viernes, 31 de marzo de 2023

De la lengua española

 








Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del poeta Luis García Montero, va de la lengua española. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.









La lengua, la cultura y el mestizaje
LUIS GARCÍA MONTERO
28 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Si la poesía es un modo de preguntar sobre el yo y la identidad, no puede extrañarnos que la palabra madre aparezca con frecuencia en la orilla de un regreso: “Madre, me voy mañana a Santiago, / a mojarme en tu bendición y en tu llanto. / Acomodando estoy mis desengaños y el rosado / de llaga de mis falsos trajines”, escribió el poeta peruano César Vallejo. Los trajines suelen ser falsos si nos han mantenido alejados del lugar en el que nuestra lengua nos trajo al mundo. Frente al sentimiento maternal, es una tentación cargar las causas del desarraigo en la autoridad paterna de las realidades: “El mar. La mar / El mar. ¡Sólo la mar! / ¿Por qué me trajiste, padre a la ciudad?”.
Es verdad que en las palabras caben muchas cosas, sobre todo cuando se ven sometidas por la poesía al movimiento musical de los oleajes de la vida. “El mar, La mar / El mar…”. La tensión se agrava en los viajes de ida y vuelta que nos van haciendo y deshaciendo. Exiliado desde 1939, residente en Argentina desde 1940, el poeta gaditano añoró en América la otra orilla, su orilla, pero al cabo de los años, mientras las nubes le traían el mapa de España, tomó conciencia de que en su identidad había entrado también una nueva forma de ser: “Barrancas del Paraná: conmigo vendréis el día / que vuelva a pasar la mar“.
Cosas de exiliado, pero no cosas que dependen únicamente del exilio. El maestro Francisco Ayala puso los ojos sobre el siglo XX en un artículo de 1948, “¿Para quién escribimos nosotros?”, en el que planteó que la palabra de los exiliados, por ejemplo, la suya, representaba en el fondo la situación de la identidad movediza, sin arraigo, que caracteriza a los ciudadanos de la modernidad, extremo de una existencia en la que la velocidad ha quebrado las viejas estabilidades. Por eso me atrevo a afirmar aquí que los asuntos que va a tratar el Congreso Internacional de la Lengua Española, el mestizaje y la interculturalidad, el mar o la mar por medio, nos invitan a tomar conciencia desde la lengua y la cultura de todos los debates fundamentales heredados del siglo XX y ensanchados con la transformación digital en el siglo XXI.
Lo que supuso para la identidad humana la revolución industrial de las grandes ciudades se ve ahora redefinido por las navegaciones de una nueva revolución digital. Una lengua tan sólida como el español puede aspirar a mantener el adjetivo materna en las corrientes de la globalización.
La lengua española, territorio común de lo uno y lo diverso, mantiene a lo largo de los años su unidad y respeta los matices de sus 500 millones de hablantes y sus mundos anchos, pero nunca ajenos. Es un buen punto de referencia para plantearnos de qué materia están hechos los sueños y las realidades que llevan nuestro nombre. Algunos teóricos se incomodan con la palabra mestizaje porque piensan que esconde en su interior una ofensa al indígena. Sin desconocer que hay mucho mestizo que desprecia al indígena, igual que hay mucho blanco supremacista que desprecia al mestizo, me atrevo a asumir otra conciencia del mestizaje: un modo de reconocer los procesos históricos y abordar nuestra propia identidad como un sentido de pertenencia abierto, un modo de conformar el yo que puede vincularse con la vida en común sin considerar al otro como una amenaza.
Viaje de ida y vuelta, Arequipa en Cádiz y Cádiz en Arequipa. Como director del Instituto Cervantes agradezco a las autoridades de la cancillería peruana todo el esfuerzo realizado desde 2019 para la realización de este congreso y al Ministerio de Exteriores del Gobierno de España su compromiso fraternal para llevarlo a cabo cuando las circunstancias hicieron inviable su realización en Arequipa. Cádiz desde luego es un buen lugar para seguir reflexionando sobre los lazos de mestizaje panhispánico y pueden, además, abrirse a otros asuntos relacionados con Europa, el norte de África y los lazos y la tensión que las migraciones evidencian en las dinámicas de la interculturalidad.
Podemos hacer aquí una afirmación de panhispanismo interpretando un poco las palabras de los dos primeros artículos de la Constitución de 1812. Artículo 1: “La comunidad panhispánica es la reunión de todos los hablantes de español en ambos hemisferios”. Artículo 2. “El español es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ningún país, ni familia, ni persona”. Y ya que hablamos de identidades abiertas, unidad y diversidad en el siglo XXI, bueno será también recordar el Artículo 13: “El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de todos los individuos que la componen”.
Qué buen Episodio nacional le dedicó Benito Pérez Galdós al Cádiz liberal de 1812. Y qué buena materia es la lengua materna para reflexionar sobre nuestra manera de ser y nuestro derecho a la felicidad, un asunto inevitablemente unido, el mar, la mar, el mar, sólo la mar, a las relaciones entre la intimidad, lo privado y lo público, o entre la primera, segunda y tercera persona de los verbos. “Si me queréis, irse”, pidió Lola Flores a las personas que estaban invadiendo y entorpeciendo una celebración de familia. Para celebrar ahora el centenario de su nacimiento podemos afirmar con rigor filológico que las palabras de La Faraona responden a un modo de hablar de la Andalucía occidental en el que el pronombre se, que es un pronombre de tercera persona, se desplaza a la segunda persona. Pero podemos darle también una vuelta a lo que supone el sentimiento de que irse sea un modo de querer, planteamiento que nos devuelve a los trajines que provoca el amor materno.
Empezaba en aquellos años en España a extenderse con fuerza la sociedad del espectáculo, el impudor rosa de las mezclas entre lo privado y lo público en las dinámicas de la comunicación y la venta mediática de la felicidad, aunque no del bienestar, como un producto envuelto en papel de vida glamurosa. Con los mismos mecanismos, aunque en otros papeles, se envuelven hoy los discursos del odio, el racismo, el irracionalismo y la mentira. Así que conviene tomarse en serio los nombres, los pronombres y las personas del verbo y el lugar que ocupan en cada tiempo y cada espacio.
La defensa de los derechos humanos y de los valores democráticos es una tarea principal de los que amamos la lengua materna y la comunidad que habla en español. Cuando celebramos el Congreso de La Lengua anterior, en Córdoba, Argentina, tuvimos la oportunidad de visitar la casa de Alta Gracia en la que Falla vivió su exilio y trabajó su música mestiza entre lo clásico y el folclore andaluz. Desde allí nos traemos a Cádiz su magisterio en un viaje de ida y vuelta. Pero no resisto la tentación de traerme algo más. El poeta cordobés Daniel Salzano, que vivió durante muchos años en España, convirtió en consigna su verso “los poetas no se rinden jamás”. Si hablamos de mestizaje, interculturalidad y lengua, me gustaría que este Congreso hiciese suya una consigna que el Cádiz Club de Fútbol popularizó hace ya unos años: “La lucha no se negocia”. Que así sea.






























[ARCHIVO DEL BLOG] Un centenario trágico. [Publicada el 27/07/2009]










Ayer, 26 de julio, se cumplieron 100 años justos del inicio de los trágicos sucesos que, con motivo de las levas de reclutas llevadas a cabo por el gobierno de España para sostener las guerras en Marruecos, sacudieron la ciudad de Barcelona conmovieron a España y Europa y pasaron a la historia con el sobrenombre de la "Semana Trágica". 
Un interesante artículo del controvertido historiador, sacerdote y monje benedictino de Montserrat, Hilari Raguer, daba cuenta del aniversario en "El País" de hace dos días, centrando su comentario no tanto en los hechos en sí, que expone sucintamente, sino en los sentimientos que esos acontecimientos suscitaron en el gran poeta catalán Joan Maragall, contemporáneo de los hechos. Y sobre todos ellos, el proceso, condena y ejecución del pedagogo Francisco Ferrer i Guardia, fundador de la "Escuela Moderna", al que el gobierno de Maura hizo responsable de los disturbios que dieron origen a la "Semana Trágica".
El artículo de Raguer se centra en los infructuosos esfuerzos que Joan Maragall realizó a través de tres famosos artículos de prensa para obtener el indulto de los condenados por los Consejos de Guerra sumarísimos organizados por el gobierno, artículos que motivaron una espectacular campaña en toda Europa a favor del indulto, y que recuerda la acaecida en 1976 con motivo de las ejecuciones llevadas a cabo en las postrimerías del franquismo, las últimas habidas en España.
En el tercero y último de los artículos de Joan Maragall, publicado el 18 de diciembre de 1909 en "La Veu de Catalunya", y titulado "La iglèsia cremada", cuenta el gran poeta catalán el fuerte impacto que, días después de la "Semana Trágica", le produjo una misa celebrada en una iglesia quemada: "Yo nunca había oído una misa como aquélla". Tres veces lo repite, dice Raguer, encabezando otros tantos párrafos, y a la cuarta añade: "... y, en comparación, puedo decir que nunca había oído misa". Aquel día entendió qué es la misa, y lo que la misa le exige a cada cristiano y a toda la Iglesia, añade Raguer.
Las conmovedoras reflexiones de Maragall sobre el mensaje cristiano que traslucen sus palabras me han hecho recordar un artículo leído hace unos días en el último número de Revista de Libros escrito por la catedrática de Filosofía Moral y Política de la Universidad Autónoma de Barcelona Victoria Camps, en el que hablando del también filósofo italiano Gianni Vattimo, dice de él que practica un cristianismo muy "sui generis", al que "no le interesa la existencia de Dios ni la resurrección de los muertos, dice no a la teodicea, al paraíso, al infierno y al purgatorio, pero que no renuncia a proclamarse cristiano, no por inercia, sino porque le parece que algo interesante tiene que decir aún la religión y que no es legítimo eliminarla del todo".
¿Se puede ser cristiano sólo con Cristo, sin necesidad de Dios ni de la iglesia? Yo diría que sí. Y si nos guiamos por el ejemplo que muchos de los pastores de la iglesia dan, sobre todo en cuanto a caridad y amor al prójimo se refiere, tengo la impresión de que sus acciones no están a la altura de aquél al que dicen seguir... Espero que les resulte interesante el artículo. Sean felices. Tamaragua, amigos. HArendt





jueves, 30 de marzo de 2023

De la edad como criterio

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de los economistas José A. y Miguel A. Herce, va de la edad como criterio. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








La edad como criterio
JOSÉ A. y MIGUEL Á. HERCE
22 MAR 2023 - Revista de Libros

Cada vez hay más prestaciones de los gobiernos de todo tipo (locales, regionales y estatales) que se obtienen cumpliendo, de entrada, una condición de elegibilidad muy peculiar: tener una determinada edad.
Vamos a ver, incomparable gemelo, ¿qué edad? Porque una cosa es la edad que revela el DNI y otra es la que cada uno sentimos, arrastramos o proyectamos. Una cosa es decir que nacimos en 1951 y otra es la edad que nos ponen a cada uno de nosotros los demás, o la que cada uno de nosotros sentimos que tiene, o la que percibe que tiene el otro. Y si pasamos de nuestro ámbito personal y pensamos en las percepciones propias y ajenas, de las que resulta que cada uno tenemos muchas edades, resulta también que, más que nunca, hoy, conviene preguntarse si la edad es un buen criterio para regular tantos aspectos como se regulan con este criterio.
La edad determina el paso a la vida adulta o «mayoría de edad», a la que se conceden multitud de derechos ciudadanos, por ejemplo, el derecho al voto. También determina el paso a la jubilación o el acceso a una multitud de prestaciones como descuentos o gratuidad en actividades culturales, movilidad y similares.
Revisamos con cierta frecuencia estas edades de corte y, también con frecuencia, se plantean debates sociales sobre la conveniencia de aumentarlas o disminuirlas. Lo que tiene importantes consecuencias legales, sociales, económicas y de todo tipo tanto para los individuos como para la sociedad. En estos debates emerge con claridad un hecho incontrovertible y la imposibilidad de afrontarlo de manera práctica.
El hecho incontrovertible es que a cada edad cronológica nos encontramos con una gran variabilidad de individuos que difieren en su grado de madurez, o estado de salud o estatus socioeconómico. Por lo que muchos cuestionan que el acceso a los derechos que conlleva el pertenecer a uno u otro grupo de edad esté plenamente justificado para todos los individuos que exhiben en su DNI la edad requerida. Este planteamiento no es, sin embargo, fácil de admitir.
En el plano de la viabilidad práctica de afrontar el hecho incontrovertible de la diversidad de condiciones individuales a cada edad, hay, al menos, dos objeciones a la idea de que no todos los individuos de una determinada edad ameriten por igual los privilegios que concede la edad.
Por un lado, en la práctica, sería mucho más complicado testar las condiciones personales, que no fuesen la edad, que diesen acceso al voto, por ejemplo (que no es el mejor ejemplo, pero para entendernos). La edad cronológica es inmediata de observar mientras que la edad mental, por citar una de las muchas variantes de la primera, no lo es.
Por otro lado, ¿no sería inaceptable que una administración decidiese quién reúne las características adecuadas para que el derecho al voto, por ejemplo, se ejerza responsablemente por debajo o por encima de la edad cronológica que se ha establecido para la mayoría de edad?
Pero lo cierto es que, en muchos casos, no basta la edad para alcanzar una serie de derechos. Hay, además, que considerar otras condiciones de elegibilidad. En el caso del acceso a la jubilación, por ejemplo, además de la edad se requiere un requisito de periodo mínimo de cotización, entre otros requisitos.
El derecho al voto y el derecho a percibir una pensión, afortunadamente, llevan ya muchas décadas regulados y se practican y defienden en muchos países. En el ejercicio de estos derechos, como ya hemos repetido, el criterio de la edad es determinante, sí, pero no basta, y las sociedades no reparan en mientes para garantizarlos. Aunque hay muchas personas que piensan que la edad para ejercer uno, otro o ambos derechos debería disminuir.
Más vale que no prosperen estas ideas, al menos mientras la esperanza de vida siga creciendo. Porque no está nada claro que con vidas más largas se asese antes y menos claro aún está que con vidas más largas los sistemas de pensiones sean más sostenibles. También hay muchas personas que opinan que la edad para ejercer uno, otro o ambos de los derechos mencionados en el párrafo anterior deberían aumentar, al menos, mientras la esperanza de vida siga creciendo.
Todo lo anterior, incomparable gemelo, no viene a humo de pajas. Es neto en sí mismo. Pero, en realidad, viene a sentar las bases de una crítica que empieza a emerger, afortunadamente, en nuestra opinión, a una práctica que se está extendiendo en España y en muchos países: regalar cosas a todos quienes tengan a partir o hasta una determinada edad. Sin más.
Un ejemplo nítido y vamos a ello. Muchos gobiernos de diferente nivel están regalando dinero, descuentos o cheques canjeables por bienes y servicios a los jóvenes o a los mayores. El «abono de transporte de los mayores» ya es gratuito en la Comunidad de Madrid desde el 1 de enero del presente año. La única condición de elegibilidad para obtenerlo es la edad, los 65 años del DNI. ¿Por qué se hace esto?
Los jóvenes, cuando cumplen 18 años (sólo en el año en que los cumplen, unos 480 mil cada año), tienen a su disposición 400 euros del gobierno central para gastarlos en bienes y servicios culturales referenciados en el año, divididos en tres franjas con objeto de asegurar la diversificación cultural. Los jóvenes de entre 14 y 25 años (unos 5,8 millones), pueden alcanzar hasta un 30% de descuento en billetes de Renfe para viajes de larga distancia en ferrocarril. Además del generoso abono de corta y media distancia ferroviaria al alcance de toda la población, que, eso sí, no está condicionado a la edad.
El abono de transportes gratuito para los mayores en la Comunidad de Madrid es un caso muy interesante. Esta comunidad autónoma tiene 6,75 millones de habitantes, de los cuales 1,25 millones de personas tienen 65 años o más. En 2019, el abono anual costaba 129 euros, con una recaudación potencial máxima de 152 millones de euros, y con un abono ya fuertemente bonificado entonces. En 2023, por lo tanto, el Consorcio de Transportes habrá dejado de ingresar un importe muy relevante que la Comunidad de Madrid deberá abonarle adicionalmente para equilibrar sus cuentas.
Nos preguntábamos antes  ¿por qué hacen esto? Puede haber dos posibles respuestas en los extremos y toda una mezcla de ellas entre medias de ambos. Una respuesta en el extremo egoísta del espectro sería «para que les voten». Bueno, 1,25 millones de votos no son despreciables en absoluto. Además, curiosamente, 2023 es año electoral. Aún mejor, los mayores son más activos votando y más conservadores que los jóvenes. La respuesta en el extremo altruista podría ser «como homenaje a la edad».
No se rían, ponderados lectores, por lo del «homenaje a la edad», por favor, que este tipo de cosas se leen en algunas redes sociales.
Sucede que los hogares encabezados por personas de 65 y más años son los que menor riesgo de pobreza sufren gracias a la seguridad de sus pensiones y el alcance de sus recursos patrimoniales, mientras que los hogares encabezados por jóvenes menores de 29 años son los que mayor riesgo de pobreza sufren, por la precariedad de sus empleos y la ausencia de ahorros significativos.
Sea cual fuese la respuesta a la pregunta de ¿por qué hacen esto?, creemos sus seguros servidores que con los regalos o con el «todo gratis, a todo el mundo en todas partes» únicamente condicionados al criterio de la edad, estamos haciendo algo profundamente injusto. Y todavía más injusto si lo justificamos con cualquiera de las respuestas antes avanzadas.
Las ayudas generales para complementar rentas deben ir a quienes las necesitan y acreditan carecer de los recursos necesarios. No a quienes tienen una determinada edad o por encina o por debajo, aunque no las necesiten. Y a cargo de los Presupuestos Generales del Estado, bien en forma de efectivo o, preferentemente, en forma de cheques asignados al tipo de gasto que se trata de subvencionar (alimentación, energía, movilidad).
Si se desea recibir a los jóvenes a la mayoría de edad como una especie de «rite de passage», lo cual puede ser una buena idea simbólica, pues que sea con una cantidad muy modesta, imponiendo la condición de registrarse en la App de la Agencia Tributaria para entrar en el copo fiscal. Que la vida adulta también comienza cuando uno se retrata ante Hacienda, para siempre. De paso, se obtiene un certificado electrónico cada vez más necesario para la vida civil y se aceptan las cookies que sean. Si se desea hacer un homenaje a los mayores, se calla uno en vez de sobornarles. Y se les facilita la vida, allí donde lo necesiten, especialmente a quienes carezcan de recursos, en la España urbana o en la rural, en la que no hay ni trenes ni consorcios de transportes. Y nada de esto en año electoral.

























[ARCHIVO DEL BLOG] Antígona y la Guerra Civil. [Publicada el 22/07/2011]













Comentaba en mi entrada de ayer que en tiempos de turbulencia suelo recurrir a la lectura de los clásicos y a la conversación con las amigas (gracias, María Françesca, y Ana...). En estos últimos días he disfrutado del "Hipólito", la "Medea", las "Bacantes" y la "Ifigenia en Áulide", de Euripides (Círculo de Lectores, Barcelona, 1993) . Y a raíz del artículo  sobre la representación de la "Antígona" de Sófocles (Cátedra, Madrid, 2004) en el teatro romano de Mérida (El País, 11/7/2011), he vuelto a releerla con emoción y placer contenidos el 18 de julio, en el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil..
No soy el único que piensa  que todo lo escrito en la literatura occidental desde hace 2500 años es una mera paráfrasis de lo que ya escribieron, y mucho mejor, los grandes trágicos griegos del siglo IV a. de C. El historiador A. Lesky, en su "Historia de la Literatura Griega" (Gredos, Madrid, 1968) dice que los filólogos de la Alejandría helénica pensaban ya que nada posterior a las tragedias griegas de la época clásica era digno de conservarse. Se pasaron, evidentemente, en lo de la conservación, pero no andaban muy errados en su juicio aunque fueran parte interesada... 
Hace unas semanas le preguntaba a una amiga que quién era su personaje femenino de ficción preferido. No me quiso contestar; supongo que es difícil para un amante de la buena literatura, y ella lo es, responder a una pregunta como esa sobre la marcha. Por mi parte, tampoco lo tengo claro, ¡son tantos!, pero si tengo que responder sin pensármelo, sobre la marcha, diría que la Antígona de Sófocles. 
Mi admiración por Antígona viene de muy antiguo. En concreto de una magistral versión de TVE, en su añorado Estudio 1, que interpretaba la actriz Nuria Torray. Desde ese día la he leído numerosas veces, y siempre encuentro en ella matices nuevos, frases olvidadas, palabras cuyos ecos resuenan en mi alma a pesar haberlas leído una y otra vez, que acrecientan mi admiración por el personaje y por el genio de su creador.
La trama de la "Antígona" de Sófocles es conocida sobradamente, pero la resumo lo mejor que puedo: Eteocles y Polinices, hermanos de Antígona y de Ismene, han muerto en un duelo fratricida por el poder sobre la ciudad de Tebas. Su tío Creonte se hace con la corona y ordena dar honras fúnebres solemnes a Eteocles y dejar insepulto el cadáver de Polinices, al que considera traidor a la ciudad.
Antígona se subleva contra esa orden al entender que las leyes del Estado nunca pueden ir contra las leyes de la naturaleza y la voluntad de los dioses que ordenan dar sepultura a los muertos, y da tierra con sus propias manos a Polinices, ante la negativa de Ismene a colaborar con ella. Descubierta por Creonte es condenada a muerte, pero antes de su ejecución, ella misma se ahorca. También se suicida al descubrir el cadáver de Antígona su prometido, Hemón, hijo de Creonte, y lo mismo hace la esposa del rey, Eurídice, al conocer la muerte de su hijo. La obra termina con un Creonte solo y derrotado que reconoce la injustica de su decisión demasiado tarde. 
¿Qué convierte una obra de literatura en un clásico? Evidentemente no la fecha en que fue escrita, sino el hecho de que a través del tiempo y las sucesivas generaciones de lectores siga diciéndonos cosas que nos emocionan, que vemos y sentimos como propias y que confieren validez universal y atemporal a su mensaje. 
En ese sentido, "Antígona", escrita y representada hace 2500 años, releída un 18 de julio de 2011, en el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil española, se ha constituido para mi en una alegoría de ese enfrentamiento fratricida que asoló España desde 1936 a 1939 e impuso su voluntad arbitraria a la mitad de sus ciudadanos hasta 1975. En esa alegoría, Eteocles y Polinices representarían las dos Españas en pugna; Creonte, el Estado autoritario y dictatorial surgido a raíz del enfrentamiento; Ismene, a aquella parte de la sociedad española que, aunque dolida, se acomoda a la nueva situación de poder y prefiere cerrar los ojos ante la injusticia; y por fin, una Antígona que representa a aquellos para la que no puede existir reconciliación, paz ni justicia mientras no se reconozca el derecho de sus muertos a gozar de la dignidad que su propia condición de españoles les confiere.
No se como lo verán ustedes; así es como lo sentí yo el 18 de julio pasado. Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







   




miércoles, 29 de marzo de 2023

Del nacionalismo como maldición

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Javier Cercas, va del nacionalismo como  maldición. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









La privatización del sentimiento nacional
JAVIER CERCAS
18 MAR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Cada vez que alguien me pregunta si me siento catalán, extremeño o español, como exigiendo que me defina de una vez, me acuerdo de David Selbourne, aquel polígrafo inglés que pedía al “judío de Inglaterra” que dejase de “fingir que es inglés” y admitiese que su “verdadera” identidad era la de judío; pero sobre todo me acuerdo del comentario que dedicó a esta petición Eric Hobsbawm: “Las únicas personas que nos obligan a elegir entre una cosa u otra son aquellas cuyas políticas han llevado o podrían llevar al genocidio”.
Durante siglos los europeos nos matamos entre nosotros por culpa de los sentimientos religiosos: las guerras del siglo XVI y XVII se conocen como Guerras de Religión, pero en realidad las guerras a causa de la religión se remontan a mucho antes (¿qué demonios fueron las Cruzadas sino guerras de religión?). Hasta que, en el siglo XVIII, la Ilustración nos enseñó que los sentimientos religiosos debían confinarse en la esfera privada: eran cosa de cada cual, no de los Estados; estos debían mantenerse neutrales y abrazar el laicismo o la aconfesionalidad: que cada uno crea lo que quiera (o no crea nada). Resultado: dejamos de matarnos por culpa de la religión. Fue un gran avance, una revolución descomunal, que España hizo a costa de un esfuerzo ingente: la prueba es que, en el siglo XIX, las tres guerras carlistas fueron todavía guerras de religión; la prueba es que también lo fue, en el mismísimo siglo XX, la Guerra Civil: no en vano los franquistas la llamaron Cruzada; no en vano casi 7.000 religiosos fueron asesinados en la retaguardia republicana; no en vano alumbró una dictadura nacionalcatólica, un régimen confesional. Lo cierto es que, en cuanto los europeos empezamos a dejar de matarnos por culpa de la religión, empezamos a matarnos por culpa de la nación; no es extraño: a fines del siglo XVIII, la eclosión del nacionalismo significó el reemplazo de Dios por la nación como base del poder político y origen de su legitimidad, como herramienta de adhesión sentimental e identitaria, como pegamento social; la nación de ciudadanos relevó a la comunidad de creyentes, y a partir de entonces las guerras en Europa empezaron a dejar de ser religiosas para convertirse en nacionales, desde las campañas napoleónicas hasta la guerra de Putin (creíamos que la última guerra nacional en suelo europeo sería la II Guerra Mundial, pero primero Yugoslavia y ahora Ucrania nos desengañaron).
Necesitamos una nueva revolución, una Ilustración nueva que acabe con las guerras nacionales igual que la vieja acabó con las religiosas. No se trata de suprimir el sentimiento nacional, como la vieja Ilustración no pretendió suprimir el sentimiento religioso; se trata de recluirlo en la esfera privada, de que se convierta en cosa de cada cual, no de los Estados, que deberían ser nacionalmente neutros, imparciales: que cada uno se sienta lo que quiera (o que no se sienta nada). ¿Difícil? Desde luego, porque el nacionalismo —esa ideología que identifica la lengua con la cultura, la cultura con la identidad, la identidad con la nación y la nación con el Estado— triunfó de tal modo que parece eterno, indestructible; no lo es: en realidad, es un fenómeno que no cuenta con más de dos siglos y medio de historia y que no es verosímil que perdure de manera indefinida. Sea como sea, el sentimiento religioso es muchísimo más antiguo que el nacional y en el siglo XVIII estaba muchísimo más arraigado que éste, así que no puede ser más difícil privatizar el sentimiento nacional de lo que fue privatizar el religioso. Yo no veo en todo caso otra forma de que dejemos de hacernos la vida imposible con los dichosos sentimientos nacionales. Nacida del espanto de las dos mayores matanzas nacionalistas de la historia, la Unión Europea se basa quizá sin saberlo en esa idea, antinacionalista de raíz, según la cual es imprescindible conciliar la unidad política con la diversidad lingüística, cultural e identitaria, afectiva: una idea que ha propiciado el mayor periodo de paz en Europa desde la guerra de Troya. No está mal.
Pero necesitamos más. Mucho más. Necesitamos una nueva revolución ilustrada.