miércoles, 15 de junio de 2016

[A vuelapluma] Cabreados





Dice mi admirado Michel de Montaigne (1533-1592) en su Ensayos (Libro II, capítulo X, págs. 815/817. Edición bilingüe de Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2014), que le gustan los historiadores o muy simples o muy eminentes. Los simples, añade, porque no tienen nada suyo que integrar en la obra, aportando a esta únicamente el afán y la diligencia de recoger todo lo que llega a su conocimiento, y de registrar de buena fe todas las cosas sin seleccionarlas ni clasificarlas, dejándonos el juicio intacto para conocer la verdad. De más está decir que me encuadro gustosamente en el equipo de los historiadores simples por las razones que tan elegantemente expresa Montaigne. Aunque selecciono a mis interlocutores, algo que también hace él aunque se le note menos que a mí. Y de ahí, que en ocasiones como esta de hoy resulte un vuelapluma un poco más extenso de lo habitual sobre cabreos ciudadanos, sociedades exasperadas, políticos al uso y gentes del común. Del debate a cuatro del lunes confieso que no lo ví por pereza e higiene mental. Preferí leerme de un tirón el Noches sin dormir (Seix Barral, Barcelona, 2015) de mi querida Elvira Lindo. Y disfrutarlo.

El primero de los artículos que traigo a colación está escrito por Daniel Innerarity, catedrático de Filosofía Política en la Universidad del País Vasco, autor del libro La política en tiempos de indignación (Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2015) que ya he comentado en el blog, y además, candidato de Geroa Bai al Congreso de los Diputados en las elecciones de dentro de dos semanas. Se titula "Sociedades exasperadas". El segundo artículo lo firman conjuntamente Juan Rodríguez Teruel y Pau Marí-Klose, profesores respectivamente de Ciencia Política en la Universidad de Valencia y de Sociología en la Universidad de Zaragoza, y lleva el título de "¡Arriba la gente, abajo los políticos!". Ambos están publicados en El País, diario del cual sigo pensando, a pesar de las críticas en contrario -que respeto- que es el menos sectario, el más plural y el más progresista de los periódicos españoles. 

Dice el profesor Innerarity al inicio del suyo que ante el ascenso de indignados y populistas de extrema derecha hay que convertir las exasperaciones en transformaciones reales. No creo exagerar, añade, si afirmo que vivimos en sociedades exasperadas. Por motivos más que suficientes en algunos casos y por otros menos razonables, se multiplican los movimientos de rechazo, rabia o miedo. Las sociedades civiles irrumpen en la escena contra lo que perciben como un establishment político estancado, ajeno al interés general e impotente a la hora de enfrentarse a los principales problemas que agobian a la gente.

Probablemente todo esto deba explicarse, sigue diciendo, sobre el trasfondo de los cambios sociales que hemos sufrido y nuestra incapacidad tanto de entenderlos como de gobernarlos. Asistimos impotentes a un conjunto de transformaciones profundas y brutales de nuestras formas de vida. Hay quien culpabiliza de estos cambios a la globalización, otros a los emigrantes, a la técnica o a una crisis de valores. Hay decepcionados por todas partes y por muy diversos motivos, frecuentemente contradictorios, en la derecha y en la izquierda, a los que ha decepcionado el pueblo o las élites, la falta de globalización o su exceso. Este malestar se traduce en fenómenos tan heterogéneos como el movimiento de los indignados o el ascenso de la extrema derecha en tantos países de Europa. Por todas partes crece el partido de los descontentos. En la competición política, tienen las de ganar quienes aciertan a representar mejor la gestión de los malestares. Y no hay nada peor que parecer ante la opinión pública como quien se resigna ante el actual estado de cosas, lo que probablemente explique a qué se deben las dificultades de los partidos clásicos, que son más conscientes de los límites de la política, menos capaces de hacerse cargo de las nuevas agendas y con unas posiciones equilibradas que resultan incomprensibles para quienes están enfurecidos.

La extensión de tal estado emocional, añade, no sería posible sin los medios de comunicación y las redes sociales. En esta sociedad irascible, gran parte del trabajo de los medios consiste precisamente en poner en escena los ataques de ira, mientras que las redes sociales se encienden una y otra vez dando lugar a verdaderas burbujas emocionales. En esta mezcla de información, entretenimiento y espectáculo que caracteriza a nuestro espacio público, se privilegian los temperamentos sobre los discursos. Las virulencias son vistas como ejercicios de sinceridad y los discursos matizados como inauténticos; quienes son más ofensivos ganan la mayor atención en la esfera pública. Gracias a los medios y las redes sociales, hay una plusvalía que se concede a quienes saben asegurar el espectáculo.

Deberíamos comenzar, dice, reconociendo la grandeza de la cólera política, de esa voluntad de rechazar lo inaceptable. La realidad de nuestro mundo es escandalosa, en general y en detalle. Mientras que la apatía pone los acontecimientos bajo el signo de la necesidad y la repetición, la cólera descubre un desor­den tras el orden aparente de las cosas, se niega a considerar el insoportable presente como un destino al que someterse.

El cuadro de las indignaciones estaría incompleto si no tuviéramos en cuenta su ambivalencia y cacofonía, matiza. El disgusto ante la impotencia política ha dado lugar a movimientos de regeneración democrática, pero también está en el origen de la aparición de esa “derecha sin complejos” que avanza en tantos países. Hay víctimas pero también victimismos de muy diverso tipo; además el estatus de indignado, crítico o víctima no le convierte a uno en políticamente infalible.

Para ilustrar en variedad de iras colectivas, continúa, pensemos en cómo la política americana ha visto nacer después de 2008 dos movimientos de auténtica cólera social de signo contrario (el Tea Party y Occupy), así como en el hecho de que los últimos ciclos electorales han estado marcados por la polarización política y el ascenso de los discursos extremos. El éxito de Donald Trump ha sido interpretado como la gran cólera del pueblo conservador. Pero a veces se olvida que lo que impulsó al Tea Party fue el anuncio del Gobierno de Obama de nuevas medidas de rescate financiero a los grandes bancos, exactamente lo mismo que puso en marcha a los movimientos de protesta en la izquierda altermundialista.

A la indignación le suele faltar reflexividad, añade más adelante. Por eso tenemos buenas razones para desconfiar de las cóleras mayoritarias, que frecuentemente terminan designando un enemigo, el extranjero, el islam, la casta o la globalización, con generalizaciones tan injustas que dificultan la imputación equilibrada de responsabilidades. Hay que distinguir en todo momento entre la indignación frente a la injusticia y las cóleras reactivas que se interesan en designar a los culpables mientras que fallan estrepitosamente cuando se trata de construir una responsabilidad colectiva.

Por todas partes crece el partido de los descontentos, sigue diciendo. Tiene las de ganar quien representa mejor los malestares. El hecho de que la indignación esté más interesada en denunciar que en construir es lo que le confiere una gran capacidad de impugnación y lo que explica sus límites a la hora de traducirse en iniciativas políticas. Una sociedad exacerbada puede ser una sociedad en la que nada se modifica, incluido aquello que suscitaba tanta irritación. El principal problema que tenemos es cómo conseguir que la indignación no se reduzca a una agitación improductiva y dé lugar a transformaciones efectivas de nuestras sociedades.

Ante el actual desbordamiento de nuestras capacidades de configuración del futuro, las reacciones van desde la melancolía a la cólera, pero en ambos casos hay una implícita rendición de la pasividad, añade Innerarity. En el fondo estamos convencidos de que ninguna iniciativa propiamente dicha es posible. Los actos de la indignación son actos apolíticos, en cuanto que no están inscritos en construcciones ideológicas completas ni en ninguna estructura duradera de intervención. Lo político comparece hoy generalmente bajo la forma de una movilización que apenas produce experiencias constructivas, se limita a ritualizar ciertas contradicciones contra los que gobiernan, quienes a su vez reaccionan simulando diálogo y no haciendo nada. Tenemos una sociedad irritada y un sistema político agitado, cuya interacción apenas produce nada nuevo, como tendríamos derecho a esperar dada la naturaleza de los problemas con los que tenemos que enfrentarnos.

La política se reduce, continúa diciendo, por un lado, a una práctica de gestión prudente sin entusiasmo y, por otro, a una expresividad brutal de las pasiones sin racionalidad, simplificada en el combate entre los gestores grises de la impotencia y los provocadores, en Hollande y Le Pen, por poner un ejemplo (la Hollandia y la Lepenia, como decía Dick Howard).

La miseria del mundo debe ser gobernada políticamente, concluye su artículo. Se trataría de acabar con las exasperaciones improductivas y reconducir el desorden de las emociones hacia la prueba de los argumentos. Nos lo jugamos todo en nuestra capacidad de traducir el lenguaje de la exasperación en política, es decir, convertir esa amalgama plural de irritaciones en proyectos y transformaciones reales, dar cauce y coherencia a esas expresiones de rabia y configurar un espacio público de calidad donde todo ello se discuta, pondere y sintetice.

Al comienzo del segundo de los artículos citados, dicen los profesores Rodríguez Teruel y Marí-Klose que la disparidad entre lo que los ciudadanos esperan de sus políticos y lo que realmente éstos pueden ofrecerles provoca frustración y desencanto y que es el momento de exigir que unos y otros estén a la altura en sus respectivos papeles. 

En un reciente spot electoral de Ciudadanos, continúan diciendo, el cliente aparentemente más lúcido y asertivo del bar reclama políticos que estén a la altura de la ciudadanía. Una curiosa forma de resaltar las cualidades del candidato, poniendo, para ello, en el punto de mira a la clase política en general. Quizá sea efectiva, pero no original. Se trata de una lógica discursiva calcada a la que viene desplegando Podemos, contraponiendo ese pueblo llano al conjunto de representantes políticos, que forman la “casta”,dedicada a proteger sus privilegios y los de oscuros intereses empresariales.

En realidad, añaden, denigrar a la clase política o rebajarla moralmente respecto al resto de ciudadanos es un recurso característico de los populismos modernos, y común en un ideario de la antipolítica tejido desde la antigüedad, en el que se idealiza a una ciudadanía esforzada, predispuesta a asumir sacrificios justos y, ante todo, profundamente honesta. Probablemente, Podemos fue quien mejor logró sintetizar ese sentimiento en el lema de otro anuncio electoral del 20-D: “Maldita casta, bendita gente”.

Razones hay para denunciar en los últimos años problemas de representación política, que la clase política no ha sabido atender con la celeridad exigible, continúan diciendo. Pero es dudoso que deba achacarse a su falta de “calidad” una responsabilidad significativa en la generación de esos problemas. Pocos motivos hay para pensar que los políticos españoles no están a la altura de su ciudadanía. Cuando se examina la evidencia internacional, los datos desmienten que nuestros políticos trabajen poco, cobren mucho, estén poco formados o incumplan sus promesas en mayor medida. Resultaría discutible incluso afirmar que sean particularmente corruptos e inmorales. Ningún argumento académico serio justifica ese concepto impresionista de élites extractivas que Acemoglu y Robinson propusieron para otras latitudes que nada tienen que ver con nuestra democracia.

Tampoco parece, siguen escribiendo más adelante, que nos hallemos ante una ciudadanía especialmente virtuosa, informada e intolerante con los pecados de sus políticos. Y esta debilidad de la esfera pública sí que parece ser un verdadero factor diferencial, en negativo, en comparación con democracias de referencia de nuestro entorno. Así lo acreditan datos recientes del Barómetro de la Democracia de la Universidad de Zurich: ciudadanos que participan poco en partidos, sindicatos u otras asociaciones, que utilizan aún menos los instrumentos de democracia participativa o directa disponibles en nuestro marco legal, o que compran poca prensa (donde —por cierto— el debate político suele escribirse con trazo grueso de calidad literaria, pero de dato escaso). Aunque en los últimos años se han incrementado los niveles de interés por la política, éstos siguen siendo relativamente bajos y compatibles con elevadas dosis de desafección, desdén hacia la política y los políticos. Esas actitudes se han combinado, no pocas veces, con dosis elevadas de permisividad con los actos de corrupción cometidos por muchos representantes políticos y personalidades sociales.

Denigrar a la clase política  es un recurso característico de los populismos modernos, afirman. De manera invariable se intuye un problema, de parte del ciudadano, para captar la naturaleza, inherentemente conflictiva y siempre insatisfactoria, de la política democrática, reflejado en tres paradojas sobre lo que los ciudadanos esperan de sus políticos. De entrada, esperamos representantes con cualidades excepcionales, de formación y comportamiento sobresalientes, que conozcan no solo los problemas sino también sus soluciones. Luego resulta que cosechan las mayores audiencias en programas de televisión banales, donde deben mostrarse campechanos y evitar cualquier sutileza o sofisticación. A sabiendas de su audiencia y proyección, los candidatos acuden raudos a ofrecer entrevistas insustanciales, aportando detalles íntimos sobre cosas que les emocionan, preferencias deportivas o, últimamente, alguno lo hace incluso sobre sus mitos eróticos y hábitos sexuales.

Por otro lado, añaden, esperamos dirigentes que lideren, marquen orientaciones a la ciudadanía, atiendan a consideraciones estratégicas, y piensen en el largo término. Pero a la vez los queremos sensibles a las preocupaciones inmediatas expresadas por los ciudadanos y que respondan a las directrices fluctuantes de nuestra democracia de audiencia. En esta línea, algunos pretenden convertir el sistema democrático en una suerte de asamblea constituyente permanente, donde los políticos se limiten a ejecutar veredictos de la ciudadanía.

Como colofón, puntualizan, esperamos líderes que se mantengan fieles a sus principios ideológicos y programáticos, que hablen claro y resulten insobornables en el cumplimiento de sus promesas. Pero les reclamamos, a la vez, que estén dispuestos a renunciar a esos principios, sean pragmáticos y alcancen acuerdos en las grandes materias con sus oponentes. Se nos dice que la ciudadanía está harta de políticos que no dialogan, pero no parece dispuesta a recompensar a quienes llevan la iniciativa para pactar. Más bien al contrario, los sondeos apuntan a que los partidos que más se esforzaron por evitar la repetición de elecciones no serán premiados por ello. De confirmarse la notable continuidad del voto entre diciembre y junio, podríamos deducir que, en realidad, los partidos —todos ellos— se comportaron tal como esperaban sus votantes.

El problema es, añaden, que estas paradojas inflan, inevitablemente, lo que el politólogo Stephan Medvic denominó una trampa de las expectativas, la enorme disparidad a menudo existente entre lo que los ciudadanos esperan de sus políticos y lo que realmente éstos pueden ofrecerles. El riesgo proviene de que, en un contexto de escaso margen de maniobra, esa disparidad entre el elevado grado de exigencia y la capacidad real deje a los políticos a la intemperie y alimente la frustración y el desencanto.

Llega el momento, concluyen diciendo, de exigir que ciudadanos y políticos estén a la altura en sus respectivos papeles. Y avanzar en la buena dirección pasa, ahora, por exigir a la ciudadanía algo más. No debe convertir las próximas elecciones en una oportunidad perdida para asignar responsabilidades sobre lo que los partidos políticos hicieron —o dejaron de hacer— en los últimos meses, o para evaluar la credibilidad de los respectivos programas y promesas políticas a la luz del nuevo contexto en el que nos van a gobernar los representantes elegidos finalmente. Por su parte, para estar a la altura, los partidos deben manejar con cautela los discursos de la antipolítica, porque sí algo sabemos a ciencia cierta en el análisis político comparado, es que es un arma que carga el diablo.

Si comenzaba esta prolija entrada de hoy con una cita de Michel de Montaigne, permítanme cerrarla con otra de Zygmund Bauman y Carlo Bordoni en su libro Estado de crisis (Paidós, Barcelona, 2016. Pág. 96) también comentado por mí en el blog con anterioridad. Dice así: "La historia es un cementerio de esperanzas inmaterializadas y expectativas defraudadas". Pues, bien, por difícil que nos parezca no dejemos que la política lo sea también. Al menos, hagamos todo lo que esté en nuestras manos por evitarlo. Y voten el día 26 pensando en lo mejor para ustedes y lo mejor para todos. Seguramente, acertarán.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

martes, 14 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy martes, 14 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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[Píldoras literarias] Hoy, "Ágrafa musulmana en papiro de oxyrrinco", de Juan José Arreola





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? Ustedes deciden. 

Continúo hoy la serie Píldoras literarias con el relato titulado Ágrafa musulmana en papiro de oxyrrincode Juan José Arreola (1918-2001), escritor, académico, traductor y editor mexicano. De formación autodidacta desempeñó los más diversos oficios a lo largo de su vida. Se le considera como uno de los impulsores más importantes del cuento fantástico contemporáneo en México así como uno de los máximos exponentes de la minificción mexicana, junto con Julio Torri y Augusto Monterroso. 

Su relato, incluido en Obras de Juan José Arreola (1972), consta de diecinueve palabras y dice así: 

ÁGRAFA MUSULMANA EN PAPIRO DE OXYRRINCO


Estabas a ras de tierra y no te vi. 
Tuve que cavar hasta 
el fondo de mí para encontrarte.

***






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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lunes, 13 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy lunes, 13 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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domingo, 12 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy domingo, 12 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





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[Galdós en su salsa] Hoy, con "Cádiz"



Estatua de Galdós en Las Palmas de G.C. (Pablo Serrano, 1969)


Si preguntan ustedes a cualquier canario sobre quien en es su paisano más universal no tengan duda alguna de cual será su respuesta: el escritor Benito Pérez Galdós. Para conmemorar su nacimiento, del que acaban de cumplirse 173 años, voy a ir subiendo al blog a lo largo de los próximos meses su copiosa obra narrativa, que comencé hace unos días con el primero de sus Episodios Nacionales, colección de cuarenta y seis novelas históricas escritas entre 1872 y 1912 que tratan acontecimientos de la historia de España desde 1805 hasta 1880, aproximadamente. Sus argumentos insertan vivencias de personajes ficticios en los acontecimientos históricos de la España del XIX como, por ejemplo, la guerra de la Independencia Española, un periodo que Galdós, aún niño, conoció a través de las narraciones de su padre, militar que había participado y combatido en ella.

Nacido en Las Palmas de Gran Canaria, en las islas Canarias, el 10 de mayo de 1843 y fallecido en Madrid el 4 de enero de 1920, Benito Pérez Galdós fue un novelista, dramaturgo, cronista y político español. Considerado como uno de los mejores representantes de la novela realista del siglo XIX y un un narrador esencial en la historia de la literatura en lengua española, hasta el punto de ser propuesto por diversos especialistas y estudiosos de su obra como el mayor novelista español después de Cervantes. Galdós transformó el panorama novelístico español de la época, apartándose de la corriente romántica en pos del realismo y aportando a la narrativa una gran expresividad y hondura psicológica. En palabras de Max Aub, Galdós, como Lope de Vega, asumió el espectáculo del pueblo llano y con su intuición serena, profunda y total de la realidad, se lo devolvió, como Cervantes, rehecho, artísticamente transformado. De ahí, añade, que desde Lope ningún escritor fue tan popular, ninguno tan universal desde Cervantes. Fue desde 1897 académico de la Real Academia Española y llegó a estar propuesto al Premio Nobel de Literatura en 1912.

Cádiz es la octava novela de la primera serie de los Episodios Nacionales de Galdós, continuando en ella el relato novelado de la Guerra de Independencia entre España y Francia. La acción se centra en la relación entre el protagonista, Gabriel de Araceli, y su amada Inés, con el trasfondo histórico de las Cortes de Cádiz de 1812 en pleno asedio de las tropas francesas. A lo largo de la trama, se suceden las discusiones políticas y asistimos a algunas sesiones de las Cortes, que dan una idea cabal del ambiente y de las contradicciones de la época, una época en la que la España que nace en las Cortes de Cádiz va sustituyendo poco a poco a la vieja España que simbolizan personajes como el de doña María.

Pueden leerla o descargarla desde el enlace anterior, en la versión existente en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes de la Universidad de Alicante. Disfrútenla.



El juramento de las Cortes de Cádiz de 1810 (J. Casado de Alisal, 1862)


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sábado, 11 de junio de 2016

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 11 de junio de 2016





El Diccionario de la lengua española define humorismo como aquel modo que presenta, enjuicia o comenta la realidad, resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios.

Como yo no soy humorista, me quedo con la primera acepción, y a partir de hoy, siempre en la medida de lo posible, iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos en los diarios Canarias7: Morgan; La Provincia: Padylla y Montecruz, ambos de Las Palmas de Gran Canaria; y El País, de Madrid, en su edición nacional: Forges, Peridis, Ros y El Roto. Espero que disfruten de las mismas.





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[Política] De nuevo sobre la reforma electoral







Alberto Penadés de la Cruz


Los cambios radicales en política siempre son una aventura hacia lo desconocido de difícil evaluación previa sobre sus consecuencias. A toro pasado, por supuesto, todos sabían lo que iba a pasar... Que España necesita cambiar su sistema electoral general, no lo duda nadie; ni siquiera los beneficiarios actuales del mismo, aunque muchos, sino todos ellos, aceptan su necesidad con la boca pequeña, como para complacer a los que lo piden pero sin elevar el tono de voz lo bastante como para resultar audibles a los ciudadanos. Por eso, algunas doctrinas políticas, como el utilitarismo, o los embargados por un sano escepticismo, como yo, preferiríamos que los radicales cambios necesarios en la política española se hagan con cuentagotas, sin prisas pero sin pausas. Pero de una vez por todas. Y para comenzar, revisando el sistema electoral, que como saben los lectores asiduos del blog, es uno de mis caballos de batalla. El otro es el de la Administración de Justicia, pero de ese hemos escrito hace nada y no conviene estar mareando todo el tiempo la misma perdiz.

Alberto Penadés de la Cruz, licenciado en Filosofía, Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en el Departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca, especializado en políticas comparadas, estudios electorales, teoría política y sociología analítica es uno de esos pensadores gradualistas que defiende una reforma parcial, pero sustancial, del régimen electoral español. Lo hace en un interesante artículo en El País, titulado Votar sin distorsiones, en el que se centra su propuesta en el cambio de tamaño de las circunscripciones electorales y la supresión de las listas bloqueadas. 

Hay al menos una buena razón para no cambiar lo esencial del sistema electoral español, dice al comienzo del mismo, dos buenas razones para reformarlo, y una solución que responde a todo a la vez. O de esto les quiero convencer, añade, porque van a empezar a escuchar otras cosas bien distintas en el debate que puede abrirse tras las elecciones.

La tarea más importante del Congreso es elegir y sostener a un gobierno, en eso consiste la democracia parlamentaria, continúa diciendo. Pensar en la reforma electoral sin poner este hecho en primer lugar es algo frívolo. El sistema electoral español es uno de los que mejor se las han arreglado para encontrar un virtuoso curso medio entre los objetivos de gobernabilidad y representatividad, que es lo que buscan casi todos los sistemas del mundo. Para equilibrar ambos fines, es común que las democracias empleen artificios tales como barreras legales (realmente) excluyentes, sistemas de doble capa de diputados con doble contabilidad de votos, como en los sistemas mixtos, o incluso de doble voto -como en el extravagante sistema alemán- cuando no apaños como los premios de mayoría de Grecia o Italia. Los ciudadanos no entienden la mayoría de estas reglas, ni después de muchos años. Con acierto, algunos países, como España, resuelven la cuestión mediante distritos electorales de tamaño medio moderado; algo transparente, efectivo y poco manipulable. La circunscripción media tiene en España siete escaños y la mitad tienen cinco o menos.

Hasta hoy, continúa diciendo, los gobiernos los han puesto y quitado los votos de los ciudadanos (salvo por el relevo de Suárez) y ha habido claridad en la responsabilidad. España es el único país de Europa occidental en el que nunca ha habido un gobierno de coalición; y es uno de los países en los que más duran los Presidentes del Gobierno, solo por detrás de Alemania. Pero, al mismo tiempo, hemos tenido frecuentes gobiernos de minoría, que han gobernado mediante acuerdos, y el Congreso ha sido razonablemente representativo de todas las opciones políticas. Esto no es solo un efecto del sistema electoral, pero ha ayudado.

La primera razón para reformarlo, y aquí describe muy bien las maliciosas, por no decir perversas, consecuencias del sistema electoral vigente, es que el terreno de juego está inclinado: si el PSOE y el PP hubieran empatado a votos en las últimas elecciones -quedando lo demás igual- el PP habría obtenido nueve escaños más que el PSOE. Y si se hubiera producido un cuádruple empate, los llamados nuevos partidos (Ciudadanos y Podemos) habrían obtenido diez escaños menos cada uno que los partidos tradicionales (PP y PSOE). Además, aunque IU y Podemos hubieran sumado sus votos, logrando más que el PSOE, habrían obtenido menos escaños.

La no equidad entre partidos, aclara por si alguien no lo ha entendido todavía, se sigue de la desigualdad entre distritos. En algunos lugares el número de escaños es propio de sistemas muy proporcionales, en otros es muy mayoritario, y en otros, felizmente, intermedio. La variación misma hace que los costes de los escaños sean muy dispares, menores -pero difíciles de conseguir para los partidos pequeños- en el ecosistema mayoritario, y mucho mayores -pero los únicos accesibles, sumando mucho, para los partidos minoritarios- en los grandes. Por si fuera poco, se refuerza la desigualdad haciendo que los distritos pequeños estén sobre-representados y los distritos grandes infra-representados. Cataluña elige a 47 diputados, con 5,5 millones de electores; la suma de Castilla y León, Castilla-La Mancha, Aragón y La Rioja eligen a 70, con 5 millones. Esto no es inocuo: en estas cuatro comunidades, en torno al 45% de los votantes querrían suprimir las Comunidades Autónomas, mientras que en Cataluña los centralistas son cuatro veces menos.

La segunda razón para reformarlo, continúa diciendo, es la cuestión personal: España es uno de los pocos países que quedan donde los votantes solo pueden votar por listas. El voto personal no es un bien sin tacha, el voto de lista fue una conquista democrática, la de los programas sobre las clientelas. En la vida de los partidos, el óptimo se encuentra, aquí también, entre dos extremos: la política de facciones, el personalismo y los grupos de interés especiales; y el aislamiento de la sociedad, la ausencia de debates y el reclutamiento de medianías. A los ciudadanos les gustan los partidos disciplinados, pero también los buenos políticos que les dicen cosas útiles para entender sus preocupaciones. El sistema electoral no hace milagros, pero es hora de flexibilizar las listas, haciendo que sea posible expresar un voto de preferencia por alguno de los candidatos, como se hace, por ejemplo, en Suecia. Esto podría mejorar la selección de los políticos, y sin duda aumentaría la satisfacción de los votantes.

Se puede, por último, cumplir con todo a la vez, dice más adelante. Para nivelar el terreno, se pueden crear circunscripciones iguales, en torno al tamaño medio de siete escaños, lo más parecidas posibles entre sí, partiendo de las demarcaciones autonómicas y con un reparto proporcional a la población. No existe forma de evitar los sesgos del sistema, que favorece el voto rural sobre el urbano, y el voto del interior sobre el de la periferia, salvo eliminando las provincias como demarcación electoral. Esto supondría una redistribución pues, por ejemplo, a Castilla y León no le corresponderían 32 sino 19 escaños, y a Cataluña no 47 sino 57. Los escaños se dividirían en circunscripciones que representen agrupaciones de municipios o, en el caso de las grandes ciudades, de distritos urbanos. Castilla y León tendría tres circunscripciones y Cataluña tendría ocho. Dentro de algunas Comunidades también habría redistribución, como en Cataluña, donde la mayor parte de su interior formaría un único distrito, mientras que el litoral cercano a Barcelona se dividiría en múltiples circunscripciones.

Los límites pueden trazarse siguiendo criterios políticamente neutrales, si se evita que los políticos intervengan. Basta una comisión independiente y un buen programador con un mandato claro. En todo caso, los límites son menos susceptibles de manipulación que en el caso clásico de los distritos uninominales, en EEUU o Gran Bretaña, pues son distritos mucho mayores.

Es hora de flexibilizar las listas para poder expresar un voto de preferencia por algunos candidatos, añade. Además, las listas cortas harían que el voto personal tuviera sentido. Los ciudadanos podrían conocer a los candidatos y determinar el orden de los nombres propuestos por el partido, emitiendo un mínimo de votos de preferencia (digamos el uno o dos por ciento de los votos del partido). Pueden pensarse otras soluciones, como que el voto de preferencia sea obligatorio, pero es mejor ir paso a paso.

Se mantendría, por último, concluye diciendo, un parecido equilibro entre proporcionalidad y gobernabilidad, tal vez con más dificultad para lograr mayorías absolutas y un mejor acomodo de hasta cuatro partidos. Se conservaría lo mejor y se reformaría lo peor. Sin más aventura que la necesaria desaparición de las provincias y sin intentar que el sistema resuelva problemas que no son suyos, porque eso suele ser peor que no hacer nada.






Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




Entrada núm. 2770
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)