jueves, 7 de diciembre de 2023

Del giro reaccionario





 



Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura para hoy, del filósofo Josep Ramoneda, va del giro reaccionario, Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com










Feijóo en la oleada reaccionaria
JOSEP RAMONEDA
01 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Despejada cualquier duda: el PP se ha subido a la corriente reaccionaria que está impulsando a gran parte de las derechas, así en Europa como en América. La irritada reacción al discurso de la presidenta del Congreso, que paralizó las manos de los parlamentarios de la derecha a la hora del aplauso de cortesía, confirma que la bronca en la que Feijóo está instalado no es circunstancial. Para la bancada popular (de Vox ya se da por supuesto), resultó insoportable que Francina Armengol citara entre los hitos legislativos de estos años la despenalización del aborto, la norma para la igualdad efectiva de hombres y mujeres, el matrimonio igualitario o la ley de eutanasia. Demasiado para una derecha que viene de donde viene y que, desde que Vox le pisa los talones, está girando al pasado a todo ritmo.
Como la renovación de la dirección del PP confirma, la apuesta por el autoritarismo posdemocrático es la opción estratégica escogida por Alberto Núñez Feijóo para afrontar los años que vienen y frenar a sus adversarios internos que compiten en la misma línea —con Ayuso en primer plano, Aznar en el salón y Miguel Ángel Rodríguez en el taller—, que han apostado por la calma, esperando el momento oportuno para darle el empujón definitivo. Feijóo, abandonando el estilo moderado con el que había construido su reputación, parece haber concluido que hay que apuntarse a los signos de los tiempos y dejarse llevar por los vientos que han empujado a Milei en Argentina y a Geert Wilders en Países Bajos, en vez de entender la lección que le dieron los electores el 23-J.
La alianza autonómica y municipal con Vox le costó al PP la derrota del 23-J en unas elecciones que daba tan por ganadas. Una parte de la ciudadanía, para sorpresa del candidato y rompiendo con la dinámica reaccionaria europea de los últimos años, priorizó el voto contra la amenaza de la extrema derecha, impidiendo una alternancia que parecía inevitable. Y Feijóo, en vez de aprender la lección y apostar por la moderación, ha optado por subirse al monte. No parece que la mejor manera de neutralizar a los que dentro del PP esperan su caída, sea apuntarse a su discurso e intentar copiarles un estilo que cuadra mal con sus modos. En estos casos, los votantes por lo general acaban prefiriendo el modelo a la copia. De modo que la opción Feijóo es una estrategia de riesgo de la que solo le podría salvar que la mayoría actual de gobierno, plagada de recelos, de desconfianzas y del inagotable arsenal de la psicopatología de las pequeñas diferencias (tan familiares en la izquierda como en los nacionalistas de cada tierra) se hunda en un jaleo imposible de gestionar.
Mientras, el líder del PP ha optado: ha entrado en una fase dialéctica de barullo en la que no pronuncia dos frases sin regalar un insulto al presidente Sánchez, llegando además a ejercicios barriobajeros, como detectarle un rictus indicio de desequilibrios emocionales, en una frase para la historia de la infamia. Cualquier idea o propuesta de futuro ha desaparecido de sus prestaciones públicas, solo destinadas a afirmar retóricamente que España está en almoneda, que el país se hunde y que la patria está en peligro en manos del traidor Sánchez. Tanto rasgarse las vestiduras, acusando a su adversario de golpista para arriba, que no se le ha ocurrido otra cosa que trasladar su propia impotencia y obsesiones a Europa, con resultados perfectamente descriptibles. Más allá del apoyo de algunos de los estrategas del autoritarismo posdemocrático, como el alemán Manfred Weber, solo consigue largas cambiadas de quienes tienen otros problemas antes que meterse en casa ajena. Y donde lo que puede conseguir es que le recuerden que lleva años negándose a la renovación del Consejo General del Poder Judicial, simplemente para no perder la mayoría que tiene en aquella casa. Magnífico ejemplo de su idea de la división de poderes.
Hay dos formas de nihilismo: la del que cree que todo es posible y se estrella al no saber combinar objetivos y oportunidades, y la del que piensa que todo le está permitido en nombre de su verdad. Feijóo flirtea con ambas camino del autoritarismo posdemocrático. Y lo que lo convierte en peligroso es que no está solo: responde a las dinámicas de poder de un nuevo capitalismo que desborda las lógicas del pasado y en el que la demagogia de la derecha autoritaria atrae a los que viven en el desconcierto del desamparo. Capitalismo industrial, Estado nación, democracia y prensa escrita configuraron un espacio que hizo posible la democracia moderna. Ninguno de estos cuatro factores es lo que era. Estamos entrando en otra fase. Y, de momento, las derechas apuestan por la demagogia autoritaria. El PP se apunta. ¿La nueva mayoría de gobierno será capaz de estar a la altura de las circunstancias y no regalar ninguna oportunidad a la amenaza que representa hoy la derecha española?



































[ARCHIVO DEL BLOG] La playa política. [Publicada el 20/02/2018]












Los partidos más cercanos al centro, PSOE y Ciudadanos, han ido desplazando su interés hacia los electores de centro-izquierda y centro-derecha, y tanto Sánchez como Rivera están desoyendo los cantos de sirena que les reclaman moderación y centrismo, en su intento de aumentar el caladero de sus posibles votantes, escribe en El País Elena Costas, economista, profesora en la Universidad Autónoma de Barcelona y editora de la revista Politikon.
Estás en la playa y hace mucho calor, comienza diciendo. La arena arde, pero caminas y caminas en busca de un puesto de helados. Y, cuando llegas, no te encuentras uno, sino dos chiringuitos contiguos. Qué poca deferencia con el cliente. ¿Por qué no están repartidos a lo largo de la playa para minimizar los desplazamientos de los bañistas? Lo mismo en la carretera. Conduces en reserva varios kilómetros. Y, cuando das con una gasolinera, resulta que hay dos estaciones de servicio, casi idénticas y adyacentes.
No has tenido mala suerte. No es la ley de Murphy. Es la teoría de Hotelling, un modelo económico para entender por qué empresas que ofrecen los mismos bienes con precios parecidos no se distribuyen uniformemente por el territorio. Dos chiringuitos que compiten por atraer a los veraneantes se situarán, espalda contra espalda, en el centro de la playa. Así cada uno se asegura la mitad del mercado.
También se aplica a la política. Es el llamado modelo de Hotelling-Downs. Si, en un sistema bipartidista, todos los votantes del país se colocaran en una playa de acuerdo a su ideología —con la persona más de izquierdas en una punta y la más de derechas en la otra—, los dos partidos correrían a ocupar el centro. Y no porque sus dirigentes sean cínicos interesados sólo en los votos y no en las políticas. Incluso asumiendo que se mueven por una vocación genuina de poner en marcha medidas de izquierdas (o derechas), la única posibilidad realista que tienen estos políticos de alcanzar el poder, y por ende de implementar sus preferencias, pasa por emplazarse en el medio del espectro ideológico. Como, tradicionalmente, han hecho Demócratas y Republicanos en EE UU, Laboristas y Conservadores en Reino Unido, o PP y PSOE en España.
El centrismo produce desencanto. Sobre todo, en los extremos. Como a los bañistas que deben andar mucho para comprar un refresco, si le preguntásemos a los votantes más de izquierdas (o de derechas), éstos demandarían que los dos partidos se alejaran del centro. Pero los partidos no tienen incentivos para desviarse. Moverse un centímetro a la izquierda (o derecha) significa necesariamente perder votantes. Aunque enfurezca a los radicales, el equilibrio político en un sistema bipartidista es la posición ideológica del votante medio.
Sin embargo, en España este equilibrio se rompe en 2015. Aparecen Podemos y Ciudadanos. Y, al principio, muchos pensamos que el aumento de competidores intensificaría la lucha por la centralidad política. Pero está sucediendo lo contrario. Los partidos más cercanos al centro, PSOE y Ciudadanos, que, inicialmente parecían querer cortejar al votante español medio, han ido desplazando su interés hacia los electores de centro-izquierda y centro-derecha respectivamente.
Lejos quedan los días del pacto Sánchez-Rivera. El líder del PSOE hace guiños ahora a los votantes de Podemos. Y el de Ciudadanos atrae a los del PP con su férrea defensa de la unidad de España. La evolución de la ubicación ideológica de los votantes indica también que PSOE y Ciudadanos se están moviendo cada uno hacia su lado del eje ideológico.
¿Por qué se está vaciando de partidos el centro político en España, justo cuando, irónicamente, tenemos un partido autoproclamado de centro? Aunque con las limitaciones propias de cualquier modelo teórico, Hotelling nos puede ayudar a entender también esta paradoja. Con cuatro chiringuitos en la playa, o con cuatro partidos en el sistema, el centro deja de ser la localización preferida. Y emerge un nuevo equilibrio, con dos empresas (o partidos) que se instalan en el punto correspondiente al primer cuarto (25 en una escala 0-100) y las otras dos en el tercer cuarto (75 en la escala 0-100). De acuerdo a esta predicción, en España se estarían conformando dos parejas de partidos mellizos: PP y Ciudadanos en lado derecho y PSOE y Unidos Podemos (UP) en el izquierdo.
Juzgando por la tendencia de las encuestas, PSOE y Ciudadanos han captado intuitivamente esta dinámica mejor que UP y PP. Sánchez y Rivera llevan tiempo desoyendo los cantos de sirena que, desde todo tipo de púlpitos, les reclaman moderación y centrismo. Y, siguiendo sus instintos, están lanzando mensajes con un perfil ideológico más inequívocamente socialdemócrata (PSOE) y liberal (Ciudadanos). Están moviendo sus chiringuitos políticos hacia donde se encuentran UP y PP.
Y avanzan plácidamente. Porque, en el nuevo escenario estratégico, Rajoy e Iglesias andan despistados. En lugar de oponer resistencia en el centro-derecha y centro-izquierda, huyen hacia los extremos, reivindicándose como los auténticos defensores de las esencias. Por ejemplo, el PP con Albiol en Cataluña o UP radicalizando su agenda social. Si siguen moviéndose en el mismo sentido que Ciudadanos y PSOE, en lugar de salirles al paso, PP y UP corren el riesgo de quedar arrinconados en cada una de las dos puntas de nuestra playa política. Obtendrían así sólo los votos de los más radicales.
En términos de representatividad democrática, ¿es mejor un sistema con cuatro o con dos partidos? En comparación con antes de 2015, los votantes más ideologizados están ahora ciertamente más contentos. Ya no tienen que “caminar” hasta el centro para votar. Pero si el bipartidismo enfadaba a los votantes radicales, el multipartidismo puede enojar a los moderados. Son ahora los que se hallan en el centro de la playa quienes tendrán que desplazarse, a izquierda o derecha, para encontrar un partido que les represente.
Sin duda, el votante mediano siempre tendrá quien le escriba. PSOE y Ciudadanos intentarán mantener a los ciudadanos de centro en sus radares. Pero ya no conformarán la base de sus programas, que tendrán unos tintes ideológicos más marcados.
Esta mayor ideologización de los discursos casa mal con la creciente necesidad de pactos parlamentarios. Tanto la aprobación de los presupuestos como cualquier reforma legislativa —por no hablar de los postergados pactos de Estado (en educación, sanidad, pensiones o estructura territorial)— requiere, dada la fragmentación del hemiciclo, un acuerdo entre unas fuerzas de izquierdas y derechas cada vez más distantes. Cuando más importante es tender puentes, más se alejan las dos orillas.
Dentro del parlamento, el mestizaje ideológico es más necesario que en cualquier otro periodo de nuestra democracia. Pero, fuera, los partidos tienen más interés que nunca en apelar a la pureza ideológica. Tenemos más chiringuitos en la playa, pero nos vamos a seguir quemando los pies para encontrarlos. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt















miércoles, 6 de diciembre de 2023

De las bondades de la Constitución

 






Algo bueno tendrá la Constitución
SERGIO DEL MOLINO
06 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Algo bueno tendrá la Constitución cuando a la mayoría de los españoles les va bien y solo le darían una capa de barniz o una manita de pintura, según confesaron esta semana en una encuesta. Yo tengo unos meses menos que la Constitución, somos casi quintos, y mi médico dice que lo mío no se arregla con un par de reformitas, que necesito consensos más ambiciosos y cambios de régimen radicales si quiero llegar a cumplir otros tantos años. Quién pillara una salud como la constitucional: hasta los partidos que nacieron contra ella se resguardan hoy en sus artículos.
Contrasta el contento aparente que la Constitución inspira casi medio siglo después con la matraca del régimen del 78 y la cultura de la Transición, lugares comunes ambos, usados al tuntún a derecha y a izquierda y en todas las lenguas cooficiales de España. Decía Michi Panero que en esta vida se puede ser de todo menos coñazo, y los odiadores del espíritu constitucional han sido, sobre todo, unos pelmas que aspiraban a convencer al país de sus argumentos a través de la acedía, que es la forma filosófica de llamar a la fatiga.
No les ha funcionado, como ha fracasado también el intento de usarla como bandera en la trinchera. La mayor virtud de la Constitución es su no militancia, y hasta ahora ha resistido bien las maniobras de la derecha para convertirla en una consigna. Encaja mal en las pancartas por lo mismo que se hace difícil defenderla desde la emoción, porque no tiene épica. El documento fundacional de la democracia más profunda, larga y próspera de la historia de España, al que debemos las mejores décadas, es un librito farragoso y expurgado de retórica. En parte, eso le reprochan los ideólogos contra el régimen del 78: su inanidad. Nació de una acedía insufrible. Aquel consenso vino del miedo y del cansancio, y con esas emociones no se escriben cantares de gesta.
No es extraño que mi generación y las posteriores sientan que sabe a poco, como esas pastas rancias que sacan las tías del pueblo cuando vas a visitarlas. Dicen que nos las hemos comido por cortesía, pero sin hambre ni placer. Se entiende la decepción de quienes buscan la aventura en la política, pero las encuestas insisten en que la mayoría de los españoles aprecia el sacrificio que la tía del pueblo hizo para ofrecer esas pastitas en una casa donde hay paz y los vecinos no se matan. Los héroes y los mártires de las guerras de nuestros antepasados jamás lograron nada parecido. Sergio del Molino es escritor.












De los látigos moralizantes

 






Látigos moralizantes
MANUEL JABOIS
06 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Uno de los momentos más fabulosos que me ha dado a vivir este nuevo siglo de las luces ocurrió cuando pude comprobar que había gente quitándole hierro a la rebaja de penas de violadores a causa de un error de la ley del sólo sí es sí con el mismo ardor que reclamaba, al mismo tiempo, el máximo castigo (expedientes, expulsiones, cárcel) a la berrea de un chat de WhatsApp de unos alumnos de la Universidad de La Rioja. Había en ello una descripción delicada de la atmósfera, previsible en el caso del fallo de la ley (estoy seguro de que la comprensión de los políticos, periodistas y activistas de izquierdas hubiera sido la misma de haber sido un gobierno de derechas el que sacase antes de tiempo, sin querer, a violadores a la calle) y moralizante hasta la fatiga en el caso de los mensajes privados: ¿hasta dónde puede llegar el ojo público, y por tanto su régimen de concesiones y castigos, en tus conversaciones privadas?
Fue el 6 de septiembre cuando la Cadena SER publicó la exclusiva de unos mensajes machistas y homófobos en un grupo de casi 200 alumnos universitarios. “Últimamente son muy putas todas”, “hay que partirle las bragas”, decían entre whatsapps en los que juzgaban físicamente a las nuevas alumnas (“es un puto quesito de cabra del copón”) y contaban, en fin, lo que les harían. Se produjo entonces un escándalo tan explosivo (hubo hasta concentraciones) como breve, probablemente porque los escandalizados miraron a sus propias casas y se encontraron a hijos de 18 años de los que no saben lo que tienen dentro del teléfono, del mismo modo que hace treinta años no sabían lo que tenían debajo del colchón. Hubo, en fin, una ola popular provocada por la lectura en frío de unos mensajes repugnantes expresados en lo que se creía entorno privado (y aquí está mi duda más sensible sobre este asunto: ¿a partir de cuántos miembros un grupo de WhatsApp deja de ser un chat privado?) y difundidos en público.
Rápidamente surgieron las preguntas de rigor. ¿Es sancionable la repugnancia en la intimidad? ¿Hay algún improvisado juez de la plaza pública que nunca, en correspondencia privada, especialmente cuando era más joven, haya escrito de un muchacho “menudo culito tiene, lo que hacía con él” o expresado de una muchacha sus ganas de partirle las bragas? ¿Alguien se cree que Pablo Iglesias deseó de verdad en alguna ocasión azotar a Mariló Montero hasta hacerla sangrar o simplemente, en un ambiente de confianza, hizo por las risas el típico comentario machuno? ¿Podemos publicar mañana todos nuestra mensajería privada con la tranquilidad de sabernos seres puros, moralmente austeros, blanquísimos en nuestro humor respecto a los demás, contenidos y respetuosos en nuestra sexualidad, sinceros, honestos, generosos y buena gente, amigos de nuestros amigos, sin rabietas y odios locos, sin calentones contra nadie, pulcrísimos políticamente: lo que toda la vida se conocería —de haber existido alguien así— como un puto coñazo? Y por último, ¿cómo escribiríamos en nuestros chats privados de saber que mañana eso puede publicarse en un periódico?
La Universidad de La Rioja anunció este martes el archivo de las actuaciones contra los alumnos. Pocos se acordaban de un asunto que por un día pareció paralizar el país. No se trata de restarle gravedad, se trata de contextualizarlo. Quizá dentro de un tiempo esos chavales se lean a sí mismos con vergüenza, ojalá. Quizá dentro de un tiempo los látigos moralizantes también lo hagan, ojalá no.  Manuel Jabois es escritor.












De místicos y pragmáticos

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura para hoy, del genetista Javier Sampedro, va de místicos y pragmáticos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. harendt.blogspot.com









La mística: un enfoque científico
JAVIER SAMPEDRO
30 NOV 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Nuestra mente ama las dicotomías. Hay gente de derechas y de izquierdas, autoritarios y liberales, creyentes y descreídos. Todas estas particiones son discutibles, y siempre tendremos que considerar casos difusos, intermedios y epicenos, pero dividir las cosas en dos grupos, aunque sea solo una aproximación, resulta una gran ayuda para explorar las sutilezas interminables de la realidad de ahí fuera. No creo que esto sea una extravagancia humana, porque gran parte de la inteligencia artificial que nos ocupa estos días se basa en el arte de separar una distribución caótica de cosas en dos grupos. Por desordenados que parezcan los objetos, la máquina siempre encuentra una curva simple que los divide en dos. Es posible que formular dicotomías sea una forma universal de pensar, una que podríamos compartir con los extraterrestres y hasta con Terminator, una inteligencia artificial del futuro. Malo o bueno, bruto o dialogante, truco o trato.
Una dicotomía bien curiosa es entre místicos y pragmáticos. Digo que es curiosa porque, para empezar, yo mismo me considero ambas cosas. Cuando salgo de la ciudad miro al cielo nocturno y la cabeza se me vuela por las galaxias y las profundidades del tiempo. Luego vuelvo a la ciudad y cojo el metro como todo el mundo. Es lo que tienen las dicotomías. Quizá todos seamos místicos y pragmáticos a la vez, pero sospecho que hay gente mucho más mística que otra, y no me refiero a la religión, sino a esa especie de vértigo metafísico que captura a muchas personas con independencia de su formación y de sus creencias. Los místicos se preguntan con Kant: ¿Qué puedo conocer? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me cabe esperar? ¿Qué es el ser humano? Conozco a filósofos y neurocientíficos a los que esas grandes cuestiones les importan entre poco y nada, y también a agricultores torturados por ellas. Somos una especie complicada.
El Centro Nacional para la Educación Científica de Estados Unidos (NCSE), una institución sin ánimo de lucro dedicada a promover la enseñanza de la evolución en la escuela pública, acaba de nombrar como presidenta ejecutiva a Amanda Townley, una mujer que se crió en el norte de Alabama rodeada de la espesa atmósfera del creacionismo de la Tierra joven, que sostiene que Dios creó el mundo hace 6.000 años. Su profesora de biología en el instituto se negó a enseñar la evolución porque no creía en ella. Resulta paradójico a primera vista, pero no lo es tanto. Townley era una mística, como yo, y si la profe no resolvía su angustia sobre el origen de la humanidad, tendría que buscar las respuestas en otro lado. Enseguida decidió leer la parte del libro que no entraba en el temario y halló en Darwin la verdad. Estudió biología evolutiva y pedagogía científica y ha llegado hasta el importante puesto que ocupa hoy. Tiene las ideas claras y conoce mejor que nadie el oscuro magma irracional al que debe enfrentarse.
Quizá los místicos seamos los más pragmáticos después de todo, porque es verdad que vivimos torturados por las grandes cuestiones, pero somos los únicos que pensamos que tienen respuesta. Ser un provinciano es una pobre excusa para creer en cosas raras y dañinas. Leed la parte del libro a la que no llegasteis.
































[ARCHIVO DEL BLOG] La Transición pasó por mi casa. [Publicada el 06/12/2017]











"No hubo ningún plan, y, si lo hubo, los hechos lo truncaron", afirma en El País el periodista Guillermo Altares en este trigésimo noveno aniversario de la aprobación de la Constitución de 1978. La Transición fue una chapuza, dice al comienzo de su artículo, en el mejor sentido de la palabra (porque lo tiene). No hubo ningún plan y, si lo hubo, quedó casi siempre truncado por los hechos. ¿Se hubiese legalizado el Partido Comunista sin el horror de los atentados de Atocha? Seguramente no tan rápido. Pero sus protagonistas, de todos los partidos y credos, de todos los orígenes sociales y políticos, con intereses muy diferentes y a veces opuestos, tenían claros dos objetivos: instaurar una democracia sólida en España, que permitiese al país integrarse en Europa, y no repetir una guerra civil.
Las circunstancias eran las que eran: ETA matando a casi a diario, terrorismo de todo signo político —guerrilleros de Cristo Rey campando a sus anchas por Madrid y los GRAPO secuestrando y asesinando en los momentos más delicados—, unas fuerzas de seguridad todavía ultramontanas, un Ejército mimado por el régimen anterior, en el que se escuchaban muchas veces ruido de sables, unas instituciones franquistas que había que desmontar para construir otras nuevas, la crisis del petróleo de 1973 y la mayoría de los que lucharon en la Guerra Civil, en uno y otro bando, todavía vivos. Contra todo pronóstico, se consiguió. No existió ningún Régimen del 78, se hizo lo que se pudo como se pudo y se logró que España entrase en un periodo de libertad y crecimiento económico inédito en su historia .
El escritor y periodista Manuel Vázquez Montalbán dijo una vez que "en la España de Franco parecía que a todo el mundo le olían los calcetines". Era un país en el que todavía se firmaban y ejecutaban sentencias de muerte, con presos políticos, con torturas en las comisarías, sin un Estado de derecho, sin partidos políticos, en el que las mujeres tenían menos derechos que los hombres... La España de los años ochenta vivió una explosión de libertad y creatividad insólita. En una década, un país que era una dictadura entró en la UE, después de haber aprobado una Constitución diseñada por personas que eran feroces enemigos políticos solo unos años antes.
Hubo decepciones con el país que se estaba creando. Es inevitable: las esperanzas y las realidades no siempre coinciden, todos sus actores hicieron renuncias importantes y, sí, es cierto, se olvidaron crímenes horribles. ¿Había otra posibilidad? Nunca lo sabremos, solo que todo aquello salió bien y se convirtió en un modelo. Lo que algunos llaman el Régimen del 78 y los historiadores y sus protagonistas la Transición fue contemplado con fascinación y envidia en todo el mundo, especialmente en América Latina y en los países que tuvieron que reconstruir su libertad tras la caída del Muro de Berlín. Resulta increíble tener que escribir estas obviedades, tener que reivindicar lo evidente: España pasó de ser una dictadura a ser una democracia, con todos sus defectos, con todos sus problemas. Como recordaba un artículo reciente sobre los Pactos de la Moncloa, un acuerdo social firmado en 1977, el PIB por habitante era entonces de 3.000 dólares y hoy alcanza los 28.000 dólares.
Es verdad que escribo estas líneas influido porque tuve la suerte de ser adolescente en aquellos ochenta y porque mi padre, el periodista Pedro Altares, fallecido el 6 de diciembre de 2009 a los 74 años, tuvo un papel relevante aquellos años, como director de la revista Cuadernos para el diálogo. En un artículo titulado ¿Quién mató a Liberty Valance?, y publicado en este diario en 1997, escribió: "La Transición fue una aventura colectiva, en la que una parte fundamental del camino se hizo al andar, impulsada desde abajo, trabajosamente buscada durante años por miles de españoles desde la clandestinidad y desde la frontera de la legalidad, ensanchando día a día el ámbito de lo posible, ampliando con riesgo físico los resquicios que ofrecía el sistema... No, no pudo haber diseño porque no podía haberlo. Fue precisamente su falta, sustituida a golpe de intuición, sin miedo al riesgo y con sentido de la realidad por Adolfo Suárez, lo que hizo posible que España saliese de la noche de la dictadura para encararse a un sistema democrático, fatigosamente trabajado durante años, y desde muchos frentes, por miles de españoles que no se resignaban a ser súbditos del general Franco".
Cuando España ha pasado su mayor crisis política desde el golpe de Estado de 1981 o desde la restauración de la democracia, cuando se anteponen intereses mezquinos y falsedades a intereses generales, aquellos años en los que España recuperó la libertad y la palabra se antojan cada vez más importantes. Fueron tiempos de renuncias y compromisos, que han convertido a España en una democracia sólida y europea, sin violencia política (más allá del terror yihadista). ¿Existen problemas? Sin duda. La inmensa mayoría de ellos tienen que ver con la justicia social, el paro, la desigualdad y la corrupción (forman parte de lo mismo). También con los muertos en las cunetas y la imposibilidad de construir una memoria común, es cierto. Pero los hechos son tozudos: aquella chapuza, aquella improvisación, cerró una puerta a un pasado al que nunca deberíamos volver. ¿Se instauró un régimen en 1978? No sé si es la palabra adecuada, solo que si miramos hacia atrás y estudiamos la España que fuimos y contemplamos la que somos hay que estar muy ciego para pensar que no hemos salido ganando. Y deberíamos tratar de aprender de aquel periodo en vez de denigrarlo, concluye diciendo Altares.
Por mi parte, permítanme sumarme a la efeméride que conmemoramos invitándoles a visitar el interesantísimo Portal de la Constitución, en la página electrónica del Congreso de los Diputados, desde la que podrán acceder a una multitud de enlaces sobre el constitucionalismo histórico español y de los Estados de la Unión Europea e Iberoamérica. Y como siempre en estas fechas, permítanme terminar deseándoles un feliz día de la Constitución. Y hasta el año próximo, en el que celebraremos su cuarenta aniversario. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt











martes, 5 de diciembre de 2023

De la otra Guatemala, la democracia y los pueblos indígenas

 






La otra Guatemala vuelve por la democracia
SERGIO RAMÍREZ
05 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

Bernardo Arévalo, un académico de tranquilo talante que se graduó como sociólogo en la Universidad Hebrea de Jerusalén, y obtuvo su doctorado en Antropología Social en la Universidad de Utrecht, fue electo presidente de Guatemala el domingo 20 agosto de este año, y debe prestar juramento de su cargo el domingo 14 enero del año entrante. Un largo e inusual periodo de más de cuatro meses, propicio a la conspiración de que está siendo víctima, pues hay oscuras fuerzas concertadas para impedirle llegar a asumir el cargo que los electores le confiaron por una abrumadora mayoría de votos.
Que un académico que habla delante de los micrófonos como si se hallara en un aula de clases y no en una plaza pública, lejano a la demagogia y a los usuales actos de corrupción sea el nuevo presidente de Guatemala, si acaso el golpe de Estado continuo que le han montado termina fracasando, vendrá a resultar extraño. Lo común es lo contrario. El mejor antecedente del actual gobernante, Alejandro Giammattei, implicado él mismo en la conspiración para frustrar la presidencia de Arévalo, es haber sido jefe del sistema penitenciario, sucesor de Jimmy Morales, un mal cómico de la televisión; para no hablar de los generales sanguinarios que, como Efraín Rios Montt, profeta de la Iglesia Cristiana del Verbo, fueron juzgados por genocidio.
La marca del ejercicio del poder ha sido en Guatemala la violación constante del Estado de derecho, el control espurio de las instituciones, el encarcelamiento de periodistas, como el caso de Rubén Zamora, director de El Periódico, la persecución contra jueces, fiscales, y procuradores de derechos humanos decididos a cumplir su papel legal, muchos forzados al exilio.
Y ese poder es manejado desde las sombras por una logia feudal unida por lo que se conoce como “el pacto de corruptos”, y tras la que se ocultan viejos oligarcas de horca y cuchillo, capos del crimen organizado, militares en retiro participes de represión en décadas anteriores.
Para que Arévalo no pueda asumir la presidencia han intentado toda suerte de artimañas escandalosamente burdas, usando como instrumentos a los fiscales Consuelo Porras y Rafael Curruchiche, y al juez penal Fredy Orellana, sancionados por el Gobierno de Estados Unidos. Sus acciones han ido dirigidas a anular la personería jurídica del partido Semilla, que llevó como candidato presidencial a Arévalo; a anular los resultados electorales, mandando secuestrar urnas e intervenir al poder electoral, mientras la Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia vacilan frente a estas maniobras o se prestan a ellas, una colusión de la que también es parte la cúpula del Congreso Nacional.
En estas condiciones, las posibilidades del presidente electo de prestar juramento serían nulas si no fuera porque la otra Guatemala, sometida y olvidada, ha venido en rescate de la democracia: los pueblos indígenas de ascendencia maya, quichés y cachiqueles, que representan el 60% de la población, víctimas seculares de la opresión y la discriminación, y de campañas de exterminio como la que llevó adelante en la década de los ochenta el general Ríos Montt, cuando aldeas enteras fueron borradas del mapa con todos sus habitantes, enterrados en fosas comunes.
Los 48 cantones y las autoridades ancestrales de los pueblos originarios y sus 22 representantes, constituidos en Asamblea de Autoridades de los Pueblos en Resistencia para la Defensa de la Democracia, con sus principales a la cabeza, alcaldes de vara, consejos de ancianos y alguaciles, han bajado desde sus comunidades lejanas a la ciudad de Guatemala, han trancado las carreteras, han tomado las calles de manera pacífica y han organizado plantones frente a la Fiscalía y los tribunales exigiendo que se respete la Constitución del país; y han logrado sumar en su protesta a estudiantes, sindicatos, comerciantes de los mercados, y amplios sectores de la clase media.
Las autoridades ancestrales cuidan tradicionalmente de la paz y el bienestar de sus comunidades, del buen uso de las tierras comunales, protegen los bosques y las fuentes de agua, y se ocupan de la limpieza y ornato de calles y cementerios; pero en años recientes han sido protagonistas de campañas de resistencia ante leyes que atentan contra el medioambiente, o que pretenden eximir a los militares responsables de genocidio. Y ahora se han levantado en defensa de la democracia, reclamando que se reconozca el triunfo del presidente electo, y que se destituya a los funcionarios judiciales que se prestan al juego del “pacto de los corruptos”.
“Hordas de indios salvajes que han bajado a tomarse la capital”, dicen los voceros de las organizaciones de extrema derecha, parte del “pacto de corruptos”. El alcalde de la comunidad Juchanep, quien representa a los 48 cantones indígenas, empuña la vara de mando que representa su autoridad, y no vacila en responder: “Nosotros estamos aquí por una obligación moral, no representamos poder, representamos autoridad… y no permitiremos que Guatemala caiga en un Gobierno de facto, en una imposición”.
Si el 14 de enero el presidente electo Bernardo Arévalo logra asumir el poder que el pueblo le otorgó en las urnas, como debemos confiar que así sea, será porque la otra Guatemala, la de los cantones indígenas, ha resistido, sin poder, pero con autoridad. Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes.












De los rebaños de autómatas

 






Rebaño de autómatas
VÍCTOR LAPUENTE
05 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

No tengo control sobre lo que escribo. Cada una de las palabras que tecleo ha sido implantada en mi cerebro unos instantes antes de que mi consciencia tome el mando (si es que manda sobre algo). Las frases que vuelco en estas columnas de opinión ―ya sea para criticar al Gobierno o a la oposición― son fruto del azar, de una mezcla de factores que está fuera de mi elección: mi predisposición genética hacia la justicia social o la responsabilidad individual, lo que estresó a mi madre durante el embarazo y afectó a mi desarrollo fetal, las experiencias en los críticos primeros años de vida y todos los fortunios e infortunios posteriores.
No me alabéis si os gusta esta columna ni me ataquéis si no, porque sólo he escrito lo que estoy destinado a escribir. Es la teoría del determinismo, que ha sido revitalizada tras el último libro de neurocientífico Robert Sapolsky. Al contrario de lo que nos han dicho los filósofos durante siglos, desde el punto de vista biológico, el libre albedrío es un espejismo.
No lo tengo claro, pero reconozco que la política española ofrece una prueba irrefutable de determinismo: todo lo que dicen nuestros representantes es predecible. Obedece siempre, e indefectiblemente, al interés del partido. Podrían, de vez en cuando, defender a las instituciones de todos, pero eso es imposible. El PP lleva años sembrando dudas sobre la legitimidad del Gobierno y la situación de la democracia española. Y el Ejecutivo critica que entidades privadas (que en cualquier país son contrapesos esenciales al poder) cuestionen decisiones del Gobierno ayudadas por los tribunales. Ni unos ni otros se salen del guion. Cualquier evento es munición contra el rival.
Es difícil escapar de esta política de trincheras, sobre todo cuando tantas neuronas y hormonas han sido movilizadas por cado bando. Pero incluso en un mundo determinista el cambio es posible. Y la solución puede ser algo tan sencillo como dudar de nuestro propio juicio. Yo no puedo engañar a la máquina del azar que imprime mis opiniones en la corteza cerebral, pero tampoco quiero dejarme engañar por ella. Por eso, deberíamos escribir y reescribir cada frase, diciéndole a la máquina: nunca estaré seguro de qué es lo correcto, pero, al menos, dame varias versiones de la verdad. La política exige coherencia, pero no puede estar en mano de un rebaño de autómatas. VictorLapuente es politólogo.












De la extrema derecha

 






Para ganar a la extrema derecha
DANIEL INNERARITY
05 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

La extrema derecha está entendiendo mejor que los demás que la política es una cuestión de psicología y no tanto de sociología. Este tipo de fenómenos tiene fundamentalmente una explicación psicopolítica. Hay que entrar en la psicología de los descontentos, que es la verdadera caja negra de la vida política. Deberíamos ser capaces de descifrar el malestar para paliarlo si tiene motivos, criticarlo cuando carece de razones y desmontar las soluciones fraudulentas que se ofrecen.
La extrema derecha reformula las angustias individuales (la perplejidad, el miedo, la precariedad, la inseguridad) con un discurso en el que advierte de la desaparición de colectivos reconfortantes (los hombres, la nación, el idioma común) y para tranquilizar a los asustados no parece haber nada mejor que una bandera que simbolice el orden y la estabilidad, que disipe la amenaza de la desaparición. El sujeto es aliviado al incluirse en un nosotros, aunque no perciba la exclusión sobre la que en muchas ocasiones se funda ese nosotros, el rechazo del otro (interior, diverso, migrante). El lema “España se rompe” se inscribe en este contexto, que va más allá de la mera territorialidad y conecta con esa inestabilidad emocional. Y si hacen referencia a la igualdad (como ahora, de los españoles, entendida como igualdad entre sus comunidades autónomas, no de las personas) no es para incluir las diferencias, sino para neutralizarlas y frenar cualquier posible ampliación del pluralismo.
Si queremos comprender a la extrema derecha hay que reconocerle una coherencia ideológica mayor de lo que solemos suponer. Esta lógica podría sintetizarse diciendo que ha conseguido traducir sufrimientos que tienen un origen económico y social en la gramática de la inseguridad cultural y nacional. Buena parte de nuestras dificultades a la hora de entender a la extrema derecha procede de que no sabemos cómo interpretar su apelación a valores que no le son propios. Tal vez sea una manifestación del prestigio de la democracia el hecho de que hasta sus mayores enemigos lo hacen todo en su nombre. La extrema derecha ya no apela al caudillismo de antaño, sino al pueblo soberano y argumenta en clave democrática. Otra cosa es el juicio que nos merezca su comportamiento de hecho en relación con los valores democráticos. Algo semejante ha pasado con la idea de libertad. Durante los últimos años, y especialmente en medio de la pandemia, una parte de la derecha apelaba a la libertad para cuestionar medidas gubernamentales que limitaban su ejercicio para proteger la salud pública. Lo que ahora estamos viendo es que apelan al valor de la igualdad que no quieren ver monopolizado por la izquierda. Evidentemente, esta versión de la igualdad merece ser analizada críticamente.
Como han puesto de manifiesto Julia Cagé y Thomas Piketty, las inseguridades sociales han sido determinantes en un voto que está motivado por ciertas exigencias igualitarias. Con frecuencia, muchos líderes de la extrema derecha focalizan su crítica a los gobiernos en la explosión de las desigualdades o el deterioro de los servicios públicos (especialmente, en ciertos barrios de la periferia y en las zonas rurales). La extrema derecha se ha apropiado de referencias que eran propias de otras posiciones ideológicas, incluso de algunas de la izquierda; ha introducido su léxico en el debate público, poniendo “temas de izquierda” a su servicio o convirtiendo la crítica al capitalismo en “iliberalismo”.
¿De qué tipo de operación se trata y qué razones podrían explicarla? Del mismo modo que, como demostró Wilhelm Reich, los fascismos históricos no pudieron surgir más que aprovechando las fuerzas y deseos revolucionarios movilizados entonces en nombre de la lucha de clases, cabría preguntarse si las actuales extremas derechas no hacen lo mismo con los afectos “progresistas” actuales. De hecho, estas extremas derechas de ahora no apelan a la raza o al liderazgo fuerte, sino, por ejemplo, a la defensa, contra las normas dominantes, del hombre ordinario que se habría convertido en la nueva minoría.
Que pretenda captar a un electorado que era de izquierdas no significa que no se sitúe claramente a la derecha y no se aparta nada de sus valores característicos (orden, mérito, unidad nacional, reducción de impuestos). Marine Le Pen propone la jubilación a los 60 años, el aumento del salario mínimo, pero no vota nunca en favor de las leyes que irían en el sentido de este programa social. Por lo general, apenas hablan de lo que van a hacer y se limitan a explotar los temas que generan inquietud en el electorado, como la inmigración o la inflación. Se presentan como una derecha abierta también a los decepcionados de la izquierda, pero su centro de gravedad es un capitalismo nacional proteccionista. No tienen como objetivo promover la democracia social, sino rechazar un liberalismo definido fundamentalmente por su dimensión cultural y política. En España, Vox no critica la “paguita” porque sea escasa; se trata de arrojar sobre ella la sospecha de que alguien se está beneficiando de las mismas condiciones que nosotros, sin ser propiamente de los “nuestros”. La desigualdad del patrimonio, en cambio, no es puesta en cuestión porque la herencia no amenaza nuestra identidad. La cuestión social se transforma, con mayor o menor sutileza, en xenofobia.
La coherencia de la extrema derecha consiste en el patrón nacional que formatea todas sus demandas. En relación con el feminismo, por ejemplo, Marine Le Pen se define como feminista en nombre de la identidad francesa supuestamente amenazada por la inmigración musulmana. Este feminismo identitario no defiende la igualdad y la extensión de derechos, sino a “las mujeres francesas”. Igualmente, la laicidad no se defiende en nombre de la protección de las minorías o de la separación entre la Iglesia y el Estado, sino porque forma parte del patrimonio y la herencia del “universalismo” francés. La laicidad consiste simplemente en no aceptar la presencia de otras religiones distintas de la propia y en rechazar los signos de otra cultura en el espacio público. Cuando hablan de laicidad o de raíces cristianas de Europa no están defendiendo algo universalizable, sino rechazando lo foráneo. No les interesa la neutralidad del Estado (en Francia) o la religión en sí misma (en España o Italia), sino lo que consideran una característica de la propia nación que amenaza con desdibujarse por la llegada de los de fuera. Tanto cuando defienden la laicidad como cuando reivindican la religión lo hacen en lo que tienen de propiedades “nacionales”.
La lógica de este discurso es total; es la coherencia de lo monotemático. La sumisión de las mujeres les preocupa solo en la medida en que se trata de la sumisión a otras culturas y les sirve para, por contraste, dar a entender que en la nuestra no existe tal cosa; la promoción de derechos les irrita especialmente porque está promovida por instituciones foráneas, como la ONU o la Unión Europea; si hay que proteger a los trabajadores es porque son nacionales y frente a los migrantes; si están a favor de la ecología es por su valor patrimonial y paisajístico, es decir, introducen en el marco nacional un asunto que nos cosmopolitiza.
No ganaremos a la extrema derecha mientras no nos hagamos cargo de cómo piensan, más allá de los lugares comunes que podamos tener contra ellos, y solo entonces acertaremos con la estrategia más apropiada. Daniel Innerarity es catedrático de Filosofía Política. 












De la Transición española





La Transición: con memoria y sin olvidos
TERESA EULÀLIA CALZADA
05 DIC 2023 - El País - harendt.blogspot.com

A la memoria de Jordi Solé Tura
La Transición no fue perfecta. Fue imperfecta. Probablemente hacer tabla rasa del pasado y construir una sociedad justa sin discriminaciones ni desigualdades hubiera sido mejor. Pero la realidad era otra: había que romper con un pasado negro que aún era presente. El franquismo no había fracasado
Durante la dictadura hubo que pelear palmo a palmo los nuevos espacios de libertad y democracia. Tras la muerte de Franco, hubo que construir un nuevo marco jurídico-político, que permitiera vivir a nuestra generación y a las posteriores en libertad y democracia. Contrario a un sistema que aún ejercía su poder con impunidad y gran capacidad de sobrevivir sin demasiados cambios. No era tarea fácil.
El texto constitucional expresa esta voluntad de cambio recogiendo propuestas e intereses, en muchos casos divergentes, de actores políticos procedentes de campos opuestos y con objetivos que parecían irreconciliables; donde cada uno defendía su proyecto de futuro y, además, debía negociarlo con los otros.
También jugaron un papel en el debate otros sectores con intereses propios: un movimiento obrero movilizado y politizado como respuesta a la represión; organizaciones con demandas sociales ineludibles; un movimiento universitario potente ; grupos religiosos de base exigiendo mayor justicia; sectores profesionales con nuevas demandas y grupos económicos interesados en ejercer otro protagonismo. Hubo un alto nivel de conflictividad. Frente a estas fuerzas dinamizadoras continuaban actuando los aparatos del franquismo, tratando de impedir los movimientos ajenos a su control.
Los resultados electorales del 15 de junio de 1977, la responsabilidad de los partidos y una buena predisposición europea para el cambio fueron claves para iniciar el periodo constituyente. La elaboración de la Constitución fue un proceso complicado en el que todos esos elementos, impredecibles, entraron en juego; avances y retrocesos dependían de la correlación de fuerzas de cada momento. Así, la Transición no fue previamente diseñada por ninguna fuerza oculta. Su resultado final tampoco estaba escrito. Pudo haber sido un fracaso
Otro signo de periodo fue la presencia constante de nuestra historia. No se debía olvidar a las miles de personas que desde el inicio de la dictadura sufrieron la represión franquista en la lucha por la democracia: las fuerzas de izquierda eran las más interesadas en la recuperación de las libertades para todos. Gracias a esta memoria histórica, fueron capaces de contribuir a la elaboración de una Constitución, seguramente imperfecta, pero necesaria para acabar con el franquismo e inaugurar la democracia.
Los debates constitucionales (ponencia, comisión y plenario) reflejan bien la complejidad de la situación. Hubo momentos de gran tensión. De renuncias. Y de generosidad. Basta repasar algunos apartados: sobre la enseñanza, el carácter confesional y la forma del Estado. O el intenso debate sobre el nuevo modelo territorial cuyo acuerdo fue un hito que rompió con el carácter profundamente centralista del Estado.
La Transición fue el resultado de un pacto. No satisfizo en todo a todos, comenzando por los que estaban en primera línea en la toma de decisiones. Pero hubo un gran consenso político y social sobre su conveniencia. Un convencimiento colectivo, no un acto de fe. Declaraciones y ensayos aparecidos en los primeros 20 años de aprobada la Constitución mostraban orgullo por el resultado, pero al mismo tiempo señalaban las limitaciones, la complejidad y las dificultades surgidas en el periodo inicial de la Transición
La interpretación de ese tiempo como una gran panacea por la que todo fue maravilloso llegó más tarde. Y fue intencionada. Para algunos se trataba de revisar el periodo constitucional y presentarlo como una concesión generosa de los sectores aperturistas del franquismo y como un acuerdo entre amigos en un mundo feliz. Con este discurso se quiso, y se quiere, mostrarla como una continuidad del régimen, hacer olvidar la lucha política de la oposición democrática y reducir al máximo sus aportaciones.
Desde el otro extremo político se ha reforzado este planteamiento erróneo, conservador y retrógrado fijándose especialmente en las carencias, y sin analizar los condicionantes del momento. Lo que olvida un elemento imprescindible: que las izquierdas tenían memoria histórica y rechazaban los errores del pasado cuando, en situaciones similares, cualquier intento de romper con el carácter reaccionario y antidemocrático del sistema político había fracasado.
Las generaciones actuales tienen hoy en sus manos desterrar la leyenda de que en España era imposible un marco constitucional duradero. Durante estos 45 años lo hemos conseguido. Confiemos en que así continuará. Teniendo presente que fue resultado de una obra colectiva, nadie puede apropiárselo de forma exclusiva. Sería un error nefasto, contrario a su espíritu y a su mandato. La conmemoración de los 45 años de la Constitución es una buena ocasión para recuperar las valoraciones positivas de una amplia mayoría de la población reflejadas en la votación del referéndum constitucional de 1978. Para celebrar sus grandes aciertos y no olvidar los errores, a fin de no repetirlos. Es una norma abierta a muchas posibilidades. Hay que saber aprovecharlas. Teresa Eulàlia Calzada es profesora de la UAB.