La cuestión del terrorismo en el País Vasco, dice Rivera, está condicionada y limitada en estos instantes por estas dos consideraciones y por dos hechos principales: 1) El de que su final obliga a buscar una solución que integre el reconocimiento del bien y del mal que necesitan el Estado de Derecho y la sociedad democrática en que vivimos junto con las posibilidades de rearticulación de una sociedad fracturada (y recordemos que en el País Vasco el terrorismo se ha caracterizado por contar con un importante apoyo social y con una ciudadanía hasta muy tarde ajena a implicarse en la cuestión). 2) Y el de que su final nos obliga a empezar a cerrar el pasado mediante la formulación del relato de lo ocurrido; en definitiva, mediante su construcción y consiguiente «elección» por parte de la sociedad. En este sentido, estamos en condiciones de hacer una historia bien distinta de la que se ha hecho sobre el terrorismo vasco en tanto que podemos/debemos hacernos preguntas diferentes, contar con otro tipo de fuentes y testimonios no mediatizados, y alejarnos de lógicas comprensivas que funcionaron en otros tiempos.
Todo esto está siendo valorado, sigue diciendo, desde diferentes ámbitos y a partir de diferentes presupuestos: Uno, es el procedente del mundo civil de ETA, de la izquierda abertzale; el otro, el de las políticas de memoria del actual Gobierno Vasco. Ambos coinciden en que un determinado relato del pasado del terrorismo condiciona los pasos políticos futuros.
Básicamente, añade, son dos las propuestas para ese reconocimiento del pasado que se nos formulan desde esos dos ámbitos políticos. Primero, la reivindicación sedicente del terrorismo. Una postura ya muy minoritaria incluso en la propia izquierda abertzale, pero mucho más contumaz de lo que parece en sus facciones intelectuales y en el colectivo de presos de ETA. En segundo lugar, la mezcla forzada de situaciones de violencia y, por lo tanto, de víctimas. Ahí sí coinciden en lo genérico el PNV y la izquierda abertzale: en una reiteración de la tesis del conflicto histórico, se establece que el sufrimiento ha sido mucho y diverso, y desplegado a lo largo de los decenios, de manera que las víctimas de la lejana Guerra Civil se juntan con las del franquismo y, finalmente, se suman a las del terrorismo de ETA y a las producidas por terrorismos contrarios a esa organización o por excesos policiales. El objeto principal, se insiste, es alimentar la teoría del conflicto histórico y la victimización del Pueblo Vasco, aquejado por una suerte de fatalidad que concentraría contra él todas las violencias seculares. Pero también intenta desdibujar la naturaleza política de las víctimas y el hecho de que, en concreto las del terrorismo, fueron asesinadas por un determinado proyecto político: una lectura en clave totalitaria del nacionalismo vasco.
Para combatir ese intento de minorar su efecto, algunos historiadores insistimos en la necesidad de historizar el terrorismo en el País Vasco (y España) del último medio siglo. Historizar es un término que todavía se nos hace raro, pero en este caso la Real Academia de la Lengua se nos ha adelantado aceptándolo y asumiendo su semántica de «dar carácter histórico a algo o tomar algo carácter histórico». Pues de eso se trata y por eso se ha acudido a semejante palabro que, sin embargo, es ya palabra sancionada. Dar significación histórica, «convertir en historia» el terrorismo que hemos conocido y padecido, es algo que tiene múltiples consecuencias y, entendemos, todas buenas. Planteemos sólo algunas, dice, en términos sintéticos: 1) Proporcionar identidad y sentido a cada una de las víctimas sin desfigurarlas en una genérica e incomprensible violencia (y sufrimiento) poco menos que atávica, fatal o de castigo contra la comunidad vasca. 2) Significar cada una de esas víctimas en razón de la intención política del victimario.3) Evitar lecturas ahistóricas, ausentes de contexto explicativo. 4) Explicarnos cómo el terrorismo ha mediatizado nuestra sociedad durante medio siglo y cómo condiciona todavía la sociedad posterior al trauma, la que vivimos hoy. 5) Y conocer fehacientemente en todos sus extremos lo ocurrido para poder determinar en el futuro qué recordamos y qué echamos al olvido.
Historizando el terrorismo producido en el País Vasco en el último medio siglo, añade, combatiríamos la ignorancia buscada por algunos poderes y bien recibida por una mayoría social vasca que prefiere olvidar, pasar página sin conocer lo ocurrido; sabríamos a ciencia cierta cómo, cuánto y en qué parte ha afectado a nuestra sociedad pasada y cómo puede estar haciéndolo a la presente y futura; nos explicaríamos lo ocurrido en sus contextos precisos, que son los que permiten conocer adecuadamente, a la vez que por eso son los que otorgan a los ciudadanos responsabilidad por lo hecho y no hecho, y sentido histórico, esto es, consideración de lo que debe cambiarse para que en el futuro no vuelva a ocurrir; y recuperaríamos y podríamos reivindicar la significación política de cada víctima para así poder protegernos de ideologías que se nutren o que utilizan procedimientos u objetivos totalitarios rechazables.
Desentrañar y explicar el pasado es cosa de los profesionales que utilizan el método histórico de conocimiento; es decir, sobre todo los historiadores (o profesionales de otras disciplinas que usan básicamente esa metodología: periodistas, analistas diversos…). El griego Tucídides, añade el profesor Rivera, pasa por ser uno de los padres de la disciplina de la Historia. Decía que el objeto de la misma era explicar las causas reales y fehacientes de lo ocurrido. Pero esa intención le enfrentaba al menos a dos agentes principales: a los gobiernos y a las sociedades. A los gobiernos, porque en toda la historia humana han preferido bien su versión de los hechos, bien, por lo menos, una que no dificulte sus intenciones de mantenerse en el poder. A la sociedad también, no se olvide, porque muchas veces esta no quiere saber ni recordar lo que realmente ocurrió, y elige la leyenda –la memoria, podríamos decir ahora– frente a la historia. Leyenda viene del griego legere, que significa escoger o elegir. Y consiste en eso, en escoger la versión que explica y da fundamento a una determinada cultura. Es decir, la necesita una sociedad para seguir viéndose a sí misma sin dificultades ni contradicciones, al margen de la verdad. El historiador, añade, debe estar, de alguna manera, tan en contra de los poderes de su tiempo como en contra de su sociedad. El historiador debe ser contemporáneo y debe reclamar su condición de ciudadano que le obliga a responder a las preguntas de su presente, a tratar de aportar algo de claridad para tomar las mejores decisiones. Si ese no es nuestro empeño, sin urgencias ni exageraciones presentistas, nuestra profesión no difiere mucho de la del anticuario o de la del cronista.
Esas, y otras reflexiones, dice más adelante fueron las que animaron a los miembros del Instituto de Historia Social «Valentín de Foronda» a abordar el estudio de los «contextos históricos del terrorismo en el País Vasco y la consideración social de sus víctimas». Se trataba de estudiar el terrorismo en su conjunto y en su contexto, no como sujeto y objeto al margen de la sociedad en que se producía
El "Informe Foronda", que el autor del artículo reseña, se articula en cuatro momentos históricos que identifican otros tantos contextos temporales que es necesario distinguir para interpretar bien lo ocurrido: el surgimiento del terrorismo en el momento del tardofranquismo (1968-1975); la continuidad del terrorismo en los críticos años en que se trataba de instalar un sistema democrático en España y el consiguiente autogobierno en el País Vasco (1976-1981); las evoluciones del terrorismo en los años de estabilización del régimen democrático (1982-1994); y el cambio final producido tras la estrategia de «socialización del sufrimiento» (1995-2011).
En cada uno de esos cuatro cortes temporales se estudió el contexto histórico en que se produjo la acción terrorista. «Contexto» ha sido una palabra de semántica múltiple en el País Vasco. Durante los años del terrorismo, la apelación al contexto servía a sus defensores para impedir la reacción social e institucional por mor de una causa suprema, un conflicto con mayúsculas que empujaría a los terroristas a la violencia. En el presente, el recurso al contexto por parte de los historiadores es lo que permite pasar de la justificación de entonces a la explicación racional y argumentada, a poder entender históricamente ese fenómeno, a distinguir los diferentes entornos temporales en que se produjo y las influencias diversas que concurrían en cada uno de ellos.
El Informe Foronda, sigue diciendo, se ideó con el objeto de ir conociendo mejor el fenómeno del terrorismo en el País Vasco, pero también con una clara intención práctica, de manera que sirviera, junto con otros, para informar las políticas públicas de memoria. Y a ello, añade, se destinan las cinco grandes proposiciones recogidas en las conclusiones y que son: 1) Evitar la relativización de las víctimas del terrorismo. 2) Reivindicar a las víctimas de todos los terrorismos. Pero insistiendo en que las víctimas son todas iguales en el tratamiento y todas distintas en razón de la intención de sus verdugos. 3) Atribuir responsabilidades a los victimarios. 4) Asentar una cultura democrática.
5) Y proceder a un largo trabajo de investigación, pues a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el terrorismo en el País Vasco, cuando se empiezan a hacer otras preguntas y se utilizan otras fuentes, comienza a aparecer un mundo sorprendente e inédito.
Terminaré volviendo al principio, concluye el profesor Rivera. Para bien o para mal, nuestras sociedades se caracterizan porque necesitan establecer qué estuvo bien y qué estuvo mal cuando afrontan la resolución de un trauma colectivo (o de un pleito privado, tanto da). Cuando reivindicamos la naturaleza política de las víctimas lo hacemos para significar sobre todo que la acción que las convirtió en tales es radicalmente rechazable, que estuvo mal, que nuestra sociedad no puede sustentarse sino en el rechazo absoluto de esa manera de hacer. Cuando consideramos que no estamos ante unos vascos equivocados que actuaron erróneamente, sino ante el intento frustrado de establecer un proyecto social totalitario (por ser exclusiva y excluyente, en este caso, su concepción de la nación a construir) con unos medios totalitarios (los propios del terrorismo), la consecuencia para el futuro es la defensa inequívoca de los valores democráticos socavados en esos años. Las políticas públicas, por eso, deben ser sobre todo tendentes a recuperar la democracia perdida desde lo más básico y no tanto, que también, a recomponer el tejido social: la reconciliación. Por eso reivindicamos lecturas políticas y no moralistas. Por eso reivindicamos la historia y sus posibilidades de conocer fehacientemente, y no la memoria, en su versión acomodaticia, salvífica y protectora de la comunidad (sobre todo de las mentiras aceptadas sobre las que esta reposa). Por eso reivindicamos conocer para distinguir sin vacilaciones a las víctimas de sus victimarios.
El artículo del profesor Rivera, que he intentado sintetizar dada su considerable extensión, probablemente con poca fortuna por mi parte, concluye con un párrafo de Joseba Arregi en su libro "Tejiendo la historia de la libertad" (Vitoria-Gasteiz, Ciudadanía y Libertad, 2009) que recoge de manera muy precisa el sentido que los autores del "Informe Foronda" han dado a la reivindicación política de las víctimas como punto de partida para cualquier estudio histórico del terrorismo: "La memoria de las víctimas asesinadas, el respeto a esa memoria, es un ejercicio de libertad. Un ejercicio que no terminamos de hacer porque no queremos vernos en nuestra historia de los últimos treinta años. Pero si no nos enfrentamos a esa historia seguiremos atados a ella y ella nos dominará e impedirá que podamos modelar el futuro con algo de libertad. En la posición que consigamos adoptar en relación con nuestra actitud respecto a las víctimas asesinadas se juega nuestra libertad futura. La memoria de las víctimas y el respeto que les debe la sociedad vasca no es una cuestión de virtudes privadas, sino profundamente política, ligada a la libertad de cada uno de nosotros. Y la libertad es el núcleo fundamental de la política, no la identidad".
Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
Portada del Informe Foronda (2015)
Entrada núm. 2461
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)