jueves, 14 de mayo de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] Wikipedia. Publicada el 28 de noviembre de 2009







Hace unas semanas acompañé a mi hija Ruth y su marido, Ramón, al inicio de sus cursos respectivos en Lengua y Literatura española y Derecho en la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en Las Palmas. Fue un emotivo reencuentro con mi Universidad, por la que hacía varios años que no pasaba y que me dio ocasión para saludar a "viejos" profesores amigos. En la presentación del Curso 2009-2010 a los nuevos alumnos, uno de esos "viejos" amigos, profesor titular en la Universidad de Las Palmas de Derecho Romano y coordinador de los estudios de Derecho y profesor-tutor en el centro asociado de la UNED, les dijo a modo de introducción: "Las fuentes del Derecho son (según el artículo 1.1 del Código Civil) la ley, la costumbre y los principios generales del Derecho, y ahora, además, la Wikipedia". Lo dijo en broma, supongo, pero estaba corroborando de manera implícita una opinión generalizada: la de que hoy por hoy, la Wikipedia, la enciclopedia universal en línea, es un instrumento de información utilísimo e imprescindible. ¿Qué tiene imperfecciones y presenta errores? Por supuesto que sí, pero si no la sacralizamos y aprendemos a movernos a través de los datos que nos facilita de manera casi instantánea, separando lo que contiene de "información", "opinión" y "fuentes", su utilidad es manifiesta. Un consejo, lean el artículo de que se trate hasta el final, accedan a los vínculos electrónicos que estimen de interés de entre los que aparezcan en pantalla, y muy especialmente, visiten las fuentes de referencia que se citan al final de cada uno de sus artículos. Y ya me contarán después. Prueben con cualquier tema que se les ocurra y búsquenlo en Google, por ejemplo, y abran el enlace que venga referenciado a Wikipedia: Obama, Al-Qaeda, Homer Simpson, F.C. Barcelona, Cambio climático, Natación sincronizada, Dios, o Derecho Romano, porque no...

Revista de Libros, en su número de noviembre, le ha dedicado uno de sus artículos de cabecera, titulado "Planeta Wikipedia", que pueden leer en el enlace anterior, escrito por el profesor de Ciencia Política de la Universidad de Málaga, Manuel Arias Maldonado. Es una historia exhaustiva e interesantísima de los orígenes, fundación, desarrollo, expansión, ¿y crisis de crecimiento? de Wikipedia. Y de sus posibilidades y problemas. Espero que lo disfruten. HArendt



El profesor Manuel Arias Maldonado



La reproducción de artículos firmados en este blog por otras personas no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[SONRÍA, POR FAVOR] Es jueves, 14 de mayo





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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miércoles, 13 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Partitocracia






Si los partidos se deben a la ciudadanía en general, afirma en el A vuelapluma de hoy [La partitocracia. ABC, 4/5/2020] José Manuel Otero Lastres, jurista, académico electo de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, convendría que dejasen de atender a sus propias necesidades profesionales y que tuviesen en cuenta que su previsión constitucional es para articular la participación política con vistas a la defensa de la voluntad popular y el aseguramiento de la convivencia democrática conforme a un orden económico y social justo. 

"Si alguien acude al Diccionario de la RAE en busca del significado de «partitocracia», comienza diciendo Otero Lastres, se encontrará con que dicha palabra no figura entre las 80.000 que lo forman. ¿Quiere decir que no existe? Evidentemente, no. Nos dirán oficialmente que la razón de su no inclusión en el Diccionario es que no es una palabra de uso común extendido en un ámbito representativo. Y puede que tengan razón. Pero tengo para mí que el verdadero motivo es que a «partitocracia» no le gusta que hablen de ella, prefiere pasar inadvertida por temor a que llegue a saberse lo que significa y qué se esconde tras ella.

A poco que se tenga un mínimo de intuición se advertirá que se trata de un término que conjuga dos palabras «parti» (alusiva a los partidos políticos) y «cratos» (que refiere a «poder»). De tal suerte que hablar de «partitocracia» viene a significar el «poder de los partidos políticos»; o dicho con mayor rigor que el poder democrático ha acabado acumulándose en los partidos políticos.
Así las cosas, lo primero que hay que preguntarse es si es esto lo que establece la Constitución, si nuestra Carta Magna nació con el designio de que el poder en el sistema democrático descansase por entero en los partidos políticos.

El artículo 6 de la Constitución dispone que «los partidos políticos expresan el pluralismo político, concurren a la formación y manifestación de la voluntad popular y son instrumento fundamental para la participación política. Su creación y el ejercicio de su actividad son libres dentro del respeto a la Constitución y a la ley. Su estructura interna y funcionamiento deberán ser democráticos». La lectura de este precepto advierte de que de las dos grandes fórmulas de articular la participación ciudadana, la democracia directa y la democracia representativa, nuestra Ley de Leyes optó por esta última. Los ciudadanos eligen a sus representantes en las dos Cámaras, y los diputados invisten al presidente del Ejecutivo.

Pues bien, creo no exagerar ni un ápice si digo que la puesta en práctica del sistema diseñado en nuestra Constitución se ha traducido a lo largo de estos años en una concentración formidable del poder democrático en los partidos políticos que se han hecho señores y dueños de la actividad política. Es verdad que en nuestra Constitución hay división de poderes y que, en consecuencia, cada poder tiene su propio ámbito competencial y de actuación. Pero no lo es menos que las personas titulares de esos poderes provienen, si no en su totalidad, sí en una parte claramente mayoritaria, de las decisiones de los partidos. Es el partido el que confecciona las listas, que además son cerradas, para concurrir a las elecciones, sean generales, autonómicas y municipales; son los partidos los que determinan el candidato que va a ser investido presidente del Gobierno y de los demás gobiernos locales; y son los partidos, aunque aquí su influencia no es absoluta como en los otros dos poderes, los que se reparten el Consejo del Poder Judicial e influyen en la designación de los magistrados de los más altos tribunales.

¿Deseaba el legislador constitucional que acumularan tanto poder los partidos políticos cuando habló de su función de concurrir a la formación y manifestación de la voluntad popular? ¿Quería eso mismo cuando los configuró como instrumentos fundamentales para la participación política? ¿Responden en su funcionamiento a los principios democráticos? No soy un experto en Derecho Constitucional, pero me temo que no.

En tanto que asociaciones de personas, los partidos tienen que descansar en unos órganos permanentes que articulan sus actuaciones en los distintos ámbitos de la política. Lo que tal vez nunca imaginó el Constituyente fue que la actividad política se iba a profesionalizar progresivamente. Y no solo en un partido político, sino en todos. Por eso, en todo lo que sea crear nuevas oportunidades políticas profesionales (idear nuevos puestos y cargos) y mantener abiertos los ya existentes, el interés de todos los partidos es coincidente. Razón por la cual sus conductas serán siempre en esos puntos conscientemente paralelas, porque de lo que hoy dispones tú, cuando se produzca la esperada alternancia en el poder, lo disfrutaré yo.

De suerte que quienes no participan en la generación de la riqueza, sino solo en su administración y tienen por misión gestionar los intereses de la generalidad, de lo que cuidan por encima de todo es de su profesión, pues en eso se ha convertido la política para gran parte de los que viven durante años de practicarla. Y esto no es defender los intereses generales de la ciudadanía, sino actuar corporativamente en defensa de sus intereses profesionales de grupo.

Hay como una especie de defensa del gremio «político» por encima del sagrado interés del pueblo. Por eso, se entiende que casi nunca el que esté en el poder, y sea del partido que sea, tome decisiones que perjudiquen al «gremio» en su conjunto, como por ejemplo, reducir el número de los políticos profesionalmente ocupados en los puestos de diputados, senadores, parlamentarios autonómicos, etcétera.

Lo malo de todo lo que antecede es que son ellos, como profesión, los que tienen el poder. Y, en consecuencia, tienen bajo control todas las medidas que pueden beneficiar o perjudicar al «gremio». En los años que llevamos de democracia, hemos visto tanto que actúan por unanimidad para subirse los sueldos y mejorar los privilegios inherentes al cargo, como rechazar cualquier medida perjudicial para el «gremio», como cuando hubo intentos por reducir los puestos en los parlamentos autonómicos.

Si los partidos se deben a los votantes, simpatizantes, militantes, dirigentes y, por encima de todos, a la ciudadanía en general, convendría que dejasen de atender a sus propias necesidades profesionales y que tuviesen en cuenta, y cada vez más, que su previsión constitucional es para articular la participación política con vistas a la defensa de la voluntad popular y el aseguramiento de la convivencia democrática conforme a un orden económico y social justo. No para convertirse en un conjunto de personas que ejercen un empleo duradero en el ámbito del poder político".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 





La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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[TEORÍA POLÍTICA] El populismo como voluntad y representación





"En los últimos años, escribe el historiador cubano residente en México Rafael Rojas  [El populismo como voluntad y representación. Letras Libres, 1/2/2020],  la proliferación planetaria de regímenes populistas, de derecha o izquierda, ha ayudado a comprender que el populismo no es, en la mayoría de los casos, una negación sino un uso de la democracia. Estudios como los de Federico Finchelstein, Jan-Werner Müller, Steven Levitsky y Daniel Ziblatt han cuestionado el peligroso error de percepción que supone la antinomia entre populismo y democracia. Aun así, poderosas corrientes de opinión, impermeables a las ciencias sociales y el pensamiento crítico más actualizado, persisten en identificar el populismo con el fascismo o el comunismo.

La peligrosidad de esos equívocos reside, fundamentalmente, en el desarrollo de estrategias de contención que apelan a una deslegitimación del populismo, en tanto “enemigo de la democracia”, similar a la del viejo liberalismo antitotalitario. En otro libro que sumar a la nueva biblioteca del populismo, la teórica de la Universidad de Columbia Nadia Urbinati agrega que enfrentar el populismo como un totalitarismo supone el riesgo de contraponer a “democracias iliberales”, como las llama Levitsky, liberalismos autoritarios. En la derecha latinoamericana contemporánea esa es una pifia recurrente; en la izquierda, un artilugio retórico.

En Me the people, Urbinati argumenta que, con frecuencia, el populismo es utilizado en el debate académico y político como un término “polémico” antes que como una categoría “analítica”. La autora propone elegir la segunda vía, lo que supone aceptar que los populismos son “proyectos de gobierno” que pueden transformar los tres pilares de la democracia representativa moderna: la soberanía popular, el principio de la mayoría y la representación política. Si la alteración afecta a los tres pilares a la vez, en un alto grado de profundidad, puede producirse ya no una “reconfiguración” sino una “desfiguración” de la democracia representativa.

Urbinati observa que el ascenso de los populismos en el siglo XXI ha cuestionado algunos estereotipos propios del triunfalismo liberal que siguió a la caída del muro de Berlín en 1989. A diferencia de aquellos años, hoy es evidente que el populismo puede emerger lo mismo en Washington, Londres o París que en Budapest, Caracas o Brasilia. En el siglo XXI el populismo carece de una geografía asociable a un mayor o menor nivel de desarrollo de la democracia. Y, sin embargo, cada populismo es diferente, ya que su identidad proviene de la alteración específica que produzca en el sistema representativo previo.

A nivel discursivo, todos los populismos gravitan en torno a la exaltación de un pueblo originario y homogéneo. Ese desplazamiento del ciudadano por el pueblo actúa sobre el sistema representativo de distintas maneras. Una, muy recurrente, es el uso indiscriminado de ejercicios plebiscitarios que, a la vez que contribuyen a la polarización, desplazan el proceso legislativo consuetudinario y simplifican las alternativas políticas. Urbinati no niega la pertinencia de los ejercicios de democracia directa, pero llama la atención sobre los inconvenientes de su abuso.

En algunos populismos constitucionales la reconfiguración del sistema representativo va unida a la creación de asambleas nacionales o entidades unicamerales que, de por sí, facilitan la subordinación al poder ejecutivo. En esta y otras dimensiones, como la reactivación de los resortes patrióticos del discurso político, el populismo abreva en la tradición republicana clásica pero, por lo general, la conecta con un caudillismo –bonapartismo o cesarismo se les llamaba en el siglo XIX–, que en América Latina, con Rosas en Argentina o Santa Anna en México, fue en buena medida su negación.

Urbinati insiste en que el cesarismo no tiene como único objetivo desplazar al ciudadano por la masa, en tanto sujeto jurídico, sino sustituir la democracia de los partidos políticos y las asociaciones civiles por una “democracia del pueblo”. Dado que, en la mayoría de los casos, un régimen populista coexiste con parlamentos de origen electoral partidista, el líder apela constantemente a la voluntad general por medio de la opinión pública. En vez de contrarrestar la parte con el todo, esa práctica genera una mayor parcialización de la democracia, ya que quienes acaparan la representación son, por lo general, oligarquías leales al líder.

El voluntarismo populista, agrega Urbinati, superpone a las mayorías electas la mayoría del “pueblo verdadero”. Un pueblo que es, desde luego, una ficción, pero una ficción políticamente muy funcional, que permite colocar la autoridad del líder más allá de su propio partido o movimiento. No es raro que, eventualmente, el caudillo populista entre en contradicción con su partido o denuncie la burocratización u oligarquización de su movimiento. Esa recomposición de la élite del poder forma parte de lo que Urbinati define como el tránsito de un impulso “antiestablishment” a una deriva “antipolítica”.

Sin embargo, esta filósofa política no ignora que en el siglo XXI las formas democráticas se han vuelto indispensables para la estabilidad de los regímenes populistas. El papel de la comunidad internacional es decisivo para economías cada vez más conectadas a los circuitos financieros de la globalización. De ahí que, a diferencia de la primera mitad del siglo XX, cuando los populismos tendían a economías autárquicas, los proyectos populistas del siglo XXI sean más cuidadosos con la superficie institucional de las democracias.

La práctica constante de ejercicios electorales y plebiscitarios o la proyección de una imagen de estabilidad son recursos que explotan líderes populistas como Vladímir Putin, Recep Tayyip Erdogan, Viktor Orbán y Nicolás Maduro. Esa construcción de narrativas sobre la legitimidad y el orden internos busca trasmitir confianza a los mercados para atraer inversiones y créditos y, a la vez, propiciar alianzas internacionales que los ayuden a sostenerse en el poder. El maquillaje de la imagen exterior, tan común en potencias globales como Estados Unidos o China, es otra modalidad de la desfiguración de la lógica representativa, ya que la nueva mayoría reafirma su lealtad al líder desde motivaciones geopolíticas".



El historiador Rafael Rojas



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es miércoles, 13 de mayo






El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...






















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martes, 12 de mayo de 2020

[A VUELAPLUMA] Narraciones



Fotograma de la serie de televisión Juego de Tronos


La lección que la historia comparte con la literatura, comenta en el A vuelapluma de hoy [Énfasis. El Periódico, 8/5/2020] la escritora y crítica literaria Care Santos, es la de que todo pasa, todo vuelve. Y para cuando todo vuelva, volverá a parecernos lo mejor, lo peor, lo más terrible, lo más gamberro o lo más impresionante.

"Tu historia es la mejor historia, comienza diciendo Santos, la más dramática, la más terrible, la más impresionante que ha ocurrido jamás. O tal vez no. Tal vez como la tuya hay muchas. Y las hay peores, mejores, más hermosas, más intensas, más brutales, más impresionantes. Ocurren todos los días, semanas, meses, años, décadas, centurias. Seguirán ocurriendo. Nada hay nuevo bajo el sol. Todo está escrito.  La historia se repite. Tu maravillosa historia de amor, tu desaforada tragedia, tu horripilante enfermedad, tu portentoso descubrimiento o esa excitante gamberrada que cometiste a los 30 años, todo eso ya lo habían hecho otros, otras, en otro sitio, en el mismo sitio, en varios sitios al mismo tiempo, en todas partes.

Sin embargo, cada vez que ocurre sentimos que es la peor, la mejor, la más hermosa, la más terrible, la más gamberra, la más sorprendente de las historias. Nos sentimos únicos en nuestra felicidad o en nuestra tragedia y, de inmediato, comenzamos a exagerar, a añadirle énfasis, épica, dramatismo o alarmismo (táchese lo que no proceda) a lo ocurrido. Comenzamos a narrar. Nos gusta creernos únicos, somos adictos al énfasis. A Shakespeare, a 'Juego de Tronos', a los programas de Ana Rosa o a los tangos, según nos dé. Decimos «Nada volverá a ser como antes». Decimos «Habrá un antes y un después». Decimos «Es lo peor que ha sufrido la humanidad». Decimos «Haremos historia».

Por todo eso se inventó la literatura. Toda la literatura, comenzando por el principio, por 'La Odisea'. Todo el que va a alguna parte piensa que su viaje fue único. Todo el mundo cree que sus grandezas o sus miserias merecen ser contadas. Y escribimos memorias, autobiografías, diarios, autoficción. Por lo mismo la vecina te suelta: «Si te contara mi vida podrías escribir una novela». Por lo mismo recibo mensajes de desconocidos que aseguran: «Tendrías que escribir mi vida».

La lección que la historia comparte con la literatura es: todo pasa, todo vuelve. Y para cuando todo vuelva, volverá a parecernos lo mejor, lo peor, lo más terrible, lo más gamberro o lo más impresionante que ha ocurrido jamás. Y así".


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados por otras personas en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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