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viernes, 6 de diciembre de 2024
De las entradas del blog de hoy viernes, 6 de diciembre de 2024, y 46º aniversario de la Constitución
De las ovejas negras del sistema
Recordaba el otro día una película que no me gusta especialmente y que creo que, en parte, junto con otras parecidas, ha favorecido la actual inconsciencia ciudadana por los derechos fundamentales y el gusto por los gobiernos autoritarios, particularmente en EE UU, pero no solamente, escribe en El País [Oveja negra con ínfulas, 29/11/2024], el jurista Jordi Nieva-Fenoll. Se trata de Magnum Force, de 1973, conocida como Harry el fuerte en España, en una de esas traducciones disparatadas que se hicieron varias veces. La película relata cómo un teniente ha llegado a la conclusión de que el sistema no sirve, pues deja libres a demasiados delincuentes, lo que hace que decida crear una especie de grupo de matones de élite con policías de su confianza, que van ejecutando a quien consideran “malo”. El subordinado del teniente, el inspector Harry Callahan —Clint Eastwood— no es mejor que ellos, pues mata a cualquiera a quien ve cometiendo un delito flagrante y le apunta con un arma, Son estos los dos únicos requisitos para la ejecución. Pese a ello, Callahan ve negativo el grupo del teniente, lo que lleva a este último a intentar eliminarlo, primero físicamente; al no conseguirlo, utiliza el sistema, manipulando las pruebas para que lo echen del cuerpo policial y lo metan en la cárcel. Al final, dice el teniente, todos creerán antes su palabra que la de Callahan.
No resultan tan infrecuentes las persecuciones de este estilo. Se busca como víctima a alguien a quien se considera molesto por cualquier razón, y se aprovecha cualquier fallo que pueda cometer en su trabajo para sobredimensionar ese error, a fin de aparentar que existe un delito. El objetivo final, obviamente, es que pierda su trabajo. No es tan difícil, ya que todos cometemos errores, y basta que el caso caiga en las manos de un mal policía, de un mal fiscal, de un mal juez, o de todos a la vez, para que le hagan a la víctima un “traje a medida”. Esa es la forma de convertir un error burocrático en la justificación de un gasto, por pequeño que resulte, en un delito de apropiación indebida, malversación de caudales públicos, o lo que sea. Es la manera de que una simple disputa verbal algo subida de tono pueda pasar a ser una inexistente agresión física de la que la presunta víctima —falsa por supuesto— pudo escapar milagrosamente. Es el modo en que un encuentro íntimo, incluso superficial y completamente consentido, se transforme en una agresión sexual que nunca existió. Y así hasta el infinito. Basta con que alguno de los citados —policía, fiscal o juez— decida creer —o aparentar creer— al falso denunciante y manipule los indicios para conseguir el resultado final. En realidad, ni siquiera es difícil.
¿Cómo es posible que eso suceda? Porque, aunque lo que voy a decir no se tenga casi nunca en cuenta, el proceso judicial, en cuanto a la valoración de las pruebas, está sometido a una tremenda incertidumbre que hace depender esa valoración, al final, de la intuición de cada juez. Se le puede llamar a esa intuición “experiencia” si se quiere, pero lo mismo es: una orientación personal basada en las vivencias de cada uno y que ni siquiera resulta fácil explicar cómo funciona. Esa orientación basta con que sea motivada en la sentencia de una manera aparentemente racional, lo que tampoco es complicado. Al final, lo que jamás existió, existirá, y el falso acusado acabará condenado. Ha pasado muchísimas veces en la historia. Piensen en Dreyfus y Émile Zola, o en los muchos que tras la guerra civil española fueron acusados de rebelión militar por los auténticos rebeldes. Piensen en Dolores Vázquez. Y, sobre todo, no crean jamás que algo así no puede estar ocurriendo ahora mismo, o que no les puede suceder a ustedes.
Por si fuera poco, el sistema no posee demasiadas garantías para combatir lo anterior. Una de las principales es la que impide que una investigación iniciada como es debido, sólo por un delito concreto, pueda utilizarse dolosamente para hacer una investigación prospectiva de otros delitos supuestos que se desconocen en el momento de iniciarse las investigaciones. Es decir, no hay realmente nada contra una persona, pero algún policía, fiscal o juez, de mala fe, puede aprovechar un mínimo error —o algo que lo pueda parecer— que haya cometido esa persona para abrir una investigación abusiva contra él, a ver qué encuentra. Y seguro que algo sale. Siempre se podrá decir a posteriori que ha sido un “hallazgo casual” que permite legalmente seguir adelante con la investigación. Desde luego, nada de casual tiene el hallazgo, que hasta puede que haya sido manipulado y sea, por tanto, falso, aunque si la manipulación está bien hecha quizá no se descubra jamás. Por supuesto, algo así supone hacer de jueces, fiscales y policías puros inquisidores de la peor época, lo que transforma la democracia en dictadura. Es una lástima que haya tan pocos ciudadanos conscientes de eso. Deberían salir a manifestarse en masa cuando ocurre o ha ocurrido algo así, sea cual fuere el caso. Es de una gravedad inmensa que personas con esas malas artes trabajen nada menos que en el servicio de justicia, que es el único poder del Estado expresamente construido para poseer una independencia y neutralidad intachables.
Y es que al final, no lo duden, la única garantía real del sistema —no se sorprendan— es confiar en la honradez de policías, jueces y fiscales. Como consecuencia del blindaje legal —o sólo fáctico— que poseen para garantizar precisamente que puedan ejercer la neutralidad en su trabajo, los mecanismos para someterles a imputación por corrupción son complicadísimos y llegan pocas veces, o no llegan jamás. Por eso, al descubrirse uno de esos casos y no haber dudas sobre el hecho delictivo, es preciso que la ciudadanía lo perciba, de una vez, como algo de la máxima importancia. Mucho más que otras causas tal vez más vistosas que, con cierta ingenuidad, llevan a las gentes a las calles, habitualmente para nada.
En otros países, los jueces son responsables, no ante los mismos jueces, sino ante el Parlamento, que históricamente hizo de tribunal en varias ocasiones. No digo que haya que llegar tan lejos, pero cuando un oficio sólo es responsable ante los de su mismo gremio, o incluso ante sus compañeros más próximos, puede favorecerse no sólo un corporativismo impropio, sino también una persecución dolosa a cargo de los colegas más cercanos que le tuvieran ganas. Además, existe el riesgo de que aparezca en algunos de ellos una indebida sensación de impunidad que, si bien por fortuna, en la enorme mayoría de los casos no lleva a cometer delitos, puede favorecer que surja alguna oveja negra, es decir, algún listillo con ínfulas que se divierta riéndose del sistema. Y esa oveja negra, por más simpática o popular que pueda ser o parecer, le hace un daño a la democracia que pocos son capaces de imaginar.
[ARCHIVO DEL BLOG] Glosa, comentario, reseña, crítica. ¿Términos sinónimos? Publicado el 14/03/2016
Del poema de cada día. Hoy, Insomnio, de Dámaso Alonso (1898-1990)
INSOMNIO
Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este
nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los
perros, o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán, ladrando como
un perro enfurecido, fluyendo como la leche de la ubre
caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios, preguntándole por
qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta
ciudad de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?
Dámaso Alonso (1898/1990)
Poeta español
jueves, 5 de diciembre de 2024
De las entradas del blog de hoy jueves, 5 de diciembre de 2024
De la dignidad de las personas
Leo aún el periódico en papel. Quizá por costumbre. Quizá porque así se puede tocar con los dedos el vértice de un mundo que se desvanece y al que le hacían falta rotativas y páginas para que lo entendiéramos mejor, o lo entendiéramos algo. Lo mío no es nostalgia: supongo que es resistencia, afirma en El País [La dignidad en una caja de supermercado, 27/11/2024] el escritor José Luis Sastre..
La lectura la empiezo por las Cartas a la Directora, porque conectan con una vida que va más allá de las noticias. Ayer, por ejemplo, Carmen María Carreras escribió en este periódico una carta sobre las urgencias y ansiedades que conlleva vivir en esta época. Que si la agenda social y el gimnasio y lo de pagar una casa y las salidas culturales y las clases de yoga y los viajes y tener pareja y, “arriba de la pirámide, la obligación de ser felices ante tanta desigualdad”. El estrés, en fin. Carmen María tituló su carta “A esto lo llaman vivir”.
Luego de unas páginas, el periódico informaba de que un juez de la Audiencia Nacional, Eloy Velasco, se había sincerado en una de esas conferencias en las que los ponentes se sueltan si sospechan que aquello que digan no va a salir de allí. El juez venía a reprochar a Irene Montero que, cuando fue ministra, incidiera tanto en el consentimiento.
Velasco dijo: “De repente, se creyeron que estaban enseñándonos el mundo. Nos intentaron explicar qué es consentir... A un jurista, que llevamos desde el derecho romano sabiendo qué es el consentimiento (...) Y mil cosas más que nunca aprenderá Irene Montero desde su cajero de Mercadona ni nos podrá dar clases a los demás”. Es una forma de ser, esa que consiste en alabarse a uno mismo mientras desprecias a los demás, y el magistrado supo combinar ambas facultades con destreza. Al cabo, él ya no podrá aprender nada de nadie y eso es hasta un mérito, porque ni todos los profesores y jueces y cajeros del mundo juntos hubieran enseñado a Eloy Velasco a hacer unas declaraciones más clasistas que esas.
Al pasar la página, en ese mismo periódico aparecía la fotografía que Jaime Villanueva fue a tomar en un garaje de Paiporta, en la que dos voluntarios vestidos de blanco, con sus frontales y sus escobas, sacaban el barro con sus manos. No se sabe cuáles son sus oficios, ni falta que hace: puede incluso que sean magistrados de la Audiencia Nacional, pero, en ese trance, la lección de dignidad la estaban dando desde el lodo. Lo mismo que la darán todos esos oficios que sólo se ensalzan en las catástrofes y en las pandemias: los camioneros, los reponedores, los fontaneros o electricistas por cuyas manos pasa nuestra normalidad. Eso que llaman vivir.
Hay más lecciones en aquellos que no pretenden darlas que en aquellos que las desprecian. Se llama clasismo, y les impide percatarse desde las tribunas de la dignidad qué hay en la caja de un supermercado.
[ARCHIVO DEL BLOG] La Constitución: Una reforma necesaria. Publicado el 30/07/2015
Del poema de cada día. Hoy, Agua sexual, de Pablo Neruda (1904-1973)
AGUA SEXUAL
Rodando a goterones solos,
a gotas como dientes,
a espesos goterones de mermelada y sangre,
rodando a goterones,
cae el agua,
como una espada en gotas,
como un desgarrador río de vidrio,
cae mordiendo,
golpeando el eje de la simetría, pegando en las costuras del
alma,
rompiendo cosas abandonadas, empapando lo oscuro.
Solamente es un soplo, más húmedo que el llanto,
un líquido, un sudor, un aceite sin nombre,
un movimiento agudo,
haciéndose, espesándose,
cae el agua,
a goterones lentos,
hacia su mar, hacia su seco océano,
hacia su ola sin agua.
Veo el verano extenso, y un estertor saliendo de un granero,
bodegas, cigarras,
poblaciones, estímulos,
habitaciones, niñas
durmiendo con las manos en el corazón,
soñando con bandidos, con incendios,
veo barcos,
veo árboles de médula
erizados como gatos rabiosos,
veo sangre, puñales y medias de mujer,
y pelos de hombre,
veo camas, veo corredores donde grita una virgen,
veo frazadas y órganos y hoteles.
Veo los sueños sigilosos,
admito los postreros días,
y también los orígenes, y también los recuerdos,
como un párpado atrozmente levantado a la fuerza
estoy mirando.
Y entonces hay este sonido:
un ruido rojo de huesos,
un pegarse de carne,
y piernas amarillas como espigas juntándose.
Yo escucho entre el disparo de los besos,
escucho, sacudido entre respiraciones y sollozos.
Estoy mirando, oyendo,
con la mitad del alma en el mar y la mitad del alma
en la tierra,
y con las dos mitades del alma miro al mundo.
y aunque cierre los ojos y me cubra el corazón enteramente,
veo caer un agua sorda,
a goterones sordos.
Es como un huracán de gelatina,
como una catarata de espermas y medusas.
Veo correr un arco iris turbio.
Veo pasar sus aguas a través de los huesos.
Pablo Neruda (1904-1973)
poeta chileno