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lunes, 14 de noviembre de 2016

[A vuelapluma] Grandeza y servidumbre de la democracia





La democracia, como dijo el que fuera primer ministro británico durante la II Guerra Mundial, Winston Churchill, "es el peor sistema de gobierno existente, excluidos todos los demás". Y como toda otra organización social y humana presenta grandezas y servidumbres.

Permítanme una boutade que estos días he repetido, en privado, entre mis amigos: La principal diferencia entre la democracia estadounidense y la española es que, en la primera, cualquier gilipollas con dinero puede llegar a ser presidente; en la segunda, España, basta con ser gilipollas. Esa es una de las servidumbres de la democracia.

Nunca (o muy escasas veces) comento en público los resultados electorales. Me guste o no me guste lo que votan, los ciudadanos tienen derecho a votar a quien les de la real gana. Esas personas se merecen todo mi respeto. Y si votan lo contrario de lo que yo hubiera deseado, el problema es mío más que de ellas por no haberles sabido mostrar o hacerles creíble otra opción de voto. Esa es una de las grandezas de la democracia. 

De eso trataba el artículo del filósofo Fernando Savater en el País de ayer domingo, titulado ¡Peligro: democracia!, que se inicia con estos versos del poeta italiano Giacomo Leopardi (1798-1831). 


“Esta edad vanidosa
que se alimenta de vacuas esperanzas,
ama los cuentos y odia la virtud;
esta edad que adora lo útil
y nunca ve la vida,
se hace cada día más inútil”.



Confieso sentir un perverso placer, dice al comienzo de su artículo, cuando las predicciones de los especialistas sobre algún comportamiento colectivo fracasan estrepitosamente. Y ello aunque lo que realmente ocurre sea para mí más inquietante que lo que parecía que iba a pasar. Mi regocijo agridulce es del mismo tipo que expresa la repetidísima exclamación de Voltaire (apócrifa, por otra parte): “Estoy en completo desacuerdo con lo que usted dice, pero daría mi vida por que pudiera seguir diciéndolo”. De semejante modo, lamento que los votantes en una consulta o en unas elecciones se pronuncien mayoritariamente contra lo que aconsejan los expertos más fiables o la simple argumentación racional, pero me alegro de que tal desvío pueda ocurrir, porque la capacidad masiva de disparatar a coro es una prueba de salud democrática. De hecho, esta temible disposición es el argumento derogatorio que han empleado siempre contra la democracia sus adversarios más insignes, desde Platón a Borges. Y hoy continúa escandalizando a muchos de menor talento. Pero precisamente en ese punto estriba lo característicamente democrático. Jean Cocteau aconsejaba: “Lo que todos te censuran, cultívalo… porque eso eres tú”. Con algo de prosopopeya, también podríamos decírselo a Doña Democracia.

Deplorando, sigue diciendo, el resultado de las elecciones presidenciales norte­americanas, una portavoz de Podemos dijo: “Hoy es un día triste para la democracia”. Lo repitió varias veces y luego, ya lanzada, dijo también que “era un día triste para la humanidad”. Pasemos por alto esta última hipérbole, porque a todos se nos puede calentar la boca. Pero ¿por qué es un día triste para la democracia? Sin duda es una jornada poco radiante para quienes, como esa señorita y yo mismo, aborrecemos el ideario agresivamente xenófobo, clasista, machista y sobre todo apoyado en descaradas exageraciones y falsedades del ya presidente Trump. Pero ni la portavoz ni yo somos dueños de las instituciones, debemos compartirlas con otros millones de personas que desdichadamente no piensan como nosotros. En cambio, desde otra perspectiva, unas elecciones donde los ciudadanos prefieren contra todo pronóstico a un candidato al que no apoyan ni en su propio partido (mientras a su rival la recomendaba el presidente anterior, los periódicos de referencia, artistas, intelectuales, etcétera), que vomita barbaridades, se comporta públicamente como un patán, ofende a todos los grupos sociales imaginarios, promete medidas políticas autoritarias, belicistas o que amenazan mejoras sociales, demuestra ser un ignorante en casi todo y elogia demagógicamente a quienes lo son aún más que él… Pues vaya, caramba, eso sí que es una muestra estremecedora pero indudable de libertad. Porque elegir según recomienda la lógica, la fuerza de las razones, la opinión de los expertos políticos y morales, puede ser socialmente beneficioso, pero deja un regusto de que es “lo que hay que hacer”, lo obligado; mientras que ir contra lo que parece conveniente y cuerdo es peligrosísimo, pero sin duda revela que uno sigue su real gana. Cuando se incendia la casa, el que sale corriendo para salvar el pellejo hace muy bien, pero obedece a las circunstancias; libre, lo que se dice grandiosamente libre, es el que se queda dentro cantando salmos entre las llamas.

La libertad política, señala más adelante, es algo muy deseable de tener pero peligroso de utilizar. Nos hemos criado oyendo mencionar al poder como el coco que quiere devorarnos: el lenguaje del poder, las asechanzas del poder, la cara oculta del poder… Lo imaginamos oculto en cenáculos restringidos donde conspiran unos cuantos plutócratas desalmados. Seguro que hay algo de verdad en esta caricatura siniestra, pero el poder más temible en democracia es precisamente el que comparten todos y cada uno de los ciudadanos: el poder de elegir. Temblamos con razón ante los autócratas que monopolizan el mando, pero en nuestras democracias es lógico sentir escalofríos al pensar en las multitudes que deciden quién debe ostentarlo. Algunos tratan de aliviar este recelo asegurando que la mayoría de los ciudadanos no pueden ser llamados realmente libres porque son ignorantes en las cuestiones de gobierno, se dejan engañar o seducir con promesas vanas, se asustan ante amenazas imaginarias, son venales, xenófobos, intolerantes… Pero todo esto sólo quiere decir que son humanos: esos mismos defectos existen en todas partes, aunque no haya libertades políticas. En democracia la diferencia es que pueden expresarse y elegir lo que prefieren: quizá no sean más felices que otros vasallos, pero al menos son tratados como realmente humanos. No se les reconocen sus virtudes, sino su dignidad. La democracia no es ante todo el asilo de la lucidez, la solidaridad, el buen gusto o la creación artística, sino que es “la tierra de los libres”, como dice el himno de Estados Unidos.

Para evitar que el devenir democrático sea una serie de dictaduras electivas contrapuestas, continúa diciendo, están las leyes. Los ciudadanos basan las garantías de su libertad participativa en el acatamiento de la Constitución. Los que hablan de fascismo y caos tras la victoria de Trump fantasean tétricamente. Lo único que verdaderamente sonó inquietante en el discurso electoralista de Trump fue la amenaza de no respetar el resultado de las elecciones si no le gustaba. Algo parecido a lo que hoy berrean por las calles —espero que por poco tiempo— los modernos caprichosos del “No es mi presidente” o “No me representa”, que se consideran por encima de la democracia y capacitados para decidir cuándo la libertad ha optado por el bien y cuándo no.

En España, dice más adelante, ya estamos acostumbrados a quienes piensan que la democracia funciona mejor sin leyes que la coarten, como la paloma de Kant creía volar mejor en el vacío… Sin duda Trump es populista, como en nuestro país Podemos y sus siete enanitos: no porque prediquen lo mismo sino porque predican del mismo modo, empleando la retórica demagógica para conseguir aunar la heterogeneidad de los descontentos.

En la era de Internet, concluye diciendo, el populismo tiene campo abonado. Y es inútil empeñarse en regañar a la gente por sus preferencias (todos son “gente”, los que piensan como nosotros y los demás), mejor es perseverar en educarla para argumentar y comprender en lugar de aclamar. También hay que proponer alternativas ideológicas fuertes, no simplemente apelar al pragmatismo y la rentabilidad. Hagamos lo que hagamos, seguiremos remando en lo imprevisible. Porque la incertidumbre no la ha traído Trump, sino la libertad.



Fernando Savater



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

sábado, 6 de febrero de 2016

[A vuelapluma] Pasión por la escritura






"Todo el talento de escribir no consiste a fin de cuentas mas que en la elección de las palabras", le cuenta en una carta Gustave Flaubert a su amiga y amante Louise Colet. La anécdota, elevada en este caso, justamente, a la condición de categoría, la relata Fernando Savater en su libro Aquí viven leones. Viaje a las guaridas de los grandes escritores (Debate, Barcelona, 2016), que retiré ayer de la Biblioteca Pública del Estado, en San Telmo, y que esta mañana, a esta hora, acabo de terminar de leer fascinado, emocionado, y porque no reconocerlo, enamorado de la literatura, en este caso, como humildísimo lector.

Como dice la contraportada del libro, en Aquí viven leones, Fernando Savater vuelve a una de sus facetas favoritas, la de divulgador de la literatura y el pensamiento, a través de ocho viajes inolvidables escritos al alimón con su esposa, Sara Torres, fallecida recientemente, e ilustrados por el dibujante Anapurna, en los que nos recrea en trazos magníficos e inolvidables la vida y las obras de William Shakespeare, Ramón del Valle-Inclán, Edgar Allan Poe, Giacomo Leopardi, Agatha Christie, Alfonso Reyes, Gustave Flaubert y Stefan Zweig. Ocho extraordinarias introducciones a sendos autores clave de la literatura universal de muy distintos registros. Un libro maravilloso para entrar en el mundo de esos escritores, conocer su obra, y disponer de más claves para poder disfrutarla.

Personalmente, los retratos que más me han gustado (como siempre, presente, mi obsesión trinitaria) los del mexicano Alfonso Reyes, el español Ramón del Valle-Inclán, y el francés Gustave Flaubert. Aunque todos me han resultado fascinantes.



Sara Torres y Fernando Savater



Se lo recomiendo encarecidamente. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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jueves, 26 de noviembre de 2015

[De libros y lecturas] Hoy, "Ensayos", de Michel de Montaigne



Michel de Montaigne (1533-1592)


Ya he escrito en alguna otra ocasión sobre Michel de Montaigne y su famoso Essais (Ensayos). En concreto en octubre de 2009 y diciembre de 2012, aventurando las similitudes y diferencias entre blogs y ensayos. ¿Qué es un "ensayo" en la acepción clásica del término? Nadie duda del origen del mismo, que toma su nombre del título de la obra cumbre del citado autor francés. Al elogio y práctica del ensayo como literatura le dedicó unas magníficas páginas el escritor y filósofo Fernando Savater en un texto que servía de introducción al libro de Hannah Arendt La condición humana.  

Decía Savater en él que, en su origen, el ensayo es la opción del escritor que aborda un tema cuyo tamaño y complejidad sabe de antemano que le desbordan. El ensayista -dice- no es un invasor prepotente, ni mucho menos un conquistador de la cuestión tratada, sino todo lo más un explorador audaz, quizá solo un espía, en el peor de los casos un simple fisgón. En la raíz misma del ensayo -continuaba más adelante- está pues el escepticismo. En este aspecto, es lo opuesto al tratado, que se asienta en la certeza y en la convicción de estar en la posesión de la verdad. El ensayista no agota nunca la cuestión que aborda, -seguía diciendo-, pero puede extenuarse en cambio puliendo sus líneas expresivas y añadiendo puntualizaciones circunstanciales a sus argumentaciones. Así, fue que Montaigne retocó sus ensayos una y otra vez, casi hasta el día de su muerte. En el ensayo, concluía, siempre asoma la personalidad del autor, siempre se hace oír la persona, lo individual, la subjetividad que se asume como tal y se tantea a sí misma al formar cuerpo con lo objetivamente concretado.

Tengo dos ediciones de los Ensayos. La primera, de la editorial Cátedra, publicada entre 1987 y 1993, en tres tomos. La segunda, del Círculo de Lectores, de 1997, esta última, una selección de textos. Ambas magníficas. En mayo de 2009, el profesor Carlos García Gual se hacía eco en Revista de Libros, de la publicación de una nueva edición de los Ensayos por parte de la editorial Acantilado, en un artículo titulado Modernidad de Montaigne. Y en el último número de esta misma revista, este mismo mes de noviembre, el escritor Vicente Molina Foix hacía una recensión de la nueva edición bilingüe, en francés y español, de los Ensayos de Montaigne por parte de Galaxia Gutenberg, en un artículo titulado Lectores de Montaigne. Les recomiendo la lectura de ambos.

Ni que decir tiene que confiando en su generosidad más que en mis méritos, le he pedido a los Reyes Magos esta edición bilingüe de los Ensayos. Sé que no me he portado tan bien como para merecerla, pero en fin, espero que me concedan al menos el beneficio de la duda. Ya saben, por eso del in dubio pro reo... 

En todo caso, por si se animan a su lectura las dejo en el enlace siguiente el texto completo de los Ensayos de Montaigne en la también magnífica versión de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante. Los Ensayos de Montaigne representan el triunfo de la mirada libre que el hombre del Renacimiento volvió hacia sí mismo y hacia el mundo. Montaigne escribe sobre el miedo, la imaginación o la muerte, sobre los caníbales, las costumbres de vestir, la soledad, o los olores. Y es que, a Montaigne, como también dijera antes que él el escritor romano Publio Terencia Africano, nada humano le era ajeno, puesto que era hombre: "Homo sum, humani nihil a me alienum puto". Les aseguro que no quedarán defraudados, pues es uno de esos escasos libros que perdurarán en la memoria de los hombres mientras la humanidad y el mundo existan.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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lunes, 9 de noviembre de 2015

[Política] Sobre el amor a la patria



Alegoría de España (Biblioteca Nacional, Madrid)


Las campañas electorales me ponen de los nervios, lo confieso. Y en algunas ocasiones hasta me hartan. En época de elecciones se suelen exacerbar los sentimientos patrióticos, y las alusiones a la Patria, la Nación, el País o el Estado, así, con mayúsculas, se convierten en el pan nuestro de cada día. 

Desconfío, por decirlo suavemente, de todos aquellos que hablan de la Patria, la Nación, el País, el Estado, la Justicia, la Democracia, el Pueblo o Dios (y más cosas) en primera persona, con mayúscula, y poniéndolos siempre por delante como justificación de sus acciones. Me dan miedo. Y de vez en cuando me repelen. Sobre todo cuando suenan a oportunismo electoral.

Es difícil entenderse, aunque sea en el mismo idioma, cuando no compartimos el sentido de las palabras que empleamos. Así pues, para que se me pueda entender, y replicar, reproduzco las acepciones, tomadas del Diccionario de la lengua española de la RAE (2014) que me son más cercanas de algunas de las palabras empleadas en esta entrada.

1. estado: 6. m. Forma de organización política, dotada de poder soberano e independiente, que integra la población de un territorio.

2. nación: 1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.

3. país: 2. m. Territorio, con características geográficas y culturales propias, que puede constituir una entidad política dentro de un Estado.

4. patria: 2. f. Lugar, ciudad o país en que se ha nacido.

5. patriota: 1. m. y f. Persona que tiene amor a su patria y procura todo su bien.

6. patriotismo: 2. m. Sentimiento y conducta propios del patriota.

7. pueblo: 3. m. Conjunto de personas de un lugar, región o país.

El escritor y académico Javier Marías en un artículo de hace unos años en El País Semanal titulado "Cómo se llamará esta afección", escribía: "Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo España" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Cataluña o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, además de inverosímiles, porque nadie está capacitado para "amar" así, en bloque, un país entero, menos aún una metáfora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, sí, y durante un tiempo es nuestro único mundo. En él desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos vínculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos hábitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos cómodos, y bastaría con que nos viéramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos españoles a lo largo de la historia- para que echáramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos hábitos. La mayoría de la gente vive donde vive porque se encontró allí al nacer y se incorporó a lo que ya estaba en marcha. Se instaló naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesión. Pero todo es principalmente una cuestión de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello".


El artículo completo de Marías, que pueden leer en el enlace de más arriba, me pareció desgarrador, y quizá, excesivo. En todo caso comparto con él ese sentimiento de "patriotismo negativo" al que alude en su texto: aquel que nos hace avergonzarnos de muchos de nuestros compatriotas y de muchas de las cosas que se han hecho y dejado de hacer en nombre de la patria.

Leyéndolo he recordado un libro del también escritor e ilustre filósofo, Fernando Savater, que me impresionó sobremanera cuando lo leí, por su atrevimiento y la dureza de sus planteamientos, contra el propio concepto de nación. Se titulaba "Contra las patrias" (Tusquets, Barcelona, 1987), y no sé si don Fernando seguirá sosteniendo lo que en el decía contra "todas" las patrias"; supongo que sí, porque el concepto de "patria", como se vé en las definiciones del Diccionario de la RAE, no es unívoco.

También ignoro si Javier Marías había leído cuando escribió su artículo la magnífica biografía de Hannah Arendt de la periodista y escritora francesa Laure Adler, titulada "Hannah Arendt" (Destino, Barcelona, 2006). Me gustaría pensar que sí por la coincidencia casi literal entre lo que escribe Marías sobre el "amor patrio" y lo que pone Laure Adler en boca de su biografiada (página 426), sobre ese mismo concepto de amor a la patria, o al pueblo: "Tiene usted toda la razón: no me anima ningún amor de esa clase, y eso por dos motivos: jamás en toda mi vida he amado a ningún pueblo, a ninguna colectividad; ni al pueblo alemán, ni al francés, ni al norteamericano, ni a la clase obrera, ni nada de todo eso. Yo amo únicamente a mis amigos, y la sola clase de amor que conozco y en la que creo es en el amor por las personas."

¿Plagio inocente e inadvertido o simple coincidencia de sentimientos? Cualquiera de los dos hechos son posibles. No me preocupa. Como Marías, yo también me pregunto como se llamará "esa afección que nos hace incapaces de enorgullecernos junto a la capacidad de avergonzarnos por lo ajeno vecino". En todo caso, como él, estoy seguro de que no somos los únicos españoles que la padecemos.

Mi paisano Nicolás Estévanez, (1838-1914), militar y político de prestigio, y sobre todo poeta, escribió un hermosísimo poema sobre el mito de la patria titulado "La sombra del almendro". Les dejo con él. 

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




LA SOMBRA DEL ALMENDRO

La patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.

Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.

A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.

A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.

Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.

A mi no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.

Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.

A mi no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.

La sangre de mis venas,
a mi no se me importa
que venga del Egipto
o de las razas céltica y godas.

Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ella
hasta que el mar inunde aquellas costas.

La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.

La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.

Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.

Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora...

Nicolás Estévanez




Javier Marías, Nicolás Estévanez y Hannah Arendt



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miércoles, 14 de octubre de 2015

[Pensamiento] Homenaje a Hannah Arendt (en el 109 aniversario de su nacimiento)




Hannah Arendt


Hoy, 14 de octubre se cumplen ciento nueve años del nacimiento de Hannah Arendt. Nacida en Hannover (Alemania) el 14 de octubre de 1906, Hannah Arendt comienza sus estudios de Filosofía en la Universidad de Marburgo, donde tiene como profesores a Martin Heidegger, Nicolai Hartmann y Rudolf Bultmann, estudios que continúa en la Universidad de Friburgo con Edmund Husserl y que culmina con su doctorado en la Universidad de Heidelberg bajo la dirección de Karl Jaspers. A pesar de su impresionante currículo académico filosófico, ella nunca se considero a sí misma como filósofa sino como teórica de la política, a cuyo estudio dedicó prácticamente toda su vida como pensadora y profesora en las universidades estadounidenses de Princeton, Chicago y Berkely,  a donde se trasladó en 1941 huyendo del régimen nazi que la había privado de la nacionalidad alemana por su condición de judía. 

Murió el 4 de diciembre de 1975 en la ciudad de Nueva York, donde residía. Una de sus biógrafas, la profesora francesa Laure Adler, cuenta en su libro que la tarde de aquel día había invitado a su casa a unos amigos para los que preparó la cena ella misma. Terminada esta, pasaron a un saloncito de la casa para charlar, pero nada más sentarse, dio un profundo suspiro y murió a causa de un infarto de miocardio. Tenía 69 años recién cumplidos. Está enterrada en el campus universitario del Bard College, en la ciudad de Annandale-on-Hudson, Nueva York, en el que su esposo, Heinrich Blücher, había sido profesor. Y que es la institución que guarda el legado de Hannah Arendt.

Mi primer contacto académico con la persona y la obra de Hannah Arendt tuvo lugar cuando cursé la asignatura de Teoría Política, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, a través de la serie de libros de "Historia de la teoría política" del profesor Fernando Vallespín. Yo había oído hablar de Hannah Arendt con anterioridad, pero no había leído ninguna de sus obras. Es ahora, cuando lo que hasta ese momento era una obligación académica se va a convertir en una pasión. Y tras "Sobre la revolución", el primero de sus libros que leí, le siguieron (no por el orden en que los cito): "Los orígenes del totalitarismo", "La condición humana", "Eichmann en Jerusalén", "Entre el pasado y el futuro", "¿Qué es la política?", "Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental", "La promesa de la política", "Tiempos presentes", "Crisis de la República", "Hombres en tiempos de oscuridad", y algunos otros que me dejo en el teclado... Y por supuesto, las dos espléndidas biografías que sobre ella escribieron Elizabeth Young-Bruehl y Laure Adler.

El catedrático de filosofía Fernando Savater le dedicó en la presentación  de la edición para el Círculo de Lectores del libro de Hannah Arendt quizá más emblemática, "La condición humana", unas páginas no por breves menos admirativas hacia su persona y su obra, que reproduzco literalmente a pesar de extensión: "A Hannah Arendt, dice sobre ella el profesor Savater, le debemos la reflexión filosófica sobre política más genuina de este siglo. Digo genuina, no simplemente acertada o sugerente. Por supuesto, su gran libro sobre los orígenes del fenómeno totalitario, su comparación entre la revolución americana y la francesa a la luz de las libertades públicas, sus esbozos sobre la violencia o sobre la crisis de la educación, están siempre llenos de originalidad inspiradora incluso para quienes menos comparten su análisis (¡con la posible excepción de sir Isaiah Berlin, que siempre le tuvo una ojeriza teórica sin desmayo!). Pero su filosofía política, continúa mas adelante, es genuina porque no aspira al final de la política, sino a su esclarecimiento y prolongación. Me explico, dice, el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbaro pasado... ¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien! Pero el noventa por ciento de los filósofos políticos parecen considerar que la actividad política misma, su agitación, sus constantes cambios de proyecto o ideal, etcétera, son algo a erradicar cuanto antes. El ejercicio contradictorio de la política (necesariamente contradictorio, porque si no faltaría la libertad que lo hace posible) proviene para ellos de ambiciones, caprichos o accidentes igualmente detestables. De ahí su empeño por promulgar el "final de la historia" o la "utopía", objetivos simétricos aunque el primero sea conservador y el segundo, supuestamente revolucionario. En ambos casos (y en otros adyacentes, aunque menos graves) se da a entender que la culminación de la política llegará cuando ya no sea necesario hacer política. Por el contrario, Arendt permanece siempre estusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad. Y la vincula en cuanto tal a la concepción de la vida humana como algo más que la acumulación de labores reproductivas o fabricación de objetos. Para ella, creo que acertadamente, hacer política es también hacer humanidad. Desde el punto de vista genérico de esta colección, La condición humana es particularmente interesante porque muestra las posibilidades del ensayo para abordar de una manera casi "aérea" perspectivas amplísimas que un tratadista minucioso no lograría agotar satisfactoriamente salvo que perpetrase toda una biblioteca de agobiantes volúmenes. Y desde luego porque en este caso el resultado de tal perspectiva sintetizadora merece realmente la pena".

Concluyo esta entrada de hoy, rendido homenaje de admiración a la personalidad y la obra de Hannah Arendt en el aniversario de su nacimiento, invitándoles a la lectura de la reseña crítica que de las dos biografías citadas más arriba, titulada "Amistad y amor mundi: la vida de Hannah Arendt", realizara en su día en Revista de Libros el profesor Jordi Ibáñez Fanés. Estoy convencido que les resultará más que interesante. 

Y por mi parte, les invito a leer y descargar si lo desean en estos dos enlaces dos de sus obras más interesantes: "Eichmann en Jerusalén" y "¿Qué es la política?". Espero que las disfruten.


Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



Hannah Arendt




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martes, 2 de junio de 2015

[Pensamiento] "Épater les bourgeois"



Deborah de Robertis en el Museo de Orsay


Lo confieso. Me siento absolutamente perplejo ante el afán de unos y otros por asombrar al personal (por "épater les bourgeois", en lenguaje cursi) a cuenta del famoso Manifiesto por la Lengua Común, que no comparto, pero que tampoco me molesta, lanzándose frases y comentarios a cada cuál más burro. Si de verdad se busca el enfrentamiento entre unos españoles y otros a causa de la lengua de cada uno, conmigo que no cuenten...

Yo también suelo intentar "épater les bourgeois" de vez en cuando, con una diferencia fundamental: que este blog es solo un entretenimiento del que suscribe, sin pretensión alguna, y que tienen la amabilidad de leer unos cuantos amigos, mientras que lo que escriben gentes como Félix de Azúa ("¡Socorro!", El País, 10.07.08) o Fernando Savater ("Ciudadanía y lengua común", El País, 11.07.08), a los que admiro, y a los que respeta mucha gente, no debería caer en esa tentación.

Que el jubilado Sumo Sacerdote del catalanismo militante, Jordi Pujol, llame "a combatir 'sin miedo' la falta de respeto a Cataluña", no me parece razón suficiente para que mi admirado Azúa proclame su miedo a que lo quemen ("vivo o en efigie", dice...) los hijos de Bin Laden (sic).

Que mi también admirado Savater se vea en la necesidad de explicar algo tan sencillo de comprender como la intención de los redactores y firmantes del Manifiesto, ¿significa que "algo" no se explicó bien en el momento de lanzarlo a la opinión pública?... No se, pero es posible...

Una última digresión sobre perplejidades propias y ajenas: el periodista, escritor y ex asesor del presidente del gobierno, Javier Valenzuela, llama públicamente a la ministra de Igualdad, Bibiana Aído, "estúpida, inculta e incompetente". (El Confidencial, 09.07.08) Me parece un exceso. Quizá la joven ministra no haya demostrado lo que se dice un prodigio de sensibilidad política y diplomática, pero de ahí al exabrupto de Valenzuela va un trecho largo, largo... Lo peor, en todo caso, no sería eso, sino la revelación de que los ministros del gobierno se nombran en función de una cuota (género, lengua, territorio, edad) y no por su competencia para el cargo. Eso si que sería peligroso...


Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Romeu (El País)





Entrada núm. 2297
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jueves, 4 de diciembre de 2014

Hannah Arendt: "In memoriam" (1906-1975)




Caricaturas de Hannah Arendt



Hoy, 4 de diciembre, se cumplen treinta y nueve años de la muerte en la ciudad de Nueva York, donde residía, de la teórica política estadounidense Hannah Arendt. Una de sus biógrafas, la profesora francesa Laure Adler, cuenta en su libro "Hannah Arendt" (Destino, Barcelona, 2006) que la tarde de aquel día había invitado a su casa a unos amigos para los que preparó la cena ella misma. Terminada esta, pasaron a un saloncito de la casa para charlar, pero nada más sentarse, dio un profundo suspiro y murió a causa de un infarto de miocardio. Tenía 69 años recién cumplidos. Está enterrada en el campus universitario del Bard College, en la ciudad de Annandale-on-Hudson, Nueva York, en el que su esposo, Heinrich Blücher, había sido profesor.

Nacida en Hannover (Alemania) el 14 de octubre de 1906, Hannah Arendt comienza sus estudios de Filosofía en la Universidad de Marburgo, donde tiene como profesores a Martin Heidegger, Nicolai Hartmann y Rudolf Bultmann, estudios que continúa en la Universidad de Friburgo con Edmund Husserl y que culmina con su doctorado en la Universidad de Heidelberg bajo la dirección de Karl Jaspers. A pesar de su impresionante currículo académico filosófico, ella nunca se considero a sí misma como filósofa sino como teórica de la política, a cuyo estudio dedicó prácticamente toda su vida como pensadora y profesora en las universidades estadounidenses de Princeton, Chicago y Berkely,  a donde se trasladó en 1941 huyendo del régimen nazi que la había privado de la nacionalidad alemana por su condición de judía. 

Mi primer contacto académico con la persona y la obra de Hannah Arendt tiene lugar cuando curso la asignatura de Teoría Política, en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, a través de la serie de libros de "Historia de la teoría política" del profesor Fernando Vallespín. Yo había oído hablar de Hannah Arendt con anterioridad, pero no había leído ninguna de sus obras. Es ahora, cuando lo que hasta ese momento era una obligación académica se va a convertir en una pasión. Y tras "Sobre la revolución", el primero de sus libros que leo, le siguen (no por el orden en que los cito): "Los orígenes del totalitarismo", "La condición humana", "Eichmann en Jerusalén", "Entre el pasado y el futuro", "¿Qué es la política?", "Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental", "La promesa de la política", "Tiempos presentes", y algún otro que me dejo en el teclado... Y por supuesto, las dos espléndidas biografías que sobre ella escriben Elizabeth Young-Bruehl (Alfonso el Magnánimo, Valencia, 1993) y la citada más arriba de Laure Adler, de las que volveré a hablarles más adelante.   

Como decía en mi entrada de hace unas semanas en la conmemoración del 108 aniversario de su nacimiento, traer a Hannah Arendt a este blog no necesita justificación alguna. Basta con que en el buscador del mismo pongan su nombre para que puedan percibir el sentimiento de admiración que el autor del mismo siente por ella. ¡Hasta el seudónimo con el que firma sus entradas es un homenaje a su memoria! 

El catedrático de filosofía Fernando Savater le dedicó en la presentación  de la edición para el Círculo de Lectores del libro de Hannah Arendt quizá más emblemática, "La condición humana", unas páginas no por breves menos admirativas hacia su persona y su obra, que reproduzco literalmente a pesar de extensión: A Hannah Arendt, dice sobre ella el profesor Savater, le debemos la reflexión filosófica sobre política más genuina de este siglo. Digo genuina, no simplemente acertada o sugerente. Por supuesto, su gran libro sobre los orígenes del fenómeno totalitario, su comparación entre la revolución americana y la francesa a la luz de las libertades públicas, sus esbozos sobre la violencia o sobre la crisis de la educación, están siempre llenos de originalidad inspiradora incluso para quienes menos comparten su análisis (¡con la posible excepción de sir Isaiah Berlin, que siempre le tuvo una ojeriza teórica sin desmayo!). Pero su filosofía política, continúa mas adelante, es genuina porque no aspira al final de la política, sino a su esclarecimiento y prolongación. Me explico, dice, el filósofo que se dedica a la epistemología no ansía llegar a una visión del conocimiento capaz de cancelar su progreso ulterior, ni el que piensa sobre moral pretende que llegue el momento feliz en que la moral sea cosa del bárbaro pasado... ¡aunque fuese gracias a la victoria definitiva del Bien! Pero el noventa por ciento de los filósofos políticos parecen considerar que la actividad política misma, su agitación, sus constantes cambios de proyecto o ideal, etcétera, son algo a erradicar cuanto antes. El ejercicio contradictorio de la política (necesariamente contradictorio, porque si no faltaría la libertad que lo hace posible) proviene para ellos de ambiciones, caprichos o accidentes igualmente detestables. De ahí su empeño por promulgar el "final de la historia" o la "utopía", objetivos simétricos aunque el primero sea conservador y el segundo, supuestamente revolucionario. En ambos casos (y en otros adyacentes, aunque menos graves) se da a entender que la culminación de la política llegará cuando ya no sea necesario hacer política. Por el contrario, Arendt permanece siempre estusiástica y lúcidamente fiel a la política como actividad. Y la vincula en cuanto tal a la concepción de la vida humana como algo más que la acumulación de labores reproductivas o fabricación de objetos. Para ella, creo que acertadamente, hacer política es también hacer humanidad. Desde el punto de vista genérico de esta colección, La condición humana es particularmente interesante porque muestra las posibilidades del ensayo para abordar de una manera casi "aérea" perspectivas amplísimas que un tratadista minucioso no lograría agotar satisfactoriamente salvo que perpetrase toda una biblioteca de agobiantes volúmenes. Y desde luego porque en este caso el resultado de tal perspectiva sintetizadora merece realmente la pena. Hasta las palabras del profesor Savater sobre Hannah Arendt.

Concluyo esta entrada de hoy, rendido homenaje de admiración a la personalidad y la obra de Hannah Arendt en el aniversario de su muerte, invitándoles a la lectura de la reseña crítica que de las dos biografías citadas más arriba, titulada "Amistad y amor mundi: la vida de Hannah Arendt", realizara en su día en Revista de Libros el profesor Jordi Ibáñez Fanés. Estoy convencido que les resultará más que interesante.

Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Hannah Arendt en su juventud 





Entrada núm. 2202
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"La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire)

viernes, 14 de febrero de 2014

A vueltas con la reforma de la ley del aborto




Amnistía Internacional en defensa del derecho al aborto



El problema que le encuentro a escribir en las redes sociales es el de que, normalmente, solo nos leen nuestros amigos, conocidos, o aquellos que sin ser amigos o conocidos comparten una buena parte de nuestros criterios habituales. Y volviendo la oración por pasiva, igual ocurre con aquello que solemos leer nosotros: que solo nos detenemos a hacerlo con lo que escriben nuestros amigos, conocidos, o aquellos con los que compartimos opiniones. A veces es bueno darse una vuelta por lo que escriben y piensan aquellos que no son de nuestra cuerda. Por pura higiene mental...

En mi caso, por citar un ejemplo, por lo que escribe Álvaro Delgado-Gal, periodista, profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid y director de la, para mí, magnífica e imprescindible "Revista de Libros". También, por añadir dos nombres más, los artículos de Mario Vargas Llosa o Fernando Savater son siempre una insuperable fuente de reflexión, aunque no comparta sus posiciones políticas ni, en todos los casos, sus opiniones. Y es que la "verdad" (yo la escribo siempre con minúscula) no es la misma para todos. Ninguno de los citados puede ser acusado justamente de veleidades izquierdistas, y sin embargo, a mí me encanta lo que dicen y como lo dicen, aunque no esté de acuerdo con ellos.

En el prólogo de su libro "Pensar el siglo XX" (Taurus, Madrid, 2012), escrito al alimón por los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder, dice este último que la verdad es siempre plural; que el pluralismo no es sinónimo de relativismo, sino más bien un antónimo. El pluralismo, dice, acepta la realidad moral de diferentes tipos de verdad, pero rechaza la idea de que todas ellas puedan situarse en una sola escala, medida por un único valor.       

Pero vuelvo a lo que justifica esta entrada de hoy, traer hasta el blog la reflexión que el profesor Delgado-Gal ofrece a los lectores en su "Cartas del Director" del número de febrero de Revista de Libros sobre la propuesta de reforma de la ley del aborto que ha llevado al Parlamento el gobierno del partido popular. Reflexión que se inicia con este párrafo bastante clarificador: "Dos cosas se pueden decir con seguridad sobre la ley del aborto, conocida también como ley Gallardón. Uno: el Gobierno ha metido la pata. Dos: el estrépito formidable levantado por la ley en los medios de comunicación no ha producido, ni siquiera favorecido, un auténtico debate. Ni periodistas, ni políticos, ni progresistas, ni reaccinarios, han entrado en el fondo de la cuestión: la de si es lícito abortar o no, y si lo primero, por qué, y si lo segundo, también por qué. Rajoy -añade-, tardó pocos días en ponerse de perfil y pasar la patata caliente a los dirigentes regionales. Y la izquierda ha menudeado sobre todo gestos, los cuales no equivalen exactamente a argumentos. Cuando se cuenta con el apoyo de la platea, no es necesario razonar: se hinchan los carrillos, se hace "¡buuu!", y el contricante ya está perdido".

La ley que regula el derecho al aborto actualmente, dice, es una ley de plazos atemperada por una serie de supuestos. Pero es evidente que una ley de plazos no es ni significa lo mismo que una ley de supuestos. La primera reconoce a la madre libertad absoluta para abortar durante un periodo de tiempo determinado. La segunda, invita a comparar daños... y elegir el mal menor.

La ley que regula el derecho al aborto, añade más adelante, se viene enjuiciando desde tres perspectivas diferentes. Desde la "integrista" se defiende sin ambages que el huevo es una persona, lo que, evidentemente, no es. Desde la "libertaria": "yo mando en mi cuerpo" o "mi cuerpo es mio" (que el autor califica más como eslóganes que como argumentos) se obvia que aun reconociendo que el feto puede ser una "no-persona", excluir al padre potencial de todas las decisiones sobre el "nasciturus" se antoja excesivo, diga la ley lo que diga. Por último, sobre la tercera perspectiva en discordia, la que el profesor Delgado-Gal denomina "socialista" (¿la actualmente vigente?), dice que es una perspectiva "libertaria" que se detiene sin aplicarse hasta el final. Yo me inclinaría por una estricta ley de plazos, que es lo que parece que demanda mayoritariamente la sociedad española y lo que también mayoritariamente ha adoptado la legislación que regula el derecho al aborto en la Unión Europea. Pero quizá, mejor, dejarla como está. 

Una última digresión personalísima. Tengo la convicción de que el proyecto de ley de reforma del derecho al aborto no va a prosperar. Y no porque lo tumben los parlamentarios de la oposición o las justificadas críticas de la sociedad española, sino porque el propio gobierno y el partido que lo sustenta, una vez salvada la cara del impresentable proyecto y de su ministro proponente en las Cortes ante lo más integrista de sus votantes lo va a dejar languidecer hasta el término de la legislatura para que decaiga por sí solo. ¿Apostamos? En todo caso les recomiendo la lectura del artículo del profesor Delgado-Gal.

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




Álvaro Delgado-Val




Entrada núm. 2034
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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)