jueves, 14 de diciembre de 2017

A vuelapluma] ¿Estará Merkel a la altura de Macron?





Macron pide comprensión para los padres fundadores que levantaron Europa sin el pueblo porque pertenecían a una vanguardia ilustrada; pero él quiere convertir ahora el proyecto de las élites en un proyecto de ciudadanos. Y Merkel debería responder, escribe en El País el filósofo alemán Jürgen Habermas (1929), el miembro más eminente de la segunda generación de la Escuela de Frankfurt. 

Para Walter Benjamin, comienza diciendo Habermas, París era la capital de Europa. Para el contestatario e irónico Robert Menasse, último Premio del Libro Alemán, debería serlo Bruselas. Una esperanza frágil. El propio Menasse rebaja tan elevadas expectativas en una entrevista en el Frankfurter Allgemeine Zeitung contando una bonita historia sobre la tarde que pasó con un corresponsal alemán en un café de periodistas lleno de humo. Allí pudo observar cómo al reportero en cuestión su redacción de Fráncfort le rechazaba un artículo sobre el programa espacial de la UE con el siguiente comentario: “No escribas de forma tan complicada. Cuenta solo qué nos costará esta vez a los alemanes”. Es difícil formular de forma más concisa el limitado interés que muestran los políticos, gestores y periodistas alemanes en construir una Europa políticamente eficaz. Desde hace décadas una prensa tímida y complaciente presta su ayuda a nuestra clase política para no perturbar a la opinión pública con el tema de Europa. La incapacitación del público no podría haberse demostrado con mayor elegancia que en el (supuesto) debate televisado —el único que hubo— entre la canciller Angela Merkel y el aspirante socialdemócrata, Martin Schulz, antes de las elecciones al Bundestag del pasado septiembre, en el que se delimitó cuidadosamente la agenda de los temas a discusión. Incluso en la década de la crisis financiera aún candente, tanto a la canciller como a su ministro de Finanzas se les permitió presentarse —en abierta contradicción con los hechos— como los auténticos europeos.

Pero ahora ha aparecido en escena Emmanuel Macron, que podría, a pesar de sus halagadores esfuerzos por mantener una cooperación deferente con la canciller, derrotada y acosada por su propio partido, levantar el velo sobre este grato autoengaño. Las mentes realistas de los periódicos nacionales parecen temer que las palabras del presidente francés abran los ojos al público alemán sobre el nuevo traje del emperador: la opinión pública podría percatarse de que el Gobierno alemán, con su robusto nacionalismo económico, está desnudo. Georg Blume recoge en el primer capítulo de su reciente libro —subtitulado Cómo Alemania pone en peligro una amistad— tristes testimonios tomados de la prensa y de la política acerca del condescendiente tono neoalemán hacia Francia y los franceses. Algunos comentarios sobre Macron han oscilado desde el principio entre la indiferencia, la arrogancia y el rechazo precipitado. Y, con la salvedad de un titular de Der Spiegel, en un primer momento el eco del discurso —meticulosamente preparado— del presidente francés sobre Europa fue entre débil y nulo.

Entretanto, la reticencia se resquebraja. También en la prensa se va imponiendo la idea de que el próximo Gobierno alemán (en caso de que alguien siga teniendo ganas de ello) tiene que recoger la pelota del presidente francés, que ahora está en su tejado. Una política de simple aplazamiento, o de inacción, bastaría para echar a perder una oportunidad histórica única.

Pocas veces las contingencias de la historia se evidencian de forman tan drástica como en el caso del inesperado ascenso de una personalidad fascinante, quizá deslumbrante, y desde luego insólita. Nadie pudo contar con que un ministro independiente del Gobierno Hollande, en una egocéntrica actuación en solitario (o eso era lo que parecía), creara de la nada un movimiento político que daría un vuelco a todo un sistema de partidos. Contravenía cualquier fundamento de la demoscopia que una sola persona sin apoyos, en el breve lapso de una campaña electoral, lograra hacerse con la mayoría de los electores con un polémico programa en el que defendía profundizar en la cooperación europea y se enfrentaba al pujante populismo de derechas al que uno de cada tres franceses había dado su voto. Que alguien como Macron —en un país cuya población siempre ha sido más euroescéptica que la luxemburguesa, belga, alemana, italiana, española o portuguesa— llegara a ser elegido presidente era de todo punto improbable.

Aun considerándolo fríamente, es igualmente improbable que el próximo Gobierno alemán tenga la fuerza y la amplitud de perspectiva para dar con una respuesta productiva —es decir, que permita avanzar— a la pregunta que le ha planteado Macron. Incluso aunque se llegue a una renovada Gran Coalición entre la CDU y el Partido Socialdemócrata, es muy poco probable que la cúpula de los socialdemócratas, fundamentalmente proeuropea, logre imponerse con su exigencia de una “Europa solidaria”. Angela Merkel tuvo que enfrentarse a una mayoría de su partido para lograr que se revisaran las dos posiciones que impuso en el primer momento de la crisis financiera: tanto el intergubernamentalismo que garantiza a Alemania una posición dominante en el Consejo Europeo, como la política de austeridad a la que Alemania —gracias a esa posición— pudo someter, para su propio y desproporcionado beneficio, a los países del sur de la Unión. Y también es en grado sumo improbable que esta canciller, desde su debilitada situación política interna, no intente dejar claro a su encantador homólogo francés que, lamentándolo mucho, no puede aceptar su elaborada perspectiva reformista. Por otra parte, y es esa la pregunta que a mí me importa: ¿puede esta política a la que no conozco personalmente —hija de un párroco protestante, notablemente lista y concienzuda, hasta ahora mal acostumbrada por el éxito, pero sin embargo dada a la reflexión— tener verdadero interés en acabar de forma tan poco gloriosa sus 16 años en la cancillería? ¿Se retirará tras cuatro años más de penosa supervivencia política con un poder menguante? ¿O conseguirá mostrar grandeza y saltar sobre su propia sombra, a pesar de todos aquellos que ahora murmuran sobre su decadencia?

También ella sabe que la unión monetaria europea, que es de elemental interés para Alemania, no puede estabilizarse en tanto que se mantenga el régimen actual, que profundiza cada vez más las diferencias de nivel en la renta nacional, el desempleo y el endeudamiento público entre las economías nacionales del norte y del sur de Europa, que llevan años distanciándose. El fantasma de una “unión de riesgo financiero” deforma en Alemania la visión de esta dinámica destructiva, que solo puede frenarse si se establece una competencia verdaderamente limpia que trascienda la fronteras nacionales y se sigue una política contra el deterioro de la solidaridad, cada vez más acusado tanto entre las distintas naciones como dentro de cada una de ellas. Baste mencionar el paro juvenil. Macron no se limita a bosquejar una visión, sino que exige que la eurozona avance con pasos concretos, a través de medidas como la armonización del impuesto de sociedades, un impuesto a las transacciones financieras, la convergencia paulatina de los diversos regímenes de política social, el establecimiento de una autoridad europea para regular el comercio internacional, etcétera.

En todo caso, no son estas propuestas aisladas, conocidas desde hace tiempo, las que hacen que destaque la conducta, la iniciativa y el discurso de este político sobre el de todos aquellos a los que estamos acostumbrados. Lo que se sale de la norma son tres rasgos característicos:

¿Conseguirá Merkel saltar sobre su propia sombra, a pesar de todos aquellos que ahora murmuran sobre su decadencia?

—El coraje para la iniciativa política;

—El compromiso en traducir el proyecto de las élites europeas en una legislación autónoma y democrática de los ciudadanos:

—La capacidad de convicción que transmite una persona que confía en el poder de la palabra que articula el pensamiento.

Con una elección de palabras característicamente francesa, Macron se dirigió el 26 de septiembre a su público de estudiantes y también a la clase política en Alemania al conjurar repetidamente la “soberanía” que solo Europa, y no ya el Estado nacional, es capaz de garantizar a su ciudadanía. Solo bajo la protección y con la fuerza de una Europa unida pueden estos ciudadanos afirmar sus intereses y valores comunes en un mundo convulso. Macron contrapone la soberanía “real” a la quimérica de los “soberanistas” franceses. Llama por su nombre al indigno juego del personal gubernamental que se distancia en casa de las leyes que él mismo ha aprobado en Bruselas, y demanda nada menos que la refundación de una Europa capaz de actuar políticamente tanto en el ámbito interno como en el exterior: a esta autoafirmación de los ciudadanos europeos es lo que se alude con la palabra “soberanía”. Macron menciona, como paso para la institucionalización de la capacidad de actuación común, una mayor cooperación en la eurozona sobre la base de un presupuesto común. Es de lamentar que la Comisión Europea —a causa de una mal entendido sentido de la responsabilidad hacia la unidad de todos los miembros de la UE— torpedee esa decisiva propuesta de una Europa a dos velocidades. La propuesta central de Macron para aunar las fuerzas en el corazón de Europa dice así: “Un presupuesto (común) solo puede ir de la mano de un fuerte liderazgo político a través de un ministro común y de un ambicioso control parlamentario en el nivel europeo. Solo la eurozona con una moneda internacional fuerte puede ofrecer a Europa el marco de un poder económico mundial”.

Debido a esta aspiración a confrontar políticamente los crecientes problemas de una sociedad mundial, Macron destaca como muy pocos otros entre la clase de funcionarios políticos crónicamente desbordados, capaces solo de adaptarse de forma oportunista y de reaccionar día a día, sin sentido alguno de la perspectiva. Es para frotarse los ojos: ¿pero hay alguien que aún quiera cambiar algo en el status quo?

¿Es que hay quien tiene el frívolo coraje de rebelarse contra la conciencia fatalista de felahs que se doblegan irreflexivamente a los pretendidos imperativos sistémicos de un orden económico mundial encarnado en organizaciones internacionales que han perdido el contacto con la realidad? Si le entiendo bien, Macron defiende unos intereses que hasta ahora no se explicitan y que por tanto no están representados en nuestro sistema de partidos, segmentado entre el neoliberalismo cotidiano del centro, el autosatisfecho anticapitalismo de los nacionalistas de izquierdas y la rancia ideología identitaria de los populistas de derechas. Es inherente al fracaso de la socialdemocracia, en toda Europa, que una política en principio favorable a la globalización, que impulsa el avance de la política europea, pero que al mismo tiempo no pierda de vista los daños y destrucciones sociales de un capitalismo desencadenado --y que por tanto también urge la necesaria re-regulación transnacional de mercados importantes— no haya logrado un perfil reconocible. La socialdemocracia alemana solo podría obtener el margen de acción requerido para perfilar una política de esta naturaleza en un futuro Gobierno si el Ministerio de Finanzas recayera en una figura con el peso suficiente para imponer sus puntos de vista, como Sigmar Gabriel.

La segunda circunstancia que distingue a Macron de otras figuras es su ruptura con un consenso silencioso. Hasta ahora mismo, en la clase política iba de suyo que la Europa de los ciudadanos plantea un cuadro demasiado complicado y que la finalité, el objetivo de la unificación europea, es un tema demasiado complejo para que los propios ciudadanos puedan ocuparse de él. Los asuntos corrientes de la política bruselense son solo para expertos, en todo caso para cabilderos bien informados; los choques más serios entre intereses nacionales en conflicto los despachan los jefes de Gobierno entre sí, generalmente aplazándolos o dejándolos en suspenso. Pero sobre todo, los partidos políticos están de acuerdo en que en las elecciones nacionales hay que evitar los temas europeos en la medida de lo posible, a no ser que se pueda echar a los políticos de Bruselas la culpa de los problemas que se han creado en casa. Y ahora Macron quiere acabar con esa mauvaise foi. Al poner en el centro de su campaña la reforma de Europa ha roto un tabú, e incluso —un año después del Brexit— ha ganado esta ofensiva contra “las tristes pasiones de Europa”.

Esta circunstancia confiere credibilidad en su boca a la tan traída frase de que la democracia es la esencia del proyecto europeo. No estoy en condiciones de juzgar cómo se han trasladado a la práctica las reformas políticas que ha anunciado en Francia. Ya se verá si ha cumplido la promesa “social-liberal” de mantener el difícil equilibrio entre justicia social y productividad económica. Como persona de izquierdas, no soy un macronista, si es que existe algo así. Pero la forma en que habla de Europa marca una diferencia. Macron pide comprensión para los padres fundadores que levantaron Europa sin el pueblo porque pertenecían a una vanguardia ilustrada; pero él quiere convertir ahora el proyecto de las élites en un proyecto de ciudadanos, y exige que se den pasos obvios para la autoafirmación de los ciudadanos europeos contra los Gobiernos nacionales que se bloquean mutuamente en el Consejo Europeo. Así, demanda que en las elecciones europeas no solo exista un derecho electoral común, sino también que los candidatos sean elegidos en listas transnacionales. Esto impulsaría la formación de un sistema europeo de partidos sin el que el Parlamento de Estrasburgo no puede convertirse en un lugar en el que los intereses sociales puedan generalizarse y defenderse más allá de las fronteras de cada una de las naciones.

Si se quiere valorar adecuadamente la importancia de Emmanuel Macron, también hay que considerar un tercer aspecto, una cualidad personal: sabe hablar. No es únicamente que estemos ante un político que coseche atención, prestigio e influencia por sus dotes retóricas y su sensibilidad hacia la palabra escrita. Más bien se trata de que la elección exacta de sus frases inspiradoras y la fuerza de articulación de su discurso confieren al propio pensamiento político fuerza analítica y amplitud de perspectiva. El anterior presidente del Bundestag, Norbert Lammert, fue el último que suscitó entre nosotros el recuerdo de los grandes debates parlamentarios de los primeros tiempos de la RFA. Naturalmente, la calidad del ejercicio de la profesión de político no se mide por el talento oratorio. Pero los discursos pueden cambiar la percepción de la política en la opinión pública, elevar el nivel y ampliar el horizonte de un debate público. Y con ello la calidad no solo de la formación de la voluntad política, sino también de la propia actuación política.

Cuando las amorfas tertulias se convierten en el baremo de la complejidad y aliento que son admisibles en el pensamiento político, Macron sorprende por el formato de sus discursos. Parece que carecemos de la capacidad para percibir tales cualidades, incluso para el cuándo y el dónde de un discurso. Por eso, el discurso que ofreció hace no mucho en el Ayuntamiento de París con motivo del centenario de la Reforma protestante no solo fue interesante en cuanto a su contenido; no solo fue un hábil intento de aprovechar el repaso a la historia de las luchas de religión en Francia para adaptar una doctrina de Estado, el estricto laicismo francés, a las exigencias de una sociedad pluralista. La ocasión y el tema del discurso fueron al mismo tiempo un gesto hacia la cultura del país vecino, marcada por la impronta del protestantismo... como también hacia su colega protestante en Berlín. Naturalmente, a nosotros se nos han vuelto extraños la ambición y el estilo para representar el poder del Estado, al menos desde la mirada nostálgica de Carl Schmitt a la contrailustración francesa del siglo XIX. Puede faltarnos el sentido y la gravitas de una vida en el palacio del Elíseo que Macron exhibe en su entrevista con Der Spiegel. Pero vuelve a impresionar el íntimo conocimiento de la filosofía de la historia hegeliana que muestra su reacción cuando se le pregunta por Napoleón como el “espíritu del mundo a caballo”.



Dibujo de Enrique Flores para El País



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[Galdós en su salsa] Hoy, con "La desheredada"



Estatua de Galdós (Pablo Serrano, Las Palmas GC)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que van a cumplirse 174 años, he ido subiendo al blog a lo largo de los últimos meses su copiosa obra narrativa, que comencé con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, que la vivió. 

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español, uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser considerado por especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope, ningún escritor fue tan popular ni ninguno tan universal, desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912. 

Subo hoy al blog su novela La desheradadapublicada en 1909, en Madrid, por la Librería de Perlado, Paéz y Cía. El original del texto que ha servido para esta edición electrónica de la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes, de la Universidad de Alicante, se encuentra en la Biblioteca de Magisterio de esa universidad. Algunos estudiosos de su obra la han considerado una de sus narraciones más cervantinas, mientras otros la relacionan con Balzac, como un «étude des moeurs», propósito anunciado por el propio Galdós en "Observaciones sobre la novela contemporánea en España", en un artículo publicado en 1870.​ También se ha reseñado el paralelismo entre la Nana de Zola y la protagonista de La desheredada, ambas prostitutas.

La novela se desarrolla en lo que ha llegado a conocerse y estudiarse como el Madrid galdosiano, y narra las desventuras de Isidora —la supuesta desheredada—, una bonita muchacha que llega a la capital española "llena de ilusiones, cae en la prostitución y acaba en la cárcel". Una sensibilidad soñadora a la que han hecho creer heredera de un marquesado. A este respecto, Casalduero, leyendo con acierto a Galdós, anota que "una impostora como Isidora puede llegar a tener grandeza trágica, cuando ella misma es engañada; de lo contrario es una farsante vulgar". Entre los personajes secundarios de este intento naturalista de Galdós, sobresale el aquí joven médico Augusto Miquis, heroico en su humanidad y protagonista coral en otras novelas posteriores como El doctor Centeno, Torquemada y San Pedro o Tristana.






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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 14 de diciembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.






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miércoles, 13 de diciembre de 2017

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Sinuhé", anónimo egipcio





El cuento, como género literario, se define por ser una narración breve, oral o escrita, en la que se narra una historia de ficción con un reducido número de personajes, una intriga poco desarrollada y un clímax y desenlace final rápidos. Desde hace unos meses vengo trayendo al blog algunos de los relatos cortos más famosos de la historia de la literatura universal. Obras de autores como Philip K. Dick, Franz Kafka, Herman Melville, Guy de Maupassant, Julio Cortázar, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Oscar Wilde, Lovecraft, Jack London, Anton Chejov, y otros.

Continúo hoy la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Sinuhé, un relato anónimo de origen egipcio que forma parte de la cultura tradicional de ese país. Les dejo con:


SINUHÉ
(Anónimo egipcio)

En el palacio real reinaba el silencio. Su faraón Amenemhat I había muerto, y toda la Corte mostraba su respeto en señal de duelo. Aunque también se sentía una gran preocupación en el ambiente… ¿quién sucedería al rey?

El mayor de sus hijos, quien debía sucederle, se encontraba lejos de palacio al frente del ejército, protegiendo el país. Rápidamente partieron mensajeros en su busca para informarle, y así, Sesostris I decidió regresar apresuradamente.

Por su parte, los demás hijos del rey Amenemhat I querían sucederle al enterarse de su muerte.

Sinuhé, hombre de confianza del faraón, observó que un hombre informaba a uno de los príncipes. Amenemhat había sido víctima de un complot, siendo asesinado por unos cortesanos que bajo las órdenes de este príncipe burlaron la guardia. Sinuhé temía por su vida, creyendo que al no haberse enterado de esas malas intenciones y no poder informar al futuro sucesor (Sesostris I) como era su deber, sería castigado a pesar de su inocencia. Pensó entonces en marcharse de Egipto.

Y así lo hizo. Sinuhé esperó el momento apropiado y tras esconderse evitando a los oficiales y cortesanos, se dirigió hacia el Delta del Nilo. Por la noche, tras esquivar la vigilancia de los centinelas, cruzó la frontera saliendo de Egipto.

Pero no contaba con una gran dificultad en su camino: el desierto. Caminando bajo el sol, muerto de sed, sintió cómo iba perdiendo sus fuerzas hasta caer sobre la arena. Y pasaron las horas, o incluso días, hasta que de pronto despertó al escuchar el sonido de un rebaño y unas voces a su alrededor. Abrió los ojos y se encontró con un grupo de nómadas inclinados sobre él que lo observaban. Un hombre del grupo reconoció a Sinuhé, a quien había conocido en Egipto, y ordenó que le dieran de comer y de beber, invitándole a unirse a la caravana. De manera que accedió y les acompañó por el desierto ganándose el cariño de todos rápidamente.

El príncipe beduino Amunenshi había oído hablar de Sinuhé y requirió su presencia para proponerle que se quedara bajo su amparo, como ya habían hechos muchos otros egipcios.

-¿Por qué te fuiste de Egipto? ¿Ha ocurrido algo grave en tu tierra? -preguntó el príncipe Amunenshi.

Sinuhé le contó sobre la muerte del faraón y su temor a caer en desgracia. Y para no parecer un traidor, dado que se encontraban numerosos egipcios acogidos en la corte de Amunenshi, contestó:

-El primogénito del rey regresó a palacio y sin duda gobierna Egipto. Yo sólo he temido por mi vida, y por eso me he marchado.

Amunenshi quedó satisfecho con sus respuestas, y a partir de entonces Sinuhé se quedó en su Corte, quien rápidamente fue querido por todos. Se casó con la hija mayor del príncipe, y recibió como regalo las tierras más fértiles del oasis.

Sinuhé se convirtió en uno de los hombres más ricos y poderosos, llegando a ser jefe de una tribu. Incluso fue nombrado general de los ejércitos, ganando grandes batallas. Y de este modo, su fama se fue extendiendo.

Pero también existían hombres envidiosos. Y así fue que uno de los mejores guerreros de Retenu que sentía celos de Sinuhé se atrevió a desafiarle en combate.

Durante toda la noche, Sinuhé estuvo preparando sus armas. Todo el pueblo se había congregado nervioso para presenciar la lucha, pero la gran mayoría estaba a favor de Sinuhé.

El guerrero sirio era muy fuerte y valiente, y manejaba las armas con mucha habilidad. Sinuhé no era tan fuerte como él, pero era astuto y ágil. ¿Quién vencería el combate?.

El egipcio consiguió fácilmente esquivar las armas que el guerrero sirio arrojaba contra él, quedándose al poco tiempo sin armas con las que luchar, salvo con sus propias manos. El sirio se puso tan nervioso que se lanzó furioso contra Sinuhé, pero éste arrojó una flecha contra él venciéndolo.

El príncipe Amunenshi, y todo el pueblo, saltaban de alegría por la victoria de Sinuhé.

Sin embargo, Sinuhé no era del todo feliz. Pensaba a menudo en su tierra, Egipto, y cada vez se sentía más apenado. Su mayor deseo era regresar a Egipto para cuando muriera poder ser enterrado en su tierra. Esto era muy importante para un egipcio: ¿cómo su alma alcanzaría el reino de Osiris?

Y esta era su constante preocupación. Mientras cumplía con sus deberes como jefe de la tribu, en secreto invocaba a sus dioses pidiéndoles que permitieran su regreso a Egipto.

En Egipto reinaba con justicia el faraón Sesostris I, pero para ello había tenido que luchar duramente debido a las revueltas políticas. Por fin reinaba la paz.

A oídos del faraón llegaron noticias de Sinuhé a través de los viajeros egipcios que habían pasado por su casa, y le escribió pidiéndole su regreso a palacio y a su tierra, ya que sabía de su inocencia en el complot contra su padre.

Sinuhé, lleno de alegría, contestó a la carta de Su Majestad explicando sus temores y los motivos de su huída. Pasó el día repartiendo todos sus bienes entre sus hijos y se despidió de todos sus amigos, regresando a Egipto.

Sesostris I fue muy generoso con Sinuhé entregándole una enorme casa reformada que perteneció a un noble de la Corte y colmándole de bienes; y ordenó que le construyeran una magnífica tumba de piedra preparándole un merecido ajuar funerario para cuando le llegara el momento de su muerte.

Y así fue cómo Sinuhé el egipcio, colmado de honores y riquezas, esperó el momento de su muerte dichoso por encontrarse de nuevo en Egipto.


FIN



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El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción.

En la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




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martes, 12 de diciembre de 2017

[A vuelapluma] La "Constituqué" tendrá que esperar





Ante el empecinamiento del PSOE por que se remodele la Constitución, buscando impenitentes el encaje de esos nacionalismos que desencajan España, el presidente Rajoy evoca la actitud flemática, en consonancia con su propio carácter, del párroco aquel de la localidad onubense de Beas al que sus feligreses rogaban que accediera a sacar en rogativa a la Virgen de Clarines para que se acabara la pertinaz sequía que asolaba al pueblo, comenta en el diario El Mundo su director, el periodista Francisco Rosell.

 Al cabo de algunas semanas, comienza diciendo, y harto de las requisitorias que recibía a cada paso que daba, este cura con fama de trabucaire tiró la teja y dio su brazo a torcer. Eso sí, a fin de que luego nadie se llevara a engaño y derivara en porfías de fe, el buen pastor apostilló como el que remacha un clavo torcido: «Si queréis sacar a la Virgen, sacadla; allá vosotros, pero que sepáis que el tiempo no está pá llover. Así que luego no me vengáis con leches». 

Aquella retranca cazurra de don José, ducho en la teología del seminario y en la meteorología de las cabañuelas de agosto, ha tornado esta semana en socarronería de Rajoy al enfriar la propuesta socialista de renovar la Carta Magna: «Hay quienes -aseveró el miércoles, durante el Día de la Constitución- defienden una reforma. Para ello es necesario saber qué se quiere cambiar. Si eso se cumple, la modificación será posible». El presidente del Gobierno hace, cada vez que puede, de la circunstancia causa. Lo evidenció al aplicar un artículo 155 de mínimos para sofocar la rebelión independentista en Cataluña, amparando su apocamiento en que no daba para larguezas el cicatero apoyo de PSOE y Ciudadanos. Era perceptible que usaba la boca chica porque, en el fondo, suspiraba por no meterse en más fregados de los debidos. De hecho, lo disimuló tan poco que quien ha obtenido más rédito del 155, a tenor de los sondeos, ha sido paradójicamente Cs, pese a las reservas iniciales de Albert Rivera al entender que dicho artículo estaba «estigmatizado» para luego verlo exento de cualquier contraindicación.

Más allá de pendencias sobre el 155, resulta palmario que un partido de Gobierno que escasamente atesora escaños -137 sobre 350- para sostener su verticalidad y que mendiga votos para sacar adelante los Presupuestos dejándose en el envite hasta las hijuelas, como refrenda el cuponazo vasco para dicha del PNV, no puede adentrarse mar abierto a envidar a lo grande una mudanza constitucional en aguas tan procelosas y expuestas. Rajoy no ignora que, aun mejor pertrechado de votos, un órdago así es temerario bajo el volcán catalán y cuando no existen puntos comunes básicos entre los grupos mayoritarios. Redúcese toda coincidencia a un difuso deseo de transformarla. Dicho sea esto por el que no digan. No es plato de gusto ser tachado de inmovilista y recalcitrante, dado el prestigio del que goza el sugestivo término «cambio», atrayente envoltorio de cualquier cosa, incluida la nada. Sin carta náutica ni timonel claros, con cada tripulante marcando rumbos contradictorios, la reforma constitucional capotaría en la misma bocana del puerto. Al modo quizá de aquella infausta réplica de la nao Victoria, la primera embarcación que completó la vuelta al mundo al mando de Elcano, y que se fue a pique a los 20 minutos de su botadura en el puerto onubense de Isla Cristina ante el estupor de los capitostes de la conmemoración del V Centenario del Descubrimiento de América. Al no tener muy claro por dónde debía tirar el pesquero que arrastraba la carabela, la encalladura forzó a arrojarse por la borda a la mascota de la Expo de Sevilla y, junto al pájaro Curro, a los marineros, quedando varada a unos palmos de su amarre de salida. 

No parece que sea cosa repetir el ridículo aquel, por mucho que a Rajoy le endilguen la condición de ser una especie de Juan del Buen Alma. No le hace falta haber leído a Richelieu para apreciar que un buen político es aquel que sabe cuándo abandonar los principios para conservar el poder. Pero es que, además, en cuanto se formulan negro sobre blanco algunas propuestas de trueque constitucional, se verifica que, más que resolver los problemas que mueven a esa intervención quirúrgica, se agrandan. Puede que de modo tan disparatado como el de aquel apurado marino que, en medio del naufragio, discurre achicar el agua multiplicando los agujeros, lo que aceleró el hundimiento de su bote. A ojos vista, pasma que, en lugar de coser a dos cabos y amarrar fuertemente los descosidos originados por aquellos que buscan deshacer la Constitución, se perfile una especie de Constituqué. Esto es, una especie de artefacto explosivo que haga saltar por los aires la nación española, deconstruida en «nación de naciones», donde se determinaría una relación bilateral. Nacioncitas con ínfulas de Estado podrían exaltar aquello de «nos, que somos y valemos tanto como vos, pero juntos más que vos, os hacemos Principal entre los iguales, con tal que guardéis nuestros fueros y libertades; y si no, no», atendiendo a la fórmula que los señores feudales imponían al Rey de Aragón. A este fin, hay catedráticos que auspician que los futuros Estatutos de Autonomía, para dar gusto al independentismo, no deberían ser refrendados por el Congreso de los Diputados, depositario de la soberanía nacional, lo que es un modo de autodeterminarse. Amén ello de incorporar medidas ya fallidas en Alemania en lo que hace a la reconfiguración del Senado como cámara de representación territorial. Y eso que, por aquellos pagos, ningún länder, pese a su embrollado sistema de toma de decisiones, ha perdido la perspectiva de formar parte de un todo en el que se sienten plenamente reconocidos. 

En síntesis, remedios de sofistas que, en realidad, son medios para el sepulcro. Tal proceder rememora a los impúdicos médicos del aprensivo protagonista de El enfermo imaginario de Molière. Más preocupados por darle satisfacción a aquel burgués hipocondríaco que, en enderezar su torcida salud, medran en derredor de quien ven como «una buena vaca lechera» a la que ordeñar. Ello da pie a que el gran comediógrafo verbalice sus prejuicios contra los médicos por boca de otro personaje: «Casi todos los hombres mueren de los remedios, no de sus enfermedades». Aun así, en solitario, como el rayo que no cesa, el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, aguanta con la vela encendida, a la espera del desenlace de los comicios catalanes. La configuración de un eventual tercer tripartito socialista, esta vez de Iceta, fontanero de los de Maragall y Montilla, con ERC, más el apéndice de los comunes de Ada Colau, reconfiguraría no sólo el mapa catalán, sino que desencadenaría un seísmo de incalculables secuelas para toda España. Como legado de los dos primeros tripartitos catalanes, quede el epitafio escrito por su autor, el entonces presidente Rodríguez Zapatero, en una entrevista en EL MUNDO publicada en 2006: «Dentro de 10 años España será más fuerte, Cataluña estará más integrada y usted y yo lo viviremos». Es verdad que el PSC ha puesto del revés su lema de las elecciones generales de 2008 contra el PP -«Si tú no vas, ellos vuelven»- por este otro contra los independentistas: «Si tú no vienes, ellos se quedan».

No hay duda de que, a base de plantear remedios no pensados, los arbitristas pueden hacer fenecer una de las naciones más antiguas del orbe. No en vano, como refiere el hermano del doliente de Molière, «toda la excelencia de su arte reside en un pomposo galimatías y en una engañosa locuacidad que da palabras por razones y promesas por hechos». Vestido de amarillo, y desde entonces signo de mal fario, Molière fallecería sobre el escenario del estreno de El enfermo imaginario, tan imaginario y amarillo como el prófugo Puigdemont, el burlador de Bruselas. Tratar de ganar tiempo puede ser también una forma de perderlo, si se yerra el camino. Cuando ello acaece, los daños se convierten en irreparables y los males, irreversibles. Aun así, y aunque no esté de llover, como previniera el párroco de Beas, hay quienes se empecinan en sacar la Carta Magna en procesión para ver si obra el milagro que no puede operar.



Dibujo de Ulises para El Mundo



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[Un clásico de vez en cuando] Hoy, con "El Cíclope", de Eurípides





En la mitología griega, Melpómene (en griego Μελπομένη "La melodiosa") es una de las dos Musas del teatro. Inicialmente era la Musa del Canto, de la armonía musical, pero pasó a ser la Musa de la Tragedia como es actualmente reconocida. Melpómene era hija de Zeus y Mnemósine. Asociada a Dioniso, inspira la tragedia, se la representa ricamente vestida, grave el continente y severa la mirada, generalmente lleva en la mano una máscara trágica como su principal atributo, en otras ocasiones empuña un cetro o una corona de pámpanos, o bien un puñal ensangrentado. Va coronada con una diadema y está calzada de coturnos. También se la representa apoyada sobre una maza para indicar que la tragedia es un arte muy difícil que exige un genio privilegiado y una imaginación vigorosa. Un mito cuenta que Melpómene tenía todas las riquezas que podía tener una mujer, la belleza, el dinero, los hombres, solo que teniéndolo todo no podía ser feliz, es lo que lleva al verdadero drama de la vida, tener todo no es suficiente para ser feliz.

Les pido disculpas por mi insistencia en mencionar a los clásicos, de manera especial a los griegos, y de traerlos a colación a menudo. Me gusta decir que casi todo lo importante que se ha escrito o dicho después de ellos es una mera paráfrasis de lo que ellos dijeron mucho mejor. Con toda seguridad es exagerado por mi parte, pero es así como lo siento. Deformación profesional como estudioso de la Historia y amante apasionado de una época y unos hombres que pusieron los cimientos de eso que llamamos Occidente.

Continúo la sección de Un clásico de vez en cuando trayendo trayendo al blog la tragedia titulada El Cíclope, de Eurípides, que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior.

Esta pieza de Eurípides es el único drama satírico conservado. No se conoce con exactitud su fecha de representación, que puede ser hacia el 413 a.C. El mito del cíclope era sobradamente conocido por los espectadores de la época, basado en el célebre episodio de la Odisea de Homero. El argumento central es la lucha desigual entre un ser gigantesco y un minúsculo humano dotado de astucia, que consigue vencerlo a base de artimañas. La acción se sitúa en Sicilia, ante la cueva del cíclope Polifemo.

La presencia de los sátiros en la obra condiciona el tratamiento del material, con alusiones sexuales explícitas, con representación de situaciones equívocas como la sugerida violación de Sileno por Polifemo cuando le atrae al interior de su cueva, y mediante la parodia de los dos grandes protagonistas del drama, Polifemo y Odiseo, retratados con una exagerada exposición de sus cualidades, el primero más necio de lo que aparece en la Odisea, y el segundo negociante y especulador hasta el último momento.

Eurípides (480-406 a.C.) fue uno de los tres grandes poetas trágicos griegos de la antigüedad, junto con Esquilo y Sófocles. Fue amigo de Sócrates, el cual, según la tradición, sólo asistía al teatro cuando se representaban obras suyas. En 408 a. C., decepcionado por los acontecimientos de su patria, implicada en la interminable Guerra del Peloponeso, se retiró a la corte de Arquelao I de Macedonia, en Pela, donde murió dos años después. Su concepción trágica está muy alejada de la de Esquilo y Sófocles. Sus obras tratan de leyendas y eventos de la mitología de un tiempo lejano, muy anterior al siglo V a. C. de Atenas, pero aplicables al tiempo en que escribió, sobre todo de las crueldades de la guerra. Reformó la estructura formal de la tragedia ática tradicional, mostrando mujeres fuertes y esclavos inteligentes y satirizó a muchos héroes de la mitología griega. Sus obras parecen modernas en comparación con los de sus contemporáneos, centrándose en la vida interna y las motivaciones de sus personajes de una forma antes desconocida para el público griego. Disfrútenla.



Cabeza de Polifemo. Escultura helenística (Sperlonga, Italia)


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