viernes, 19 de septiembre de 2025

DEL "BULLSHIT" DE CADA DÍA

 







Cuando el discurso público está contaminado por la indiferencia hacia los hechos, la democracia se convierte en un teatro donde los actores solo improvisan para arrancar aplausos, escribe en El País [Tiempos de ‘bullshit’, 18/09/2025] la cineasta Isabel Coixet. Hace veinte años, comienza diciendo Coixet, cuando Harry Frankfurt nos regaló su pequeña joya filosófica Sobre la “mierda de toro” —perdónenme la traducción directa, pero creo que es la única honesta—, el mundo parecía un lugar más predecible. Más ingenuo, tal vez. Creíamos todavía que las mentiras tenían una forma reconocible, que la verdad y la falsedad eran territorios claramente delimitados, como esos mapas antiguos donde lo desconocido se marcaba simplemente como “aquí hay dragones”. Qué equivocados estábamos.

Frankfurt (que en realidad publicó por primera vez su opúsculo en los años 80), con esa precisión quirúrgica que caracteriza a los grandes pensadores, nos alertaba sobre algo mucho más insidioso que la mentira común: la indiferencia absoluta hacia la verdad. El bullshitter, nos decía, no miente porque tenga una relación torturada con la realidad, sino porque la realidad le resulta completamente irrelevante. Es una forma de violencia epistemológica que ahora reconocemos en cada debate político, en cada conversación familiar que termina en portazo.

Pienso en esto mientras camino por Manhattan en una mañana cualquiera de 2025. Los altavoces de la ciudad —pantallas, móviles, conversaciones fragmentadas— vomitan un flujo constante de información que ya no aspira ni siquiera a ser verosímil. Solo aspira a ser viral, a ser memorable, a ser rentable. La distinción que Frankfurt trazaba entre el mentiroso y el embaucador se ha vuelto fundamental para navegar este paisaje tóxico donde la atención es la única moneda que importa.

El asesinato de Charlie Kirk, un bullshitter por antonomasia, llorado por una cohorte de bullshitters profesionales y elevado a la categoría de mártir por los mismos, es una prueba más del triunfo de esa realidad paralela en la que nos están obligando a vivir. Ver en directo al director del FBI atribuirse el mérito de la captura del presunto culpable, cuando sin la denuncia del padre esto sencillamente no se hubiera producido, es un espectáculo que produce vergüenza ajena, aunque no tanta como la repugnante satisfacción con que el partido republicano acusa a la “izquierda radical” (????) del crimen, a las feministas, a los trans, a los emigrantes, a los comunistas y por qué no, a mi tía Rosario, ya puestos.

Todo menos admitir que la muerte de Kirk es en primer lugar, la consecuencia del bíblico y sarnoso culto a las armas de un país que está viendo desaparecer su sistema democrático en caída libre.

El mentiroso, al menos, honra la verdad con su traición. Sabe qué está ocultando, qué está tergiversando. Hay algo casi romántico en esa relación conflictiva pero íntima con los hechos. El bullshitter, en cambio, ha abolido esa tensión. Habla desde un vacío moral donde las palabras son solo herramientas para conseguir un efecto, como un director de cine que solo se preocupa por el impacto visual sin importarle si la historia tiene sentido. Y aquí estamos, veinte años después, ahogándonos en ello.

Lo vemos en los políticos que cambian de discurso según la audiencia, no porque hayan evolucionado en su pensamiento, sino porque han calculado qué palabras generarán más likes, más votos, más poder. Lo vemos en las redes sociales, donde la veracidad de una afirmación importa menos que su capacidad de confirmar nuestros prejuicios. Lo vemos, con una tristeza particular, en el periodismo que se ha rendido a los algoritmos y produce titulares diseñados para provocar indignación antes que comprensión.

Pero Frankfurt no era un pesimista. Era algo mucho más valioso: un diagnosticador. Y su diagnóstico cobra una urgencia renovada en estos tiempos de polarización extrema, donde parece que hemos perdido no solo el consenso sobre qué es verdad, sino incluso sobre por qué la verdad debería importarnos.

El bullshit, nos advertía Frankfurt, es antidemocrático por naturaleza. La democracia requiere ciudadanos capaces de evaluar argumentos, de cambiar de opinión ante nuevas evidencias, de mantener conversaciones difíciles sobre temas complejos. Pero cuando el discurso público está contaminado por esta indiferencia hacia los hechos, cuando las palabras se vacían de significado, la democracia se convierte en un teatro donde los actores han olvidado el guion y solo improvisan para arrancar aplausos.

Me pregunto si Frankfurt intuía, cuando escribía su ensayo, que viviríamos tiempos en los que un tweet podría influir más en la opinión pública que años de investigación periodística. Que veríamos a líderes mundiales gobernar a golpe de eslogan, tratando los hechos como material maleable, como arcilla que se puede moldear según las necesidades del momento.

La genialidad de Frankfurt fue identificar que el problema no era solo la proliferación de mentiras, sino algo más fundamental: la erosión de la idea misma de que la verdad importa. Y esa erosión, que entonces parecía un fenómeno académico, ahora se ha convertido en una crisis civilizatoria.

Pero quizás, paradójicamente, es precisamente en estos momentos de mayor confusión cuando la lucidez de Frankfurt resulta más necesaria. Su trabajo nos ofrece un vocabulario para nombrar lo que estamos viviendo, y nombrar es el primer paso para resistir. Nos recuerda que preservar la distinción entre verdad y falsedad no es un lujo intelectual, sino una necesidad democrática.

Veinte años después, On Bullshit no es solo un texto filosófico brillante. Es un manual de supervivencia para tiempos tóxicos. Una brújula moral para navegar un mundo donde las palabras han perdido su ancla con la realidad.

Y tal vez, solo tal vez, sea también una invitación a recuperar algo que hemos perdido por el camino: el respeto por la verdad como valor en sí mismo, independientemente de si nos resulta cómoda o incómoda, rentable o costosa, popular o impopular.

Porque al final, como nos enseñó Frankfurt, el bullshit no es solo ruido. Es silencio disfrazado de palabras. Es la ausencia de sentido pretendiendo ser discurso. Y contra eso, contra esa nada que se disfraza de todo, solo tenemos una herramienta: la insistencia obstinada, casi heroica, en que las palabras importan, en que la verdad importa, en que todavía es posible —y necesario— hablar en serio. Isabel Coixet es directora de cine y escritora. Su último libro es Te escribo una carta en mi cabeza (Círculo de Tiza).






















ARCHIVO DEL BLOG. NO HAY LUGAR PARA SINATRA EN LOS FUNERALES. PUBLICADO EL 12/09/2019

 







La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales entre unas sociedades y otras, afirma Ricardo de Querol, subdirector del diario El País, comentando la decisión del obispo de Huesca de evitar en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de música o cantos que no sean los adecuados. A mí me gustaría que en el mío cantaran el "A mi manera" (Comme d'habitude), de Claude François y Jacques Revaux, la canción que hiciera universalmente famosa Frank Sinatra en su versión inglesa (My way). Pero en fin, como tampoco me voy a enterar, que hagan lo que quieran...

En la iglesia anglicana de St Georges, en Madrid, comienza diciendo Ricardo de Querol, la comunidad británica en España despedía hace unos años a uno de sus miembros más queridos. Por el púlpito desfilaron compañeros y amigos de la difunta contando graciosas anécdotas sobre su vida. Alguna despertó risas. Luego, en una sala contigua, se sirvieron canapés y se brindó por su memoria con copas de cava con zumo de naranja (el llamado cóctel mimosa o agua de Valencia). Se respiraba emoción. No vi a nadie llorar.

La muerte nos equipara a todos, pero la reacción ante lo inexorable muestra las diferencias culturales. El pasado junio, cuando se enterraba a Dr. John, uno de los músicos más singulares de Nueva Orleans, una multitud desfiló por la ciudad con trompetas y percusión, cantando y bailando. Es una tradición que se remonta al menos un siglo atrás y está en el origen del jazz.

No todos quieren eso. El obispo de Huesca, Julián Ruiz, ha decretado que se eviten en su diócesis los discursos de allegados en los funerales, así como la interpretación de “música o cantos que no sean los adecuados”. “Hay funerales en los que se ha llegado a hablar de lo ricas que estaban las natillas de la abuela”, dijo a este diario el arcipreste Francisco Raya. “En algunos entierros se ha terminado con un aplauso, con un rock de Guns N’Roses o una canción de Frank Sinatra”. En efecto, entre las canciones más elegidas para exequias, además de piezas clásicas de Bach o Pachelbel, figura My Way, de La Voz; Always on My Mind, de Elvis, o Imagine, de Lennon, que dice: “Imagina que no hay religiones”. Lo más irreverente que puede sonar, no sé si habrá pasado en Huesca, es Always Look on the Bright Side of Life, de la película La vida de Brian.

En la España de hace un siglo, mientras la comunidad negra de Nueva Orleans creaba un estilo musical en torno a los entierros, aún existían las plañideras, mujeres a las que se pagaba para que lloraran al difunto. Su tiempo terminó. Pero la austera y conservadora sociedad que no conocieron los mileniales seguía llena de viudas de luto riguroso. La norma decía que debían vestir de negro al menos dos años; los hijos, un año. Después, otro año de medio luto permitía ir añadiendo algún color.

Hay muchas formas de honrar a los muertos: el culto a los antepasados es de los más antiguos vestigios de civilización. No pongo ningún pero al funeral anglicano, salvo que prefiero el cava sin naranja.. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt






















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, TODO LO BUENO ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER, DE CAROLYN D. WRIGHT

 







TODO LO BUENO ENTRE EL HOMBRE Y LA MUJER




Todo lo bueno entre el hombre y la mujer

ha sido escrito en lodo y mantequilla

y salsa barbecue. Las paredes y

los pisos solían ser bellos.

Los calcetines amarillentos y casi iguales.

El membrillo quemado por la plaga

pero dándonos cuatro tazas de mermelada

al final. Largas caminatas para fortalecer

la espalda. Tú con fuego labial

yo con orzuelo. Ojos

tenemos y somos presa eterna

de los dientes del otro. Las corrientes

marchan sobre nosotros. El trueno no ha dañado

a nadie que conozcamos. El río que nos

atraviesa es sucio y profundo. La mano

izquierda protege al ritmo. Cuida

tu cabeza. El fuego no debe ser

desatendido. Más si hay viento. Cada uno

recibe gratis una navaja suiza.

Las primeras lenguas son para

prepararse. La huella

que dejó la tuya me la llevo a la tumba. Es

tan triste tan macabra tan hermosa.

Bendita sea. Tenemos tan poco tiempo

para aprender, tantas cosas… El río

corre sucio y profundo. Cubre la lechuga.

Ya descansa. Oh alma. Sigue fluyendo. Mejor.




CAROLYN D. WRIGHT (1949-2016)

poetisa estadounidense



























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY VIERNES, 19 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 
































jueves, 18 de septiembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY JUEVES, 18 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves, 18 de septiembre de 2025. Importa, en tiempos de relatos, preservar los significados para que las palabras no se vacíen del todo, porque tras ellas solo vendrá algo peor, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor José Luis Sastre. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2018, el escritor Gonzalo Torné contaba la leyenda de que un presidente de la comunidad autónoma de Cataluña, tras disfrazar una consulta popular de referéndum por la independencia se disponía a convocar elecciones para encontrarle una salida al aparente callejón sin salida en el que se había metido cuando un diputado de su coalición de gobierno le acusó de ser un Judas, y de haber vendido la independencia por un puñado de monedas. El poema del día, en la tercera, se titula Gran Vía, 27, es de la poetisa española Inés Montes, y comienza con estos versos: Nada ha sido como esperabas,/y ahora sólo tienes un lugar/al que has llegado sin poseer/más que lo que te ha sido dado. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt













DEL NOMBRE DE LAS COSAS

 







Importa, en tiempos de relatos, preservar los significados para que las palabras no se vacíen del todo, porque tras ellas solo vendrá algo peor, escribe en El País [El nombre de las cosas, 17/09/2025] el periodista y escritor José Luis Sastre. Sucedió en Macondo, comienza diciendo Sastre, que el mundo era tan reciente que habían de señalar las cosas con los dedos, y eso explica que nos hagan falta los nombres, con los que parece que seamos objetivos y asépticos si a las mesas las llamamos mesas y a los coches, coches; aunque esas son convenciones que aceptamos ya de niños para que la vida nos parezca finita y abordable: del tamaño de un diccionario. El nombre que usamos para mencionar el mundo implica nuestro modo de señalar las cosas con los dedos.

La fama la tienen los adjetivos, que delatan enseguida si algo nos parece grande o pequeño, sincero o mezquino. Pero son los nombres los que describen nuestra manera de estar en el mundo si incluso se usan como pretexto. Ocurre, por ejemplo, cuando se dice que el deporte es deporte, como si eso fuera un argumento en vez de una repetición. El deporte es deporte, claro, lo mismo que Brexit era Brexit: si se repite el nombre para dar explicaciones es porque, lejos de una idea ambigua, se tiene un juicio concreto de su definición. El deporte llevaba asociados unos valores, o eso se pretendió siempre; y cada vez que se gritaba en contra del racismo o de la discriminación a nadie se le ocurría replicar que el deporte era deporte y nada más.

Se habla también de política, cuando se dice que esto no es política o que la política es para los políticos, como si ellos fueran los profesionales y el resto fuéramos los que miran y castigan o premian al cabo de cuatro años. Esa definición de la política es interesada, de quienes confunden o quieren que se confunda la política con la brega partidista. La intención de voto interesará a cada líder político, pero lo que hagan con ella no. La Constitución y todas las demás leyes se hicieron para el conjunto de los ciudadanos, que ese nombre importa como el que más. Ese nombre es, en verdad, el que más define nuestra manera de estar en el mundo.

Antes que votantes, antes que contribuyentes, antes que clientes, antes que pacientes, antes que consumidores, antes que aficionados, antes que lectores y espectadores, antes que seguidores del Barça o del Madrid, antes que socios del Athletic o de la Real, lo que somos encaja en esa palabra que lleva asociada un compromiso: ciudadanos. De esa palabra —cuyo intento de apropiación partidista fracasó— dice la RAE en su tercera acepción: persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.

Importa el nombre que demos a las cosas, mucho más que los adjetivos. Importa que llamemos mesas a las mesas y coches a los coches. Importa, en tiempos de relatos, preservar los significados para que los nombres no se vacíen del todo porque, si se vacían, después de las palabras solo vendrá algo peor. Importa distinguir entre una matanza, una guerra y un genocidio e importa usar las palabras en sus justos términos, porque esa capacidad guardará hasta el final nuestra libertad: la de poder mencionar las cosas por su nombre. José Luis Sastre es escritor y periodista.























ARCHIVO DEL BLOG. SUSPENDER EL REPLIQUISM0. PUBLICADO EL 22/09/2018

 







Cuenta la leyenda que un presidente de la Generalitat, tras disfrazar una consulta popular de referéndum por la independencia (pese a no contar con un censo operativo y pese a que ninguno de los observadores, más o menos independientes, allí desplazados, considerase que aquello cumpliese los mínimos) se disponía a convocar elecciones para encontrarle una salida al aparente callejón sin salida en el que se había metido cuando un diputado de su coalición de gobierno (pero de otro partido) le acusó con una piulada (un tuit, en catalán) de ser un Judas, de haber vendido la independencia (pues la promesa era proclamarla justo terminado el recuento o su simulacro) por un puñado de monedas. Lo dice el escritor Gonzalo Torné en un reciente artículo publicado en el diario El Mundo.

Al estadista, sigue contando la leyenda, empezó a temblarle el pulso, desandó el camino de sus propósitos, y ante una opinión pública conmocionada por la inesperada irrupción de la violencia, y pese a la oposición explícita de la Unión Europea, declaró unilateralmente la República Catalana. Lo que viene a continuación se lo saben ustedes al dedillo: celebración fúnebre, caras largas, horas y días esperando sin el menor éxito que alguno de los casi 200 países que se reparten el mundo reconociese la declaración, traiciones internas, fugas, suspensión temporal de la autonomía, privación de libertad de una docena de políticos acusados de delitos que otras judicaturas europeas son reacias a reconocer, parálisis parlamentaria, un juez instructor con causa abierta en Bélgica... y para terminar con una cerecita cómica: la liza del lazo amarillo.

Un pollo de dimensiones formidables que si le seguimos la corriente a la leyenda se originó por un miserable tuit, emitido por un diputado, de los que leemos docenas a diario, por suerte sin consecuencias de estas proporciones. Pero allí les tienen, hoy mismo, seguro: aquel se hace eco de una agresión falsa, esta la tergiversa, el de más allá miente con descaro, la de más acá falta el respeto de un colega y la inteligencia de todos los demás. Reducciones, batallitas, peleas, espasmos verbales, contracciones de la argumentación. La denuncia intempestiva, la exhumación de otros tuits buscando contradicciones intrascendentes, exigencias al minuto de pureza. Todo esto desde todos lados, a diario, como la cosa más normal del mundo. ¿Para qué querría un político tener y gestionar él mismo un perfil de usuario en las redes sociales? Si les parece que la pregunta se responde sola es que quizás hace demasiado que no se formulan. Se me ocurren dos motivos: dar a conocer las políticas propias y las opiniones sobre las ajenas, y para mantener un contacto o trato más o menos personal con sus votantes potenciales (en principio: todos los censados mayores de edad). Lo primero tiene sentido si uno pertenece a una fuerza extraparlamentaria o a una facción disidente en el interior del partido, de otro modo, ¿no salen todos los días en el telediario? ¿no dispone su partido de cuentas oficiales? Lo segundo cuesta leerlo sin morirse uno de risa, la práctica diaria ofrece un saldo contrario: las versiones políticas de nuestros diputados apenas responden a las preguntas directas y tienen el dedo facilísimo para bloquear (si al menos alguien les hubiese enseñado a silenciar). Una cosecha pírrica si la comparamos con la panorámica de deterioro que les he señalado en el párrafo anterior.

Pero no todo es cuestión de imagen. Los perfiles de nuestros políticos electos degradan también las prácticas parlamentarias. El debate parlamentario está basado en un juego de exposición, de réplicas y de contrarréplicas, de enmiendas y esperas (muchas esperas) que conducen a una votación; si bien su resultado es casi siempre previsible (pero no siempre, la pasada moción de censura fue un momento estelar de parlamentarismo imprevisible) este tempo lento posibilita una maduración de ideas, decretos y leyes que la réplica y la contra réplica de Twitter y sus respuestas cortantes en tiempo real imposibilitan. El nervio del parlamentarismo podría definirse como un intento de dar tiempo a los discursos sucesivos y en principio enfrentados de que muestren todos sus lados, a ver si algún otro partido puede encontrar una zona o un flanco donde (pese a no estar del todo conformes, pese a no convencernos por completo) llegar a acuerdos o a entendimientos. La expectativa parlamentaria de llegar a descubrir similitudes o inesperadas complicidades queda abortada en Twitter donde la acción de las versiones digitales de nuestros diputados (como se aprecia en el tristísimo ejemplo que abre el artículo) se basa en el "repliquismo": en atajar cuanto antes cualquier posibilidad que el discurso ajeno penetre lo más mínimo en la zona esponjosa donde se puede llegar a acuerdos, que enseguida suene como algo intolerable, como una vergüenza, un "cómo se le ocurre" o "no sabe con quién está hablando", "con componendas a mí", "bueno soy yo"... El repliquismo es un anti parlamentarismo.

El siguiente prejuicio es algo más abstracto (pero no lo dejen aquí, les prometo que lo abstracto puede llegar a ser muy divertido y todavía nos queda la conclusión): nuestros diputados, como no se cansan de repetir, actúan en representación de la soberanía popular. Desde luego que llegan al Parlamento en representación de los intereses de sus votantes, (que pertenecen a una provincia, aunque en el juego parlamentario español, si el partido es "de ámbito estatal", el detalle no se nota mucho), pero se acepta y asume de manera más o menos tácita que el presidente y sus ministros gobiernan para todos los españoles, que sus leyes nos afectan a todos, que no se las puede uno saltar o esquivar amparándose en que él no votó a estos señores. Al empezar a gobernar los ejecutivos nos recuerdan que pretenden beneficiar a la mayoría de españoles y a representarlos a todos. Y lo mismo se aplica, aunque sea de manera implícita, a los miembros de la mesa (que velan por el cumplimiento de las normas en beneficio de todos) o del jefe de la oposición, quien no sólo defiende las políticas predilectas de sus votantes, sino que controla la acción del gobierno en beneficio de todos; y lo mismo podría decirse cualquier diputado que trabaja en una comisión o en afinar un proyecto de ley... Este espíritu de servicio colectivo lo pisotean a diario las versiones digitales de sus señorías, quienes en lugar de apostar por incluir más usuarios en sus proyectos políticos, parecen exclusivamente dedicados a demostrarles a los suyos que son los suyos, a recordarles a diario sus señas distintivas y esencias irrenunciables (que de tanto insistir terminan luciendo como autoparodias que firmarían con gusto sus rivales), en no tolerar que ni por un momento ni bajo ningún concepto se les pueda "tomar por otros". La impresión es que a las redes sociales el diputado va a cerrarse en banda, a contribuir a la futbolización del debate parlamentario. Los políticos y diputados suelen recordarnos los sacrificios que les supone dedicarse a la función pública. Quizás no sería mucho pedir que añadieran uno que además les liberaría de trabajo no remunerado: que se privasen en beneficio de todos (militantes, simpatizantes, críticos y antagonistas) de sus cuentas digitales en cuanto asuman un acta de diputado. Que se privasen de este entrañable canal abierto con el ciudadano durante el tiempo que sus responsabilidades parecen exigirle otros tonos y también, ay, otros disimulos. 

En un artículo inolvidable Juan Benet aseguraba que "a lo que de verdad se dedica el político es a la política, como no podía ser menos; a sus entresijos, a sus intrigas a sus juegos y conjuros; dedica mucho más tiempo al nombramiento del subsecretario que a poner en marcha las obras de un canal". Sabemos todo esto, pero ya sea desde un cinismo rampante (la convicción de que tras "el aura de solemne y secreta trascendencia» amparan «la tendencia del bobo a vivir en el juego y la futilidad") o desde ciertas prevenciones del gusto y la educación, quizás fuese conveniente no exhibirlo a diario de manera tan descarnada. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt

















EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, GRAN VÍA, 27, DE INÉS MONTES

 






GRAN VÍA, 27

 

Nada ha sido como esperabas,
y ahora sólo tienes un lugar
al que has llegado sin poseer
más que lo que te ha sido dado.
Caminas por la antigua ciudad
que albergó tu infancia,
y aún resuena el eco de tus pasos
por las calles y plazas.
El rumor de sus fuentes
te recuerda
que hay un tiempo
de inocencia
que flota en el aire
igual que las nubes
cuelgan del cielo
con ingrávida armonía.
Un viento frío
acaricia las horas.
Ni los días ni las noches,
sólo el presente que era
un espacio de cobijo,
de secretos rincones
que redoblaban tu alegría
de niña sola.
Las preguntas que volaban
y el deslumbramiento
que brotaba de cualquier cosa,
como una blanca azucena.
Pero nada ha sido como esperabas.
De repente te sobresalta un ahora
oculto entre los destellos del sol.
Ya no eres la que fuiste,
y tu mano no alcanza
lo que nunca llegó a ser.
Aceptas que
cuanto has perdido
lo perdiste para siempre.



INÉS MONTES, poetisa española



















DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY JUEVES, 18 DE SEPTIERMBRE DE 2025

 





























miércoles, 17 de septiembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MIÉRCOLES, 17 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles, 17 de septiembre de 2025. Los ‘tecnosolucionistas’ prometen un mundo sin incertidumbres ni controversias, es decir, sin democracia, escribe en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Daniel Innerarity. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2018, HArendt hablaba de George Steiner y decía lo siguiente: Yo no había oído hablar de George Steiner en mi vida hasta que, va a hacer veinte años ya, leí su obra autobiográfica titulada Errata: El examen de una vida (Siruela, Madrid, 1998). Un excepcional libro que me impresionó profundamente. El poema del día, en la tercera, se titula Abismos, está escrito por el poeta chileno Claudio Bertoni y comienza con estos versos: lo/que/vemos/pasar por/la vereda son/abismos. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt