viernes, 22 de junio de 2018

[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy viernes, 22 de junio





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo, que no soy humorista, me quedo con la primera acepción, así que en la medida de lo posible iré subiendo al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





Harendt






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elblogdeharendt@gmail.com
Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme, de una vez para siempre, a realizarlos (G.W.F. Hegel)

jueves, 21 de junio de 2018

[DESDE LA RAE] Hoy, con el académico José Manuel Sánchez Ron





La Real Academia Española se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. La RAE ha tenido un total de 483 académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y. En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española. 

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Aademia con la del académico José Manuel Sánchez Ron (1949): Elegido para ocupar la silla G, tomó posesión de la misma el 19 de octubre de 2003 con el discurso titulado Elogio del mestizaje: historia, lenguaje y ciencia, al que respondió en nombre de la corporación el académico Juan Luis Cebrián.

En diciembre de 2015 fue elegido vicedirector de la Junta de Gobierno de la RAE. Anteriormente, entre 2007 y 2014, fue bibliotecario de la Academia. Comisario, junto a Carmen Iglesias de la exposición «La lengua y la palabra: trescientos años de la Real Academia Española», conmemorativa del tricentenario de la RAE, fue también comisario de la exposición "Es Lope", enmarcada en los actos del III Centenario de la RAE.

Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid y doctor en Física por la Universidad de Londres, es catedrático de Historia de la Ciencia de la Universidad Autónoma de Madrid, y antes, profesor titular de Física Teórica. Es académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales y numerario de la Académie Internationale d’Histoire des Sciences y de la Academia Europea de Ciencias y Artes.

Desde hace más de una década dirige la colección de ensayo y divulgación científica Drakontos de la editorial Crítica, así como, en la misma editorial, Clásicos de la Ciencia y la Tecnología. Su preocupación por la recuperación de los libros clásicos de la ciencia se ha manifestado en la dirección de colecciones como Clásicos de la Ciencia (Círculo de Lectores) y Clásicos del Pensamiento (CSIC), así como en la edición, llevada a cabo por él mismo, de obras de científicos como Albert Einstein, Galileo Galilei, James Clerk Maxwell, Charles Darwin, David Hilbert, John von Neumann, Erwin Schrödinger, José Echegaray o Blas Cabrera.

Es autor de una extensa bibliografía recogida en más de cuatrocientas publicaciones, la mayoría en el campo de la historia de la ciencia (preferentemente de la física de los siglos xix y xx), pero también en la física teórica y la filosofía de la ciencia. Entre sus libros —más de una cuarentena de títulos— figuran El origen y desarrollo de la relatividad (1983), Ciencia y sociedad en España (1988), Miguel Catalán. Su obra y su mundo (1994), Diccionario de la ciencia (1996, 2006), Cincel, martillo y piedra (1999), El siglo de la ciencia —por el que recibió el Premio José Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades de la Villa de Madrid en 2001—, Cartas a Isaac Newton. El futuro es un país tranquilo (2001 y 2013), Historia de la física cuántica, I: El período fundacional (1860-1926) (2001), El canon científico (2005), ¡Viva la ciencia! (2008), El mundo de Ícaro (con Antonio Mingote, 2010), Una historia de la medicina (con Antonio Mingote, 2013), Marie Curie y su tiempo (2009), El poder de la ciencia (2011), Los mundos de la ciencia (2012), y Los pilares de la ciencia (con Miguel Artola, 2012).

Ha obtenido el Premio Jovellanos de Ensayo por La Nueva Ilustración: ciencia, tecnología y humanidades en un mundo interdisciplinar, considerada por el jurado como «excelente y rigurosa por su aportación al camino de la ciencia», y el Premio Nacional de Ensayo por su libro El mundo después de la revolución. La física de la segunda mitad del siglo xx. Entre sus más recientes publicaciones están Albert Einstein. Su vida, su obra y su mundo (2015), José Echegaray (1832-1916), El hombre polifacético. Técnica, ciencia, política y teatro en España (2016), y El sueño de Humboldt y Sagan (2018), colaborando como articulista habitual en el diario El País y en El Cultural.



José Manuel Sánchez Ron en su toma de posesión en la Academia



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 20 de junio de 2018

[A VUELAPLUMA] La pesadilla





El gran triunfo de las máquinas sobre los humanos en el siglo XXI no son las noticias falsas, sino la docilidad con la que nos hemos adaptado a ellas. Ya no es importante decir la verdad, sino que te crean, comenta en El País el escritor Jordi Soler reseñando al poeta William Blake. 

William Blake, comienza diciendo Soler, fue hijo y detractor de la Revolución Industrial. El tránsito del siglo XVIII al XIX lo hizo asombrado por la velocidad con la que Europa empezaba a mecanizarse y la rapidez con la que las máquinas comenzaban a desplazar a las personas de sus puestos de trabajo. Como también harían Byron o Shelley, el poeta Blake comenzó una resistencia artística, propiamente romántica, contra la mecanización de Europa, que pronto sería la de Occidente, y que a él le parecía un derrotero nefasto de la civilización.

Veía con toda claridad que entregarse a la industria y al progreso era una opción poco afortunada, y en todo caso pensaba que la revolución de la industria debía tener el contrapeso de una revolución cultural, para que la civilización occidental no quedara atrapada en la pura mecanización, en la producción en masa, en la acumulación de capital, en el progreso a toda costa.

Sin el antídoto de la revolución cultural que intentaron los poetas románticos, el mundo que quedó es precisamente el que tenemos ahora, un mundo cada vez más mecanizado en donde las máquinas no solo siguen desplazando a los hombres, sino que ya las tenemos incrustadas en la rutina cotidiana; no solo hacen buena parte de nuestro trabajo, sino que, además, en el caso de los ordenadores, con la humanidad entera prisionera de sus redes, han conseguido que la ciudadanía piense, opine, se exprese y actúe dentro del marco que establece la máquina.

El ordenador con sus redes hubiera sido, seguramente, la pesadilla más espesa de William Blake; en una sola sesión con esta máquina, el poeta hubiera podido comprobar el triunfo inapelable de la Revolución Industrial y la ingenuidad romántica de su revolución cultural. Además, hubiera podido verificar esa realidad diabólica que los habitantes de este milenio vivimos con una desenfadada normalidad: la máquina que piensa por ti acaba contagiándote su forma de pensar. ¿Cuántas veces al día Google, o Waze, o Shazam, o el iluminado de turno en Twitter, piensa por nosotros?

“Debo crear un sistema o ser esclavizado por el de otro hombre. No me interesa razonar y comparar: lo mío es crear”. Esta idea de Blake es toda una invitación a pensar fuera de la máquina, a desconfiar de la fuente de la que todos abrevan y a crear nuestros propios pensamientos. Las redes sociales han pasado de ser el espejo del mundo a convertirse en su directriz, comenzaron reflejando la vida real y ahora son ellas las que nutren la realidad con sus modos, sus formas y sus tics; es como si el ordenador nos devolviera nuestra propia realidad jerarquizada de otra forma, como si la máquina, como temía el poeta, nos indicara qué pensar y a qué parcela de toda la información que circula de red en red nos está permitido asomarnos.

La brevedad que imponen las redes ha cambiado ya, por ejemplo, la manera de comunicarnos con otra persona; la brevedad del whatsapp empieza a desterrar al e-mail, que ya es visto como una no práctica antigualla que venimos arrastrando desde el siglo XX, aunque en su tiempo fue la maravilla hipermoderna que aniquiló las cartas de papel. La secuencia de la carta, el e-mail y el whatsapp es cristalina, e indica que cada vez se escribe menos en mensajes más cortos que llegan más rápido; ya no importan la forma, la sintaxis, ni el estilo, ni la ortografía, lo que importa es que el mensaje, que es invariablemente urgente, llegue rápido, tan rápido que a veces ni siquiera hay que escribirlo, basta con insertar un emoticono. Pero quizá lo que de verdad indica esta secuencia es que la máquina nos señala el camino.

La brevedad en Twitter es imprescindible, la idea que triunfa en esta red social es la que va encapsulada en una frase corta y contundente, y la longitud y la contundencia están por encima de la verdad, un valor que a estas alturas del milenio ya ha perdido un buen porcentaje de su jerarquía. Si la frase es deslumbrante, pero rebasa los 100 caracteres, tendrá menos quórum que una breve, aunque sea opaca; y si lo que se ha tuiteado es un linka un texto largo ya podemos despedirnos de la mayoría de nuestros seguidores.

Los periódicos, uno de los últimos bastiones de la prosa larga, han adoptado ya la frase eficaz de Twitter, la nota condensada y la promiscuidad temática característica de la red social. Los nuevos lectores ya son incapaces de orientarse en las enormes hojas de papel de los periódicos, necesitan la eficacia del link y la velocidad y la ligereza con la que viajan de una noticia a la otra.

En unos cuantos años, la velocidad y la eficacia se han implantado como los valores supremos de nuestro tiempo, se nos inoculan cada vez que dejamos que entre el wifi, y ya han llegado a territorios tan aparentemente ajenos como el del tenis; este deporte ha cedido a la presión, y hoy un tenista, para triunfar, más que talento necesita potencia, resistencia y agresividad, la misma eficiencia que se le exige al tuitero o al periodista o al político para que logren obtener muchos seguidores; porque la máquina nos adiestra cada día con la idea de que el éxito se mide por la cantidad, por el número. En el tenis de este milenio ya no hay espacio para los golpes artísticos, el revés a una mano; la suerte más hermosa de este deporte está en un acelerado proceso de extinción, porque la mayoría de los jugadores eligen el revés a dos manos, que es menos plástico, pero tiene más potencia, es simple y eficiente como un tuit. ¿A quién le importa hacer un golpe bello cuando lo único que importa es triunfar?

¿Y a quién le importa decir la verdad cuando lo único que importa en el siglo XXI es que te crean? El gran triunfo de la máquina sobre nosotros no son las fake news, las mentiras que se multiplican hasta que se convierten en verdad, sino la docilidad con la que nos hemos adaptado a ellas. William Blake, ese poeta que era capaz de vislumbrar el mundo entero en una flor, vería con desconcierto cómo la máquina ha conseguido ya imponernos la brevedad y la velocidad como valores primordiales, y cómo va consiguiendo poner en entredicho la verdad y normalizar la mentira en la vida pública sin que nadie se escandalice. Y, desde luego, no le gustaría nada la devaluación que ha sufrido la palabra, que ya vale poco si no va montada en un tuit.



Dibujo de Nicolás Aznárez para El País



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martes, 19 de junio de 2018

[HUMOR EN CÁPSULAS] Para hoy martes, 19 de junio





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