domingo, 5 de noviembre de 2023

De lo correcto como imperativo moral

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura para hoy, del escritor Alberto Manguel, va de lo correcto como imperativo moral. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







Homero en la franja de Gaza
ALBERTO MANGUEL - El País
01 nov 2023 - harendt.blogspot.com

La villanía que me enseñáis, la emprenderé, y será duro, pero superaré la enseñanza.
W. Shakespeare (El mercader de Venecia; acto III, escena I)
El domingo 15 de octubre, en Chicago, un hombre apuñaló a un niño de seis años e hirió gravemente a la madre del niño porque eran musulmanes. Las autoridades declararon que el ataque fue motivado por los hechos acontecidos en Israel y Gaza. Ese mismo día, António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, declaró: “En este dramático momento, cuando nos encontramos al borde del abismo en Oriente Próximo, es mi deber como secretario general de las Naciones Unidas hacer dos enérgicos llamamientos humanitarios. A Hamás, la liberación inmediata e incondicional de los rehenes. A Israel, la concesión de un acceso rápido y sin trabas a la ayuda humanitaria para hacer llegar los suministros y trabajadores humanitarios para ayudar a los civiles de Gaza. Cada uno de estos dos objetivos es válido en sí mismo. No deben convertirse en moneda de cambio y deben aplicarse simplemente porque es lo correcto”.
Lo correcto: este es el imperativo moral básico, ahora y siempre. Como sabemos desde la noche de los tiempos, la guerra trae sufrimiento a todos causado por un odio ciego hacia el otro y la sed de venganza. En la guerra, ambos bandos lanzan el grito amoral que le espetó a Unamuno el general Millán-Astray, fundador de la Legión: “¡Viva la muerte!”. En ello radica nuestro suicidio colectivo.
En medio de tanta irracionalidad, no hay soluciones prácticas. La literatura, sin embargo, podría ofrecer un ejemplo redentor. La Ilíada comienza notoriamente reconociendo la ira que alimenta la violencia asesina: “Mênin aeide, théa, Peleiadeo Achilleos”. “Canta, oh diosa, la ira de Peleo Aquiles” es una versión más o menos literal del primer verso del poema. Pero, ¿qué quería decir Homero con estas palabras?
Como lectores, sabemos que podemos intuir el significado de una verdad poética, por antigua que sea. Por ejemplo, en 1990, el Ministerio de Cultura colombiano creó un sistema de bibliotecas itinerantes para llevar libros a los habitantes de regiones rurales lejanas. Para ello, se transportaban a lomos de burros hasta la selva y la sierra sacos de libros con bolsillos de gran capacidad. Allí dejaban los libros durante varias semanas en manos de un maestro o anciano del pueblo que se convertía, de facto, en el bibliotecario encargado. La mayoría de los libros eran obras técnicas, manuales de agricultura, colecciones de patrones de costura y similares, pero también se incluían algunas obras literarias. Según un bibliotecario, los libros siempre estaban a buen recaudo. “Conozco un solo caso en el que no se haya devuelto un libro”, afirma. “Nos habíamos llevado, junto con los títulos prácticos habituales, una traducción al español de la Ilíada. Cuando llegó el momento de cambiar el libro, los aldeanos se negaron a devolverlo. Decidimos regalárselo, pero les preguntamos por qué deseaban conservar ese título en particular. Nos explicaron que la historia de Homero reflejaba la suya propia: hablaba de un país asolado por la guerra en el que dioses locos se mezclan con hombres y mujeres que nunca saben exactamente en qué consiste la lucha, ni cuándo serán felices, ni por qué los matarán”.
Quizá la Ilíada, un poema sobre los horrores y el sufrimiento de la guerra, pueda ofrecer unas palabras en respuesta a la súplica de António Guterres. En el libro final de la Ilíada, Aquiles, que ha asesinado a Héctor, quien a su vez ha asesinado a Patroclo, el querido amigo de Aquiles, acepta recibir al padre de Héctor, el rey Príamo, que viene a pedir que le permitan recuperar el cuerpo de su hijo. Es una de las escenas más conmovedoras e impactantes que conozco. De pronto, no hay diferencia entre víctima y vencedor, entre viejo y joven, entre padre e hijo. Las palabras de Príamo despiertan en Aquiles “un profundo deseo de llorar por su propio padre”, y con gran ternura aparta la mano que el anciano ha tendido para llevar a sus labios las manos del asesino de su hijo:
“Y dominados por el recuerdo
ambos hombres se entregaron al dolor. Príamo lloró
por su hijo Héctor, palpitante y vencido
a los pies de Aquiles, mientras Aquiles lloraba,
ahora por su padre, ahora nuevamente por Patroclo,
y los sollozos de ambos podían oírse por todo el recinto”.
Por último, Aquiles le dice a Príamo que ambos deben “dejar abatir sus penas en sus propios corazones”. Para Aquiles, y para Príamo, y para los campesinos colombianos, y para las víctimas de ambos lados de la tragedia de Israel y Gaza, esto podría ser, por ínfimo que sea, un consuelo.































[ARCHIVO DEL BLOG] Banalizaciones. [Publicada el 23/03/2019]













Ser acusado de fascista o de ser de ultraderecha es algo muy serio como para utilizarlo a la ligera, escribe Ignacio Urquizu, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid y diputado socialista en el Congreso, pero tan grave resulta eso como pensar que los episodios históricos del fascismo tampoco estaban tan mal. 
Con la entrada en el Parlamento andaluz de Vox, comienza diciendo Urquizu, en estas semanas hemos leído numerosos textos y escuchado múltiples análisis donde se trata de saber por qué hay gente dispuesta a votar a un partido de extrema derecha populista. Se han recurrido a estadísticas, casos particulares y numerosas teorías. Casi todas ellas tienen una parte de verdad, puesto que ningún fenómeno social es el resultado de un solo factor. La realidad siempre tiene múltiples causas, aunque algunas son más importantes que otras. Pero al margen de todas estas razones, me gustaría exponer un argumento que es compartido por casi todas esas personas que pueden estar pensando en estos momentos en subirse al carro de Vox: la banalización de la extrema derecha.
Hannah Arendt, en Eichmann en Jerusalén, se hace la misma pregunta que muchos analistas se hacen estos días: ¿por qué personas de nuestra vida cotidiana pueden acabar apoyando una opción heredera del fascismo? La respuesta de Arendt se resume en un concepto: la banalidad del mal. Eichmann, quien fue condenado por su colaboración con el régimen nazi, nunca pensó que lo que hacía era incorrecto. Y es que este militar alemán no era un monstruo o un psicópata. Más bien su colaboración con el fascismo la realizó sin medir las consecuencias de sus actos e integrándola dentro de la normalidad.
En España, desde hace mucho tiempo, la idea de extrema derecha se ha banalizado por las diferentes corrientes ideológicas. Lo resumiré en dos ejemplos que engloban tanto a la izquierda como a la derecha. Cuando estaba en la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense, uno podía ser acusado de fascista con mucha facilidad por el grupo dominante: la extrema izquierda. Recuerdo cómo una tarde, una persona que hoy es un dirigente destacado de Ahora Madrid decidió arrancar un cartel de la pared que anunciaba unos actos religiosos. Un compañero de clase, de tendencia más bien liberal, le afeó esa actitud. Acto seguido, mi amigo fue acusado a gritos de fascista. Muchas de nuestras discusiones en clase o en la cafetería incluían ese término con demasiada ligereza. Hay una parte de la extrema izquierda que ha utilizado tanto este vocablo que ha logrado vaciarlo de contenido.
Pero si nos vamos al otro extremo del arco ideológico, encontramos un comportamiento similar de banalización. En gente conservadora de mi generación es común escuchar el siguiente juicio de valor que debe haber sido transmitido por sus padres, puesto que ellos no conocieron la dictadura franquista: “Con Franco no se vivía tan mal, había trabajo y más seguridad que ahora”. En el año 2008, el Centro de Investigaciones Sociológicas realizó una encuesta sobre la memoria de la Guerra Civil y el franquismo. En ella vemos que casi el 60% de los españoles afirmaba estar de acuerdo con que la dictadura tuvo cosas buenas y cosas malas, mientras que solo el 25% mostraba su desacuerdo con esta afirmación. Pero entre los ciudadanos que se ubican en la derecha de la escala ideológica, estos porcentajes son del 83% frente al 7,5%. Por lo tanto, no existe un juicio de condena contundente del franquismo, especialmente entre los conservadores, sino que nos encontramos con algunas opiniones ciudadanas más bien indulgentes. Pensar que el franquismo llegó a tener cosas buenas es una forma de “blanquearlo”, cuando aquello fue una dictadura cruel y terrible que condenó a nuestro país a 40 años de atraso.
Pero esta banalización no es solo una cosa de la ciudadanía, sino que también ha llegado al arco parlamentario. El pasado 20 de noviembre, el diputado Joan Tardà subió a la tribuna del Congreso y de forma solemne afirmó que cada vez que un diputado de Ciudadanos les llamase golpistas, ellos les responderían con fascistas. Son dos acusaciones muy graves que en cualquier democracia sería motivo de preocupación y consternación. Pero en nuestra vida pública, de tanto utilizarlas, han adquirido un significado banal y vacuo, algo que perjudica notablemente a nuestro debate político.
La extrema derecha es algo muy serio. Representa un proyecto político autoritario que ataca la idea de ciudadanía al generar ciudadanos de primera y de segunda. Además, confronta con la idea de cosmopolitismo y defiende un repliegue sobre nuestras propias fronteras, cuestionando cualquier mezcla con el exterior. Estamos, por lo tanto, ante un proyecto xenófobo, machista y homófobo con pulsiones autoritarias. La extrema derecha no solo es un retroceso en un modelo de sociedad que nos ha costado mucho construir, sino que además es un ataque directo a valores como la tolerancia, la igualdad y la libertad.
Viendo lo sucedido en otras democracias, esta amenaza ya es real. Combatirlo es tarea de todos los demócratas y no lo lograremos si banalizamos lo que representa. Ser acusado de fascista o de extrema derecha es algo muy serio como para utilizarlo a la ligera. Pero tan grave es eso como pensar que los episodios históricos del fascismo tampoco estaban tan mal. Entre unos y otros se ha banalizado el concepto y quizás por ello muchas personas de nuestra vida cotidiana, con las que podemos tomar un café o comer en la mesa de al lado, pueden estar planteándose hoy apoyar a Vox. Quizás ellos interpreten que su apoyo a la extrema derecha no es más que un desahogo, una forma de externalizar su enfado o su hastío y un mecanismo para mandar una señal al resto de formaciones políticas. Pero no acaban de percibir que es un grave problema para nuestra democracia. Por ello, la tarea de los demócratas es mostrar de forma seria y rigurosa la amenaza que supone la extrema derecha: cada vez que ha tenido la oportunidad de alcanzar el poder, los resultados han sido catastróficos para la sociedad.
En definitiva, tenemos una dura tarea por delante: mostrar el verdadero rostro de la extrema derecha. Su peligro no es solo lo que dicen, sino sobre todo lo que no dicen. Más preocupante que los folios del acuerdo entre PP y Vox, es lo que han hablado sin ponerlo por escrito. En consecuencia, que en pleno siglo XXI nos encontremos con formaciones políticas que han pactado con la derecha extrema y populista, deberían hacer saltar todas las señales de alarma, tal y como está sucediendo en muchos países europeos. Lo que nos estamos jugando es algo muy serio como para insistir en esta banalización. La ciudadanía debe tomar conciencia de qué representa Vox y en esta tarea los representantes políticos tenemos un papel muy importante. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













sábado, 4 de noviembre de 2023

Del dolor de la adolescencia

 






Adolescencia analógica o digital, te va a dar igual
NURIA LABARI - El País
04 NOV 2023 - harendt

Define con una palabra tu adolescencia. La pregunta la lanzaba esta semana la cuenta Freeda a su millón y medio de seguidores en Instagram. Y ha recibido 2.500 respuestas, la mayoría repetidas hasta la saciedad. “Depresión, infierno, ansiedad, inseguridad, TCA, incomprensión, autodestrucción, desorientación, complejos, frustración, llanto, soledad, bullying, caos, abandono, trauma, vacío…”. Por cada 20 palabras dolientes aparece algún “kalimotxo” despistado. También se cuela la palabra “libre” y muchas menos el adjetivo “feliz” entre las respuestas. Leerlas me ha recordado lo dolorosa que ha sido siempre la adolescencia, también cuando era analógica. Y me ha hecho reflexionar sobre cómo los adultos nos hemos convertido en expertos en sentenciar el gran problema de los adolescentes y hemos dimitido de la responsabilidad de acompañarlos en el padecimiento de sus dificultades.
El gran problema, claro, es el móvil. O internet o las redes sociales, como prefieran. Sobre eso existe un amplio consenso adulto. Es decir, la gran dificultad de los jóvenes es precisamente su cultura. ¿Y cuál es la solución que proponemos? Pues, básicamente, exigir que se desconecten, que no tengan dispositivos o limiten su uso. Y por el camino olvidamos que el problema de la adolescencia ha sido y sigue siendo el dolor. Y la solución que los adultos podemos (y debemos) ofrecer es el acompañamiento como forma de consuelo. Con esto no quiero decir que el móvil sea un dispositivo inocuo. Al contrario, lo vuelve todo más difícil. La relación con el propio cuerpo, con la comida, con la ropa, con el éxito, con el sexo, con el canon de belleza, con el deporte… Hasta estudiar es más complicado con una capacidad de atención mermada por culpa de la tecnología. Pero los adultos (sobre)protectores estamos tan agobiados con el cambio tecnológico que nos hemos olvidado de que la cultura, como la identidad, no se puede arrancar. Y que el origen del dolor no es otro que la propia vida.
Hace unos meses formé parte de un programa de la Fundación Manantial donde trabajamos la relación entre salud mental y tecnología con chavales de distintos institutos de la Comunidad de Madrid. En uno de los grupos, el del instituto público Menéndez Pelayo (Getafe), preguntamos al alumnado por sus miedos. Y a pesar de llevar varias jornadas formándose sobre los riesgos de la tecnología, resultó que sus terrores no pasaban por su smartphone. De nuevo, las respuestas se repetían. “Miedo a hacer daño, a que me hagan daño, a no sentirme suficiente, a no ser feliz, a no gustar, a que me ignoren, a no conseguirlo, a perder la ilusión, a que me dejen, a que me engañen, a la Universidad, a sentirme sola”, declararon. Estoy convencida de que si aquel día hubiera metido en otra habitación a las madres y padres de ese mismo grupo y les hubiera preguntado por los miedos que tenían sobre sus hijas e hijos, no habrían coincidido en nada.
Madres y padres presumimos de lo tarde que damos tal o cual dispositivo a nuestros retoños, pero aumentar el tiempo de presencia y escucha a los adolescentes expuestos a la tecnología no forma parte de la fallida terapia colectiva y coercitiva. Nuestros adolescentes están tristes, solos y a menudo en peligro. Pero nosotros, los analógicos, tampoco fuimos felices. Y ese dolor compartido nos acerca más de lo que nos aleja cualquier dispositivo. Decimos que son de cristal, pero olvidamos con frecuencia que están a punto de romperse. Por eso, si tiene alguno cerca, no juzgue, no compare, no piense que su adolescencia fue mejor y escúchelo. Nuria Labari es escritora.












Del odio

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura para hoy, del poeta Luis García Montero, va del odio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








El odio
LUIS GARCÍA MONTERO - El País
30 OCT 2023 - harendt.blogspot.com

Hace unas semanas confesaba en esta columna que me gustaría ser presidente de Gobierno. Después de comprobar cómo se agitan los debates sobre la investidura del próximo presidente y las declaraciones de algunos opositores, me animo hoy a confesar lo que nunca estaría dispuesto a hacer para llegar a presidente. Es bueno negociar y acordar un marco de convivencia, y hacer público un programa de gobierno que ilumine el futuro, pero resulta muy triste, penoso, indecente, oscurecer la realidad con mentiras y utilizar el miedo para alentar el odio contra los seres humanos. No es aceptable, por ejemplo, falsificar los datos para convertir a los migrantes en violadores y terroristas. No dicen eso los documentos sobre el crimen en España.
La llegada de pateras a nuestras costas debe hacernos pensar en la necesidad de una política europea o en la verdad de la pobreza en el mundo, pero no podemos decir o sugerir que se van a llenar de criminales sueltos las paradas de autobús y los colegios. Adán y Eva merecen respeto. La cultura política creó el concepto de ciudadanía para dignificar la condición de las personas. Por eso no debe utilizarse para degradar la verdad y cancelar los derechos humanos. Se pasa de los secretos de Estado a las ruidosas mentiras del odio.
Y no estaría dispuesto a llegar a ser presidente a través del odio, porque una vez ocupado el cargo algunas de mis decisiones podrían desembocar en la barbarie. ¿Se imaginan convertir las residencias de ancianos en campos de exterminio, negándoles a los médicos el cuidado de los enfermos? Pasaría así de las mentiras del odio a las órdenes crueles. Que un político llegue a esos extremos sólo es comparable con el individuo que se ordena sacerdote para servir a Dios y acaba violando a niños y utilizando la sotana para ocultar la violencia sin límites de su desnudo pecaminoso.