miércoles, 4 de junio de 2025

DE LAS VIÑETAS DE HOY MIÉRCOLES, 4 DE JUNIO DE 2025

 



































martes, 3 de junio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY MARTES, 3 DE JUNIO DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz martes, 3 de junio de 2025. La increíble eficiencia de la inteligencia artificial consiste en ofrecer una papilla de datos nutritiva y muy bien filtrada por un criterio… inexistente, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Jordi Gracia. En la segunda, un archivo del blog de septiembre de 2008, HArendt hablaba de que para él, la historia de la Iglesia Católica, y su relación afectiva con ella, terminó el 3 de junio de 1963 con la muerte de Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII. El poema del día, en la tercera, se titula El cuervo, es de la poetisa venezolana Ida Gramcko, y comienza con estos versos: Solo quedan, roídos, los peldaños/de una escalera en sombras;/una percha que incita con los garfios/de dos cuernos agudos, y unas ropas. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt















DE LA IA: NO ES INTELIGENCIA, ES ESTADÍSTICA

 







‘TintaLibre’ y El País [El punto ciego de ChatGPT, 28/05/2025]  reproducen las reflexiones del escritor Jordi Gracia, que analiza la formidable capacidad de combinación estadística de la IA generativa, que transmite la impresión impactante de fabricar conocimiento pero es solo un simulacro. El conocimiento nace de la autonomía de la imaginación moral y crítica para rendir como tal. Quizá lo que nunca debimos aceptar es denomimar inteligencia a lo que es un artefacto combinatorio estadísticamente superdotado al que le falta la condición misma del conocimiento Para el autor, ChatGPT es un simulacro computacional que en ningún momento demuestra conocimiento ni inteligencia. Para el autor, ChatGPT es un simulacro computacional que en ningún momento demuestra conocimiento ni inteligencia.

La mitad del planeta está jugando con ChatGPT (o DeepSeek u otros), comienza diciendo Gracia, y al menos la mitad de mis amigos también: a ver qué dicen estos sistemas de inteligencia generativa de cada uno de nosotros, qué retrato nos sacan, qué ponderaciones hacen de nuestros (múltiples) méritos, qué destacan adecuadamente y qué orillan, cómo nos venden de cara al público que pregunta, aunque no sabremos la respuesta que cada cual recibirá: ¿sabrá el sistema atenuar este perfil más sombrío y destacar aquel otro más decoroso? ¿El análisis de la evolución de un escritor o de un pensador o de un político o de una idea o de una estética o de una institución se inclinará a subrayar el origen primigenio y bondadoso o el final malévolo y adulterado? ¿Esa exquisita equidistancia que gasta la máquina servirá también para atenuar la gravedad de determinados actos gracias a la compensación de haberse redimido condenándolos años después, o incluso mintiendo y ocultando la verdad sin escrúpulo? ¿Haber sido fascista será un pecado menor en una biografía rescatada, como la de Dionisio Ridruejo, o incluso la de Franco, que visible y notoriamente lo dejó todo atado y bien atado para que prosperara felizmente la heroica causa de la democracia tras su muerte?

La increíble eficiencia de la inteligencia artificial generativa consiste en ofrecer una papilla de datos nutritiva y muy bien filtrada por un criterio… inexistente, un puro hueco, el vacío integral, dado que los hechos objetivos no son hechos hasta que alguien los enuncia, los encaja, los encadena, los interpreta y valora, los juzga desde un punto de vista determinado (y a menudo múltiple) que dota de credibilidad y validez a un análisis. El juego de equilibrios en la IA generativa, basado tantísimas veces en “al parecer”, o en “podría” o en “quizá” o en “algunos creen” o “algunos autores dicen”, transmite certidumbre y altas dosis de persuasión a una respuesta que ha encontrado en el material preexistente en la red las vías para resultar convincente, encajar en el mainstream de opinión y, por tanto y a la vez, depurar cualquier posición pública porque cualquier posición pública (al parecer) es respetable mientras encuentre respaldo en internet y en las fuentes de las que se nutre.

Todo es admisible, todo es relativo y así aquella aberrante relatividad a ultranza de la posmodernidad (donde ni siquiera existía la realidad por sí misma) ha culminado con una inaudita eficacia en una tecnología que transmite, como ninguna otra anterior, un hecho pulido y equilibrado, incluso básicamente veraz en los hechos, pero no inteligente, cualitativamente inteligente. La apología de la equidistancia que encarnan estos sistemas significa que no haya nada definitivamente reprobable, de manera que el franquismo tampoco puede ser descrito como un régimen execrable porque también tuvo cosas buenas: por lo menos, logró que la mayoría de la población siguiese sobreviviendo, que ya es mucho (porque a varias decenas de miles se las llevó por delante). El criterio manejado es (nunca mejor dicho) maquinal, mecánico y estadístico, sin que el conocimiento emerja de sus respuestas porque lo que emerge es información ponderada sin criterio alguno fuera de la estadística, y la información desnuda y estadísticamente ponderada no es conocimiento ni merece ser respetado como inteligencia cualitativa.

El punto ciego no está en el instrumento (que es una genialidad total) sino en la función que desempeña en el imaginario cultural y social como fuente de saber fiable y validada como conocimiento apreciable. Seguro que da la fórmula química o matemática para resolver un problema o da los datos y hechos de un momento histórico, de una biografía, de una novela, de una película o una serie, pero la interpretación que haga de cada uno de esos ítems no es conocimiento ni podrá llegar a serlo porque falta exactamente aquello que aporta el conocimiento: la imaginación moral y el criterio singular capaz de explicar lo que la mayoría de nosotros ignoramos porque carecemos de la formación, la experiencia, la inteligencia y el conocimiento para hacerlo.

La apariencia de eficacia está destinada además a sobornar al usuario para que siga en ese ejercicio imantado: la máquina da respuestas exclusivas a cada usuario en función de su propio perfil de usuario de internet. A la misma pregunta el sistema responde de forma diferente porque sabe y aprende a sobornar con la respuesta apropiada a cada perfil, en una conducta idéntica a la de cualquier otra plataforma. Es un simulacro de veracidad sin capacidad de verificación: son números y estadística que hace magia, magia total, pero no conocimiento.

Ese es el centro del fraude de la inteligencia generativa entendida o asumida como si fuese inteligencia cualitativa: es muy, muy buena, y muy rápida, en la recopilación de los datos y su combinación para convertir la respuesta —y los sucesivos matices que es capaz de incorporar a la respuesta, a demanda del usuario— en algo de apariencia fiable. Pero usarla como una forma de conocimiento equivale a otorgarle una confianza y un crédito que no merece. Le falta la sustancia que marca la diferencia entre erudición inerte (suma de datos) y conocimiento productivo (articulación e interpretación de datos). Y esto segundo solo lo hacen los humanos a día de hoy, aunque la IA generativa simule o mimetice el mismo proceso humano con resultados espectacularmente creíbles, sin dejar de ser un simulacro. El efecto corrosivo en términos democráticos y civiles es que se proyecta de forma instintiva y primaria en esos sistemas una confianza en su veracidad y capacidad inteligente que no tienen, quizá porque el primer error ha sido acatar y reproducir universalmente el nombre de la cosa y aceptar que hablamos realmente de inteligencia (aunque sea artificial).

No es enteramente nueva esa simulación hiperrealista o esa deliberada confusión entre lo que la máquina ofrece (ejemplarmente) y el uso inercial que se le da o el crédito que se le otorga. La Wikipedia es una gigantesca fuente de datos, de hechos y documentos en su inmensa mayoría fiables, sometidos a la validación de la opinión pública y a la pereza, la diligencia y los intereses de quienes nutren sus páginas. Pero sigue sin ser conocimiento científicamente fiable por la misma razón por la que la IA generativa es a menudo información fiable pero nunca conocimiento fiable. Le falta lo que hace de Tony Judt o Timothy Garton Ash (o de Santos Juliá o José-Carlos Mainer) ser lo que son cada uno de ellos, con sus propias experiencias y subjetividades y afanes de veracidad interpretativa: ser discutibles, ser imaginativos, contrariar las vulgaridades de otros, iluminar de forma novedosa lo que los demás no veíamos, ser capaces de armar con los mismos datos que los demás (o incluso con otros) una argumentación única y singular precisamente contra las versiones comunes, equidistantes, romas, previsibles, anodinas y mates (o directamente sesgadas y embusteras, que también). A la máquina le falta, y diría que le faltarán, esas aptitudes que hacen de esos nombres historiadores centrales de la cultura del último medio siglo. Tienen los datos y la inteligencia para articularlos contra la herencia informativa e interpretativa recibida, con capacidad para desarticular relatos interesados o manipulados. La imaginación moral es suya, pero no es de la IA generativa.

Los datos solo cobran significado, al menos en el entorno del conocimiento humanístico, cuando se traban en un discurso que los dota de sentido en un contexto determinado, y ahí aflora la intencionalidad y los matices que unos ven y otros no, los intereses tácitos pero reales, las excusas y justificaciones de legitimación tramposa. En los años de la posguerra franquista, el rigor mortis de la información era completo y unánime: no había opinión verdadera en ningún sentido, no solo porque la censura actuase a destajo sino porque la propaganda de Estado era la única dieta informativa de un español con formación media e incluso medio-alta. Y sin embargo hubo manera desde muy temprano de expresar sutil e indirectamente una vocación crítica, un cuestionamiento del triunfalismo, una desviación de la doxa ortodoxa. Pero ese sentido adicional, esa interpretación esquiva no figura en la letra del texto: la ponía (y ha de ponerla hoy) el lector, el lector sintonizado, el lector alertado por una leve desviación del discurso que activaba un doble sentido invisible para la mayoría, a menudo incluso para los censores (y para la inmensa mayoría de lectores). Con la ironía operamos igual: no hay modo de indicar con un piloto encendido o apagado, o una marca tipográfica, si el sentido es irónico y ambiguo para decir lo contrario de lo que dice la literalidad del texto, pero está ahí, y unos la ven y otros no la ven, y eso no tiene remedio.

Ambos ejemplos cuestionan la capacidad analítica e interpretativa de la IA generativa porque le falta lo que dota de conocimiento al conocimiento: imaginación crítica, imaginación moral capaz de descubrir el sentido de las cosas como nadie lo ha visto todavía. Y ese es el criterio central que ha impulsado el conocimiento cualitativamente inteligente: la incuestionable eficiencia en la respuesta de la máquina no es conocimiento, y usarla y asumirla como fábrica de saber no solo devalúa el conocimiento real sino que contribuye a acentuar el reaccionarismo moral e intelectual de una sociedad persuadida de acceder al conocimiento cuando solo accede a una combinación estadística y modulada de datos, unos y ceros. Quizá el error primigenio haya sido aceptar acríticamente la genial y diabólica operación de marketing que significa hablar comúnmente de Inteligencia Artificial siendo artificial pero no inteligencia. Jordi Gracia es escritor y adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura










[ARCHIVO DEL BLOG] MI ÚLTIMO PAPA. PUBLICADO EL 28/09/2008











Para mi, la historia de la Iglesia Católica, y mi relación afectiva con ella, terminó el 3 de junio de 1963 con la muerte de Angelo Giuseppe Roncalli, el papa Juan XXIII. Ese mismo día, con 17 años, salía por vez primera yo solo de viaje, rumbo a la Academia General Militar, en Zaragoza. No aprobé la prueba de ingreso en la misma y aquel hecho cambió el rumbo de mi vida para siempre. Para bien.
Cinco años antes, justo el mes que viene hace 50, su elección como papa cambió el rumbo de la Iglesia Católica; creo que para bien... Y no sólo por la convocatoria del Concilio Vaticano II, cuya apertura llegó a presidir. También por hechos tan significativos como el de ser el primer papa en salir de los muros de San Pedro desde 1870, donde sus antecesores se habían encerrado como protesta por la designación de Roma como capital del Reino de Italia. También fue el primer papa en visitar una por una las parroquias de su diocesis, como obispo de Roma. Y su primera visita fuera del Estado Vaticano fue a una cárcel, la famosa prisión romana "Regina Coeli"... También fue el primero, en 400 años, en reunirse con el arzobispo anglicano de Canterbury... Son solo gestos, pero significativos... Y luego, su inmensa sonrisa, siempre franca y abierta... Fue mi último papa...
En mis 62 años de vida he conocido seis papas en el trono del Estado de la Ciudad del Vaticano: Del antecesor de Juan XXIII, Pio XII, guardo la imagen de un hombre de perfil pétreo, siempre adusto y serio en sus fotos, del que más tarde se supieron hechos que ponían en entredicho su pontificado. De su sucesor, Pablo VI, tengo mejor recuerdo. Sobre todo de su trascendental discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en Nueva York, que dijo en francés, y que seguí con gran interés por televisión; de su impulso al Concilio Vaticano II, que culminó; de su enfrentamiento público con el régimen franquista, que yo no entendí bien hasta más tarde. Le sucedió en el trono Juan Pablo I, de cuyo efímero reinado algunos han querido hacer una novela de misterio, y del que pienso que pudo ser, si la Fortuna le hubiera dejado vivir, un gran bien para la Iglesia y el mundo. Con Juan Pablo II, su sucesor, reconozco que nado contra corriente: todo su reinado me parece negativo para la Iglesia; derribó con alevosía y premeditación todo lo proyectado por el Concilio; cerró las puertas de la iglesia a cal y canto a cualquier posibilidad de reforma; se obsesionó con el sexo como si la virginidad fuera la virtud más excelsa del cristiano; pero fue también un gran comunicador y un excelente actor, que supo convertir su muerte en el mayor espectáculo de masas de la historia. Del actual papa reinante, Benedicto XVI no cabe decir mucho, y esperar, menos aún: su puesto de Inquisidor General durante el mandato de su antecesor, y su vinculación profunda con éste, lo definen bien.
Todo lo anterior me ha venido a la memoria al leer el artículo que en El País de ayer, sábado, titulado "El día que Juan XXIII cenó aparte", escribía Hilari Raguer, historiador y monje benedictino en Montserrat, sobre el cincuenta aniversario de la elección como papa de Juan XXIII. Espero que lo disfruten. Les dejo con él: "El día que Juan XXIII cenó aparte", por Hilari Raguer. Contra lo que suele decirse, la elección de Juan XXIII, el 28 de octubre de 1958, hace 50 años, no fue una sorpresa para el interesado. Lo revela la documentación que en estos años se ha ido conociendo, y en primer lugar la del propio electo.
El 24 de octubre, víspera de la apertura del cónclave, el cardenal Roncalli escribió a su íntimo amigo monseñor Battaglia, obispo de Faenza, para dejar arreglada una cuestión familiar, que no quería tener que afrontar siendo ya Papa. Un sobrino de Roncalli, Battista, estudiaba en el seminario de Faenza, en situación delicada porque provenía de la diócesis de Bérgamo, cuyo clero, desde la muerte del gran obispo Radini-Tedeschi, de quien Roncalli había sido secretario y gran admirador, estaba dividido entre los partidarios del nuevo obispo y los que echaban de menos la línea del difunto. De estos últimos era Battista, y el futuro Papa, que lo había colocado en Faenza, dice ahora al obispo que no le permita ir a Roma los días del cónclave, para no dar pábulo a rumores.
Estaba en la mente de muchos la polémica suscitada, a comienzos de aquel mismo año, por las revelaciones de la revista L'Espresso sobre las facilidades fiscales y otros privilegios de que habían gozado los parientes de Pacelli [el anterior papa, Pío XII].
En un ambiente como el romano, "tan viciado", escribe Roncalli, "por la maledicencia oral y de la prensa", le resultaría enojoso el rumor: "He aquí al sobrino, he aquí los parientes. Ocurriría lo mismo, y no quiero permitirlo. Yo sigo las huellas de Pío X y basta. Cuando oiga usted decir que he tenido que ceder al vuelo del Espíritu Santo, expresado por las voluntades reunidas, , deje venir a don Battista a Roma, acompañado con su bendición (...). En cuanto a mí, ¡ojalá quisiera el cielo ut transeat cálix iste! Por esto tenga la caridad de orar por mí y conmigo. Yo estoy en un estado que si se tuviera que decir de mí: Has sido pesado y no has dado el peso [alusión al festín de Baltasar, Daniel 5,27], me alegraría íntimamente y bendeciría por ello al Señor. De todo esto, naturalmente, acqua in bocca (punto en boca)".
El 25 por la mañana, Roncalli se entrevistó con Andreotti para tratar de la cesión, por parte del Estado, de cierto edificio público, que se destinaría a seminario menor de Venecia. Pero el astuto político no dejó de referirse al inminente cónclave. Roncalli, según Andreotti, le habría comentado: "He recibido un mensaje de augurio del general De Gaulle, pero esto de hecho no significa que voten en tal sentido los cardenales franceses. Sé que quisieran elegir a Montini, y ciertamente sería óptimo; pero no es posible superar la tradición de escoger entre los cardenales".
Aquella misma tarde, a las cuatro, se abría el cónclave y se procedía a una primera votación. Ya no se tratará de rumores y pronósticos de los vaticanólogos, sino de votos reales, y algunos son para Roncalli. No sabemos cuántos exactamente, pero a juzgar por lo que anotó en su preciosa agenda (que se acaba de publicar) ve confirmarse lo que ya suponía: "Por la tarde he tenido que leer yo mismo mi pobre nombre [luego era escrutador]. Queda aún tiempo para una sorpresa que me pudiera alcanzar. La espero desde ahora para mi humillación y para mi bien mejor". Tanta fuerza tiene su candidatura que, para evitar los comentarios de los demás cardenales, "por la noche", escribe, "me dispensé de bajar a la Sala Borgia para cenar. Comí algo en mi habitación y después me fui a orar".
Siempre según la agenda de Roncalli, el 27 ("el día", anota, "que parecía que sería el conclusivo y no lo fue") bajaron sus votos. Refiriéndose seguramente a alguien que habría hablado mal de él, cita la máxima de la Imitación de Cristo, libro por él tan querido, "olvido y perdono", y añade: "Sí, lo dejo correr y perdono de todo corazón y encuentro gusto en perdonar. Que el Señor me conserve siempre la delicia interior de hacerlo y de hacerlo siempre mientras viva. Éste es el modo más perfecto de vivir y de morir". Y por la noche baja de nuevo a cenar con todos los cardenales, como si el peligro ya hubiera pasado. Pero el 28, en las dos votaciones de la mañana, las aguas vuelven al cauce roncalliano: "En los escrutinios IX y X mi pobre nombre vuelve a subir", escribe en la agenda, y otra vez se retira y come solo. Seguro ya de lo que se le viene encima, piensa en el nombre que adoptará y para ello pide a su secretario el Annuario Pontificio y escribe en una hoja, que los editores de su agenda reproducen en facsímil, la lista de los Papas que se llamaron Juan, y junto a cada nombre apunta los años que reinaron. Tiempo atrás, después de la muerte de León XIII (1903), ya había expresado Roncalli el deseo de que algún Papa quisiera llamarse Juan XXIII, para descartar definitivamente al que aparecía con este nombre y número en las historias y aun en el Annuario Pontificio, a pesar de que el concilio de Constanza lo había declarado ilegítimo.
Seguro de que en el siguiente escrutinio alcanzará los dos tercios requeridos, prepara las palabras de aceptación y la justificación del nombre elegido. Efectivamente: "En el XI escrutinio", leemos en la agenda, "eccomi nominato papa". Lo de explicar la razón del nombre no tiene precedentes ni tendrá seguidores. Los demás Papas decían simplemente cómo querían ser llamados, pero él justificará su opción con un discurso breve pero jugoso, típicamente roncalliano, con una cascada de motivaciones que mezclaba desordenadamente los recuerdos personales y familiares más entrañables con profundos argumentos teológicos y bíblicos: es el nombre de su padre, y el titular de la humilde parroquia donde fue bautizado, así como de innumerables catedrales de todo el mundo, y en primer lugar de la de Letrán, "nuestra catedral", y es el que más Papas han llevado, "pues son veintidós los Sumos Pontífices llamados Juan". Y como si quisiera dejar claro a Sus Eminencias que sabía muy bien por qué lo acababan de elegir, añadió: "Casi todos tuvieron un corto pontificado". (El País, 27/09/08). Sean felices. HArendt
















DEL POEMA DE CADA DÍA. HOY, EL CUERVO, DE IDA GRAMCKO

 






EL CUERVO




A Edgar Allan Poe


Solo quedan, roídos, los peldaños

de una escalera en sombras;

una percha que incita con los garfios

de dos cuernos agudos, y unas ropas

sobadas por el tiempo y el espacio

y ausentes de calor y de memoria;

sólo un tapiz de raso

con manchas de oro y un sillón con borlas;

un abanico abierto, y un retrato

erguido, solitario, en una cónsola

un espejo que es agua de los años

con amorcillos en la cornucopia.

¡Ah, ya lo ves! Y mis dormidos pasos

que suben, sin querer, mientras azota

el viento en los cristales como un pájaro

con las húmedas alas en zozobra.

¡Ah, ya lo ves! ¿Acaso

soy el espectro errante de Leonora?

De mi cuerpo, caído campanario

se alejaron las últimas palomas.

Hoy sólo anida un cuervo en mi regazo

como en una cornisa melancólica. 




IDA GRAMCKO (1924-1994)

poetisa venezolana





















DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY MARTES, 3 DE JUNIO DE 2025

 










































lunes, 2 de junio de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY LUNES, 2 DE JUNIO DE 2025

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz 2 de junio de 2025. La mentira es letal para una democracia, al igual que lo son el extremismo y la falta de lealtad a las instituciones, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Javier Cercas, y desde la crisis de 2008 no cesamos de hablar de los años treinta del pasado siglo. La segunda es un archivo del blog de junio de 2020 en la que el profesor y escritor italiano Marco Balzano, hablaba sobre los desafíos a los que nos enfrentábamos al final de la segunda década del siglo XXI. El poema del día, en la tercera, se titula De la misma carne, está escrito en español y guaraní por el poeta Augusto Roa Bastos, y comienza con estos versos: Dejé al poniente/la franja tutelar de la cigarra;/un pueblo como un árbol y su ardiente/madera. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt







 







DE LA DESTRUCCIÓN DE LA DEMOCRACIA

 






La mentira es letal para una democracia, al igual que lo son el extremismo y la falta de lealtad a las instituciones, dice en El País [La destrucción de la democracia, 24/05/2025] el escritor Javier Cercas. Desde la crisis de 2008 no cesamos de hablar de los años treinta, comienza diciendo Cercas. Es natural. La crisis de 1929 provocó en Occidente la llegada al poder o la consolidación del fascismo (y acabó en la II Guerra Mundial); la crisis de 2008 ha provocado la llegada al poder o la consolidación del nacionalpopulismo (y no sabemos cómo acabará). La historia nunca se repite exactamente, pero siempre se repite con máscaras distintas, porque en ella, como en la materia, nada se crea ni se destruye (solo se transforma), y porque las circunstancias siempre son distintas, pero los errores de los humanos son idénticos o casi idénticos; no me canso de recordar a Bernard Shaw: lo único que se aprende de la experiencia es que no se aprende nada de la experiencia. El nacionalpopulismo no es fascismo: es una máscara o una metamorfosis del fascismo; como tal, contiene algunos rasgos del fascismo (el más notorio: el nacionalismo), y en todo caso es más peligroso que él, porque todavía no hemos encontrado su antídoto: la prueba es el retorno de Donald Trump al poder. Al principio, comparar a Trump con Hitler podía parecer exagerado o imprudente; ya no lo es, sobre todo si se recuerda que, en 1933, cuando Hitler accedió al poder, nadie imaginaba que acabaría haciendo lo que hizo. Al menos desde Cicerón, sabemos que la historia debe ser magistra vitae; por eso conviene tenerla siempre presente: para intentar quitarle la razón a Bernard Shaw. En suma: lo imprudente ahora es no pensar en Hitler cuando se piensa en Trump.

En El arte de ser humanos, Rob Riemen dibujó un paralelismo entre la democracia que destruyó Hitler —­la República de Weimar (1918-1933)— y la democracia que intenta destruir Trump; lo curioso es que el dibujo es previo a la vuelta de Trump al poder (ahora el paralelismo es más acusado). En Weimar, recuerda Riemen, la democracia fue socavada por la mentira del Dolchstoss, la leyenda de la puñalada por la espalda que, en la I Guerra Mundial —según Hitler y los suyos—, asestaron judíos y revolucionarios alemanes a su país, provocando su derrota; en Estados Unidos, la que socava la democracia es la Big Lie, la gran mentira de que Trump ganó las elecciones de 2020, pero los demócratas se las robaron. En Weimar los movimientos extremistas minaron la democracia; en Estados Unidos, el partido republicano se ha convertido en un movimiento extremista. Como en Estados Unidos, en Weimar la democracia fue erosionada por teorías de la conspiración que debilitaron la confianza en las instituciones democráticas, empezando por la justicia. Como en Estados Unidos, en Weimar ganó terreno, sobre todo entre los intelectuales, la idea de una revolución conservadora “cuyo principal objetivo era la restauración de un orden social uniforme en el que una clase privilegiada debía ser dominante”. También como en Estados Unidos, en Weimar prosperó un movimiento político basado en la mentira, el miedo, el odio, la xenofobia, el materialismo, el racismo y el culto a un demagogo erigido en mesías… Hasta aquí, las similitudes; no son menos notorias las diferencias. La principal, a mi juicio, es que la de Weimar era una democracia reciente, con una tradición y unas instituciones frágiles, que no resistieron el embate de una crisis brutal; la democracia americana, en cambio, es la más antigua del mundo, dotada de unas instituciones sólidas, empezando por la justicia. (“Entre Trump y la dictadura solo quedan los jueces”, ha escrito Lluís Bassets). De ahí que yo crea que la democracia estadounidense aguantará. O eso espero.

De todo esto me atrevo a sacar una conclusión: que, contra lo que dicen los cínicos, aparte del miedo y el odio y la xenofobia y el materialismo y el racismo y el culto a los demagogos, la mentira, venga de donde venga, es letal para una democracia, al igual que lo son el extremismo y la falta de lealtad a las instituciones, y que, cada vez que toleramos sin escándalo que un político las socave, tildando de legítimas las resoluciones judiciales que le benefician y de tramposas las que le perjudican —como hacen nuestros políticos a diario—, estamos trabajando por la destrucción de la democracia. Mal rollo. Javier Cercas es escritor y académico de la RAE.