Resulta complicado establecer paralelismos entre algunas de las instituciones creadas por el nuevo Tratado de la Unión Europea, definitivamente aprobado en estos días, y las de un Estado nacional.
Por poner ejemplos: el órgano legislativo de la Unión, bicameral, está conformado por el Parlamento Europeo, propiamente dicho, elegido por los ciudadanos europeos, y por el Consejo de la Unión, conformado por representantes de los gobiernos de los Estados miembros.
Pero es que resulta que ese mismo Consejo de la Unión, ejerce también funciones ejecutivas, que comparte, aunque diferenciadas en cuanto a sus competencias, con la Comisión Europea, que sí es el órgano ejecutivo ordinario de la Unión.
El órgano judicial es el Tribunal de Justicia de la Unión, que engloba varios tribunales. Como órganos independientes podemos citar al Tribunal de Cuentas de la Unión y el Banco Central Europeo. Y como órganos asesores el Comité Económico y Social y el Comité de las Regiones de la Unión, compuestos por representantes elegidos por los Estados miembros.
Más complejo resulta el intento de explicar la función del Consejo Europeo como institución de la Unión. Lo más fácil sería compararlo con una Jefatura del Estado (Monarca o Presidente de la República), colegiada, eso sí, de un Estado nacional, con la salvedad de que, aunque como ésta carezca de facultades ejecutivas, sus funciones no son meramente representativas sino que lo convierten en el órgano impulsor por antonomasia de la Unión.
Y, entonces, ¿cuál es la función del nuevo presidente del Consejo Europeo creado por el Tratado de Lisboa? Según el propio Tratado, su función es la de garantizar la preparación y continuidad de la labor del Consejo y favorecer la búsqueda del consenso entre sus miembros. No es mucho, pero tampoco es algo intrascendente, pues dota de permanencia y cabeza visible al Consejo y la propia Unión.
Descartada prácticamente ya la candidatura oficiosa del ex-primer ministro británico Tony Blair, una propuesta que era una auténtica afrenta a la Unión y a todos aquellos que creemos en ella, la actual presidencia sueca del Consejo ha anunciado que ya está trabajando en la búsqueda de nombres para proponer, tanto para la presidencia, como para ocupar el puesto de Alto Representante de la Política Exterior y de Securidad de la Unión, auténtico Ministro de Asuntos Exteriores europeo, y además vicepresidente de la Comisión y Secretario General del
Consejo Europeo.
La búsqueda de nombres no ha hecho más que empezar, pero algunos ya comienzan a poner "los puntos sobre las íes". Por ejemplo, el Secretario de Estado para Asuntos Europeos francés, Pierre Lellouche, vino a decirles a los conservadores británicos, y a su líder, David Cameron, que no pueden seguir jugando al gato y al ratón con las instituciones de la Unión, que eso se acabó, y que tienen que decidir: "que o lo toman o lo dejan".
Por su parte, el insigne catedrático y sociólogo norteamericano Norman Birnbaum, profesor emérito del Law Center de la Universidad de Georgetown, en Washington (DC), profundo admirador de Europa y de las instituciones europeas, publicaba un importante artículo ("La elección del nuevo presidente europeo", El País, 04/11/09) en el que desgranaba los problemas y dificultades a los que habrá de enfrentarse el titular de esa nueva presidencia europea, entre otras, las múltiples y estrechas relaciones entre Estados Unidos y Europa en un plano de igualdad y tomando ejemplo uno de la otra.
El nuevo Tratado de la Unión, con las modificaciones introducidas por el Tratado de Lisboa, puede descargarse en formato "pdf" en la siguiente dirección electrónica:
http://bookshop.europa.eu/eubookshop/download.action?fileName=FXAC08115ESC_002.pdf&eubphfUid=575504&catalogNbr=FX-AC-08-115-ES-C
Espero que les resulten interesantes los artículos mencionados, que más adelante reproduzco. Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"GRAN BRETAÑA Y LA UNIÓN" (de Agencias)
EL PAÍS - Internacional - 05-11-2009
El líder del Partido Conservador británico, David Cameron, presentó ayer un conjunto de propuestas para contentar al ala más euroescéptica de su grupo por su decisión de no convocar un referéndum sobre el Tratado de Lisboa, con el argumento de que éste ya estará en vigor en el caso de que alcanzaran el poder en las elecciones generales de la próxima primavera.
Como se esperaba, Cameron se ha comprometido a presentar una propuesta en el Parlamento para que a partir de ahora sea obligatorio que cualquier cesión adicional de soberanía a Bruselas sea aprobada por los británicos en referéndum. Su propuesta rompe una larga tradición de su propio partido, que jamás convocó una consulta para ratificar anteriores tratados europeos. Ni siquiera cuando Reino Unido ingresó en el club europeo de la mano del conservador Edward Heath, en 1973, se convocó un referéndum, aunque dos años después el laborista Harold Wilson sí lo hizo para ratificar la permanencia.
Cameron presentará también una propuesta de Ley de Soberanía de Reino Unido para dejar claro que la última autoridad en el país reside en el Parlamento, al estilo, dijo, de lo que ocurre en Alemania.
También pedirá la devolución de poderes transferidos a Bruselas en tres áreas: política social y empleo, la Carta de Derechos Fundamentales y justicia criminal. Si no logra esa devolución, amenazó con convocar un referéndum sobre “un paquete más amplio de garantías para proteger nuestro sistema democrático de toma de decisiones, aunque permaneciendo, por supuesto, como miembros de la Unión Europea”. Esa consulta se haría en un eventual segundo mandato de los tories.
El secretario de Estado francés para Asuntos Europeos, Pierre Lellouche, acusa hoy al Partido Conservador británico de "castrar" con su "autismo" al Reino Unido en relación con la Unión Europea (UE).
En unas declaraciones al diario The Guardian, Lellouche afirma que son "de pena" los planes anunciados el miércoles por el líder tory, David Cameron, para el caso de ganar las elecciones generales del próximo año, y predice que no van a prosperar.
"Los tories no tienen más que una sola frase, que no dejan de repetir. Dan una extraña sensación de autismo", afirma el político francés, considerado, sin embargo, como uno de los miembros más anglófilos del Gobierno de Nicolas Sarkozy.
El miércoles, Cameron anunció en Londres su nueva estrategia para Europa tras la renuncia de su partido a organizar un referéndum sobre el Tratado de Lisboa como había prometido. Cameron habló en cambio de intentar recuperar una serie de competencias en materia de legislación laboral y social que ahora corresponden a la UE, aunque explicó que no se haría de forma inmediata y que las negociaciones podrían durar hasta cinco años.
Ese compromiso no fue suficiente para el eurodiputado tory Daniel Hannan, que renunció ayer mismo a su puesto de portavoz en la UE para asuntos legales de los tories y dijo que luchará por que se organicen referendos que permitan a este país gobernarse a sí mismo.
Sin ambages diplomáticos, Lellouche afirma en su entrevista con The Guardian que "es muy triste ver a un país europeo tan importante aislarse del resto y desaparecer del radar". "Están
haciendo lo que han hecho en el Parlamento Europeo. Han castrado básicamente la influencia británica", dice el político francés en referencia a la decisión de los tories de abandonar el Partido Popular Europeo para aliarse con pequeños grupos de la Europa central y del Este más a la derecha.
Según Lellouche, los conservadores británicos no lograrán apoyo para ese plan: "Nadie va a dedicarse en muchos años a revisar (los tratados). Nadie va a volver a jugar con lasinstituciones. Van a decirles que o lo toman o lo dejan, y (los 'tories') deberían tener la honradez de reconocerlo".
Para el político francés, es el momento ahora de presentar una Europa unida ante los desafíos que se presentan en materia de comercio, de cambio climático y otros. "Si no estamos unidos, nos van a marginar. Ningún país, sea grande o pequeño, puede actuar solo". Y (Reino Unido) se arriesga a la marginación, a la irrelevancia", agrega Lellouche.
"LA ELECCIÓN DEL NUEVO PRESIDENTE EUROPEO", por Norman Birnbaum
EL PAÍS - Opinión - 04-11-2009
La costumbre estadounidense de dar consejo a quienes no lo han solicitado parece incurable... En su visita a Islamabad, la secretari de Estado Clinton empleó un tono condescendiente para hablar del país. Los europeos (recordemos "euroesclerosis" y "la vieja Europa") han soportado durante años la arrogancia de nuestras élites, mucho menos excusable que la ignorancia y los prejuicios de nuestros ciudadanos.
Cierto es que Estados Unidos ha tenido su propia quinta columna: académicos, banqueros, empresarios, generales, funcionarios, políticos y publicistas europeos que respaldan y repiten en todo momento la absurda idea de que poseemos una corrección moral y una sabiduría política incuestionables. ¿Hay alguna posibilidad de que en las elecciones a la Presidencia Europea salga elegido un presidente que incremente la independencia del continente con respecto a EE UU?
Nuestro propio presidente se va pareciendo cada vez más a Gulliver apresado por los liliputienses. Los europeos también padecen esta misma miniaturización política. Los presidentes de gobierno socialistas hicieron muy bien en rechazar la candidatura de Tony Blair. Su inexpugnable fidelidad a EE UU y la seguridad sacerdotal de que hace gala (sobre todo cuando se equivoca) son razones más que suficientes. Sin embargo, parece evidente que los líderes europeos no están buscando grandes talentos para el cargo. La canciller Merkel no designará candidato a Schröder, ni a Steinmeier ni a Steinbrück ni a Fischer. Berlusconi no quiere ni oír hablar de Amato. Sarkozy no oculta que pasa por alto a Aubry, a Strauss-Kahn y a Vedrine. El presidente polaco no propone a su distinguido predecesor, Kwasniewski. Zapatero no menciona a su camarada de partido, González.
El hecho de que el presidente de la Comisión actual sea Barroso, fiel servidor de EE UU y refractario al Estado de bienestar europeo, parecería subrayar la necesidad de nombrar a una figura política relevante, que se atreva a llevar a cabo la modernización del modelo social europeo y a convertir Europa en una fuerza autónoma en la política mundial. ¿Cuándo fue la última vez que se alzó alguna v de peso en Europa para explicarle a EE UU que su obsesión con el "terror", su yihad en el mundo islámico, su hostilidad con Irán, su falta de voluntad para contener a Israel eran desastrosos? Europa, en cambio, acepta un papel subordinado y, a veces, se queja de las consecuencias.
Sería inexacto achacar la crisis financiera sólo al capitalismo americano, pues muchos capitalistas europeos son tan irresponsables, tienen tan poco espíritu social, como sus socios del otro lado del Atlántico. No hace mucho que oíamos a los líderes europeos ensalzar la desregularización y la privatización, como si hubieran estudiado Económicas en la Universidad de Chicago. Sin embargo, cuando las prestaciones del desempleo y los subsidios gubernamentales permiten que algunos de los países de la UE funcione mejor que EE UU, tanto desde el punto de vista económico como desde e social, son muy pocos los que se lanzan a sacar las conclusiones obvias. Una sociedad civilizada no requiere menos intervención económica pública, sino más. El primer presidente europeo será recordado si es capaz de conducir a la UE a un nuevo equilibrio entre el mercado y el Estado. Los jefes de gobierno europeos, sin embargo, debaten el nombramiento de los candidatos desde un punto de vista
partidista, lo que sólo servirá para relegar al nuevo presidente a una oscuridad instantánea.
Grandes corrientes de ideas y prácticas sociales han cruzado siempre el Atlántico en ambas direcciones. El Estado de bienestar estadounidense que construyeron los dos Roosevelt y Wilson le debe mucho al socialismo y a la democracia cristiana europeos. Los Estados de bienestar europeos posteriores a 1945 copiaron, a su vez, el modelo del New Deal. Ahora EE UU atraviesa una crisis. Puede elegir entre ser una sociedad de consumo o un imperio, pero no las dos cosas a la vez.
Puede permitir que se intensifique nuestro terrible darwinismo social o puede construir nuevas instituciones más solidarias. Nuestros recursos intelectuales y morales siguen siendo abundantes, como lo demostró la elección a la presidencia del hijo de un inmigrante africano. No obstante, el temor a verse desposeídos de sus privilegios está profundamente arraigado en muchos de nuestros ciudadanos, y a no ser que reparemos el tejido social, seguirán aumentando los síntomas, cada vez más agudos, de desintegración.
Los presidentes estadounidenses terminan por ser prisioneros de la Casa Blanca, y, aunque inteligente y abierto al mundo, Obama tampoco es una excepción. Gran parte de nuestra élite política es propensa a hacer caso omiso de la experiencia, recuérdese, si no, la discusión sobre Afganistán. Pese a todo, el debate sobre los costes del imperio y el precio del capitalismo sigue adelante. Una Europa más segura de su propia singularidad histórica, más orgullosa de sus
logros poscoloniales, innovadora en sus instituciones sociales y menos complaciente con respecto a sus prácticas democráticas podría ejercer una influencia importante -una vez más- en nuestro futuro. Esperamos que el nuevo presidente europeo sea consciente de que a este lado del Atlántico tiene un electorado moral, y lo esperamos por la cuenta que nos tiene.
--
Entrada núm. 1245 -
http://harendt.blogspot.com
"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire
Nuestro propio presidente se va pareciendo cada vez más a Gulliver apresado por los liliputienses. Los europeos también padecen esta misma miniaturización política. Los presidentes de gobierno socialistas hicieron muy bien en rechazar la candidatura de Tony Blair. Su inexpugnable fidelidad a EE UU y la seguridad sacerdotal de que hace gala (sobre todo cuando se equivoca) son razones más que suficientes. Sin embargo, parece evidente que los líderes europeos no están buscando grandes talentos para el cargo. La canciller Merkel no designará candidato a Schröder, ni a Steinmeier ni a Steinbrück ni a Fischer. Berlusconi no quiere ni oír hablar de Amato. Sarkozy no oculta que pasa por alto a Aubry, a Strauss-Kahn y a Vedrine. El presidente polaco no propone a su distinguido predecesor, Kwasniewski. Zapatero no menciona a su camarada de partido, González.
El hecho de que el presidente de la Comisión actual sea Barroso, fiel servidor de EE UU y refractario al Estado de bienestar europeo, parecería subrayar la necesidad de nombrar a una figura política relevante, que se atreva a llevar a cabo la modernización del modelo social europeo y a convertir Europa en una fuerza autónoma en la política mundial. ¿Cuándo fue la última vez que se alzó alguna v de peso en Europa para explicarle a EE UU que su obsesión con el "terror", su yihad en el mundo islámico, su hostilidad con Irán, su falta de voluntad para contener a Israel eran desastrosos? Europa, en cambio, acepta un papel subordinado y, a veces, se queja de las consecuencias.
Sería inexacto achacar la crisis financiera sólo al capitalismo americano, pues muchos capitalistas europeos son tan irresponsables, tienen tan poco espíritu social, como sus socios del otro lado del Atlántico. No hace mucho que oíamos a los líderes europeos ensalzar la desregularización y la privatización, como si hubieran estudiado Económicas en la Universidad de Chicago. Sin embargo, cuando las prestaciones del desempleo y los subsidios gubernamentales permiten que algunos de los países de la UE funcione mejor que EE UU, tanto desde el punto de vista económico como desde e social, son muy pocos los que se lanzan a sacar las conclusiones obvias. Una sociedad civilizada no requiere menos intervención económica pública, sino más. El primer presidente europeo será recordado si es capaz de conducir a la UE a un nuevo equilibrio entre el mercado y el Estado. Los jefes de gobierno europeos, sin embargo, debaten el nombramiento de los candidatos desde un punto de vista
partidista, lo que sólo servirá para relegar al nuevo presidente a una oscuridad instantánea.
Grandes corrientes de ideas y prácticas sociales han cruzado siempre el Atlántico en ambas direcciones. El Estado de bienestar estadounidense que construyeron los dos Roosevelt y Wilson le debe mucho al socialismo y a la democracia cristiana europeos. Los Estados de bienestar europeos posteriores a 1945 copiaron, a su vez, el modelo del New Deal. Ahora EE UU atraviesa una crisis. Puede elegir entre ser una sociedad de consumo o un imperio, pero no las dos cosas a la vez.
Puede permitir que se intensifique nuestro terrible darwinismo social o puede construir nuevas instituciones más solidarias. Nuestros recursos intelectuales y morales siguen siendo abundantes, como lo demostró la elección a la presidencia del hijo de un inmigrante africano. No obstante, el temor a verse desposeídos de sus privilegios está profundamente arraigado en muchos de nuestros ciudadanos, y a no ser que reparemos el tejido social, seguirán aumentando los síntomas, cada vez más agudos, de desintegración.
Los presidentes estadounidenses terminan por ser prisioneros de la Casa Blanca, y, aunque inteligente y abierto al mundo, Obama tampoco es una excepción. Gran parte de nuestra élite política es propensa a hacer caso omiso de la experiencia, recuérdese, si no, la discusión sobre Afganistán. Pese a todo, el debate sobre los costes del imperio y el precio del capitalismo sigue adelante. Una Europa más segura de su propia singularidad histórica, más orgullosa de sus
logros poscoloniales, innovadora en sus instituciones sociales y menos complaciente con respecto a sus prácticas democráticas podría ejercer una influencia importante -una vez más- en nuestro futuro. Esperamos que el nuevo presidente europeo sea consciente de que a este lado del Atlántico tiene un electorado moral, y lo esperamos por la cuenta que nos tiene.
--
Entrada núm. 1245 -
http://harendt.blogspot.com
"Pues, tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire