sábado, 7 de diciembre de 2024

De algunos hombres mayores

 








En mi vida hay algunos hombres mayores. Mucho mayores que yo. No son familiares, sino amigos que he conocido en la última etapa de sus vidas, tal vez en sus últimos años. Cuando lo pienso, siento que he llegado tarde a una fiesta sorpresa, pero al menos he llegado. Tengo el privilegio de haber coincidido en el tiempo con ellos, estar viva mientras ellos también lo están, dice en El País [Algunos hombres mayores, 30/11/2024] la escritora Marina Perezagua. Me viene a la mente la dedicatoria de Carl Sagan a Ann Druyan en Cosmos: “En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie”.

Hay dos cualidades que despiertan mi fascinación, mi enamoramiento, real o figurado, por un hombre: la bondad y la inteligencia. Estos amigos comparten ambas. Pero esa sensación de haber llegado tarde a la fiesta me hace temer, y a ellos también, que en algún momento inesperado, sonará el teléfono. Tal vez mientras uno descorcha una botella de vino, al otra lado una voz le pedirá que cruce la puerta. Y se irá. Sin abrigo, sin despedidas. Y yo me iré quedando sola en esa fiesta, mientras los teléfonos de los otros amigos también empiezan a sonar. Podría ser que el mío suene primero, pero por la ley natural es más probable que sea yo la que me quede sin ellos. Esta circunstancia condiciona nuestra amistad; la tiñe de una urgencia distinta, una tensión permanente. Honramos cada momento compartido como algo frágil. Cada despedida se sella con un abrazo que se hace grieta a medida que nos alejamos.

Tener amigos que podrían ser mis abuelos me da miedo, pero sobre todo me da vida. Ni siquiera destaco lo que se suele acentuar: la mayor sabiduría o experiencia que nuestros mayores pueden aportarnos. Lo que más me llena de estas relaciones es la pasión que las habita. La verdad. No hay tiempo para ocultar sentimientos íntimos. Mi amistad con estos amigos está despojada de ornamentos; es una amistad desnuda, porque tiene el tiempo contado y una profundidad que urge. Se parece a los vínculos que surgen en un país en guerra. La guerra es un acelerador de amistades, qué vas a hacer si no sabes cuándo caerá el próximo misil. Beber, y contar verdades que quizá nunca antes confesaste. Esta intimidad, une. Cuando el tiempo corre en nuestra contra, compartir un secreto a un desconocido le convierte en amigo, en posible testamento de tus palabras, albacea de tus bienes más inmateriales. A veces me preguntan si tengo relaciones sentimentales con alguno de ellos. Las he tenido con otros hombres mayores, pero ahora no hablo de eso, sino de amistad. Pero tampoco me intimida que un amigo de 85 años me diga que tengo las piernas bonitas; no lo tomo solo como un cumplido, sino como una opinión libre, que se expresa sin miedo a que yo pueda pensar que está fuera de lugar. No les despojo de su sexualidad. Me molesta cuando otros lo hacen, cuando les niegan su derecho al deseo o los degradan si intuyen que los hombres mayores siguen siendo personas. Es curioso que vivamos en una sociedad que defiende lo fluido pero que, al mismo tiempo, ponga fecha de caducidad al deseo.

Creo que un hombre que se acerca a la muerte, que la teme con furia, no es nunca inofensivo: ese hombre es fuego, apego a la vida y al cuerpo. Un hombre que se está yendo es oro. Alguien me dijo una vez “te gustan los abuelos”, a lo que yo respondí: “En absoluto, que tengan nietos o no me resulta por completo indiferente”. No iba a justificarme diciendo que estos amigos son solo amigos, porque hacerlo implicaría negar que en otras circunstancias podrían ser amantes. También me aburren las teorías freudianas que explican mi amistad profunda con algunos hombres mayores como resultado de la ausencia de mi padre. Es lo contrario: en estos hombres encuentro intensidad, desafío, una mirada aguda y palabras que terminan en filo. Recuerdo leer las cartas que el premio Nobel de Física Chen Ning Yang le enviaba a mi amigo P. contándole el amor y la pasión que había empezado a sentir por una mujer llamada Weng Fan, 54 años menor que él. En aquel momento, Chen tenía 82 años. P. me enseñó una foto que Chen le había enviado junto a una de sus cartas. Chen y Weng reían en las gradas de un estadio de fútbol. Cualquiera puede reconocer en los ojos de ella el brillo de los afortunados que conocen el amor. Se casaron al poco tiempo. Él se refería a ella con la expresión “Mi última bendición de Dios”. Chen sigue vivo. Tiene 102 años. Ella tiene más o menos mi edad. Permanecen juntos.Tengo la suerte de haber coincidido en el tiempo con algunos hombres mayores. Su amistad es un regalo en esta fiesta en la que también, algún día, sonará mi teléfono, y tendré que abandonar. Mientras tanto, mi alegría es compartir un planeta y una época con mis mayores amigos.













[ARCHIVO DEL BLOG] Balance de lecturas del año. Publicado el 18/12/2019











Un jurado de 84 expertos ha escogido para la revista Babelia los títulos más relevantes de las dos primeras décadas del milenio. Les confieso, pudorosamente, que sólo he leído 14 de los títulos seleccionados, pero vaya en mi descargo que 6 de ellos están entre los 21 primeros títulos de la lista ( y por supuesto, "2666", de Roberto Bolaño), 4 entre los títulos del 22 al 50; y los 4 restantes, entre el 51 y el 100. Por supuesto, esa lista no es el Canon literario occidental, producto de siglos, obras literarias que han formado la denominada alta cultura en la civilización occidental, que por su calidad, su originalidad, o por ciertos rasgos formales y temáticos, han trascendido en la historia, arte y cultura occidentales, sin perder vigencia ni quedar obsoletas, pero merece la pena conocerla.
Hacer listas, escribe Alberto Manguel en su Diario de lecturas, “da lugar a cierta arbitrariedad mágica, como si la simple asociación pudiera crear sentido”. Pues bien, ¿qué sentido se puede encontrar en una lista que trata de hacer balance de las dos primeras décadas del siglo XXI? Empecemos por el principio. El martes 11 de septiembre de 2001, dos aviones de pasajeros secuestrados por terroristas suicidas derribaron las Torres Gemelas de Nueva York, mataron a casi 3.000 personas y cambiaron el mundo para siempre. De paso, mandaron al trastero de las hipótesis la teoría hegeliana del fin de la historia reciclada por Francis Fukuyama tras la caída del muro de Berlín y zanjaron la discusión sobre si el siglo XXI empezaba en el año 2000 o en 2001. La guerra de las galaxias se quedó en choque de civilizaciones. Los ordenadores pasaron la prueba del efecto 2000, pero sus usuarios —la nueva gran palabra— entraron en la era del miedo, la inseguridad, la precariedad, la intimidad (pública) y la realidad (virtual).
El futuro había llegado tan pronto en forma de metralla que los cines se llenaron de remakes; las librerías, de cánones, recuentos y resúmenes y listas de lo muy muy y lo más más (que había que ver, leer y escuchar… antes de morir). También de relatos con un fondo de historia universal y libros de no ficción o de autoficción que dan tanto valor a la trama como a su making-of. Incapaz de imitar a una realidad presente que parecía de novela, la literatura se volcó en el pasado, en la memoria (histórica y a secas), en las investigaciones periodísticas, en la primera persona y en la propia literatura, que se volvió metatodo.
De ahí el triunfo absoluto de 2666, un libro total compuesto de cinco partes y publicado en otoño de 2004, al año siguiente de la muerte de su autor. Desde Borges —retratado minuciosamente por Adolfo Bioy Casares en un diario ya ineludible—, ningún escritor ha influido tanto como Roberto Bolaño en las nuevas generaciones. Que sus libros empezasen a publicarse en Anagrama y actualmente lo hagan en Alfaguara —las dos editoriales más presentes en la lista de Babelia— es otro síntoma del peso de algunos sellos en la creación del gusto contemporáneo.
Acaso por una mera cuestión generacional, la literatura canónica de las dos primeras décadas del siglo XXI se ha ocupado de hurgar en las heridas del XX. Las guerras mundiales, la guerra civil española, la posguerra, la descolonización, las migraciones, el apartheid, las dictaduras latinoamericanas, la caída del imperio soviético, los feminicidios en Ciudad Juárez o las turbulencias en Oriente Próximo pueden rastrearse en la obra del propio Bolaño, Ian McEwan, W. G. Sebald, Javier Marías, Javier Cercas, Tony Judt, Mario Vargas Llosa, J. M. Coetzee, Zadie Smith, Svetlana Aleksiévich, Emmanuel Carrère, Marjane Satrapi o Edmund de Waal.
Pero si esos autores empiezan a ser canónicos no es solo por los temas que abordan, sino por el modo en que lo hacen: mezclando realidad y ficción, narración y reflexión, dinamitando los géneros tradicionales o dejando que su intimidad sin filtros discuta con la historia universal. Ese yo con voluntad de nosotros es el que ha producido además títulos como los de Joan Didion, Lucia Berlin, Anne Carson y Raúl Zurita —que tituló su obra magna con su propio apellido—, pero sobre todo los seis volúmenes de Karl Ove Knausgård.
También la gran historia y la intimidad cruda están presentes en títulos del siglo XXI tan exitosos como El Código Da Vinci, El niño con el pijama de rayas o Cincuenta sombras de Grey. ¿Por qué no están en esta lista? Tal vez porque no cuadran con la definición que el crítico Northrop ­Frye acuñó para la “gran literatura”: aquella que es “dueña de una visión siempre más vasta que la de sus mejores lectores”. El poeta Wystan Hugh Auden lo matizó así: “Hay libros que han sido injustamente olvidados; ninguno es injustamente recordado”.
La crisis económica de 2008 sumó la indignación a la inseguridad y dio la razón a una novela premonitoria publicada en España un año antes: Crematorio, de Rafael Chirbes. De paso, empoderó —el verbo del siglo— a un género y a una generación. El feminismo y el ecologismo son por ahora la respuesta más contundente a una deriva insostenible que va camino de convertir en realismo puro una novela de, digamos, ciencia-ficción como La carretera, de Cormac ­McCarthy. Protagonizada por dos hombres solos —un padre y un hijo— que vagan por un planeta devastado, la distopía del autor estadounidense incluye en sus páginas algo que se parece a una definición de la literatura de hoy: “Dios no existe y nosotros somos sus profetas”. Les dejo con la lisa de Babelia:
1. '2666', Roberto Bolaño. "2666 es lo mejor de una producción literaria prematuramente interrumpida", escribió Ana María Moix en Babelia en 2004, "Amalfitano, uno de los protagonistas de la segunda de las cinco partes o novelas que componen 2666, obra póstuma de Roberto Bolaño (1953-2003), publicada originalmente en Anagrama y actualmente disponible en Alfaguara, rememora desde México una conversación sostenida, hacía años en Barcelona, con un joven farmacéutico que pasaba sus noches de guardia leyendo. Al joven le gustaba leer novelas breves como La metamorfosis, de Kafka; Bartleby, el escribiente, de Melville; Un corazón simple, de Flaubert, o Un cuento de Navidad, de Dickens, títulos que escogía en lugar de El proceso, Moby Dick, Bouvard y Pécuchet o El Club Pickwick, novelas largas de los citados autores. 'Qué triste paradoja, pensó Amalfitano', escribe Bolaño. 'Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren caminos en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros (...)'. Y, de hecho, eso es 2666: una gran obra torrencial, que abre caminos en lo desconocido". Moix apunta que las cinco partes de esta gran obra pueden leerse por separado, pero se perdería la grandeza que alcanzan juntas.
2. 'Austerlitz', W. G. Sebald. La novela del alemán W. G. Sebald (1944-2001) narra la odisea vital de un hombre sin historia llamado Jacques Austerlitz en busca de ese tejido perdido en el tiempo que son sus padres. El protagonista camina sobre los restos de una devastación insoportable después de dos guerras. “Austerlitz es una formidable representación del destino del hombre moderno llevado a un extremo: el del desarraigo extremo; también lo es de la capacidad de supervivencia del ser humano”, escribió en estas páginas José María Guelbenzu en 2002. Traducción de Miguel Sáenz.
3. 'La belleza del marido', Anne Carson. Anne Carson (1950) abordó en La belleza del marido el conflicto desencadenado por su separación. “Hay en este poemario”, escribió el crítico Ángel Rupérez en 2003, “una tensión entre la idealización inicial del marido (…) y el derrumbe de ese ídolo que consigue sobrepasar con creces el anecdotario más estrictamente autobiográfico y confesional, constantemente convertido en materia poética contaminada por un continuo y soterrado —no explícito— aliento lírico hecho de elegía comedida y de creencia incondicional en la belleza”. Traducción de Ana Becciu.
4. 'La Fiesta del Chivo', Mario Vargas Llosa. La Fiesta del Chivo es un relato sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo Molina y, a la vez, un impresionante fresco de la corrupción destructiva de las dictaduras. En su crítica de 2000, el argentino Tomás Eloy Martínez definió la novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) como “un retrato implacable del poder absoluto en una novela que se lee sin respiro de principio a fin”.
5. 'Expiación', Ian McEwan. Con minuciosidad y un talento infinito, el británico Ian McEwan (Aldershot, 1948) ha ido construyendo una obra tan variada como imprevisible. Expiación es una de sus novelas más célebres, mucho antes de que fuese llevada al cine. En su crítica, Andrés Ibáñez calificó en 2002 la novela como “un relato de una ambición y un alcance nada frecuentes”. “Es, ante todo”, proseguía, “un triunfo de la imaginación creadora, una obra que justifica en sí misma la existencia del arte de la novela”. Traducción de Jaime Zulaika.
6. 'Limónov', Emmanuel Carrère. Emmanuel Carrère (París, 1957) ha construido un género propio en el que mezcla la autobiografía con el retrato de personajes insólitos. Así definió el autor a su protagonista en 2013: “Ha sido granuja en Ucrania, ídolo del underground soviético, mendigo y después mayordomo de un millonario en Manhattan; escritor en París, soldado en los Balcanes, y, ahora, en el inmenso burdel del poscomunismo en Rusia, viejo jefe carismático de un partido de jóvenes desesperados. Él se ve como un héroe, pero también se le puede considerar un cabrón: yo no me atrevo a juzgarlo”. Traducción de Jaime Zulaika.
7. 'Tu rostro mañana', Javier Marías. Javier Marías cerró su trilogía Tu rostro mañana en 2007 con Veneno y sombra y adiós, en la que reflexiona sobre el egoísmo, la verdad y la culpa. José-Carlos Mainer calificó la obra de ejemplo del género de la autoficción: “Marías ha logrado la construcción más sostenida, compleja e importante que tal voluntad (de estilo y de género) ha producido en las nuevas letras españolas”. Mainer describe la obsesión por “la naturaleza de la verdad” y cree que “el punto de partida de la existencia es el egoísmo”.
8. 'Borges', Adolfo Bioy Casares. “De las 20.000 páginas de cuadernos íntimos que Bioy (1914-1999) escribió a lo largo de su vida, su relación con Borges ocupa 1.700”, explicó en una información de 2006 Javier Rodríguez Marcos. Son las que preparó para este volumen antes de morir: “Aunque el libro se extiende entre 1931 y 1989, Bioy resume los 15 primeros años en una decena de páginas. Eso sí, brillantes. Los diarios borgianos de Bioy están llenos de literatura”. Borges dijo que su relación era una profunda amistad “sin intimidad” cuya piedra angular eran los libros.
9. 'Verano', J. M. Coetzee. Verano, la tercera entrega de las memorias del sudafricano J. M. Coetzee (1940), “revela una audacia literaria que no por consecuente con la última parte de su obra deja de ser un reto original”, escribió José María Guelbenzu en 2010. En este libro, cinco entrevistados crean con su testimonio un Coetzee personal e íntimo, en un documento que manifiesta la viveza de espíritu del escritor y su apuesta irreductible por la verdad literaria. Traducción de Jordi Fibla.
10. 'El año del pensamiento mágico', Joan Didion. “La obra de no ficción de Joan Didion (1934) ejemplifica bien el género conocido como ensayo personal, una forma de escritura cuyo objetivo es someter a examen circunstancias de orden histórico o sociológico desde una perspectiva radicalmente subjetiva”, escribió en 2005 en estas páginas Eduardo Lago. Este libro de duelo es, en palabras del escritor, “el más personal por lo íntimo y doloroso del tema”: la muerte de su marido. Traducción de Javier Calvo.
11. 'Mi lucha', Karl Ove Knausgård. El noruego Karl Ove Knausgård (1968) narra su vida en seis tomos bajo el título de Mi lucha,como la autobiografía de Hitler. “Un vertedero documentario que necesita existir para que surja, de vez en cuando, un prodigio que, por sí solo, parecería puramente retórico pero que, nacido de la abrumadora acumulación de detalles, se convierte en una epifanía”, opinó Alberto Manguel en 2014. Traducción de Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo.
12. 'La carretera', Cormac McCarthy. Un padre y su hijo, supervivientes de una hecatombe nuclear, caminan hacia un sur que, solo quizá, sea su salvación. “Unidos por el amor y el miedo, son la expresión de una soledad intolerable”, escribió J. M. Guelbenzu en su crítica de esta novela de Cormac McCarthy (1933). Traducción de Luis Murillo Fort.
13. 'Crematorio', Rafael Chirbes. Rafael Chirbes (1949-2015) narró en esta novela la corrupción urbanística en España. “Con una escritura de precisión clínica en la que a veces recala un medido lirismo, el escritor no cede al olvido de la grande y pequeña historia de nuestro país. Como si Galdós vigilara”, escribió sobre el autor y su obra J. E. Ayala-Dip.
14. 'Dientes blancos', Zadie Smith “El rasgo más característico de la escritura de Zadie Smith (1975)es su propensión a la sátira. No obstante, Dientes blancos no es una novela divertida”, escribió Francisco Solano en 2001. “Retrata el espacio multirracial habitado por hijos de inmigrantes, cuya asimilación a la metrópoli, junto con la confrontación con los padres, les aboca a ser víctimas de una mezcolanza ideológica y religiosa que produce claros efectos de atolondramiento”. Traducción de Ana M. de la Fuente.
15. 'Manual para mujeres de la limpieza', Lucia Berlin. La estadounidense Lucia Berlin (1936-2004) empezó a publicar (no a escribir) muy tarde y solo a finales del pasado siglo se la comenzó a reconocer como una narradora excepcional. Manual para mujeres de la limpieza es una antología de relatos basados en la vida itinerante de la autora, alcohólica, que trabajó en toda clase de oficios para mantener a sus hijos. “Todo cuanto relata tiene olor a verdad”, aseguró José María Guelbenzu en 2016. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino.
16. 'Zurita', Raúl Zurita. “La primera impresión que produce Raúl Zurita (Santiago, 1950) es la de un poeta perdido en el mundo del misterio y la espiritualidad”, escribió el cronista Patricio Fernández en 2012. “No lee, canta, se lamenta, y reza”. Y este poeta publicó aquel año su particular autobiografía, un poemario de 800 páginas en el que se expone más crudamente que nunca. La obra está actualmente disponible en la editorial Delirio.
17. 'Postguerra', Tony Judt. El historiador británico (1948-2010) logró con este libro una hazaña, mezclando las lavadoras, los Beatles y Margaret Thatcher. Esto es, la vida cotidiana, la cultura y la política. “La nueva Europa constituye un éxito notable vitalmente vinculado a un terrible pasado”, escribió Santos Juliá en su reseña. “Para que los europeos conserven siempre ese víncu­lo vital hay que enseñárselo de nuevo a cada generación”. Traducción de Jesús Cuéllar y Gloria E. Gordo del Rey.
18. 'Soldados de Salamina', Javier Cercas. J. Ernesto Ayala-Dip habló en su crítica de Soldados de Salamina en 2001 de la mezcla entre “el relato real” que se plantea en el libro de Cercas y la “obra de ficción” que realmente es. La historia del fallido fusilamiento de Rafael Sánchez Mazas, escritor y fundador de la Falange, se desarrolla con “esa prosa que se desliza con la naturalidad que da la madurez”, añadió Ayala-Dip sobre esta novela.
19. 'El fin del Homo sovieticus', Svetlana Aleksiévich. Cuando Svetlana Aleksiévich (Ucrania, 1948) recibió el Premio Nobel de Literatura, muchos lectores descubrieron la fuerza de una obra, a medio camino entre el periodismo y la historia. El fin del ‘Homo sovieticus’ ofrece las voces de los que vivieron el fin del comunismo. “Su obra es también una revancha del periodismo”, escribió Lluís Bassets sobre su obra, “que busca las fuentes más modestas y las experiencias más sencillas para explicar lo que fue silenciado durante las siete décadas soviéticas”. Traducción de Jorge Ferrer.
20. 'Persépolis', Marjane Satrapi. En Persépolis, el único cómic en la lista, la autora iraní cuenta la revolución islámica de 1980 vista por una niña, la que Marjane Satrapi era entonces, con 10 años, cuando tuvo que ponerse pañuelo por primera vez para ir a la escuela. “Tenía un deber para con mi país”, le dijo en 2002 a Jaume Vidal en una entrevista. Un cómic en blanco y negro porque, según Satrapi, “el rojo de la sangre podría ser muy dramático”. Traducción de Albert Agut.
21. 'La liebre con ojos de ámbar', Edmund de Waal. A través de la historia de 264 miniaturas japonesas llamadas netsukes —entre ellas, la liebre que da título al libro—, Edmund de Waal (Nottingham, 1964) construye la historia de su familia, aunque va mucho más allá en un retrato de la historia reciente de Europa y de sus profundas heridas y ausencias. 
22. La grande, Juan José Saer. 
23. Nunca me abandones, Kazuo Ishiguro. 
24. Anatomía de un instante, Javier Cercas. 
25. Demasiada felicidad, Alice Munro. 
26. La tabla rasa, Steven Pinker. 
27. Los años, Annie Ernaux.
28. Temporada de huracanes, Fernanda Melchor.
29. Sapiens, Yuval Noah Harari. 
30. Kafka en la orilla, Haruki Murakami. 
31. El nervio óptico, María Gainza. 
32. Los diarios de Emilio Renzi, Ricardo Piglia. 
33. La novela luminosa, Mario Levrero. 
34. En presencia de la ausencia, Mahmud Darwish. 
35. Incendios, Wajdi Mouawad. 
36. Pensar rápido, pensar despacio, Daniel Kahneman. 
37. Las correcciones, Jonathan Franzen. 
38. El adversario, Emmanuel Carrère. 
39. La mancha humana, Philip Roth.
40. Canadá, Richard Ford. 
41. Elizabeth Costello, J. M. Coetzee. 
42. Terror y utopía, Karl Schlögel.
43. Lectura fácil, Cristina Morales.
44. Las poetas visitan a Andrea del Sarto, Juana Bignozzi.
45. Ordesa, Manuel Vilas. 
46. Distancia de rescate, Samanta Schweblin. 
47. La noche de los tiempos, Antonio Muñoz Molina. 
48. Teoría King Kong, Virginie Despentes. 49. 
El mundo deslumbrante, Siri Husvedt. 
50. Los testamentos, Margaret Atwood
Del 51 al 100 (por orden alfabético del apellido del escritor). 
51. Americanah, Chimamanda Ngozi Adichie.
52. Diccionario de autores latinoamericanos, César Aira.
53. Experiencia, Martin Amis
54. Patria, Fernando Aramburu.
55. Un país mundano, John Ashbery. 
56. Fun Home, Alison Bechdel
57. Genios: un mosaico de cien mentes creativas y ejemplares, Harold Bloom. 
58. Vida precaria, Judith Butler. 
59. El día del Watusi, Francisco Casavella. 
60. Las ensoñaciones de la mujer salvaje, Hélène Cixous. 
61. Hombre lento, J. M. Coetzee.
62. A contraluz, Rachel Cusk.
63. La maravillosa vida breve de Óscar Wao, Junot Díaz. 
64. Jamás el fuego nunca, Diamela Eltit.
65. El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolin. 
66. Un ángulo me basta, Juan Antonio González Iglesias. 
67. El giro, Stephen Greenblatt. 
68. El tejido del cosmos, Brian Greene.
69. Homo Deus. Breve historia del mañana, Yuval Noah Harari. 
70. Trabajos del reino, Yuri Herrera. 
71. Sumisión, Michel Houellebecq. 
72. La posibilidad de una isla, Michel Houellebecq.
73. La doctrina del shock, Naomi Klein. 
74. La casa de la fuerza, Angélica Liddell. 
75. Berta Isla, Javier Marías.
76. Asterios Polyp, David Mazzucchelli
77. Necropolítica, Achille Mbembe.
78. C, Tom McCarthy. 
79. Aquí, Richard McGuire. 
80. Todo lo que tengo lo llevo conmigo, Herta Müller. 
81. Escapada, Alice Munro. 
82. Suite francesa, Irène Némirovsky. 
83. Infiel. Historias de transgresión, Joyce Carol Oates. 
84. El salto del ciervo, Sharon Olds. 
85. El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty. 
86. Un apartamento en Urano, Paul B. Preciado. 
87. Diccionario sánscrito-español. Mitología, filosofía y yoga, Òscar Pujol. 
88. Retaguardia roja, Fernando del Rey. 
89. La conjura contra América, Philip Roth.
90. Harry Potter y el misterio del príncipe, J. K. Rowling. 
91. La última noche, James Salter. 
92. Clavícula, Marta Sanz. 
93. El artesano, Richard Sennett. 
94. La estupidez, Rafael Spregelburd. 
95. La poesía del pensamiento, George Steiner. 
96. La gran brecha. Qué hacer con las sociedades desiguales, Joseph Stiglitz. 
97. Los errantes, Olga Tokarczuk. 
98. Nada se opone a la noche, Delphine de Vigan.
99. Hablemos de langostas, David Foster Wallace. 
100. Fabricando historias, Chris Ware
Yo, por mi parte, como acostumbro a hacer todos los años por estas fechas subo al blog el balance de mis lecturas en 2019. Es una lista sin pretensión alguna, salvo la de que pueda resultar interesante a algún lector curioso del blog. Los libros están enumerados por un cierto orden cronológico de lectura o consulta, sin jerarquización de ningún otro tipo ni valoración personal. 
Hay muchas relecturas del pasado, la mayoría; otras, continuación de las iniciadas algún momento atrás, abandonadas por cualquier circunstancia, y retomadas de nuevo; y otras, nuevas, las menos, que leo por vez primera. Y por supuesto, también numerosas consultas más o menos superficiales, algunas con más profundidad. Por obligación, ninguna; por placer, todas.
Hago mías las palabras de mi admirado Michel de Montaigne en su Ensayos: "Cuando era joven, estudiaba por ostentar; después, un poco, para volverme sabio; ahora, para divertirme; jamás por la ganancia". Les dejo con ellos:  
1. La tiranía de los imbéciles, de Carlos Prallong .
2. El libro de estilo de la lengua española, de la RAE .
3. El Cantar de los Cantares, de Fray Luis de León . 
4. Pequeñas alegrías, de Ramón Arola y Luisa Vert .
5. La Historia como pretexto, por José Luis Pascual . 
6. Casandra, de Benito Pérez Galdós . 
7. La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker . 
8. El principito, de Antoine de Saint-Exupéry . 
9. El Cantar de los Cantares, Anónimo. Biblia de Jerusalén 
10. El retorno, de Dulce María Cardoso 
11. El principio esperanza, de Ernst Bloch 
12. Ateísmo en el cristianismo, de Ernst Bloch 
13. La revolución imaginaria. París 1968, de Michael Seidman 
14. Escritos de comprensión. 1930-1954, de Hannah Arendt 
15. El contrataque liberal, de Luis Garicano 
16. Rahel Varnhagen: La vida de una mujer judía, por Hannah Arendt 
17. Reina Roja, de Juan Gómez-Jurado 
18. Los hermanos, de Terencio 
19. Edith Stein en compañía. Vidas filosóficas entrecruzadas, de J. Moreno 
20. Diccionario de Historia de España, de Germán Bleiberg 
21. Derecho Político Español, de Óscar Alzaga, et alli
22. Historia Antigua. El mundo griego, de Pilar Fernández Uriel 
23. Historia Antigua. Historia de Roma, de J. Cabrera y P. Fernández Uriel 
24. Historias de amantes peregrinos. Las primeras novelas, de Carlos G. Gual
25. El tema de España en la poesía española contemporánea, de J.L. Cano
26. Los condenados, de Benito Pérez Galdós 
27. Teoría General del Estado, de Georg Jellinek 
28. Essais/Ensayos, de Michel de Montaigne 
29. Política para Amador, por Fernando Savater
30. El misántropo, de Menandro
31. La China de Xi Jinping, de Julio Aramberri
32. ¿Qué es la política?, de Hannah Arendt
33. La república, de Platón
34. Brujas, de Mona Chollet
35. La deriva reaccionaria de la izquierda, por Félix Ovejero
36. La investigación de los arabismos del castellano, por Federico Corriente
37. Entre el pasado y el futuro, de Hannah Arendt
38. Un mundo que ganar, de Geoff Eley
39. El federalista, de A. Hamilton, J. Madison y J. Jay
40. El hobbit, de J.R.R. Tolkien
41. Buenos días, tristeza, de Françoise Sagan
42. Ideas comprometidas. Los intelectuales y la politica, de Fuentes y Archilés
43. En defensa del fervor, de Adam Zagajewski
44. Sakura, de Matilde Asensi
45. Igualdad, suerte y justicia, de Jahel Queralt
46. Por una vuelta al socialismo, de Gerald A. Cohen
47. Noticias de la Historia de Canarias, de José de Viera y Clavijo
48. Aulularia, de Plauto
49. Elogio de lo cotidiano, de Tzvetan Todorov
50. Una muerte feliz, de Hans Küng
51. El bosque animado, de Wenceslao Fernández Flores
52. España en su historia, de Américo Castro
53. Adiós a la filosofía y otros textos, de Cioran
54. A la espera de Dios, de Simone Weil
55. Las suplicantes, de Esquilo
56. El lugar de la Sintaxis en las primeras Gramáticas de la RAE, de G. Rojo
57. Doña Perfecta, de Benito Pérez Galdós
58. Las ciudades, de Pío Baroja
59. Obras completas, de Albert Camus
60. Teoría de los sentimientos, de Carlos Castilla del Pino
61. Antología poética, de Alfonsina Storni
62. La Constitución explicada a mis nietas, de Javier Pérez Royo
63. Arquitectura de la vida humana, de Carlos Castilla del Pino
64. Los caballeros, de Aristófanes
65. Silencio, de Juan Mayorga
66. Electra, de Benito Pérez Galdós
67. Doce cuentos peregrinos, de Gabriel García Márquez
68. Quienes somos y como hemos llegado hasta aquí, de David Reich
69. El hombre que lo tenía todo, todo, todo, de Miguel Ángel Asturias
70. Un mundo que ganar, de Geoff Eley
71. Parte de una historia, de Ignacio Aldecoa
72. Lo mejor de ir es volver, de Albert Espinosa
73. Intimidad improvisada, de Maxim Huerta
74. Tesoro lexicográfico del español de Canarias, de Cristóbal Corrales 
75. Asinaria, de Plauto
76. La mano del sueño, de Luis Mateo Díez
77. Los orígenes del hombre. Los primeros americanos, de Robert Clairborne
78. Capitalismo, de Arthur Seldon
79. La fiera, de Benito Pérez Galdós
80. Historia de la teoría política, Tomo V, de Fernando Vallespín
81. Imperiofilia y el populismo nacional-católico, de José Luis Villacañas
82. Los orígenes del hombre. Los hititas, de Jim Hicks
83. El sentido del estilo, por Steven Pinker
84. Guía de senderos de Gran Canaria, Tomo I, de A. Santana y C. Moreno
85. Bajada de la Virgen de las Nieves 2015, de Víctor J. Hernández
86. La asamblea de las mujeres, de Aristófanes
87. El arte de amargarse la vida, de Paul Watzlawick
88. Los orígenes del hombre. Los israelitas, de Baruch A. Levine
89. Historia del mundo antiguo. Proximo Oriente y Egipto, de Ana Mª Vázquez
90. Aventura de la palabra en el siglo XX, por Fernando Fernán-Gómez
91. La suegra, de Terencio
92. Los orígenes del hombre. Los etruscos, de Dora Jane Hamblin
93. Poesía reunida. 1949-2015, de Ida Vitale
94. Voluntad, de Benito Pérez Galdós
95. Historia de España, de Jorge Ventura
96. Erasmo y España, de Marcel Bataillon
97. El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes
98. El jardín de los delirios. Las ilusiones del naturalismo, de Ramón del Castillo
99. Los orígenes del hombre. El nacimiento de la escritura, de Robert Claiborne
100. Cisma, de Jesús Bastante Liébana
101. El Gorgojo, de Plauto
102. La peor parte. Memorias de amor, por Fernando Savater
103. Los orígenes del hombre. Los constructores de megalitos, por R. Wernick
104. Palabras de amor de los poetas, de Luis María Ansón
105. De Seúl al cielo, de Silvia Aliaga y Tatiana Marco
106. Historia social, política y religiosa de los judíos de España y Portugal, de José Amador de los Ríos
107. Capital e ideología, de Thomas Piketty
108. Poenulus, de Plauto
109. En el bosque, de Ana María Matute
110. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana de Joan Corominas
111. Diccionnario de uso del español actual, de Manuel Seco et alii.
112. Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española
113. Introducción a la estadística, de Jimmy Ray Amos et alii
114. Los orígenes del hombre. Las primeras ciudades, de Dora Jane Hamblin
115. Historia de la cultura, de Hans Leo Mikoletzky
116. Una industria que vive de la muerte, de Benito Pérez Galdós
117. Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, de G.W.F. Hegel
118. El mundo de Sofía, de Jostein Gaarder
119. Los cautivos, de Plauto
120. Los versos satánicos, de Salman Rushdie
121. Memorias de una joven en Corea, de Cho Nam.joo
122. Las bacantes, de Eurípides
123. La búsqueda infinita, de Ignacio Bosque Muñoz
124. Medea, de Eurípides
125. El lazarillo de Tormes, de Alfonso de Valdés
126. La vida del buscón don Pablos, de Francisco de Quevedo
127. El placer, de María Hesse
128. La pluralidad de mundo, de Hannah Arendt
129. Errata. El examen de una vida, de George Steiner
130. Los libros que nunca he escrito, de George Steiner
131. Forges inédito, de Antonio Fraguas "Forges"
132. ¿Existe Dios?, de Hans Küng
133. Ser cristiano, de Hans Küng
134. Magokoro: carta del padre de Haru, de Flavia Company
135. Los gemelos, de Plauto
136. Constitución Española, 1978-1988, de Luis Aguiar y Ricardo Blanco
137. Instrucciones para un funeral, de David Means
138. Listas, guapas, limpias, de Anna Pacheco
139. Einstein para perplejos, de José Edelstein y Andrés Gomberoff
140. Memoria sobre algunos ejemplos para la transición política en la obra de Gaspar Melchor de Jovellanos, de Juan Luis Cebrián
141. El naufragio de las civilizaciones, de Amin Maalouf
142. Hipólito, de Eurípides
143. El encargo. Un abogado en el juicio del procés, de Javier Melero
144. ¿Dónde se encuentra la sabiduría?, de Harol Bloom
145. Jesús y Yahvé. Los nombres divinos, de Harol Bloom
146. El guerrero a la sombra del cerezo, de David B. Gil
147. Harry Potter y la piedra filosofal, de H.K. Rowling
148. Introducción a las matematicas, de María Machín y Ricardo Gutiérrez
149. Quiero ser arquitecto, de Alberto Campo Baeza
150. El hijo de Neptuno, de Rick Riordan
151. Sobre la violencia, de Hannah Arendt
152. Cásia, de Plauto
153. El descubrimiento de la literatura en el Renacimiento español, por Domingo Ynduráin
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













Del poema de cada día. Hoy, Estamos tan intoxicados el uno del otro, de Anna Ajmátova (1889-1966)

 






ESTAMOS TAN INTOXICADOS EL UNO DEL OTRO


Estamos tan intoxicados uno del otro

Que de improviso podríamos naufragar,

Este paraíso incomparable

Podría convertirse en terrible afección.

Todo se ha aproximado al crimen

Dios nos ha de perdonar

A pesar de la paciencia infinita

Los caminos prohibidos se han cruzado.

Llevamos el paraíso como una cadena bendita

Miramos en él, como en un aljibe insondable,

Más profundo que los libros admirables

Que surgen de pronto y lo contienen todo.



Anna Ajmátova (1889-1966)

poetisa rusa










De las viñetas de humor de hoy sábado, 7 de diciembre de 2024

 
































viernes, 6 de diciembre de 2024

De la Constitución y los jueces. Especial 1 de hoy viernes, 6 de diciembre de2024, 46º aniversario de la Constitución española

 






La necesidad lo determina todo. ¿Quién no lo sabe? Y nos obliga a organizarnos y a fabricar el derecho: un conjunto de palabras, de enunciados y reglas que inventamos para poder defendernos y con-vivir. Así que no hay una sociedad sin derecho, aunque solo el Estado de derecho, la democracia, viene regulada y sometida a él.

¿Qué es, pues, la Constitución?, se pregunta en El País [¿Qué es una Constitución?, 06/12/2024] el catedrático de Derecho Constitucional, Antonio Rovira. Desde luego, no es un fin, como sostienen aquellos que no quieren tocarla, los que pretenden hacer presente el pasado, aquellos que ponen los ojos en blanco cuando hablan del “concepto” de “ley” o de “principios” y dicen no estar dispuestos a dejarse contaminar con historias, casos o subjetividades cuando irremediablemente lo están y lo saben.

La Constitución, ¿hay que recordarlo?, es un producto muy nuestro, incluso demasiado nuestro: imperfecto, caprichoso, interesado, que envejece como cualquier otra materia. Es como el agua o el oxígeno: una necesidad, una herramienta, un mecanismo esencial para organizar un Estado democrático. Pero no es un fin.

Para la Constitución, sin duda alguna, el único fin es la persona, cada persona. Todo lo demás son medios e instrumentos. En democracia, la persona es la medida de todas las cosas. Ni el Estado, ni el mercado: la persona y sus derechos, por encima de todo.

Dicho sin más rodeos, la Constitución es un contrato social, con un montón de palabras que nos dicen cómo se hacen las leyes, quién puede ejercer el poder político, en qué condiciones y cuáles son los límites, y todo con la finalidad de garantizar nuestros derechos. Y nos guste o no, como contrato, siempre se aplica de acuerdo con intereses y circunstancias. En una Constitución nada puede darse por sentado; sus palabras también son apariencia, aproximación, juego, y nunca son inofensivas.

No tenemos otra forma de hacer las cosas. Los enunciados de la Constitución no son nada hasta que se leen y aplican, porque, por muy enciclopédica que sea, la Constitución es muda y necesita que alguien hable por ella. Y ahí está el problema porque, cuando hablamos, cuando leemos, cuando la interpretamos y aplicamos, lo hacemos con nuestro cerebro y, por tanto, a partir de prejuicios, ideologías e intereses que fácilmente pueden hacer decir a la Constitución lo contrario de lo que esperamos que diga.

Lo estamos viendo. ¿Cómo íbamos a imaginar que las palabras fundamentales correrían tanto peligro? Solo hay que ver cómo se está vaciando la palabra “libertad” hasta convertirla en un engaño, en un fraude.

Para entendernos: el derecho a la libertad no cae del cielo; no es una ideología, ni una promesa eternamente diferida. Cuando la Constitución dice “libertad”, no se está refiriendo a la libertad formal sin efectos ni consecuencias, a la libertad de los sueños, ni a la libertad solo para aquellos que puedan comprarla, sino a la capacidad individual y real necesaria para poder elegir y equivocarse; a la autonomía personal necesaria para poder decir no, porque disponemos de los derechos humanos para disfrutarlos, pero también para defendernos y resistir. Ser libre es poder elegir. Mi libertad soy “yo”, y la democracia es mi castillo.

Y qué me decís del derecho a la “seguridad”, bajo el que se han logrado los mayores avances en libertades y que ahora se pretende utilizar para justificar un determinado orden público obsesionado con aplicar caprichosas restricciones a los derechos y a sus mecanismos de garantía, como las leyes ómnibus de la Comunidad de Madrid.

La seguridad del artículo 17 no se logra automáticamente cuando se aprueba una Constitución y se establece un determinado orden público con sus instituciones y procedimientos. ¡Qué fácil sería! Las dictaduras proporcionan siempre orden, pero también temor y mucha inseguridad. ¿Cómo podemos olvidarlo?

La Constitución solamente proporciona seguridad, en su sentido democrático, cuando logra la realización de las exigencias humanas de libertad, justicia y solidaridad. Hay seguridad cuando vivimos con el convencimiento de que nuestros derechos están protegidos y son efectivos frente a los demás, y sobre todo, frente a los más fuertes.

Y, claro, ahora que regresa el runrún autoritario y espiritual, ahora que estamos a punto de tirar la toalla y regresar al tiempo de las banderas y los magos, si no fabricamos resistencias y desvelamos intenciones, estamos perdidos, y ya vamos un poco contracorriente.

Entonces, ¿quién manda? Sin duda, aquellos que dan voz a las palabras de la Constitución, aquellos que disponen de los medios para dominarlas. Eso es todo, porque una misma palabra cambia de sentido de acuerdo con la fuerza que se apodera de ella. Por eso los problemas constitucionales, en buena medida, son problemas de poder.

Pues bien, en democracia, los encargados de esta tarea son los jueces y magistrados y la lección es clara: la mente lo determina todo. Las sentencias también están hechas con el cuerpo y la memoria. ¿Cómo podrían hacerse, si no?

Claro que los jueces no pueden ser esclavos de sus sentimientos, opiniones y preferencias, pero, precisamente por eso, deben tenerlas muy en cuenta. Claro que están sometidos, por fuerza, al imperio de la ley; que no pueden inventar o imaginar el derecho. Pero, desde luego, no tienen más remedio que decirlo, que elegir entre alguna de las posibilidades que les ofrecen las palabras jurídicas: unas palabras oscuras, sin dueño y cargadas de intenciones.

Así que, ¿hemos hecho bien dejando tanto poder en manos de los jueces y magistrados? En una democracia como es debido no hay otra opción, porque el trabajo de los jueces cobra un nuevo sentido y alcance cuando la Constitución los convierte en la garantía última para la efectividad de nuestros derechos más fundamentales.

Cada juez posee así la independencia y la capacidad para medir y orientar sus actuaciones, y a esta capacidad se le llama poder, con sus efectos y consecuencias. Pero un poder cuya contrapartida es la responsabilidad del juez, ante él y ante todos, responsabilidad que es la capacidad democrática por excelencia.

Y ¡ojo!, porque en esta cuestión algo cojea. Sin duda, es necesario corregir, con todas las garantías —eso sí—, esta imagen popular, y no por ello totalmente falsa, de lo extremadamente difícil que resulta exigir responsabilidades a los jueces autores de errores judiciales, sentencias deliberadamente injustas, actuaciones arbitrarias, o incluso dejadez o falta de preparación.

Lo que quiero decir es que los jueces son independientes frente a todos, pero también deben esforzarse por serlo frente a sí mismos, porque la máscara de juez imprime un plus de fuerza que fácilmente puede convertirse en una sensación de ebriedad y arrogancia que lo aísla y confunde, incluso hasta perder el reloj.

¿Qué podemos hacer? La discusión no debe centrarse entonces en limitar el poder del juez o, lo que es peor, negarlo, sino en mejorar, por ejemplo, los arcaicos sistemas de selección y formación, porque la imparcialidad y la neutralidad también se aprenden.

Así que estamos en apuros. El marco jurídico está crujiendo y la sensación de desamparo reaparece. Necesitamos urgentemente recuperar la auctoritas, la confianza social en el trabajo de los jueces y magistrados. Porque nuestra querida Constitución, según quien se apodere de sus palabras, puede ponerse al servicio de un régimen autoritario, o de un mandarinato y nuestros derechos transformarse en humo.

¿Quién nos lo iba a decir? El fin de nuestra era está a la vista, y el sistema democrático en aprietos (Trump, Netanyahu…). Mirad cómo las piedras de sus pilares empiezan a caer a nuestros pies. Y mucho cuidado con la que puede aplastar nuestras cabezas.