viernes, 5 de enero de 2024

Del año en que se torció todo

 









Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Un día quizá recordemos 2023 como el año que se torció todo, comenta en El País la escritora Marta Peirano, la crisis climática se hizo irreversible y la inteligencia artificial se descontroló, y podemos recordar el 2024 como el año en que luchamos por algo distinto. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com











Por una interpretación generosa del mundo
MARTA PEIRANO
02 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

Un día quizá recordemos 2023 como el año que se torció todo. Entre noviembre de 2022 y octubre de 2023, la Tierra experimentó el periodo más caluroso jamás registrado. Los meteorólogos encontraron tormentas de categoría 5 en todas las cuencas oceánicas del mundo. El Amazonas empezó a producir más emisiones de las que captura. El hielo marino se desplomó hasta un mínimo histórico. El deshielo de glaciares terrestres y el suelo de los polos árticos ha elevado notablemente el nivel del mar.
Sin embargo, las emisiones procedentes de combustibles fósiles alcanzaron un máximo histórico: comimos más carne, compramos más ropa y viajamos en más aviones que nunca. Objetivamente, ya habíamos descartado el plan de mantener el aumento de temperatura por debajo de 1,5 grados centígrados cuando el presidente de la COP28, celebrada en Dubái, dijo que no hay evidencia científica que indique que es necesario eliminar los combustibles fósiles para limitar el calentamiento global.
En numerosas economías mundiales, el número de muertes había superado el número de nacimientos. Ni la covid-19 ni la guerra: fueron la dieta y la contaminación. La principal causa de muerte en el mundo son los accidentes cardiovasculares, causados por exceso de grasas hidrogenadas, azúcar y carne roja y procesada; y ausencia generalizada de fibra, semillas, frutas y verduras frescas. Pero nos da más miedo la inmigración. Nos preocupa tanto que preferimos renunciar a los pactos universales de derechos humanos que a la mortadela. El nuevo Pacto Europeo de Migración y Asilo cambia el sistema de cuotas por una acogida a la carta, donde los países pueden librarse de acoger migrantes pagando 20.000 euros por cabeza. La nueva ley europea de Inteligencia Artificial (IA) prohíbe los sistemas automáticos y remotos de reconocimiento biométrico, una tecnología racista, clasista y propensa a cometer errores, con excepción del contexto migratorio y policial.
Y nos preocupa la IA. Europa acordó esa primera ley de IA en noviembre, poco después de que Joe Biden emitiera una orden ejecutiva para someter su desarrollo a la seguridad nacional. El partido comunista chino prohibió entrenar modelos con contenidos que promuevan “el terrorismo, la violencia, la subversión del sistema socialista, el daño a la reputación del país” y acciones que “socavan la cohesión nacional y la estabilidad social”. Reino Unido reunió a 20 países en la primera Cumbre Internacional de Seguridad de la IA. Todos quieren controlar los usos y prevenir peligros que sólo existen en la fantasía colectiva propagada por los ejecutivos de las grandes empresas y la ciencia ficción. Pero nadie quiere contener el verdadero peligro: su rápida, aparatosa, sedienta e inflamable expansión.
El cuerpo de la IA es insaciable. Sus enormes infraestructuras de almacenamiento y procesamiento masivo crecen como una bacteria interplanetaria, metiendo sus gordos tentáculos en todas las fuentes de agua, energía, minerales y procesos administrativos y cognitivos disponibles. Come de todo: minas y salinas, plantas eléctricas, instalaciones nucleares, granjas solares, pueblos indígenas, estudiantes dispersos, periodistas estresados, poblaciones empobrecidas por la guerra, la sequía, el capitalismo y la globalización. Norteamérica aumentó un 25% su construcción de centros de datos, eso sin contar con los hiperescaladores: Google, Amazon, Meta y Microsoft. El CEO de Nvidia, el dealer de chips de alto rendimiento, calcula que van a gastarse mil millones de dólares en la expansión de una infraestructura capaz de alterar gravemente el precio y el suministro del agua y la electricidad. Eso tendrá consecuencias predecibles en el precio de la luz, la calefacción y el aire acondicionado, el transporte, los alimentos y el resto de la cadena productiva. Crece más rápido que las fuentes de energía sostenibles. Bebe más agua que la población mundial. Todas estas paradojas no son los síntomas de un brote psicótico colectivo ni los síntomas del declive cíclico e inexorable de la civilización occidental. Tampoco son los defectos del capitalismo. Son parte indispensable de su plan.
“El capitalismo es una máquina de inseguridad, aunque rara vez lo percibimos de esa manera”, escribió Astra Taylor en mayo de 2020 en la revista Logic Magazine. “Junto con las ganancias, los bienes de consumo y la desigualdad, la inseguridad es un producto fundamental del sistema. No es un subproducto incidental ni una consecuencia secundaria de la concentración de la riqueza; es una de las creaciones esenciales y habilitadoras del capitalismo”. La seguridad social favorece la empatía, la solidaridad entre vecinos y la colaboración. Favorece la ambición intelectual y espiritual sobre la económica y una interpretación generosa del mundo. Son valores en conflicto contra los principios fundamentales del sistema capitalista, como la competencia, la exclusión y la individualidad.
La máquina de inseguridad empieza 2024 habiendo metido muchos goles: la crisis medioambiental, la crisis mediática, el desencanto con la política. Las campañas oscuras de las plataformas digitales y la máquina de hechos alternativos de la inteligencia artificial. No es un buen año para que más de 2.000 millones de personas de unos 70 países salgan a votar. También podría ser que recordemos 2024 como el año que decidimos buscar una interpretación más generosa del mundo y luchar por él. Marta Peirano es escritora.



































[ARCHIVO DEL BLOG] Los peligros de la democracia actual. [Publicada el 02/01/2018]












La vida política da miedo, comenta en El Mundo el profesor Felipe Fernández-Armesto, historiador y titular de la cátedra William P. Reynolds de Artes y Letras de la Universidad de Notre Dame (Indiana, EEUU). Los de mi generación empezamos temiendo el comunismo, dice al comienzo de su artículo. Casi el primer recuerdo político que tengo es de fotos de los carros de combate soviéticos en las calles de Budapest en 1956. Vivíamos bajo la sombra de la bomba atómica, ante el temor al choque de los bloques que compartían el mundo. Experimentamos una serie de crisis, cada una de las cuales pudo acabar en el apocalipsis. Luego, en los 60, vinieron los excesos del imperialismo yanqui en Vietnam: estábamos entre dos aguas ideológicas. Entonces el maoísmo, tan admirado por los bienpensantes de aquel entonces, se mostraba como un totalitarismo más, tan cruel y agresivo como los demás. En 1968, todo daba miedo: el anarquismo de los hippies, el endurecimiento de los autoritarios. En los 70 nos enfrentamos al reto de las ambiciones de los países exportadores de petróleo y los funestos efectos económicos de los precios altos que impusieron. Tras un momento de optimismo, hacia el fin del milenio, con la caída de tantas dictaduras, volveríamos a sentir miedo, esta vez por el terrorismo, que nunca había dejado de amenazar la paz y la civilización pero que estalló de nuevo en 2001 con la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York. Desde entonces, los motivos de temor han ido acumulándose: los fanatismos religiosos, los nacionalismos, el populismo en Rusia, EEUU y los países marginales de la UE, con sus ecos de fascismo. 
Ahora, lo que más miedo me da es la democracia. O, mejor dicho, su fracaso, o los cambios corruptores que acaban por transformarla. Ya creíamos que se conocían perfectamente tanto los vicios de la democracia como sus virtudes. Aristóteles dio a conocer el gran peligro de que el vulgo confiara en un demagogo. Efectivamente, Atenas, la gran democracia del mundo antiguo, había elevado a Pericles, apoyado por las masas, para ser un dictador, suprimiendo a sus opositores y manteniendo bien atados a los aristócratas. Así que hasta la Ilustración, la democracia parecía poco apetecible a las élites europeas, que preferían dejar la elección de los líderes en las manos fiables de Dios, confiando en que el monarca se sometiera a los consejos divinos y evitara ser un tirano. El sistema funcionaba de una forma precaria. A Luis IX de Francia, por ejemplo, el cronista Philippe de Commynes lo calificó como el «mejor de los reyes, ya que, aunque oprimía a sus súbditos, no permitió que les oprimiese nadie más». 
Los filósofos del Siglo de las Luces sabían más y mejor, o eso creían. Inspirados por el "salvaje noble" de las selvas americanas y las arenas del Mar del Sur, descubrieron la supuesta sabiduría del "hombre común", a quien el romanticismo de fines del siglo XVIII prestó un matiz creativo, ensalzando la literatura popular, los cuentos de hadas y los poemas de Der Völk dichte. Los efectos fueron desastrosos. Cuando los aristócratas franceses cedieron poder al hombre común, éste a aquél le cortó la cabeza, no sé si por ejercer su sabiduría o su salvajismo. Menos en Norteamérica, exenta de los horrores de la Revolución francesa y los desastres de las guerras napoleónicas, el mundo civilizado decimonónico huyó de la democracia, encerrándose en los "edificios desmoronados" celebrados por Metternich.
El modelo de EEUU, empero, con sus grandes éxitos en comercios y conflictos, convencía poco a poco a los demás de que valía la pena ensayar la democracia representativa, recomendada por La democracia en América (1835) del liberal francés Alexis de Tocqueville, o El bien público americano (1880) del conservador inglés, James Bryce. Para frustrar los oráculos aristotélicos sólo hacía falta implementar las precauciones constitucionales estilo estadounidense: la separación de poderes, que no permitiera a ninguno de los órganos del Estado predominar sobre los demás, ni a un presidente convertirse en dictador; y el Estado de derecho, que restringiera los excesos de la plebe y previniera contra la tiranía de las mayorías.
Por supuesto, el sistema no podía ser perfecto: de allí el famoso chiste de Churchill, de que la democracia es el peor sistema de todos, menos los demás. A veces anomalías electorales en el sistema representativo dan mayorías legislativas a coaliciones minoritarias, tal como sucedió en Alemania en 1933 y en Cataluña en 2016, o favorecen a líderes apoyados por una minoría del electorado, como sucede a menudo en EEUU, con impudicia descarada en el caso de Donald Trump, que recibió tres millones de votos menos que su rival. A veces una alianza entre Ejecutivo y Judicial, como en la Venezuela de Maduro, o de Legislativo y Ejecutivo, como en la Cataluña de los secesionistas, se burla de la separación de poderes. La palabra democracia transpira un aire de legitimidad del que se abusa fácilmente, como en las repúblicas sedicientes democráticas de estalinistas y maoístas. 
Todos estos defectos, por graves que fueran, eran soportables. La gran democratización del mundo empezó en 1945, cuando Francia, Alemania e Italia volvieron a abrazar el sistema. Desde los años 70 del siglo pasado, con las transiciones de Grecia, España y Portugal, a los 90, cuando se disolvió el imperio soviético y la democracia volvió a establecerse en América Latina, Sudáfrica, y el resto de Europa, pareció que la dialéctica histórica tocaba a su fin y que la democracia era el destino inevitable del mundo. La última fase democratizadora fue la Primavera árabe. Casi en seguida, las nuevas democracias empezaron a deshacerse. Nos dimos cuenta de que el triunfo había sido ilusorio. A pesar de todo, hubiese sido razonable seguir creyendo en la democracia, por lo menos como un sistema ideal que quedaba por realizarse, salvo por dos circunstancias nuevas que se insinuaban casi sin detectarse en el nuevo milenio. 
En primer lugar, los medios sociales cambiaron las reglas del juego político, aumentando el poder de los demagogos, quienes ya pueden incitar a sus seguidores instantáneamente sin hacer caso ni a la verdad ni a la crítica. Con un toque al teclado se organiza una manifestación para inhibir y silenciar a los conciudadanos. Se llenan las calles de atropello. Se arma una revolución. Se ordena un referéndum ilegal: fue por su superioridad en manipular los teléfonos móviles que los secesionistas flanquearon los esfuerzos del Gobierno español del 1-O. Con el abuso de Twitter, Donald Trump domina los medios, y lanza mentiras que vuelan tan rápidas que han circulado por el mundo antes de que la verdad se haya puesto las botas. A sus seguidores les quita el tiempo de reflexionar. A sus opositores les sustrae la oportunidad de someter sus burradas e insultos a la crítica racional y detenida. 
Extravíos extremos -fanatismos políticos y religiosos- tienen el mundo a su alcance. Sectas y celdillas se convierten en movimientos y hasta en Estados islámicos. Piratas electrónicos intervienen en las elecciones y aspiran a controlarlas. Internet se disuelve en lo que llamo cibercélulas, donde los que comparten sentimientos se reafirman en los prejuicios. La democracia viable en su sentido tradicional depende del discurso racional, el debate público, la oportunidad de escuchar a todos los partidos y discrepar entre ellos. La oportunidad se ejerce cada vez menos. El discurso se silencia ante el ruido de los tuiteos. Los medios tradicionales -la prensa, las emisoras serias- están muriendo por falta de apoyo público. Cada vez que se les abandona, la democracia muere un poco.
Mientras tanto, el cambio más inesperado es algo que hubiera sorprendido mucho a Aristóteles. Sigue aliándose con los demagogos que Aristóteles temía. Pero ahora está surgiendo una nueva alianza absolutamente diabólica entre la democracia y la plutocracia, principios que el sabio griego creía opuestos e irreconciliables. En EEUU los electores ya no votan según sus intereses económicos sino para expresar su odio hacia élites tradicionales y minorías desgraciadas. El populacho confía en millonarios populistas que saben cómo explotar a sus obreros y clientes y siguen practicando la explotación cuando alcanzan el poder. El presidente Trump está convirtiendo el Gobierno de EEUU en un negocio más para aumentar su propia fortuna y la de sus familiares y compinches. Los oligarcas que dominan el Congreso acaban de aprobar un presupuesto que enriquece a los ya ricos. La democracia se ha vuelto temible. Pero no existe otro sistema mejor. Sólo hay que aguantar e intentar adaptarse. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt










jueves, 4 de enero de 2024

Del funcionamiento natural de las cosas

 








Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz jueves. “Nosotros tenemos hambre y ustedes dan de comer, ¿no? Pues nos tienen allí a las dos en punto”. A veces las cosas funcionan así, y es cuando funcionan mejor, comenta el escritor Manuel Jabois en El País. Que el 24 empiece en los mismos niveles de poesía y alucinación con los que transcurrió el 23 es todo lo que ya le pido a la vida, incluso con el listón por las nubes, concluye diciendo. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










El universo sigue funcionando
MANUEL JABOIS
03 ENE 2024 - El País - harendt.blogspot.com

El taxista se parecía al que nos recogió en el Etxebarri. Etxebarri es un restaurante con una lista de espera del demonio, pero mi amigo Óscar consiguió mesa hace poco y nos fuimos para allí unos cuantos. De vuelta, el taxista nos contó que él una vez llamó al Etxebarri porque su hijo quería comer, y avisó de que irían los dos ese mismo día. Le respondieron, estupefactos, que no había mesa. Y dijo con una lógica muy bilbaína: “Nosotros tenemos hambre y ustedes dan de comer, ¿no? Pues nos tienen allí a las dos en punto”. A esa hora tenían una mesa lista. A veces las cosas funcionan así, y cuando lo hacen, funcionan mejor. Mi teoría, dije al taxista, es que en el restaurante fueron sensibles a la expresión “dar de comer”. Mi amigo Manu Domínguez, del restaurante Lúa, también dice que él da de comer. Un día de tormenta, llegamos Patri y yo desde el Bernabéu casi a las doce, empapados y famélicos, y parecía que le había tocado el Gordo: “¡Para esto tengo una casa de comidas!”, gritó poniendo un caldo en la mesa.
El taxista se parecía al taxista bilbaíno pero no lo era; era sevillano y tenía una emisora puesta en la que sonaba Nothing Compares. Era 31 por la mañana, y el día anterior nos reunimos como en un milagro unas 20 personas que estábamos en Sevilla a nuestras cosas, que son comer, cantar y bailar (si me dicen hace un año que 2023 sería el año en que más bailase, me lo creería; yo me creo todo lo que tiene que ver conmigo).
El taxi se paró en un semáforo y a su lado paró otro. En él iba una mujer morena con unos airpods, sentada con la espalda muy recta, mirando de frente. Lloraba. Como yo escuchaba Nothing Compares, la escena era muy cinematográfica. ¿Por qué lloraba? Quizá lo necesitaba. Yo lloré desde que me desperté el 27 de abril hasta que me acosté el día 28, sin interrupción salvo para dormir —supongo—. En medio, participé en un podcast en el que fingía emocionarme para justificar las lágrimas, y entrevisté a Toni Kroos, que me preguntó si tenía mucho calor, porque por debajo de mis gafas de sol caía mucho sudor. Cuando digo que no paré, es que digo de verdad que no paré, y no es por dar pena: pena daba cuando no lloraba. ¿Por qué lloré? Creí que lo sabía entonces, pero ya no lo sé. Era algo que necesitaba y que tenía que ver solo conmigo; quizá necesitaba espacio en el cuerpo, como cuando expulsas una piedra del riñón a meada limpia.
La mujer, entonces, se giró y miró para mí; yo miré rápidamente a otra parte, pillado en falta. Pensé en que el último día del año siempre hay más razones por las que llorar que cualquier otro, y quizá la mujer estaba recordando a alguien. O es que le echó un ojo al taxímetro, hay gente para todo.
Al ponerse en verde el semáforo, nos fuimos cada uno para un lado. Ya no sonaba Nothing Compares. Me esperaba gente para comer. Por fin, este martes, cuando estaba en el aeropuerto, leí un mensaje que me había llegado por Instagram: “Estamos empatados. Yo te vi llorar hace meses en una terraza de Madrid, estaba en la mesa de al lado”. Que el 24 empiece en los mismos niveles de poesía y alucinación con los que transcurrió el 23 es todo lo que ya le pido a la vida, incluso con el listón por las nubes. Manuel Jabois es escritor.











De lo falso y lo verdadero

 








Hola, buenos días de nuevo y feliz jueves. Discurrimos acerca de la disolución, el solapamiento y la confusión entre lo falso y lo verdadero sin saber cómo salir de este enredo, comenta en El País la escritora Lidia Jorge. El 2024 que ahora comienza, añade, tiene un desafío: combatir la mentira. Y es posible -sigue diciendo- que los jóvenes desfilen por las calles empuñando pancartas a favor del Desarme, de la Paz, de las Plantas, de los Animales, de los Mares y de los Ríos, y si en alguna estuviera escrita la palabra Verdad, yo desfilaría tras ella. Les recomiendo encarecidamente la lectura de su artículo y espero que junto con las viñetas que lo acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. HArendt. harendt.blogspot.com












Bajo el signo de la verdad
LÍDIA JORGE
31 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

A veces, es difícil decir la verdad como la entendemos desde nuestra posición particular, y hay el riesgo de equivocarnos porque la verdad puede ser esquiva, compleja, diversa. (Mario Vargas Llosa)
1. En estos días, no puedo dejar de recordar aquella primavera de 1982 en la que la Junta Militar Argentina decidió ocupar unos archipiélagos australes gélidos, inhóspitos y por entonces de poca relevancia estratégica, dando origen a un terrible conflicto que pasó a ser conocido como la guerra de las Malvinas. En aquella guerra espuria, como todo el mundo sabe, lo que estaba en juego, por encima de todo, era la salvación de la criminal dictadura argentina y, al mismo tiempo, la supervivencia política de Margaret Thatcher, con bajísimos niveles de popularidad en el Reino Unido. Es curioso constatar que, en vísperas de la invasión, el 2 de abril, los dos gobiernos mantenían un razonable entendimiento. Baste decir que, cuatro días antes de que comenzara la ocupación, irónicamente, el gobierno británico estaba tratando de vender bombarderos a la Junta Militar Argentina.
Aquella guerra duró 66 días, costó alrededor de mil vidas y muchos millones de pesos y libras de pesada chatarra de guerra quedaron en el fondo del Atlántico helado. En Occidente, y por doquier en realidad, hasta que no se produjo el desenlace, el 14 de junio, la opinión pública dio muestras de división y tribalismo, entre quienes defendían a los tercermundistas que luchaban heroicamente contra los británicos, y quienes creían que jamás debía permitirse que el orden mundial se viera socavado por algún osado sureño. Ahora, desde la distancia, resulta curioso observar cómo la guerra de las Malvinas, que supuso entonces un nuevo bautizo de sangre para la entonces joven generación del baby boom, acabaría ilustrando en síntesis las motivaciones que nos están llevando hoy, a más amplia y trágica escala, a los tremendos conflictos que le quitan el sueño al mundo.
2. Pero si evoco este episodio ocurrido hace 42 años es porque me recuerda de manera muy particular a Maria das Dores Ribeiro, una mujer singular que en ese momento tenía 80 años. Una campesina inteligente que había aprendido a leer y escribir por su cuenta, era capaz de anticipar la lluvia basándose en la configuración de los astros y de descifrar el carácter de las personas con una sola mirada. En la familia era respetada y amada. En aquellos días siguió la guerra de Malvinas en la televisión en blanco y negro, y desde el primer momento se puso del lado de los argentinos. Una noche empezó a vagar por la casa, diciendo que acababa de oír el bombardeo de los cañones británicos contra los argentinos y que por eso no podía dormir. Sus nietos le dijeron que no era posible porque las Malvinas y el sur de Portugal están separados por todo el Océano Atlántico y una distancia de más de once mil kilómetros. Fue imposible convencerla. Las noches siguientes volvió a oír el bombardeo. ¿Cómo podía ser?
Al final acabó descubriéndose el enigma: Maria das Dores Ribeiro estaba del lado de los argentinos porque sus vecinos se habían marchado a Buenos Aires en los años cincuenta y, aunque nunca le habían escrito, estaba al corriente de que vivían pobres, arruinados y sin futuro. A fin de cuentas, un recuerdo y un hilo de cariño le bastaron para tomar partido, hasta el punto de trasladar los bombardeos narrados en la televisión a su propio insomnio. Fue entonces, por primera vez, cuando pensé en la diferencia entre hechos, opinión y verdad.
3. La relevancia del asunto, hoy en día, se ha vuelto crucial, e incluso diría que se ha convertido en la cuestión primordial que preside nuestra forma de supervivencia. Aquella mujer tan querida que fue Maria das Dores reaccionaba de modo empírico ante los hechos. Nosotros, más allá de esta dimensión primaria y carnal, cargamos con todo el lastre filosófico que nos ha hecho nacer bajo la convicción de que la verdad es un mantra irrealizable. No vale la pena volver a la idea de que las verdades sobre la Verdad, según Pascal, Spinoza o Kant, fueron pulverizadas hace más de cien años por las palabras proféticas de Nietzsche, el más decisivo entre los filósofos de la sospecha. A partir de entonces, la verdad se volvió inalcanzable y el relativismo de la visión, así como la superposición entre opinión y verdad, se extendió por todo el mundo. En aquellas noches en las que Maria das Dores no podía dormir con la certeza de que los bombarderos británicos atacaban a sus vecinos emigrantes en Argentina, su figura en camisón blanco era la de un Zaratustra doméstico, que apenas sabía leer y escribir, pero tenía derecho a reclamar un desciframiento válido para el desorden del mundo.
En este ámbito, los filósofos franceses contemporáneos no han supuesto una mejora en absoluto. Con ellos, todos quedamos a la deriva, dentro de sistemas de pensamiento coherentes, pero fuera de cualquier sistema que pueda explicar la realidad. El relativismo se nos ha pegado como una enfermedad incurable, y solo nos salva la opinión, pues, dado que es un campo de libertad, tiene su contrario en la opinión ajena, y por eso es salvadora, al implicar diálogo entre los diferentes. Por principio, la opinión afronta la verdad, pero no pretende agotarla. Mientras que lo contrario de la verdad, que rechaza en grado máximo la subjetividad y la fantasía, es simplemente la mentira.
4. Henos aquí, pues, perdidos en algún lugar entre la verdad y la mentira. Como viene diciéndose y escribiéndose en el curso los últimos veinte años, pero sobre todo desde 2017, cuando la idea de las noticias falsas se popularizó en todo el mundo desde los sofás de la Casa Blanca, discurrimos acerca de la disolución, el solapamiento y la confusión entre lo falso y lo verdadero, a gran escala, sin saber cómo salir de este enredo. No se trata de una deformación basada en una suerte de justicia esencial como la que impulsaba a Maria das Dores, o en sentimientos contrarios, que tienen que ver con el poder o el resentimiento. El problema es el del choque entre lo antropológico y lo tecnológico, en cuya encrucijada nos encontramos perplejos. Leo en un artículo firmado por José Vegar que “la cantidad de información transmitida por las telecomunicaciones durante todo el año 1986 podría transmitirse en apenas dos milésimas de segundo en 1996″.
Veintiocho años después, ¿cómo describir esa estrella radiante que es la pulsión comunicativa? No hay descripción posible. Un mundo inimaginable de imágenes, números y signos crípticos se expande por el universo y nos arrastra en su aluvión. Lo que entra en esta cadena infinita ya no puede eliminarse, por mucho que se borre. Esta es la eternidad que hemos creado. Por eso, la responsabilidad de colocar mensajes que tengan que ver con la verdad en esta cadena transfiguradora debería enmarcarse en la ética y en la moral. ¿Pero dónde llamar a la puerta de una iglesia como esa?
5. En el año 2024, que ahora empieza, si acaso la Historia siguiera teniendo similitudes con la lógica de una narrativa, después de los nudos atados, sobre todo desde hace dos años, estas guerras deberían empezar a completar sus peripecias y llegar a sus desenlaces, a lo largo los próximos meses. Es posible que los jóvenes desfilen por las calles empuñando pancartas a favor del Desarme, de la Paz, de las Plantas, de los Animales, de los Mares y de los Ríos. Si en alguna estuviera escrita la palabra Verdad, yo desfilaría tras ella. Estoy convencida de que, si se dijera la verdad, cesarían estas matanzas. Afrontemos el desafío de la verdad. A Vargas Llosa le asiste la razón en la postura que defendía en la más reciente tribuna publicada en las páginas de este diario. Lídia Jorge es escritora. 























[ARCHIVO DEL BLOG] Lenin contra Marx. [Publicada el 07/12/2017]












Fue en la primavera de 1969, en el curso de Relaciones Humanas al que asistía en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas en Madrid, la primera vez que yo veía plantearse académicamente la diferencia que existía entre el pensamiento originario marxista, es decir, el de Carlos Marx, y la práctica de lo que se conocía entonces como el "socialismo real", que se proclamaba heredero de aquel, y que se llevaba a cabo en los países comunistas de Europa del Este, China y Cuba. Un asunto, éste, que el profesor Gabriel Tortellá, economista e historiador, Ph. D. en Economía por la Universidad de Wisconsin, Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares sacaba a relucir de nuevo hace unos días en un artículo publicado en el diario madrileño El Mundo.
Es bien sabido que Karl Marx, el profeta de la revolución proletaria, gran creyente en las leyes y las etapas históricas, concebía esa revolución como la culminación de un proceso de desarrollo económico que produciría una creciente polarización social entre una minoría de riquísimos burgueses y una mayoría de proletarios empobrecidos, comienza diciendo el profesor Gabriel Tortellá, 
Sólo entonces, cuando un proletariado numeroso y avezado, al que se han incorporado muchos "intelectuales burgueses que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros", y cuando "los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante", es cuando tiene lugar la revolución que acaba con el capitalismo e instaura el socialismo. Señalemos, incidentalmente, que sin duda Marx y Engels se identifican con esos "intelectuales burgueses" que analizan teóricamente el curso de la historia y predicen la revolución. El Manifiesto Comunista es como uno de esos cuadros donde el autor (o autores) se autorretrata discretamente.
El caso es que, contra toda la lógica del sistema marxista, la supuesta "gran revolución proletaria" tuvo lugar no en Inglaterra, Alemania o Estados Unidos, como los seguidores de Marx esperaban, sino en Rusia, un país que, aunque su industria había crecido mucho en los 20 años anteriores, seguía siendo muy predominantemente agrícola, y donde por cada obrero industrial había veinte campesinos harapientos y analfabetos. Hace un siglo, en 1917, en Rusia tuvieron lugar dos revoluciones, no una. La primera, en marzo, fue un levantamiento popular, en gran parte espontáneo, que forzó la abdicación del zar y la instauración de un gobierno provisional en el que Alexander Kerensky pronto asumiría la presidencia. Kerensky, socialista pero no bolchevique (los bolcheviques eran los seguidores de Lenin dentro del Partido Social-Demócrata ruso), proponía un programa reformista de izquierda pero no revolucionario y acabó siendo derrocado en noviembre (octubre en el calendario ruso de entonces) por un golpe de Estado bolchevique encabezado por Lenin y Trotsky. Este golpe de Estado fue la segunda revolución de 1917, y dio el poder a Lenin y sus secuaces, que se aferraron a él durante casi tres cuartos de siglo.
Esta segunda revolución en forma de golpe no estaba en los esquemas de Marx, pero sí en los de su seguidor más devoto, Lenin, que recurrió a métodos muy diferentes de los preconizados por la mayoría de los marxistas de entonces. De ahí que los bolcheviques (luego comunistas) acuñaran el término marxismo-leninismo para justificar los métodos de su jefe de fila. Para lograr hacerse con el poder en un país donde los comunistas eran muy minoritarios, Lenin tuvo que organizar su partido como una secta de revolucionarios profesionales (bien financiada con dinero alemán) y dar un golpe militar con apoyo de unas unidades de élite que simpatizaban con los bolcheviques. Éstos encontraron apoyo sobre todo entre los marinos, que desembarcaron en Petrogrado (hoy San Petersburgo), y amenazaron con bombardear la ciudad desde un crucero, el famoso Aurora. Para conquistar el poder y mantenerse en él los bolcheviques aplastaron sistemáticamente todas las nacientes instituciones democráticas que los revolucionarios se habían dado desde la caída del zar: el gobierno de Kerensky, elegido por la Duma (Parlamento), y la recién elegida Asamblea Constituyente, órgano que iba a sustituir a la Duma, que era menos representativa, porque había sido elegida bajo la autocracia zarista. La "democracia comunista" estaba basada en los soviets, consejos populares elegidos de manera irregular, que los bolcheviques controlaban mejor que la Asamblea, y que pronto se convirtieron en simples apéndices del Partido Comunista. Los otros partidos, en particular los mencheviques (el ala no leninista del partido Social-Demócrata), defendieron a la Asamblea y se opusieron a la violenta toma del poder por Lenin, Trotsky y sus secuaces. Tras el golpe, Trotsky, respaldado por los cañones del Aurora, dijo al líder menchevique, Mártov, que sus partidarios habían perdido y quedaban relegados «al basurero de la Historia». Esto lo recordaba en un artículo magistral Juan Pablo Fusi cuando la Unión Soviética estaba a punto de caer (El País, 9 de mayo de 1990), señalando que Mártov respondió algo así como: "Algún día os arrepentiréis".
Este diálogo debieran tenerlo siempre presente los leninistas que aún quedan, porque revela la enorme responsabilidad histórica que recae sobre los hombros de aquel puñado de bolcheviques desalmados, que hicieron descarrilar la historia de Rusia y la metieron en una vía muerta de la que aún no ha salido. No es cierto, que, como han dicho los defensores de Lenin, Rusia fuera diferente y que en ella sólo cupiera la revolución comunista. La existencia de los mencheviques y de otros varios partidos más o menos marxistas, más o menos democráticos, y la elección por sufragio universal de la Asamblea constituyente permiten sustentar la hipótesis de que, sin el putsch comunista, Rusia hubiera podido evolucionar por la senda social-democrática, según hicieron por entonces países europeos, como Alemania, Gran Bretaña, Suecia, Francia, etc. Rusia tenía sin duda algunas peculiaridades: era -y es- un país enorme, y estaba subdesarrollado, aunque su economía creció espectacularmente desde finales del siglo XIX. Lo realmente peculiar de Rusia era el zarismo, un régimen autocrático, absolutista, una verdadera antigualla política, gobernada por un matrimonio imperial aquejados ambos de una estupidez política rayana en la oligofrenia patológica. Y es verdad que el zarismo constituía una barrera a las legítimas aspiraciones de un pueblo en rápido crecimiento, lleno de figuras de talento tanto en las artes como en la ciencia, el pensamiento y la política. Pero la realidad es que no fueron los leninistas los que derribaron el zarismo, sino que derribaron precisamente a los que habían librado a Rusia del zar y su camarilla. La revolución de octubre, tan elogiada en otros tiempos, fue un crimen sin paliativos. Fue uno de los primeros golpes de Estado de la historia contemporánea, que luego sirvió de inspiración a sus enemigos e imitadores, Mussolini, Hitler y sus secuaces fascistas. Lenin murió en 1924, y no pudo ver las últimas consecuencias del monstruo político que había creado. Las peores atrocidades se cometieron bajo la férula de su sucesor, Stalin, y, tras varias décadas de dictadura de partido, de represión implacable y de mediocre economía, el Estado leninista se vino abajo por su propio peso para dejar paso al régimen autoritario de Vladimir Putin. Se cumplió la advertencia de Mártov y fue el comunismo leninista lo que quedó arrumbado en el basurero de la historia. Lenin no será recordado como el padre de la revolución proletaria, sino como el hombre que desvió a Rusia de una posible trayectoria democrática y la metió en un siniestro callejón sin salida, en el que todavía se encuentra.
¿Y Marx? ¿Hasta qué punto es culpable de las fechorías leninistas? Como vimos, el marxismo-leninismo es una versión muy deformada de la teoría marxista de la revolución. Otras ramas del marxismo, como la social-democracia o el laborismo británico, sostuvieron que en las sociedades avanzadas los fines del socialismo podían alcanzarse por medios pacíficos y democráticos. Y así fue: tras la Primera Guerra Mundial, mientras Lenin imponía en Rusia una dictadura pretendidamente revolucionaria, la democracia fue introduciendo el Estado de Bienestar en Europa y dando acceso a sindicatos y partidos socialistas a posiciones de poder político compartido. A pesar de su truculencia retórica, el legado de Marx es mucho más defendible que el de su fanático seguidor, Lenin. Con todos sus errores y defectos, Marx es uno de los grandes pensadores de la edad contemporánea. Lenin no fue más que un astuto golpista y un dictador implacable.Hace más de 80 años, un político de pocas luces se envanecía de ser llamado «el Lenin español». ¿Habrá hoy otro simple que aspire a tal título? Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt












miércoles, 3 de enero de 2024

Del año más fresco y estable de sus vidas

 






Hola de nuevo. Y de nuevo a todos feliz miércoles. Entramos en territorio desconocido y tenemos que responder como una especie en peligro de extinción, afirma en El País la escritora Eliane Brum, y sabemos que solo tenemos una oportunidad si nos movemos hoy, ya, ahora, con una respuesta a la altura de ello. Es eso o asumir el fracaso, anunciando a los niños este inicio de 2024 que acaban de vivir el año más fresco y estable del resto de su vida. Sean felices, por favor. O al menos no dejen de intentarlo. HArendt. harendt.blogspot.com










2024: ¿el año en que se aceptará el fracaso?
ELIANE BRUM
03 ENE 2024 - El País - harendt.blogsppt.com

Uno de los efectos de la aceleración de la emergencia climática es la imposibilidad de ahorrarles a los lectores pronósticos duros y de ceñirse a los habituales mensajes de esperanza y nuevos comienzos. Los mensajes de esperanza, en la época actual, se limitan a ser ficción de mala calidad. Entramos en una época de total incertidumbre sobre cómo se comportará el sistema planetario ante la destrucción sistemática de la naturaleza, que, increíblemente, continúa. Tiempos como estos exigen que los adultos se comporten como adultos, algo que afirmo con poca o casi ninguna esperanza, ya que, como periodista, lidio con la realidad, que es la de generaciones de adultos frágiles, moldeados por el consumismo, que se derrumban ante cualquier crítica o adversidad y que prefieren el escapismo a afrontar las dificultades. Pero estas generaciones de adultos son con las que contamos, no solo para lo que vendrá, sino para lo que ya está aquí. La gran pregunta para 2024 es: ¿se aceptará el fracaso de la lucha contra el calentamiento global?
Para los científicos del clima, 2023 ha demostrado qué ocurre cuando los gobiernos se someten a los intereses de las grandes corporaciones y sus accionistas multimillonarios y supermillonarios y no hacen lo que deberían para controlar el calentamiento global causado por los combustibles fósiles, la deforestación y la crianza de ganado bovino a niveles industriales. Ha sido el más caluroso de los últimos 125.000 años y ha provocado una escala de fenómenos extremos, con muertes y destrucción sin precedentes, en todos los puntos del planeta. El problema es que no ha sido una mera anomalía, sino tanto el resultado de la persistente acción de destrucción de la naturaleza, a pesar de todas las advertencias de las últimas décadas, como el resultado de la inacción de los gobiernos, que continuará, como se evidenció en la vergonzosa cumbre del clima celebrada en el petroemirato de Dubái. Y la inacción, en este caso, es acción.
Lo que 2023 ha dejado claro es que ya no estamos en la fase en que, tomando un conjunto de medidas (que sabemos exactamente cuáles son desde hace décadas), será posible controlar el calentamiento global a niveles compatibles con la calidad de vida humana. Entramos en territorio desconocido. “Cuando nuestros hijos y nietos repasen la historia del cambio climático provocado por el ser humano, este año [2023] y el siguiente se verán como el punto de inflexión en el que la futilidad de los gobiernos para hacer frente al cambio climático quedó finalmente al descubierto”, declaró James Hansen a The Guardian. “Los gobiernos no solo no han logrado contener el calentamiento global, sino que el ritmo del calentamiento se ha acelerado”. Hansen, actual director del programa sobre el clima del Instituto de la Tierra de la Universidad de Columbia, en Nueva York, es reconocido como el científico que, en 1988, declaró ante el Senado de Estados Unidos que el mundo avanzaba hacia una nueva frontera climática.
Lo que podemos haber presenciado en 2023 es un cambio en la respuesta de la Tierra tras 250 años de destrucción de la naturaleza a escala industrial. Ya no se puede saber hasta qué punto podemos contenerla. Pero sabemos que solo tenemos una oportunidad si nos movemos hoy, ya, ahora, con una respuesta a la altura de una especie en peligro de extinción. Es eso o asumir el fracaso, anunciando a los niños este inicio de 2024 que acaban de vivir el año más fresco y estable del resto de su vida. Eliane Brum es escritora.