viernes, 9 de junio de 2023

De las mentiras en política

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filólogo Jordi Amat, va de las mentiras en política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Esta descripción agónica del presente es una falacia trumpista, un delirio ideológico con un propósito político
JORDI AMAT
04 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

“La política del engaño se ha afianzado”. Era el título del artículo sobre la relación tóxica entre demócratas y republicanos que Thomas B. Edsall publicó el miércoles en The New York Times. Reflexionaba sobre el comodín de la polarización, que sirve para esto y aquello, pero analizaba algo peor que está acelerando la degradación democrática en Estados Unidos: la aceptación de la mentira en la conversación pública. Ya no es que en ella se cuelen fake news. Es que votantes de uno u otro partido prefieren ignorar que lo son o les da igual que circulen y se impongan como certezas o, peor, lo que más encabrona es que su contrario evidencie que son falsedades. No, no y no. Antes de aceptar la verdad de los otros preferimos que los nuestros, y nuestros medios de comunicación, nos mientan ya que dejarnos engañar se considera hoy como un mal menor frente a lo que vemos enfrente y nos causa angustia existencial. “Proteger tu identidad se vuelve más importante que abrazar la verdad”, dijo uno de los académicos consultados por el periodista. “Un individuo cuyo partido pierde el día de las elecciones puede sentir que su identidad ha sufrido una derrota” sugiere Edsall.
Por suerte en España el nivel de la polarización afectiva está lejos del que padece el amigo americano, pero en el corazón de nuestra convivencia el discurso y la práctica del antisanchismo se han instalado como una emergencia salvadora, como la única respuesta patriótica ante una identidad nacional amenazada por la diabólica inmoralidad encarnada por el presidente del Gobierno. Visto desde el rincón del mundo que es Cataluña, donde los socialistas han sido estigmatizados por el independentismo como la salvaguarda más pérfida del maldito Régimen del 78, es fácil constatar que esta descripción agónica del presente es una falacia trumpista, una trola que te cagas, un delirio ideológico con un propósito político.
Lo que se pretende, convirtiendo pactos parlamentarios en pactos nefandos, más que discutir decisiones concretas, es trasladarnos primero el miedo y luego la rabia que genera la angustia nacional. Así no discutiremos sobre el objetivo principal del planteamiento destituyente de las elecciones del 23 de julio: la demolición de una agenda legislativa que, con aciertos (la reforma laboral) y errores (la catástrofe de la quiebra del feminismo), ha conformado una sólida respuesta socialdemócrata a las diversas crisis que se han sucedido durante esta legislatura y, por ahora, han evitado la recesión anunciada, y de la que hoy nadie habla ni se la espera en campaña.
Al ser preguntado sobre qué es la derogación del sanchismo, el líder de la oposición fue claro: “Derogar todas aquellas leyes que están inspiradas por las minorías y que atentan contra las mayorías”. De la negociación del Gobierno de coalición con estas minorías han surgido mayorías parlamentarias estables en la sede de la soberanía nacional, traslación de la fragmentación territorial del país. Somos así. Mayorías exiguas, disonantes o desafinadas, con poco diálogo con la oposición, sin duda. Pero una mayoría legítima, más sólida y amplia que la del antisanchismo. Tras las elecciones del pasado domingo, esta segunda mayoría, la reactiva, se ha reforzado.
Si se consolida esa dinámica, usando algunas razones y demasiadas trolas, se habrá conseguido lo que un determinado poder sabe que es condición necesaria para reimponer su agenda de intereses: la negativa politización identitaria del macizo de la raza, para decirlo con el Dionisio Ridruejo que en Escrito en España explicó la deriva de la Segunda República. “Tempranamente —y en parte a través de los estímulos proporcionados por el adversario—, algunos “valores” como la seguridad y la unidad de la patria, el respeto a la moral tradicional y la fidelidad a la creencia religiosa, vinieron a ser usados como superestructura o escudo defensivo de la clase amenazada, y así sería como la clase media tradicional, supersticiosa de esos valores, llegaría a entrar en el juego tras aquellas oscilaciones que convirtieron la obra republicana —de dos en dos años— en el trabajo de Penélope”. Cuando esa mentalidad se instala, no hay verdad que valga. Jordi Amat es filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS.




































Felipe VI, rey de España. Con algunas anécdotas muy personales del autor del blog. [Publicada el 19/06/2014]





 



A estas alturas de la historia me parece innecesario justificar mi condición de monárquico, de izquierdas y socialdemócrata. Si viviera en Alemania, Austria, Grecia, Portugal o Italia, que fueron monarquías hasta hace unos años y ahora son repúblicas, pues si tendría algo de original. Declararse monárquico en un Estado que lo ha sido durante siglos y que desde 1978, en los 39 años de reinado de Juan Carlos I, ha vivido la etapa de libertades y democracia más larga, pacífica y exitosa de su historia nacional, me parece algo bastante obvio y un ejercicio de sensatez y madurez emocional. 
Yo no me declaro monárquico por respeto al juramento de lealtad prestado, si no sobre todo por convicción personal. Monarquías son algunas de las democracias más antiguas y de las sociedades más libres del mundo: Gran Bretaña, Suecia, Noruega, Dinamarca, Bélgica, los Países Bajos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda... Son monarquías parlamentarias, como la española, en la que el rey es el símbolo del Estado, no un monarca absoluto que hace y deshace a su antojo o participa en la vicisitudes de la vida política de forma partidista apoyando a unos u otros. Por el contrario, garantiza la unidad y continuidad del Estado al situarse por encima de la legítima lucha por el poder de los adversarios políticos. No veo, pues, ni tengo razón alguna para avergonzarme de ser y declararme monárquico. Si a otros no les parece bien, pues nada: "pas de problème", que dicen los franceses; aquí paz y después gloria. 
Mi defensa de la monarquía no tiene antecedentes familiares. Mi padre nació en 1900, a punto de finalizar el siglo XIX, y a los 21 años entraba al servicio de la Casa del Rey, como guardia civil, en la escolta personal de Alfonso XIII cuando salía de la capital. La guerra civil le cayó del lado republicano, y cuando terminó, lo pagó con cinco años de destino forzoso en la isla de El Hierro, aunque conservó su condición de militar hasta su licenciamiento en 1956, como comandante de la guardia civil. Nunca se declaró políticamente, aunque le podía su vena republicana, pero mi madre prohibía terminantemente hablar de política en las reuniones familiares.
Mi madre nació en 1906. Sus padres, mis abuelos, se casaban en una iglesia de Madrid el mismo día que también en Madrid, pero en la de San Jerónimo el Real, lo hacían el rey Alfonso XIII y la reina Victoria Eugenia. Mis abuelos maternos eran socialistas. Destacados dirigentes del PSOE como Prieto, Besteiro, Largo Caballero y Negrín (los dos últimos llegarían a ser presidentes del gobierno durante la II República) fueron amigos personales de mis abuelos. Mi madre, su hija mayor, recordaba haberlos visto en alguna ocasión en casa de sus padres en la Ribera de Curtidores, de Madrid, cuando ella era joven. Un hermano de mi abuelo, mi tío-abuelo Amós Acero, fue alcalde del Puente de Vallecas y diputado en las Cortes republicanas. Lo fusilaron los nacionales al término de la guerra civil. 
Y yo, con diez años, recuerdo que tenía en mi cuarto, en la casa de mis padres en Madrid, una foto recortada de la revista Life en la que aparecía el príncipe Juan Carlos de Borbón vestido con su uniforme de cadete de la Academia General Militar de Zaragoza. Curiosamente, en mi tesina de graduación en la Escuela Social de Madrid, en 1966, titulada "El futuro político de España", yo defendía como salida al régimen franquista la de una regencia provisional hasta que los españoles decidieran por referéndum, si preferían una monarquía, una república, o una regencia electiva renovada periódicamente. Me la aprobaron con nota. Y eso, nueve años antes de la muerte del dictador. Años más tarde tuve ocasión de saludar personalmente en Las Palmas, durante una recepción oficial, a don Juan Carlos y doña Sofía, con la que departí unos minutos en los que hablamos de historia del arte. Si alguno piensa que traiciono mi herencia familiar declarándome monárquico, de izquierdas y socialdemócrata, le aseguro que se equivoca. 
De vez en cuando me encuentro contertulios en la redes sociales que me ponen literalmente a caldo por declararme monárquico, de izquierdas y socialdemócrata. Me dicen que no se puede ser monárquico y de izquierdas y socialista. Por lo visto desconocen la historia del socialismo europeo, especialmente del nórdico o del británico, pero también del español. Claro está que algunos de esos contertulios contraponen lo de socialdemócrata a lo que ellos denominan "socialistas auténtico", que así, a palo seco, no tengo yo muy claro quienes son. Si desde luego el "socialismo auténtico", así, a palo seco, que ellos defienden es el denominado socialismo real que se practicó en la extinta URSS, o el que rige actualmente en la República Popular China o Cuba, o el que preconizan regímenes como los de Venezuela, Ecuador o Bolivia, por citar los más cercanos sentimentalmente a mi condición de canario y español, pues sí, evidentemente, no soy "socialista". Si por "socialismo", así, a palo seco, entieden lo que defienden Izquierda Unida y compañía: Equo, Podemos, Amaiur, Bildu, ERC y otros, que se pretenden de izquierdas, pues evidentemente, no soy "socialista". 
Si por "socialismo" se entiende lo que defiende la socialdemocracia europea: los partidos socialistas de Gran Bretaña, Alemania, Francia, Holanda, Suecia, Noruega, Bélgica, Dinamarca, Finlandia, Israel o España, por no citar más, pues entonces sí me considero socialista. Y desde luego, aunque nunca fue santo de mi especial devoción, tengo que decir que suscribo de la "a" a la "z" las palabras del diputado socialista Alfonso Guerra pronunciadas en la reunión de su grupo parlamentario el pasado día 10 sobre el asunto de la disyuntiva monarquía-república. ¿Oportunismo por su parte? No lo creo, los oportunistas, desafortunados a mí juicio, son los que mezclando churras con merinas sacan a colación este asunto en este preciso momento. Por cierto, no milito en ningún partido.
Les invito a leer el especial "Retrato de un un rey del siglo XXI" que el diario El País viene dedicando a la persona del que, desde hace unas horas es ya el rey de España, Felipe VI.
Termino con el clásico ¡larga vida al rey! Y ahora, sean felices, por favor, y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt










jueves, 8 de junio de 2023

De Ucrania y la integración europea

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del periodista Andrea Rizzi, va de Ucrannia y la integración europea. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 












Europa: viejos abismos, y nuevos puentes que disgustan a Putin
ANDREA RIZZI
03 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

En Europa se van construyendo nuevos puentes. Esta semana, en Moldavia, se ha celebrado una nueva cumbre de la Comunidad Política Europea (CPE), un foro que reúne a 47 países para fomentar espacios de cooperación entre Estados del continente, miembros de la UE, de la OTAN, de ambas organizaciones o ninguna. Se trata de una galaxia heterogénea, y está por ver qué resultados concretos podrá dar, pero la segunda cumbre da nuevo impulso a un formato con valor político ante el desafío ruso.
También esta semana, en Bratislava, el presidente de Francia, Emmanuel Macron, ha pronunciado un discurso que deja entrever importantes desarrollos en tres áreas con una exhortación a “acelerar las decisiones estratégicas” de Europa.
En primer lugar, Macron abogó por ofrecer a Ucrania “garantías de seguridad tangibles y creíbles”. Dijo además que, si bien plantear ahora la adhesión de Kiev a la OTAN es problemático, “necesitamos un camino hacia la membresía”.
En segundo lugar, afirmó que hay que avanzar “lo más rápido posible” en la ampliación de la UE, subrayando que sería un error jugar al viejo juego de dar esperanzas y ganar tiempo.
En tercer lugar, tendió la mano a los países del Este de la UE, admitiendo que Francia “a veces ha sido percibida como arrogante o lejana o desinteresada hacia esta parte de Europa”. “Podéis contar con nosotros”, añadió.
Estas tres declaraciones parecen apuntar a una evolución de la posición de París y suenan como la evidencia de que hay cosas que se mueven, puentes que se construyen, nuevos pasos posibles en el corto y medio plazo.
La relación con Ucrania es un apartado esencial y será el epicentro de la cumbre de la OTAN de Vilnius en julio. Macron dice que hay que ofrecer algo que esté a medio camino entre la asistencia de seguridad a Israel y la plena membresía.
En la ampliación de la UE, insiste en la necesidad de una reforma interna previa a nuevas adhesiones, pero hay ahora un gran acento en la urgencia. Tradicionalmente, Berlín y Bruselas impulsaban, París frenaba. No cabe ver un giro copernicano en esto, pero sí un posible viraje, y la UE se construye por lo general así. La ampliación, pues, no está cerca, pero hay motivos para pensar que desde una sustancial parálisis se transite a una modalidad más proactiva.
Y la mano tendida al Este, con giros del discurso que han sonado a disculpas implícitas, es todo un cambio. La tensión en materia de Estado de derecho sigue (esta misma semana Varsovia ha dado una marcha atrás tras recibir presión). Pero lo que antes era solo tensión y bronca, se ve ahora acompañado por un genuino esfuerzo de cooperación. Hay un reconocimiento moral de que el Este tuvo una razón de calado histórico en la cuestión rusa, mientras el flanco Oeste se equivocó. Esto no cambia los equilibrios de fuerza; pero sí la relación.
Por otra parte, el renovado puente transatlántico también se le ve consolidado. El G-7 ha cristalizado un acercamiento entre Europa y EE UU de cara a la nueva relación con China —en términos cercanos a las ideas de la UE—.
Todo es de una enorme complejidad; lo es la perspectiva de encaje de Ucrania en la UE y la OTAN o incluso solo cómo seguir en el apoyo militar; lo es la ampliación de la UE a los Balcanes; la relación entre los flancos oeste y este de la UE; incluso dentro del propio flanco occidental hay discrepancias. Los problemas abundan, como demuestran las tensiones en Kosovo, los persistentes tics iliberales en Hungría y Polonia, divisiones sobre cómo reformar la zona euro, frialdad en muchos apartados entre Berlín y París, o la tercera economía de la UE —Italia— en manos de la ultraderecha. El riesgo de parálisis o fracaso existe. Los abismos de siempre no han desaparecido.
Pero la brutal invasión rusa de Ucrania ha propiciado una nueva conciencia geopolítica, y esta ha abierto nuevos canales de comunicación, nuevos marcos mentales, nuevos proyectos. La conciencia de que la amigable y razonable Administración Biden no durará eternamente —y que lo que venga después puede ser tan malo como lo que vino antes— es compartida y es otro elemento que espolea a moverse. No descarten que Europa, en el marco UE, en el marco OTAN, en el marco CPE, logre en el corto y medio plazos significativos avances gracias a los nuevos puentes cuyos cimientos se van poniendo ahora. Andrea Rizzi es corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).







































[ARCHIVO DEL BLOG] Tareas para un socialismo democrático de hoy. [Publicada el 20/06/2017]









Gabriel Tortella Casares (Barcelona, 1936) es un economista e historiador español, especialista en historia económica de la Edad Contemporánea. Estudió en el Colegio Estudio, heredero de la Institución Libre de Enseñanza. Doctor en Economía por la Universidad de Wisconsin y en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid, es catedrático emérito de Historia de la economía en la Universidad de Alcalá de Henares, presidente de la Asociación de Historia Económica y expresidente de la International Economic History Association y de la Asociación de Historia Económica. 
La reciente oleada de elecciones en Europa, señala el profesor Tortellá al comienzo de un reciente artículo en el diario El Mundo sobre las tareas que debería acometer el socialismo democrático europeo y español de hoy, parece corroborar la opinión de que el socialismo está en franca decadencia, quizá con la única excepción del Reino Unido, caso que más tarde comentaré. Sin embargo, esto no tiene que ser así necesariamente, por una razón muy clara: se requiere un partido de centro-izquierda para hacer el papel de oposición y alternativa de Gobierno al centroderecha. 
En el sistema político europeo, y en todas las democracias parlamentarias del mundo, añade, existe un hueco a la izquierda del centro; si el socialismo no lo ocupa, otros lo harán. Muchos pueden pensar que el socialismo está llamado a desaparecer porque hace ya tiempo que alcanzó sus fines y debe ser sustituido en la izquierda por otras formaciones con distintos orígenes. Al fin y al cabo, el Reino Unido nos da un ejemplo de partido que desaparece como por ensalmo tras lograr su objetivo: el UKIP. El propio éxito puede acabar con los partidos, y pocos han sido más exitosos en el siglo XX que el Socialista; el otro gran partido que alcanzó virtualmente todos sus objetivos, éste en el siglo XIX, fue el Liberal; y casi desapareció al ser desplazado por el primero en el siglo XX. 
En efecto, otros partidos compiten con el PSOE hoy para ocupar ese hueco a la izquierda, y, si el socialismo no aclara sus ideas, puede verse orillado y desmembrado como antes lo fue el Partido Liberal sigue diciendo. Veamos cuáles son esas ideas claras que pueden salvar al socialismo. En primer lugar, debe estudiar las perspectivas políticas del siglo XXI. El periodo revolucionario se acabó. En una sociedad desarrollada y democrática, la inmensa mayoría puede estar representada por los partidos políticos, y si éstos no cumplen su función, a la corta o a la larga, desaparecerán. En una sociedad con estas características la revolución está descartada a menos que ocurran verdaderos cataclismos. La retórica revolucionaria y apocalíptica de un partido de izquierdas puede tener éxito en ciertos momentos (recesión económica, por ejemplo), pero a la larga le desprestigia. Pretender competir con el populismo al estilo de Podemos, la Francia Insumisa, o el Movimiento Cinco Estrellas terminará por ser contraproducente, como ha ocurrido con el socialismo francés y con el británico.
Dediquemos un momento al fenómeno Corbyn en el laborismo británico, dice. Su reciente éxito parcial en las elecciones del pasado 8 de junio, que con tal alborozo fue acogido por la izquierda europea, es un espejismo. Los resultados relativamente buenos se debieron más al fracaso de Theresa May que a las virtudes de un laborismo anticuado y demagógico. Las elecciones británicas están viciadas (y seguramente lo estarán largo tiempo) por el salto al vacío que fue el referéndum del Brexit. Muchos jóvenes han votado a Jeremy Corbyn simplemente como protesta contra el resultado del referéndum de hace un año; es muy dudoso que el Laborista sea hoy tomado en serio como partido de Gobierno en el Reino Unido, aunque la vacua prepotencia de May quizá lo consiga. 
En segundo lugar, continúa diciendo, el socialismo español debe abandonar su frecuente actitud de maniqueísmo cainita, es decir, el arrogarse el monopolio de la virtud y atribuir a los demás partidos políticos, en especial al Popular, todas las execraciones y corrupciones, tratándole como si fuera un paria de la política. Aparte de lo ridículo que resulta que el partido de los falsos EREs, de Mercasevilla y de tantos otros desfalcos, se nos proponga como modelo de virtud intachable, esta actitud perjudica gravemente el normal desarrollo de la política española, entre otras razones, porque, añadida a nuestro ya escorado sistema electoral, otorga un poder desproporcionado a los partidos nacionalistas, que han mercadeado su apoyo alternativo a socialistas y populares con grave detrimento de la firmeza que en el Gobierno de España se requiere para tratar con el separatismo. 
En repudiar al contrario el PSOE ha sido más intransigente que el PP que, por muchos defectos que tenga (que los tiene y grandes), es votado, a menudo mayoritariamente, por millones de españoles que merecen el mismo respeto que los votantes del PSOE. España es de los pocos países europeos donde los dos grandes partidos han sido incapaces de convenir pactos de gobierno a causa de este absurdo cainismo, comenta. Una muy buena señal, sin embargo, ha sido la llamada espontánea de Pedro Sánchez a Mariano Rajoy prometiendo apoyo ante el grave desafío del separatismo en Cataluña. 
En esta línea de confrontación incondicional, comenta más adelante, están las promesas de derogar leyes del PP, tales como la de Reforma Laboral y la de Educación. Sin duda estas leyes son mejorables, pero merecen más respeto que la derogación de un plumazo, práctica por desgracia inveterada en anteriores gobiernos del PSOE, en especial el de Rodríguez Zapatero. Tanta o más cautela debiera emplear en materia de empleo el Partido Socialista cuanto que su ejecutoria es manifiestamente mejorable. Los periodos de Gobierno de Felipe González y de Zapatero terminaron con tasas de desempleo notoriamente más altas que aquéllas con que comenzaron, mientras que el mandato de José María Aznar terminó, por el contrario, con tasas muy inferiores. Lo mismo puede decirse hasta ahora del Ejecutivo de Mariano Rajoy, ya que la actual tasa de desempleo, indudablemente muy mala, está por debajo de la que dejó Zapatero en 2011. Estos son los hechos. Un Partido Socialista serio debe reconocerlos y no prometer entrar en la política de empleo como caballo en cacharrería, derogando a diestro y siniestro, y prometiendo acabar con el paro a base de gasto público, lo cual casa mal con la promesa, también en el programa aún vigente del PSOE, de eliminar el déficit fiscal.
Algo parecido puede decirse de la educación, señala. Es notable y alarmante el tono entusiasta con que el programa del Partido Socialista describe la situación de la educación en España, cuando los hechos objetivos de nuestra educación, tanto media como universitaria, son más bien alarmantes y lamentables: todos los informes internacionales y nacionales, ponen de manifiesto la mediocridad de los resultados (los más citados, los PISA, en enseñanza secundaria, así lo muestran, hasta el extremo que una ministra de Educación de un Gobierno de Zapatero atribuyó los malos resultados al legado del franquismo, cuyo fin se remontaba, ya entonces, a más de 35 años). De las malas calificaciones que obtienen las universidades españolas en todas las evaluaciones internacionales, de las serias críticas que se hicieron en el Informe Miras de 2013, del gravísimo y ya crónico problema de la endogamia del profesorado, nada dice el programa del PSOE, lo cual indica que a todos estas lacras, y muchas más que hay, no piensa ponerles remedio. Mal está que el PP (que encargó el Informe Miras y lo guardó en un cajón) sea inmovilista en materia de educación. Pero que lo sea igualmente el Partido Socialista, que hasta ahora ha sido aún más conservador que el PP, es desesperante para los que creemos que la educación es la clave del futuro del país. Y aquí, de nuevo, el programa del PSOE sólo promete gastar más dinero y dar becas a todos, independientemente de su rendimiento escolar. Pura demagogia.
El socialismo democrático ha sido históricamente el principal vehículo que nos ha conducido a la sociedad que hoy disfrutamos en Europa y gran parte del mundo desarrollado, concluye diciendo. Los partidos socialistas pueden enorgullecerse de ello, pero no deben dormirse en los laureles, porque los votantes son olvidadizos y poco agradecidos. Para subsistir, los socialistas deben reinventarse, refundarse como un partido de centro izquierda, defensor de las minorías, sí, pero también, y más aún, de la modernidad, de la igualdad de oportunidades, y por tanto de la educación y de la investigación de nivel internacional, un partido que relegue tradiciones y mitos, que critique a los demás pero también, y principalmente, a sí mismo. Y que administre el Estado de Bienestar, en gran parte su creación, con eficacia y honestidad. Un partido de progreso de verdad. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt.