Todo crimen contiene dentro una teoría sociológica completamente equivocada. Y no sólo equivocada, a menudo también precipitada y ridícula, escribe en El País [Víctimas útiles o inútiles. 27/08/2024] el cineasta David Trueba. Por eso, la prevalencia de la información sobre crímenes en los medios siempre ha representado uno de esos puntos bajos en la madurez de una sociedad. Una regresión que revivimos actualmente. Los que crecieron en la España franquista recuerdan el fenómeno de El Caso, cuya misión era la de preservar el obsceno paternalismo del régimen como refugio para las almas cándidas convencidas de que la libertad y el progreso se los llevarían por delante si no estabas en casa a las nueve. En la explosión de las libertades femeninas, que conllevaron la popularización de la píldora anticonceptiva y la aceptación de las leyes de divorcio, el crimen contra las mujeres ejercía de contrapeso, tiznando el relato de la emancipación con la amenaza del peligro y el miedo se agitaba para justificar el paraguas protector. La semana pasada en la India, conocimos una de esas noticias que nos recuerdan a nuestro propio pasado. Una joven doctora fue violada y asesinada en su hospital al tiempo que las autoridades encubrían y llegaban a calificar de suicidio el crimen. No aclarar quién es el criminal y ponerle nombre y apellidos ayuda a expandir una atmósfera de miedo generalizado. El crimen, tan gratuito y casual como todos, acaba por servir para frenar la normalización de la independencia femenina en países históricamente dominados por los varones y la religión.
En España, la semana pasada estuvo a punto de producirse una repetición de los sucesos que han sacudido las primeras horas del gobierno laborista en el Reino Unido. Allí, el asesinato de tres niñas hizo reventar las redes sociales con un discurso de odio. Antes incluso de que se conocieran los detalles del caso, ya se expandió el rumor de que el sospechoso se trataba de un islamista radical bajo tutela gubernamental, cosa que no era cierta. Su deseo les ha sido concedido finalmente en Solingen, Alemania. Las turbinas de la xenofobia se pusieron a trabajar a pleno pulmón, con la ayuda inestimable del empresario Elon Musk, cuya aplicación de mensajería ha decidido dedicar a compensar el trauma personal de la ruptura con uno de sus hijos tras someterse este a una transición de género, de la que culpa a un difuso batiburrillo de manipuladores variados. Detrás de cada sobreactuación se esconde siempre una trama particular, muchas veces oculta y fermentada en los armarios del rencor.
El asesinato de un niño en una pequeña población de Toledo disparó los mecanismos de la movilización ultra que aspiraban a emular lo que sacudió el Reino Unido durante semanas, con disturbios protagonizados por plataformas que avivan el odio al inmigrante. Finalmente, la ejemplar actitud de la familia y las circunstancias reales ofrecieron una verdad completamente distante de esa veloz interpretación interesada. Pero seguimos caminando en el filo del peligro. Mientras cada crimen siga generando esa oleada oportunista viviremos expuestos al error tan común de no aceptar los sucesos como lo que son, una ensalada de azares y elementos particulares que deberían enseñarnos a no tomarlos por diagnósticos de nada. Es penoso el espectáculo de ver cómo corren demasiados tras cada asesinato a utilizarlo para llevar razón en una discusión sobre el flujo migratorio que se rebaja cada vez más hacia lo superficial y lo frívolo. El mayor desprecio a las víctimas es el de la precipitación para usarlas a tu favor. David Trueba es cineasta.
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