domingo, 14 de septiembre de 2025

DE LA TRASTIENDA IDEOLÓGICA DE TRUMP. ESPECIAL DE HOY DOMINGO, 14 DE SEPTIEMBRE DE 2025.

 






Trump es ególatra, voluble y errático en varios asuntos (los aranceles, la relación con Ucrania, el dilema que parece embargarle entre ser belicista o pacifista, incluso con aspiraciones al Nobel de la Paz), pero tiene algunas ideas básicas que conforman sus políticas. No es, desde luego, ni un intelectual ni un ideólogo; pero hay ideólogos e intelectuales que le sostienen, le aportan munición ideológica y constituyen lo que se puede llamar trumpismo. La conveniencia de estudiarlo no necesita enfatizarse. Maya Kandel, investigadora asociada en la Sorbona, que lleva diez años siguiendo a los intelectuales del movimiento nacional-conservador que ha cuajado en el trumpismo, acaba de publicar en Gallimard Une première histoire du trumpisme. En una entrevista en la revista El Grand Continent explica las características de ese movimiento que rodea y caracteriza a Trump.

Por orden de aparición, el think tank que está en el origen del trumpismo es el Instituto Claremont, fundado por discípulos de Leo Strauss, considerado la figura más influyente del movimiento neoconservador. Los miembros del Claremont abogan por volver al espíritu de los padres fundadores de Estados Unidos, espíritu que se truncó cuando, tras la presidencia de Wilson, el país adoptó políticas intervencionistas tanto en el exterior como en el interior, con el desarrollo de la burocracia.

El Instituto Claremont, dice Maya Kandel, es el motor intelectual del movimiento nacional-conservador, los NatCons, cuya infraestructura la constituyen la Fundación Edmund Burke y las conferencias NatCon. «A partir de 2019, el movimiento intentará reunir a todos los componentes de la derecha estadounidense, desde los paleoconservadores, cercanos a los supremacistas blancos y cuya figura tutelar es Patrick Buchanan (considerado, por cierto, el padre espiritual del trumpismo), hasta los católicos integralistas como Patrick Deneen y Adrian Vermeule», afirma Kandel.

De Claremont también proceden Angelo Codevilla, autor de la expresión «guerra civil fría» y enemigo declarado de la «clase dirigente» –burócratas, académicos, medios de comunicación, responsables demócratas– y John Eastman, autor del memorándum que sirvió de base para el intento de impugnar los resultados de las elecciones de 2020 y el asalto al Capitolio que siguió el 6 de enero de 2021.

La novedad con respecto a los primeros tiempos es la incorporación de la derecha tecnológica, en la que sobresale Peter Thiel, y de los llamados neorreaccionarios, una de cuyas figuras más destacadas es Curtis Yarvin. Otro hito en la evolución del trumpismo es la integración en él de la Heritage Foundation, uno de los principales think tanks republicanos de Washington, autor, entre otras cosas, del Proyecto 2025. Su importancia es palpable en el hecho de que «es la gran maquinaria que, desde la década de 1970, y en particular desde la administración Reagan, proporciona programas y personal a las nuevas administraciones republicanas, sean cuales sean, incluso antes de saber quién será el candidato».

En cuanto a Curtis Yarvin, es uno de esos pensadores que no solo no le hacen ascos a la cultura popular, sino que se apoyan en ella, como, por ejemplo, el universo de Matrix. La famosa píldora roja de la película, que permite ver la verdadera realidad, escapando de la ilusoria realidad virtual creada por las máquinas, ejemplifica para Yarvin el «pensamiento contracorriente». Yarvin ha acuñado el término Catedral para designar a la élite, especialmente, los medios de comunicación, las universidades y otras instituciones intelectuales; lo que Vance y los nacional-conservadores llaman régimen. El programa RAGE (Retire All Government Employees) que presentó en 2012 parece el antecedente más claro del DOGE (Departamento de Eficiencia Gubernamental) que, hasta su retirada, dirigió Elon Musk.

Algo que hizo que todo ese entramado ideológico confluyera con Trump fue la necesidad del Partido Republicano de movilizar a una parte de su potencial base electoral que tendía a abstenerse en las elecciones, los «votos blancos perdidos». En Trump se vio a alguien capaz de recuperarlos, con lo que el movimiento nacional-conservador redefinió sus principios en función de las obsesiones de Trump, en particular en materia de comercio –incorporando así los elementos relativos a los aranceles y la política industrial–, además del rechazo a las guerras de Bush y del cierre a la inmigración.

Esa confluencia ha dotado a Trump de un entorno del que careció en su primera presidencia. La coalición trumpista es hoy mucho más amplia. A la histórica rama MAGA (Make America Great Again), representada en particular por Steve Bannon y muy sensible a los comentarios racistas, se ha sumado el apoyo de la derecha tecnológica desde 2020. A lo que hay que añadir el esfuerzo por formar nuevos cuadros, que está provocando un cambio generacional en Washington.

Con todo este entramado, el trumpismo comparte rasgos «característicos del fascismo, como el nacionalismo, el culto al líder, la apetencia por el autoritarismo, el masculinismo, la intolerancia…», y sobre todo con las democracias iliberales, como la de la Hungría de Viktor Orbán, dice Kandel. Un ejemplo de esto lo ve la investigadora en la frecuente invocación de situaciones de emergencia, que permiten recurrir a poderes específicos claramente contrarios al espíritu de la Constitución, algo que hicieron los predecesores de Trump, pero que él ha llevado a un extremo «delirante, en desprecio de la realidad». La mejor muestra fue la movilización de la Guardia Nacional para reprimir las manifestaciones en Los Ángeles, pasando por encima de la voluntad del gobernador de California. Esas actuaciones le parecen a Kandel «el meollo de la cuestión del trumpismo como nuevo autoritarismo y de lo que Trump está haciendo con la democracia estadounidense».

¿Cómo puede afectar todo eso a Europa? La autora del libro califica de «chantaje» y de «injerencia en nuestras leyes» un reciente documento del Departamento de Estado dirigido a Europa, demandando «lealtad cultural», si es que no un cambio de régimen. Para Maya Kandel, la Unión Europea (UE) es una especie de símbolo, de némesis de todo aquello que Trump y el trumpismo rechazan. La UE es una potencia comercial que desafía la voluntad de Trump de negociar bilateralmente con países más pequeños y rivaliza económicamente con Estados Unidos, por lo que existe la voluntad de romperla. De ahí que los partidos a los que apoya Elon Musk sean partidos anti-UE. «Trump considera los intereses principalmente en términos económicos y comerciales, y desde esta perspectiva, la Unión es una gran potencia que les estorba».

Avance elaborado por Ángel Vivas para Nueva Revista a partir de la entrevista de Marin Saillofest a Maya Kandel en El Grand Continent que pueden ver a continuación.

La trastienda ideológica de Trump. Un análisis de las ideas y pensadores que sustentan al actual presidente de USA. Nueva Revista, 10 de julio de 2025 

¿Qué es el trumpismo? Historia, conceptos, ideología 

Entrevistas Política

Maya Kandel — Desde hace unos diez años, Maya Kandel sigue a los intelectuales del movimiento nacional-conservador que se han adherido y luego teorizado a posteriori el trumpismo.

Desde el Claremont Institute en 2016 hasta Curtis Yarvin en la actualidad, pasando por el Proyecto 2025 de la Heritage Foundation, nos ayuda a trazar las grandes líneas de esta historia y a identificar a sus protagonistas.

Hacer una arqueología de esta coalición ideológica permite comprender por qué ahora somos un objetivo: «la Unión es una gran potencia que molesta a los trumpistas». Autor Marin Saillofest, 7 de julio de 2025.Trump es sin duda el hombre más poderoso e influyente de Occidente: ¿tiene una doctrina? ¿Cuáles son sus principales coordenadas?

Trump no es ni un intelectual ni un ideólogo. En cambio, hay ideólogos, intelectuales del trumpismo. Por eso el libro trata sobre el «trumpismo», que hoy, en mi opinión, es más grande que Trump.

Pero hay que matizar inmediatamente esta afirmación: Trump sigue siendo el factor perturbador de toda construcción doctrinal. Este es un punto esencial. Se ve especialmente en la política exterior, un ámbito en el que cabría imaginar que existe una doctrina que Trump debe esforzarse por aplicar.

La relación con el mundo es un punto central del trumpismo desde sus orígenes, desde la primera campaña. Es una constante.

Es un ámbito en el que Trump ha tenido obsesiones e ideas fijas desde hace mucho tiempo y que sigue teniendo hoy, como por ejemplo en materia de aranceles. Pero Trump sigue siendo una persona profundamente impulsiva y desinhibida.

Lo ha convertido en una táctica a nivel internacional, como ya había hecho en sus anteriores vidas profesionales. Esta actitud es, por cierto, una de las principales razones de su atractivo.

Siempre ha habido una doble dimensión en el trumpismo. Es cierto que el trumpismo es un show, un espectáculo para las masas —eso es lo que Trump garantiza—. Pero también hay una teorización intelectual para las élites. Son estas dos dimensiones las que he tratado de describir y analizar en mi libro: Maya Kandel, Une première histoire du trumpisme, Gallimard

¿Quién está detrás de este esfuerzo de teorización, si nos remontamos al primer mandato de Trump?

Llevo mucho tiempo siguiendo a este pequeño grupo de intelectuales, que se reúne desde finales de diciembre de 2016 para intentar reconstruir un conservadurismo adaptado a la era Trump.

Su punto de partida es la voluntad de elaborar una teorización contraria al trumpismo que pretenda redefinir el conservadurismo, es decir, el armazón intelectual del Partido Republicano, con el fin de ajustarse a la nueva base electoral del partido desde 2016 y a los nuevos votantes atraídos por Trump.

La teorización del movimiento conservador nacional comienza a finales de diciembre de 2016 y se institucionaliza a partir de 2019 con la Fundación Edmund Burke, infraestructura del movimiento nacional-conservador, y las conferencias NatCon. La dimensión religiosa es fundamental desde sus orígenes en 2016, pero a partir de 2019 el movimiento intentará reunir a todos los componentes de la derecha estadounidense, desde los paleoconservadores, cercanos a los supremacistas blancos y cuya figura tutelar es Patrick Buchanan (considerado, por cierto, el padre espiritual del trumpismo), hasta los católicos integralistas como Patrick Deneen y Adrian Vermeule. Trump sigue siendo el factor perturbador de toda construcción doctrinal.

El movimiento NatCon se extiende inmediatamente por Europa, con conferencias organizadas a partir de 2019 en Londres, Roma y Bruselas. Viktor Orbán desempeña un papel esencial a través de instituciones como el Mathias Corvinus Collegium o invitando a intelectuales estadounidenses como Rod Dreher, cercano a J. D. Vance, al Danube Institute de Budapest.

Hoy, una de las diferencias fundamentales con respecto a 2016 es la aportación de la derecha tecnológica y los neorreaccionarios, de los que Curtis Yarvin es una de las figuras más destacadas, aunque no la única (véase el atlas del pensamiento neorreaccionario).

La primera figura de la derecha tecnológica en sumarse al trumpismo es Peter Thiel, fundador de PayPal y Palantir, que apoya a Trump desde 2016 con su intervención en la Convención Republicana. Thiel apoya la creación de la Fundación Edmund Burke y participa en la primera conferencia NatCon en 2019. Desde hace mucho tiempo financia instituciones y publicaciones conservadoras.

¿En qué momento se acerca el movimiento conservador nacional a Trump?

El movimiento NatCon está cerca de Trump desde sus inicios, ya que su razón de ser es teorizar sobre la transformación del Partido Republicano por parte de Trump, que aporta al partido una nueva teoría de la victoria electoral. El Instituto Claremont, motor intelectual de los NatCons, es elogiado por Trump desde su primer mandato. En 2019, Trump concedió a Ryan Williams, presidente del Instituto Claremont, la Medalla Nacional de Humanidades, que honra la contribución a la cultura nacional y a la comprensión de las ciencias humanas.

El año 2022 marca un cambio importante con la incorporación de la Heritage Foundation —uno de los principales think tanks republicanos de Washington, autor, entre otras cosas, del Proyecto 2025—.

Fue durante la conferencia NatCon de Miami, en septiembre de 2022, cuando Kevin Roberts, su actual director, nombrado en 2022, juró lealtad al movimiento. Se trata de un cambio muy importante, ya que la Heritage es la gran maquinaria que, desde la década de 1970, y en particular desde la administración Reagan, proporciona programas y personal a las nuevas administraciones republicanas, sean cuales sean, incluso antes de saber quién será el candidato.

Al leer el Proyecto 2025, desde el preámbulo, se reconoce la huella del Instituto Claremont y todas las ideas fijas de los nacional-conservadores. Entre sus principales autores se encuentra Russell Vought, que cuenta con una trayectoria muy washingtoniana y que vuelve a ocupar el cargo de director de la Oficina de Gestión y Presupuesto en la segunda administración Trump, al igual que en Trump 1. Actualmente es uno de los hombres más poderosos de la administración.

Si bien el Proyecto 2025 de Heritage ha tenido bastante repercusión mediática, otras instituciones han permanecido en gran medida en la sombra. Es el caso, en particular, del Instituto Claremont, cuyo trabajo usted sigue desde hace mucho tiempo. ¿Se puede hablar de un primer laboratorio del trumpismo?

Antes de Heritage, la estructura original del trumpismo era claramente el Instituto Claremont, un think tank de tamaño relativamente modesto que actualmente se encuentra en pleno desarrollo.

El Claremont se creó en 1979 en California, en una pequeña y encantadora ciudad cerca de Los Ángeles, que conocí gracias a dos proyectos universitarios sucesivos con la Universidad de Claremont McKenna, situada en el mismo lugar, y que comparte algunos investigadores con el Instituto.

El Claremont fue fundado por discípulos de Leo Strauss, la figura más influyente del movimiento neoconservador. Sus fundadores se agruparon en torno a otro intelectual, Harry Jaffa, que fue el impulsor del Instituto y profesor en Claremont McKenna.

La línea del Claremont consiste en volver al espíritu de los padres fundadores. Consideran que el sistema de gobierno estadounidense fue ejemplar hasta la presidencia de Wilson, que marca el nacimiento del dominio del liberalismo —en el sentido en que ellos lo entienden—, caracterizado en particular por una política exterior intervencionista, pero también por el inicio de la expansión del aparato de seguridad nacional y la burocracia, con la creación de nuevas agencias por parte del Congreso.

En la línea de Leo Strauss, su pensamiento se basa en la idea de que toda burocracia, con el tiempo, se vuelve antidemocrática. Por lo tanto, a veces sería necesario, especialmente en tiempos de crisis, contar con un líder fuerte, elegido por sufragio universal, que represente la verdadera legitimidad del pueblo. En esta perspectiva, los pensadores de Claremont denuncian el «administrative state» (el Estado administrativo), sinónimo del «deep state», que es el objetivo del movimiento MAGA.

Una idea que encontramos hoy en «teóricos» como Steve Bannon o Curtis Yarvin, que habla de «momento monárquico». ¿Por qué cree que ha logrado ganar tanta influencia?

Es innegable que Curtis Yarvin tiene talento para la retórica y que consigue seducir gracias a su filosofía pop salpicada de referencias a Matrix y otras referencias culturales contemporáneas.

Yarvin saltó a la fama en 2017 cuando el sitio web Politico lo citó como referencia de Steve Bannon. Thiel, que contribuyó a financiar su empresa de software, lo calificó de «historiador interesante». Yarvin popularizó la imagen de la «píldora roja», tomada de la película Matrix, como parábola del «pensamiento contracorriente». Antes de Heritage, la estructura original del trumpismo era claramente el Instituto Claremont.

En la película, la elección de la píldora roja permite ver la «verdadera realidad», mientras que la píldora azul mantiene a quien la toma en la ilusión propuesta por la matriz (las máquinas). A partir de la década de 2000, este símbolo se hizo popular en los foros de la alt-right. Musk retoma esta imagen en mayo de 2020, al comienzo de su giro político.

En 2007, Yarvin lanzó un prolífico blog bajo el seudónimo de Mencius Moldbug. Gran lector, durante casi siete años produjo innumerables textos, a menudo una sucesión de teorías y afirmaciones imposibles de verificar, salpicadas de referencias históricas y literarias.

Su entrada sobre la píldora roja se titula, no es anecdótico, «Un argumento contra la democracia»: Yarvin la convierte en símbolo de un pensamiento «contestatario», término que engloba sus discursos neorreaccionarios y monárquicos. Su aportación conceptual más conocida es la noción de «Catedral», utilizada para designar a la «élite» y, más concretamente, a los medios de comunicación, las universidades u otras instituciones intelectuales, idea retomada por Vance y los nacional-conservadores con el término «régimen».

Aunque Yarvin carece a veces de coherencia en sus declaraciones, sigue siendo alguien leído y escuchado, especialmente entre los jóvenes trumpistas. Ha estado presente en todas las conferencias de los nacional-conservadores desde el principio, aunque nunca ha tomado la palabra.

La inspiración más yarviniana de este segundo mandato de Trump es sin duda el DOGE de Elon Musk, que parece haberse inspirado directamente en el programa «RAGE» (Retire All Government Employees), presentado por Yarvin en 2012.

¿Cómo se explica el papel central que desempeña Claremont durante el primer mandato de Trump? ¿En qué se traduce esta influencia?

En el verano de 2016, todos los think tanks tradicionales se oponían a Trump, al igual que muchos políticos, prácticamente hasta el momento de las elecciones. Sólo un pequeño grupo de intelectuales vinculados a Claremont firmó una carta de apoyo a Trump. Sobre todo, en septiembre de 2016 se publicó un famoso artículo bajo seudónimo —que resultó ser de Michael Anton— que planteaba las elecciones en términos apocalípticos. Anton afirmaba entonces que había que apoyar a Trump porque, si Hillary Clinton resultaba elegida, el país iría hacia la catástrofe.

Encontramos aquí la obsesión, muy extendida en la extrema derecha estadounidense y cuyos orígenes son muy anteriores a Trump, por el «fin de la civilización» —de hecho, el director del Claremont había dicho claramente a una periodista que el Instituto luchaba por la defensa de la «civilización occidental»—.

Cuando se publica este artículo, Rush Limbaugh lo lee íntegramente en su popular programa de radio, lo que provoca que la página web del Claremont se colapse por primera vez en su historia debido al pico de visitas. Trump, por supuesto, escucha a Rush Limbaugh. Le gusta este discurso y llama a Michael Anton.

A partir de entonces, el Claremont se convertiría en el proveedor ideológico de la primera administración Trump, sabiendo que, durante su primer mandato, todavía había todos esos «adultos en la sala», los defensores del antiguo consenso que frenaban, o incluso impedían, a veces sin su conocimiento, algunas de las decisiones u orientaciones que Trump quería aplicar.

En Peril, Bob Woodward y Robert Costa revelaban, entre otras cosas, que el jefe de gabinete de Trump, Mark A. Milley, había organizado una reunión secreta con responsables militares para asegurarse de que no dejarían que el presidente lanzara una operación militar o un ataque nuclear sin que él estuviera al corriente.

Varias personalidades vinculadas a Claremont han ejercido una gran influencia en el trumpismo, como el autor de la expresión «guerra civil fría», Angelo Codevilla, en un ensayo publicado en la Claremont Review of Books en la primavera de 2017. Codevilla era uno de los grandes críticos de la «clase dirigente» —los burócratas, los académicos, los medios de comunicación y los responsables demócratas— en oposición a «una mayoría de estadounidenses oprimidos», tachados de «atrasados» y «racistas». Claremont se convertirá en el proveedor ideológico de la primera administración Trump.

De Claremont también proviene John Eastman, autor del memorándum que sirvió de base para el intento de impugnar los resultados de las elecciones de 2020 y el asalto al Capitolio que siguió el 6 de enero de 2021. El argumento de Eastman se basaba en una interpretación de la Constitución según la cual el vicepresidente Mike Pence tenía la facultad de rechazar unilateralmente algunos votos de los estados acusados por Trump de fraude electoral. ¿Por qué estos pensadores y teóricos del movimiento nacional-conservador se unieron a Trump desde su primer mandato?

En primer lugar, hacen una observación política: Trump ha encontrado una teoría para ganar las elecciones, es decir, movilizar una base que podría ser victoriosa.

En la historia reciente del Partido Republicano, muy marcada por el libro The Emerging Democratic Majority, de John Judis y Ruy Teixeira, salvo en 2004 con Bush, hay que remontarse a 1988 para ver a un candidato republicano ganar el voto popular. Por lo tanto, existe una verdadera preocupación por la movilización, la definición del partido y la base electoral entre los republicanos.

En 2008, tras la derrota de John McCain, el Partido Republicano elaboró un «informe de autopsia». 

Algunos consideran que el partido encadenará derrotas si no se muestra más abierto a la inmigración, con el fin de conquistar el electorado de una población latinoamericana en crecimiento.

Entonces aparece otra corriente, en torno a Kellyanne Conway y Steve Bannon, que desarrolla la idea de los «votos blancos perdidos», considerando que existe una masa de votantes que ya no vota y que hay que movilizar. Se basan, en particular, en el éxito del movimiento Tea Party, una insurrección populista de la base del Partido Republicano contra sus dirigentes, cuyo éxito en el Congreso en la década de 2010 anuncia la victoria de Trump en las primarias republicanas de 2016.

Los intelectuales del movimiento nacional-conservador parten de la constatación de que Trump ha sabido movilizar estos votos y que es esencial conservarlos redefiniendo las ideas dominantes del Partido Republicano, el armazón intelectual del conservadurismo. Lo redefinen en función de las obsesiones de Trump, en particular en materia de comercio, incorporando así los elementos relativos a los aranceles y la política industrial.

También observan que otros dos elementos fueron esenciales en la victoria de Trump en 2016. Por un lado, el rechazo a las guerras de Bush, las «guerras sin fin», que se traduce en un rechazo al neoconservadurismo, aún muy presente hoy —ser tildado de «neoconservador» se ha convertido casi en el insulto supremo—.

Por otro lado, el cierre a la inmigración. Es algo que Trump descubre a partir de 2010-2011, cuando prepara seriamente su candidatura, se lanza a Twitter y conoce a Steve Bannon. Antes, el tema de la inmigración no estaba presente en él, ni en su tribuna de 1987 ni en sus libros. Lo descubre con el Tea Party y su uso de Twitter, donde constata el eco de ciertas ideas.

Roger Stone, que conoce a Trump desde los años 70, le sugiere la idea del muro en la frontera con México, pensando: «Va a pegar, se va a acordar, es un promotor inmobiliario». Esta anécdota la cuenta, entre otros, el periodista Joshua Green.

Los teóricos del movimiento nacional-conservador hacen la siguiente observación política: Trump ha encontrado una teoría de la victoria electoral.

Usted escribe que el Trump de 2016 no es el de 2020 ni el de 2024, lo que se ve especialmente en su coalición electoral, que se ha ampliado considerablemente en ocho años. ¿Cómo se traduce esta evolución?

El equipo de campaña de Trump ha logrado en 2024 lo que Trump ya reivindicaba en 2016, es decir, encarnar al partido de la clase trabajadora, de las clases medias y populares, definidas en Estados Unidos por el nivel de educación.

Trump no ha cambiado, no se cambia fundamentalmente a los 70 años. Pero su entorno se ha vuelto mucho más ideológico. Y en el plano humano, le ha marcado el intento de asesinato del 13 de julio de 2024. Hoy tiene 79 años y sabe que le queda poco tiempo. Creo que le preocupa su legado, la huella que dejará en Estados Unidos y lo que se dirá de él después de su muerte.

En 2016 no tenía ninguna experiencia en política. No sabía cómo funcionaba Washington y tenía un conocimiento muy limitado de la mayoría de los temas. Cuando se presenta de nuevo en 2024, no sólo cuenta con cuatro años de experiencia como presidente y conoce mucho mejor algunos de los temas, sino que también comprende mejor el funcionamiento de las relaciones con el Congreso.

Y, sobre todo, cuenta con todo un equipo a su alrededor. Su entorno ha cambiado considerablemente en ocho años.

Se trata de algo que se prepara desde el primer mandato, durante el cual Trump y sus allegados reconocen claramente que carecen de cuadros. El Partido Republicano cuenta entonces con muchos «Never Trumpers», aquellos que se opusieron a Trump y que constituyen una cantera de cuadros potencialmente competentes, pero a los que Trump no quiere utilizar.

Antes de 2015-2016, Trump no se relacionaba tanto con personalidades políticas, sino sobre todo con empresarios, deportistas, periodistas y personalidades del mundo del espectáculo. A partir de 2010, comienza a acercarse a los pesos pesados evangélicos, a Steve Bannon, a Sarah Palin y a toda una serie de personalidades influyentes que son esenciales para la base republicana.

La coalición trumpista es hoy mucho más amplia. Sigue existiendo la rama MAGA «histórica», representada en particular por Steve Bannon, y la importancia de la base evangélica blanca. Esta base sigue siendo muy sensible a los comentarios racistas, incluso a elementos del lenguaje francamente fascista que se han podido escuchar en varias ocasiones durante esta última campaña, especialmente cuando Trump dice que «los inmigrantes envenenan la sangre del país». Trump siempre necesita el racismo para ganar las primarias de su partido.

Pero también está el apoyo de la derecha tecnológica desde 2020. El esfuerzo por formar nuevos cuadros también ha dado sus frutos y estamos asistiendo a un verdadero cambio generacional en Washington, que se manifiesta tanto en las contrataciones de la administración Trump 2 como en el panorama de los think tanks, profundamente transformado.

En el desfile organizado por Trump en Washington se pudo constatar una vez más el triunfo de una estética bastante propia del trumpismo, marcada en particular por el color dorado. ¿Cuáles son las coordenadas? 

Efectivamente, me llamó mucho la atención la imaginería del desfile militar organizado por Trump en Washington. Tanto la presencia del color dorado, que abunda en Mar-a-Lago, como la disposición del escenario rodeado por dos tanques y dos pantallas gigantes. Allí se encontraban dos características del trumpismo: el espectáculo con las pantallas, el show, la política como telerrealidad, y, por otro lado, esa idea de proyección de fuerza, de un líder fuerte.

Este lado kitsch es característico de Trump desde el principio: su descenso por la escalera mecánica dorada de la Torre Trump en 2015 para anunciar su candidatura fue sin duda la entrada en campaña más kitsch de la política contemporánea. Trump siempre necesita el racismo para ganar las primarias de su partido.

¿Es esta estética una parte importante del trumpismo como movimiento? ¿Cuál es su función?

Ya hemos visto este lado «vulgar» en Italia con Berlusconi, siendo Italia un auténtico laboratorio político que inspiró el trumpismo a través de Bannon y sus vínculos con Nigel Farage y Raheem Kassam, que fueron a estudiar el Movimiento 5 Estrellas para inspirarse en su estrategia digital.

Al igual que Berlusconi, Trump utiliza la vulgaridad como garantía de sinceridad y la transgresión como instrumento publicitario. Ambos son también dos combustibles esenciales de los reality shows y los algoritmos, la receta de la viralidad en la era digital.

Otro punto esencial es la idea de que las «guerras culturales», los enfrentamientos ideológicos de nuestro tiempo expresados en términos simplistas y polarizados, constituyen la nueva lucha de clases, una idea que se encuentra especialmente en Bannon y Vance —una batalla cultural en el sentido gramsciano del término—.

Pero en esta tercera campaña electoral de Trump también había una dimensión cultural en el sentido estricto de la palabra, con actores pro-Trump contra actores pro-Harris, podcasts de derecha contra podcasts de izquierda, programas contra programas.

Es también una forma de conectar con lo que Trump considera el único pueblo verdadero, que es su electorado, su base, algo que quedó claro desde la primera campaña y que lo vincula a la definición de populismo.

Esto es incluso anterior a su primer mandato: en 2012, cuando Mitt Romney era candidato, algunas personas del antiguo establishment del Partido Republicano le preguntaron a Trump si podía hacer campaña por Romney. Les gustaba ese aura, ese personaje que Trump había construido y que mostraba en The Apprentice, su programa en el que se escenifica a sí mismo en su casa, en su Trump Tower llena de dorados.

En la mente de muchos estadounidenses, Trump sigue siendo ese personaje de self-made man de éxito que se inventó para The Apprentice, cuando en realidad no es ni lo uno ni lo otro: es un heredero y ha quebrado una decena de veces.

Uno de los operadores de la campaña de Romney explicaba en aquel momento: «Tu mujer es modelo, tienes coches bonitos, trajes bonitos, vives en un palacio dorado: para este electorado [se refería en particular al electorado blanco popular], eso es el éxito».

Esto se ve mucho hoy en Washington, especialmente en Butterworth, el cuartel general de MAGA, que es el bar de Raheem Kassam, el acólito de Steve Bannon.

Al igual que Berlusconi, Trump utiliza la vulgaridad como garantía de sinceridad y la transgresión como instrumento publicitario.

Pronto tendrá un competidor abierto por el propio hijo mayor de Trump… Es un modelo económico que funciona bien.

Exactamente: todo vale para ganar dinero. Pero también se trata de crear lugares de acogida para la nueva contraélite que ahora está en el poder en torno a Trump. Recordemos que Washington es una ciudad mayoritariamente demócrata, que votó masivamente en contra de Trump.

En estos lugares también se encuentra esa estética que forma parte de la lucha política. Una estética que se puede considerar vulgar, pero que, en definitiva, está llena de afirmaciones políticas.

Este virilismo como objeto cultural surgió en los podcasts masculinistas, cuyos presentadores y animadores conservadores desempeñaron un papel fundamental en la reelección de Trump en 2024. El equipo de campaña de Trump, el más profesional de sus tres campañas, se centró en los hombres jóvenes, blancos o no, para ampliar su electorado, buscándolos allí donde obtienen su información —en los podcasts, en Tik Tok y en otras redes sociales—.

Fue un éxito, ya que Trump ganó la mayoría de este grupo de edad. Esto también se refleja en las nuevas empresas editoriales y productoras cinematográficas, que hacen hincapié en la religión, el papel tradicional de la mujer en el hogar y el lugar del hombre en la sociedad.

Existe un sentimiento predominante entre los trumpistas de que la izquierda ganó la batalla cultural en la década de 1960, lo que ha dado lugar a un deseo de venganza y a querer recuperar la supremacía cultural. Ahí es donde encontramos todas estas ofensivas contra ciertas universidades, los medios de comunicación tradicionales, pero también el cine de Hollywood.

Y luego, esta voluntad de recuperar la ascendencia se traduce también en una gobernanza muy agresiva y una interpretación mucho más maximalista de los poderes ejecutivos, que a veces parece rozar el fascismo.

El trumpismo comparte, en efecto, rasgos característicos del fascismo, como el nacionalismo, el culto al líder, la apetencia por el autoritarismo, el masculinismo, la intolerancia… Pero quizá sean más útiles las comparaciones contemporáneas.

El giro hacia el autoritarismo, o hacia una democracia iliberal similar al modelo de Viktor Orbán en Hungría, se refleja especialmente en el Proyecto 2025, que presenta muchos aspectos similares al «libro de jugadas» del líder húngaro. Esta inspiración no es nueva, ya que la Hungría de Orbán es objeto de atención de los círculos conservadores estadounidenses desde hace varios años. La revista del Claremont Institute lleva mucho tiempo interesándose por Orbán. 

Otros aspectos de esta tendencia autoritaria son, por otra parte, mucho más antiguos: se habló mucho, por ejemplo, de la teoría del ejecutivo unitario durante los mandatos de Bush padre e hijo, durante la guerra global contra el terrorismo.

Sin embargo, hay que volver a un punto importante. El primer artículo de la Constitución estadounidense está dedicado íntegramente al Congreso. Se trata de un artículo extremadamente preciso que enumera todos los poderes que tiene el poder legislativo y lo sitúa en el centro de la democracia estadounidense. El segundo artículo, que trata de los poderes presidenciales, es mucho más conciso. Otorga «el poder ejecutivo» al presidente, así como la función de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas.

La nueva tendencia desde el regreso de Trump consiste, en particular, en que los hombres se remodelan el mentón, que debe ser cuadrado, así como la mandíbula, que debe tener líneas salientes, signo de virilidad.

La interpretación de este segundo artículo es objeto de muchas de las batallas jurídicas que se libran en el seno del trumpismo. Al ser la Constitución un documento bastante antiguo, ha sido reinterpretada en numerosas ocasiones a lo largo de la historia de Estados Unidos, y hay muchas cosas que no figuran en ella. Es el caso, en particular, de la Guardia Nacional, utilizada por Trump para reprimir las manifestaciones en Los Ángeles, que aún no se había creado en el momento de su redacción —la Constitución habla de «milicias»—.

El peso respectivo de los diferentes poderes ha evolucionado mucho a lo largo de la historia de Estados Unidos. En materia de política exterior, en particular, el Congreso desempeñó un papel mucho más importante en el siglo XIX. Este comenzó a disminuir tras la presidencia de Wilson y, sobre todo, tras la Segunda Guerra Mundial, dando lugar a lo que los historiadores han denominado la «presidencia imperial».

Cabe recordar que es el Congreso el que tiene la facultad de declarar la guerra, levantar el ejército, movilizarlo y luego desmovilizarlo. Hasta 1945, el Congreso siempre había desmovilizado después de una guerra. El período posterior a la Segunda Guerra Mundial parece, en este sentido, una excepción en la historia de Estados Unidos, ya que desde entonces el país mantiene un amplio ejército permanente, así como la división del mundo en comandos militares regionales, heredada de los combates de la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo se explica este cambio en el equilibrio de poderes que hoy aprovecha la Administración Trump?

Desde la década de 1990, el Congreso se ha vuelto cada vez más disfuncional. Esta evolución está relacionada, en particular, con la polarización política, que lleva a los partidos estadounidenses a funcionar cada vez más como los que conocemos en Europa, con un programa nacional y disciplina de partido, lo que no era la práctica política estadounidense. Este sistema no es adecuado para el Congreso, en particular para el Senado.

El último periodo en el que se ha producido un aumento de los poderes presidenciales es el que se inició tras los atentados del 11 de septiembre. El Congreso está renunciando cada vez más a sus prerrogativas y el presidente recurre cada vez más a los decretos.

En particular, recurre a la invocación de situaciones de emergencia, que luego permiten recurrir a poderes específicos que son claramente contrarios al espíritu de la Constitución, como lo hicieron tanto Bush y Obama como Trump y Biden.

En este ámbito, Trump 1 ya era el que batía todos los récords, antes de Trump 2. Hoy, el recurso a las declaraciones de estado de emergencia es absolutamente delirante, en desprecio de la realidad.

La administración Trump ha gastado medio millón de dólares en vídeos de YouTube desde el comienzo del segundo mandato para intentar mostrar tanto el peligro de los migrantes como la eficacia de las deportaciones, con gran ayuda de la inteligencia artificial y la música hollywoodiana.

Esta dinámica es la que se ha visto especialmente en Los Ángeles.

De hecho, lo que ocurrió en Los Ángeles es un buen ejemplo. Según todos los testigos, hubo algunas manifestaciones, en su mayoría pacíficas, frente a varios centros de detención en los que se habían producido redadas de la policía de inmigración, el ICE, heredero de los atentados del 11 de septiembre de 2001.

Da la sensación de que Trump y su equipo estaban esperando a que se produjera un enfrentamiento. En ese contexto, se cumplían todos los requisitos: era en California, había algunos manifestantes encapuchados con banderas mexicanas delante de un coche en llamas. Es bien sabido que, al hacer un primer plano de este tipo de acontecimientos, es fácil dar la impresión de que la ciudad está al borde del caos.

En los reportajes que he visto, escuchado y leído, todos los habitantes entrevistados dicen que las manifestaciones eran inicialmente muy tranquilas, con algunos incidentes aislados y circunscritos. La policía de Los Ángeles está acostumbrada y es perfectamente capaz de gestionar estas situaciones.

Sin embargo, Trump decidió movilizar a la Guardia Nacional en contra de la voluntad del gobernador, que normalmente tiene el poder ejecutivo en el estado —de lo contrario, es el Congreso el que tiene autoridad sobre la movilización y desmovilización de la Guardia Nacional—.

Cabe señalar que Trump finalmente no invocó la Ley de Insurrección, como cabría esperar —ya que hablaba de «insurgentes»—, sino que recurrió a otra autoridad legal. Dicho esto, aunque la idea es mantenerse dentro de la legalidad, se percibe que la Administración sigue ampliando un poco más los límites de su actuación.

Cabe recordar que la administración Trump ha gastado medio millón de dólares en vídeos de YouTube desde el comienzo de su segundo mandato para intentar mostrar tanto el peligro de los migrantes como la eficacia de las deportaciones, con gran ayuda de la inteligencia artificial y la música hollywoodiana.

Es extremadamente preocupante recurrir a la fuerza militar para intimidar y detener a manifestantes que ejercen sus derechos garantizados por la Primera Enmienda, o peor aún, a la oposición política.

Utilizar al ejército para ello, en territorio nacional, podría tener un fuerte impacto en las relaciones entre civiles y militares y en la politización del ejército. Esa misma semana, Trump pronunció un discurso en Fort Bragg en el que criticaba a sus adversarios políticos y provocaba abucheos del ejército contra varios políticos demócratas.

En este punto concreto, en mi opinión, entramos en el meollo de la cuestión del trumpismo como nuevo autoritarismo y de lo que Trump está haciendo con la democracia estadounidense.

Entre los elementos que contribuyen a la construcción del trumpismo se encuentra la relación con el otro, con los inmigrantes, pero también con Europa, que parece ocupar un lugar central dentro del movimiento, como se pudo ver en el discurso de J. D. Vance en Múnich. ¿Se define el trumpismo en antagonismo con Europa?

Lo más llamativo del discurso de J. D. Vance en Múnich fue cuando dijo que lo que más le preocupaba de Europa no era tanto China o Rusia, sino más bien las amenazas internas —todas las normas democráticas, los valores liberales, etc.—. Trump ha pronunciado varias veces exactamente el mismo discurso sobre Estados Unidos.

El discurso de Vance nos impactó profundamente en Europa, pero Trump había dicho lo mismo en varias ocasiones al hablar de Estados Unidos: «Me preocupan más los enemigos internos que China y Rusia». Era un discurso idéntico.

Hay un intento de injerencia contra nuestras leyes, nacionales y europeas, sobre el discurso racista, la incitación al odio o toda la gama de leyes que tratan de regular la libertad de expresión en línea y las grandes plataformas tecnológicas estadounidenses. 

También podemos pensar en el texto publicado por el Departamento de Estado en Substack, en el que llama, grosso modo, a un cambio de régimen en Europa.

Efectivamente, este texto era realmente impactante. Aunque se publicó en Substack, se trataba de un documento oficial, firmado por un responsable del Departamento de Estado, Samuel Samson, en su calidad oficial.

Este texto era, en cierto modo, una demanda de lealtad cultural por parte de Europa. Era incluso un chantaje, ya que al final del texto se afirmaba que, si Estados Unidos «seguía comprometido con una asociación sólida con Europa», deseaba «acciones tangibles» para «la protección de los derechos de libertad de expresión de las empresas y los ciudadanos estadounidenses».

Hay que entender esto como una injerencia en nuestras leyes, nacionales y europeas, sobre el discurso racista, la incitación al odio o toda la gama de leyes que tratan de regular la libertad de expresión en Internet y las grandes plataformas tecnológicas estadounidenses. Hay que tener cuidado con su instrumentalización del concepto de «libertad de expresión», que los trumpistas pretenden exportar al resto del mundo. Sin embargo, en los propios Estados Unidos, este concepto ha sido objeto de múltiples redefiniciones jurídicas, incluso para la prensa. No obstante, creo que hay que distinguir entre Europa y la Unión Europea. 

Europa sigue siendo la parte original de ese «Occidente judeocristiano» («judeo» es una adición reciente) que Trump y el trumpismo se han propuesto defender, la «alianza civilizacional» a la que se refiere Samuel Samson en su texto.

En este sentido, Europa es importante, ya que ocupa un lugar central en su visión, que considera que Occidente está amenazado desde dentro por los «wokistas» (su forma de definir a toda la izquierda) y desde fuera por el islam, China, etc.

La Unión, por su parte, es una especie de símbolo, de némesis, de todo lo que Trump y el trumpismo se oponen: Estados-nación que se agrupan para cooperar y, por lo tanto, para hacer concesiones, que ceden parte de su soberanía a instancias supranacionales… todo lo que la nueva derecha estadounidense aborrece.

La Unión tiene leyes que regulan las grandes empresas tecnológicas, en particular las plataformas y los discursos. Los países europeos también tienen leyes nacionales en varios países, algunas de ellas muy antiguas, como las leyes francesas sobre la libertad de prensa. La Unión es también una potencia comercial, y está claro que Trump prefiere negociar bilateralmente con países más pequeños.

Este texto es una verdadera injerencia que supone una amenaza para nuestras leyes por parte de una administración que, ella misma, está politizando y reescribiendo su propia jurisprudencia, en particular en materia de libertad de expresión. La Unión es una gran potencia que molesta a los trumpistas.

¿Buscan los trumpistas fragmentar Europa?  Por un lado, está la ideología del retorno al Estado-nación, que interesa a los propios trumpistas. Es lo que quieren que ocurra en Estados Unidos, con más nacionalismo, menos libre comercio y menos confianza en acuerdos y alianzas como la OTAN.

Por otro lado, en lo que respecta a Europa, existe efectivamente la voluntad de romper una Unión que, al menos económicamente, puede rivalizar con Estados Unidos. Trump detesta el poder comercial de la Unión. Por lo tanto, la idea es dividir para reinar mejor. La ideología del retorno al Estado-nación sirve, por lo tanto, a los intereses económicos y políticos estadounidenses.

Elon Musk también se inscribe en este movimiento: los partidos a los que apoya son exclusivamente partidos anti-Unión Europea, anti-Bruselas, que tiene el poder regulador sobre la IA, pero también sobre la DSA y la DMA, las regulaciones sobre las Big Tech y el comercio.El trumpismo tiene una visión del mundo basada en el retorno a la Realpolitik, a las grandes potencias. Trump considera los intereses principalmente en términos económicos y comerciales, y desde esta perspectiva, la Unión es una gran potencia que les estorba. Maya Kandel es historiadora e investigadora en la Universidad de París-III Sorbona Nueva (Centro de Investigación sobre el Mundo Anglófono, CREW).






















sábado, 13 de septiembre de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 13 DE SEPTIEMBRE DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 13 de septiembre de 2025. El leitmotiv de la ‘República’ es la búsqueda de la definición de justicia, y para alcanzarla, Platón estima necesario exponer cómo sería la sociedad perfecta, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el filósofo Alejandro Villamor, aunque para mí, humilde lector de La República, quizá el libro que más veces he leído, inspirado por el que fuera mi maestro en la UNED, don Emilio Lledó, este texto es, ante todo, un tratado sobre la educación de los gobernantes. La segunda, un archivo del blog de septiembre de 2013, es del reputado historiador y analista político británico Timothy Garton-Ash, al que le gustan, como a mí, las metáforas; por ejemplo, la que le sirve de título a su artículo de hoy en el que analiza con escepticismo (ya saben, un optimista chamuscado por la realidad) la actual situación de caos político y económico que sufren las tres grandes potencias mundiales: China, Estados Unidos y Unión Europea, que cito por orden alfabético para no provocar. El poema del día, en la tercera, se titula De todos los extranjeros fue el primero en llegar, de la poetisa española Miriam Reyes, recién ganadora del Premio Nacional de Poesía 2025, que comienza con estos versos: Tres mil kilómetros de océano hasta tu cama/guiado por el hilo de tu voz que repetía:/esta vez llegaste a tiempo. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "ἡμεῖς ἀπιοῦμεν" (nos vamos); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt














DE LAS CLAVES DE LA REPÚBLICA DE PLATÓN

 







El leitmotiv de la ‘República’ es la búsqueda de la definición de justicia. Para alcanzarla, Platón estima necesario exponer cómo sería la sociedad perfecta, dice en la revista Ethic [Ocho claves para entender la ‘República’ de Platón, 09/09/2025] el filósofo Alejandro Villamor.

En la Atenas del siglo IV antes de nuestra era, un hombre presuntamente barbudo y de amplias espaldas marcó un hito en la historia del pensamiento global. Más de dos mil años después, el gran matemático Alfred Whitehead dirá que «toda la filosofía occidental no es más que un conjunto de notas a pie de página» de su obra. Discípulo del insigne Sócrates (470-399 a. C.), este hombre recibió de sus padres el nombre de Aristocles, pero es el mote debido a su ancha espalda el que nos resulta más familiar: Platón.

La obra de Platón es prolija y variopinta. Va desde los escritos de juventud (como la Apología de Sócrates) hasta algunos tardíos (como el Timeo) en los que algunas de sus propias tesis parecen ser puestas en entredicho. Con el permiso del Banquete o del Fedón, en lo que sigue serán expuestas ocho claves para comprender la que es para muchos su magnum opus, la República.

La segunda navegación. Aunque su interés fue eminentemente político, el pilar maestro del pensamiento platónico estriba en la llamada «segunda navegación». Los hechos que podemos percibir por los sentidos (oler, saborear, ver…) mudan, nacen y mueren, en fin, no son estables. Sin embargo, las cosas son lo que son. Una manzana es objetivamente una manzana. Empero, simultáneamente, las distintas manzanas que percibimos aparecen de la nada, cambian (de forma, de color…) y, finalmente, desaparecen. ¿Cómo es esto posible? Platón deduce que, al margen de la dimensión de lo experimentable –sometida al tiempo–, tiene que existir una realidad eterna compuesta de las esencias de las cosas. De aquello que hace ser a cada cosa lo que es, lo que le aporta a la manzana su condición de manzana, su manzaneidad.

Dualismo antropológico. El anterior dualismo (mundo empírico/mundo ideal) es complementado con un nuevo dualismo, esta vez al respecto del ser humano. Como seres que forman parte del mundo, los humanos están compuestos de una doble realidad. De una parte, son objetos sometidos al paso del tiempo que se pueden percibir, son cuerpo material. De la otra, son entes abstractos, eternos, capaces de comprender aquello que les rodea, es decir, son alma.

División tripartita del alma. Como recogerán de Platón algunas filosofías ulteriores –como la cristiana–, todo ser humano es cuerpo y alma. A su vez, cada alma cuenta con tres partes: una racional (tendente al mundo ideal), una irascible (disciplinaria) y una concupiscible (tendente al mundo material). Como es previsible, la primera es la más elevada para el filósofo griego, pues es la que está enfocada en el mundo verdadero, el invariable. La prevalencia de una parte u otra varía en función de la persona, por lo que hay individuos más racionales y otros más pasionales.

El camino del conocimiento. Esta alma que todos poseemos pertenece a la dimensión eterna del mundo, no es una parte material del cuerpo. Y es precisamente por ello por lo que, en una suerte de proceso de abstracción, puede alcanzar el conocimiento de las esencias que componen el mundo abstracto. En la cúspide de este mundo, asegura Platón que se encuentran esencias como la de Justicia, la Belleza o, en suma, el Bien.

Organización clasista. El leitmotiv de la República es la búsqueda de la definición de justicia. Para alcanzarla, Platón estima necesario exponer cómo sería la sociedad perfecta. A la vista de que los humanos no nos podemos autoabastecer, su primera característica consiste en la separación en clases sociales. Polémicamente, Platón sostiene que cada quien nace para lo que nace, de acuerdo con la tipología del alma: las hay más tendentes al conocimiento de las esencias eternas, y otras más adheridas a los datos sensitivos.

Justicia. Algunos se dedicarán a proveer al resto de los bienes más básicos (víveres o enseres para el trabajo). ¿Quiénes serán estos? Pues aquellos, de menor educación, que vivan pegados al mundo sensible. Otros con mayor background educativo, los guardianes, velarán por la seguridad de la polis. Finalmente, el gobierno será propio de los reyes-filósofos, que son aquellos que saben lo que es el bien y la justicia. Precisamente, en este punto el ateniense aclara que lo justo es que los individuos hagan virtuosamente lo que les corresponde.

Crítica a la democracia. Por supuesto, esta organización social –un elitismo intelectual– fricciona con el modelo democrático que nació en la misma Grecia. Fehaciente antidemócrata, Platón consideró un error equiparar la voz de todas las personas. Para él, esto es igualar al ignorante (el alma concupiscible) con el sabio (alma más racional).

Aroma a autoritarismo. En el otro extremo, Platón también criticó el autoritarismo, modelo en que el timón del gobierno corresponde al ignorante. No obstante, como han apreciado algunos autores como Karl Popper, varias características de la sociedad ideal platónica (como la censura o la imposibilidad de cambiar de clase social) hacen difícil no apreciar cierto aroma autoritario en su propuesta política. Alejandro Villamor es graduado en Filosofía con premio extraordinario y fue becario colaboración por la Universidad de Santiago de Compostela. Actualmente, trabaja como profesor de Filosofía en la educación secundaria.



















ARCHIVO DEL BLOG. LA TORTUGA, EL ÁGUILA Y EL DRAGÓN. PUBLICADO EL 28/09/2013

 






Al reputado historiador y analista político británico Timothy Garton-Ash le gustan, como a mí, las metáforas. Por ejemplo, la que le sirve de título a su artículo de hoy en El País: "La tortuga, el águila y el dragón", [El País, 27/09/2013] en el que analiza con escepticismo (ya saben, un optimista chamuscado por la realidad) la actual situación de caos político y económico que sufren las tres grandes potencias mundiales: China, Estados Unidos y Unión Europea, que cito por orden alfabético para no provocar. Por supuesto, es fácil imaginar a quién se refiere cuando habla de la tortuga, el águila y el dragón. Por cierto, a doña Angela Merkel la define como la "Mutti" (mamá; en alemán los sustantivos se escriben con mayúscula inicial) de la UE, y como una mamá dirige los destinos de una Unión cada vez más "hecha" a su medida.

Para Garton Ash, un euroescéptico inteligente y nada antieuropeista, la tortuga va a seguir siendo tortuga durante mucho tiempo, pero como en la fábula de Esopo, dice, no está nada claro quien ganará al final la carrera, pues tanto el águila como el dragón no están mucho mejor que nuestra tortuga. ¡Triste consuelo!, la verdad. Eso de "mal de muchos, consuelo de tontos", es filosofía popular, pero mala filosofía. Espero que les resulte interesante su análisis. Les dejo con él:

Aunque no debemos esperar gran cosa de este Gobierno alemán ni del próximo Parlamento Europeo, los competidores, tanto los estadounidenses como los chinos, también tienen problemas políticos importantes

El pueblo alemán ha hablado, y la Unión Europea va a seguir siendo una tortuga. El próximo mes de mayo, tras las elecciones al Parlamento Europeo, descubriremos lo lenta e infeliz que es. Y durante los próximos 10 años se planteará una pregunta más profunda, digna de Esopo: ¿será capaz la tortuga europea de correr más que el águila americana y el dragón chino? ¿O de estar por lo menos a su altura?

Pese a la rotunda victoria de Mutti (mamá) Angela Merkel, todavía no se ha formado el nuevo Gobierno. En la República Federal, las negociaciones para formar una coalición suelen desarrollarse con la velocidad y la elegancia propias de unas tortugas apareándose. Suponiendo que el resultado sea una “gran coalición” con los socialdemócratas, la política alemana respecto a la eurozona debería experimentar alguna pequeña y deseable modificación.

El lunes, Merkel insinuó que no va a cambiar su estrategia frente a una Europa del sur traumatizada por la deuda, las políticas de austeridad y la depresión (tanto en el sentido económico como en el psicológico de la palabra). Se refirió a la increíble manera en que Alemania consiguió reducir sus costes laborales y restablecer su competitividad y declaró: “Lo que hemos hecho nosotros lo puede hacer cualquiera”.

Los socialdemócratas entienden un poco mejor, o tal vez explican con más franqueza, que los aspectos económicos de la recuperación de la eurozona no son tan sencillos. Algunas deudas son insostenibles. Para que mejore la oferta tiene que mejorar la demanda. Ahora bien, dado que los socialdemócratas van a ser socios minoritarios en la coalición (si eso es lo que acaba formándose), dado que los resultados por los que les juzgarán los votantes son sobre todo nacionales, y dado que los electores alemanes, en su mayoría, no quieren pagar ni un céntimo más por los supuestos incompetentes del sur de Europa, las modificaciones respecto a la eurozona serán modestas.

El problema de Merkel es que no tiene ningún socio estratégico en las otras potencias de la UE

En el mejor de los casos, el débil vientre de la tortuga —el sur de Europa, abrumado por la deuda y la depresión— seguirá sangrando. En el peor, esa hemorragia política y económica será imparable. Como destacaba Costas Douzinas el martes en The Guardian, la economía griega se ha contraído un 25%, tiene un paro juvenil del 70% y una ratio entre deuda y PIB que no está disminuyendo sino aumentando, y que alcanza ya el 175%. Parece inevitable que se extienda la miseria social y que crezca el extremismo político. En otros países, como España e Irlanda, da la impresión de que las dolorosas reformas están empezando, lentamente y de forma insegura, a dar fruto.

En las elecciones alemanas, el centro político ha resistido. En las elecciones al Parlamento Europeo que se celebrarán el próximo mayo en 28 países, tiene menos probabilidades de lograrlo. Es muy posible que sus escaños en Bruselas los ocupen representantes de todos esos partidos que encarnan la protesta, desde el fascista Nuevo Amanecer en Grecia hasta el Partido de la Independencia en Reino Unido, desde La Izquierda alemana, en parte poscomunista (y que ha obtenido escaños en el Bundestag, a diferencia de los demócratas liberales), hasta el Partido de la Libertad de Geert Wilders en Holanda. De ser así, el PE se convertirá en una casa de cristal llena de gente arrojando piedras. Pero esa fragmentación obligará a las alianzas paneuropeas tradicionales de partidos conservadores, liberales y socialistas a estrechar su colaboración y derivará en una especie de gran coalición implícita en Bruselas, además de la (probable) gran coalición explícita en Berlín.

Por otro lado, Merkel se sentirá todavía más inclinada a dirigir el espectáculo europeo mediante acuerdos pragmáticos entre Gobiernos, ya sea en la eurozona de 18 Estados (ahora que Letonia ha adoptado el euro) o en la UE de 28 (con la entrada de Croacia). Pero el problema de Merkel es que no tiene ningún socio estratégico en ninguna de las otras dos grandes potencias de la Unión.

Al presidente francés, François Hollande, le encantaría serlo, pero su país está debilitado por sus propios problemas económicos y la lentitud de las reformas. En teoría, el británico David Cameron, con un Gobierno de coalición estable y una economía de libre mercado y noreuropea que está recuperándose poco a poco, podría ser ese socio. En la práctica, el euroescepticismo de su Partido Conservador y sus errores tácticos le han arrojado a una insensata vía de “renegociación” sobre las condiciones de la pertenencia de Reino Unido a la UE. Es decir, Gran Bretaña podría, pero no quiere; Francia querría, pero no puede. Merkel es la única Mutti europea. Cuenta con sólidos aliados en ciertos países de tamaño medio como Polonia, pero eso no basta.

Esta es, pues, la UE que vamos a tener a medio plazo: una tortuga gigante y cansada, de cabeza aturdida y vientre herido, con la canciller Merkel montada sobre su caparazón, mientras intenta conducirla por un terreno lleno de piedras. No obstante, antes de que los europeos caigamos en una melancolía irremediable, debemos recordar la fábula de Esopo y echar un vistazo a la competencia: el águila estadounidense y el dragón chino. Al fin y al cabo, la carrera no solo la gana la tortuga, sino que la pierde la liebre.

Washington está inmerso en un duelo de provocaciones y en Pekín urgen las reformas

Estoy viendo el espectáculo a cámara lenta que se desarrolla en Europa y Alemania desde Estados Unidos. Pero la pantalla del televisor muestra también, en Estados Unidos, un estilo de política partidista diametralmente opuesto a la democracia alemana, centrista, de consensos y formación de coaliciones. Mientras en Berlín los democristianos y los socialdemócratas negocian sus pequeñas diferencias, Washington está inmerso en un duelo de gritos y provocaciones, un pulso a ver quién pestañea antes, con unos republicanos que amenazan con no elevar el techo de la deuda si no se echa abajo esa horrible ley tan europea que es Obamacare. Se habla incluso de la posibilidad de que la Administración tenga que cerrar de aquí a unos días. Imagínense que sucediera algo así en el antiguo alumno de Estados Unidos, la hoy ejemplar República Federal de Alemania. Aunque el sector privado norteamericano está recobrando parte de su legendario dinamismo, el país sufre aún los tremendos problemas de tener unos recursos económicos exprimidos por las obligaciones propias del imperio y el gasto social, unidos al abandono de las infraestructuras.

¿Y la China emergente? La falta de indicios de reformas políticas por parte del Gobierno del presidente Xi Jinping aumenta todavía más las probabilidades de que haya una gran crisis en los próximos años. En The Financial Times, Jamil Anderlini cita las palabras de un profesor de la Escuela del Partido, controlada por el Comité Central del Partido Comunista: “Acabamos de celebrar un seminario con un amplio grupo de miembros muy influyentes del partido y nos han preguntado cuánto tiempo creemos que el partido va a seguir en el poder y qué hemos previsto para cuando caiga. La verdad es que esta es una pregunta que se está haciendo todo el mundo en China, pero me temo que es muy difícil de responder”.

En resumen, las tres grandes economías del mundo tienen problemas políticos importantes de tipo muy distinto. La tortuga merkeliana de Europa no va a acelerar hasta dentro de mucho, pero tampoco parece que vaya a sufrir un batacazo. ¿Podemos decir lo mismo del águila y el dragón? Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos en la Universidad de Oxford, donde dirige www.freespeechdebate.com, e investigador titular de la Hoover Institution, Universidad de Stanford. Su último libro es Los hechos son subversivos: Ideas y personajes para una década sin nombre. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia. Sean felices, por favor, y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt

















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, DE TODOS LOS EXTRANJEROS FUE EL PRIMERO EN LLEGAR, DE MIRIAM REYES

 







DE TODOS LOS EXTRANJEROS FUE EL PRIMERO EN LLEGAR




Tres mil kilómetros de océano hasta tu cama

guiado por el hilo de tu voz que repetía:

esta vez llegaste a tiempo.


No había nada en su vida más urgente que la tuya.


Frente al cristal dice que quiere guardar el periódico de hoy

como ya hizo con su padre.

El día que tú moriste murieron todas las flores

la bolsa subió se consiguieron importantes avances en seguridad marítima]

un coche entra a toda velocidad en una finca

y mata a cuatro personas que tomaban café en la terraza.


Si la vida es el cuerpo

(esa cápsula tan frágil)

tuviste fortuna

tu vida se extendió hasta los hijos de tus nietos.

No lo siento por ti lo siento

por nosotros:

alguien que nos amaba ha muerto.




MIRIAM REYES (1974)

poetisa española