martes, 16 de abril de 2024

[ARCHIVO DEL BLOG] La defenestración del ministro Soria. [Publicada el 16/04/2016]











Aunque a estas alturas sé que no tengo obligación alguna de justificar ante nadie mis opiniones políticas, y menos aún cuando no me las han pedido, y que hacerlo, además, puede sentar un precedente problemático para mí, desearía dejar constancia de ellas sobre la dimisión, destitución o defenestración, a gusto del consumidor, del exministro de Industria, Comercio y Turismo (en funciones) del gobierno de España, José Manuel Soria, a consecuencia del afer que ya ha pasado a la historia con el nombre de "Panama Pappers". 
Lo primero de todo, que a mí, José Manuel Soria, al que he conocido (y padecido) como alcalde de mi ciudad, Las Palmas de Gran Canaria; como presidente del Cabildo (gobierno) de mi isla, Gran Canaria; y como presidente del Partido Popular de Canarias, algo que no me afecta en lo más mínimo, me parecía antes, durante y después de todo lo ocurrido y sabido, un chulo prepotente, insultón, bastante turbio y mentiroso compulsivo que manejó los asuntos de su ciudad, su isla y su partido como si fueran su finca particular. Pero que ahora que es ya un señor particular, oficialmente sin agarraderas aparentes, y que ha tenido el gesto de dimitir sin esperar a que lo echaran, me merece toda la presunción de inocencia que la Constitución le otorga a él y a todos los ciudadanos, si bien es cierto que eso de la igualdad ante la Ley solo se lo toman al pie de la letra los que tienen recursos para vulnerarla.
Dicho esto, me voy a centrar en comentar tres artículos de opinión sobre el asunto en cuestión que me han llamado poderosamente la atención en el día de hoy. Y comienzo por el más próximo territorialmente hablando, que en el diario El Día de Santa Cruz de Tenerife publica el afamado columnista Francisco Pomares, titulado "Ministro R.I.P.". Dice Pomares en él que Soria hizo lo que hizo -mentir- porque la apuesta era mentir y que le creyeran o contar la verdad y tener que irse. Que no se equivocó al dar las explicaciones, como ha dicho en su comunicado, que lo que hizo fue intentar desviar la atención de los medios, como ha hecho en tantas otras ocasiones, y que esta vez esa apuesta le salió mal, que el viacrucis del exministro no ha concluido, pero que ya lo recorrerá como ciudadano privado y que es hora de dejarlo en paz. Y que el PP tiene la oportunidad de regenerarse en las Islas, atraer a los mejores de entre los muchos que Soria apartó -la lista es interminable- e intentar hacer las cosas de otra forma a partir de ahora. Porque si algo enseña toda esta historia es que el poder -incluso un poder muy grande- no es garantía permanente de nada, que quien más alto sube, más se destroza al caer, y que que nadie es tan sabio como para mantenerse eternamente arriba. En todo lo cual estoy completamente de acuerdo.
El segundo es el editorial del diario El País, titulado "No da para más", mucho más crítico con el Partido Popular y con el propio presidente del gobierno, Mariano Rajoy, que con el ministro dimitido, destituido o defenestrado. Soria, se dice en él, es el segundo político europeo que presenta su renuncia por el último escándalo de las sociedades offshore, tras la del primer ministro islandés. Soria abandona en unas condiciones penosas para el discurso de regeneración pretendido por su partido, en el tramo final del periodo de formación de Gobierno y a 10 semanas de una probable cita con las urnas. Y, sobre todo, deja en una posición muy comprometida a su jefe político, Mariano Rajoy. Después de desmentir tajantemente cualquier vinculación a paraísos fiscales, el hasta ahora ministro de Industria, Energía y Turismo se encontró ante las pruebas de su participación hasta 2002 en una sociedad registrada en el paraíso fiscal de Jersey. A partir del conocimiento de ese hecho, el Gobierno no tuvo más remedio que retirarle el apoyo. A costa de sacrificar a uno de los ministros reputados como de mayor confianza, Rajoy trata de alzar un cortafuegos para intentar su supervivencia. Es una estrategia que no debería de funcionarle pues si antes de conocerse este caso, añade, estaba ya incapacitado para dirigir el nuevo periodo de reformas que España requiere, ahora, tras saberse que uno de sus más estrechos colaboradores, uno de sus ministros, se amparó en un paraíso fiscal, cualquier idea de que el futuro de este país pase por Rajoy resulta grotesca, si no alarmante.
Pero el que más me ha gustado, por su perspicacia, es el del profesor Xosé Luis Barreiro en La Voz de Galicia, titulado, escuetamente, "Soria", en el que dice que es muy posible que el exministro no haya "mangado" dinero fresco ni evadido impuestos o que haya sido un mal gestor como ministro, sino que no ha entendido que estamos en una cacería de la que solo van a zafarse los zorros más astutos, y que no se puede comparecer así, a pecho descubierto, sin saber cómo te gestionaron tus cuartos, cómo te solicitaron tus firmas, y cómo los gallitos relamidos son, en tiempos como este, las piezas más codiciadas. 
De lo que tenemos que hablar, añade el profesor Barreiro, y mucho, es de la corrupción. Y, más aún, de la lucha contra ella. Porque el día de ayer nos confirmó dos cosas -dice- que denuncié mil veces y que ahora se hacen temibles evidencias. La primera, que la lucha contra los corruptos -que los partidos solo trabajan en su versión de arma arrojadiza- se ha hecho corrupta a su vez, y que tanto los denunciantes como los inquisidores -profesionales y aficionados- priorizan los efectos estratégicos que sirven intereses políticos y económicos sobre la justicia y la eficiencia del Estado. Y la segunda, que, si ya era agobiante la influencia de los jueces estrella sobre un sistema de investigación enloquecido y frustrante, tenemos que sumar a esa locura la de los denunciantes más conspicuos -Manos Limpias y Ausbanc-, que también van a lo suyo y delinquen para trincar. Todo lo cual, añade, se completa con la actitud de la policía judicial, que, contagiada por el mesianismo justiciero, empieza a actuar -dice la Fiscalía- como si los hombres de Harrelson estuviesen dirigidos por Harry el Sucio. Porque a este modelo expeditivo conduce la convicción de que la lucha contra la corrupción está por encima de cualquier garantía, y legitima cualquier exceso o abuso de autoridad que pueda cometerse contra el asqueroso clan de «los políticos». De lo que nadie debe dudar es de que la gente y la opinión pública están encantadas con este serial. Y por eso creo que el auto de fe va a durar hasta que sus graves efectos se hagan irreversibles. Y eso, añado yo, es algo que deberíamos lamentar todos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




 








lunes, 15 de abril de 2024

Del elogio de la brevedad

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz lunes. En tiempos donde predomina la velocidad, el analista político Antoni Gutiérrez-Rubí nos propone en la revista Ethic una alternativa a modo de antídoto contra la aceleración cuya propuesta es detenerse a leer un texto corto lentamente, palabra por palabra. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com








Breve elogio de la brevedad
ANTONI GUTIÉRREZ-RUBÍ
03 ABR 2024 - Ethic - harendt.blogspot.com
   
El pensamiento breve ha sido devaluado y despreciado durante mucho tiempo. Una mezcla de soberbia intelectual y arrogancia académica ha ninguneado lo breve. Detrás de ella se ha escondido, disfrazada, una concepción jerárquica y patrimonial del saber y del poder.
Pero la fragmentación social, la democratización del saber (incluyendo, también, la superficialidad y volatilidad del pensamiento en la sociedad líquida e hiperconectada) y la fascinación y necesidad de lo básico y nuclear en un mundo complejo han recuperado, reivindicado —y redescubierto— una amplia gama de breves recursos filosóficos, de pequeños pensamientos que, como perlas, tienen una extraordinaria pureza. Hay una mirada nueva hacia lo fundamental, hacia lo profundo. Hacia lo esencial.
La fuerza de los aforismos históricos —principios morales, éticos o filosóficos de los antiguos pensadores y otros protagonistas de la literatura, las artes y las ciencias humanas— ha demostrado su radicalidad y su capacidad para resistir y aflorar, con vigorosa actualidad, en la sociedad masificada y cacofónica de nuestros días.
Volvemos a los clásicos, sí. Amamos su brevedad, pero no por pereza intelectual o incapacidad. Amamos lo breve por su naturaleza de principio, de pilar, de fundamento. Porque necesitamos construir lo complejo desde lo básico. Porque necesitamos certezas, que son más valores que teorías. Buscamos el pensamiento breve, pero profundo, por su capacidad para iluminar —para abrirnos los ojos y la mente— en medio de las sombras, las incertidumbres o las dudas. Este libro es un elogio a la brevedad. Prometo ser tan breve como sea posible.
El bien más escaso es el tiempo; el bien abundante, la oferta de conocimiento. Un segundo, un minuto o una hora no pueden crecer. Lo que crece es la disponibilidad y la cantidad de información, fuentes y formatos. En esta tensión contemporánea, acelerada por la tecnología, la brevedad ofrece, creo, una alternativa. ¿Es la brevedad una consecuencia indeseable de nuestra vorágine tecnológica? ¿O bien puede ser una opción por lo sintético y medular?
En el año 2010, Nicholas Carr publicaba Superficiales: ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes?, una obra que surgió como consecuencia de la constatación del propio autor y de algunos de sus amigos de haber perdido la capacidad de concentrarse. Carr supo anticipar el marasmo actual y su capacidad para transformar nuestro cerebro.
Trece años después, Johann Hari, en su libro El valor de la atención. Por qué nos la robaron y cómo recuperarla, pone el foco en la profunda crisis en la que ha entrado la atención, tratando de analizar las causas, a partir de distintas entrevistas a expertos en concentración humana y de experimentar personalmente un «exilio digital», compartiendo sus aprendizajes y reflexiones.
Según Hari, diversos estudios demuestran que los adultos a duras penas podemos aguantar concentrados en una tarea más de tres minutos (en el caso de los adolescentes el tiempo medio es de 65 segundos). El autor nos alerta del peligro que supone la omnipresencia de las pantallas y de esa necesidad de pasar constantemente de un dispositivo a otro. Sugiere que, aunque hay fuerzas poderosas afectando nuestra atención, depende de nosotros superarlas.
Propone una serie de soluciones individuales y colectivas para afrontar esta crisis, argumentando que «es posible una vida mejor, una donde podamos profundizar en el pensamiento y vivir con atención, si estamos dispuestos a luchar por ello». Un primer paso clave es visibilizar la magnitud de este problema social y global: «la liberación de la atención humana podría ser la batalla moral y política definitoria de nuestro tiempo. Su éxito es la condición previa para el triunfo de prácticamente todas las demás luchas», destaca James Williams, exestratega de Google y profesor de la Universidad de Oxford, uno de los testimonios clave para la obra de Hari.
Aza Raskin, el ingeniero que inventó en 2006 una de las funciones más adictivas, el scroll infinito (por el cual navegamos en una red observando contenidos que se cargan continuamente sin llegar jamás al final), manifestó años más tarde su arrepentimiento por este perjudicial desarrollo. Raskin calculó cuánto tiempo (medido en vidas humanas) se desperdiciaba con este gesto. Y llegó a esta cifra: 200.000 vidas humanas serían las que se pierden cada día. Cálculo macabro, abrumador.
«Menos es más». Esta cita, atribuida al arquitecto Mies van der Rohe, es uno de los lemas del minimalismo. Aunque fue popularizada por él, fue un artista precursor, Ad Reinhardt, de la generación expresionista abstracta, quien la utilizó en una entrevista: «Mientras más cosas contenga, cuanto más ocupada sea la obra de arte, peor será. Más es menos. Menos es más». La obra de Reinhardt tiende al reduccionismo casi total, es un anticipo del minimalismo posterior. Pero, de hecho, la expresión aparece por primera vez en inglés por gentileza del poeta victoriano Robert Browning, en un poema de 1855 sobre Andrea del Sarto, un pintor del Renacimiento italiano conocido por su brillantez técnica. «Yet do much less, so much less, Someone says, / (I know his name, no matter)—so much less! / Well, less is more, Lucrezia: I am judged». An toni Gutiérrez-Rubí es analista político.




 


















[ARCHIVO DEL BLOG] Una cierta idea de Europa. [Publicada el 09/05/2015]











Cuando en una agenda o en un calendario, junto a la fecha del 9 de mayo aparece la mención de "Día de Europa", quizá deberíamos preguntarnos que sucedió ese día y en qué año. Muy pocos ciudadanos europeos saben que el 9 de mayo de 1950, justo el mismo día en que se cumplían cinco años del final de la guerra en Europa, nacía la Europa comunitaria, en un momento -es importante recordarlo- en el que la amenaza de una tercera guerra mundial se cernía sobre Europa.
En esa fecha, en París, se convocó a la prensa a las 6 de la tarde en el Salón del Reloj del Ministerio de Asuntos Exteriores en el Quai d'Orsay porque se iba a hacer pública una "comunicación de la mayor importancia". Las primeras líneas de la Declaración del 9 de mayo de 1950, redactada por Jean Monnet y comentada y leída ante la prensa por Robert Schuman, Ministro francés de Asuntos Exteriores, expresan claramente la ambiciosa magnitud de la propuesta.
"La paz mundial sólo puede salvaguardarse mediante esfuerzos creadores proporcionados a los peligros que la amenazan". "Con la puesta en común de las producciones de base y la creación de una Alta Autoridad cuyas decisiones vinculen a Francia, Alemania y los países que se adhieran a ella, esta propuesta establecerá los cimientos concretos de una federación europea indispensable para el mantenimiento de la paz".
Se proponía crear una institución europea supranacional encargada de administrar las materias primas que en aquella época eran la base de toda potencia militar: el carbón y el acero. Ahora bien, los países que iban a renunciar de esta forma a la propiedad estrictamente nacional de la "columna vertebral de la guerra" apenas acababan de salir de un espantoso conflicto bélico que había dejado tras de sí innumerables ruinas materiales y, sobre todo, morales: odios, rencores, prejuicios, etc.
Todo empezó ese día y, por eso, en la Cumbre de Milán de 1985 los Jefes de Estado y de gobierno decidieron celebrar el 9 de mayo como el "Día de Europa".
Todos los países que deciden democráticamente adherirse a la Unión Europea adoptan los valores de paz y solidaridad que son la piedra angular de la construcción comunitaria.
Estos valores se hacen realidad a través del desarrollo económico y social y del equilibrio medioambiental y regional, únicos mecanismos capaces de garantizar un nivel de calidad de vida equitativo para todos los ciudadanos.
Europa, como conjunto de pueblos conscientes de pertenecer a una misma entidad y de tener culturas análogas o complementarias, existe desde hace siglos. Sin embargo, a falta de reglas o instituciones comunes, esta consciencia de ser una unidad fundamental nunca logró evitar los desastres. Incluso en nuestros días, algunos países que no forman parte de la Unión Europea siguen estando expuestos a espantosas tragedias.
Como cualquier obra humana de esta envergadura, la integración de Europa no puede conseguirse ni en un día ni en unas décadas. Hay todavía vacíos e imperfecciones evidentes. Es tan innovadora esta empresa esbozada nada más acabar la segunda guerra mundial! Las que en siglos pasados pudieran parecer tentativas de unión no eran en realidad sino el fruto de la victoria de unos sobre otros. Eran construcciones que no podían durar, porque los vencidos sólo tenían una única aspiración: recuperar su autonomía.
Ahora ambicionamos algo muy diferente: construir una Europa que respete la libertad y la identidad de cada uno de los pueblos que la integran, dirigida en común siguiendo el principio de "lo que puede hacerse mejor en común, debe hacerse así". Sólo la unión de los pueblos podrá garantizar a Europa el control de su destino y su proyección en el mundo entero.
La Unión Europea debe mantenerse a la escucha y al servicio de los ciudadanos y los ciudadanos, a la vez que conservan su especificidad, sus hábitos y costumbres y su idioma, deben sentirse "en casa" y poder circular con plena libertad por esta patria europea. 
Comparto con el profesor José Ignacio Torreblanca su criterio de que hoy, Europa, es la única idea posible. Para bien o para mal, es la única opción de futuro. Todo lo demás es el abismo. Y como digo en la presentación de este, mi blog, mi anhelo y mayor esperanza es la de saber a mis nietos ciudadanos plenos de los Estados Unidos de Europa, patria común de todos los europeos.
Por cierto, yo fui concebido tal día como hoy de hace setenta años. Sería para celebrar la paz, quiero suponer... Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt












domingo, 14 de abril de 2024

Del saber irse

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz domingo. No debe de ser fácil marcharse de un sitio donde se ha sido todo, afirma en El País la escritora Luz Sánchez-Mellado, especialmente si lo de fuera no sacia tu sed de reconocimiento. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com







 




Saber irse
LUZ SÁNCHEZ-MELLADO
11 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Hace tiempo, antes de que la pandemia terminara de encerrarnos en nuestros respectivos laberintos, hubo un compañero que se jubiló como está mandado: con su edad reglamentaria, sus trienios cotizados, su pensión máxima y sus 20 años de esperanza de vida por delante, pero que no acabó nunca de romper el cordón umbilical con el curro. Cada poco, se presentaba con cualquier excusa en la casa que había sido más que la suya, saludaba a sus estresados excolegas, que lo veíamos venir de lejos con una mezcla de envidia y fastidio, y, al poco, cuando se quedaba más solo que la una, se iba con su pachorra de desocupado y su escapulario de visitante a cuestas hasta la próxima. Así estuvo unos años, no muchos, hasta que, a la vuelta de unas vacaciones, supe que se lo había llevado un cáncer por delante, sin poder siquiera ir al tanatorio a despedirlo, y me reconcomió la conciencia los cinco minutos que tardó el jefe en endosarme el primer marrón de la temporada e írseme el santo al cielo. No estoy orgullosa.
Desde entonces, se han ido jubilando, más o menos jubilosamente o a la fuerza, docenas de camaradas, ellos y ellas, y cada cual se ha retirado a su estilo. Desde los que quedan a comer en el polígono con los amigos todas las semanas a los que desaparecen del radar y pasan, figurada y literalmente, a mejor vida. A algunos se los echa de menos. Otros se van sin pena ni gloria. Los menos llevan tanta paz como descanso dejan. Para mí, los peores, sin embargo, son quienes se creen imprescindibles, no aceptan pasar a un segundo plano, sea cual sea su idea del primero, y, en su soberbia, creen que, después de ellos, el caos. Me irritan tanto como me conmueven. No debe de ser fácil irse del sitio donde has pasado tres cuartos de tu vida y has sido todo, sobre todo si lo de fuera no basta para saciar tu sed de protagonismo y reconocimiento, seas el gran jefe o el último indio. Personalmente, aspiro a hacer un discreto mutis por el foro, disfrutar de la bolsa y de la vida que me queden y dejar un buen recuerdo en la gente a la que le di, y me dio, lo mejor de mi trabajo. Espero que para entonces, sea mañana o a los 95 tacos, según amenazan los gurús del ultraliberalismo, me quede vivo algún colega de los que te dicen las verdades a la jeta que me lo recuerde. Y, si no, que me pegue un tiro. Luz Sánchez-Mellado es escritora.




















[ARCHIVO DEL BLOG] ¿Bisoñez o provocación? [Publicada el 02/08/11]













Desde mi entrada del 5 de mayo pasado: "Bildu y las elecciones del 22 de mayo en España", no he cambiado de opinión respecto a lo que en ella manifestaba sobre Bildu justo dos semanas antes de las elecciones regionales y locales que le concedieron una buena parte del poder institucional en el País Vaco. Pero no deja de ser cierto que su comportamiento desde ese día me ha provocado una incómoda sensación de no saber si estamos ante una muestra de bisoñez política, ante una provocación para ver hasta donde pueden tensar el arco, o lisa y llanamente, que nos hemos equivocado con ellos y que no merecen la presunción de demócratas que se les ha conferido. 
O quizá todo sea porque en el código genético de la izquierda radical vasca, como en el de la extrema derecha de cualquier lugar (ya se sabe que en política y en geometría los extremos se tocan) es que, simplemente, no existen conceptos como los de derechos, libertades, democracia, pluralismo, respeto, tolerancia, etc., etc.
Los primeros gestos de Bildu me parecieron una simple provocación: retirar la foto del rey, no izar la bandera española... ¿Quizá para ver hasta donde podían llegar? No lo se; lo que me asombró mas no fue su comportamiento, que era el esperado, sino la tibia respuesta política a su provocación, si es de que de eso se trató, por parte de populares y socialistas. Lo de los guardaespaldas, miren por donde, me pareció bien... No lo tengo muy claro, pero... ¿antes de las elecciones los guardaespaldas entraban en los salones de plenos de ayuntamientos, diputaciones y gobierno regional con sus protegidos?
Un reportajeayer lunes, del corresponsal del diario El País en San Sebastián trasladaba la impresión de que la cúpula de Bildu estaba virando lenta, pero sin pausa, hacia las tesis más radicales de los dirigentes históricos de la antigua Batasuna y ETA. No acabo de creérmelo, pero lo que se ve es lo que se ve, aunque también he leído declaraciones de miembros de Bildu que se posicionan a favor de las víctimas de ETA. Todo muy contradictorio, y como siempre, habrá que dar tiempo al tiempo. 
En todo caso, estos gestos contradictorios me han hecho recordar lo acontecido aquel 15 de abril de 1977, justo seis días después de la decisión del presidente Suárez de legalizar el Partido Comunista de España, ¡qué esa si que era una "bestia negra" para una buena parte de los españoles de la época!, que tan admirablemente relató el periodista Joaquín Bardavío en su libro "Sábado Santo Rojo" (Ediciones V, Madrid, 1980). 
Ese día, en una abarrotada rueda de prensa, el máximo dirigente del PCE en aquel entonces Santiago Carrillo, dando pruebas de la madurez política de su organización, dijo que el cambio de toda la situación política de España, tras una detenida deliberación, les había llevado a considerar su actitud hacia los símbolos y emblemas del Estado que acaba de reconocerles, y que por eso, en tanto que representativa de ese Estado que les reconocía, habían decidido colocar aquel día allí, en la sala de reuniones del Comité Central, al lado de la bandera de su partido, que era y seguiría siendo la roja con la hoz y el martillo, la bandera del Estado español, la bandera bicolor. En lo sucesivo, en los actos del partido -añadía- al lado de la bandera de éste, figurará la bandera con los colores oficiales del Estado. La bandera -continuó- no puede ser monopolio de ninguna facción política, ni mucho menos podríamos abandonarla a los que intentan hacer uso de ella para impedir el paso de la dictadura a la democracia. Esa bandera -concluía- es hoy por hoy una bandera de todos los españoles, independientemente de las ideas políticas que profesen. No puedo estar más de acuerdo con esa declaración.
Momentos después, Santiago Carrillo sacaba a colación el otro gran símbolo del Estado: "Si la monarquía continúa obrando de una manera decidida para establecer en nuestro país la democracia, estimamos que en unas próximas Cortes nuestro Partido y las fuerzas democráticas podrían considerar la monarquía como un régimen constitucional".
¿Mero oportunismo? Creo, sinceramente, que no. Creo que el PCE, por el que no siento especial simpatía, por el que nunca he votado y por el que no creo que vaya a hacerlo en ocasión alguna,  mostró con su actuación la moderación, la entereza y la madurez de una organización política auténticamente democrática. Bildu, de momento, no parece haber demostrado nada parecido. Y ese es su problema y el que de quienes les han votado, no del Estado que ampara y protege su indiscutible derecho a participar en la vida democrática vasca y española.
El vídeo que acompaña esta entrada es una entrevista que el programa Informe Semanal RTVE realizó hace unos años al exsecretario general del PCE, Santiago Carrillo. Espero que disfruten de ambos. Y sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 













sábado, 13 de abril de 2024

De la refutación del soberanismo

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Las guerras de Ucrania y Gaza, escribe en El País el filósofo Santiago Alba Rico, devuelven Europa a un nacionalismo que parecía superado por la globalización. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com












Refutación del soberanismo
SANTIAGO ALBA RICO
10 ABR 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Nuestra última Guerra Civil enfrentó a los así llamados “nacionales” con los así llamados “republicanos”, nomenclatura fraudulenta que también determinó el curso del conflicto. En España esta oposición recubría, en efecto, un potente espejismo histórico: el término “nacional” se asociaba a la nación, lo natural, lo nativo, mientras que el de “republicano” parecía apelar a una opción ideológica extranjera e incluso intrusa. En el contexto de la época era quizás imposible sacudirse este esquema, pero hoy convendría explicar que en 1936, tras el golpe de Estado de Franco, se enfrentaron más bien los “nacionalistas” y los “españoles”: nacionalistas de vocación imperial que ocuparon desde África, con el apoyo del nacionalismo marroquí, su propio país; y pluriespañoles no siempre lúcidos que aspiraban, entre otras cosas, a una constitución federal democrática.
Esta oposición nacional/republicano solo se entiende en España. En otros países de Europa es un jeroglífico. Pensemos, por ejemplo, en Francia, cuya decisiva Revolución se hizo invocando la patria y la nación, secuestradas durante siglos por monarquías absolutistas, así como en nombre de la ley, diluida en la arbitrariedad oscurantista del absolutismo. En 1789, sí, “patria” y “ley” eran eslóganes radicales que en España, como bien describe Galdós, se apropió la reacción tras una “batalla cultural” decidida, ya bajo Fernando VII, en contra del liberalismo. La patria quedó uncida a la religión; y la ley, a menudo sustituida por el “rey”, se convirtió en garrota para trajinar a los súbditos a un abrevadero seco. “Dios, patria y ley” sintetizó así la derrota del patriotismo de izquierdas, muy torpe, salvo excepciones, en la gestión económica y territorial de España; y consumó el dominio del nacionalismo totalitario en 1936, cuando los nacionalistas se convirtieron finalmente en “nacionales”. Ese nacionalismo, aún poderoso, solo se ha visto contenido a partir del ingreso de España en la UE, como bien saben los llamados “nacionalismos periféricos”. Esa es la elocuente paradoja en vísperas de las elecciones vascas, catalanas y europeas: frente a la ultraderecha (de Vox y parte del PP), que quiere recuperar la soberanía española para acabar sin ataduras con los “separatistas” (e inmigrantes), los partidos nacionalistas centrífugos entienden que la UE, si no favorable al independentismo, frena al menos el nacionalismo español y no es incompatible con un proyecto federal. El nacionalismo español, en fin, junto a ciertos sectores de la izquierda rojiparda, se inclina hacia el antieuropeísmo mientras que vascos, catalanes y gallegos perciben que, como vascos, catalanes y gallegos, están más protegidos en Europa que en España; y que su lucha contra España o por una España diferente sería imposible si sus seguidores quedaran a merced de los “nacionales” en una España “unida” y “soberanista”. En favor de la cesión de soberanía, mencionemos, pues, la frecuencia con la que nuestro país, plenamente soberano, ha perseguido a sus propios ciudadanos; o con la que —mejor dicho— el nacionalismo español ha truncado de raíz cualquier boceto de una España más rica, más democrática y más realista.
Pero, ¿tiene algún sentido el nacionalismo en un mundo global? Tiene, desde luego, una explicación. Globales solo son la OMC, los acuerdos de libre comercio, los formatos tecnológicos, que no han sido capaces ni de democratizar ni de pacificar el mundo. Como evidencian la invasión de Ucrania y el genocidio de Gaza, necesitamos imperiosamente esa “constitución de la Tierra” que propone el jurista italiano Luigi Ferrajoli como relevo de la fracasada ONU. Ucrania y Palestina son, en cualquier caso, dos tragedias que, en vísperas electorales, actualizan la cuestión de la nación y los nacionalismos y obligan a pensarla sin dogmatismos. Rusia, digamos, es una nación con vocación histórica de imperio; su nacionalismo es expansivo y violento; frente a él, Ucrania defiende una nación, formalmente muy joven, que lleva luchando dos siglos por su independencia; es la lucha contra el invasor la que la vuelve nacionalista. No es el nacionalismo ucranio, en definitiva, el que constituye un problema, sino el nacionalismo imperialista ruso.
La lección de Israel es aún más inquietante. Israel constituye desde su nacimiento un paradójico proyecto nacional-colonial que aspira no a compartir sino a conquistar Palestina y a reemplazar a su población autóctona por israelíes: es el único lugar del mundo, en efecto, en el que la tesis ultraderechista del Gran Reemplazo tiene alguna verosimilitud. Frente a esa agresión permanente del supremacismo israelí, y a despecho de la hipocresía del mundo árabe, los palestinos luchan por constituir una nación independiente sobre al menos una parte del territorio de la Palestina histórica: su nacionalismo sin nación, enteramente justificado, solo es un problema porque Europa y EE UU apoyan el nacionalismo colonial del sionismo israelí.
Rusia e Israel devuelven Europa al nacionalismo por dos vías diferentes. Los antieuropeístas (de ultraderecha o rojipardos) son prorrusos. Los europeístas son proisraelíes. Las cuestiones de Ucrania e Israel van a estar muy presentes —ya lo están— en la campaña de junio. En el caso de España, hay que recordar de nuevo la paradoja de que esa UE que frena el nacionalismo españolista se encuentra hoy en un atolladero sin precedentes a consecuencia de la invasión rusa de Ucrania: atolladero del que no se puede huir pronunciando muy alto la palabra paz ni denunciando sin más el gasto armamentístico. La única forma de ignorar esta cuestión, inseparable de la conciencia repentina de que, como europeos, nuestras fronteras están en Ucrania, sería salirse de la UE. El nacionalismo españolista de Vox puede apoyar esa medida y quizás también el rojipardismo soberanista. Una izquierda sensata (y no digamos nuestros democráticos “nacionalismos periféricos”) no debería razonar jamás de manera tal que alguien pudiera interpretar que para España la única manera de evitar la guerra es abandonar la UE. Hay que evitar esa guerra desde dentro de la UE, pues fuera de la UE, como hemos dicho, España es solo, o sobre todo, guerra.
Rusia alimenta los nacionalismos antieuropeístas de los miembros de la UE, a favor de Putin o contra la OTAN. Pero la lección de Israel es más terrible. Israel supone un retoño perverso del peor identitarismo genocida. Si todo está permitido, ya no podemos distinguir un crimen de lo que no lo es. Ya solo podemos distinguir entre “nuestros” crímenes y “sus” crímenes. Los nuestros son buenos; los suyos no. Si no hay finalmente Derechos Humanos, entonces volvemos al mundo reaccionario de Joseph de Maistre, previo a la revolución francesa: un mundo en el que solo tendríamos derechos en nuestra condición de españoles y alemanes y rusos e israelíes (y no tanto, claro, como catalanes o vascos o gallegos o ucranios o palestinos). Me gustaría hacer una pregunta: si hemos permitido a Israel asesinar a miles de niños, cientos de periodistas y cooperantes, destruir hospitales, mezquitas, iglesias y casas, desplazar y matar de hambre a un pueblo entero, ¿qué es lo que está prohibido hacer? ¿Qué será a partir de ahora un crimen? Nada. Somos libres, soberanos, caudillos de nuestros peores instintos. No tenemos ya autoridad moral ni jurídica para condenar nada. Ya no hay ni siquiera una ética global. Que cada uno reúna, pues, el mayor número de armas posible para defender a los suyos; matemos a todo el que quiera acercarse a “nosotros”; asesinemos a sus niños antes de que crezcan y vengan a destruirnos. Esos son el nacionalismo y el soberanismo que propone Israel como modelo universal: hacer libremente pedazos a cualquiera que se interponga en nuestro camino. Santiago Alba Rico es escritor y filósofo.