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lunes, 26 de octubre de 2015

[De libros y lecturas] "Crisis de la república", de Hannah Arendt







Fue en 1990 cuando leí por vez primera "Crisis de la república", de la filósofa y teórica política estadounidense de origen alemán Hannah Arendt (1906-1975), en la edición de Taurus. Hoy termino de releeerla, gracias de nuevo a la inestimable colaboración de la Biblioteca Pública del Estado en Las Palmas, en la nueva edición, magnífica, de Trotta (2015). Los trabajos reunidos en "Crisis de la república", pertenecientes a la última etapa de la producción de Hannah Arendt (fueron escritos entre 1969 y 1972), son genuinos ensayos de comprensión que analizan asuntos controvertidos de la vida política en Estados Unidos en el periodo de distensión de la guerra fría, y en pleno auge de los movimientos pacifistas y de protesta de la rebelión estudiantil. Pero son ante todo una brillante reflexión sobre la formación del juicio en política, la capacidad de aprendizaje a partir de los acontecimientos y el sentido de la acción, eje central este de toda la concepción de la política en Hannah Arendt.

El libro, que no llega a las 190 páginas, se lee con enorme facilidad, pues está escrito con un lenguaje llano sin perder un ápice de su rigor conceptual ni crítico, reune cuatro estudios de Arendt publicados, como señalé anteriormente, entre 1969 y 1972. 

El primero de ellos, "La mentira en política. Reflexiones sobre los documentos del Pentágono", que se inicia con unas palabras del que fuera secretario de Defensa durante la presidencia de John F. Kennedy, Robert S. McNamara: "No es agradable contemplar a la mayor superpotencia del mundo, matando o hiriendo gravemente cada semana a millares de personas no combatientes mientras trata de someter a una nación pequeña y atrasada en una pugna cuya justificación es ásperamente discutida", constituye una meditación sobre el engaño, el autoengaño, la elaboración de imágenes, la ideologización y el apartamiento de los hechos como elementos que determinaron la gestión de la administración estadounidense en relación con la guerra de Vietnam.

El segundo de los ensayos está dedicado a la "Desobediencia civil", y en él, Arendt se hace cargo del tema de la relación moral del ciudadano con la ley en una sociedad de asentimiento. Con referencias a Sócrates y Thoreau, pero también a Locke, Montesquieu y Tocqueville, entra en el debate generado por el desafío a la autoridad establecida proponiendo entender la desobediencia civil en términos de asociaciones voluntarias o minorías organizadas, es decir, como grupos de protesta que gozan de legitimidad constitucional. Estudio que comienza intentando dar respuesta a la pregunta con que el Colegio de Abogados de la Ciudad de Nueva York: "¿Ha muerto la ley?", celebró el simposio de su centenario en 1970.

El tercero de los estudios recogidos en "Crisis de la república" lleva el título de "Sobre la violencia". Estudio (con XVIII anexos) que parte de la constatación, apenas advertida, dice la autora, de que cuanto más dudoso e incierto se ha tornado en las relaciones internacionales el instrumento de la violencia, más reputación y atractivo ha cobrado en los asuntos internos, especialmente en cuestiones de revolución, aportando una clarificadora distinción entre las nociones de poder, potencia, autoridad, fuerza y violencia, que no siempre son bien entendidas en sus justos términos. 

El cuarto y último de los capítulos del libro "Pensamientos sobre política y revolución. Un comentario", está basado en una famosa entrevista que Hannah Arendt concedió en el verano de 1970 (veinte años antes de la caída del Muro de Berlín) al escritor alemán Adelbert Reif. De toda esta larga entrevista he escogido un solo apartado, que me parece significativo de la insobornable independecia política del pensamiento de Arendt, que es aquel en el que el entrevistador le pregunta por las diferencias entre capitalismo y socialismo, y sobre, si en su opinión, existe alguna otra alternativa.

La pregunta exacta de Reif fue la siguiente: "Los filósofos y los historiadores marxistas, y no simplemente quienes son considerados como tales en el sentido estricto del término, opinan que en esta fase del desarrollo histórico de la humanidad hay dos alternativas posibles para el futuro: capitalismo y socialismo. ¿Existe en su opinión otra alternativa?".

No veo tales alternativas en la historia, responde Hannah Arendt; ni sé qué es lo que hay allí disponible. Vamos a dejar de hablar de temas tan altisonantes como el "desarrollo histórico de la humanidad": muy probablemente, añade, adoptará un giro que no corresponderá ni a uno ni a otro y esperemos que así sea para nuestra sorpresa. Pero examinemos históricamente por un momento, sigue diciendo, esas alternativas; con el capitalismo se inició, al fin y al cabo, un sistema económico que nadie había planeado ni previsto. Este sistema, como se sabe generalmente, debió su comienzo a un monstruoso proceso de expropiación como jamás había sucedido anteriormente en la historia en esta forma, es decir, sin conquista militar. Expropiación, continúa diciendo, como acumulación inicial de capital, que fue la ley conforme a la cual surgió el capitalismo y conforme a la cual avanzó paso a paso. No conozco lo que la gente imagina por socialismo, añade. Pero si se mira lo que sucedió en Rusia, puede advertirse que el proceso de expropiación fue llevado aún más lejos; y puede observarse que algo muy similar está sucediendo en los modernos países capitalistas donde parece que hubiera vuelto a desencadenarse el antiguo proceso de expropiación. ¿Qué son, se pregunta Arendt, la superimposición fiscal, la devaluación "de facto" de la moneda, la inflación unida la recesión, sino formas relativamente suaves de expropiación?

Solo que en los países occidentales, sigue diciendo, hay obstáculos políticos y legales que constantemente impiden que este proceso de expropiación alcance un punto en el que la vida sería completamente insoportable. En Rusia no existe, añade, desde luego, socialismo, sino socialismo de Estado, que es lo mismo que sería el capitalismo de Estado, es decir, la expropiación total, que sobreviene cuando han desaparecido todas las salvaguardias políticas y legales de la propiedad privada. En Rusia, por ejemplo, dice, ciertos grupos disfrutan de un muy elevado nivel de vida. Lo malo es solo que todo lo que tales gentes tienen a su disposición -vehículos, residencias campestres, muebles caros, coches con chófer, etc.- no es de su propiedad y cualquier día puede serles retirado por el gobierno. No hay allí, añade, un hombre tan rico que no pueda convertirse en mendigo de la noche a la mañana -y quedarse incluso sin el derecho al trabajo- en caso de conflicto con los poderes dominantes. (Un vistazo a la reciente literatura soviética, dice, donde se ha empezado a decir la verdad, atestiguará estas atroces consecuencias más reveladoras que todas las teorías económicas y políticas).

Todas nuestras experiencias, continúa diciendo, -a diferencia de las teorías y de las ideologías- nos dicen que el proceso de expropiación, que comenzó con la aparición del capitalismo, no se detiene en la expropiación de los medios de producción; solo las instituciones legales y políticas que sean independientes de las fuerzas económicas y de su automatismo, pueden controlar y refrenar las monstruosas potencialidades inherentes a este proceso. Tales controles políticos, añade, parecen funcionar mejor en los "Estados-nodriza" tanto si se denominan a sí mismos "socialistas" o "capitalistas". Lo que protege la libertad es la división entre el poder gubernamental y el económico, o, por decirlo en lenguaje de Marx, el hecho de que el Estado y su constitución no sean superestructuras.

Lo que nos protege en los llamados países capitalistas de Occidente, dice, no es el capitalismo, sino un sistema legal que impide que se hagan realidad los ensueños de la dirección de las grandes empresas de penetrar en la vida privada de sus empleados. Pero este empeño se torna realidad allí donde el gobierno se convierte a sí mismo en patrono. No es un secreto, continúa diciendo, que el sistema de investigación que sobre sus empleados realiza el gobierno americano no respeta la vida privada; el reciente apetito mostrado por algunos organismos gubernamentales de espiar en las casas particulares podría ser un intento del gobierno de tratar a todos los ciudadanos como aspirantes en potencia a funcionarios públicos. ¿Y qué es el espionaje sino una forma de expropiación?, se pregunta Arendt. El organismo gubernamental, sigue diciendo, se establece como un género de copropietario de las viviendas y de las casas de los ciudadanos. En Rusia, añade, no necesitan delicados micrófonos ocultos en las paredes; de cualquier manera hay un espía en la vivienda de cada ciudadano.

Si tuviera que juzgar esta evolución desde un punto de vista marxista, añade, diría: quizá la expropiación está en la verdadera naturaleza de la producción moderna, y el socialismo, como Marx creía, no es más que el resultado inevitable de la sociedad industrial iniciada por el capitalismo. Entonces, continúa diciendo, lo que interesa es saber lo que podemos hacer para mantener bajo control este proceso y evitar que degenere, con un nombre u otro, en las monstruosidades en que ha caído en el Este. En algunos países de los llamados "comunistas", añade, -en Yugoslavia, por ejemplo, pero incluso también en Alemania Oriental- ha habido intentos para sustraer la economía a la ingtervención del gobierno y descentralizarla, y se han realizado concesiones muy sustaciales para impedir las más horribles consecuencias del proceso de expropiación, que, afortunadamente, añade, también habían resultado ser muy insatisfactorias para la producción una vez que se había alcanzado un determinado grado de centralización y de esclavización de los trabajadores.

Fundamentalmente, continúa diciendo, se trata de saber cuánta propiedad y cuántos derechos podemos permitir poseer a una persona, incluso bajo las muy inhumanas condiciones de gran parte de la economía moderna. Pero nadie puede decirme, añade, que exista algo como la "propiedad de las fábricas" por parte de los trabajadores. Si usted reflexiona, le dice al entrevistador, durante un segundo advertirá que la propiedad colectiva constituye una contradicción en sus propios términos. Pertenencia es lo que yo tengo; propiedad se refiere a lo que es propio de mí por definición. Los medios de producción de otras personas no deberían desde luego pertenecerme. El peor propietario posible sería el gobierno, a menos que sus poderes en la esfera económica sean estrictamente controlados y frenados por una judicatura verdaderamente independiente. Nuestro problema en la actualidad, añade, no consiste en expropiar a los expropiadores sino, más bien, en lograr que las masas, desposeídas por la sociedad industrial en los sistemas capitalistas y socialistas, puedan recobrar la propiedad. Solo por esta razón, añade, ya es falsa la alternativa entre capitalismo y socialismo, no solo porque no existe en parte alguna en estado puro, sino porque lo que tenemos son gemelos, cada uno conn diferente sombrero.

Puede contemplarse toda la situación, sigue diciendo, desde una perspectiva diferente -la de los mismos oprimidos- , lo cual no mejora el resultado. En este caso uno debe decir que el capitalismo has destruído los patrimonios, las corporaciones, los gremios, toda la estructura de la sociedad feudal. Ha acabado con todos los grupos colectivos que constituían una protección para el individuo y su pertenencia, que le garantizaban un cierto resguardo, aunque no, desde luego, una completa seguridad. En su lugar, añade, puso "las clases", esencialmente solo dos: la de los explotadores y la de los explotados. La clase trabajadora, simplemente porque era una clase y un colectivo, proporcionó al individuo una cierta protección y más tarde, cuando aprendió a organizarse, luchó por conseguir, y obtuvo, considerables derechos para sí misma. La distinción principal hoy, añade, no es entre países socialistas y países capitalistas, sino entre países que respetan esos derechos, como por ejemplo, Suecia de un lado y Estados Unidos de otro, y los que no los respetan, como por ejemplo la España de Franco de un lado y la Rusia soviética de otro.

¿Que ha hecho entonces el socialismo o el comunismo, se pregunta, tomados en su forma más pura? Han destruído esta clase, sus instituciones, los sindicatos y los partidos de trabajadores, y sus derechos: convenios colectivos, huelgas, seguro de paro, seguridad social. En su lugar, estos regímenes han ofrecido la ilusión de que las fábricas eran propiedad de la clase trabajadora, que como clase había sido abolida, y la atroz mentira de que ya no existía el paro, mentira basada tan solo en la muy real inexistencia del seguro de paro. En esencia, concluye Hannah Arendt su respuesta, el socialismo ha continuado sencillamente y llevado a su extremo lo que el capitalismo comenzó. ¿Por qué iba a ser su remedio?, se pregunta...

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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lunes, 24 de agosto de 2015

[A vuelapluma] El radicalismo en política




Jeremy Corbin



En las sociedades democráticas modernas, por mal que funcionen, el radicalismo político es un callejón sin salida que conduce al suicidio político de quienes lo promueven. Pruebas recientes en Europa lo tenemos en el ejemplo de Syriza, en Grecia, y en España con Podemos, que tras su éxito en las últimas elecciones europeas de 2014 y su menos esplendoroso resultado en las locales de este año, ha reconducido su talante radical hacia el moderantismo, aunque le pierde, y mucho, la ausencia de un programa político definido con metas concretas y propuestas meditadas y razonables, un exceso de autocomplacencia en sus principios presuntamente éticos, y una crítica moralina de la clase política actual (la famosa casta) que no por merecida, parece sincera. 

Como es sabido, en política, "la mujer del César no solo tiene que ser honesta, sino parecerlo". Pero en todo caso, yo no voto a un partido para que me de clases ni me haga discursos de moral o de ética. De la primera, porque es un asunto privado; de la segunda, porque para eso tengo a Sócrates, Kant y algunos otros más modernos. Yo voto a un partido para que me resuelva mis pequeños problemas como ciudadano (y si es posible alguno de los grandes), actuando democráticamente, es decir, al servicio de los ciudadanos, de acuerdo con unos principios éticos muy sencillos: no matar, no robar, no mentir y no dañar al más débil. Todos los demás "radicalismos" me sobran.

Hace unos días discutía amablemente en el Facebook con unos amigos sobre el meteórico ascenso en las encuestas del diputado británico, Jeremy Corbyn, para hacerse con el liderazgo del centenario partido laborista. Todo gracias a un discurso bastante radical, que a mi juicio, si consigue hacerse con el control del partido, corre el riesgo de volverlo irrelevante en la ya de por sí conservadora sociedad británica. Hoy, en el diario El País, toca el asunto un prestigioso intelectual de izquierdas británico, el historiador Henry Kamen, en un interesante artículo titulado, precisamente, "El suicidio del Partido Laborista"

Dice Kamen que Karl Marx, que escribió sus grandes obras en el refugio del Museo Británico de Londres, se convirtió medio siglo más tarde en el principal elemento de desarrollo de las ideas socialistas en el Reino Unido, pero que como consecuencia del colapso del marxismo en toda Europa, el Partido Laborista acabó rechazando los principios marxistas convirtiéndose en lo que es hoy, un partido reformista al que la derrota sufrida por el laborismo en las elecciones generales celebradas el pasado mes de mayo, ha animado, al menos a algunos de sus cuadros, a reivindicar una vuelta a los principios clásicos del socialismo marxista.

El candidato favorito, sigue diciendo, parece ser por el momento el veterano parlamentario laborista Jeremy Corbyn, que cuenta con el apoyo declarado de algunos sindicatos y de muchos miembros del partido que han quedado decepcionados con el actual liderazgo existente. Sorprendentemente, añade, no tiene el apoyo de la mayoría de sus colegas en el Parlamento (¿la casta?), y ha sido el foco de ataque de todos los sectores de la prensa británica, que parece estar de acuerdo en que la victoria de Corbyn dará lugar a la extinción del Partido Laborista.

Corbyn, continúa diciendo Kamen, está promoviendo las ideas de estilo marxista que datan de una generación pasada. Admirador abierto de los líderes marxistas que actualmente controlan el Gobierno griego, como ellos Corbyn cree que la austeridad es un error y que el Estado debe aumentar su deuda si quiere ayudar a la gente. Según sus propias declaraciones públicas, apoya el sistema «universal y gratuito» de guarderías, la educación «universal y gratuita» hasta incluir la Universidad, un límite al nivel de alquileres que pagan los inquilinos, la retirada del país de la OTAN, una reducción de los gastos militares y la abolición de las armas nucleares, y la compra (es decir, la renacionalización) de toda la red ferroviaria británica y de todas las compañías de energía (electricidad, gas, etcétera). El gasto masivo que implicaría todo ello sería sufragado con un aumento de los impuestos sobre los «ricos» y sobre las empresas. Como es de imaginar, señala, las propuestas han causado la desesperación dentro del Partido Laborista, y la burla fuera de él. 

Los lectores españoles, dice, tal vez piensen que reconocen algunos de los síntomas del problema en Inglaterra, pero en ese caso se equivocan. En España, el electorado ha expresado sus preferencias sin ninguna preocupación por las ideas políticas. De hecho, algunos de los partidos que han ganado apoyos actualmente -especialmente Podemos- no tienen programa político reconocible en absoluto. Y la mayoría de los ciudadanos que votan a Artur Mas en Cataluña no tiene la más mínima idea de lo que son sus políticas. En Inglaterra, señala, la situación es muy diferente. Los votantes británicos están buscando ideas y emociones, y Jeremy Corbyn está ofreciéndoles ambas cosas. Sus ideas datan de hace un siglo, pero son las ideas reales que siempre han inspirado el movimiento de la clase trabajadora en el Reino Unido. 

No es un momento prometedor para el laborismo, concluye. El partido que llegó al poder en 1924 se está muriendo de sed en el desierto de la política, y resucitar las ideas de Karl Marx no puede ser el medio más eficaz para devolverlo a la vida. Dentro de unos pocos días sabremos si se ha decidido apoyar a Corbyn como líder. Pero, si eso sucede, podemos estar seguros de que el partido habrá cometido definitivamente su harakiri.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt




Henry Kamen




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miércoles, 3 de junio de 2015

[Pensamiento] Recuerdo, homenaje y crítica de Tony Judt




Tony Judt



Los lectores asiduos de Desde el trópico de Cáncer conocen ya sobradamente mi admiración por la obra y la persona del insigne historiador y profesor estadounidense de origen británico Tony Judt (1948-2010). Precisamente por el respeto que me merece su obra y su decidida defensa del pensamiento socialdemocráta como la mejor opción política posible frente a los desvaríos del noeliberalismo, por un lado, y los populismos de izquierda, por la banda contraria, no me duelen prendas en traer hasta el blog el artículo que en un reciente número de Revista de Libros, titulado "Tony Judt, el último socialdemócrata", publica el sociólogo español, Julio Aramberri, profesor en la Dongbei University of Finance and Economic en Dailan (China), cuyas críticas y comentarios, no exentos de ironía, gracejo y amenidad en su blog "Orientalismo", en Revista de Libros, sigo habitualmente con sumo interés.

En esta ocasión, Aramberri, crítico mordaz de los socialismos varios y de la izquierda en general, aprovecha la reciente publicación póstuma del libro de Judt titulado "Cuando los hechos cambian. Artículos, 1995-2010" (Taurus, Madrid, 2015), editado por la viuda del historiador estadounidense, para sin mengua de su respeto por la memoria del mismo, ajustar algunas cuentas con sus obras y con su defensa de la socialdemocracia.

Con este volumen editado y prologado por ella misma, Jennifer Homans, la viuda de Tony Judt, -dice Aramberri- se cierra la obra de Judt recogiendo trabajos que aún andaban desperdigados por varias publicaciones, en su mayoría en la prestigiosa The New York Review of Books, de la que Judt era un habitual. 

A lo largo de su obra, -continúa diciendo-, Judt se ocupó de numerosos temas de la historia reciente, todos ellos uncidos a una visión de conjunto o narrativa que giraba alrededor de la defensa del Estado de bienestar y la contribución de la socialdemocracia europea a la creación de la más alta forma de vida colectiva que haya existido y cuya sostenibilidad, cada vez más veteada por la incertidumbre, -ironiza- solo podía ser cuestionada con una dosis de mala fe. Los ensayos de este último volumen de Judt -añade- reiteran esa narración cada vez más difícil de mantener. 

Y todo lo que sigue a continuación por parte del profesor Julio Aramberri es una respetuosa pero acerada crítica, que no comparto, acerca de la coherencia del pensamiento político de Tony Judt.

Tony Judt, -cuenta Aramberri- falleció en 2010 a una edad relativamente temprana, sesenta y dos años, víctima del síndrome de "Lou Gehrig", una enfermedad que hace que los que la padecen pierdan de forma progresiva el control de sus motoneuronas, las células nerviosas que controlan los movimientos voluntarios, pero no el de las funciones cerebrales relacionadas con la sensibilidad y la inteligencia: es decir, son conscientes del deterioro que sufren sin poder hacer nada por remediarlo. Habitualmente el final llega por asfixia tras la pérdida de las funciones respiratorias. Una suerte de «condena sin redención posible», decía Judt de su enfermedad en un ensayo estremecedor aparecido en The New York Review of Book. Judt, un historiador notable, le plantó cara al síndrome hasta el último momento sin dar tregua a su trabajo para así jugarle otra pasada provisional a la muerte. 

Al final de su vida, el éxito había convertido a Judt en esa figura ante la que él sentía una intensa ambigüedad, la de intelectual público, y su muerte dio pie a la habitual ristra de obituarios y homenajes elogiosos o devotos de otros intelectuales de esa misma condición. Una de las escasas excepciones, -sigue diciendo el profesor Aramberri, fue el también historiador Eric Hobsbawm. Aviesamente, en el ensayo necrológico que le dedicó dejaba caer que, hasta la publicación de "Postguerra", Judt había destacado, ante todo, como juez de la horca, ajustando cuentas a algunos franceses y a otros de mayor cuantía. Y remataba, por do más pecado había, que ésta, su obra mayor, era un libro ambicioso pero poco equilibrado que dejaría de parecer satisfactorio a quienes lo leyesen tan solo unos pocos años después de publicado. 

Aunque por razones ajenas a las suyas, como luego se dirá, no dejo de concurrir con Hobsbawm -añade Aramberri- que "Postguerra" y, en mi opinión, el resto de la obra posterior de Judt narra un desencanto anegado por la nostalgia y es una pena que la lucidez de muchos de sus análisis no cause en el lector tanta impresión como su entereza personal. Por mucho que se admire esta, las ideas tienen que pasar por el tamiz de la crítica, pues permanecerán en la conciencia colectiva una vez que el coraje de su autor se haya borrado de la memoria.

Espero y deseo que esta brevísima introducción les anime a continuar la lectura del artículo del profesor Aramberri, y como no, aunque solo sea por ver si sus planteamientos y análisis sobre la obra de Judt se corresponden con los de ustedes, se animen igualmente a leer algunos de los títulos del insigne profesor estadounidense.  

De toda la amplia bibliografía de Tony Judt me atrevería a sugerirles la lectura de su monumental "Postguerra. Una historia de Europa desde 1945"; "Pensar el siglo XX", que reune las conversaciones entre Judt y el también historiador Timothy Snyder; "Algo va mal", un alegato en defensa de la socialdemocracia; y su intimista e impresionante autobiografía, dictada al final de su vida, "El refugio de la memoria". Todas ellas están editadas por Taurus.


Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





Julio Aramberri





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