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viernes, 21 de noviembre de 2014

Dieu et mon droit



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Nicole Muchnik, una conocida escritora y pintora tunecina afincada en España escribió hace un tiempo en El País un artículo muy crítico con la iglesia católica española: "La excepción religiosa española", se titulaba. Y me acordé hoy de él a punto de terminar de releer las casi 800 páginas de "Cristianismo. Esencia e historia" (Trotta, Madrid, 1997), del teólogo suizo Hans Küng. 

Se equivoca quien piense que el fenómeno religioso me resulta ajeno o indiferente; por el contrario, me interesa muchísimo y no para combatirlo, cuestión esa es la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo. ¿El cese, o jubilación forzosa si lo prefieren así, de monseñor Rouco al frente de la iglesia católica española hará que esta camine por derroteros diferentes a los que caracterizaron su mandato? Espero que sí.   

Esta entrada me va a resultar un poco más larga de lo habitual pero no me queda más remedio que hacerlo así si quiero explicarme. Cuenta Küng en el libro citado más arriba refiriéndose al pensamiento de Immnauel Kant (1724-1804) sobre la existencia o no existencia de Dios, que fue de extrañar que él, el ilustrado por antonomasia, superara al mismo tiempo la Ilustración en sus tres críticas: "Crítica de la razón pura" (1781), "Crítica de la razón práctica" (1788) y "Crítica del juicio" (1790), poniendo límites estrictos a la ingenua omnipotencia de la razón respecto del conocimiento de Dios, pero haciendo lo mismo con la fe ingenua. Es claro, dice Küng, que no son posibles las demostraciones científicas acerca de Dios, sobre la existencia de un Dios que no está en el tiempo ni en el espacio y que por consiguiente no es objeto de contemplación. Las pruebas de Dios según Kant, afirma, no solo han fracasado sino que en modo alguno son teóricamente posibles. Por eso, añade, Kant en la cuestión del conocimiento de Dios apela no a la razón teórica sino a la razón práctica, que se manifiesta en la actuación moral del hombre: Se trata, dice, no solo del ser, sino del deber ser; no solo de ciencia, sino de moral. Dios es, pues, concluye, la condición de la posibilidad de moralidad. Pues lo siento, pero no me convence Kant, al que no he leído en profundidad, ni Küng, al que sí he leído y admiro. Yo no necesito a un Dios eterno para ser un hombre moral

Llevo unos meses dándole vueltas a la idea de matricularme en alguno de los cursos que imparte el Instituto Superior de Teología de Canarias en Las Palmas, pero no acabo de decidirme. Me resulta complicado explicar que puedo sentirme cristiano sin creer en Dios, pero eso es lo mismo que pensaban también la filósofa Simone Weil o el escritor Albert Camus, ambos franceses, por citar solamente dos ejemplos señeros al respecto; ellos creían en un humanismo cristiano, sin necesidad de un Dios, que yo comparto. 

A mí ninguna confesión religiosa me parece un peligro público; ya he superado esa fijación pueril. Respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Pero sí me molesta que la iglesia católica española goce de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo acaso la excepción italiana o polaca. Y que no se me diga que el 99,99 por ciento de la población española es católica para justificarlos, primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad. 

Sin acritud, y con cierta dosis de ironía, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, luterano, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resultara tan irrelevante a efectos sociales para los ajenos a la respectiva fe como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club... Mientras no sea así seguiré siendo escéptico sobre las iglesias y confesiones, sobre "todas ellas", hasta que no demuestren con sus actos que las personas somos, para "todas ellas", más importantes que sus dioses. Y es que remedando el lema nacional de la Gran Bretaña que da título a la entrada a mí lo que me gustaría poder decir es: "Dieu est-il?, oui, mais mon droit aussi" (¿Dios?, sí, pero mi derecho también). 

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Nicole Muchnik




Entrada núm. 2195
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

jueves, 17 de julio de 2014

Ateos y creyentes: para comenzar, respeto mutuo




El sacrificio de Ifigenia, de B. Flemal (1614-1675)




Creo que ya he comentado anteriormente que mis dos personajes favoritos de ficción, ambos femeninos, ambas griegas, son la inocente Ifigenia de Eurípides y la valerosa Antígona de Sófocles. Los masculinos, también de ficción, ambos españoles, el pícaro a la fuerza Lázaro de Tormes de Alfonso de Valdés, y el idealista Don Quijote de La Mancha de Miguel de Cervantes. En cuanto a personajes de la vida real, entre mis contemporáneos más admirados, citaría dos mujeres, la politóloga norteamericana Hannah Arendt y la filósofa francesa Simone Weil, ambas judías, ambas ateas, y dos hombres, el teólogo suizo Hans Küng y el paleontólogo y filósofo francés Teilhard de Chardin, ambos sacerdotes católicos. 

De Hannah Arendt me impresionó sobre todo su libro "Los orígenes del totalitarismo", aunque he leído casi toda su obra; de Simone Weil, su "Carta a un religioso", me dejó una huella profundísima. Y de Teilhard de Chardín, del que tambíen he leído varios de sus libros, el que me produjo más impacto fue sin duda "El fenómeno humano". Pero hoy quería hablar sobre todo de la vida y la obra del controvertido teólogo católico Hans Küng.

De Küng lo último que he leído con inmensa curiosidad y placer ha sido el segundo tomo de sus memorias: "Verdad controvertida. Memorias", que abarca el periodo 1968-2007, con episodios tan relevantes como su enfrentamiento con el Santo Oficio romano (la Inquisición actual), la prohibición de enseñar dictada contra él por el papa Juan Pablo II, y las relaciones primero amistosas y luego tirantes, pero siempre respetuosas, con su ex-compañero de cátedra en la Universidad de Tubinga, Josep Ratzinger, el anterior papa Benedicto XVI.

No estoy intentando crear un paralelismo entre ellos, pero si el personaje de Lázaro es el ejemplo perfecto del trepa para sobrevivir, e Ifigenia cautiva por su inocente voluntad de entrega a los dioses hasta el sacrificio, los de Antígona, Don Quijote, Arendt, Weil, Teilhard de Chardin y Küng, son paradigmas de la voluntad de defender contra todos y frente a todos, su libertad de criterio y opinión, en búsqueda de la verdad. Al menos de su verdad.

Mi primera lectura de Küng fue su monumental "Ser cristiano" (1974), hace más de treinta años, que devoré durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Luego, más tarde, seguirían "¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo" (1978), "Proyecto de una ética mundial" (1990), "El judaísmo. Pasado, presente, futuro" (1991), "El cristianismo. Esencia e historia" (1994), "Libertad conquistada. Memorias" (2002), "Credo. El símbolo de los apóstoles explicado al hombre de nuestro tiempo" (2007), y algunas otras más que no cito para no resultar cansino. También durante muchos años estuve suscrito y fui lector fiel de la edición española de la revista internacional de teología "Concilium", fundada por él.

Ninguna de estas lecturas, ni de otras muchas sobre el cristianismo y las religiones de la tierra, ha hecho tambalear mi falta de fe en dios o en la vida eterna. Sigo sin creer ni en uno ni en la otra, pero que nadie confunda falta de fe con falta de respeto por el fenómeno religioso, que no sólo no me es ajeno, sino que me sigue interesando profundamente. Creo que todos saldríamos ganando, ateos y creyentes, si aprendiéramos a respetarnos y no inmiscuirnos en las creencias o no creencias ajenas. Respeto mutuo y cada uno a lo suyo. 

Al mes justo de la muerte de su autor, el teólogo español Casiano Floristán, compañero de Hans Küng en la Universidad de Tubinga, la revista El Ciervo publicaba un hermoso artículo de homenaje a su colega suizo, titulado "Hans Küng, un teólogo muy generoso", que es un estupendo resumen de las vicisitudes teológicas, personales y vitales del gran teólogo católico. Me ha resultado imposible encontrar el enlace en línea a dicho artículo, así que lo reproduzco literalmente. Les dejo con él:

"Vi por primera vez a Hans Küng en junio de 1960, en el patio del seminario católico Wilhelmstift de Tubinga con su pelo ondulado, tupé rubio, gafas “Truman”, tez curtida por los aires y soles del montañismo y la natación, mirada socarrona, sonriente y apuesto. Iba con sandalias sin calcetines, más parecido a un franciscano de Asís que a un jesuita de Roma. Sospecho que sus zapatos los dejó en el Colegium Germanicum et Hungaricum de Roma, donde cursó tres años de filosofía y cuatro de teología (1948-1955). Llamativo contraste: mientras que algunos españoles subíamos a Alemania a estudiar teología, un suizo-alemán bajaba a cursarla en la Gregoriana de Roma. Dice Küng en sus memorias con ironía: “La Roma católica me convirtió en un católico frente a la Roma de la curia”. Ejemplar conversión.

Hans se ordenó sacerdote diocesano el 9 de mayo de 1955 y celebró su primera misa en la cripta de San Pedro, debajo de la cúpula vaticana, sin que se conmovieran sus cimientos. Sin duda, hubo amigos y familiares sólidamente cristianos que rezaron para que el misacantano saliese airoso de sus futuros combates con los responsables de la curia romana. Ese día le rodearon sus padres y hermanos. Todos han hecho piña a su alrededor cuando ha recibido un premio académico o un monitum de la Congregación de la Doctrina de la Fe, otrora Santo Oficio, vigilado por los cardenales, Ottaviani primero, y Ratzinger después.

Al volver de estudiar en Roma y pasar por su casa familiar de Sursee, pueblo suizo donde había nacido en 1928, camino de París para obtener su doctorado, se puso unos zapatos ecuménicos del almacén de su padre, comerciante de calzados, con cuya compraventa se ganaba el pan y las salchichas para su familia numerosa.

En los dos años de París redactó brillantemente su tesis sobre la justificación en Karl Barth, teólogo protestante suizo, con quien trabó gran amistad. La publicación de su trabajo causó sensación, tanto en los medios teológicos católicos como en los protestantes. Empezó a ser conocido en toda Europa, a repensar la teología de arriba abajo y a ser vigilado por monseñores germanos y romanos. Los guardias suizos del Vaticano –por respeto a su paisano– quedaron al margen.

Entonces recibió la llamada de la Universidad de Tubinga. Se hizo cargo a sus 32 años de la cátedra de teología fundamental en la Facultad de Teología Católica. Justamente en enero de 1959, un año antes, había convocado Juan XXIII el Vaticano II. Casualmente yo había aprobado en diciembre de 1959 mi tesis sobre las relaciones entre la pastoral alemana y la sociología religiosa francesa, bajo la dirección del pastoralista Arnold. Por Arnold supe que el claustro de la Facultad católica de Tubinga había aceptado en 1959 a Hans Küng como catedrático en lugar de Urs von Balthasar, exquisito teólogo de la estética, la dramática y la música celestial.

Por cierto, yo regresé de Tubinga a mi diócesis de Pamplona con mi doctorado en pastoral. Al parecer era el primero que obtenía este título en España. Un cura navarro guasón, amigo mío, me presentó a los sacerdotes diocesanos así: este es Casiano, primer pastoralista de España y quinto de Alemania.

Volvamos a Tubinga. Los profesores Küng y Ratzinger, de la misma edad, coincidieron amigablemente tres años en la Facultad de Teología de esa preciosa ciudad, de 1965 a 1968. La revuelta estudiantil del 68 ahuyentó a Ratzinger de la Tubinga liberal a la Babiera conservadora y afianzó a Küng en su cátedra, tapizada de libertad y de verdad. Uno llegó a ser el vigilante de la fe y otro el vigilado. Ratzinger se apuntó a las decisiones inquisitoriales y Küng a las preguntas inquisitivas.

En poco tiempo se hizo Hans con el dominio de las principales lenguas europeas. Lo pude comprobar anualmente en las reuniones de la revista internacional Concilium, durante la semana de Pentecostés, a lo largo de dieciocho años, a partir de 1973, en cuyo consejo editorial ingresé con Gustavo Gutiérrez. La revista Concilium había sido fundada en 1964 por los teólogos Rahner, Congar, Schillebeeckx y Küng. Las discusiones de Küng con los colegas germanos, franceses y angloamericanos sobre cualquier tema, en cualquier idioma, eran admirables. En 1975 fui a la reunión anual de Concilium, aquel año en Nimega, con la encomienda –por parte de unos curas de Vallecas– de traer una buena suma de marcos o dólares para pagar las homilías multadas de aquellos clérigos inquietos y ayudar a los curas que estaban en la cárcel concordataria de Zamora jugando al mus. Pasé la gorra y obtuve el equivalente de lo que entonces costaba un Seat 600. No sólo fue Küng el más generoso, sino que me dijo: “Si no basta, me lo dices”.

Al final del encuentro nos predicaban Rahner o Congar –uno sordo y otro en silla de ruedas–, pero maestros espirituales indiscutibles de la eucaristía final, celebrada en gregoriano y en latín. Menos mal que nunca se asomó por allí un grupo de progres del 68 para increparnos de reaccionarios. Definitivamente quedé admirado de aquellos grandes teólogos: eran piadosos y cantaban bien el gregoriano. Hans Küng sabía más latín que los demás, ya que lo había perfeccionado en Roma a base de silogismos.

Soy testigo del cambio que, por influencia de Gustavo Gutiérrez y Leonardo Boff, hicieron los teólogos de Concilium respecto de la teología de la liberación, reconocida con magnanimidad. Hubo quienes aprendieron castellano para leer directamente los textos básicos latinoamericanos, editados en España, que yo me encargué de que los recibieran.

Las críticas de Küng sin pelos en la lengua a la curia romana han sido siempre claras y contundentes. “La nueva teología conciliar y posconciliar –afirma– apenas ha entrado en la curia”, en la que “se mantienen los privilegios y prerrogativas romanos usuales desde la Edad Media”. No cede Hans a los chantajes, huye de los aduladores y no se considera un “lobo solitario” ni un teólogo con “afecto antirromano”.

Nombrado en 1962 por Juan XXIII “perito conciliar”, trabajó activamente en el Vaticano II. Vivió paso a paso las cuatro sesiones conciliares, examinó los esquemas y los juzgó con lucidez singular. Como sabía escribir muy bien en latín, redactó muchas propuestas para que los obispos amigos renovadores las llevasen al aula conciliar. “No pongas mi intervención en un latín demasiado culto –le dijo una vez el cardenal belga Suenens– porque los obispos del Concilio no lo entienden. Hazlo en un latín macarrónico”.

Küng reconoce que el Concilio aceptó una serie de propósitos reformadores centrales. “A pesar de todas las decepciones –afirma–, el Concilio ha merecido la pena”.

Describe en el primer tomo de sus memorias los rasgos de los papas Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI con vigor y sin acritud, con seriedad y una buena dosis de humor. Esperamos su juicio sobre Juan Pablo II en el segundo tomo. Retrata a los grandes teólogos que ha conocido, valora y pondera sus contribuciones, admira a los exégetas seriamente documentados y muestra sintonía con los métodos histórico-críticos, que conoce y utiliza. Perito oficial del Vaticano II, ha sido discutido por sus escritos. Propuesto en una consulta popular como candidato al obispado de Basilea, la Congregación de la Doctrina de la Fe le retiró en 1979 la misión canónica de enseñar en la Facultad de Teología de Tubinga. No podía ser considerado teólogo católico. Pienso que esto le ocurrió, no sólo por sus consideraciones teológicas, sino por sus desconsideraciones respecto del Papa y del Opus.

No obstante, siguió en esta prestigiosa universidad estatal como profesor interfacultativo de teología ecuménica por decisión del rectorado. Su lema es “decir una palabra clara, con franqueza cristiana, sin miedo a los tronos de los prelados”. Cuando le dicen “siempre fue así”, contesta: “¿Fue siempre así? ¿Y tiene que ser siempre así?” Le han acusado de que ha hecho todo “demasiado pronto”, como si esto fuera un desvarío. “Los teólogos –sentenció en una ocasión– no producen las crisis; simplemente las señalan”.

Al acabar la segunda sesión del Vaticano II en 1963, fue retirado de la circulación un libro suyo sobre el Concilio. Al terminar el Vaticano II provocaron muchas discusiones sus obras sobre la Iglesia y sus estructuras. En 1970 levantó una gran polvareda su reflexión sobre la infalibilidad. Son incisivos sus últimos libros sobre la Iglesia Católica y sobre la mujer. Permanentemente crítico frente al “sistema romano", ha mantenido con coraje su pertenencia activa a la Iglesia o –como él mismo señala–, a su “terruño espiritual”, que es el cristianismo.

Hans conoce los problemas culturales de nuestra época, la tradición cristiana, la situación espiritual de cada momento, el presente de las Iglesias y las grandes religiones hoy activas. Es maestro como expositor, tiene antenas para captar la modernidad y la posmodernidad, sintetiza investigaciones exegéticas e históricas y acuña brillantemente nuevas interpretaciones teológicas. Ha dado la vuelta al mundo por lo menos dos veces. Por eso escribe –como lo recalca él mismo– desde un “horizonte universal”.

Uno de los grandes temas que ha tratado Hans Küng es la esencia del cristianismo. Su respuesta es contundente: “No hay cristianismo sin Cristo”. Por eso el cristianismo como religión no es meramente una idea (justicia o amor, por ejemplo), ni unos dogmas (cristológicos o trinitarios), ni una cosmovisión (frente a visiones ateas), sino la persona de Cristo Jesús. Jesucristo es la figura básica viviente de los cristianos, el centro del cristianismo. Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo, ni reunión de cristianos.

Creó la Fundación Ética Mundial, de la que es director desde 1995, dedicada al fomento del diálogo interreligioso sobre postulados éticos. Ha logrado en poco tiempo que su Proyecto de ética mundial se extienda por todo el mundo, traducido a quince idiomas.

Vino a Madrid en la primavera de 1957 a estudiar español, vivió en la Mutual del Clero y asistió a una corrida de toros y decidió no volver más. Como a mí me gustan los toros y estamos en España, me atrevo a decirle a Hans que sabe torear divinamente astados escolásticos, brinda desde el centro del ruedo a un gentío universal sentado democráticamente en la plaza, pone banderillas a miuras que saben latín, da naturales con la izquierda a victorinos curialistas y ejecuta la suerte de matar a la primera, después de haber recibido algunas volteretas y cornadas clericales. Al final, ovación, dos orejas, vuelta al ruedo y salida a hombros por la puerta grande conciliar".


"Hans Küng, un teólogo muy generoso"
Casiano Floristán

Sean felices, por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




El teólogo Hans Küng






Entrada núm. 2109
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domingo, 13 de abril de 2014

¿Dios somos nosotros? Reflexiones en Domingo de Ramos





Pantocrátor de San Clemente de Tahull (Lérida)



Escribo esta entrada un Domingo de Ramos, después de asistir con mi mujer, mis hijas y mis nietos a las procesiones del día en el barrio de Triana, de la ciudad de Las Palmas (Canarias), donde vivimos. No soy creyente, pero no tengo ninguna animadversión al fenómeno religioso ni a las religiones. Fui religioso en su momento, pero eso no viene ahora a cuento. Mi realidad actual es que no necesito la existencia de ningún dios para dar sentido a mi vida ni dotarla de espiritualidad. Y sin embargo, me apasionan la religión y la historia de las religiones. ¿Cómo he llegado a eso? No tengo una respuesta clara...

La primera lectura seria que recuerdo sobre ello fue "Cristo y las religiones de la tierra. Manual de historia de las religiones", la monumental obra de Franz König. Luego le seguirían casi todas las del teólogo suizo Hans Küng, entre ellas y principalmente, "Ser cristiano", "¿Existe Dios?", "El cristianismo. Esencia e historia", y "El judaísmo. Pasado, presente, futuro". Más adelante leí el "Tratado de historia de las religiones", del antropólogo rumano Mircea Eliade, y la "Carta a un religioso", de la filósofa francesa Simone Weil. También me causó profunda impresión "Por qué no soy cristiano", del filósofo británico Bertrand Russell. Y, por supuesto, las lecturas , también, de teólogos católicos como Rahner, Schillibeeckx y Tamayo, o del protestante Karl Barth.

Quizá, sólo quizá, mi mayor aproximación a la posible aceptación de una idea de la divinidad la haya encontrado en la formulada por el filósofo portugués de origen sefardita Baruch Spinoza, en la Ámsterdam del siglo XVII. A día de hoy, pienso sinceramente que la neurobiología permite radicar y explicar la idea de dios como una creación del cerebro humano. Es lo que vino a decir Javier Sampedro, doctor en Genética y Biología Molecular, en un interesante artículo titulado "Dios habita en el cerebro", o como me gustaría decir a mí, siguiendo a Spinoza: que Dios somos nosotros.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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Baruch Spinoza (Ámsterdam)




Entrada núm. 2053
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martes, 6 de agosto de 2013

La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios...





Pantócrator de San Clemente de Taüll (Cataluña, España)



No soy creyente, así que no se me desanimen de entrada por el epígrafe. Lo cual no quiere decir que no me interese el fenómeno religioso. Si me permiten la aparente contradicción, diría que nos preocupa más la religión a los no creyentes que a los obispos; desde luego más que a la mayoría de los obispos y cardenales españoles, seguro.

Me da pie a esta entrada una historia, ignoro si real o apócrifa, que se atribuye al obispo de Roma, Francisco, cuando siendo aún obispo de Buenos Aires, una mujer se le acercó para pedirle que rogara por su hijo, que había perdido la fe y apartado de la iglesia. Le preguntó a su vez el obispo a la mujer: ¿Sigue su hijo siendo una buena persona que se interesa por los demás? La mujer le repondió que sí. Entonces quédese tranquila; su hijo sigue creyendo en lo único que debe creer, fue su respuesta.

El teólogo José María Castillo, en su obra "La humanidad de Dios" (Trotta, Madrid, 2012) es rotundo: "La esencia del cristianismo es Cristo, no Dios". Con similares palabras se pronuncia también el teólogo Hans Küng: "El cristianismo, esencia e historia" (Trotta, Madrid, 1997). Y no parece distinto el planteamiento del antropólogo y jesuita Teilhard de Chardin en "El fenómeno humano" (Taurus, Madrid, 1965). ¿Todos ellos son herejes? No voy a entrar en esa discusión, pero comparto sus criterios.

Como comparto el de la filosofa francesa Simone Weil, judía, educada en el ateísmo, pero muy cercana al misticismo católicocon una cita que he repetido ya en este blog en numerosas ocasiones: Si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe me sería más fácil. La Cruz sola me basta. ("Carta a un religioso": Trotta, Madrid, 1998).

Ando releyendo y anotando estos días "La esencia del cristianismo" (Círculo de Lectores, Barcelona, 1996) del filósofo alemán Ludwig Feuerbach, uno de los críticos más agudos de la religión, en general, y del cristianismo en particular. Es un libro complejo, pero revelador, que en el momento de su publicación (1841) conmocionó la filosofía alemana. Su tesis central es que Dios no es sino la proyección exterior de la esencia humana. 

En la página 249 de la edición citada hay un largo párrafo cuya lectura provocó en mí una especie de "exaltación" que me hizo recordar todas las lecturas citadas más arriba (y otras que no vienen al caso) y que me reconfortó sobremanera en mi propio posicionamiento sobre el fenómeno religioso. Espero que les resulte interesante. Dice así: "La expresión inequívoca, el símbolo característico de esta unidad inmediata de género e individuo en el critianismo es Cristo, el verdadero Dios de los cristianos. Cristo es el modelo, el concepto existente de la humanidad, la suma de todas las perfecciones morales y divinas,con exclusión de todo lo negativo e imperfecto; hombre puro, celestial y sin pecado, es el hombre del género, el Adán Kadmon, pero no como la totalidad del género, de la humanidad, sino inmediatamente como un individuo, como una persona. Cristo, es decir, el Cristo cristiano, no es por lo tanto, el centro sino el término de la historia. Esto resulta tanto del concepto como de la historia. Los cristianos esperaban el fin del mundo y de la historia. Cristo mismo profetiza en la Biblia, a pesar de todas las mentiras y sofismas de nuestros exégetas, clara y distintamente el cercano fin del mundo. La historia se apoya en la diferencia de individuo y especie. Allí donde termina esta diferencia se acaba la historia, se pierde el sentido y la inteligencia de la historia. No le queda al hombre más que la contemplación y la apropiación de este ideal realizado y el vacío instinto de propagación: la predicación que enseña que Dios se ha manifestado y que el fin del mundo ha llegado."

Les recomiendo la lectura del artículo de Antonio Piñero en el último número de Revista de Libros (julio/agosto, 2013) titulado "La divinización de Jesús". Y si lo desean, pueden acceder y descargar el texto completo de "La esencia del cristianismo", de Ludwig Feuerbach, en este enlace. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates, "Ιωμεν". Tamaragua, amigos. HArendt





Ludwig Feuerbach (1804-1872)





Entrada núm. 1929
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viernes, 18 de mayo de 2012

La iglesia y sus demonios: Post scriptum





El teólogo Roger Haight





"¿Puede conseguirse la salvación sólo por medio de un contacto histórico explícito con Jesucristo y con la fe en él? ¿Es Jesucristo la causa de la salvación incluso para aquellos «cristianos anónimos» que no saben que son salvados por él? ¿Es la salvación por medio de Jesucristo la norma, pero no la única vía de salvación? ¿O están todas las religiones al mismo nivel? Haight mantiene que es urgente pasar «de un cristomonismo a un teocentrismo», ya que el Dios de los cristianos no puede concebirse como un Dios únicamente para los cristianos y la trascendencia de Dios descarta el exclusivismo de la experiencia religiosa cristiana. El Santo Oficio replica enérgicamente que cualquier reconocimiento de otras religiones como mediadoras de la salvación de Dios «al mismo nivel que el cristianismo» niega la misión salvífica universal de Cristo y la Iglesia."

Las palabras anteriores contienen en esencia la tesis central del artículo "Cristología posmoderna", artículo del teólogo Henry Wansbrough en el número de Revista de Libros de octubre de 2009. comentando el libro "Jesús, símbolo de Dios" (Trotta, Madrid, 2009), del también teólogo Roger Haight, expresidente de la Sociedad Teológica Católica de los Estados Unidos, apartado por el Santo Oficio de su cátedra de teología en la Western School of Theology, regentada por los jesuitas en la prestigiosa ciudad universitaria de Cambridge, en el estado de Massachusetts.   



Escrita y publicada en el  blog mi anterior entrada, "La iglesia española y sus demonios", me quedó una especie de amargor profundo de que "aquello" se me había quedado cojo. Mi intención primaria no era la que al final quedaba reflejada en ella, bastante superficial y como anecdótica. Quizá debería haber escrito algo sobre las motivaciones que despiertan mi interés por las religiones, especialmente por la cristiana, en alguien que no tiene pudor en confesarse como "no creyente". Si por "creyente" entendemos la afirmación de una entidad superior y pre-existente desde el principio de los tiempos, la vida eterna, la resurrección de los muertos, o la existencia del cielo o del infierno, aunque este último término ya esté tan matizado por la propia jerarquía eclesiástica que resulte de imposible calificación, desde luego no soy creyente. Y ha sido esta tarde que recordé haber leído el artículo de Wansbrough que cité anteriormente y lo que la  condena de Roger Haight por el Santo Oficio tenía de similitud con la del teólogo suizo Hans Kung bastantes años antes.

Todo nació en un verano de mediados de principios de los 70, que me resulta imposible determinar con precisión, durante unas vacaciones familiares en Mallorca. Me había traído desde Gran Canaria un libro de Hans Küng, "Ser cristiano" (Cristiandad, Madrid, 1977) en aquel momento el más prestigioso teólogo católico del mundo, que había participado en el Concilio Vaticano II como asesor a propuesta del papa Juan XXIII. 

No tengo intención de profundizar en lo que ese libro supuso para mí porque eso es algo estrictamente personal. Como el reseñado de Roger Haight, no pretende otra cosa que hacer inteligible al hombre de hoy el mensaje del Cristo histórico y real, pero en todo caso me reveló que religión e iglesia no son lo mismo. Y cuando las sanciones vaticanas comenzaron a llover sobre Küng, especialmente con Juan Pablo II, mi apartamiento de la iglesia fue deslizándose por una pendiente que acabó por ser insalvable y que he asumido con indiferencia y sin preocupación o sentimiento de culpa alguno. 

Yo les recomiendo encarecidamente su lectura si es que tienen interés en profundizar en la fe que dicen profesar o al menos en comprenderla mejor. Quizá así acabarán entendiendo el por qué no fue expulsado de su cátedra de teología en la Universidad de Tubinga por lo que dice en este o en sus otros libros, sino por poner en duda el dogma de la infalibilidad del papado y su supremacía absoluta sobre el Concilio, una controversia que viene de antiguo en el seno de la iglesia y en la que no tengo interés alguno salvo el estrictamente académico sobre Historia de las Ideas o de las Religiones. El por qué lo fue también Roger Haight queda bastante claro en el artículo citado que me ha dado pie a este casi obligado "post scriptum", que pueden leer en el enlace de más arriba, y que complementa mi entrada anterior sobre esos demonios, tan familiares, que atenazan y coartan la libertad de expresión y de pensamiento en el seno de la iglesia católica.


Como complemento de la entrada he puesto un vídeo bajado de YouTube donde se expone el pensamiento de Hans Küng en pro de una teología de carácter universal y ecuménica.


Y sean felices, por favor, a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 






El teólogo Hans Küng











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Entrada núm. 1468
"Tanto como saber, me agrada dudar" (Dante)
"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)
"La historia del mundo no es un suelo en el que florezca la felicidad. Los tiempos felices son en ella páginas en blanco" (Hegel)

Hacia una teología universal: El pensamiento de Hans Küng.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Desde mi agnosticismo "sui generis"






El teólogo José María Castillo




No es cierto que los teólogos se estén quedando solos con el miedo. A pesar de que lo diga una fuente tan autorizada como la Asociación de Teólogos Juan XXIII, a través de un artículo que se publica El País de hoy, y que reproduzco más adelante, firmado por Juan G. Badoya. 


Desde mi agnosticismo "sui generis", no militante -aunque tomándolo prestado de Santiago Carrillo, yo prefiero decir que “soy ateo, gracias a Dios”-, pienso que la teología, la ciencia de dios, es fundamental a la hora establecer el derecho a la libertad de conciencia de los creyentes y a relacionarse con su “creador” como mejor consideren. Los teólogos tienen la obligación moral de denunciar la tergiversación que las iglesias -todas, sin excepción, pero unas más que otras- han hecho del mensaje cristiano, y ello, a pesar de la intransigencia de unas jerarquías de pensamiento trasnochado, de la persecución y de las condenas morales de que son objeto, y de la indiferencia de la mayor parte de los llamados creyentes, que en realidad no tienen el menor interés en profundizar y comprender aquello en lo que dicen creer.

Acompaño esta entrada con el vídeo que la UNED, mi "Alma Mater", ha realizado con motivo de la entrega del Doctorado "Honoris Causa" a Hans Küng, sobre la necesidad de una teología universal. Se lo recomiendo encarecidamente.

Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt





El teólogo Hans Küng




“Los teólogos nos hemos quedado sólo con el miedo”, por Juan G. Bedoya
El País, 09/09/2006
El Congreso de la Asociación Juan XXIII lamenta que los obispos se opongan por sistema a todas las revoluciones científicas. "Hay mucho miedo en la Iglesia, concretamente en la española. Miedo para pensar, para hablar, para escribir, tanto más fuerte cuanto quienes lo llevan dentro son menos conscientes de ello. La consecuencia es el bloqueo de la teología, que ha pasado a ser un pensamiento marginal. Lo que decimos los sacerdotes, los obispos, los teólogos interesa cada día menos y a menos gente”. Así habló José María Castillo ante el XXVI Congreso de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, reunido para hablar de Cristianismo y bioética. Castillo, jesuita granadino de 77 años, ha enseñado teología en las mejores universidades católicas, como la Gregoriana de Roma y la Pontificia de Comillas en Madrid, pero lleva años en el punto de mira de los censores eclesiásticos.

La Conferencia Episcopal acaba de prohibir la publicación del último libro de Castillo, que hace dos décadas ya tuvo que abandonar por mandato de sus superiores la docencia en la Facultad de Teología de Granada. Desde entonces -como Hans Küng en Alemania, José María Diez-Alegría en Roma, Juan José Tamayo en Madrid, y tantos otros- es un profesor de teología por libre o en facultades laicas, con lo que eso significa en la Iglesia católica. Castillo lo ha recordado en el congreso que la Asociación Juan XXIII celebra en la sede del sindicato Comisiones Obreras, en Madrid, porque la Conferencia Episcopal tiene prohibido a las congregaciones religiosas que cedan sus locales.

“La teología ha sido con demasiada frecuencia, un pensamiento cautivo”, opinó Castillo antes de señalar la consecuencia de esa rigidez eclesiástica: el que la teología es hoy “una instancia extra-científica”. Añadió: “No es exagerado decir que la libertad en la Iglesia y el diálogo de la Iglesia con la sociedad se ven hoy seriamente amenazados, sobre todo en España, donde el control sobre el pensamiento teológico es, seguramente, más fuerte que en otros países. De ahí se ha seguido el creciente empobrecimiento de la teología católica en las últimas décadas. Pasó la gran generación de teólogos que hicieron el concilio Vaticano II. Y no ha habido el necesario relevo. Nos hemos quedado sólo con una cosa: el miedo”.

El secretario general de la Asociación Juan XXIII, Juan José Tamayo, profesor de teología en la Universidad Carlos III de Madrid y también censurado por la romana Congregación para la Doctrina de la Fe, es aún más crítico. “Históricamente la jerarquía católica se ha opuesto por sistema a todas las revoluciones: las científicas, las filosóficas, las culturales, las políticas, las sociales. Ahora se opone a la revolución biogenética, condenando los avances que contribuyen al bienestar de los seres humanos”.

El objetivo del Congreso de Teología, este fin de semana, es, en palabras de Tamayo, “reconstruir los puentes de diálogo y comunicación entre bioética y cristianismo que la jerarquía ha destruido durante los últimos años, y especialmente en la primavera de 2006 con el documento Teología y secularización en España”, que se mueve en lo que el papa Benedicto XVI, en declaraciones a la Radio Vaticana, el 13 de agosto pasado, llamó “los rígidos No” del cristianismo. El Papa lamentó que esa sea la imagen que se transmite con tanto “cúmulo de prohibiciones”.

“Creo que se debería corregir la imagen según la cual sembramos en torno a nuestros rígidos No”, dijo el Papa ese día, con apelaciones a volver a las “opciones positivas”. En cambio, la jerarquía española se mueve “en el paradigma de las prohibiciones, de las obligaciones, de la represión, con ausencia total de misericordia”, según Tamayo.

“Su lenguaje es el de la condena y de los noes: no a los métodos contraceptivos, a la masturbación, a las prácticas homosexuales, que califica de pecados graves contra la sexualidad y coloca al mismo nivel que la fornicación y a las actividades pornográficas. No al matrimonio homosexual, al divorcio, a la interrupción voluntaria del embarazo, a la eutanasia, a la reproducción asistida, a la investigación con células madre con fines terapéutico. Por doquier ven los obispos españoles un clima pansexualista y una mentalidad hedonista propia, dicen, de la cultura de la muerte. No ofrecen atisbo de esperanza, ni reconocen los avances producidos en la conciencia individual y en la responsabilidad personal”, añade.

Según la Asociación Juan XXIII, en la reflexión de los cristianos sobre las cuestiones de bioética, “la escucha de la ciencia y la atención a las nuevas investigaciones son el acto primero; el juicio moral viene después, y debe hacerse no en función de principios inamovibles formulados en el pasado, sino en función de la dimensión humanizadora y liberadora de los avances científicos”. Es el objetivo que se ha marcado este congreso, en el que Justa Montero, de la Red Mundial de Mujeres por los derechos reproductivos, disertó ayer sobre manipulación genética, aborto y células madre embrionarias, y donde se ha abordado 
ya el problema de la eutanasia, desde dos ópticas: la del famoso teólogo redentorista Marciano Vidal, y la del médico Fernando Marín, presidente de la asociación Derecho a Morir Dignamente.





El teólogo José María Díez-Alegría




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Entrada núm. 1420 - 
Reedición de la publicada en este blog el 9/9/2006 
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Hans Küng: hacia una teología universal.

viernes, 16 de abril de 2010

Bajo presión

La Curia romana vista por Forges




Me gusta escribir bajo presión. Me explico: bajo la presión del plazo que se cumple irremediablemente, de darle todas las vueltas posibles a la idea original, del ahora o  nunca, de ajustarse a lo políticamente correcto o de mandarlo a tomar por el culo y que salga el sol por Antequera. Pero no me gusta someterme a la agenda que me impone la noticia de rabiosa actualidad. Entre otra razones porque ya hay mucha gente que la comenta muy bien, desde luego mucho mejor que yo, y no veo razón alguna para aburrir con un comentario superfluo sobre algo que otros han analizado y comentado mejor. Por ejemplo desde el nuevo diario digital de opinión "República de las Ideas". No comparto su línea editorial, pero si merece la pena su atenta lectura. O en los blogs de El País. O ya puestos, en la sección "Mis blogs amigos", que pueden leer en este su "Desde el Trópico de Cáncer". Se los recomiendo.

La vida política española está hoy polarizada entre otros muchos asuntos por los procesos abiertos al juez Garzón por el Tribunal Supremo y su correlativa defensa por una significativa parte de la sociedad, por la incapacidad del Tribunal Constitucional para dictar sentencia sobre el Estatuto de Autonomía de Cataluña,  las ramificaciones cada vez más densas del caso Gürtel, la crisis económica que cesa pero no cesa, y la necesidad o no necesidad de una reforma laboral que muchos desearían que se ciñese exclusivamente a poder bajar los sueldos de los trabajadores, hacerles trabajar más por menos dinero, y sobre todo por poder dejarles en la calle con lo puesto. Pero hoy querría detenerme por un momento en la desoladora crisis que se abate sobre la jerarquía de la iglesia católica a cuento de los casos de pederastia cometidos por algunos de sus miembros de cuyo conocimiento y traslado a la luz pública se está dando cuenta un día sí y otro también en todo el mundo, pero sobre todo en Europa y Estados Unidos.

No soy creyente, pero no hay en mi animosidad alguna hacia la iglesia católica como institución por este turbio asunto. Estoy convencido de que la inmensa mayoría de sus sacerdotes, religiosos y religiosas, responsables de juventudes y fieles no tienen nada que ver con esa execrable y delictiva actuación. El problema de fondo, pues, por doloroso que sea o haya sido para las víctimas, no es ese. El problema es que la jerarquía suprema de la iglesia católica: la Curia, el Colegio Cardenalicio, la Congregación para la Doctrina de la Fe, los obispos, los superiores de las órdenes monásticas y el propio Papa (todos, no sólo éste), han callado, mirado para otro lado, borrado pruebas, negado hasta lo evidente y ocultado o absuelto a sus pederastas y corruptores en un cínico ejercicio de espíritu de cuerpo que es, ya y ahora, plenamente delictivo e insostenible.

No creo que sea otro el ánimo que impulsa la carta abierta a los obispos católicos del mundo del teólogo suizo Hans Küng, catedrático emérito de Teología Ecuménica en la universidad alemana de Tubinga, que El País y otros muchos e influyentes diarios del mundo publicaban ayer. Ojalá tomen nota los responsables, pero me temo que no será así. Sean felices a pesar de todo. Les dejo con la lectura de la carta de Hans Küng. Tamaragua, amigos. HArendt  





El teólogo católico Hans Küng





"Cinco años de pontificado de Benedicto XVI. Carta abierta a los obispos católicos de todo el mundo", por Hans Küng
EL PAÍS  -  Sociedad - 15-04-2010

        Estimados obispos,

        Joseph Ratzinger, ahora Benedicto XVI, y yo fuimos entre 1962 1965 los dos teólogos más jóvenes del concilio. Ahora, ambos somos los más ancianos y los únicos que siguen plenamente en activo. Yo siempre he entendido también mi labor teológica como un servicio a la Iglesia. Por eso, preocupado por esta nuestra Iglesia, sumida en la crisis de confianza más profunda desde la Reforma, os dirijo una carta abierta en el quinto aniversario del acceso al pontificado de Benedicto XVI. No tengo otra posibilidad de llegar a vosotros.

        Aprecié mucho que el papa Benedicto, al poco de su elección, me invitara a mí, su crítico, a una conversación de cuatro horas, que discurrió amistosamente. En aquel momento, eso me hizo concebir la esperanza de que Joseph Ratzinger, mi antiguo colega en la Universidad de Tubinga, encontrara a pesar de todo el camino hacia una mayor renovación de la Iglesia y el entendimiento ecuménico en el espíritu del Concilio Vaticano II.

        Mis esperanzas, y las de tantos católicos y católicas comprometidos, desgraciadamente no se han cumplido, cosa que he hecho saber al papa Benedicto de diversas formas en nuestra correspondencia. Sin duda, ha cumplido concienzudamente sus cotidianas obligaciones papales y nos ha obsequiado con tres útiles encíclicas sobre la fe, la esperanza y el amor. Pero en lo tocante a los grandes desafíos de nuestro tiempo, su pontificado se presenta cada vez más como el de las oportunidades desperdiciadas, no como el de las ocasiones aprovechadas:

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de un entendimiento perdurable con los judíos: el Papa reintroduce la plegaria preconciliar en la que se pide por la iluminación de los judíos y readmite en la Iglesia a obispos cismáticos notoriamente antisemitas, impulsa la beatificación de Pío XII y sólo se toma en serio al judaísmo como raíz histórica del cristianismo, no como una comunidad de fe que perdura y que tiene un camino propio hacia la salvación. Los judíos de todo el mundo se han indignado con el predicador pontificio en la liturgia papal del Viernes Santo, en la que comparó las críticas al Papa con la persecución antisemita.

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de un diálogo en confianza con los musulmanes; es sintomático el discurso de Benedicto en Ratisbona, en el que, mal aconsejado, caricaturizó al islam como la religión de la violencia y la inhumanidad, atrayéndose así la duradera desconfianza de los musulmanes.

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de la reconciliación con los pueblos nativos colonizados de Latinoamérica: el Papa afirma con toda seriedad que estos "anhelaban" la religión de sus conquistadores europeos.

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de ayudar a los pueblos africanos en la lucha contra la superpoblación, aprobando los métodos anticonceptivos, y en la lucha contra el sida, admitiendo el uso de preservativos.

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de concluir la paz con las ciencias modernas: reconociendo inequívocamente la teoría de la evolución y aprobando de forma diferenciada nuevos ámbitos de investigación, como el de las células madre.

        - Se ha desperdiciado la oportunidad de que también el Vaticano haga, finalmente, del espíritu del Concilio Vaticano II la brújula de la Iglesia católica, impulsando sus reformas.

        Este último punto, estimados obispos, es especialmente grave. Una y otra vez, este Papa relativiza los textos conciliares y los interpreta de forma retrógrada contra el espíritu de los padres del concilio. Incluso se sitúa expresamente contra el concilio ecuménico, que según el derecho canónico representa la autoridad suprema de la Iglesia católica:

        - Ha readmitido sin condiciones en la Iglesia a los obispos de la Hermandad Sacerdotal San Pío X, ordenados ilegalmente fuera de la Iglesia católica y que rechazan el concilio en aspectos centrales.

        - Apoya con todos los medios la misa medieval tridentina y él mismo celebra ocasionalmente la eucaristía en latín y de espaldas a los fieles.

        - No lleva a efecto el entendimiento con la Iglesia anglicana, firmado en documentos ecuménicos oficiales (ARCIC), sino que intenta atraer a la Iglesia católico-romana a sacerdotes anglicanos casados renunciando a aplicarles el voto de celibato.

        - Ha reforzado los poderes eclesiales contrarios al concilio con el nombramiento de altos cargos anticonciliares (en la Secretaría de Estado y en la Congregación para la Liturgia, entre otros) y obispos reaccionarios en todo el mundo.

        El Papa Benedicto XVI parece alejarse cada vez más de la gran mayoría del pueblo de la Iglesia, que de todas formas se ocupa cada vez menos de Roma y que, en el mejor de los casos, aún se identifica con su parroquia y sus obispos locales.

        Sé que algunos de vosotros padecéis por el hecho de que el Papa se vea plenamente respaldado por la curia romana en su política anticonciliar. Esta intenta sofocar la crítica en el episcopado y en la Iglesia y desacreditar por todos los medios a los críticos. Con una renovada exhibición de pompa barroca y manifestaciones efectistas cara a los medios de comunicación, Roma trata de exhibir una Iglesia fuerte con un "representante de Cristo" absolutista, que reúne en su mano los poderes legislativo, ejecutivo y judicial. Sin embargo, la política de restauración de Benedicto ha fracasado. Todas sus apariciones públicas, viajes y documentos no son capaces de modificar en el sentido de la doctrina romana la postura de la mayoría de los católicos en cuestiones controvertidas, especialmente en materia de moral sexual. Ni siquiera los encuentros papales con la juventud, a los que asisten sobre todo agrupaciones conservadoras carismáticas, pueden frenar los abandonos de la Iglesia ni despertar más vocaciones sacerdotales.

        Precisamente vosotros, como obispos, lo lamentaréis en lo más profundo: desde el concilio, decenas de miles de obispos han abandonado su vocación, sobre todo debido a la ley del celibato. La renovación sacerdotal, aunque también la de miembros de las órdenes, de hermanas y hermanos laicos, ha caído tanto cuantitativa como cualitativamente. La resignación y la frustración se extienden en el clero, precisamente entre los miembros más activos de la Iglesia. Muchos se sienten abandonados en sus necesidades y sufren por la Iglesia. Puede que ese sea el caso en muchas de vuestras diócesis: cada vez más iglesias, seminarios y parroquias vacíos. En algunos países, debido a la carencia de sacerdotes, se finge una reforma eclesial y las parroquias se refunden, a menudo en contra de su voluntad, constituyendo gigantescas "unidades pastorales" en las que los escasos sacerdotes están completamente desbordados.

        Y ahora, a las muchas tendencias de crisis todavía se añaden escándalos que claman al cielo: sobre todo el abuso de miles de niños y jóvenes por clérigos -en Estados Unidos, Irlanda, Alemania y otros países- ligado todo ello a una crisis de liderazgo y confianza sin precedentes. No puede silenciarse que el sistema de ocultamiento puesto en vigor en todo el mundo ante los delitos sexuales de los clérigos fue dirigido por la Congregación para la Fe romana del cardenal Ratzinger (1981-2005), en la que ya bajo Juan Pablo II se recopilaron los casos bajo el más estricto secreto. Todavía el 18 de mayo de 2001, Ratzinger enviaba un escrito solemne sobre los delitos más graves (Epistula de delitos gravioribus) a todos los obispos. En ella, los casos de abusos se situaban bajo el secretum pontificium, cuya vulneración puede atraer severas penas canónicas. Con razón, pues, son muchos los que exigen al entonces prefecto y ahora Papa un mea culpa personal. Sin embargo, en Semana Santa ha perdido la ocasión de hacerlo. En vez de ello, el Domingo de Ramos movió al decano del colegio cardenalicio a levantar urbi et orbe testimonio de su inocencia.

        Las consecuencias de todos estos escándalos para la reputación de la Iglesia católica son devastadoras. Esto es algo que también confirman ya dignatarios de alto rango. Innumerables curas y educadores de jóvenes sin tacha y sumamente comprometidos padecen bajo una sospecha general. Vosotros, estimados obispos, debéis plantearos la pregunta de cómo habrán de ser en el futuro las cosas en nuestra Iglesia y en vuestras diócesis. Sin embargo, no querría bosquejaros un programa de reforma; eso ya lo he hecho en repetidas ocasiones, antes y después del concilio. Sólo querría plantearos seis propuestas que, es mi convicción, serán respaldadas por millones de católicos que carecen de voz.

        1. No callar: en vista de tantas y tan graves irregularidades, el silencio os hace cómplices. Allí donde consideréis que determinadas leyes, disposiciones y medidas son contraproducentes, deberíais, por el contrario, expresarlo con la mayor franqueza. ¡No enviéis a Roma declaraciones de sumisión, sino demandas de reforma!

        2. Acometer reformas: en la Iglesia y en el episcopado son muchos los que se quejan de Roma, sin que ellos mismos hagan algo. Pero hoy, cuando en una diócesis o parroquia no se acude a misa, la labor pastoral es ineficaz, la apertura a las necesidades del mundo limitada, o la cooperación mínima, la culpa no puede descargarse sin más sobre Roma. Obispo, sacerdote o laico, todos y cada uno han de hacer algo para la renovación de la Iglesia en su ámbito vital, sea mayor o menor. Muchas grandes cosas en las parroquias y en la Iglesia entera se han puesto en marcha gracias a la iniciativa de individuos o de grupos pequeños. Como obispos, debéis apoyar y alentar tales iniciativas y atender, ahora mismo, las quejas justificadas de los fieles.

        3. Actuar colegiadamente: tras un vivo debate y contra la sostenida oposición de la curia, el concilio decretó la colegialidad del Papa y los obispos en el sentido de los Hechos de los Apóstoles, donde Pedro tampoco actuaba sin el colegio apostólico. Sin embargo, en la época posconciliar los papas y la curia han ignorado esta decisión central del concilio. Desde que el papa Pablo VI, ya a los dos años del concilio, publicara una encíclica para la defensa de la discutida ley del celibato, volvió a ejercerse la doctrina y la política papal al antiguo estilo, no colegiado. Incluso hasta en la liturgia se presenta el Papa como autócrata, frente al que los obispos, de los que gusta rodearse, aparecen como comparsas sin voz ni voto. Por tanto, no deberíais, estimados obispos, actuar solo como individuos, sino en comunidad con los demás obispos, con los sacerdotes y con el pueblo de la Iglesia, hombres y mujeres.

        4. La obediencia ilimitada sólo se debe a Dios: todos vosotros, en la solemne consagración episcopal, habéis prestado ante el Papa un voto de obediencia ilimitada. Pero sabéis igualmente que jamás se debe obediencia ilimitada a una autoridad humana, solo a Dios. Por tanto, vuestro voto no os impide decir la verdad sobre la actual crisis de la Iglesia, de vuestra diócesis y de vuestros países. ¡Siguiendo en todo el ejemplo del apóstol Pablo, que se enfrentó a Pedro y tuvo que "decirle en la cara que actuaba de forma condenable" (Gal 2, 11)! Una presión sobre las autoridades romanas en el espíritu de la hermandad cristiana puede ser legítima cuando estas no concuerden con el espíritu del Evangelio y su mensaje. La utilización del lenguaje vernáculo en la liturgia, la modificación de las disposiciones sobre los matrimonios mixtos, la afirmación de la tolerancia, la democracia, los derechos humanos, el entendimiento ecuménico y tantas otras cosas sólo se han alcanzado por la tenaz presión desde abajo.

        5. Aspirar a soluciones regionales: es frecuente que el Vaticano haga oídos sordos a demandas justificadas del episcopado, de los sacerdotes y de los laicos. Con tanta mayor razón se debe aspirar a conseguir de forma inteligente soluciones regionales. Un problema especialmente espinoso, como sabéis, es la ley del celibato, proveniente de la Edad Media y que se está cuestionando con razón en todo el mundo precisamente en el contexto de los escándalos por abusos sexuales. Una modificación en contra de la voluntad de Roma parece prácticamente imposible. Sin embargo, esto no nos condena a la pasividad: un sacerdote que tras madura reflexión piense en casarse no tiene que renunciar automáticamente a su estado si el obispo y la comunidad le apoyan. Algunas conferencias episcopales podrían proceder con una solución regional, aunque sería mejor aspirar a una solución para la Iglesia en su conjunto. Por tanto:

        6. Exigir un concilio: así como se requirió un concilio ecuménico para la realización de la reforma litúrgica, la libertad de religión, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, lo mismo ocurre en cuanto a solucionar el problema de la reforma, que ha irrumpido ahora de forma dramática. El concilio reformista de Constanza en el siglo previo a la Reforma acordó la celebración de concilios cada cinco años, disposición que, sin embargo, burló la curia romana. Sin duda, esta hará ahora cuanto pueda para impedir un concilio del que debe temer una limitación de su poder. En todos vosotros está la responsabilidad de imponer un concilio o al menos un sínodo episcopal representativo.

        La apelación que os dirijo en vista de esta Iglesia en crisis, estimados obispos, es que pongáis en la balanza la autoridad episcopal, revalorizada por el concilio. En esta situación de necesidad, los ojos del mundo están puestos en vosotros. Innúmeras personas han perdido la confianza en la Iglesia católica. Para recuperarla sólo valdrá abordar de forma franca y honrada los problemas y las reformas consecuentes. Os pido, con todo el respeto, que contribuyáis con lo que os corresponda, cuando sea posible en cooperación con el resto de los obispos; pero, si es necesario, también en solitario, con "valentía" apostólica (Hechos 4, 29-31). Dad a vuestros fieles signos de esperanza y aliento y a nuestra iglesia una perspectiva.

        Os saluda, en la comunión de la fe cristiana, Hans Küng.




El Papa Benedicto XVI



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