento de los populismos y los flujos migratorios son asuntos marcadamente globales que la inmensa mayoría de la ciudadanía siente como amenazas. Estas percepciones son transversales, aunque con algunos matices: los votantes conservadores, por ejemplo, se preocupan mucho más por la inflación que por la cuestión climática, mientras que a los electores progresistas les sucede lo contrario: se sienten más amenazados por los desastres naturales que por el encarecimiento de la vida. En este mismo sentido, la percepción de que los flujos migratorios constituyen una amenaza guarda una relación perfectamente lineal con la ideología, alcanzando su máximo entre los votantes de Vox.
La encuesta también deja claro que el miedo no es un buen compañero de viaje, que los asuntos públicos, cuando se tornan trágicos, provocan serios daños no sólo materiales, sino también emocionales. Así, la gran mayoría reconoce que estos hechos afectan negativamente a sus estados de ánimo, llevándolos al pesimismo y la desesperanza. Y no son pocas las personas que admiten sufrir ansiedad o depresión como consecuencia del encarecimiento del coste de la vida (casi una cuarta parte), de los conflictos bélicos (casi dos de cada 10) o de la crisis climática (más de uno de cada 10). El impacto psicológico de estos fenómenos no entiende de ideologías, pero sí de género: las mujeres sufrimos más los males del mundo que nos rodea (o, quizás, tenemos menos reparo en admitirlo), con la única excepción del auge del populismo, con más efectos psicológicos en los hombres.
Por supuesto, el sentimiento de amenaza continua que acecha a la sociedad en la que vivimos no está reñido con el disfrute. Uno de los personajes de La octava vida (la novela de Nino Haratischwili en la que se narra la turbulenta y trágica historia de Georgia), un chocolatero de Tbilisi, cuenta que el consumo de chocolate aumentaba cuando los tiempos empeoraban. Los personajes de esta saga familiar sufrieron en sus carnes las peores consecuencias de los grandes conflictos del siglo XX, en forma de torturas, suicidios, traiciones e injusticias de toda clase. Aunque con menos virulencia que entonces, el momento que vivimos tiene un tinte claramente trágico para la ciudadanía, del que es difícil desligarse, por mucho que perduren las cosas buenas de la vida. Se teme que lo peor esté aún por venir. ‘¿Y ahora qué?’ es la gran pregunta de nuestros tiempos. Belén Barreiro es socióloga.









De la nausea

 







La náusea (respuesta a Fernando Savater sobre la pederastia)
ALEJANDRO PALOMAS - El País
06 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Asco. Profundo. Hoy es un día especialmente nefasto para la lírica porque la música de la palabra ha sonado fea. Señor Savater, a usted me dirijo. Toca —quiero— responder a su columna de opinión, publicada en este mismo medio hace apenas unas horas. Y digo “opinión” porque soy respetuoso y porque, por primera vez, voy a hablar en nombre de todas las víctimas de abuso sexual en la infancia por miembros de la Iglesia católica española, esos —los miembros— que, según usted, cometieron apenas unos “magreos indebidos” que no le quitan el sueño y que a algunos nos dejaron algo de susto pero ningún trauma.
Asco, más profundo aún. Utilizar —¿“magrear”?— al medio millón de víctimas de abuso sexual clerical como arma arrojadiza para vertebrar su crítica a las maniobras de un partido político —”la izquierda”, dice usted— que pretende promulgar “una amnistía” no es sólo irrespetuoso sino perverso. Hemos sido niños y niñas abusados, violados, silenciados, revictimizados una y otra vez por esa siniestra cúpula de encubridores y delincuentes que se expresan como usted, que se burlan de su propia maldad como usted, que nos ridiculizan como usted, que nos acusan de oportunistas, de exagerados, de ser sospechosos de mentir, de inventar... como usted.
Asco. Espantosamente profundo. Dice usted que la gran mayoría de los casos pertenecen a un pasado remoto. Se equivoca. La infancia no es pasado remoto cuando has sido un niño violado. Ni siquiera es pasado del todo. El niño está ahí, camina a tu lado, como una voz pequeña que en cualquier momento te pide que la acunes porque tiene miedo, porque la vida lo aterra desde que a los ocho años un hombre —un docente religioso— dedicó un año de la vida de ambos a abusar sistemáticamente de él dos veces por semana —tres, si había fútbol los sábados— y le enseñó que la maldad anidaba en los hombres y que la confianza era error. Le contaré algo, señor Savater: yo morí a los ocho años, como muchos y muchas de nosotros. Vivimos con lo que podemos, con ninguna fe, intentando confiar en que ese pasado deje algún día de ser presente. A los ocho años un niño tiene que ser niño, ese es su derecho. El de nosotros, los adultos, es velar porque nada lo impida.
Asco. Irremediablemente físico. “Los que fuimos feos de pequeños nunca pasamos por ahí”, dice usted. Es tan demoledor leer una frase construida así, con esa música y con todo lo que respira que debo tomar aire para volver a ella. Es la desubicación y la absoluta falta de empatía, y es también el discurso que todo lo ensucia porque todo lo banaliza. No, señor Savater, usted no se libró del abuso por ser feo. Se libró porque si había algún perverso en su entorno no detectó en usted la vulnerabilidad, la confianza, la inocencia, la orfandad emocional que sí vio en los que, a diferencia de usted, sufrimos el infierno en sus manos. Si se libró no fue por usted, sino porque él no adivinó en usted una diana fácil. Lo feo es el chiste, ese chascarrillo de café, copa, puro y amiguetes de sobremesa tardía. Feo es que un niño se convierta en un hombre que escribe de los que fueron niños con él como si la cuota de “elegidos” para el abuso hubiera tenido que ver con ellos, con su “no fealdad”, y no con el perverso que los destruyó. Decir “los que fuimos feos de pequeños nunca pasamos por ahí”, es desenterrar una vez más el manido “a una mujer la violan por ser como es, por vestir como viste, por estar en el lugar equivocado en el momento equivocado”. O lo que es lo mismo, recurrir al “A las feas seguro que no les pasa” y reírse con sus amigotes en privado, porque en público ya no, aunque un poco sí, venga, ánimo, una frasecita aunque sea, que no se diga que he dejado de ser aquel niño feo del que lo único que se conserva es justamente eso, la fealdad.
Asco. Ya no tan profundo. Las víctimas no hacemos política. No nos acerque a esa hoguera porque no nos quema. Yo conocí el infierno, ardí allí siendo muy niño y no es mi deseo alimentar esos fuegos. Bastante tenemos con salvarnos de las brasas que los miembros de la iglesia católica de este país dejaron prendidas bajo nuestros pies con su mala fe y su encubrimiento sistemático. No nos torture usted y no mezcle nuestro dolor con esa proclama contra la amnistía que no procede. Aquí, al lado de los 440.000 niños y niñas no. Nunca.
Quizá, y tómese esto como humilde sugerencia, podría usted acompañar a los cuarenta obispos españoles que el Papa ha convocado de urgencia en el Vaticano, puede que para pasar cuentas por recuerdos, delitos y encubrimientos varios. Me aventuro a suponer que le parecerá una buena idea pedir para ellos —para ellos sí— una amnistía por todo el daño causado. Acompáñelos, y recuérdeles de paso que negar la verdad es también mentira, que mentir es faltar al octavo mandamiento y que los miles de niños que nos quedamos sin infancia ya hemos aprendido a defendernos. Y a hablar. Alejandro Palomas es escritor. Autor de Esto no se dice, donde relata su experiencia como víctima de abusos en el ámbito de la Iglesia católica.












De Europa y el oráculo de Delfos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura para hoy, del historiador Timothy Garton Ash, va de Europa y el oráculo del Delfos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com











No necesitamos al oráculo de Delfos para saber que debemos defender una Europa libre
TIMOTHY GARTON ASH - El País
02 NOV 2023 - harendt.blogspot.com

Guardo como un tesoro una fotografía de mi esposa, Danuta, susurrando una pregunta existencial al oído de una piedra antigua en las laderas del monte Parnaso un día soleado de 2018. Danuta está consultando el oráculo de Delfos. Una mitad de la gran piedra rectangular tiene tres orificios dispuestos en forma de triángulo, como para encajar las patas de un trípode, y la otra mitad tiene un agujero más grande que la atraviesa. Nuestro guía acababa de contarnos que, mientras la pitia, la mujer que era la voz del oráculo, estaba sentada en ese trípode, del agujero de mayor tamaño salían vapores embriagadores que le inspiraban palabras que, según se creía, procedían directamente de Apolo. Un sacerdote sentado cerca escribía e interpretaba esas frases pronunciadas en estado de trance. Dado que los sacerdotes de Delfos tenían una larga experiencia, con consultas tanto de particulares como de gobiernos de todo el mundo mediterráneo, sin duda el intérprete sacerdotal añadía parte de su sabiduría mundana al juicio final del oráculo. (…)
Según investigaciones más a fondo, resulta que los agujeros y surcos de la piedra a la que Danuta susurró su pregunta probablemente se habían hecho mucho después para convertirla en una prensa de aceite. Pero casi todo lo demás es cierto. Aunque nunca se han encontrado la base de trípode ni el orificio de vapor reales, estudios recientes muestran que la geología de la zona propiciaría que por las fisuras del lecho rocoso se filtraran algunos gases, y de hecho se han detectado rastros de etileno, un gas que puede inducir un estado similar al de trance. Así pues, es posible que la pitia estuviera colocada.
Durante los más de diez siglos en que se consultó el oráculo, la gente llenó el santuario de la ladera de regalos preciosos —altares, estatuas, vasos sagrados, templetes—, colocados a lo largo de la serpenteante Vía Sacra hasta el templo de Apolo, donde la pitia hablaba y los sacerdotes interpretaban. Contemplando las ruinas, impresionantes todavía contra el magnífico telón de fondo verde y gris del monte Parnaso, solo se necesita un poco de imaginación para recrear el escenario del antiguo Delfos. (…)
Frente al mundo desalentador de la década de 2020, quiero recordar las dos lecciones de Delfos: la primera, que no sabemos qué ocurrirá esta tarde, y mucho menos dentro de unos años; la segunda, que necesitamos conjeturas inteligentes de base histórica a fin de prepararnos para los retos a los que parece probable que nos enfrentemos. Cuando leáis estas líneas, ya habrá sucedido algo inesperado. El paso de las décadas vuelve necios a los visionarios más sagaces. Predicciones de gran importancia formuladas en 1973 resultan graciosas en 2023. (Recordad: la Unión Soviética iba a superar a Estados Unidos). Las que hagamos ahora sufrirán la misma suerte en 2073. Los lectores de dentro de cincuenta años se reirán con ganas de los intentos de mi bolígrafo-linterna por iluminar la oscuridad del futuro. “¡Qué optimismo más absurdo!”, tal vez exclamen en su refugio nuclear o su cueva del desierto; o “¡Qué pesimismo más absurdo!”, quizá digan en un Muskville o Zuckerdrome con una tecnología fabulosa. Entretanto, los veinteañeros de 2073 echarán en cara a los ancianos de la posgeneración del 89 las grandes cosas que estos perdieron o estropearon en su época, lo mismo que la posgeneración del 89 ha hecho con la mía hace poco.
Si se cumple alguna de las peores hipótesis posibles, desde una guerra entre Estados Unidos y China a propósito de Taiwán hasta el fracaso colectivo de impedir que el calentamiento global supere los dos grados por encima de la era preindustrial, entonces tal vez en esta década un nuevo Stefan Zweig se siente a escribir un lamento por El mundo de ayer, perdido sin remedio. Pero repito con énfasis que el fatalismo zweigiano no es el ánimo que se precisa en la actualidad.
Al contrario, necesitamos “el pesimismo de la inteligencia, el optimismo de la voluntad”, por emplear la magnífica consigna acuñada por el escritor francés Romain Rolland y popularizada por el pensador y activista marxista italiano Antonio Gramsci. El pesimismo intelectual puede ser algo positivo. El argumento más contundente a favor de la Unión Europea no se basa en un ingenuo optimismo panglosiano, sino en un pesimismo constructivo. De Europa valoramos las estructuras legales, la cooperación y la resolución pacífica de los conflictos precisamente porque conocemos su tendencia crónica a incurrir en sus malas costumbres. El pesimismo intelectual de los años setenta sentó las bases del impulso ascendente de finales de los ochenta, que inauguró uno de los periodos más esperanzadores de la historia europea. El infundado optimismo intelectual del comienzo de los años 2000 allanó el camino al declive que se inició en la mitad de esa década.
La sabiduría de la consigna no es solo intelectual y política; es también psicológica. Como explicó Gramsci en 1929, en una carta que escribió a su hermano Carlo desde una cárcel fascista: “Mi estado de ánimo sintetiza estos dos sentimientos y los supera: soy pesimista con la inteligencia, pero optimista para la voluntad. En toda circunstancia pienso en la peor de las hipótesis para poner en movimiento todas las reservas de voluntad y ser capaz de vencer el obstáculo. Nunca me he hecho ilusiones y nunca tuve desilusiones”. En suma, es una receta para tener fuerza mental. Esperar lo peor, trabajar por lo mejor.
Al salir de una prisión comunista en los años ochenta, Václav Havel expresó un pensamiento parecido de forma un tanto distinta. “La esperanza no es un pronóstico —dijo—. Es una orientación del espíritu, una orientación del corazón”. La esperanza es “la capacidad de trabajar por algo porque es bueno, no solo porque exista la posibilidad de tener éxito. […] No es la convicción de que algo saldrá bien, sino la certeza de que algo tiene sentido, con independencia de cuál sea el resultado”.
Pese a todos sus defectos, límites e hipocresías, pese a todos los contratiempos de los últimos años, la Europa de hoy sigue siendo mucho mejor que la que me dispuse a explorar a principios de los setenta, por no hablar del infierno que mi padre encontró en su juventud. Es asimismo mejor que las de los siglos anteriores, incluida la Europa de antes de 1914 idealizada por Stefan Zweig. De hecho, adaptando las famosas palabras de Churchill respecto a la democracia, podríamos decir que esta es la peor Europa posible, a excepción de todas las otras Europas que se han ensayado de vez en cuando. Tiene sentido defender, mejorar y ampliar una Europa libre. Es una causa en la que merece la pena depositar la esperanza.







































[ARCHIVO DEL BLOG] Recorrido sentimental por la Roma española. [Publicada el 20/11/2014]











No puedo negar que lo mío con Roma fue amor a primera vista. Sí, confieso que es el único lugar del mundo, fuera de mi isla de Gran Canaria, en el que me gustaría vivir. Hasta en invierno, algo que detestaba César Moncada, el joven protagonista de la novela de Pío Baroja "César o nada", escrita en 1910, que curiosamente resulta una apología "avant la lettre" del movimiento fascista italiano que no nacería sino once años más tarde. ¿Premonición de Baroja? A ello le dediqué un trabajo de curso durante mis estudios de licenciatura en ciencias políticas, pero eso nada tiene que ver con mi pasión por Roma. 
Tampoco voy a contar de nuevo la historia de mi primer encuentro con la Ciudad Eterna. La tengo comenzada y nunca concluida en la entrada del blog que lleva su nombre: "Roma". Solo animarles a leer el relato que en ella reproducía del escritor Enric González titulado "Historias de Roma", historia que concluía con la encomiosa recomendación del autor de que no se perdieran, si tenían la ocasión de presenciarlo, el más maravilloso de los espectáculos que un mortal puede gozar en esa ciudad: ver caer la nieve en el interior del Panteón... Yo no lo he visto, pero espero hacerlo algún día. En cada una de las ocasiones en que he visitado Roma, me he dejado muchas cosas por ver. Así, siempre tendré una excusa para volver... La próxima tengo claro que me gustaría pasar una noche entera de verano deambulando por el Trastévere con mi mujer.  
Hoy quiero traer al blog una nueva crónica sobre Roma, en esta ocasión, publicada hace pocos días en el diario El País por el novelista español Pedro Jesús Fernández bajo el título de "Romance español en Roma", que no es otra cosa, como digo en la cabecera de la entrada, que un recorrido sentimental por la Roma española. Por las plazas, calles, edificios, estatuas, fuentes, palacios y lugares de la ciudad de Roma vinculados por la fuerza del tiempo a esa otra vieja tierra que es España y a sus gentes. 
Un recorrido que comienza hace más de veinte siglos en la octava colina romana, el monte Testaccio, conformado por los restos de los millones de ánforas que durante centenas de años llegaron a Roma trayendo el vino y el aceite de sus provincias de Hispania; sigue por la piazza Navona, con sus edificios poblados de conchas de Santiago y castillos y leones; o por el palazzo Borghese, la residencia de Paulina Bonaparte, que fue sede de la embajada de la República Española ante Italia; o por la piazza Fameta, por donde deambula aun hoy Aldonza, la lozana andaluza de Francisco Delicado. Pero también por el palazzo di Spagna, en la plaza homónima, quizá, o sin quizá, la plaza más famosa de Roma, en la que está desde 1647 la embajada más antigua del mundo: la de España ante la Santa Sede, plaza que fue durante siglos de jurisdicción española. O por Villa Medici y sus jardines, magistralmente retratados por Velázquez, y en donde también pintó su "Venus del espejo" y el que está considerado el mejor retrato de la historia de la pintura universal, el del papa Inocencio X. Y porqué no, gozando del "Extasis" de nuestra Teresa de Jesús, la sensual escultura de Bernini en la pequeña iglesita de Santa Maria della Vittoria; o si de iglesias hablamos la basílica de Santa Maria Maggiore, la más hermosa de Roma, cuyo techo está fabricado gracias a la primera remesa de oro que España trajo de América. O el castel de Sant'Angelo, la más majestuosa tumba del mundo, mandado construir por el emperador Adriano, originario de Itálica, en la provincia hispana de la Bética. 
Y más cosas, muchas más cosas, lugares e historias que no quiero revelarles para así animarles a hacer conmigo, de nuevo o por vez primera, este emocionado y emocionante recorrido sentimental por las huellas que España y los españoles dejaron en Roma a lo largo de los siglos. Comprenderán ahora porqué siempre que viajo a Roma me dejo a propósito cosas y lugares por ver...
Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt