viernes, 21 de abril de 2023

De lo que no solemos hablar

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del politólogo Fernando Vallespín, va de lo que no solemos hablar. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









De lo que no hablamos
FERNANDO VALLESPÍN
16 ABR 2023 - El País
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Han tenido que venir las elecciones para que por fin se pusiera el ojo público sobre Doñana; ha tenido que acentuarse la sequía para que por fin cayéramos en la cuenta de las deficiencias de nuestra gestión del agua; han tenido que devorarse cientos de miles de hectáreas para que por fin despertáramos a la imperativa necesidad de cuidar nuestros bosques; ha tenido que ocurrir una degradación bestial del mar Menor, ya casi un mar Muerto, para que por fin empezáramos a tomar conciencia de las consecuencias ecológicas de determinadas prácticas agrícolas. Son breves despertares, pequeños fogonazos en un espacio público devorado por el politiqueo y huérfano de atención a lo que de verdad importa. Cuando al fin aparecen estas cuestiones en la agenda de la discusión pública ya es (casi) demasiado tarde. Estábamos advertidos de que España iba a ser el país europeo más afectado por el cambio climático, que la desertificación era una amenaza real. ¿Qué hemos venido haciendo para evitarlo?
Sí, es cierto, se ha avanzado mucho en la generación de energías renovables o la disminución en las emisiones de CO2. Pero esto tiene menos mérito, es conocida nuestra vergüenza pública cuando nos miran desde Europa. E incluso ahora, con lo de Doñana, esperamos que la solución al desastre que se avecina venga desde allí. La mirada europea pone las pilas a los políticos; o la aparición de una pandemia, que ha suscitado un imprescindible debate sobre la sanidad; o, y esto es decisivo, la atención mediática a demandas sociales insatisfechas. Un ejemplo de esto último puede ser la cuestión de la España vacía ―¡bendito Sergio del Molino por suscitarla!―, que se resiste a salir de la agenda de la discusión. Lo fácil es trasladar la responsabilidad a los medios y a los políticos, cuando a estos solo les mueve aquello que de verdad interesa y/o preocupa. Me temo que los responsables últimos somos ustedes y yo. Yo, por no tocar aquí estos temas, y ustedes ―o yo mismo― por no estar promoviendo manifestaciones en defensa de los bosques o similares o incorporarnos a algún grupo ecologista, aunque sea de barrio. Hacer ruido, que se vea que hay una “demanda social insatisfecha” en este campo.
No se habla de lo que no interesa. Ahora bien ¿hay alguien a quien pueda no inquietarle el cambio climático y su efecto sobre nuestro país, el cómo va a transformar nuestras vidas? Se discute mucho, es verdad, en términos generales, casi como una abstracción apocalíptica, pero no se entra en la letra pequeña. Por ejemplo, en las renuncias a efectos económicos o de consumo o los cambios de hábitos que lleva aparejados o las compensaciones debidas a quienes más vayan a sufrirlo. Un buen liderazgo no temería guiarnos en este debate; es más, lo promovería a fondo. Pero el cortoplacismo electoral se lleva mal con las noticias que pueden ser impopulares. Siempre se percibe algún riesgo en hablar demasiado claro, y la oposición puede utilizarlo para hacer demagogia. Por eso mismo es tan necesario discutirlo, para que quienes estén en contra acaben siendo una minoría. Porque ese sería el resultado, la evidencia es aplastante (relean el primer párrafo).
Les propongo un ejercicio: ¿cuáles son las cuestiones de las que no hablamos lo suficiente, las que merecen mucha más atención? A esta ecológica asociada a nuestro país sumaría, así a bote pronto, la fealdad de nuestras ciudades, la ausencia de debate público sobre cuestiones estéticas. Y, claro, la educación. Siempre tenemos que discutir sobre ella. Una buena educación es lo único que al final nos garantiza que nuestra conversación pública sea racional, esa cualidad tan escasa.

































[ARCHIVO DEL BLOG] Los genes de los españoles. [Publicada el 11/12/2015]











El 3 de mayo de 1985 el diario El País publicó un artículo sin firma titulado Un debate histórico, que recordaba uno de los desencuentros intelectuales más relevantes de la posguerra española. Un debate que enfrentó en posturas irreconciliables a dos conocidas figuras del exilio, Claudio Sánchez Albornoz y Américo Castro. Ambos con planteamientos y conceptos distintos de la historia y de la esencia de lo español. La polémica, se dice en el artículo mencionado, se inició en 1948 con la publicación del libro de Castro España en su historia, obra en la que acuñaba dos nuevos términos: la morada vital -el horizonte de posibilidades de un pueblo- y la vividura -cómo viven los hombres estas posibilidades-. Américo Castro, basándose fundamentalmente en fuentes literarias, llegaba a la conclusión de que era la singularidad de la Edad Media española, y en concreto las vivencias de los cristianos como casta frente a otras castas (moros y judíos), lo que había configurado el carácter diferenciador de lo español, su esencia, "la vividura hispánica". Estas tesis se vieron reforzadas con la publicación, en 1954, de La realidad histórica de España, (uno de los libros de historia más fascinantes que yo he leído nunca) revisión y ampliación de la anterior, que incorporaba nuevos capítulos, entre ellos, el polémico Los visigodos no eran españoles.
La respuesta de Claudio Sánchez Albornoz al libro de Castro fue España, un enigma histórico, publicada en 1956. En ella rechazaba el concepto de la historia de Castro, a quien acusaba de caer en generalizaciones fáciles, y mantenía que había que partir de un conocimiento de los hechos y de la utilización de todo tipo de fuentes.
Sánchez Albornoz defendía en ese libro que la esencia de España y de lo español estaba ya latente en los pueblos prerromanos que se asentaron en la Península, y que fueron los romanos y los visigodos quienes la configuraron al construir la unificación política y cultural de Hispania. Respecto a la Edad Media, no consideraba decisiva la aportación del judaísmo ni de la islamización: España es ante todo cristiana y occidental, es más, España se contempla desde Castilla. 
La publicación en 1971 de la obra de Pedro Laín Entralgo A qué llamamos España, en la que suscribía las tesis de Américo Castro y que obtuvo respuesta de Sánchez Albornoz en El drama de la formación de España y los españoles (1973), ha mantenido la polémica hasta nuestros días. Las obras citadas tuvieron una rápida difusión tanto en los círculos universitarios españoles como en Latinoamérica, y la polémica se extendió a la Prensa y a sus discípulos, mientras los dos profesores seguían cruzando réplicas. Un servidor, modesto discípulo de la diosa Clío, se pone de parte de Américo Castro por razones muy personales que desvelo más adelante.
El territorio que conforma la península ibérica, en el extremo sudoeste de Europa, ha sido colonizado y habitado por pueblos diversos a lo largo de los siglos, pueblos que han dado a su nueva patria nombres también diversos. Tras sus primeros pobladores conocidos, los iberos y los celtas, fenicios y cartaginenses la conocieron como Ispani; los griegos la dieron el nombre de Iberia; romanos y visigodos el de Hispania; los judíos, que llegaron a ella en el siglo III a.C., el de Sefarad; y por último, los musulmanes, el de Al-Ándalus. A partir del siglo XIII d.C. los reinos cristianos del norte de la península, en contraposición a los musulmanes del sur, considerándose herederos directos del reino visigodo, le dan ya el nombre de España.
Todos ellos se fueron asentando e integrando en el territorio peninsular y mezclándose con la poblaciones anteriores. Así ocurrió entre romanos e iberos, y entre visigodos e hispanorromanos. La invasión musulmana propicia una conversión masiva de la población aborigen al islam, quedando como únicos reductos cristianos la cornisa cantábrica y los pirineos.
Aunque los historiadores no se han puesto de acuerdo en el número de los judíos españoles, se supone que a finales del siglo XV podían ser unos 400.000. Es el momento en que los Reyes Católicos, Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón, decretan la conversión forzosa de los judíos al catolicismo, y la expulsión inmediata para los que no lo hagan, con confiscación de todos sus bienes y propiedades. Aproximadamente la mitad del total de los judíos españoles optan por el exilio.
Cien años más tarde, Felipe III orden la expulsión tajante y definitiva de los moriscos de todo los territorios de la Corona. Los moriscos eran los cristianos de origen musulmán que se habían convertido al catolicismo durante el período de la reconquista. Aproximadamente otros 300.000 españoles son obligados a exiliarse sin opción contraria alguna.
Cientos de miles de españoles desarraigados, desterrados, exiliados por la voluntad de otros españoles... La historia se ha repetido después en numerosas ocasiones; la última hace apenas 80 años. Y la pregunta que surge de inmediato es: ¿Cuántos judíos conversos y moriscos quedaron en la península y cuantos son sus descendientes actuales en España? 
Hasta ahora no había forma de dar una respuesta concreta, pero el estudio genético de los españoles realizado por la American Journal of Human Genetics, que estos días presenta sus datos en Madrid, viene a confirmar que unos ocho millones de nuestros compatriotas son descendientes directos de judíos conversos (aproximadamente el 20 por ciento de la población total de España), y unos cuatro millones y medio lo son de moriscos (el 10 por ciento del total). Lo contaba el profesor Javier Sampedro en un interesante artículo titulado Sefardíes y moriscos siguen aquí, publicado en El País en diciembre de 2008.  
No deja de ser curioso en un país en el que el antisemitismo campa a sus anchas, que uno de cada cinco de sus pobladores sea descendiente directo de aquellos a los que detesta, es decir de sus antepasados, sus padres y sus abuelos judeo-conversos. Y uno de cada diez, descendiente de esos "moros" que le atemorizan, pero necesita.
Y ahora, una pequeña digresión muy personal al respecto. En el otoño de 1956 yo tenía 10 años y acababa de comenzar los estudios de bachillerato en el colegio "Infanta María Teresa" de Madrid. Era el primer día de clase de la asignatura de Historia de la Música, que impartía un joven profesor muy atildado, al que siempre recuerdo vestido de riguroso traje negro, con corbata de colores chillones y camisa blanca. Podría tener unos cuarenta y pocos años, y lamento no recordar su nombre. Lo que no voy a olvidar nunca fue ese primer día de clase, pues nada más comenzar la misma se dirigió a mí, me preguntó mi nombre y apellidos, y me soltó: "Usted es de origen judío, ¿verdad, señor Campos?". Me quedé tan sorprendido, -era la primera vez que alguien me mencionaba tal cosa-, que le respondí con sinceridad que no tenía la menor idea, pero que pensaba que no, puesto que yo, mis padres, mis hermanos y toda mi familia eran católicos. Me contestó que los rasgos de mi cara y mi apellido paterno decían que sí, y que se lo preguntara a mis padres. Nunca lo hice esa pregunta a mis padres, quizá avergonzado de que me confirmaran que "era distinto" a los otros niños de mi clase por razones que no alcanzaba a comprender en aquel momento. 
Mucho más tarde, libre ya de prejuicios infantiles, vine a confirmar que formo parte, lo digo con orgullo, de ese veinte por ciento de españoles de origen judeo-converso. Y que Américo Castro, y no Sánchez Albornoz, tenía razón en cuanto a la famosa polémica sobre el "Ser de España". 
En deuda con ellos, con los descendientes de los sefardíes (es decir, españoles) expulsados de su patria en 1492, la Ley 12/2015 les otorgó el derecho a obtener la nacionalidad de sus antepasados. Y el mismo rey de España, don Felipe VI, en un acto solemne en el Palacio Real de Madrid, reunido el pasado 30 de noviembre con representantes de las comunidades sefardíes, les dirigió palabras de afecto: "¡Cuánto os hemos echado de menos!", les dijo.
Orgulloso de mi ascendencia judeo-conversa, como lo fueron, quizá no tan orgullosos de ello por razones obvias, españoles tan ilustres como el propio rey Fernando el Católico; escritores como Juan de Mena, Fernando de Rojas, Mateo Alemán, Miguel de Cervantes, Jorge de Montemayor o Fray Luis de León; místicos como Teresa de Jesús o Juan de la Cruz; humanistas como Luis Vives, Hernando del Pulgar o Alfonso de Valdés; científicos como Miguel Servet, o el propio Inquisidor General, Juan de Torquemada, me gustaría concluir esta entrada de hoy manifestando mi deseo y esperanza de que pronto pueda España llamar de nuevo a su seno a los descendientes de los moriscos tan injustamente expulsados de su patria hace 400 años.
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt













jueves, 20 de abril de 2023

De los depredadores benévolos

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va de los depredadores benévolos. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.












El depredador benévolo
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
15 ABR 2023 - El País
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Uno no siempre dice la verdad sobre su educación lectora, unas veces por corregir el pasado, otras por simple olvido. Solo desde hace poco tiempo he vuelto a acordarme de que uno de los escritores a los que más admiré en mi primera adolescencia fue José Luis Martín Vigil, que ha regresado tristemente del olvido más de 10 años después de su muerte por una serie de sórdidas historias de abusos investigadas por Íñigo Domínguez. El tránsito entre el éxito abrumador y el descrédito irreparable puede ser muy rápido. Nadie puede desaparecer tan sin rastro como quien ha sido muy visible. Los lectores jóvenes de ahora no pueden imaginar la popularidad que tuvo Martín Vigil en los años sesenta y setenta, en aquella cultura literaria del franquismo que se ha borrado por completo de los estudios académicos y de la memoria común, y en la que predominaban superventas como las novelas de José María Gironella sobre la guerra civil y el Libro de la vida sexual del doctor López Ibor, sexólogo del Opus Dei. Había una propensión cautelosa a los temas “fuertes”, a las historias de insinuaciones sexuales, incluso de una cierta denuncia social. Ahora los autores que recordamos de aquellos años son sobre todo Miguel Delibes y Camilo José Cela, pero José María Gironella era mucho más leído que cualquiera de los dos. Los títulos de su trilogía sobre la guerra eran omnipresentes, y sugerían por sí mismos como una promesa de ecuanimidad en la rememoración: Los cipreses creen en Dios, Un millón de muertos, Ha estallado la paz. A Gironella llegué a saludarlo cuando ya era muy viejo, resignado a la oscuridad, tal vez también a la pobreza, después de haber vendido tantos centenares de millares de libros. Es posible que fuera mejor novelista de lo que recordamos.
Solo los títulos de las novelas de Martín Vigil competían en popularidad con los de Gironella. A los lectores incautos nos provocaban una sensación de atrevimiento y hasta de audacia, muy propia de aquella época, en la que había tan poca información y tan poca libertad, pero estaban surgiendo ya tantas expectativas, y en la que era tan fácil el gato por liebre. En una sociedad aislada, inquieta y medrosa, negociantes astutos como Cela o Dalí podían labrarse sin peligro una leyenda rentable de provocadores. El papel que ideó para sí mismo Martín Vigil fue el de aliado y cronista de una forma de rebeldía adolescente que no llegaba a desprenderse del cobijo de la Iglesia católica, que vindicaba una ardiente autenticidad frente a las hipocresías sociales, incluso una denuncia valerosa de la injusticia y la pobreza. En mi colegio eclesiástico, a los 12 o 13 años, yo dejaba sobre el pupitre una cierta novela de Martín Vigil y el título mismo ya era un manifiesto, un callado desafío: ¡Muerte a los curas!, Los curas comunistas.
En algunas de las novelas —Una chabola en Bilbao, Sexta galería— lo que nos atraía era una especie de apostolado o de obrerismo católico tan propio de la época como las misas con guitarras, las llamadas “misas de la juventud”, hacia las que nos atraía fatalmente nuestro inconformismo instintivo y muy poco informado. En alguna de aquellas misas alguien muy joven tocaba El cóndor pasa a la flauta en el momento de la consagración, y ahí se nos confundía un vago indigenismo con un residuo de la devoción a punto de extinguirse. Había curas viejos y feroces de sotanas brillosas que clamaban en los púlpitos contra el libertinaje de la juventud, los hombres afeminados con melenas, las chicas con minifalda, el desarreglo impío de las costumbres. El concilio reciente había abolido las misas en latín, pero ellos seguían amenazando con el azufre y el fuego del infierno, y nos aseguraban, cuando nos atrevíamos a confesarles que habíamos “pecado contra la pureza”, que no solo estábamos en pecado mortal: también por culpa de nuestro vicio se nos debilitaban los pulmones y la columna vertebral, y previamente a la condenación eterna nos estábamos ganando la tuberculosis y la hemiplejía.
Pero ya había otros curas, otros educadores católicos. En vez de acusarnos se ofrecían a comprendernos. La pubertad es más vulnerable todavía que la niñez. Despertar a la adolescencia en una sociedad oscurantista en la que el sexo es angustia, ignorancia y pecado, lleva a sentirse culpable sin saber de qué, a encontrarse tan perdido o perdida en el propio cuerpo como en el mundo exterior, que casi de la noche a la mañana ha dejado de ser el paraíso para convertirse en un lugar ajeno y hostil. De la autoridad grosera podíamos defendernos con un instinto visceral de rechazo, como del olor a sudor rancio y tabaco que a veces reinaba en la penumbra del confesionario. Más peligrosos podían ser algunos maestros suaves, benévolos, persuasivos, en los que el adolescente creía encontrar lo que más necesitaba, un adulto que se ponía a su altura y podía comprender lo que estaba sintiendo, lo que a nadie más podía contar, una voz de aceptación y no de condena.
Una voz así nos parecía escucharla en las novelas de Martín Vigil. Abríamos La vida sale al encuentro y el título ya estaba aludiendo a nuestro desconcierto, a nuestro desvalimiento. A diferencia de nuestros padres y nuestros profesores, lejanos en su hermetismo autoritario, Martín Vigil era el adulto cargado de conocimiento y experiencia en el que podríamos confiar, porque sabía lo que estábamos sintiendo, nuestro maestro, pero también nuestro cómplice, capaz en caso necesario de guardar un secreto. El peligro para un niño es el tío Sacamantecas y el Hombre del Saco, el monstruo que puede devorarlo. Para el adolescente, para el joven, el depredador más dañino puede que sea el maestro que lo deslumbra y que también se pone de su lado, el que comparte y acepta su confusión y al mismo tiempo, sin imponerle nada, le ofrece una guía, le anima a liberarse del miedo, y a atreverse a lo que desea, a ser él mismo.
Dice Íñigo Domínguez que al final de algunas novelas de Martín Vigil venía su dirección, para que los lectores pudieran escribirle. De eso yo no me acuerdo. Pero es posible que de haberla visto, yo también me hubiera animado a contarle por escrito mi admiración y mi gratitud, y hubiera esperado una respuesta, con la avidez ya olvidada con la que esperábamos entonces las cartas. Puedo imaginar lo que sintieran quienes sí recibieron una respuesta, la incredulidad, el halago, el nombre admirado en el remite, el propio nombre trazado en el sobre por la misma mano que escribía los libros, las palabras ahora exclusivamente dirigidas al destinatario de esa carta, llegada del reino fabuloso de la literatura, de una dirección particular de Madrid.
El depredador tiende con destreza su trampa y espera paciente a que caiga en ella la víctima. Su ventaja no es la fuerza física, sino la astucia de elegir la presa más débil. En un piso del barrio de Salamanca que imaginamos antiguo y cavernoso, el maestro escribía cartas y tendía cebos, experto tejedor de su tela de araña, y aguardaba el sonido del timbre, la llegada del elegido —en algún caso también la elegida—, el designado de antemano, el más herido, el más necesitado de lo que el maestro le había prometido, el profeta impostor, el lobo bajo una piel de cordero. Martín Vigil murió olvidado hace algo más de 10 años en una residencia de ancianos, y sus novelas desaparecieron hace mucho tiempo de las librerías, pero todavía hay personas marcadas para siempre por ese delito sin excusa que es la vulneración y el abuso de los indefensos.

























[ARCHIVO DEL BLOG] El sueño de Ortega: Los Estados Unidos de Europa. [Publicada el 30/08/2013]












En la página inicial de presentación del blog, en el apartado "Sobre el autor", situado en la columna derecha del mismo, aparece escrito en tercera persona sobre él: "Su anhelo más ferviente sería saber a sus nietos ciudadanos plenos de una Unión Europea Federal". Me gustaría verlo realizado en vida; es un ideal por el que merece la pena luchar.
En enero de 2005 tuve el placer y el honor de pronunciar en Las Palmas, ante una asamblea de delegados de la Federación de Servicios de la Unión General de Trabajadores (UGT) de Canarias, una conferencia en torno al proyecto de Constitución Europea que pocas semanas más tarde se sometería a referéndum en España: "Informe sobre el proyecto de Constitución Europea", era su título. Lo hice a petición expresa de su secretaria general en aquel momento, María Dolores López, una gran persona y una gran sindicalista. Como conclusión de la misma, cité unas premonitorias palabras del gran escritor francés Víctor Hugo, pronunciadas en 1848, que dice así: "Llegará un día en que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincrasia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán sustituidas por los votos". La conferencia está publicada en mi anterior edición de "Desde el trópico de Cáncer", el 25 de noviembre de 2006, y allí pueden leerla completa si lo desean.
Ha sido en estos días, releyendo la "Historia crítica del pensamiento español" de José Luis Abellán que citaba en mi entrada de ayer, y más en concreto el apartado de su capítulo XLII dedicado a la "idea de Europa" en el pensamiento de José Ortega y Gasset (págs. 252-254), que he percibido con nitidez lo que esa idea supuso de revulsivo y revolucionario en la conciencia de los intelectuales españoles a finales de los años 20 del siglo pasado.
No quiero escribir hoy digresión personal alguna que pueda perturbar el emotivo efecto que esas palabras, que me reafirman en mi profunda convicción proeuropea, me han provocado, así que, por esta vez, me limito a transcribir las mencionadas páginas de José Luis Abellán sobre el pensamiento orteguiano al respecto:
"A pesar de ser una sus obras más famosas, los lectores y los críticos de "La rebelión de las masas" (La Revista de Occidente, Madrid, 1929) no han prestado suficiente atención al contenido europeísta de dicha obra. Quizá lo sorprendente del título y del argumento central mantenido en él, han hecho que el lector resbale por una de sus tesis principales: la del advenimiento de los Estados Unidos de Europa. El hecho de que aquellas páginas se escribiesen entre 1926 y 1928, hacen de Ortega un pionero en la actual construcción de Europa unida; no le falta razón, pues, cuando en 1953 dice -y lo dice en Alemania- que "muy probablemente soy hoy, entre los vivientes, el decano de la idea de Europa". Precisamente esa idea de Europa surge en Ortega como respuesta a la crisis de desmoralización que sufre el continente europeo. He aquí algunas frases suficientemente significativas de aquel libro: "Ahora llega para los europeos la sazón en que Europa puede convertirse en idea nacional. Y es mucho menos utópico creerlo hoy así que lo hubiera sido vaticinar en el siglo XI la unidad de España y de Francia". "Solo la decisión de construir una gran nación con el grupo de los pueblos continentales volvería a entonar la pulsación de Europa. Volvería esta a creer en sí misma y automáticamente a exigirse mucho, a disciplinarse". "Yo veo en la construcción de Europa, como gran Estado nacional, la única empresa que pudiera contraponerse a la victoria del "plan de cinco años".
Este conjunto de ideas, plenamente elaborado en 1929 -¡diez años antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial!-,va a cobrar fuerza en sus conferencias en Alemania en los años cincuenta. El 7 de septiembre de 1949 tuvo lugar un acontecimiento extraordinario: Ortega pronunció en la Universidad Libre de Berlín su conferencia "De Europa meditatio quaedam", que tuvo una repercusión extraordinaria entre el público universitario, según una información periodística: "El día en que don José Ortega y Gasset dio su conferencia las multitudes de público que no habían conseguido tarjeta de entrada, a pesar de haberse repartido varios miles -todas las mayores salas estaban provistas de altavoces-, asaltaron el edificio, rompieron la gran puerta, quebraron los ventanales, causaron víctimas y fue inevitable una seria intervención de la Policía. Los periódicos alemanes, durante varios días, han relatado esto ls incidentes y hecho sobre ellos comentarios bajo el título humorístico: "La rebelión de las masas", aludiendo al libro de nuestro compatriota, que es hoy una de las obras más populares en Alemania".
El contenido de dicha conferencia no difiere mucho de las ideas centrales que ya había desarrollado Ortega en su libro "La rebelión de las masas", que pueden leer (o descargar) en el enlace de más arriba. Su argumento base es la existencia de una "sociedad europea" secular, que ha tenido diversas formas de organización a lo largo del tiempo, pero que -las circunstancias históricas actuales- exigen se formalicen políticamente en un nuevo Estado nacional que comprenda a las distintas patrias tradicionales. Su idea nuclear es esta: "Dadas las condiciones de la vida actual, los pueblos de Euroa solo pueden salvarse si trascienden esa vieja idea esclerosada poniéndose en camino hacia una supra-nación, hacia una integración europea".
Quizá el mejor resumen de su pensamiento lo encontramos en este párrafo inédito hasta hace poco: "Es palmario que ningún Estado nacional europeo ha sido nunca totalmente soberano en relación con los demás. La soberanía nacional ha sido siempre relativa y limitada por la presión que sobre cada una de ellas ejercía el cuerpo íntegro de Europa. La total soberanía era una declaración utópica que encabezaba la redacción de la Constitución, pero, en la realidad, sobre cada Estado nacional gravitaba el conjunto de los demás pueblos europeos que ponían límites al libre comportamiento de cada uno de ellos amenazándole con guerras y represalias de toda índole, es decir, penas y castigos, según son constitutivos de todo derecho y de todo Estado. Había, pues, un poder público europeo y había un Estado europeo. Solo que este Estado no había tomado la figura precisa que los juristas llaman Estado, pero que los historiadores, más interesados en las realidades que en los formalismos jurídicos, no deben dudar en llamarlo así. Ese Estado europeo ha recibido en el pasado diversos nombres. En tiempo de Wilhelm von Humboldt se le llama "concierto europeo" y poco después hasta la Primera Guerra Mundial se le llamó "equilibrio europeo". Por tanto, los pudores que hoy algunos pueblos sienten o fingen sentir ante todo proyecto que limite su soberanía no están justificados y se originan en lo poco claras que están en las cabezas las ideas sobre la realidad histórica".
Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt












miércoles, 19 de abril de 2023

Del mundo visto desde la periferia

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la socióloga Olivia Muñoz-Rojas, va del mundo visto desde la periferia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
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El mundo desde la periferia
OLIVIA MUÑOZ-ROJAS
14 ABR 2023 - El País
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Hace poco un buen amigo estadounidense me contaba cómo llegó con el ejército de su país a Irak con la genuina convicción y loable intención de llevar la democracia a los iraquíes. Cuál no fue su sorpresa al darse cuenta de que no todos los iraquíes veían con buenos ojos su labor. Una de las razones por las que las visitas de Estado a otros continentes, como las que han realizado recientemente Pedro Sánchez, Emmanuel Macron y Ursula von der Leyen a China, resultan positivas es que el debate público se sustrae, aunque sea brevemente, de las preocupaciones geográfica y culturalmente más inmediatas para alzar la mirada y recordar que el mundo desde Oriente, en este caso, no se ve igual que desde Occidente. Que hay asuntos que para los gobiernos occidentales constituyen una prioridad y se presentan al mundo como tales —sin ir más lejos, la guerra en Ucrania— que no se perciben del mismo modo por los Gobiernos chino, indio o indonesio. Que, siguiendo con el ejemplo, aquello que parece evidente para los ciudadanos de Occidente, como la condena sin paliativos de la invasión rusa y la defensa incondicional de las fuerzas ucranias, no lo es para millones de ciudadanos del mundo que no ven la diferencia entre el imperialismo ruso en Ucrania y el estadounidense en Oriente Próximo, pero sí perciben el impacto del conflicto en el precio de la energía o de los cereales, razón por la cual muchos apoyan la neutralidad o, incluso, la colaboración de sus Gobiernos con Rusia.
Es conocida la teoría del centro-periferia desarrollada originalmente por el economista argentino Raúl Prébisch en los años 50 y sometida a numerosas revisiones desde entonces. Algunos dirán que la idea de un mundo dividido entre un núcleo de países industrializados, compuesto esencialmente por Europa y Estados Unidos, junto con Japón, Corea y Australia, y una periferia compuesta por el resto de países, dedicados a suministrar materias primas a los primeros y en creciente desventaja respecto de ellos, ha quedado desfasada o que incluso nunca estuvo en vigor. Sin embargo, más allá del debate académico sobre la teoría de Prébisch, cabe decir que, en el imaginario de la periferia, continúa asentada la idea de que existe un centro que trata de marcar el paso al resto a partir de sus prioridades y de cómo entiende el mundo en cada momento. Si bien, como idea, esta no es ajena a numerosos intelectuales críticos en Occidente, sus consecuencias resultan inevitablemente más palpables, más reales, para quienes las experimentan desde la periferia —hablemos de África, América Latina o Asia—.
No se trata aquí de relativizar o simplificar la realidad global, sino de recordar, una vez más que, para asimilar su complejidad es recomendable, en lo posible, colocarse en distintos puntos geográficos y entornos culturales a la vez. Pues lo mismo que sucede en el centro sucede en la periferia: las preocupaciones y las prioridades de sus gobiernos y sus ciudadanos se circunscriben en primera instancia a su entorno geográfico y cultural inmediato. Aquellos que observan el mundo y experimentan sus dinámicas desde la susodicha periferia, tienen, al menos, la ventaja histórica y epistemológica de poseer una doble perspectiva, esto es, están familiarizados tanto con la mirada hegemónica occidental como con la o las visiones periféricas. A la inversa, no necesariamente sucede lo mismo.
Pese a que se escucha cada vez más que el orden mundial está mutando rápidamente, en numerosos foros occidentales tiende a asumirse tácitamente que la perspectiva del centro sigue prevaleciendo. Es posible que, desde la propia periferia o periferias, cueste desmontar un esquema mental que ha operado a lo largo de los dos últimos siglos y que inevitablemente ha condicionado la percepción que tienen los países periféricos de sí mismos. Pero es claro que, de un tiempo a esta parte, potencias emergentes como la India y no digamos China, aspiran a ocupar un lugar cada vez más prominente, no solamente en términos económicos y geopolíticos, sino también simbólicos, en el imaginario global. En el caso de China, hace tiempo que se trabaja en la consolidación de una identidad nacional fuerte que reivindica, entre otros, el carácter milenario de su civilización. Algo similar está sucediendo en la India con la civilización hindú, cuyas aportaciones a los distintos ámbitos de la actividad humana se presentan al mundo con creciente orgullo y convicción, como en su momento lo hicieron los británicos y, en general, los europeos con las suyas. Convendría prestar atención a estas narrativas emergentes y las sinergias que puedan surgir entre ellas. Si los intentos por parte de la periferia de que trasciendan narrativas globales alternativas a las del centro no son nuevos –pensemos en el movimiento de los no alineados durante la Guerra Fría– quizá la coyuntura actual, en la que China busca jugar un papel mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania, prioridad absoluta de Occidente, y la India preside este año el G-20, sea inusualmente propicia para ello.


























ARCHIVO DEL BLOG] Anna Politóvskaya, cinco años después. [Publicada el 07/12/2011]














El idilio, si es que alguna vez fue idilio y no simple temor, entre Vladimir Putin y el pueblo ruso comienza a resquebrajarse. Es la opinión generalizada en todos los medios de prensa y cancillerías occidentales a la vista de los resultados de las elecciones a la Duma, la cámara baja del parlamento ruso, celebradas el pasado domingo. Como ocurre con la capitalista, reverenciada y temida República Popular China, a Rusia le falta todavía más de un hervor para ser considerada una democracia, y al Sr. Putin, el término "Демократия" (democracia) le tiene que producir sarpullido, por muy dura que tenga la cara, algo de por sí, evidente. Algunos cínicos dirán que para que quieren ser una democracia con lo bien que les va así (sobre todo a los chinos). Vale; es una opinión, idiota, pero la respeto. 
Hoy hace justamente cinco años publiqué en "Desde el trópico de Cáncer" el artículo titulado "¿Muerta para nada?", escrito por el filósofo francés André Glucksmann en homenaje a la escritora y periodista rusa Anna Politkóvskaya. Reconocida especialista en asuntos como la guerra de Chechenia, decidida proactivista y defensora de los derechos humanos y muy crítica con la política de Vladimir Putin y de su entorno en el Kremlin, Anna Politóvskaya fue asesinada a tiros en Moscú el 7 de octubre de 2006, justo dos meses antes de dicho artículo, en lo que parecía a todas luces un asesinato político propiciado desde el poder.
André Glucksmann, filósofo y ensayista profundamente anticomunista, denostado por la izquierda radical francesa, decidido partidario de Nicolas Sarkozy en las últimas elecciones presidenciales, y amigo personal de Anna Politkóvskaya, escribió un emotivo y documentado artículo sobre las más que probables vinculaciones de los asesinos de su amiga con el gobierno de Putin.
Tras meses de presiones internacionales, y la misteriosa muerte en Londres, presuntamente también asesinado, de un antiguo funcionario de los servicios secretos rusos llamado Alexander Litvinenko, que había denunciado públicamente en Occidente las tropelías de la policía secreta rusa e investigado las circunstancias de la muerte de Anna Politkóvskaya, la justicia rusa encausó a varias personas como responsables del asesinato de la periodista. En febrero de 2009, todas ellas fueron absueltas por falta de pruebas. 
No han cambiado mucho las cosas en Rusia desde entonces. Vladimir Putin se dispone a gobernar de nuevo el imperio ruso, pero su pueblo ha comenzado a darle la espalda. Y como todos los autócratas, más pronto que tarde, acabará por caer, aunque Occidente, aplicando la regla de oro de que en las relaciones internacionales no hay amigos ni aliados sino intereses, siga mirando para otro lado. Y la razón está en que cada vez son más los ciudadanos rusos que piensan que Anna Politkóvskaya no murió para nada y que el pueblo ruso tiene derecho a vivir dentro de una auténtica democracia y no en un simulacro de la misma como la actual.
Acompaño la entrada con un vídeo del reportaje emitido por RTVE diez días después del asesinato de Anna Politkóvskaya y con otro de la película-documental dirigida por los realizadores italianos Giovanna Massimeti y Paolo Serbandini sobre la vida y la muerte de la periodista y activista rusa.
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt