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sábado, 18 de enero de 2020

[ARCHIVO DEL BLOG] La mujer del césar. (Publicada el 22 de junio de 2009)



La viuda y los hijos de Eduardo Puelles. 20/6/2009


Llevo varios días de absoluta sequía anímica para enfrentarme a la pantalla en blanco del portátil. Un poco antes del asesinato del inspector de policía Eduardo Puelles por esa pandilla de mafiosos que conforman ETA, tenía medio esbozado un comentario que se iba a titular "¿Por qué detesto el nacionalismo?". Ya no voy a escribirlo. No deseo que nadie piense que presupongo una relación causal entre el nacionalismo vasco, -en este caso-, y ETA. Me niego rotundamente a hacerle el juego a ninguno de los dos. ETA no es más que una organización mafiosa sin más objetivo que sojuzgar al pueblo vasco, al nacionalista y al no-nacionalista, en su propio interés, que confieso ignorar cual pueda ser. Pero saben, aun siendo despreciables los mafiosos etarras, me merecen mucho más desprecio quiénes les jalean y apoyan desde las instituciones, las urnas, las pancartas, las manifestaciones, los insultos y las amenazas. Estos últimos son doblemente cobardes porque se aprovechan de las libertades que les otorga una democracia en la que no creen. Pero no lo conseguirán. Como ha dicho con enorme entereza y valentía la mujer del policía asesinado, lo único que han conseguido es dejar a dos hijos huérfanos y a una mujer viuda. Y no van a conseguir nada más.

Irán es otra de las cuestiones que me tiene ensimismado. De niño, en Madrid, vivía muy cerca de la Embajada Imperial del Irán, en la avenida de Pío XII. Eran los tiempos del Sah y sus encantadoras esposas, y de los fastos de la coronación en Persépolis. Que el Sah era un sátrapa a la antigua usanza lo supe mucho más tarde. Pero también es cierto que llevó a su país a unas cotas de modernización que no había conocido nunca antes, aunque no seré yo quien se atreva a sugerir que todo tiempo pasado fue mejor. Desde mi inocencia, mantenía una curiosa relación de amistad y buena vecindad con el personal de la Embajada, incluyendo al embajador y su familia, que me regalaban libros, cuentos y folletos turísticos de su país en cada visita que les hacía . Es agua pasada, claro está, pero estos días recuerdo aquellos momentos con cariño, y estoy convencido de que la ola de libertad que se ha levantado en Irán es el prólogo irreversible del principio del fin del régimen teocrático impuesto por los imanes y que el pueblo iraní, más pronto que tarde, recuperará la libertad que sin duda merece.

En El País de hoy el escritor Julio Llamazares ha publicado un artículo: "Lectura estética de las últimas elecciones", que pueden leer en el enlace inmediatamente anterior, y que no se como calificar, si como irónico o como sarcástico, sobre la utilización del resultado de las mismas por parte del PP del Sr. Rajoy, -¿hay otro PP que no sea el del Sr. Rajoy?-, como salvoconducto de prácticas corruptas. Sin librar de crítica al partido del gobierno ni a toda la clase política española en su conjunto. A mi, lo digo con toda sinceridad, más miedo que el PP del Sr. Rajoy, muchísimo más, me dan sus votantes de Madrid, Valencia, o Canarias.

Casualmente, el sábado pasado me dio por ojear un viejo y estupendo libro del sociólogo norteamericano V.O. Key: "Política, partidos y grupos de presión" (Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1962) , que había leído hace al menos treinta años. Apenas iniciado, en las primeras líneas de su capítulo preliminar, afirma Key con rotundidad: "La Política no es más que la lucha por el poder". Una verdad que solemos olvidar, presos de la ingenuidad.

Dice un antiguo adagio que "la mujer del César no sólo tiene que ser honesta sino parecerlo". No creo que esa sea la situación actual en nuestro país. Para mí, la clase política española, salvo excepciones personales concretas, cada vez se parece más a un decadente prostíbulo lleno de viejas putas, dicho con todo el respeto debido a las putas, ya sean éstas viejas o jóvenes. HArendt



Ruinas de Persépolis, Irán


La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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viernes, 4 de octubre de 2019

[A VUELAPLUMA] Encuentros posibles



Imagen de 'Zubiak' (Los puentes), de Sistiaga y Cortés-Cavanillas


Hay encuentros posibles. El dolor y la memoria conviven con la generosidad y la esperanza, afirma la escritora Edurne Portela sobre la historia de violencia en el País Vasco. 

Hace unos años, comienza diciendo, escribí un ensayo sobre la violencia en Euskadi cuyo último capítulo se titulaba Encuentros posibles. En él hablaba de mis conversaciones, sentada a la mesa de una cocina, con una persona que había pertenecido al entorno de ETA y había estado en la cárcel por colaboración. En aquel 2015 en el que finalizaba el ensayo, mencionaba a esa persona y el aprendizaje que supuso para mí conocerla, pero no me atreví a contar su historia que, pensé, debía quedarse en el espacio protegido y de confianza de la cocina de su casa. Creía que todavía no se podían hacer públicas esas conversaciones: “Existen encuentros posibles, pero muchos se dan en la intimidad de nuestras cocinas. Todavía estamos lejos de un cambio imaginativo real a nivel colectivo que nos permita conocer ‘el conflicto’ en sus dimensiones más intricadas, las que tienen que ver con los afectos que nos unen. Y los que nos desunen”. En estos cuatro años han cambiado muchas cosas y lo constato felizmente en ‘Zubiak’ (Los puentes), el primer capítulo de la serie documental ETA, el final del silencio, de Jon Sistiaga y Alfonso Cortés-Cavanillas.

Maixabel Lasa, viuda de Juan Mari Jauregi, asesinado por ETA en 2000. Ibon Etxezarreta, miembro del comando que lo asesinó. Sentados uno frente a otro en la cocina de la sociedad Bilkoin. Maixabel ha cocinado. Ibon trae el vino y el pan, que corta en ese momento porque, como dice Maixabel, si te lo cortan en la tienda, luego se seca. El camino de Ibon para llegar a esa mesa ha sido largo: 18 años de reflexión, autocrítica y cárcel. El camino de Maixabel, desde esa mañana en la que Juan Mari le dijo: “Hoy he soñado que me mataban”, y nunca volvió a casa, imagínense. En los minutos anteriores a esa comida, a la que asistimos como testigos, se entrelazan voces conocidas y autorizadas que añaden un contexto indispensable para saber quién era Jauregi y entender el proceso de Ibon y otros presos disidentes de ETA. Es un contexto que no minimiza la crudeza del asesinato y sus secuelas terribles, evidentes en Maria, la hija que recuerda al padre.

Maixabel e Ibon ya han hablado mucho, hay confianza, cariño y, sobre todo, respeto. Les cuesta nombrar lo más doloroso, cada uno por sus motivos, y ambos miden con tiento las palabras, respetan los silencios. Ibon le dice a Maixabel: “Para ti es importante recordar, para mí es importante olvidar”. Lo dice, pero sigue recordando con ella porque sabe que es su deber. Su postura ética es estar a disposición de la víctima. Maixabel, al acabar la comida, le prepara a Ibon un táper con las sobras para que las coma en la cárcel (tiene que regresar a dormir). Un gesto profundo, el de Ibon; uno cotidiano pero cargado de significado, el de Maixabel. Ambos gestos remiten a la imagen metafórica del documental: un puente viejo que aparece en varios momentos, mostrando pequeños desprendimientos y una gran grieta. Como dice Ibon, sus destinos están unidos por la herida que él causó. A partir de esa unión traumática han construido un puente que, pese a su grieta, su cicatriz, es fuerte y sólido.

Salgo de esa cocina conmovida por la lucidez de Ibon ante el daño y los límites de la reparación; admirada por la generosidad y empatía de Maixabel. Acompaño a Ibon de vuelta a la cárcel, con la voz de fondo de Maria defendiendo la empatía y el diálogo como herramientas para seguir construyendo puentes. Su voz, de nuevo, se quiebra. Una última constatación: el dolor y la memoria conviven con la generosidad y la esperanza.






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sábado, 18 de mayo de 2019

[HEMEROTECA DEL BLOG] A contracorriente




Sala de audiencias (Sevilla)


Se que puedo dar la impresión de que la tengo tomada con la Justicia (o lo que queda de ella en este país nuestro), pero no es así. No tengo ninguna queja personal al respecto. Simplemente, me dan miedo muchas de las resoluciones -o la falta de ellas- que se adoptan en los juzgados y tribunales españoles y la indiferencia o jaleo (de jalear) con que se acogen, según de quién vengan o a quién se refieran... No acabo de entender muy bien si van por ahí "los tiros" del artículo [Si la sal se torna insípida, 12/5/2008] que publica en La Voz de Galicia, José Luis Barreiro, pero en fin... 




Etarras encapuchados


Más allá del problema terrorista, comienza diciendo Barreiro, la presencia obsesiva de ETA en los discursos políticos ha servido de coartada para cuatro cosas muy graves: para que nadie advirtiese el crecimiento de la violencia organizada; para que los jueces perdiesen el sentido garantista de su profesión y de las normas procesales; para que las fuerzas de orden público sean casi inmunes a la crítica social y a sus controles internos; y para que los ministros del Interior obtengan un sobresaliente sin necesidad de demostrar su eficiencia. Y así se asentó entre nosotros la idea de que un discurso de Otegi es más grave que la corrupción de un juez o de un policía; o de que la presentación de una moción de censura en Mondragón beneficia más a España que la lucha contra las bandas armadas que operan en Málaga o Madrid.

Hace unos meses comenté con excepcional desagrado la leve sentencia que cayó sobre un grupo de guardias civiles que apalearon hasta la muerte a un gitano que había entrado en el cuartel para solicitar protección. No hace más de dos semanas llamaba la atención sobre el desprecio de la ley que demostraban los policías municipales que, sin más objetivo que el de reivindicar mejoras laborales, colapsan sus propios servicios con bajas médicas fraudulentas. En la misma línea me he pronunciado contra las leves sanciones impuestas a ciertos jueces que abusan criminalmente de su autoridad a favor o en contra de los presos, que mantienen connivencia con mafias criminales o especulativas, o que imponen sus prejuicios morales al margen de la ley. Y ahora llega el caso de la policía municipal de Coslada, donde el sheriff Ginés aterrorizó a la población durante veinte años, al puro estilo de los thrillers americanos, sin que hubiese saltado ningún control judicial, policial o político.

Si la sal se torna sosa ya no hay con qué salarla, y «no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres» (Mateo, 5,13). Y eso es lo que sucede en una democracia cuando la policía o los jueces se corrompen, porque ellos son la sal de nuestra libertad. Cuando el terrorista asesina, o el mafioso extorsiona y roba, o el proxeneta trafica, o el machista viola y mata, el Estado tiene respuesta, y toda la sociedad está preparada para defenderse desde la legalidad y sin que el orden social se derrumbe. Pero cuando la Justicia se hace injusta, o la policía ladrona, todo el Estado queda herido, y debe ser restaurado con un enorme rigor y con urgencia. Aunque tengo la impresión de que, bajo la influencia de ETA, hemos perdido el sentido de lo que es prioritario e importante en materia de justicia, paz social y orden público. Como si la sal se nos estuviese volviendo insípida. 




Xosé Luis Barreiro



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Publicada originariamente el 12/5/2008
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jueves, 25 de enero de 2018

[A VUELAPLUMA] El crimen perfecto de ETA





¿Es posible la paz en sociedades traumatizadas por la violencia terrorista? ¿Por ejemplo en Irlanda del Norte, el País Vasco o Colombia, por citar solo las más próximas en el tiempo? ¿A costa del olvido? ¿En eso consiste el perdón? ¿En un borrón y cuenta nueva? No tengo la respuesta, pero me permito recomendarles la lectura de Patria, la novela revelación de Fernando Aramburu. Quizá les permita vislumbrar algunas claves al respecto. Por mi parte al menos, para ETA y sus cómplices, ni olvido ni perdón. Los demás que hagan lo que les plazca.

Los nacionalistas y secesionistas juegan la batalla de las palabras, de imponer su marco desde hace décadas, porque las palabras son fundamentales para la transformación cultural, política y del poder con mayúsculas, comentaba en el diario El Mundo hace unos días la europarlamentaria de Unión, Progreso y Democracia Maite Pagazaurtundúa. En el constitucionalismo democrático, comienza diciendo, se minusvaloró su importancia, por lo que los partidos tradicionales sufren una debilidad extrema en el País Vasco, Navarra o Cataluña. Son las ideas, estúpido, podríamos decirles, pero no parecen conscientes en el Gobierno popular del destrozo que les viene si sigue su embeleco con el Partido Nacionalista Vasco.

Al grano. El llamado desarme de ETA se celebró en el País Vasco francés a comienzos de abril del año pasado. Interesa poner el oído sobre lo que indicó Arnaldo Otegi. Señaló que había concluido una fase, "pero no los objetivos". Para aclarar un poco el sentido de las palabras, en el estrado de las personalidades, Jesús María Zabarte, asesino múltiple, contestó a un periodista: "Yo no he asesinado a nadie. Yo he ejecutado. No me arrepiento y no sé el nombre de las víctimas".

Otegi indicaba en Bayona: "Pondremos desde mañana encima de la mesa los temas que quedan pendientes: los presos, el reconocimiento de las víctimas y la desmilitarización del país". Esto en argot sólo significa un juego de palabras para acercar a los presos de ETA al País Vasco. Lo demás, retórica. Si el Gobierno del Estado llega a traspasar la competencia de prisiones al Gobierno vasco, como desea el PNV, se facilitará el sendero hacia el crimen perfecto, porque las instituciones regionales llevan varios años fabricando una memoria que mezcla todo tipo de victimizaciones. El objetivo: que la responsabilidad de los etarras resulte menos visible, para borrar pistas de lo que el nacionalismo gobernante no hizo cuando perseguían a muerte a sus adversarios políticos y ellos seguían negociando cupos y privilegios con el Gobierno central.La legalización del partido político de ETA se realizó con bastantes triquiñuelas que superan el espacio útil de estas líneas. Estaban vencidos operativamente, pero no se les obligó a la deslegitimación del terror y de su historia. Lo mollar desde el punto de vista de las ideas es que se aceptaba la condena de la violencia sobre el futuro, pero se aceptaba que no asumieran la condena política, ni responsabilidad social, histórica y política sobre décadas de acoso, extorsión y asesinatos. Porque no debe olvidar quien lea esto que el asesinato fue la punta del iceberg. Lo más escalofriante fue la expansión de la red de chivatos, cómplices y seguidores a cada rincón de la comunidad vasca y navarra generando silencio y miedo en todo el tejido social durante más de dos generaciones. En algunos espacios sociales o municipios, el control social de este mundo no se interrumpió ni con la ilegalización, que nunca llegó a ser completa.

El Gobierno popular ha ganado tiempo desde 2011 y ha impulsado tímidamente un memorial, un plan piloto de testimonios de víctimas en algunos centros escolares. Pero son instrumentos absolutamente insuficientes porque hace falta política, con dirigentes que no confundan su fatiga moral -comprensible en los políticos vascos y navarros- con el pragmatismo o con la generosidad.

El secretario general del PP de Guipúzcoa aún creía posible que los lobistas de ETA firmaran con el resto de grupos políticos de Zarauz un comunicado indicando que fue injusto y que no debió ocurrir el asesinato del joven concejal popular de la localidad Ramón Iruretagoyena hace 20 años. No lo hicieron, por supuesto. Como consumados artistas de la manipulación, toman el pulso al ambiente sobre qué podrían sacar para los presos de ETA si "reconocen el daño causado" en el vacío, porque mantienen expectativas objetivas de poder terminar expandiendo entre la mayoría de vascos y navarros del futuro la misma retórica exculpatoria que el IRA coló en Irlanda del Norte. Así son. La piel de cordero encaja mal a estos lobos. Un año antes de ser asesinado, Fernando Buesa habló en el Parlamento Vasco aludiendo a lo que entonces era la recién estrenada perversión del lenguaje por parte de Batasuna: un proceso de paz para remitir "el sufrimiento". Con serenidad, Buesa indicó que lo que estaban haciendo era defender los derechos de ETA y les indicó que el verdadero conflicto vasco era la violencia contra los que no pensaban como ellos. El socialista finalizó su intervención señalando que "las víctimas deben ser nuestra preocupación porque la paz no se construye sobre el olvido".

Fue uno de los más íntegros y valientes políticos de los últimos 40 años. Aquellas palabras siguen siendo de utilidad en los primeros compases del posterrorismo etarra. A los nacionalistas vascos no se les cae la palabra "sufrimiento" de la comisura de los labios para tapar a los perpetradores, para que no tengan que afrontar cabalmente la deslegitimación del terrorismo y de toda la estrategia de control social y acoso. En el País Vasco se precisa afrontar con rigor el significado de lo sucedido, analizar lo pendiente para la reparación efectiva, erradicar el germen de la violencia que padecimos... Pero esto no será aceptado por Batasuna mientras al PNV le interese suavizar la memoria del pasado y mientras la Audiencia Nacional permita homenajes a los presos etarras, reforzando la codicia del largo plazo, no sólo de minimización de su responsabilidad, sino de imposición de su relato, su mirada, su justificación.

Hay gente que me suele preguntar cada año por qué tanta gente acudía a las manifestaciones pidiendo que nos mataran, cuando ETA asesinaba, y por qué los mismos -y algunos otros por coyuntura o despiste- piden ahora el acercamiento de los presos etarras a las cárceles del País Vasco. Suelo contestar que los políticos que les guiaron a cometer delitos tienen la obligación de ser lobistas, claro. Están los miles que pedían a ETA durante décadas que asesinara, y que ahora piden impunidad ya que necesitan tranquilizar su mala conciencia por embarcar a otros -que cumplen cárcel- en la maquinaria de acoso y asesinato. Y están los no pocos miles que actuaron como chivatos de ETA para señalar asesinatos, que nunca fueron detenidos. Éstos también piden para sí mismos, porque ellos sí saben lo que hicieron. Hay cientos de asesinos que nunca fueron detenidos o condenados. Éstos es posible que vayan a las manifestaciones con mayor motivo. Y están los amigos y familiares de los anteriores y de los presos etarras.

En sociedades postraumáticas, la apelación a recordar el pasado es constante. Pero, en realidad, desde los poderes regionales se pretende evocar un pasado vacío, atiborrado de historia, para tapar la historia de ETA, porque es lo que conviene a todo el nacionalismo vasco. Por eso la televisión pública vasca ofrece ahora un documental sobre los hijos de los etarras presos sin contar qué hicieron sus padres y no habla de los 20 niños que asesinó sin piedad la banda terrorista ni cuenta cuántos miles vivieron aterrorizados en casas cuartel, por ejemplo. La emoción compasiva tiene un objetivo político, que tal vez Moncloa no tiene tiempo de evaluar.

Los asesinos siguen siendo considerados héroes por una parte de la sociedad vasca y para los herederos políticos de ETA esto es lo más estratégico. De momento, le sirve la política del PNV según la cual todas las formas de victimación colectiva son comparables en el daño sufrido, en tanto que se omite la causa, para privatizar a la víctima de ETA, la gran coartada.

La exposición itinerante de los poderes vascos recordaba víctimas de la Guerra Civil y franquismo, violencia policial, GAL, ETA, sin voluntad de enmarcar y explicar. "Todo es nada y todos es nadie", dijo Arregi en un artículo. El olvido no significa reconciliación, ni la memoria significa necesariamente venganza. La convivencia no es amnesia del pasado, sino lectura crítica del mismo, en palabras de Echeburúa. Coincido con él. Desde la trampa y mentira de los lobistas de ETA y el oportunismo siempre electoral del Gobierno vasco seguirá podrido el pasado, serán sarcasmo las palabras melosas.



Dibujo de Sean Mackaoui para El Mundo


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






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lunes, 5 de octubre de 2015

[De libros y lecturas] "El Informe Foronda. Los efectos del terrorismo en la sociedad vasca"




El árbol de Guernica, simbolo de las libertades vascas


Revista de Libros es para mí, y quiero suponer que para mucha más gente, mucho más preparada que yo en todos los sentidos, una fuente inagotable de información veraz y exhaustiva. En su número de este mes de octubre trae un extenso y documentado artículo del profesor Antonio Rivera, catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad del País Vasco, titulado "La historización del terrorismo: El Informe Foronda",  que recoge su intervención en el curso de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo «Las víctimas del terrorismo y la memoria colectiva» (Santander, julio de 2015), y es al mismo tiempo una reseña del reciente libro  de Raúl López Romo titulado "Informe Foronda. Los efectos del terrorismo en la sociedad vasca" (Madrid, Los libros de la Catarata, 2015). 

El científico social Jared Diamond explicaba en su libro "El mundo hasta ayer. ¿Qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?" cómo estas «resuelven sus conflictos mediante procesos de compensación que no tratan de determinar el bien y el mal, sino sólo de restablecer la relación entre sus integrantes, mientras que las sociedades estatales modernas acuden a la ley porque su propósito no es restablecer la relación, sino determinar qué está bien y qué está mal». Por su parte, otro autor de moda, Ian Morris, nos recordaba en su "¿Por qué manda Occidente… por ahora?" aquello de que cada edad consigue el pensamiento que necesita, porque los intelectuales hacen las preguntas que el desarrollo social les obliga a plantearse. Dicho desde la clásica perspectiva de los historiadores, cada generación tiene sus preguntas concretas dirigidas hacia el pasado desde su particular presente y desde sus necesidades.

Me ha resultado enormemente curioso que el párrafo anterior, con el inicia su artículo el profesor Rivera, guarde una gran similitud con la opinión que sobre la Historia, como disciplina científica guarda el famoso teólogo católico suizo Hans Küng, por el que guardo una profunda admiración. Dice Küng al respecto: "La historia es una ciencia de nuestro saber de la historia; por consiguiente, una ciencia condicionada por los intereses, perspectivas, determinados por el punto de vista que, en contra de lo que Ranke opina, no se limita a informar como sucedió en realidad, sino que, al mismo tiempo, siempre interpreta". Inobjetable, sin duda. Lo que no es, o debería ser, óbice, para que el historiador mantenga siempre en sus investigaciones, el prurito de la objetividad imposible de alcanzar.

La cuestión del terrorismo en el País Vasco, dice Rivera, está condicionada y limitada en estos instantes por estas dos consideraciones y por dos hechos principales: 1) El de que su final obliga a buscar una solución que integre el reconocimiento del bien y del mal que necesitan el Estado de Derecho y la sociedad democrática en que vivimos junto con las posibilidades de rearticulación de una sociedad fracturada (y recordemos que en el País Vasco el terrorismo se ha caracterizado por contar con un importante apoyo social y con una ciudadanía hasta muy tarde ajena a implicarse en la cuestión). 2) Y el de que su final nos obliga a empezar a cerrar el pasado mediante la formulación del relato de lo ocurrido; en definitiva, mediante su construcción y consiguiente «elección» por parte de la sociedad. En este sentido, estamos en condiciones de hacer una historia bien distinta de la que se ha hecho sobre el terrorismo vasco en tanto que podemos/debemos hacernos preguntas diferentes, contar con otro tipo de fuentes y testimonios no mediatizados, y alejarnos de lógicas comprensivas que funcionaron en otros tiempos.

Todo esto está siendo valorado, sigue diciendo, desde diferentes ámbitos y a partir de diferentes presupuestos: Uno, es el procedente del mundo civil de ETA, de la izquierda abertzale; el otro, el de las políticas de memoria del actual Gobierno Vasco. Ambos coinciden en que un determinado relato del pasado del terrorismo condiciona los pasos políticos futuros. 

Básicamente, añade, son dos las propuestas para ese reconocimiento del pasado que se nos formulan desde esos dos ámbitos políticos. Primero, la reivindicación sedicente del terrorismo. Una postura ya muy minoritaria incluso en la propia izquierda abertzale, pero mucho más contumaz de lo que parece en sus facciones intelectuales y en el colectivo de presos de ETA. En segundo lugar, la mezcla forzada de situaciones de violencia y, por lo tanto, de víctimas. Ahí sí coinciden en lo genérico el PNV y la izquierda abertzale: en una reiteración de la tesis del conflicto histórico, se establece que el sufrimiento ha sido mucho y diverso, y desplegado a lo largo de los decenios, de manera que las víctimas de la lejana Guerra Civil se juntan con las del franquismo y, finalmente, se suman a las del terrorismo de ETA y a las producidas por terrorismos contrarios a esa organización o por excesos policiales. El objeto principal, se insiste, es alimentar la teoría del conflicto histórico y la victimización del Pueblo Vasco, aquejado por una suerte de fatalidad que concentraría contra él todas las violencias seculares. Pero también intenta desdibujar la naturaleza política de las víctimas y el hecho de que, en concreto las del terrorismo, fueron asesinadas por un determinado proyecto político: una lectura en clave totalitaria del nacionalismo vasco.

Para combatir ese intento de minorar su efecto, algunos historiadores insistimos en la necesidad de historizar el terrorismo en el País Vasco (y España) del último medio siglo. Historizar es un término que todavía se nos hace raro, pero en este caso la Real Academia de la Lengua se nos ha adelantado aceptándolo y asumiendo su semántica de «dar carácter histórico a algo o tomar algo carácter histórico». Pues de eso se trata y por eso se ha acudido a semejante palabro que, sin embargo, es ya palabra sancionada. Dar significación histórica, «convertir en historia» el terrorismo que hemos conocido y padecido, es algo que tiene múltiples consecuencias y, entendemos, todas buenas. Planteemos sólo algunas, dice, en términos sintéticos: 1) Proporcionar identidad y sentido a cada una de las víctimas sin desfigurarlas en una genérica e incomprensible violencia (y sufrimiento) poco menos que atávica, fatal o de castigo contra la comunidad vasca. 2) Significar cada una de esas víctimas en razón de la intención política del victimario.3) Evitar lecturas ahistóricas, ausentes de contexto explicativo. 4) Explicarnos cómo el terrorismo ha mediatizado nuestra sociedad durante medio siglo y cómo condiciona todavía la sociedad posterior al trauma, la que vivimos hoy. 5) Y conocer fehacientemente en todos sus extremos lo ocurrido para poder determinar en el futuro qué recordamos y qué echamos al olvido. 

Historizando el terrorismo producido en el País Vasco en el último medio siglo, añade, combatiríamos la ignorancia buscada por algunos poderes y bien recibida por una mayoría social vasca que prefiere olvidar, pasar página sin conocer lo ocurrido; sabríamos a ciencia cierta cómo, cuánto y en qué parte ha afectado a nuestra sociedad pasada y cómo puede estar haciéndolo a la presente y futura; nos explicaríamos lo ocurrido en sus contextos precisos, que son los que permiten conocer adecuadamente, a la vez que por eso son los que otorgan a los ciudadanos responsabilidad por lo hecho y no hecho, y sentido histórico, esto es, consideración de lo que debe cambiarse para que en el futuro no vuelva a ocurrir; y recuperaríamos y podríamos reivindicar la significación política de cada víctima para así poder protegernos de ideologías que se nutren o que utilizan procedimientos u objetivos totalitarios rechazables.

Desentrañar y explicar el pasado es cosa de los profesionales que utilizan el método histórico de conocimiento; es decir, sobre todo los historiadores (o profesionales de otras disciplinas que usan básicamente esa metodología: periodistas, analistas diversos…). El griego Tucídides, añade el profesor Rivera, pasa por ser uno de los padres de la disciplina de la Historia. Decía que el objeto de la misma era explicar las causas reales y fehacientes de lo ocurrido. Pero esa intención le enfrentaba al menos a dos agentes principales: a los gobiernos y a las sociedades. A los gobiernos, porque en toda la historia humana han preferido bien su versión de los hechos, bien, por lo menos, una que no dificulte sus intenciones de mantenerse en el poder. A la sociedad también, no se olvide, porque muchas veces esta no quiere saber ni recordar lo que realmente ocurrió, y elige la leyenda –la memoria, podríamos decir ahora– frente a la historia. Leyenda viene del griego legere, que significa escoger o elegir. Y consiste en eso, en escoger la versión que explica y da fundamento a una determinada cultura. Es decir, la necesita una sociedad para seguir viéndose a sí misma sin dificultades ni contradicciones, al margen de la verdad. El historiador, añade, debe estar, de alguna manera, tan en contra de los poderes de su tiempo como en contra de su sociedad. El historiador debe ser contemporáneo y debe reclamar su condición de ciudadano que le obliga a responder a las preguntas de su presente, a tratar de aportar algo de claridad para tomar las mejores decisiones. Si ese no es nuestro empeño, sin urgencias ni exageraciones presentistas, nuestra profesión no difiere mucho de la del anticuario o de la del cronista.

Esas, y otras reflexiones, dice más adelante fueron las que animaron a los miembros del Instituto de Historia Social «Valentín de Foronda» a abordar el estudio de los «contextos históricos del terrorismo en el País Vasco y la consideración social de sus víctimas». Se trataba de estudiar el terrorismo en su conjunto y en su contexto, no como sujeto y objeto al margen de la sociedad en que se producía

El "Informe Foronda", que el autor del artículo reseña, se articula en cuatro momentos históricos que identifican otros tantos contextos temporales que es necesario distinguir para interpretar bien lo ocurrido: el surgimiento del terrorismo en el momento del tardofranquismo (1968-1975); la continuidad del terrorismo en los críticos años en que se trataba de instalar un sistema democrático en España y el consiguiente autogobierno en el País Vasco (1976-1981); las evoluciones del terrorismo en los años de estabilización del régimen democrático (1982-1994); y el cambio final producido tras la estrategia de «socialización del sufrimiento» (1995-2011).

En cada uno de esos cuatro cortes temporales se estudió el contexto histórico en que se produjo la acción terrorista. «Contexto» ha sido una palabra de semántica múltiple en el País Vasco. Durante los años del terrorismo, la apelación al contexto servía a sus defensores para impedir la reacción social e institucional por mor de una causa suprema, un conflicto con mayúsculas que empujaría a los terroristas a la violencia. En el presente, el recurso al contexto por parte de los historiadores es lo que permite pasar de la justificación de entonces a la explicación racional y argumentada, a poder entender históricamente ese fenómeno, a distinguir los diferentes entornos temporales en que se produjo y las influencias diversas que concurrían en cada uno de ellos.

El Informe Foronda, sigue diciendo, se ideó con el objeto de ir conociendo mejor el fenómeno del terrorismo en el País Vasco, pero también con una clara intención práctica, de manera que sirviera, junto con otros, para informar las políticas públicas de memoria. Y a ello, añade, se destinan las cinco grandes proposiciones recogidas en las conclusiones y que son: 1) Evitar la relativización de las víctimas del terrorismo. 2) Reivindicar a las víctimas de todos los terrorismos. Pero insistiendo en que las víctimas son todas iguales en el tratamiento y todas distintas en razón de la intención de sus verdugos. 3) Atribuir responsabilidades a los victimarios. 4) Asentar una cultura democrática. 
5) Y proceder a un largo trabajo de investigación, pues a pesar de lo mucho que se ha escrito sobre el terrorismo en el País Vasco, cuando se empiezan a hacer otras preguntas y se utilizan otras fuentes, comienza a aparecer un mundo sorprendente e inédito. 

Terminaré volviendo al principio, concluye el profesor Rivera. Para bien o para mal, nuestras sociedades se caracterizan porque necesitan establecer qué estuvo bien y qué estuvo mal cuando afrontan la resolución de un trauma colectivo (o de un pleito privado, tanto da). Cuando reivindicamos la naturaleza política de las víctimas lo hacemos para significar sobre todo que la acción que las convirtió en tales es radicalmente rechazable, que estuvo mal, que nuestra sociedad no puede sustentarse sino en el rechazo absoluto de esa manera de hacer. Cuando consideramos que no estamos ante unos vascos equivocados que actuaron erróneamente, sino ante el intento frustrado de establecer un proyecto social totalitario (por ser exclusiva y excluyente, en este caso, su concepción de la nación a construir) con unos medios totalitarios (los propios del terrorismo), la consecuencia para el futuro es la defensa inequívoca de los valores democráticos socavados en esos años. Las políticas públicas, por eso, deben ser sobre todo tendentes a recuperar la democracia perdida desde lo más básico y no tanto, que también, a recomponer el tejido social: la reconciliación. Por eso reivindicamos lecturas políticas y no moralistas. Por eso reivindicamos la historia y sus posibilidades de conocer fehacientemente, y no la memoria, en su versión acomodaticia, salvífica y protectora de la comunidad (sobre todo de las mentiras aceptadas sobre las que esta reposa). Por eso reivindicamos conocer para distinguir sin vacilaciones a las víctimas de sus victimarios.

El artículo del profesor Rivera, que he intentado sintetizar dada su considerable extensión, probablemente con poca fortuna por mi parte, concluye con un párrafo de Joseba Arregi en su libro "Tejiendo la historia de la libertad" (Vitoria-Gasteiz, Ciudadanía y Libertad, 2009) que recoge de manera muy precisa el sentido que los autores del "Informe Foronda" han dado a la reivindicación política de las víctimas como punto de partida para cualquier estudio histórico del terrorismo: "La memoria de las víctimas asesinadas, el respeto a esa memoria, es un ejercicio de libertad. Un ejercicio que no terminamos de hacer porque no queremos vernos en nuestra historia de los últimos treinta años. Pero si no nos enfrentamos a esa historia seguiremos atados a ella y ella nos dominará e impedirá que podamos modelar el futuro con algo de libertad. En la posición que consigamos adoptar en relación con nuestra actitud respecto a las víctimas asesinadas se juega nuestra libertad futura. La memoria de las víctimas y el respeto que les debe la sociedad vasca no es una cuestión de virtudes privadas, sino profundamente política, ligada a la libertad de cada uno de nosotros. Y la libertad es el núcleo fundamental de la política, no la identidad".

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




 Portada del Informe Foronda (2015)




Entrada núm. 2461
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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)