El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
miércoles, 6 de noviembre de 2024
martes, 5 de noviembre de 2024
De pecados, delitos y linchamientos. Especial 1 de hoy martes, 5 de noviembre de 2024
Desde hace unos días asistimos a una especie de colapso moral que va mucho más allá del caso Errejón y afecta a los partidos, al crédito político en general, al Estado de Derecho y, sobre todo, al feminismo. Se llama linchamiento. Lo afirman en en una carta abierta en El País [Linchamiento, 04/11/2024] la periodista Itziar Ziga y varias personas más. A la espera de que se concreten y resuelvan las denuncias, nada se puede ni se debe decir sobre la culpabilidad penal de Iñigo Errejón porque nadie lo sabe aún. Hay algo que, sin embargo, sabemos ya todos. Incluso si se demostrara culpable de los delitos de los que se le acusa e incluso si un tribunal le impusiera los máximos castigos que nuestras leyes contemplan, ningún juez podrá imponer a Errejón una pena más severa que la que ya ha recibido. Estamos asistiendo, en efecto, a una muerte civil sin rehabilitación posible como resultado de un escarnio público en el que se han cruzado a veces todos los límites.
Errejón ha perdido ya eso que, al menos hasta hoy, habíamos decidido no arrebatar jamás a ningún miembro de nuestra sociedad, ni siquiera a los responsables de los crímenes más abyectos. Ha perdido para siempre cualquier posibilidad de vivir como un ciudadano más; tendrá que esconderse o exiliarse; nadie se atreverá a darle trabajo ni a frecuentar su trato, pues su baldón irreparable se contagiará a todo el que se le acerque, como las miasmas de la peste. Es, en efecto, un apestado, un monstruo, un engendro inhumano que parece autorizarnos a suspender todas las reglas y todas las garantías que cuidadosamente nos impusimos respetar. Socialmente, es ya un cadáver. Ya lo hemos matado. En medio de un sombrío panorama mundial, mientras avanza una extrema derecha cruelmente vengadora, mientras se justifican genocidios en nombre de víctimas de holocaustos, cuando parece más posible que nunca precipitarse en la barbarie, recordar los derechos humanos parece una extravagancia propia de locos y de ingenuos. O, peor aún, de traidores: quien no dispare hoy contra Errejón y no se sume a su linchamiento, quien no participe en su asesinato civil, quien evoque la presunción de inocencia o el derecho a la reinserción —dinamitado ya para siempre— deberán ser señalados, atacados y acusados de mancillar a las víctimas.
¿Es esa la sociedad que queremos? ¿Se trata de una gran victoria sobre el machismo? A juzgar por la reacción inicial de los medios, las redes y nuestros partidos políticos, podríamos pensar que sí. Las firmantes de este texto creemos, al contrario, que ninguna victoria feminista puede pasar por la destrucción de un ser humano y menos aún por la activación de tribunales populares al margen de la justicia y basados en dos principios peligrosos: la victimización radical de la mujer y la confusión entre pecado y delito. El “yo sí te creo”, nacido para invertir una relación de poder desigual, debe funcionar como una “ficción de combate” destinada a recordar el miedo de las mujeres frente a una justicia que históricamente nos ha considerado pérfidas y mentirosas. No debemos aceptar ser sospechosas por defecto y ello implica señalar todo poder e institución, toda política, toda ley y todo tribunal, todo policía y todo juez que parta de esa premisa.
Ahora bien, si no somos mentirosas por defecto es porque por defecto no somos nada: ni decimos siempre la verdad ni tenemos por qué decirla siempre. Contra la propaganda de la ultraderecha, es bueno recordar que el número de denuncias falsas por agresión sexual es insignificante, es decir, que, frente a esa sospecha patriarcal proyectada sobre las mujeres, estas no mienten más que los hombres. Por pocas que sean las falsas denuncias, en todo caso, su existencia residual demuestra otra cosa: que también mentimos y que para merecer justicia no tenemos por qué ser santas. Las mujeres no estamos obligadas a ser puras e inocentes, tenemos derecho a ser ambiciosas, interesadas, crueles, poco empáticas y mentirosas. Por eso, un análisis feminista que contemple a las mujeres al margen de estas categorías (ángeles o demonios) debe tomarse muy en serio las servidumbres del Derecho; es decir, si hay un espacio al que no puede llevarse el “yo sí te creo” es el de los tribunales, donde debemos imponernos la absoluta obligación de que, como bien explica la magistrada feminista Amaya Olivas, todos los castigos se desprendan no de crímenes creídos sino de crímenes demostrados. Por lo demás, por razones profundamente feministas debemos partir de la constatación de que ni para los hombres ni para las mujeres es fácil evitar estas pulsiones negativas en un marco capitalista neoliberal que fetichiza la imagen y obliga a disputar la visibilidad en condiciones de feroz competencia.
El fanatismo opera dividiendo el mundo entre quienes son esencialmente buenos y quienes son esencialmente malos, y ese suele ser justamente el indicio que precede a los abismos más oscuros de la historia. El feminismo, la izquierda, los defensores de los derechos humanos, debemos combatir cualquier forma de fanatismo y anticiparnos a él para prevenirlo y desactivarlo. Por esa razón es imprescindible defender a ultranza una justicia que descarte bulos y testimonios anónimos y decida en cada caso la veracidad de las denuncias conciliando la escucha atenta de las víctimas con el respeto a la presunción de inocencia del acusado. Jamás debería convertirse en un principio del sentido común la idea de que —según hemos oído repetir últimamente— “es una infamia cuestionar el testimonio de las víctimas”, porque ello entraña haber dictado ya sentencia sin piedad y sin derecho a la defensa. El “yo sí te creo” no puede convertirse en una invitación a la denuncia impune y sin nombre. Hay que tener mucho cuidado. Lo hemos visto estos días con inquietud: el peligro de aceptar como creíble una denuncia anónima verosímil es que obliga a dar credibilidad también a las inverosímiles, en una cascada de testimonios sin freno tanto más creíbles cuanto más visible y poderoso es el objeto de las denuncias. Frente a la pandemia digital, en la que la facilidad, la impunidad y la conspiración política se alimentan de manera exponencial y se contagian como un imperativo libidinal, la justicia es impotente para intervenir o no puede intervenir a tiempo. Como sabemos, un linchamiento digital es un linchamiento real, pues ha ocasionado a menudo el suicidio de los señalados, fueran culpables o no. El feminismo nunca —nunca— debería sumarse a estas dinámicas.
El caso Errejón ha confirmado un peligro que a muchas nos asusta desde hace tiempo; nos referimos al peligro de confundir el pecado y el delito; es decir, lo social o moralmente reprobable con lo penalmente condenable. Como bien resumía un extraordinario texto del Colectivo Cantoneras, “las relaciones de mierda no son agresiones machistas”. Y no porque no sean a veces machistas —pueden serlo— sino porque hay que elegir bien las palabras con las que nombramos los delitos. La falta de empatía, la ausencia de atención, la indiferencia, son un buen motivo para no volver a tener relaciones sexuales con un hombre. Son también, en un mundo machista, el reflejo de un problema estructural. Que tantas mujeres se encuentren en la cama con hombres con quienes el sexo es egoísta, descuidado, unilateral, desagradable e insatisfactorio pone sobre la mesa una cultura machista que debe someterse a examen. Ahora bien, más vale que distingamos el mal sexo de la violencia sexual, y el machismo de los crímenes penales. Cuando el feminismo que parece reinar en este apocalipsis linchador confunde los comportamientos machistas con la agresión sexual está, por un lado, banalizando la violencia, pero también tratando a las mujeres como menores de edad. Esa confusión (entre “pecados” y “delitos”) sirve para legitimar, contra la razón y contra la misericordia, la condena social, a veces despiadada, de cualquiera que no nos haya tratado como creemos merecer. Induce además el olvido de otras violencias (políticas o económicas) que también sufren las mujeres junto a otros colectivos vulnerables.
El espectáculo catastrófico de estos días revela, en fin, la toxicidad de nuestros partidos, la ruina de la izquierda y la destrucción que, en determinadas manos, se ha llevado a cabo del feminismo como promesa de otra sociedad. Ningún feminismo puede ser compatible con el linchamiento. Ninguno. Porque ninguna sociedad puede ser sensible contra el machismo si no es sensible en general; porque ningún feminismo puede combatir el maltrato de las mujeres si no combate todo maltrato; porque ningún feminismo puede denunciar el abuso de poder masculino si no denuncia todo abuso de poder y porque ningún feminismo cambiará nada para las mujeres si no puede transformar esta sociedad. Es en momentos como estos cuando decidimos si queremos o no desengancharnos de todos esos límites —principios éticos y garantías jurídicas— que nos hemos dado para protegernos del fanatismo, de la crueldad y la deshumanización. Nuestro presente político no nos permite olvidar la facilidad con que la humanidad puede precipitarse en todos esos abismos; y un linchamiento, que nos sitúa ante el precipicio, nos hace temer que hayamos decidido dar el último paso y saltar. Santiago Alba Rico es escritor. Itziar Ziga es periodista y activista feminista. Raque Ogando es periodista y activista feminista. También firman este texto Ana Castaño, psicoanalista y psiquiatra; María Navarro, psicoanalista y escritora; Fabiana Rousseaaux, psicoanalista y escritora; Nuria Sánchez Madrid, filósofa, y Jorge Alemán, psicoanalista.
De las entradas del blog de hoy martes, 5 de noviembre de 2024
Del valor del tiempo
El tiempo es un intangible de altísimo valor, comenta en la revista Ethic [El valor del tiempo, 24/10/2024] la escritora María Novo. Marca los ritmos de nuestras vidas, influye en los estados de ánimo, nos permite reposo cuando necesitamos calma… Es un recurso no renovable que no se puede guardar ni acumular. Nos pertenece, salvo cuando interviene el mercado y pone precio a las horas de trabajo que ocupan una parte fundamental de nuestras vidas. Aun así, generalmente resurge fresco en las etapas de descanso, como una ocasión para la libertad. Porque conviene recordar que disponer de tiempo es uno de los condicionantes de la libertad. La pregunta es si sabemos valorarlo, si lo usamos de acuerdo con nuestras prioridades o si, por el contrario, lo despilfarramos o ignoramos.
La dimensión temporal está presente en todas las esferas de la vida. Es más, de cómo la utilicemos depende en gran parte el destino individual y colectivo de nuestras sociedades. Las relaciones con la naturaleza, los vínculos comunitarios, los proyectos personales, todos ellos están influidos por los usos del tiempo. Evolucionan de una u otra forma según el ritmo que les impongamos.
La naturaleza tardó millones de años en formar el petróleo. Nosotros lo hemos consumido prácticamente en trescientos años a una velocidad infinitamente mayor. Esa aceleración en la extracción y consumo de los bienes de la Tierra es la causa fundamental de los problemas ecológicos que hoy nos afectan: pérdida de biodiversidad, extinción rápida de especies, contaminación, cambio climático… Hemos hecho un mal uso del tiempo, sobrepasando los límites de la biosfera. Guiados por la lógica del beneficio inmediato, estamos destruyendo la lógica de la vida.
En el plano social y humano, disponer de tiempo de calidad es imprescindible para crear y mantener los vínculos comunitarios y las tareas de cuidados. Ambas cosas se desvirtúan cuando se hacen con prisa. Vamos corriendo a todo y, en el camino, perdemos activos de inmenso valor, como la calma, el cultivo de los afectos y la solidaridad.
Las prisas, la aceleración constante, la productividad y la eficiencia (cómo conseguir mayores beneficios, cómo crecer más a cualquier precio, cómo acumular más riqueza…) son una prioridad en nuestros días. El tiempo, los ritmos vitales, han quedado sometidos a ellas. De ahí el estrés que presentan muchas personas y el escenario de desigualdad social que hoy nos es familiar.
Un desarrollo humano y comunitario armónico requiere unos tiempos de calidad y el acoplamiento de nuestros ritmos a los de la naturaleza. Nos plantea preguntas que nos desafían: ¿cómo utilizar los bienes de la Tierra respetando sus límites y sus pautas de reposición y regeneración? ¿Cómo distribuir equitativamente los frutos del desarrollo, incluyendo entre ellos los tiempos de calidad? ¿Estamos educando a nuestros niños y jóvenes para que sepan valorar y defender su tiempo o simplemente para que sean útiles al mercado?
Urge un cambio de gran alcance que nos devuelva el sosiego individual y colectivo. Necesitamos rescatar los valores que perdimos en estas sociedades materialistas. Felizmente, en muchos lugares el proceso está en marcha. Ahora se trata de unirnos a él y amplificarlo, avanzando en su misma dirección: caminar al ritmo del alma, que se mueve despacio.
[ARCHIVO DEL BLOG] El olfato. Publicado el 17/04/2019
El poema de cada día. Hoy, Quienes somos, de Cristina Peri Rossi (1941)
QUIENES SOMOS
Cristina Peri Rossi (1941)
Escritora uruguaya
lunes, 4 de noviembre de 2024
El 23-F de Felipe VI. Especial 1 de hoy lunes, 4 de noviembre de 2024
Felipe VI y doña Leticia visitaron este domingo Paiporta, el epicentro de las inundaciones provocadas por la DANA el martes de la semana pasada, hoy hace 6 días. Los políticos les debieron aconsejar que no lo hicieran, comenta en El Periódico de Catalunya [¿Será Paiporta el 23-F de Felipe VI?] su director Albert Sáez. La situación no estaba estabilizada, la ayuda institucional no se había desplegado con suficiente efectividad para recibir al jefe del Estado, un Estado que aquella gente no había sentido cerca cuando más lo necesitaba. Y seguía sin hacerlo. Los gritos, los palos y los insultos nunca pueden justificarse. Pero la indignación, aunque sea mal canalizada, es explicable. ¿Cómo puede ser que lleguen antes las cámaras de televisión que los tanques de agua potable? ¿Cómo es posible que deambulen por las calles de Paiporta desde el miércoles voluntarios, periodistas o curiosos y que sean más que bomberos, soldados o policías? En esta crisis, cuando se anuncia que se va a poner remedio, solo se entretiene a la gente antes del siguiente despropósito. Y lo decimos desde la tristeza porque la política falle, no desde la alegría que a un u otro partido le vaya mejor o peor. Aquí solo han aguantado el tipo los alcaldes.
Los Reyes demostraron en Paiporta que tienen mejores reflejos que los políticos electos. Lo peor que podrían haber hecho hubiera sido huir con el coche a toda velocidad o echarse atrás cuando les lanzaron de todo, principalmente gritos de indignación. Al contrario, se quedaron y dieron un paso al frente casi empujando a sus escoltas y trataron, hasta donde era posible, de dialogar. Y al volver al centro de mando, mostraron comprensión. Este episodio puede significar en el reinado de Felipe VI lo que significó el 23-F para Juan Carlos I, una epifanía de proximidad con la población por encima de las instituciones y del protocolo. O lo que significó para Elisabet II en el Reino Unido la visita a la tragedia de Aberfan, en el País de Gales.
De momento, el episodio de Paiporta no ha sacado a los políticos electos de su onanismo Ellos y sus terminales mediáticas madrileñas siguieron por la tarde en sus trincheras: la "huída" de Pedro Sánchez, la entereza de Mazón agazapado detrás de los monarcas, los fallos del dispositivo de seguridad, las tramas de la ultraderecha, ... Como les dijo hace lustros Pilar Manjón, la portavoz de las víctimas del 11-M: "¿de qué se ríen? No han entendido nada".
De las entradas del blog de hoy lunes, 4 de noviembre de 2024
Hola, buenos días a todos y feliz lunes, 4 de noviembre de 2024. Diez años han pasado desde aquel asalto a los cielos de Podemos, cargada de mesianismo y campechanía, que no llegó ni a despegar, se dice en la primera de las entradas de hoy. La segunda, un archivo del blog de octubre de 2015, es un relato corto de Jorge Luis Borges titulado "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius". La tercera, con el poema del día, también de Borges, comienza con estos versos: Si (como afirma el griego en el Cratilo) / el nombre es arquetipo de la cosa / en las letras de ‘rosa’ está la rosa / y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo’. Y la cuarta, como siempre, son las viñetas de humor del día. Espero que todas ellas les resulten de interés. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. Nos vemos de nuevo mañana si la diosa Fortuna lo permite. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Tamaragua, amigos míos. HArendt
De lo que pudo ser y no fue
Diez años han pasado desde aquel asalto a los cielos que no llegó ni a despegar, comenta en El País [Errejón como moraleja, 30/10/2024] el escritor Sergio del Molino. En 2014, Podemos llegó c[on una mezcla de mesianismo y campechanía muy equilibrada. Sus discursos estaban llenos de jerga politológica y mala poesía revolucionaria, pero sus diputados dejaban los abrigos en el respaldo de los escaños porque desconocían el guardarropa. Ha llegado la gente al Parlamento, decían, y la gente se hace cargo de su propio abrigo. La gente tampoco quería coches oficiales, ni sueldazos, ni carreras políticas profesionales. Esos eran vicios de la casta a los que fueron acostumbrándose con la misma naturalidad con la que sus organizaciones asamblearias se volvieron cesaristas.
Se me atragantó siempre la cursilería, pero al principio me convenció la informalidad. Cuando vi a tanto rancio cabreado por los pelos, las pintas y los modales de los nuevos diputados, estos me cayeron simpatiquísimos, y sentí que aireaban las moquetas de una democracia que hedía a moho por muchos rincones.
Una década después, la caída del último de aquellos ídolos —instalado en la casta, inmerso en los usos y costumbres noctívagas de la élite cortesana, abrazando los vicios morales que vino a liquidar— subraya el final catastrófico de la aventura. Al margen del recorrido penal que pueda tener el caso, el derrumbamiento es moral, porque moral fue siempre su bandera. Íñigo Errejón es el símbolo de un fracaso mayúsculo: quisieron reformar la sociedad, pero no fueron capaces ni de reformarse a sí mismos.
El hundimiento va mucho más allá de una contradicción mal cabalgada. De los últimos 10 años, la izquierda adanista ha cogobernado la mitad, sin contar su amplio poder autonómico y municipal (ya desaparecido). En ese tiempo, la mayoría de los males que venían a sanar, a sajar o a paliar siguen igual o peor. Vivimos en un país más desigual, con una juventud más empobrecida y sin vivienda y con un Estado social más débil en lo más sensible, como la sanidad o la educación. La reforma laboral fue un chiste que mantuvo lo esencial de la del PP. Los avances en derechos civiles han estado acompañados de ruido y chapuzas que los han malogrado en parte y muchos movimientos sociales se han evaporado (¿alguien se acuerda de Stop Desahucios o de las mareas?). Como consecuencia, el espacio a la izquierda del PSOE, que representa a una parte importante de la población española, se ha quedado yermo y devastado sin apenas intervención de sus enemigos: complacidos y asombrados, estos han visto cómo los propios dirigentes de las sucesivas organizaciones lo arrasaban. El caso Errejón es tan solo la moraleja de una fábula tristísima.