viernes, 30 de agosto de 2024

Las viñetas de humor de hoy viernes, 30 de agosto

 





















jueves, 29 de agosto de 2024

De las entradas del blog de hoy jueves, 29 de agosto de 2024

 






Hola, buenos días a todos y feliz jueves, 29 de agosto de 2024. En los últimos años, dice el escritor y académico Javier Cercas, personas relevantes han identificado nacionalpopulismo y fascismo. Discrepo, de ellos, afirma Cercas: El nacionalpopulismo no es fascismo: es peor. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2019, el escritor Ignacio Peyró hablaba de los liberales españoles exiliados en Londres bajo el reinado de Fernando VII, y comentaba lo difícil que se hace pasar por Euston Square sin dedicar un pensamiento a aquellos desdichados que tuvieron que acogerse a cielos tan distintos a los suyos. La tercera nos lleva hoy a la Francia de finales de XIX con el poema Primera velada, de Arthur Rimbaud. Y la cuarta, como todos los días, con algunas de las viñetas de humor de la prensa española. Espero que les resulten de su interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 









De nacionalpopulismo y fascismo

 






En los últimos años, personas relevantes —­desde el historiador Timothy Snyder hasta Madeleine Albright, ex secretaria de Estado norteamericana— han identificado nacionalpopulismo y fascismo. Discrepo, dice el escritor y académico Javier Cercas en EPS [El nacionalpopulismo no es fascismo: es peor. 25/08/2024]. El nacionalpopulismo es un movimiento político que se extendió por Occidente a raíz de la crisis de 2008, como el fascismo lo hizo a raíz de la crisis de 1929. Ambos se han manifestado de forma distinta en cada país: igual que no eran iguales el fascismo italiano, el nazismo alemán o el falangismo español, no son lo mismo Trump, el Brexit o Puigdemont (o Le Pen, Orbán o Salvini). El líder indiscutido del fascismo fue Hitler; el líder visible del nacionalpopulismo, Putin (y el no tan visible Xi Jinping): él apoyó la llegada al poder de Trump, el Brexit y el otoño catalán de 2017, financió a Le Pen y Salvini y es uña y carne con Orbán. La historia nunca se repite exactamente, pero, como los seres humanos no paramos de cometer los mismos errores, siempre se repite con máscaras diversas; así, el nacionalpopulismo es una máscara posmoderna del fascismo. Las similitudes entre ambos son evidentes: la hostilidad a la democracia, el nacionalismo, el uso masivo de la mentira; no menos evidentes son sus diferencias. La más notoria: el fascismo usó por sistema la violencia como instrumento político; no así el nacionalpopulismo (o no, en Europa, hasta la guerra de Ucrania). Pero la diferencia fundamental es otra. El fascismo surgió en un momento de enorme descrédito de la democracia, y de ahí que se propusiera abiertamente aplastarla; el momento del nacionalpopulismo es distinto. En un macroestudio realizado por World Values Survey, el 91,6% de las personas interrogadas en todo el mundo afirmaba que la democracia era un buen método de gobernar su país, lo que significa que, como ha escrito David Van Reybrouck, “la parte de la población mundial favorable al concepto de democracia nunca ha sido tan elevada como en nuestros días”. En vista de lo anterior, el nacionalpopulismo ha desarrollado una forma de agresión a la democracia opuesta a la del fascismo: se trata de atacar la democracia en nombre de la democracia. Esto puede hacerse socavando las instituciones, pero también de formas menos sutiles. Quienes asaltaron el Capitolio de Washington en 2021 nada tenían que ver con quienes asaltaron el Congreso de Madrid en 1981 (estos querían acabar a las claras con la democracia, mientras que aquellos gritaban que les devolvieran la democracia que, según Trump, les estaban robando), y los secesionistas catalanes que en septiembre de 2017 pulverizaron el Estatut e hicieron trizas la Constitución decían practicar la democracia radical. Esa es la diferencia más destacada entre fascismo y nacionalpopulismo: el primero descree explícitamente de la democracia y la ataca de manera frontal y desde fuera; el segundo finge creer en la democracia para atacarla desde dentro, destruyendo el Estado de derecho, que es la base de la democracia. Fascismo y nacionalpopulismo se parecen mucho en el fondo, pero en la forma son opuestos; y en política, como en casi todo, la forma es inseparable del fondo. Identificar sin más fascismo y nacionalpopulismo no sirve para derrotar a éste: impide hacerlo, igual que un mal diagnóstico impide curar una enfermedad.

Dieciséis años después de la eclosión del fascismo, la II Guerra Mundial lo derrotó en lo esencial; 16 años después de su eclosión, el nacionalpopulismo todavía sigue aquí. Por supuesto, es preferible seguir lidiando con él que cargar con 50 millones de muertos, pero deberíamos encontrar cuanto antes su antídoto: mientras no lo encontremos, el nacionalpopulismo es peor que el fascismo. O quizá ya hemos encontrado su antídoto y no hemos sabido aplicarlo. El antídoto no puede consistir en fomentar la enfermedad (como hemos hecho en Cataluña, donde, gracias a la amnistía, los secesionistas siguen convencidos de que en 2017 defendieron la democracia); consiste en demostrar que sus soluciones son un timo y en mejorar la vida de la gente de la única forma conocida: fortaleciendo la democracia, que es el otro nombre del Estado de derecho. En nuestras manos está. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE.







Fábulas del exilio. [Archivo del blog. 15/09/2019]






No siempre lo peor es cierto con nuestro país. El exilio de los liberales españoles en Londres entre 1820 y 1830 está lleno de momentos de reconciliación que sirven de fundamento del revestimiento afectivo que la España contemporánea necesita, afirma el escritor Ignacio Peyró en El País. Hacia 1820 y 1830, los españoles exiliados en Londres quizá fueran gentes —como observa Galiano— “erradas por lo común en las doctrinas”, pero al menos se encontraban “puros del ruin delito de la corrupción” y “en situación de honrosa indigencia”. Sus ideas liberales en nada parecían chocar con la pervivencia de esa moral hidalga: Pecchio confirma que cada uno de ellos lucía su pobreza como un triunfo, en tanto que Carlyle los describe paseando su “condición trágica” con la dignidad de “leones númidas enjaulados”. Dos siglos después, se hace difícil pasar por Euston Square sin dedicar un pensamiento a aquellos “españoles desdichados” que tuvieron que acogerse “a cielos tan distintos a los suyos”.
No es de extrañar que fuera otro exiliado —el republicano Llorens— quien estudiara con más ahínco la peripecia de estos transterrados: desde que El Cid tomase el camino del destierro, hay quien ha querido ver el éxodo como un designio entre nosotros, como una maldición propiamente española. Pareciera que siempre unos españoles les han sobrado o sido incómodos a otros españoles y —de alumbrados a jesuitas— muchos de los nuestros han tenido que dormir con la maleta de cartón bajo la cama. Sería España como “gran madrastra”. Y aun cuando pareciera hablar por esas “heridas mal cerradas del corazón del desterrado”, Blanco-White ya convertirá el dolor en un primer barrunto de fatalismo hispánico. Cuesta leerlo: “España es incurable”.
Irónicamente, los primeros que creerían en esos determinismos de la historia de España no iban a ser los españoles, sino tantos viajeros foráneos que comenzaron, a partir de ese mismo primer tercio del XIX, a imaginar España como “un país de anomalías”. De ahí en adelante, el tópico hispánico va a adquirir una consistencia que sobrepasa el gesto folclórico y tendrá mucho de condescendencia ajena y complejo de inferioridad cultural propio. Ahí están los lugares comunes de la “España indolente”, el “mañana, mañana” o la descripción de una vida nacional “entregada a la conversación, la siesta, el paseo, la música y la danza”, como escribe Ford. Reforzados de generación en generación, estos tópicos han vivido hasta hoy en la proyección exterior de España y también se han hecho sentir a la hora de mirarnos nosotros mismos al espejo. En ocasiones, parecemos habernos convencido de que tenemos la patente de todo un elenco de defectos: además de los citados, podríamos añadir el descrédito de la inteligencia o la pulsión por posar con nuestro mejor cainismo en todo lo que va de Goya a Picasso.
Los viajeros foráneos no iban a cambiar mucho de un siglo a otro: si Ford se había quejado —¡antes de 1850!— de que en España apenas hubiera ya monjes ni mantillas, todo un Orwell aprecia, en Lleida y Barbastro, “una especie de eco lejano de la España que mora en la imaginación de todos”, en un pack que incluye “rebaños de cabras, mazmorras de la Inquisición” y, por supuesto, “mujeres con mantilla negra”. Pero si los viajeros cambiaron poco, los exiliados españoles, en el espacio de un siglo, tampoco iban a cambiar más que de liberales a republicanos. Sus mismos sentimientos iban a ser muy similares, quizá porque “en la vida del desterrado alternan y se mezclan las penas con las ilusiones” sin importar la época. Y si “la malaventurada España” causa penar entre los Torenos y los Rivas del XIX en Euston Square, en el siglo XX y en Temple, Luis Cernuda consignará que España es “sólo un nombre”, que “España ha muerto”. Al lado del reproche o del insulto, sin embargo, vamos a encontrar el rescoldo de un amor que no se extingue. Y el poeta no puede menos que rendirse al evocar una geografía embellecida —ennoblecida— por Galdós: “El nombre de ciudad, de barrio o pueblo, / por todo el español espacio soleado”, desde el “Portillo de Gilimón o Sal si Puedes” hasta “Cádiz, Toledo, Aranjuez, Gerona”. La sobriedad de ese amor nos emociona hoy tanto como emocionó a un poeta que tenía menos razón de amor hacia el país que cualquiera de nosotros. Será que, para Cernuda y todos los exiliados, España iba a ser algo más que una prisión o un pasaporte: iba a ser también una raíz, una trama de complicidades, un trabajo de la imaginación capaz de representar la noción de comunidad y de pertenencia.
Quizá por eso, aun cuando los exilios londinenses tuvieran sus “odios acerbos”, las vivencias de nuestros exiliados no dejan de escribir ante nosotros uno de los retratos a la vez más amables y emotivos de nuestro país: el formado por las solidaridades de unos españoles para con otros. La bonhomía con que un cura asturiano, hermano de Riego, reparte chorizos “legítimos extremeños” para confortar a los enfermos. La soltura con que la UGT podía organizar los bailes y el Opus Dei convocar las misas de las muchachas que, pasados los años cincuenta, se iban a Londres a trabajar. La naturalidad con que todos dieron en llamar, a aquel arbolillo de sus reuniones en Somers Town, “el árbol de Guernica”. Y es hermoso y justo que en la España de nuestro último exilio prendiera pronto algún presagio de concordia, porque una de las acepciones más dulces de España es la de los españoles expatriados. Eso ocurre hoy como ha venido ocurriendo siempre. Pero tiene sus momentos insignes: la paz, la piedad y el perdón con que Salazar Chapela, republicano, dedica a Panero, franquista, su Perico en Londres, recién rescatado ahora.
Si la España enfrentada fue real, no menos real ha sido —es— esa España reconciliada, como bien sabemos aquellos que nacimos entre la UCD y Felipe. Y la España de los exilios ha podido convertirse en un país de encuentros, en todo lo que va de la expulsión de los judíos a conceder la nacionalidad a los sefarditas. La lápida restaurada de Arturo Barea y la tumba sin lápida de Chaves Nogales constituyen, cada una, un reproche a su manera, pero ambos han recibido su homenaje por parte de nuestras instituciones en el Reino Unido durante este 80º aniversario del exilio. Y es doloroso pensar que un huido, el protestante Antonio del Corro, fuera uno de los pioneros de la enseñanza del español, pero consuela saber que, a muy pocos metros de donde él lo enseñaba, hoy da sus clases el extraordinario personal del Instituto Cervantes. Sí: si la España contemporánea necesita un revestimiento afectivo, no faltan momentos para fundar una épica de la reconciliación —con el extra de que, desde la igualdad entre españoles a nuestra apertura al mundo, es una épica, por así decirlo, avalada por la estadística—. Véase que nosotros, que llegamos a publicitar el Spain is different, hemos podido celebrar cómo hispanistas y estudiosos ya no nos tratan como “una víctima del sur” sino, en palabras de Raymond Carr, como “un país normal”. Cierto viajero continental, allá por el XIX, habló de la imposibilidad física del ferrocarril en España, al tiempo que se preguntaba quién haría el trabajo, toda vez que los españoles “odian siquiera la idea de moverse”. Bien: por esos caminos de bandoleros hoy acelera el AVE. Las ventas que olían a ajo se han reconvertido en restaurantes con estrella. Y aquí en Londres, si hay un español por Euston no es porque sea un exiliado: es porque va a trabajar a una gran empresa nuestra. No, no siempre lo peor es cierto con España. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













El poema de cada día. Hoy, Primera velada, de Arthur Rimbaud (1854-1891)

 






PRIMERA VELADA


Desnuda, casi desnuda;

y los árboles cotillas

a la ventana arrimaban,

pícaros, su fronda pícara.

Asentada en mi sillón,

desnuda, juntó las manos.

Y en el suelo, trepidaban,

de gusto, sus pies, tan parvos.

-Vi cómo, color de cera,

un rayo con luz de fronda

revolaba por su risa

y su pecho -en la flor, mosca,

-Besé sus finos tobillos.

Y estalló en risa, tan suave,

risa hermosa de cristal.

desgranada en claros trinos…

Bajo el camisón, sus pies

-¡Basta, basta!» -se escondieron.

-¡La risa, falso castigo

del primer atrevimiento!

Trémulos, pobres, sus ojos

mis labios besaron, suaves:

-Echó, cursi, su cabeza

hacia atrás: «Mejor, si cabe…!

Caballero, dos palabras…»»

-Se tragó lo que faltaba

con un beso que le hizo

reírse… ¡qué a gusto estaba!

-Desnuda, casi desnuda;

y los árboles cotillas

a la ventana asomaban,

pícaros, su fronda pícara.


Arthur Rimbaud (1854-1891)

Poeta francés













Las viñetas de humor de hoy jueves, 29 de agosto de 2024

 



















miércoles, 28 de agosto de 2024

De las entradas del blog de hoy miércoles, 28 de agosto de 2024

 






Hola, buenos días a todos y feliz miércoles, 28 de agosto de 2024. Todo crimen contiene dentro una teoría sociológica completamente equivocada, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el cineasta David Trueba, pero no sólo equivocada, a  menudo también precipitada y ridícula. En la segunda, un archivo del blog de un ya lejanísimo agosto de 2013, se hablaba del Sahara Occidental, un conflicto sin fin y sin ningún responsable, que sigue igual o peor que en aquel entonces. La tercera, con el poema del día, nos lleva a la China milenaria y a uno de sus más grandes poetas, Li Bai (701-762), y a uno de sus más bellos poema: Bebiendo solo a la luz de la luna. Y la cuarta, como todos los días, con algunas de las viñetas de humor de la prensa española. Espero que les resulten de su interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico; al menos inténtenlo. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 








De los crímenes oportunistas

 





Todo crimen contiene dentro una teoría sociológica completamente equivocada. Y no sólo equivocada, a menudo también precipitada y ridícula, escribe en El País [Víctimas útiles o inútiles. 27/08/2024] el cineasta David Trueba. Por eso, la prevalencia de la información sobre crímenes en los medios siempre ha representado uno de esos puntos bajos en la madurez de una sociedad. Una regresión que revivimos actualmente. Los que crecieron en la España franquista recuerdan el fenómeno de El Caso, cuya misión era la de preservar el obsceno paternalismo del régimen como refugio para las almas cándidas convencidas de que la libertad y el progreso se los llevarían por delante si no estabas en casa a las nueve. En la explosión de las libertades femeninas, que conllevaron la popularización de la píldora anticonceptiva y la aceptación de las leyes de divorcio, el crimen contra las mujeres ejercía de contrapeso, tiznando el relato de la emancipación con la amenaza del peligro y el miedo se agitaba para justificar el paraguas protector. La semana pasada en la India, conocimos una de esas noticias que nos recuerdan a nuestro propio pasado. Una joven doctora fue violada y asesinada en su hospital al tiempo que las autoridades encubrían y llegaban a calificar de suicidio el crimen. No aclarar quién es el criminal y ponerle nombre y apellidos ayuda a expandir una atmósfera de miedo generalizado. El crimen, tan gratuito y casual como todos, acaba por servir para frenar la normalización de la independencia femenina en países históricamente dominados por los varones y la religión.

En España, la semana pasada estuvo a punto de producirse una repetición de los sucesos que han sacudido las primeras horas del gobierno laborista en el Reino Unido. Allí, el asesinato de tres niñas hizo reventar las redes sociales con un discurso de odio. Antes incluso de que se conocieran los detalles del caso, ya se expandió el rumor de que el sospechoso se trataba de un islamista radical bajo tutela gubernamental, cosa que no era cierta. Su deseo les ha sido concedido finalmente en Solingen, Alemania. Las turbinas de la xenofobia se pusieron a trabajar a pleno pulmón, con la ayuda inestimable del empresario Elon Musk, cuya aplicación de mensajería ha decidido dedicar a compensar el trauma personal de la ruptura con uno de sus hijos tras someterse este a una transición de género, de la que culpa a un difuso batiburrillo de manipuladores variados. Detrás de cada sobreactuación se esconde siempre una trama particular, muchas veces oculta y fermentada en los armarios del rencor.

El asesinato de un niño en una pequeña población de Toledo disparó los mecanismos de la movilización ultra que aspiraban a emular lo que sacudió el Reino Unido durante semanas, con disturbios protagonizados por plataformas que avivan el odio al inmigrante. Finalmente, la ejemplar actitud de la familia y las circunstancias reales ofrecieron una verdad completamente distante de esa veloz interpretación interesada. Pero seguimos caminando en el filo del peligro. Mientras cada crimen siga generando esa oleada oportunista viviremos expuestos al error tan común de no aceptar los sucesos como lo que son, una ensalada de azares y elementos particulares que deberían enseñarnos a no tomarlos por diagnósticos de nada. Es penoso el espectáculo de ver cómo corren demasiados tras cada asesinato a utilizarlo para llevar razón en una discusión sobre el flujo migratorio que se rebaja cada vez más hacia lo superficial y lo frívolo. El mayor desprecio a las víctimas es el de la precipitación para usarlas a tu favor. David Trueba es cineasta.













Sahara Occidental: Un conflicto sin fin y sin ningún responsable. [Archivo del blog, 22/08/2013]









El interminable contencioso jurídico-político sobre el Sahara Occidental se vive en Canarias con una especial intensidad emocional. No en vano, el Sahara Occidental ha constituido al menos durante cinco siglos el "hinterland" natural de las islas Canarias, y sus aguas y costas caladero y refugio de sus pescadores, por citar sólo una de las múltiples actividades que histórica, cultural y económicamente vinculan Canarias con el Sahara Occidental. Una mejor y más inteligente administración del territorio podría haberlo convertido en una única entidad jurídico-política, junto con Canarias, dentro del Estado español, pero eso es ya ciencia-ficción política y no vale la pena entretenerse en ello. Sólo lo dejo expuesto como algo que pudo ser y no fue, y que curiosamente, al menos para mí, únicamente reivindica algún grupúsculo independentista que promueve la africanidad "política" (la geográfica no es discutible, pues basta con mirar un mapa) de Canarias.
El fracaso del mediador y enviado especial del Secretario General de Naciones Unidas para el Sahara Occidental, el diplomático holandés Peter Van Walsum, del que se cumplen en estas fechas cinco años, estaba cantado desde hacía tiempo. El periodista Ignacio Cembrero lo había hecho explícito en El País del 28 de agosto de 2008 en un artículo titulado "La ONU prescinde del enviado para el Sáhara Occidental", en el que hablaba del desencuentro cada vez más acentuado entre Ban Ki-moon, Secretario General de Naciones Unidas, y el señor Van Walsum, que habían llevado al primero a no renovarle en el cargo de enviado especial. 
Esto es lo que decía Cembrero en aquel lejano 2008:  El Polisario exige a Ban Ki-moon la salida de Van Walsum. El secretario general de la ONU y su enviado personal para el Sáhara Occidental acaban de divorciar. Ban Ki-moon no ha prorrogado el mandato, que expiraba este mes y se renueva automáticamente, del diplomático holandés Peter Van Walsum para buscar una solución al contencioso que enfrenta desde hace 33 años a Marruecos y al Frente Polisario por la ex colonia española.
Naciones Unidas ha guardado en secreto la no renovación del mandato, pero Van Walsum, de 74 años, ha decidido anticiparse a la divulgación de su marcha en una tribuna que hoy publica EL PAÍS. En ella se describe ya a sí mismo como el antiguo enviado personal y explica a fondo su visión del conflicto.
La salida de Van Walsum vuelve a colocar el contencioso del Sáhara en un callejón sin salida. Su perpetuación es un factor de inestabilidad para el Magreb que perjudica no solo a los países norteafricanos sino a sus vecinos de Europa del sur.
El predecesor de Van Walsum, el estadounidense James Baker, dimitió en junio de 2004 al constatar la imposibilidad de aplicar su plan para el Sáhara, pese a haber sido aprobado por unanimidad por el Consejo de Seguridad de la ONU porque Rabat rechazaba celebrar un referendo que contemple la independencia. El entonces ministro marroquí de Exteriores, Mohamed Benaissa, atribuyó la renuncia de Baker "a la tenacidad de la diplomacia de Marruecos".
Van Walsum deja, en cambio, el cargo porque se ha enemistado con el Frente Polisario. Su líder, Mohamed Abdelaziz, envió el 8 de agosto una carta a Ban Ki-moon en la que asegura que su enviado personal "se ha descalificado" al adoptar una posición promarroquí. "Confío en que usted sabrá tomar las decisiones que se imponen", concluía.
El enviado personal se convirtió en blanco de los independentistas saharauis tras afirmar en abril, en una reunión a puerta cerrada con el Consejo de Seguridad, que la independencia del Sáhara era "inalcanzable". Lo repitió el 8 de agosto en una entrevista con EL PAÍS.
Varios responsables del Polisario arremetieron contra él a finales de la primavera, pero Van Walsum respondió que sólo pondría su cargo a disposición del secretario general si el movimiento saharaui se lo pedía formalmente a Ban Ki-moon y no a través de la prensa. Abdelaziz lo hizo por escrito hace 20 días.
EE UU, Francia, España y también Marruecos brindaron, en cambio, su respaldo al enviado personal. El ministro español de Exteriores, Miguel Ángel Moratinos, lo hizo, por última vez, el 4 de agosto tras entrevistarse en Tánger con su homólogo marroquí Taieb Fassi-Fihri.
Pese a ser tachado de promarroquí, Van Walsum es el único representante del secretario general que se ha atrevido a sostener que la legalidad internacional está del lado del Polisario, pero que el Consejo de Seguridad no iba a utilizar sus poderes para imponérsela a Marruecos. De ahí la imposibilidad de que el Sáhara sea algún día independiente, según él.
Van Walsum ha tenido también desavenencias con Ban Ki-moon que le nombró hace más de tres años. Éste, en contra de la costumbre, rehusó incluir en abril, en su último informe sobre el Sáhara, las observaciones de su enviado personal por considerar que podían perjudicar el proceso negociador, según fuentes de la secretaría general. Desde hace más de cuatro meses Ban Ki-moon y Van Walsum no habían tenido ningún contacto, pero el enviado personal se niega a aclarar cual fue su relación con su jefe.
Desde junio de 2007 se han celebrado en Manhasset, en unas dependencias de la ONU situadas en un suburbio de Nueva York, cuatro rondas negociadoras, presididas por Van Walsum, entre Marruecos y el Polisario. No dieron ningún resultado porque Rabat se empeñaba en discutir de su oferta de autonomía para el territorio mientras que los saharauis insistían en celebrar un referendo que contemple la independencia.
Las dos partes habían apalabrado mantener este otoño una quinta ronda, pero sin cerrar una fecha. La marcha de Van Walsum hará imposible esa cita. El proceso de paz, ya de por sí estancado, queda de nuevo totalmente paralizado.
Ban Ki-moon deberá ahora buscar un sustituto a Van Walsum al que tardó más de un año en nombrar tras la dimisión de James Baker. La tarea no es fácil porque debe contar con el beneplácito del grupo de países que siguen de cerca la situación en el Sáhara. No hay además muchas personalidades con prestigio dispuestas a desempeñar esa misión casi imposible. Cuando se conocieron, en 2005, Baker manifestó a Van Walsum su sorpresa porque hubiera aceptado el puesto. 
En el mismo número del diario, se publicaba también el documento que el hasta ahora enviado especial de Naciones Unidas para el Sahara Occidental, Peter Van Walsum: "El largo y complejo problema del Sáhara", había hecho público exponiendo las razones de su fracaso mediador y las responsabilidades que en ese fracaso han tenido y tienen los actores del contencioso sobre el Sahara Occidental: Marruecos, el Frente Polisario, Naciones Unidas, y España, a la que acusaba, en su entrevista a El País del día 8 de agosto, de mentir a su "sociedad civil" sobre la realidad del problema del Sahara Occidental. Decía así: "El Polisario tiene la legalidad internacional de su lado; ahora bien, el Consejo de Seguridad no está dispuesto a ejercer sus poderes, en función del Capítulo VII de la Carta de la ONU, y a imponerla". Peter van Walsum, el enviado para el Sáhara Occidental del secretario general de la ONU, pronuncia sin reparos esta frase. El Capítulo VII prevé el uso de la fuerza en caso de quebrantamiento de la paz o actos de agresión.
"Tenemos, por un lado, al Tribunal Internacional de Justicia, que en 1975 señaló que el conflicto del Sáhara Occidental es una cuestión de descolonización que debe ser resuelta mediante un referéndum y, por otro, al Consejo de Seguridad, que ostenta el poder de organizar ese referéndum pero no lo hace porque rehúsa imponer una solución", constata Van Walsum.
El Consejo de Seguridad "debe respetar la legalidad internacional, pero también tener en cuenta la realidad política sobre el terreno", que está en manos de Marruecos, prosigue. "Treinta años de argumentos legales de peso del Polisario no produjeron resultado alguno". De ahí la necesidad de buscar una solución consensuada inspirada en la realidad sobre el terreno.
Indonesia ocupó 24 años Timor Oriental, que, finalmente, accedió a la independencia. ¿No puede suceder lo mismo en el Sáhara? "Es moralmente satisfactorio brindar un apoyo incondicional a los que están en su derecho, pero debe tenerse en cuenta el riesgo de crear falsas esperanzas y prolongar la agonía" de los refugiados, contesta Van Walsum.
El enviado de Ban Ki-moon sospecha que éste es el error en el que cae buena parte de la sociedad civil española que, según él, "tiende a apoyar la política del Polisario". "A aquellos españoles que se preocupan de corazón por el bienestar de los saharauis les aconsejo que se pregunten si actúan correctamente animando al Polisario a apostar a toda costa por la plena independencia".
¿Y si el Polisario retomase las armas, como amenaza? "Basándose en la historia del conflicto, no creo que incite así al Consejo de Seguridad a imponer una solución", responde Van Walsum. "Creo que la violencia no desembocaría en un Sáhara independiente". 
Este comentario no es un ensayo jurídico-político. Son, exclusivamente, mis reflexiones como ciudadano español sobre un asunto que me preocupa sobremanera. Dicho esto, y aunque se que voy contracorriente entre la opinión pública canaria y española, pienso que el señor Peter Van Walsum tiene toda la razón en lo que dice: que el conflicto es insoluble porque ninguna de las partes interesadas tiene el "menor interés" en que se resuelva.
Para mí, y comienzo con el reparto de responsabilidades a las que aludía al comienzo de este comentario, la primera responsable del actual conflicto fue España, o para ser más concreto, el gobierno de Carlos Arias Navarro, que delegó la administración del territorio en 1976 en manos de Marruecos y de Mauritania sin base jurídica alguna para ello. Como en Guinea Ecuatorial, en 1968, el gobierno engañó a españoles y saharauis haciéndoles creer a ambos que eran ciudadanos iguales de un mismo Estado. Estaba claro que no era así, que el Sahara, como antes Guinea Ecuatorial e Ifni, no eran ni habían sido nunca "provincias" españolas. Eran meras colonias, y sus ciudadanos, ciudadanos españoles de segunda categoría, meramente nominales, aunque a decir verdad, ciudadanos de segunda éramos todos los españoles en esa época.
Respecto al pueblo saharaui, por el que siento un auténtico respeto y admiración, pienso que el monopolio de su representación política por parte del Frente Polisario no es precisamente garantía de un futuro democrático, libre y pacífico. El Frente Polisario se ha hecho con la representación única y exclusiva del pueblo saharaui cuando en realidad no es más que un movimiento político, no "el pueblo saharaui".
Respecto de Marruecos, una monarquía feudal, donde las libertades reales brillan por su ausencia aunque ha habido progresos indudables, pienso que se equivoca no admitiendo la posibilidad del referéndum auspiciado por Naciones Unidas. Y lo pienso, precisamente, por las mismas razones que critico al Frente Polisario, por confundir un grupo político con un pueblo entero. Es posible que los primeros sorprendidos por el resultado de un hipotético referéndum de autodeterminación fueran los que lo promueven.
Mi crítica a Naciones Unidas es un reflejo fiel de las reflexiones mismas del señor Van Walsum en 2008, así que les ahorro la exposición de las mismas. Estoy seguro que algo comprenderán de las sinrazones de unos y otros para eternizar un conflicto que debería estar resuelto hace mucho tiempo. En todo casa, quiero dejar clara mi apuesta de futuro por un Sahara libre, pacífico y democrático. Les dejo con ellas: Si el Polisario sigue exigiendo un referéndum para la independencia, Marruecos lo rechazará de nuevo y el Consejo de Seguridad insistirá en alcanzar una solución consensuada. Y nada cambiará, escribe en El País [El largo y complejo problema del Sáhara, 28/08/2008] el diplomático Peter Van Walsum. Escribo esta tribuna, dice Van Walsum, como antiguo enviado personal del secretario general de Naciones Unidas para el Sáhara Occidental. Fui nombrado inicialmente por Kofi Annan en agosto de 2005, y la quinta prórroga semianual de mi nombramiento expiró el pasado 21 de agosto. La razón por la que escribo hoy es que me gustaría aprovechar el breve interludio entre el periodo en el que he tenido que contenerme a la hora de expresar mis opiniones personales porque era el enviado personal del secretario general y el momento, muy próximo, en el que mis opiniones personales ya no interesarán a nadie porque ya no soy el enviado personal del secretario general.
En vista de los 33 años que ha durado el contencioso sobre el Sáhara Occidental, en ocasiones caigo en la tentación de pensar que no he logrado encontrarle una solución porque es un problema insoluble. Si me resisto a esa tentación es porque continúo creyendo que con voluntad política sí podría resolverse.
Mi análisis no ha cambiado desde que presenté mi primer informe oral ante el Consejo de Seguridad en enero de 2006. Pensaba que los dos componentes principales que propiciaban el punto muerto al que se había llegado eran la decisión tomada por Marruecos en abril de 2004 de no aceptar ningún referéndum que planteara una posible independencia, y la inquebrantable convicción del Consejo de Seguridad, en el sentido de que el problema del Sáhara Occidental debía resolverse gracias a una solución consensuada. Yo me centré en este último componente, porque, como apunté entonces, si el Consejo hubiera estado dispuesto a imponer una solución, mi análisis habría sido muy diferente. En realidad, la necesidad de llegar a una solución consensuada tenía que ser el punto de partida de todo análisis.
Esto me llevó a la conclusión de que sólo había dos opciones: que se prolongara indefinidamente el punto muerto actual o que se iniciaran negociaciones directas entre las partes. En dichas negociaciones habría que embarcarse sin condiciones previas, y yo reconocía que lo más realista era pronosticar que, mientras Marruecos ocupara gran parte del territorio y el Consejo de Seguridad no estuviera dispuesto a presionarle, el resultado no llegaría a ser un Sáhara Occidental independiente.
La conclusión fue criticada por quienes pensaban que no era ético esperar que el Polisario aceptara la realidad política simplemente porque Marruecos y el Consejo de Seguridad no respetaban la legalidad internacional expresada en la resolución 1514 (sobre descolonización y autodeterminación), tomada por la Asamblea General en 1960, y en la opinión consultiva de 1975 de la Corte Internacional de Justicia (sobre la ausencia de vínculos precoloniales entre Marruecos y el Sáhara Occidental que pudieran afectar a la aplicación de dicha resolución). No eran éstas críticas que un mediador pudiera limitarse a pasar por alto, pero yo tenía la sensación de que había que ponerlas en la balanza con el riesgo de dar falsas esperanzas al Polisario, animándole a no tener en cuenta algo indiscutible, que desde el inicio del contencioso en 1975, el Consejo de Seguridad siempre había dejado claro que sólo podría tolerar una solución consensuada.
Por desgracia, lo que los partidarios del Polisario le prodigaron generosamente fue precisamente esa clase de ánimo. Insistían en que tarde o temprano el Consejo reconocería que había que respetar la legalidad internacional y obligaría a Marruecos a aceptar un referéndum que diera como opción la independencia.
La razón por la que no creo que esto vaya a ocurrir es que la legalidad internacional no es lo mismo que el derecho internacional. Evidentemente, el Consejo de Seguridad tiene que acatar el derecho internacional, pero también tiene que tener en cuenta la realidad política. Tanto la Asamblea General como el Consejo de Seguridad y la Corte Internacional de Justicia son órganos principales de las Naciones Unidas. No se rigen por un orden jerárquico, sino que cada uno tiene sus propios poderes, descritos en la Carta de las Naciones Unidas y en el Estatuto de la Corte Internacional de Justicia. En el Artículo 24 de dicha Carta, los Estados miembros confieren al Consejo de Seguridad la responsabilidad primordial de mantener la paz y la seguridad internacionales. Para cumplir con ella, el Consejo no tiene más remedio que tener en cuenta la realidad política. Si lo hace así, actúa dentro de los límites que para sus poderes determina la Carta de las Naciones Unidas y se atiene, por tanto, al derecho internacional.
El Consejo no suele debatir los factores políticos que tiene en consideración cada uno de los Estados miembros, de manera que su peso relativo en la génesis de una resolución nunca se sabe, ni siquiera lo conocen los propios miembros del Consejo. Los potenciales factores políticos pueden ser, por ejemplo, el miedo al efecto desestabilizador de una acción coactiva, la seguridad de que reparar una injusticia 33 años después pueda reportar nuevas injusticias, o la renuencia a contribuir a la posible creación de otro Estado fallido.
Cuando se enfrenta a un contencioso, el Consejo decide por sí solo si se va a atener al Capítulo VI (arreglo pacífico de controversias) o al Capítulo VII (posible uso de la fuerza en caso de amenazas a la paz o actos de agresión), y sus decisiones no pueden ser invalidadas por ningún otro órgano. No hay nada en el derecho internacional que obligue al Consejo de Seguridad a utilizar todos los poderes que tiene a su disposición para poner en práctica las resoluciones de la Asamblea General o las opiniones consultivas de la Corte Internacional de Justicia.
Ésta es la razón por la que las críticas a la falta de respeto del Consejo a la legalidad internacional han tenido siempre tan pocas consecuencias. Entre los Estados miembros del Consejo que con más decisión insisten en que sólo puede haber una solución consensuada para el problema del Sáhara Occidental, nunca me he topado con ninguno que pensara que esta insistencia pudiera, por tanto, vulnerar el derecho internacional. Todo esto no significa que en el Consejo no haya a quien le preocupe que se continúe en punto muerto. Sin embargo, sí está aumentando la sensación de que la insistencia del Polisario en la independencia total del Sáhara Occidental tiene la consecuencia no deseada de agravar el bloqueo y de perpetuar el statu quo.
Hay una salida, pero es muy laboriosa, y conllevaría el mantenimiento de difíciles y auténticas negociaciones. Si el Polisario pudiera contemplar una hipotética solución negociada que no fuera la independencia total, contaría inmediatamente con un abrumador apoyo internacional para su lógica insistencia en la plasmación de garantías sólidas, avaladas internacionalmente, de que en el futuro no se revoque el acuerdo constitucional pactado o de que, aduciendo razones de seguridad nacional, no se vayan socavando gradualmente derechos civiles como la libertad de expresión. Si en algún momento futuro el Polisario está dispuesto a examinar esta posibilidad, espero que no se limite a introducir enmiendas en la propuesta marroquí, sino que presente su propia propuesta global de autonomía.
No espero que el Polisario dé ese paso en un futuro previsible. Nada cambiará por el momento: el Polisario seguirá exigiendo un referéndum que plantee la opción independentista, Marruecos continuará rechazándolo y el Consejo de Seguridad seguirá insistiendo en alcanzar una solución consensuada. Entretanto, la comunidad internacional continuará acostumbrándose al statu quo. Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt











El poema de cada día. Hoy, Bebiendo solo a la luz de la luna, de Li Bai (701-762)

 






BEBIENDO SOLO A LA LUZ DE LA LUNA

Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.
Mas la luna nada sabe de bebidas
y mi sombra se limita a imitarme,
pero así y todo, luna y sombra serán mi compañía.
La primavera es época propicia para el goce.
Canto y la luna prolonga su presencia,
bailo y mi sombra se enreda.
Mientras me mantengo sobrio, somos alegres juntos,
cuando me embriago, cada uno marcha por su lado
jurando encontrarnos en el Río de Plata de los cielos.

Li Bai (701-762). Poeta chino








Las viñetas de humor de hoy miércoles, 28 de agosto de 2024