martes, 27 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] La primera vez..., en la literatura. [Publicada el 15/05/2016]










Dicen que toda obra literaria no es más que una mera paráfrasis, real o fabulada, de la propia vida del autor. No lo sé a ciencia cierta, pero tengo la impresión de que en los relatos literarios de iniciación sexual debe haber mucho de la "primera vez" del narrador.

De esos relatos yo recuerdo con especial emoción unos pocos; muy pocos en realidad, que hayan dejado una profunda huella en mí. Los dos primeros leídos en francés con apenas dieciséis años: Bonjour, tristesse (1954), de Françoise Sagan, y Le blé en herbe (1923), de Sidonie-Gabrielle "Colette", ambas escritoras francesas. Los dos relatos son un prodigio de sensibilidad, y las escenas de iniciación a la vida sexual de sus protagonistas respectivos están resueltas magistralmente, sin una sola palabra malsonante ni grosera actitud. Leídas a mi edad de entonces, me abrieron a un mundo desconocido y anhelado que llegaría a descubrir en su momento sin angustias ni tormentos de ningún tipo.
Con desenfado y cierto tono libertino, muy francés también por cierto, se resuelve el inicio de la vida sexual de la protagonista de Emmanuelle (1959), un auténtico clásico de la novela erótica, para mi gusto, la mejor de todas, de la también escritora francesa Marayat Rollet-Andriane más conocida como Emmnuelle Arsan. Hosco y crudo lo es el del relato de la española Las edades de Lulú (1989), una prodigiosa novela, la primera de ella, de la escritora Almudena Grandes. Por último, de los que he querido recordar, no puedo dejar de citar la escena de la violación pseudo-consentida de la protagonista de Soy Charlotte Simons (2004), muy dura, del escritor estadounidense Tom Wolffe. De la deleznable Cincuenta sombras de Grey (2011), y de su autora, la británica Erika Leonard, que escribe bajo el seudónimo de E.L. James, prefiero no hablar.
Pero sí lo hacía al comienzo de la entrada de eso de la "obra literaria" como paráfrasis de la vida propia, o fabulada, del autor. Hay una escena en Una historia de amor y oscuridad (2004), del escritor israelí Amos Oz, tan repetidamente citado por mí en estos últimos días, que es casi un calco de otra similar en otro libro suyo: Escenas de la vida rural (2009), del que también he escrito anteriormente en el blog. Lo que me lleva a pensar que. real o fabulada, su iniciación a la vida sexual no pudo ser muy diferente de la que relata en ambos libros. 
La escena transcurre en el kibbutz Hulda, al sur de Ramla, capital del Distrito Central de Israel. El protagonista tiene dieciséis años y entra en la habitación de una de sus profesoras, Orna, de unos treinta y cinco años de edad. Dice Oz: "Sin levantarme de la alfombra, descorrí la cortina que cubría su armario y vi ropa interior, ropa de distintos colores y un camisón de nailon, casi transparente de color melocotón. Tumbado en la alfombra como estaba, mis dedos tocaron ese melocotón y mi otra mano se vio obligada a acercarse a la colina de mis pantalones mientras mis ojos se cerraban, sabía que debía parar debía parar pero no al instante solo un poco más. Al final, justo en el último momento, me detuve y, sin apartar los dedos del melocotón ni la mano de la colina, abrí los ojos y vi que Orna había entrado sin que yo me percatara y estaba descalza mirándome en un extremo de la alfombra, con todo el peso de su cuerpo sobre la pierna izquierda, la cadera derecha un poco elevada, una mano sobre esa cadera y la otra acariciándose el hombro bajo el pelo suelto. Se quedó mirándome con su sonrisa cálida y traviesa en los labios, y sus ojos verdes se reían como diciendo: ya lo sé, ya sé que ahora lo que más deseas es morirte aquí mismo, y sé que estarías menos aterrado si ahora en mi lugar estuviese aquí un asesino apuntándote con una ametralladora, y sé que ahora por mi culpa eres la persona más desgraciada del mundo, ¿pero por qué ser tan desgraciado? Mírame, yo no estoy aterrada por lo que he visto al entrar en la habitación y tú, deja ya de ser tan desgraciado. [...] Orna dijo: Te he interrumpido. Y en vez de reírse añadió: Perdón, lo siento, y de repente, como en broma, empezó a mover las caderas con un complicado paso de baile y dijo que no, que de hecho no lo sentía realmente, que en el fondo le había gustado verme pues en mi cara en esos momentos había una mezcla de dolor y de luz. Y sin decir nada más empezó a desabrocharse los botones, del primero al último, y se quedó delante de mí para que la mirara y continuase. [...] Luego se puso de rodillas sobre la alfombra a mi derecha y apartó mi mano de la colina de mis pantalones y puso la suya y luego abrió y liberó y una estela de chispas punzantes como una densa lluvia de meteoritos recorrió todo mi cuerpo y volví a cerrar los ojos pero no antes de ver como se tumbaba de lado y luego se puso encima de mí y dirigió mis manos, aquí y aquí, y sus labios me tocaron la frente y me tocaron los ojos cerrados y luego cogió con la mano  y me hundió por completo y al instante sentí en lo más profundo del cuerpo como truenos mórbidos e inmediatamente después un rayo que me partió y como las paredes de la casa eran muy finas Orna tuvo que taparme con fuerza la boca y cuando pensó que ya estaba y levantó la mano para dejarme respirar tuvo que apresurarse a sellarme de nuevo los labios porque aun no estaba".
Una hermosa iniciación. ¿No creen?... Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt















lunes, 26 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Gibraltar, Gran Bretaña, España y el Brexit. [Publicada el 08/05/2017]










La profesora Araceli Mangas Martín, catedrática de Derecho Internacional Público de la Universidad Complutense de Madrid y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, escribía hace unos días un artículo sobre las consecuencias para Gibraltar de la salida del Reino Unido de la Unión Europea en el que afirmaba que España no debe admitir concesiones al Reino Unido en la negociación de esa salida que permita a Gibraltar mantener su situación, y consiguiente perjuicio sobre las empresas españolas del entorno y la Hacienda española, ya que, afirma con sorna implícita, si los británicos se equivocaron al votar en el referéndum de abandono de la Unión, el problema es exclusivamente suyo y no nuestro...
El conjunto de Estados miembros de la Unión Europea y, también por separado, Irlanda y España, pueden estar satisfechos de los primeros pasos que se dan para responder a la retirada del Reino Unido (RU). El Consejo Europeo, al aprobar las Orientaciones generales este 29 de abril, ha advertido que siempre se negociará de forma unificada, conforme a los principios acordados y en conjunto o en paquete, no cerrándose ningún capítulo hasta que no se acuerda todo. Se sabía que el daño mayor se lo ocasionaría a sí mismo Londres. No iba a ser inminente, pero insoslayable en el tiempo. 
No se les puede reprochar la falta de informes del Gobierno, del responsable del Tesoro o del Parlamento británico previos al referéndum, aunque no se difundieron ni se utilizaron por los responsables políticos para informar a los votantes. En todos los informes, incluidos organismos como la OCDE o el FMI, multiplicaban los perjuicios para el Reino Unido. 
El Consejo Europeo reconoce que las perturbaciones y perjuicios serán muy superiores para quien tomó la decisión de la retirada. Ahora bien, los informes tenían lagunas importantes al no apreciar suficientemente las consecuencias para Irlanda del Norte o los costes de la deuda con la UE por las obligaciones contraídas durante su permanencia. Incluso después, tampoco comprendieron que el Brexit significa desvinculación total de Gibraltar del conjunto europeo sin posibilidad de reenganche en el acuerdo de relación futura, salvo consentimiento de España. 
El Parlamento Europeo estará feliz pues el Consejo Europeo confirma su opción beligerante adoptada el 28 de junio pasado y ratificada el 4 de abril de no negociar la relación futura sin tener cerrada la salida. El artículo 50 muestra, así, un equilibrio entre la aparente posición de dominio del Reino Unido durante el plazo abierto para notificar, a cambio del drástico plazo que corre desde que notifica hasta que es compelido a retirarse, haya o no acuerdo. 
El Reino Unido dominó el plazo previo hasta notificar su denuncia, pero no domina la negociación de retirada ni la de la relación futura. Aunque abre algún resquicio a conectar el cierre del acuerdo de retirada con la relación futura para una salida no abrupta, pues el art. 50 -que todo lo prevé- aconseja que, para cerrar la retirada, se tenga en cuenta el marco o bases de la relación futura. Además, el Consejo Europeo reconfirma que el mercado único es una opción no desagregable por sectores en función de beneficios separables. 
La retirada supondrá que no habrá libre circulación de mercancías ni libre establecimiento de empresas sin libre circulación de personas, luego habrá que llegar en paralelo a un acuerdo transitorio sobre el tráfico de mercancías para no pasar de un arancel 0 a un arancel X. Por tanto, junto al acuerdo de retirada puede haber un acuerdo transitorio, pero cualquier prolongación de derechos conllevará para el Reino Unido la sumisión a las obligaciones y controles institucionales, incluido el sistema judicial europeo. 
Los medios han transmitido una información inexacta sobre Irlanda. En las Orientaciones no hay referencia a una reunificación futura de Irlanda y a sus consecuencias. No podría redactarse nada así. La UE señala lo obvio, que sigue apoyando los acuerdos de pacificación (o de Viernes Santo); y acuerda con generosidad que, para evitar el rebrote del conflicto, se predispone a ser generosa para evitar que el Brexit conlleve una frontera rígida que separe a los irlandeses del norte del resto, si bien se evitará que el paso de un lado al otro comporte el descontrol de acceso de personas y bienes a la UE a través de la Irlanda. No es cierto que se haya pactado la aplicación automática del Derecho de la UE a la provincia de Irlanda del Norte en caso de reunificación, tal como se hiciera con la reunificación alemana. Además de molestar innecesariamente al RU interfiriendo en un proceso interno, es prescindible a la luz del Derecho internacional. En 1990 no hubo pacto con Alemania con motivo de la reunificación de los dos Estados alemanes. Se respetó el principio de la movilidad de los tratados que rige el supuesto de traspaso de una parte del territorio de un Estado a otro. Cuando un Estado aumenta su territorio se extienden sus tratados al nuevo territorio bajo soberanía; igualmente, cuando un Estado sufre una secesión o una pérdida de territorio deja de aplicarse automáticamente el Derecho de la UE en el territorio escindido (queda fuera del ámbito de aplicación territorial del Tratado). Las normas internacionales sobre sucesión respecto de una parte del territorio estipulan que dejan de estar en vigor, respecto del citado territorio escindido, los Tratados del Estado predecesor (Reino Unido) y entran en vigor los del Estado sucesor (República de Irlanda). 
Otra laguna de los informes británicos es la factura pendiente de Londres, reafirmada en las Orientaciones; su fundamento es contundente: todos los gastos a los que nos hemos comprometido a Veintiocho, se pagan a Veintiocho. Los acordamos en común, nos beneficiamos en común, los financiamos en común. Y se han calculado todos los gastos acordados de pago diferido durante la permanencia británica (beneficiarios de subvenciones del Fondo Social Europeo o del FEDER, programas como Horizon 2020 o el Plan Juncker de inversiones, pensiones de funcionarios, presupuesto plurianual) y que todavía están pendientes de pagos periódicos; o los costes de desmantelar las Agencias que están en el RU. 
Si Gibraltar ha gozado de todas las ventajas de la integración era porque el Tratado, desde la fundación de las Comunidades en 1952-1957, establecía su aplicación a todo territorio europeo cuyas relaciones exteriores asuma un Estado miembro (hoy, art. 355.3 TFUE). A más tardar el 29 de marzo de 2019, quedará desconectado y vuelve la aplicación del art. X del Tratado de Utrecht tal como se aplicaba antes de 1969 (absurdo cierre de la Verja). Al dejar de ser miembro el RU, el hipotético acuerdo de relación futura entre el tercer Estado (RU) y la UE no se extiende automáticamente a Gibraltar; ya no se aplica el art. 355.3 y, sin más, opera el estatuto jurídico distinto y separado de la colonia respeto de la metrópoli que lo administra hasta su descolonización. Y a mayores, al ser una controversia territorial, no pueden ni deben inmiscuirse otros Estados. El acuerdo sobre la relación futura se circunscribe a las dos partes de la controversia -UE y RU- y no hay obligación alguna de extenderlo a territorios coloniales del Estado tercero que será el Reino Unido. 
Es natural, de manual, esta garantía para España. Aunque evidente, no siempre es fácil de aceptar lo evidente y por ello es tranquilizador que figure en las Orientaciones aprobadas. Importa, tras ese reconocimiento razonable y esperable, que nuestros negociadores tengan firmeza y no vendan esta oportunidad por un plato de lentejas. Tampoco hay que esperar que vayamos a conquistar los cielos; no creemos expectativas irracionales que añadan más frustración a las que hemos sufrido históricamente los españoles con Gibraltar. Hace meses se sacó del cajón de los buenos recuerdos la propuesta de cosoberanía negociada en tiempos del premier Tony Blair, sin mencionar este sabio precedente del que se apropió el lenguaraz Margallo. La cosoberanía que, casi tocaran con los dedos los negociadores españoles (por ejemplo, el embajador Ramón de Miguel), se topó con el enemigo interno -el cambio en el Ministerio español- y el externo -en forma de veto del Almirantazgo británico- que frustraron la operación. Al fin y al cabo, si las bases de Rota y Morón son las más importantes para la defensa occidental, Gibraltar tiene un valor no menor y perenne desde hace 10 siglos como llave hacia Asia y  África; los responsables militares británicos vetaron la cosoberanía por el valor estratégico de Gibraltar para el Reino Unido en el mundo. La pétrea actitud de los militares británicos hace pensar que no habrá acuerdo sobre la cosoberanía. Pero tampoco España debe admitir concesiones al Reino Unido que les permita mantener la situación privilegiada y perjudicial sobre las empresas del entorno y la Hacienda española. ¿Perdonar a los británicos porque no sabían lo que hacían? Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













De los informantes heroicos

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz lunes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Juan Gabriel Vásquez, va de los informantes heroicos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 









Digresiones sobre la muerte de Daniel Ellsberg
JUAN GABRIEL VÁSQUEZ
22 JUN 2023 - El País

La noticia de la muerte de Daniel Ellsberg me sorprendió en París, y en esa casualidad hubo para mí una suerte de simetría privada. Ellsberg, como lo sabrán sin duda quienes hayan seguido la prensa de estos días, se hizo célebre para siempre en 1971, cuando decidió filtrar a los grandes diarios de Estados Unidos 7.000 páginas de documentos clasificados. Para ser precisos, se trataba de 3.000 páginas de análisis histórico y 4.000 de documentos del gobierno, todos organizados en 47 volúmenes. Y lo que había en ellos era un estudio secreto de la historia norteamericana en Vietnam: un encargo del secretario de Estado, Robert McNamara, que no se hizo con la intención de que viera la luz, a pesar de lo que se alegó más tarde. Hoy conocemos esos documentos filtrados con palabras que forman parte de nuestra mitología, los Papeles del Pentágono, pero su título oficial era más largo: Informe del Grupo de Trabajo sobre Vietnam de la Oficina del Secretario de Defensa. Uno de esos títulos que consiguen ser, extrañamente, banales y ominosos al mismo tiempo.
Pues bien, uno de los primeros asuntos de los que se ocupaba el estudio, cronológicamente hablando, era la intervención norteamericana en la guerra de Indochina, que en el informe se llama guerra franco-viet-minh y que los vietnamitas llaman guerra de resistencia contra Francia. Para los franceses del presente, los Papeles del Pentágono son también eso: la memoria difícil de esos años de colonialismo que dejaron bellas novelas de Marguerite Duras, un puñado de artículos de Albert Camus, una escena extraordinaria de Apocalipsis ahora (pero solo en la versión restaurada) y un país que no se pone de acuerdo sobre la interpretación de lo sucedido. Ni siquiera Camus se escapa de la incomodidad de las revisiones. Y se entiende. En 1945 escribió: “Si no queremos perder nuestro imperio, hay que dar a nuestras colonias la democracia que reclamamos para nosotros mismos”. Las palabras de Camus, que fue siempre de una lucidez sobrenatural, no suelen envejecer de mala manera; pero hay que reconocer que a estas, o por lo menos a esos posesivos, les ha pasado el tiempo con menos impunidad que a otras.
Sea como sea: los Papeles del Pentágono revelaron, entre otras cosas, que Truman le había prestado ayuda militar a Francia. Y de esto se habló en París este fin de semana, cuando nos enteramos de la muerte de Ellsberg, y por eso digo que hay una cierta simetría privada en el hecho banal de que la noticia de su muerte me haya llegado impresa en periódicos franceses. En los medios de otros países, por lo que he podido ver, no se habla del capítulo francés de los Papeles del Pentágono; y no es para sorprenderse, por supuesto, porque ese aspecto apenas ocupa una pequeña sección del terremoto que causaron las filtraciones. Pero he estado pensando que la de Ellsberg es una de esas vidas que parecen hablar de muchas cosas muy diversas al mismo tiempo, o que lanzan canales de comunicación hacia muchas de las cosas que nos conciernen en determinado momento, aunque no guarden una conexión aparente. Estas vidas suelen marcar un momento histórico, y sus hechos tienen influencias ocultas: mucho más allá de su radio de acción.
Por ejemplo: en este fin de semana he hablado mucho de Wikileaks, de Chelsea Manning, de Edward Snowden. Y más de uno habrá revisado nuestra relación, que nunca es fácil, con los hombres y mujeres que en inglés se llaman whistleblowers: los denunciantes o informantes (esta palabra me gusta más) que toman riesgos enormes por que se sepan verdades incómodas. A veces se equivocan y a veces cometen excesos, pero suelen ser gente de un valor infrecuente, responsables de que no siempre se salgan con la suya los poderosos sin escrúpulos o los que abusan de su poder. Y suelen con frecuencia actuar con plena conciencia del daño que se causarán al hacer sus denuncias, y eso es doblemente sorprendente por tratarse (también con frecuencia) de hombres y mujeres que no estaban destinados a convertirse en denunciantes. Así le ocurrió a Daniel Ellsberg. Nada, en principio, anunciaba que alguien como él pudiera ser uno de estos individuos: un héroe de la contracultura y un traidor para el establecimiento.
Había nacido en una familia judía y conservadora que se convirtió en algún momento a la ciencia cristiana. Se graduó con honores de Harvard y fue un marine distinguido, un disciplinado funcionario del Estado y un defensor a ultranza de las políticas norteamericanas de la Guerra fría. A mediados de los sesenta, después de una temporada en el Pentágono, pasó dos años en Vietnam del Sur como miembro del Departamento de Estado, y fue al volver de ese viaje cuando recibió el encargo del secretario McNamara. Para cuando terminó de compilar los documentos del escándalo futuro, ya había conocido a un puñado de pacifistas que daban conferencias y organizaban marchas contra la guerra, y empezaba a preguntarse —podemos suponer— lo mismo que se preguntó Norman Mailer en el título de un libro, ¿Por qué estamos en Vietnam? Tal vez ya había llegado a su íntima respuesta: por una mentira, elaborada desde las más altas instancias de poder y mantenida a pesar de que todos los días le costaba la vida a más de un norteamericano. Por no hablar de los vietnamitas.
La epifanía definitiva vino en 1969. Ellsberg asistió al discurso de un joven que se había negado a ser reclutado en el ejército y estaba a punto de ir a la cárcel por ello, y lo oyó aceptar su suerte con orgullo. Eran las palabras que necesitaba oír; y las oyó, aparentemente, en el momento en que necesitaba oírlas. Después del discurso, según contaría años más tarde, Ellsberg encontró unos lavabos donde no había nadie, se sentó en el suelo y se puso a llorar. Cerca de un año más tarde empezó a fotocopiar los papeles secretos y a distribuir los documentos entre senadores que habían criticado la guerra, creyendo sin duda que todavía podía hacer su denuncia dentro del sistema. No fue así. En 1971, ante la evidencia cada día más incontestable de que su actitud no caía bien, de que se estaba granjeando enemistades peligrosas y de que además estaba cometiendo un delito, se puso en contacto con un periodista de The New York Times.
El resto ya se conoce de sobra: la demanda del Estado para que los documentos no se publicaran, el fallo que ha definido durante medio siglo la relación de Estados Unidos con la libertad de prensa, y un ensayo de Hanna Arendt —La mentira en política— que debería leer todo el que aspire a ser un ciudadano consciente. El ensayo marcó un momento de la conversación pública en Estados Unidos, y es elocuente que una editorial atenta lo haya reeditado hace unos pocos años: después de que las catástrofes electorales de 2016 nos pusieran colectivamente a pensar en la mentira como forma de hacer política, en nuestra vulnerabilidad ante ella y en lo difícil que es combatirla. Y ahora resulta, para más conexiones, que el principal mentiroso de la historia norteamericana, el señor Donald Trump, acaba de ser imputado por 37 delitos penales, todos relacionados con su manejo de documentos confidenciales o clasificados. Y la ley que se ha usado para imputarlo es la misma que se usó para acusar —sin éxito, por fortuna— a Daniel Ellsberg: la ley de espionaje de 1917. No se puede decir que la historia no tenga sentido del humor.




































domingo, 25 de junio de 2023

[ARCHIVO DEL BLOG] Haciendo historia. [Publicada el 16/05/2016]









-Quel spectacle! Moi, c'est fini, je ne vote plus!
-Et pour quelle raison?
-Tous les candidats font des discours merveilleux, des promesses incroyables, et quand ils sont élus, rien ne change jamais!
-Peut-être parce que ce sont toujours les mêmes qui sont élus.
-Pas du tout. Et puis de toute façon, les hommes politiques de droite ou de gauche, c'est la même chose, ils ne cherchent que le pouvoir...
El texto anterior está extraído de un curso de francés editado en el año 1991. Su traducción al español, más o menos, sería esta:
-¡Qué espectáculo! ¡Se acabó, no voto más!
-¿Y por qué razón?
-¡Todos los candidatos hacen maravillosos discursos, increíbles promesas, y cuando son elegidos, jamás cambia nada!
-Quizá porque siempre son elegidos los mismos.
-De ninguna manera. Y de todas formas, los políticos, de izquierda o de derecha, lo mismo da, no buscan sino el poder...
Como buen sanchopancista (acabo de terminar mi enésima lectura del Quijote y siempre saco algo nuevo de ella) cabría decir aquí eso de "en todas partes cuecen habas"; o eso otro de "en ningún sitio atan los perros con longanizas"... Bueno, dejémonos de refranes. La realidad es que la política es cuestión de credibilidad. Ya te pueden contar todas las historias que quieran que si no te merecen un mínimo de credibilidad los que la cuentan, por muy subjetiva que esa esa noción, no hay nada que hacer. Y a mí, que me considero de izquierdas, socialdemócrata para más precisión, y progresista, signifique eso lo que signifique, Podemos no me merece ninguna credibilidad. Los demás tampoco; pero ellos, ninguna ¿Y ni siquiera un margen de duda al respecto? Pues no, ningún margen de duda. No les creo, no me fío de ellos. Y no lo siento. Me repatean por su chulería, su suficiencia, por lo qué dicen y por cómo lo dicen; hasta por su pinta...
No soy el único al que le pasa. Por ejemplo, Javier Ayuso, portavoz y jefe de comunicación de la Casa Real y del Palacio de La Zarzuela entre 2011 y 2014, escribe hoy en El País un artículo titulado Lo histórico, y el por qué no, que incide en lo que acabo de exponer. 
La autodenominada nueva política de izquierdas, dice en él, abusa de dos términos que se han convertido en inseparables de cualquier propuesta que realicen: todo es histórico o supone un cambio tan auténtico que solo los inmovilistas se pueden oponer. El ejemplo más claro lo dio el martes Pablo Iglesias al ofrecer al PSOE presentarse en listas conjuntas al Senado el próximo 26 de junio. ¿Por qué no reflexiona Pedro Sánchez antes de oponerse a un acontecimiento histórico?, venía a decir el líder de Podemos.
Para empezar, las listas conjuntas de la izquierda al Senado, añade, no son nada nuevo, y mucho menos histórico. Joaquín Almunia (PSOE) y Francisco Frutos (IU) acordaron en el año 2000 presentarse de forma conjunta a la Cámara Alta en 27 provincias, con el resultado de una mayoría absoluta del PP de José María Aznar en el Congreso y el Senado.
Hay dos posibilidades. O Pablo Iglesias, profesor de Ciencias Políticas y viejo militante comunista (o sea de IU), no conocía ese hecho, lo cual le deja en mal lugar; o lo sabía perfectamente, sigue diciendo, y sencillamente prefirió regatear la realidad para empezar su bombardeo de propuestas agresivas a (o contra) Sánchez, para tener la manija de la agenda política en estos 40 días que quedan hasta las elecciones.
Menos mal que Pedro Sánchez y Susana Díaz han puesto las cosas en su sitio, dice más adelante, de forma rápida y contundente, afirmando que no van a entrar en los jueguecitos de Podemos. Ya lo que le faltaba al PSOE es que se dejaran llevar al huerto por el partido morado y se olvidaran de presentar una propuesta ilusionante para los españoles de centro izquierda e izquierda.
El problema de fondo es que Iglesias y su tribu piensan (o dicen que piensan) que están haciendo historia. Puro adanismo. Como si antes de que ellos llegaran a la política, puntualiza, nadie hubiera luchado por la democracia y las libertades, desarrollado un Estado de bienestar o puesto en marcha mecanismos contra la desigualdad.
Además de presumir de estar escribiendo la historia, los líderes de Podemos y de todas sus confluencias han impuesto un nuevo estilo político basado en el ¿por qué no? Bajo ese paraguas, añade, hacen planteamientos impropios, actúan de forma provocativa o insultan directamente a sus rivales políticos en nombre de la nueva política. Aunque ésta tenga dos varas de medir: una para ellos y otra para los demás.
¿Por qué no voy a insultar a los políticos, se pregunta el columnista, con los que quiero pactar (la cal viva del PSOE o el pitufo gruñón de Garzón)? ¿Por qué no voy a proponer incumplir las leyes que no me gustan? ¿Por qué no voy a montar un teatro en el Congreso con bebés, besos y promesas de cargo a lo bolivariano? ¿Por qué no voy a mantener en las listas electorales a una juez acusada de prevaricación? ¿Por qué no vamos a colocar a nuestra familia en cargos públicos o darles contratos? ¿Por qué no proponer que los cargos más importantes de la Administración declaren fidelidad al régimen? ¿Por qué no insultar a los periodistas que no les hacen la ola?
Y por qué sí?, concluye. La respuesta más probable que te pueden dar es “porque yo lo valgo”. O, dicho de otra forma, “porque estamos haciendo historia”. Pues a mí no me vale, añado yo. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














De Fukuyama y el liberalismo

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz domingo. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del economista José Luis Feito, va de Fukuyama y el liberalismo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com











Fukuyama y el liberalismo
JOSÉ LUIS FEITO 
07 SEPT 2022 - Revista de Libros
Recensión de Liberalism and Its Discontents, de Francis Fukuyama (Profile Books, 2022, 154 p.)
harendt.blogspot.com

En este libro Fukuyama se propone efectuar una defensa de lo que denomina liberalismo clásico frente a los detractores de dicha doctrina política, así como restablecer los principios básicos que a su juicio deben guiar su recta aplicación. A pesar de su concisión, se trata de un libro ambicioso en el que se afrontan problemas políticos palpitantes del mundo actual, tanto en los países avanzados como en los menos desarrollados, al tiempo que se sintetizan muchos de sus análisis vertidos en obras anteriores. La aspiración de esta reseña, sin embargo, es más modesta pues se limita a examinar el tratamiento que hace Fukuyama de las cuestiones económicas. A diferencia de su análisis de los fenómenos estrictamente políticos, es este un tratamiento simple, frecuentemente erróneo y no pocas veces contradictorio e ininteligible.
En la primera parte, resumo las descripciones del liberalismo clásico y de su crisis actual según las presenta el autor. En la segunda parte analizo el papel que Fukuyama asigna al neoliberalismo económico en esta crisis y, de forma más general, sus especulaciones sobre economía. Finalmente, extraigo algunas conclusiones. Como advertencia general al lector, la terminología académica en el ámbito de la filosofía política no siempre coincide con el uso más popular de algunos términos en la prensa y demás medios de comunicación (a veces también difiere entre unos y otros académicos).
1. El liberalismo y su crisis
El liberalismo es una doctrina política originada en Europa hacia la segunda mitad del s. XVII cuyo motor de arranque y característica más distintiva es la limitación de los poderes del Gobierno por la ley y en última instancia por la Constitución, a fin de garantizar y permitir el ejercicio de derechos individuales. Entre estos derechos figuran prominentemente los que protegen su autonomía o libertad de elegir para expresar sus opiniones, seguir sus creencias religiosas o sus inclinaciones políticas, así como su derecho a la propiedad de recursos productivos. Se trata siempre de derechos individuales y no colectivos porque el liberalismo sostiene la primacía moral de la persona sobre la de cualquier grupo social y porque el liberalismo confiere a todas las personas el mismo status moral. Hasta aquí el núcleo del liberalismo común a todas las corrientes liberales. Veamos ahora donde se ubica el liberalismo de Fukuyama.
El liberalismo (clásico) es, en palabras de Fukuyama, una amplia tienda de campaña en la que tienen cabida distintas visiones políticas, aunque no debe asociarse exclusivamente con algunas que llevan el nombre del liberalismo en su frontispicio. Así, nos dice el autor, «Por liberalismo, no entiendo el concepto tal y como se usa hoy en Estados Unidos para denominar una orientación política de centroizquierda, un ideario que se ha alejado del liberalismo clásico en aspectos esenciales. Ni lo que en Estados Unidos se entiende por libertarianismo, una peculiar doctrina que se fundamenta en la hostilidad al Estado como tal. Tampoco entiendo el liberalismo en el sentido europeo, donde designa partidos de centroderecha desengañados del socialismo» (p.vii).
Estas cualificaciones delimitan claramente el concepto de liberalismo clásico de Fukuyama. En el libertarianismo el autor engloba tanto al anarcocapitalismo como al liberalismo económico, siguiendo una utilización del término extendida en Estados Unidos. La homologación de estas dos doctrinas, sin embargo, no debe hacernos olvidar la diferencia fundamental entre ambas. Los anarcocapitalistas son ciertamente hostiles al Estado y querrían eliminarlo, los economistas liberales lo consideran una institución esencial del capitalismo y únicamente pretenden limitarlo a las actividades que el sector privado no puede llevar a cabo. Como veremos más adelante, esta homologación le causará más de un problema de coherencia interna a Fukuyama. Ciertamente, el liberalismo económico ha inspirado la política económica de muchos países europeos desengañados del socialismo, como la antigua Checoslovaquia, Eslovenia, Polonia o los países bálticos. Pero también de otros desengañados del exceso de Estado y de poder sindical, como el Reino Unido. No está claro por qué los partidos de centroderecha desengañados del socialismo no son tan compatibles con el liberalismo clásico como los partidos socialistas o socialdemócratas europeos, todos ellos igualmente desengañados del socialismo. Una posible explicación, que se confirma en otras partes del libro, es que para Fukuyama los idearios económicos que desconfían del Estado no constituyen el acompañamiento óptimo de su liberalismo clásico.
Sea como fuere, a lo largo de los últimos 15 años, sostiene Fukuyama, este liberalismo clásico está en retroceso en las democracias liberales por el fuego cruzado de populistas de derechas y de izquierdas (autodenominados progresistas). Se cuestiona, sobre todo, la primacía de los derechos individuales sobre derechos colectivos de unos grupos u otros y la extensión del ámbito de autonomía individual. En el caso de los populistas de izquierda, este cuestionamiento implica además un recorte severo de las libertades económicas, tanto a través de una tributación confiscatoria como de la intervención pública en los mercados. A su juicio, este retroceso no es atribuible a ningún defecto intrínseco de la doctrina liberal, ni mucho menos a las (inexistentes) virtudes morales o de cualquier otro tipo de las alternativas que pretenden derrocarlo. La causa de su crisis y de la floración de alternativas, nos dice el autor, se encuentra en el descontento generado por la evolución del liberalismo en las últimas décadas. Un aspecto negativo de esta evolución ha sido, según Fukuyama, «la transformación del liberalismo económico en lo que hoy se denomina neoliberalismo, que aumentó dramáticamente la desigualdad y provocó devastadoras crisis financieras que dañaron a la gente ordinaria mucho más que a las élites ricas en muchos países alrededor del mundo» (p. ix). Fukuyama señala otros aspectos negativos, políticos y socioculturales, de esta evolución que dejaré de lado porque, como decía al principio, esta reseña se concentra en su tratamiento de las cuestiones económicas.
2. El análisis económico de Fukuyama
En esta sección abordaré, en primer lugar, la definición de Fukuyama del neoliberalismo económico y su interpretación de la historia económica reciente. En segundo lugar, selecciono algunos otros dislates económicos cometidos a lo largo del libro que delatan la fragilidad de los conocimientos económicos de su autor.
La desviación del neoliberalismo
Según Fukuyama, «el término neoliberalismo se debe utilizar para denominar una escuela de pensamiento económico, asociada con la escuela de Chicago o con la escuela austriaca, y con economistas como Milton Friedman, Gary Becker, Ludwig Von Mises y Friedrich Hayek, que denigraron acusadamente el papel del Estado en la economía y enfatizaron la libertad de los mercados como palancas del crecimiento económico y de la asignación eficiente de los recursos productivos. Estos economistas suministraron la justificación para las políticas pro-mercado y antiestatistas seguidas por Ronald Reagan y Margaret Thatcher en los años ochenta. Estas políticas fueron continuadas por políticos de centro izquierda como Bill Clinton y Tony Blair, que promovieron la privatización y desregulación de sus economías sentando las bases para la eclosión del populismo en la segunda década de este siglo» (p.19).
Reagan y Tatcher
Una página después de estas líneas, sin embargo, Fukuyama escribe: «La revolución neoliberal Reagan-Tatcher abordó y resolvió problemas importantes. La política económica en el mundo desarrollado ha oscilado pendularmente en el último siglo y medio… (p.20). En la década de los setenta el péndulo se había desplazado hacia una presencia excesiva del Estado en la economía. Muchos sectores de las economías de Europa y Estados Unidos estaban sobrerregulados y se habían contraído compromisos de gastos sociales excesivamente generosos que alimentaron cargas de deuda pública potencialmente explosivas… (p. 21) En los Estados Unidos y otros países desarrollados, la desregulación y la privatización tuvieron efectos positivos… El resurgir económico del Reino Unido obedeció en gran medida a las políticas neoliberales (p.22)».
Hay un aroma de contradicción evidente en esta narrativa. Si los economistas identificados como culpables de transformar el liberalismo en neoliberalismo consiguieron nada menos que hacer retroceder el péndulo del exceso de Estado y dinamizar economías esclerotizadas, como acertadamente señala Fukuyama, no está claro por qué han de ser denostados. Por otra parte, si estos economistas son neoliberales y su filosofía económica representa el neoliberalismo, ¿quiénes eran los economistas liberales y cuál era la filosofía liberal que fue arrumbada por los neoliberales? Evidentemente, no podían ser los economistas o la filosofía económica dominantes desde final de la Segunda Guerra Mundial hasta comienzos de la década de los setenta porque estas ideas desembocaron en la excesiva estatalización de las economías desarrolladas que delata Fukuyama. O quizás, sí. Esa filosofía económica, llamémosla socialdemócrata, es, en efecto, el componente económico ideal del liberalismo clásico de Fukuyama.
En todo caso, queda por resolver la contradicción entre su condena general al neoliberalismo y las virtudes que le atribuye por hacer retroceder el peso del Estado y revitalizar el crecimiento económico de los países desarrollados. Fukuyama resuelve esta contradicción manifestando que las ideas liberales en favor del mercado y de limitar la acción del Estado, buenas en sí mismas, se llevaron demasiado lejos. Así, nos dice, «la premisa válida de la eficiencia de los mercados se transformó en una suerte de religión en la que la intervención del Estado se rechazaba por principio» (p.22)… «Aun cuando el neoliberalismo produjo dos décadas de rápido crecimiento económico, terminó desestabilizando la economía global y cavando su propia tumba» (p.23). La desregulación de los mercados financieros durante las décadas de los 80 y de los 90, nos dice Fukuyama, fue una de las causas de la Gran Recesión, con la consiguiente crisis aguda de muchos países desarrollados y en vías de desarrollo. Por otra parte, la liberalización excesiva del comercio de capitales fomentó las crisis financieras en los años noventa, culminando con la citada Gran Recesión de 2008. Al tiempo que la intensificación del comercio y de la globalización durante el periodo aumentó intensamente las desigualdades de renta y riqueza. Todo ello, concluye Fukuyama, ha generado el descontento de las nuevas generaciones con el liberalismo y ha alimentado la reacción populista a derecha e izquierda del espectro político.
Nuestro autor, como se puede apreciar, se traga buena parte del discurso de la izquierda sobre la historia económica reciente y sobre los males del liberalismo económico o del neoliberalismo o del capitalismo liberal. Esta lectura, sin embargo, no resiste el análisis riguroso de los hechos. Sería una tarea fácil pero ardua e impropia de una reseña refutar con la extensión necesaria esta visión negativa del neoliberalismo y de la evolución económica relativamente reciente, que Fukuyama comparte con socialistas, neocomunistas o populistas de izquierda y derecha. Me limitaré a efectuar algunas consideraciones sobre las deficiencias más llamativas de la visión de Fukuyama.
Para empezar, a pesar de la aludida idolatría del mercado y la demonización de lo público desde la revolución neoliberal de los ochenta, el peso del Estado, medido por la ratio gasto público/PIB, no sólo no ha retrocedido sino que ha seguido creciendo desde entonces, si bien a un ritmo inferior al de las décadas anteriores. Veamos los datos para Estados Unidos y el Reino Unido, los dos países que según Fukuyama constituyen la lanzadera del neoliberalismo. Si se hubiera molestado en observar las estadísticas correspondientes, habría constatado que dicha ratio pasó del 35,4% en 1980 al 38,2% en 2019 en Estados Unidos y del 39% al 40,3% en el Reino Unido durante el mismo periodo. En otros países, como Francia, el aumento fue mucho mayor, pasando del 46% al 55,4%1. Además, el grueso del aumento del gasto público en estos y otros países ha obedecido al aumento del gasto social (sanidad, educación y pensiones). Nótese que estos datos son anteriores al aumento de gasto público generado por la pandemia. Teniendo en cuenta que durante este periodo la población de los países desarrollados ha crecido menos que su PIB y éste (mucho) menos que el gasto social, se comprueba que el aumento del gasto social per cápita bajo el predominio del desalmado y antiestatista neoliberalismo ha sido tan intenso e incluso superior al de décadas anteriores. De lo que se colige que, o bien el neoliberalismo no fue tan dominante o no es tan anti-Estado como sostiene Fukuyama (o ambas cosas a la vez).
Es interesante señalar otros dos hechos relevantes. Primero, que el crecimiento económico medio anual de Estados Unidos y del Reino Unido durante este periodo no ha sido inferior sino superior al de Francia u otros países donde la ratio gasto público/PIB ha crecido más rápidamente. Segundo, que el descontento o malestar con el neoliberalismo o el capitalismo no es menor, si acaso mayor, en países de cierto tamaño, como Francia o Italia, con una proporción del gasto público en el PIB muy elevada.
La libertad de movimientos de capital y la Gran Recesión de 2008
Los comentarios de Fukuyama sobre la libertad de movimientos de capital a partir de los ochenta…impulsada por los neoliberales en el tesoro norteamericano y en instituciones como el FMI y el Banco Mundial…que cavaron su propia tumba provocando las crisis de liquidez de Reino Unido, Suecia, Méjico, Sudeste Asiático, Rusia y Argentina hasta terminar en la Gran Recesión de 2008 (p.24) son indicativos de la (falta de) cultura económica del autor.
Un error consiste en pensar que antes del auge de la globalización financiera de finales de los ochenta y durante las dos décadas siguientes no había crisis financieras o eran de menor magnitud. Por ejemplo, la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos de 1982, que también afectó a muchos países africanos y algunos asiáticos, ocurrió antes del supuesto predominio del neoliberalismo y fue mucho más severa que las crisis de los noventa (como él mismo afirma en otro contexto). La crisis de balanza de pagos del Reino Unido de 1967 también fue peor que la de la libra de 1992. Argentina, por otra parte, es una suerte de serial killer en lo que a crisis de liquidez e impagos de la deuda se refiere, habiendo realizado cuatro defaults desde 1951(y otros cuatro antes) hasta el de 2001 que Fukuyama atribuye a los males del neoliberalismo. Cuando las importaciones de un país superan sus exportaciones es porque su gasto agregado supera su nivel de producción y está importando capital de un tipo u otro para financiar esa diferencia. Algunos países, la mayoría, aprovechan las posibilidades que le brindan los mercados de capital para fomentar su crecimiento por encima de lo que conseguirían si tuvieran que depender sólo de su ahorro interno. Otros, sin embargo, dilapidan las importaciones de capital para mantener niveles de consumo privado o público insostenibles y antes o después se ven obligados a reducirlos, con los consiguientes costes sociales. Sus males no son imputables a la libertad de movimientos de capital (ni a la perfidia del Fondo Monetario Internacional o del neoliberalismo, como aduce Fukuyama) sino a sus políticas económicas que serían igualmente dañinas aunque se restringieran estos movimientos. En todo caso, hoy se discute sobre la conveniencia de restringir las entradas de capital en economías poco desarrolladas pero a nadie se le ha ocurrido echar marcha atrás en la libertad de movimientos de capital entre economías desarrolladas.
La Gran Recesión de 2008 no tuvo nada que ver con las crisis financieras de los noventa. Ciertamente, no tanto la desregulación como la deficiente regulación y estructura supervisora del sistema financiero desempeñaron un papel no desdeñable. La extraordinaria innovación financiera fue por delante de la regulación y se aprovechó de las lagunas abiertas por una estructura de supervisión diseñada para hacer frente a las perturbaciones del pasado. Pero hubo otros factores detrás de la crisis, entre ellos la intervención estatal en el mercado hipotecario norteamericano a través de las entidades públicas Fannie Mae y Freddie Mae impulsada por el objetivo gubernamental de aumentar todo lo posible el número de ciudadanos con vivienda (hipotecada) en propiedad. Sobre todo, fue decisivo el excesivo crecimiento de la liquidez durante el quinquenio anterior propulsado por políticas fiscales y monetarias expansivas cuyo impacto sobre los tipos de interés a medio y largo plazo fue reprimido por la entrada masiva de ahorro chino en los mercados de deuda pública de Estados Unidos (y, en menor medida, en otros países). No deja de ser paradójico que la mayoría de los economistas citados como neoliberales por Fukuyama hayan advertido reiteradamente de los riesgos para la estabilidad macroeconómica del sistema de la creación excesiva de crédito y liquidez que antes o después termina generando deudas excesivas en relación con la capacidad de pago de unos u otros agentes económicos. En fin, si de algo no se puede culpar en absoluto al neoliberalismo es de la crisis de 2008.
Los ciclos económicos son una característica común a cualquier sistema económico, y no sólo al sistema capitalista, como erróneamente se suele creer. La diferencia esencial estriba en que dentro del sistema capitalista los ciclos discurren alrededor de una tendencia creciente de la renta, entre otras razones porque durante las fases bajistas se restaura el potencial de crecimiento del sistema, mientras que dentro de otros sistemas a lo sumo se consigue mantener el nivel de renta.
Algunos otros sinsentidos económicos
La Gran Recesión de 2008 tenía el potencial destructivo de otra Gran Depresión como la de los años treinta y eso se evitó gracias a las lecciones aprendidas desde entonces, especialmente la utilización de los Bancos Centrales como prestamistas de última instancia. Según Fukuyama, «Si alguna vez ha habido un caso en favor de la existencia de una poderosa y centralizada institución estatal, este lo fue. Los libertarios olvidaron que la ausencia de un Banco Central y la confianza en el patrón oro anteriores a la Ley de la Reserva Federal de 1919 contemplaron crisis financieras masivas como la que sacudió los Estados Unidos en 1908». Fukuyama podía haber incluido la Gran Depresión de 1929, que ocurrió a pesar de la existencia de la Reserva Federal porque no se supo utilizarla. Fue el libertario o neoliberal Milton Friedman quien documentó la inacción de la Reserva Federal como la causa fundamental de que lo que debía haber sido una recesión se convirtiera en la Gran Depresión. Y sus enseñanzas fueron decisivas para guiar la acción de este y otros Bancos Centrales en la crisis de 2008. Así lo reconoció Ben Bernanque, el Presidente de la Reserva Federal que tuvo que lidiar con la Gran Recesión, en un acto para celebrar el 90 cumpleaños de Milton Friedman organizado por la Universidad de Chicago: «En cuanto a la Gran Depresión, tienes razón, nosotros (i.e. La Reserva Federal) la hicimos posible. Pero gracias a ti, no volverá a suceder»2.
Quizá más que cualquier otra cita, el ejemplo más palmario de su despiste en cuestiones de economía lo encontramos en su (repetida) invocación de la obra de Deirdre McCloskey como el ejemplo a seguir para librarse de los males del neoliberalismo: «Este libro es una defensa del liberalismo clásico, o si este término está excesivamente cargado de connotaciones históricas, de lo que Deirdre McCloskey denomina liberalismo humano» (p.vii, ver también p.34). Es quizá difícil encontrar un economista vivo que encarne mejor y más cabalmente el neoliberalismo que tanto ataca Fukuyama, no en balde fue nada menos que director (entonces era Donald McCloskey) del programa de estudios de la Universidad de Chicago en el apogeo de esta escuela. Sus puntos de vista sobre la globalización, la desigualdad económica, los salarios mínimos, etc., se pueden leer en su último libro (Why Liberalism Works, Yale University Press, 2019, existe traducción española Por qué el liberalismo funciona, Deusto 2022). Para quienes no conozcan a esta gran economista, basta con enumerar el título de algunos capítulos, todos ellos escritos con rigor y gusto literario, para apreciar su oposición a los postulados económicos de Fukuyama:
Podemos y debemos liberalizar
Por ejemplo, frenar el proteccionismo
La pobreza que resulta de la tiranía, y no la desigualdad capitalista, es el verdadero problema
Forzar la igualdad de resultados es injusto e inhumano
En una sociedad liberal, los ricos no se hacen ricos a costa de los pobres
La desigualdad no es contraria a la ética si se produce en una sociedad libre
La redistribución no funciona
El salario mínimo hace daño a los pobres y a las mujeres
En suma, los datos y razonamientos aportados en esta sección deberían ser suficientes para desmontar o cuando menos agrietar severamente todo el entramado económico argumental de Fukuyama.
Conclusiones
Fukuyama es uno de los pensadores políticos contemporáneos más influyentes y un incansable y brillante defensor del liberalismo político, como se pone de relieve en este y en otros de sus libros. A diferencia de sus obras anteriores, sin embargo, en esta profundiza en el análisis de las cuestiones económicas y en el proceso se manifiestan los errores y confusiones propios de un desconocimiento de la materia, como se ha puesto de relieve en esta reseña.
Fukuyama considera que el dominio ideológico del neoliberalismo desde comienzos de los años ochenta ha sido la causa de la Gran Recesión de 2008 y del aumento de las desigualdades económicas y consecuentemente es responsable parcial de la crisis de liberalismo clásico que él defiende. Esta es una tesis que no resiste el contraste con los hechos, en parte porque el neoliberalismo no fue tan dominante y en parte porque la crisis, la gravedad de la crisis para ser más precisos, obedeció esencialmente a las políticas monetarias y fiscales fuertemente expansivas de los años anteriores. Estas políticas no se pueden atribuir a los denostados neoliberales de Fukuyama, que siempre han advertido que la contrapartida de una liquidez excesiva es una deuda excesiva que antes o después superará la capacidad de pago de unos u otros agentes económicos. Las crisis dentro del capitalismo siempre crean el caldo de cultivo del que se alimentan los adversarios del sistema y nublan el juicio de muchos de sus partidarios, y la de 2008 fue la más grave después de la de los años treinta del pasado siglo.
Es evidente que para Fukuyama la filosofía económica ideal del liberalismo debería asignar al Estado una función en la redistribución de rentas y riqueza, así como en la intervención en los mercados, mucho más activas que las admitidas por el liberalismo económico o lo que confusamente denomina neoliberalismo. Confusamente porque con frecuencia agrupa bajo esta denominación tanto a dicho liberalismo económico, que busca limitar el Estado a las funciones que no puede satisfacer el sector privado (incluyendo entre estas funciones el sustento de quienes no pueden procurarse una renta a través del mercado), como al anarcocapitalismo que pretende la abolición del Estado. En cualquier caso, desde la perspectiva del liberalismo económico, el verdadero liberalismo clásico, esta filosofía económica de Fukuyama es criticable desde posiciones consecuencialistas y éticas. Por un lado, las redistribuciones e intervenciones defendidas por Fukuyama no conseguirían los efectos deseados ni en el ámbito económico ni en el político. Habrá menos prosperidad, y no necesariamente menos desigualdad, y por ende mayor y no menor malestar político. Por otro lado, la pérdida de libertades económicas que acarrean esas políticas es una pérdida de libertad en sí mismas que, además, si alcanzan las cotas deseadas por Fukuyama, antes o después afectarán al resto de libertades. No deja de ser contradictorio que el autor intercale aquí y allá admoniciones en favor de la iniciativa privada y los mercados, pero su condena general del neoliberalismo marra sus análisis y recomendaciones económicas. Lo que propone el autor en este ámbito de la economía no es una adaptación del liberalismo sino una metamorfosis en otra cosa diferente.
Si hacemos abstracción de estos análisis y recomendaciones, sin embargo, su diagnóstico de las amenazas al liberalismo que plantean los populismos de derechas e izquierda, siendo estos últimos en su mayoría toscas reformulaciones de viejas ideas marxistas, así como su análisis de las debilidades de estos planteamientos, tienen la brillantez a la que el autor nos tiene acostumbrados.