viernes, 14 de abril de 2023

De los psicópatas con poder

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Bernat Castany, va de los psicópatas con poder.  Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Psicópatas al poder
BERNAT CASTANY PRADO
09 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Se dice que, en los primeros tiempos del Tercer Reich, algunos cómicos y detractores, en lugar de gritar Heil Hitler!, “salve a Hitler”, farfullaban Heilt Hitler!, esto es, “curad a Hitler”. También es célebre el ataque de risa que padecieron Hermann Göring y Joaquim von Ribbentrop, mientras aseguraban, en los juicios de Núremberg, que habían actuado “de buena fe”, cuando las grabaciones de las conversaciones telefónicas que mantuvieron en aquella época evidenciaban lo contrario. De perdidos, me río. Pues no estaría mal averiguar cuáles de nuestros políticos y de aquellos que los votan, o votamos, necesitan ser curados o se ríen de nosotros en nuestra cara.
Hablamos mucho en estos días del test de Turing, que establece el punto en el que puede hablarse de inteligencia artificial (como diría Jorge Luis Borges: “Tú que me lees, ¿estás seguro de que esto no está escrito con ChatGPT?”). Mucho más deberíamos hablar del test de Hare, que evalúa el grado de psicopatía de las personas, y que, más allá del ámbito de la psicología, puede ser utilizado para realizar un retrato moral, no solo de los individuos, sino también de las sociedades.
El test de Hare está compuesto por 20 preguntas a las que se les da un valor de dos, uno o cero en función del mayor o menor grado de adecuación. Y la línea de corte es 30 (como para entrar en la carrera de ingeniería social). Esto es una demostración. ¡Intenten hacerlo en sus casas!
1. ¿Posee locuacidad y encanto superficial? Esto es, ¿echa mano en sus apariciones públicas de toda la panoplia de falacias, sesgos cognitivos, relatos y mitologías políticas, sin importarle tanto el contenido de lo que dice como el efecto, valorado siempre en número de votos?
2. ¿Miente con asiduidad? ¿Hace como esos tramposos que siempre tienen razón en los detalles, aunque nunca la tengan en el conjunto, de modo que cuando criticas el conjunto te remiten a un detalle, y cuando criticas el detalle, no puedes hacer más que darle la razón?
3. ¿Es manipulador? ¿Siendo su estrategia preferida la de sembrar la discordia, con el objetivo de que nos mordamos los unos a los otros, como aquellos perros que apaleaban después de haberlos metido juntos en un saco?
4. ¿Se siente superior a los demás? ¿Esto es, tiene un sentido exagerado de su propia valía, que le confiere, en su opinión, el privilegio de no tener que respetar las mismas normas o leyes que el común de los mortales?
5. ¿Carece de sentido de la culpa? Ni en su pecho late El corazón delator de Edgar Allan Poe, ni tiene los problemas de insomnio de un Raskólnikov. (Redúzcase medio punto de psicopatía por cada fracción de alprazolam que necesite para dormir.)
6. ¿Sus afectos son superficiales? ¿Muestra una cierta frialdad o superficialidad emocional en sus relaciones con la sociedad, con la que no pueden relacionarse más que mediante el entusiasmo o la ira? ¿Hace, como los niños, zumo de canario con lo que más ama?
7. ¿Carece de empatía? ¿El sufrimiento de las demás personas —sean o no votantes— no es una variable esencial en sus argumentos o decisiones? Como mucho, posee la empatía fría, o intelectual, que le permite meterse en la piel del otro para manipularlo, como un parásito, pero no la empatía caliente o emocional, que representaría un freno moral para sus acciones.
8. ¿Se niega a responder por sus propias acciones? ¿Ya sea por su narcisismo, que le lleva a sentir que las leyes no se hicieron para él, ya sea por su falta de empatía, que lo libera de todo lazo social, no se siente obligado a responder, ni moral ni legalmente, por sus acciones?
9. ¿Sus relaciones suelen ser breves? Especialmente consigo mismo, pues pasa sin problemas de ser un joven trotskista a ser un adalid del neoliberalismo o un nostálgico de los buenos tiempos pasados? (Si sucede lo contrario, pellízquese el brazo para comprobar si está soñando.)
10. ¿Tiende hacia la promiscuidad? ¿Intentando, por ejemplo, ser y no ser a la vez de ultraderecha, o seguir siendo de izquierdas mientras comulga con el credo neoliberal o nacionalista?
11. ¿Su estilo de vida es parasitario? ¿Ya sea porque ha hecho del mero mantenimiento en el poder su modus vivendi, ya sea porque la manipulación de los miedos y las esperanzas de los votantes es una de las formas más básicas del parasitismo humano?
12. ¿Tiene metas poco realistas? ¿Le cuesta aceptar el carácter imperfecto, cambiante y mezclado de la sociedad real, que promete depurar, simplificar y fijar, haciendo caso omiso a los obstáculos o resistencias que le opone, coriácea, la realidad?
13. ¿Su carácter es impulsivo? ¿Promete soluciones finales e inmediatas, considerando todo pacto o concesión como una traición, infligiéndonos de este modo, tras esperanzas desaforadas, depresiones excesivas?
14. ¿Es irresponsable a la hora de actuar? ¿Pues, debido a su falta de empatía, no realiza una valoración moral de las consecuencias que puedan derivarse de sus palabras o acciones? (Réstense mil puntos de psicopatía por cada ocasión en las que haya reconocido un error.)
15. ¿Tiene reacciones poco meditadas? ¿Presenta una baja tolerancia a la frustración, la crítica o el rechazo, lo cual puede llevarle a tener explosiones de ira, que se traducen en improperios, decisiones precipitadas e incapacidad para el diálogo y la alianza (especialmente cuando se acercan unas elecciones)?
16. ¿Necesita ser estimulado por su tendencia al aburrimiento? ¿En el fondo es un nihilista que se siente vacío, y busca el poder, o el dinero, para llenar una falla narcisista que es más profunda que la de San Andrés, y más inflamable que las de Valencia?
(Como no somos jueces, podemos dejar a un lado los últimos cuatro ítems, que se preguntan por la precocidad, diversidad y orígenes de su historial delictivo, en caso de que lo hubiere o hubiese.)
Mi intención no es, claro está, sugerir que todos los políticos respondan a estos rasgos. Primero, porque la demonización de la política es la primera de las estrategias del psicópata político. Segundo, porque todos somos políticos, en tanto que ciudadanos que participan, por activa o por pasiva, del poder. De modo que todos deberíamos plantearnos, cuando votamos o dialogamos, en qué punto intermedio nos situamos entre Albert Camus y Adolf Hitler, o entre Hannah Arendt y Margaret Thatcher. Tercero, porque el bien y el mal son transversales, estoy convencido de que los políticos de extrema derecha, nacionalistas y de izquierda antidemocrática, que haberla hayla, presentan de forma orgánica muchos de estos rasgos. Y cuarto, porque creo que, más allá de los individuos, nuestra misma sociedad tardocapitalista pretende naturalizar muchos de estos rasgos a través de propaganda ideológica, contenidos audiovisuales, violencia burocrática y mucha precariedad.
No hay soluciones mágicas, pero qué menos que preguntarse honestamente qué puntuación sacarían en el test de Hare, no solo aquellos que tenemos pensado votar, sino también nosotros mismos, como individuos, y como sociedad. Heilt!
































[ARCHIVO DEL BLOG] Crisis total o reforma constitucional. [Publicada el 07/10/2012]










Los amables seguidores de este blog habrán leído en él con anterioridad una frase de Perogrullo que repito a menudo: en una democracia asentada es posible salir de una crisis económica, por dura que ésta sea, sin excesivos daños en el tejido social y político mientras solo sea eso: una crisis económica.
Cuando la crisis se convierte además de económica en social y política es que estamos al borde del abismo. En mi modesta opinión ya hemos rozando ese borde y no se ve barrera alguna de protección por ningún lado. 
De esta crisis del sistema que ya parece total escribe en "El País" con extrema dureza el exprofesor de la Universidad Autónoma de Barcelona y presidente del "Institut de Recherche et Innovations de Paris", Josep Ramoneda, en un artículo titulado "Las políticas de la vergüenza".
También sobre la crisis social y política en la que el gobierno del partido popular nos ha metido a base de dar palos de ciego sin medir los daños colaterales de sus acciones, pero también de sus posibles soluciones, entre ellas la de una profunda reforma de la Constitución, escribía en "El Huffington Post", con la claridad y vehemencia que le caracteriza, el vicepresidente del grupo socialista del Parlamento europeo, exministro de Justicia y catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, Juan Fernando López Aguilar, un artículo titulado "Rescatar la democracia: política a contracorriente", y días más tarde, otra vez en "El Huffington Post", y sobre la vía federalista a seguir sino queremos que toda la configuración territorial del Estado se vaya al traste, otro titulado "Soberanamente inútil".
Permítanme ahora reproducir un fragmento de un texto que creo les resultará interesante. Dice así: "El gobierno de la "nación" y el de las "comunidades autónomas" no son, en realidad sino diferentes mandatarios y representantes fiduciarios del pueblo, dotados de poderes diferentes y designados para finalidades diversas. Los adversarios de la Constitución parecen haber perdido completamente de vista al pueblo en sus razonamientos sobre esta materia y haber considerado a estas dos organizaciones no solo como rivales y enemigos recíprocos, sino como si estuvieran libres de todo superior común en sus esfuerzos por usurpar las facultades de la otra. Aquí debemos recordar su error a estos señores, diciéndoles que la autoridad final, sea cual fuere la autoridad delegada, reside solo en el pueblo, y que no ha de depender meramente de la ambición o destreza comparativa de los diferentes gobiernos el que cualquiera de los dos consiga ampliar su esfera de jurisdicción a expensas del otro".
Suena  muy actual, y se limita a recordar algo sabido por todos y olvidado por algunos, que: "la soberanía nacional reside en el pueblo español del que emanan todos los poderes del Estado" (art. 1,2 de la Constitución). Elemental, pero al parecer no tan obvio para nuestros representantes políticos y especialmente para el gobierno del PP.
Pues ese texto que he traído hasta aquí apareció el martes 29 de enero de 1788 en el periódico El Correo, de Nueva York, firmado con el seudónimo de "Publio" y escrito por James Madison. Corresponde al capítulo XLVI de "El Federalista" (Fondo de Cultura Económica, México, 1994), la serie de artículos que Alexander Hamilton, John Jay y el citado James Madison, escribieron entre 1787 y 1788 en varios periódicos neoyorkinos en defensa del proyecto de Constitución federal de los Estados Unidos de América elaborado por la Convención reunida en Filadelfia. Solo he cambiado al reproducirlo, jugando  al despiste durante unos momentos, las expresiones "nación" y "comunidades autónomas" que en el documento original dicen, respectivamente, gobierno "federal" y gobierno de los "Estados".
Comparto la opinión de Ramoneda y López Aguilar en cuanto a la necesidad imperiosa de revisar a fondo la Constitución. Sobre todo en lo que se refiere a la ley electoral, el sistema de representación y la configuración territorial del Estado.
Soy consciente de que no voy a aportar nada novedoso al respecto, pero son éstos asuntos que he estudiado a fondo y con interés, no solo académico sino también personal, y que me atrevo a exponer de nuevo por si pueden coadyuvar de alguna forma a profundizar en un debate que ya no es solo necesario y urgente sino ineludible.
Comencemos pues con la ley electoral y el sistema de representación, aunque centraré mi propuesta únicamente en lo que refiere a la configuración de las Cortes Generales.
Lo primero, recordar que la finalidad de cualquier sistema electoral y de representación es hacer que la mayoría de la ciudadanía elija a una minoría de personas que, como representantes suyos, configuren el gobierno del Estado. La segunda, que esa minoría de representantes traslade al parlamento lo más exactamente posible las diversas opiniones, todas legítimas, de sus representados. Y la tercera, que esos representantes respondan directamente de su gestión ante los electores que los han elegido y a los que representan. Un sistema así configurado se llama desde finales del siglo XVIII para acá "democracia representativa". Y no hay otra. La democracia o es representativa o no es democracia.
En la vigente ley electoral el Congreso de los Diputados se elige por un sistema formalmente proporcional, pero que en realidad no es tal, sino más parecido a uno mayoritario restringido, producto de la disfuncionalidad que ocasiona el pequeño tamaño de las circunscripciones electorales (las provincias) y las listas electorales cerradas y bloqueadas elaboradas libremente por las cúpulas partidistas en las que los electores no pueden establecer la menor modificación.
Este sistema ha venido funcionando desde 1978 hasta hoy; al comienzo relativamente bien, ahora estrepitosamente mal. y parece claro que ya no da para más.
La reforma que defiendo debería permitir que los representantes elegidos por el pueblo no solo facilitaran la conformación de gobiernos estables y una representación adecuada de las opiniones políticas de sus electores, sino también, y sobre todo, que los electores tuvieran la última palabra sobre a "quién" eligen como su representante, y éste, su representante, que supiera con claridad a "quién" representa y ante "quién" responde.
Eso puede conseguirse desechando el sistema electoral vigente de representación proporcional y conformando uno mayoritario simple, en la que cada circunscripción electoral elija un solo diputado.
Un ejemplo: La población española es de aproximadamente cuarenta y cinco millones de habitantes. Para un Congreso de trescientos diputados, correspondería repartir la población española, a partir de la población de cada una de las comunidades autónomas, en circunscripciones electorales de aproximadamente ciento cincuenta mil habitantes cada una. Esas circunscripciones elegirían a su vez un solo diputado al Congreso cada una de ellas. En todo caso, toda comunidad autónoma tendría derecho a elegir un diputado, aunque su población de conjunto no llegara a esos ciento cincuenta mil habitantes señalados. Y, evidentemente, deberían establecerse mecanismos por los que los electores, en casos tasados constitucionalmente, pudieran revocar libremente a sus representantes.
Sobre la configuración territorial del Estado, aun reconociendo el  innegable avance y la importantísima labor realizada por el llamado Estado autonómico, hay que decir que el sistema actual ha tocado fondo, o techo, como ustedes prefieran, y que hay que ir decididamente y sin complejos a un sistema federal en el que la Constitución establezca taxativamente cuales son las funciones que corresponden al gobierno federal y como tiene que ejercerlas, y dejar todo lo que la Constitución no encomiende al gobierno federal a lo que establezcan, libremente, las Constituciones de los diversos Estados, Comunidades autónomas, regiones, provincias, territorios o como quieran ustedes llamarlos que configuren la Federación. Por supuesto, siempre dentro de la obligada lealtad y colaboración respectiva exigible entre la federación y los entes federados y con un sistema de financiación compartida establecido y determinado constitucionalmente.
Dos puntos más y termino sobre este aspecto de la configuración federal de España. Me refiero al Senado y al número de entidades federadas.
Sobre el primero, parece imprescindible que el Senado sea de una vez por todas el órgano de representación de los entidades federadas, o por decirlo más claramente, de sus gobiernos respectivos, y se convierta en el órgano a través del cual las entidades federadas participan en el gobierno de la Federación, junto, y en plano de igualdad, aunque sus competencias podrían ser diferentes, con el Congreso de los Diputados como representación del pueblo español en su conjunto. Un ejemplo que podría servir de punto de partida para su configuración sería el del "Bundesrat", o Cámara Alta, del parlamento alemán, aunque en nuestro caso, cada una de las entidades federadas tendría en el Senado el mismo número de votos independientemente de su población. 
Sobre el segundo aspecto, el número de entidades federadas, me parece evidente que podría aprovecharse el momento de la reforma constitucional para propiciar (nunca imponer) una reducción de su número, por ejemplo, suprimiendo comunidades autónomas uniprovinciales salvo las de Navarra y Baleares, por razones históricas, fusionando otras, y creando las de  Madrid-ciudad (como capital federal), Ceuta y Melilla. 
Sobre la división territorial española hay estudios muy interesantes que no voy a citar ahora pero si desearía referirme únicamente, por su extraordinaria importancia al titulado "La Región. Aspectos administrativos", de Pedro M. Larumbe Biurrún (Montecorvo, Madrid, 1973).
Tomando como punto de partida lo en él expuesto, y como simple opinión personal, propondría una posible estructura federal española  configurada por los siguientes entes federados: 1) Galicia; 2) Asturias-Cantabria-León (provincia); 3) País Vasco; 4) Navarra; 5) La Rioja-Aragón; 6) Cataluña; 7) Castilla-La Mancha-Murcia (menos la provincia de León, e incluyendo la provincia Madrid sin su capital); 8) Valencia; 9) Baleares; 10) Andalucía; 11) Extremadura; 12) Canarias, y las Ciudades Autónomas de 13) Madrid; 14) Ceuta; y 15) Melilla.
La desaparición de las Diputaciones, de las propias provincias, y la unificación forzosa de entidades municipales menores de 10 000 habitantes para la constitución de Ayuntamientos, son algunos de los aspectos sobre la configuración de las entidades locales en un escalón inferior al del ente federado que bien podrían  dejarse a lo que establecieran sus respectivas Constituciones, elaboradas y aprobadas por sus parlamentos y ratificadas por sus ciudadanos mediante referendos, sin menoscabo de la superioridad formal y material de la Constitución federal.
Aprovecho para invitarles a releer mi entrada de abril del pasado año, titulada "Federalismo mejor que nacionalismo", que entiendo complementa aceptablemente ésta de hoy.
Espero que los textos aportados les hayan resultado interesantes. Si ellos contribuyen de alguna manera a propiciar un sereno debate sobre la más que necesaria reforma de la Constitución española, me doy por satisfecho.
He modificado esta entrada los días 10 y 11 de octubre para incorporar a la misma el segundo de los artículos del profesor Juan Fernando López Aguilar citado más arriba, así como el de los profesores Juan Fernando Villaverde, de la University of Pennsilvanya, y Luis Garicano, de la London School of Economics, titulado "Un pacto frente a lo desconocido", publicado en "El País". 
Y sean felices, por favor; a pesar del gobierno. Tamaragua, amigos. HArendt 












jueves, 13 de abril de 2023

De refunfuñones e indignados

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filósofo Manuel Cruz, va de refunfuñones e indignados. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.
harendt.blogspot.com









¿Refunfuñones de la Transición o refunfuñones con la Transición?
MANUEL CRUZ
06 ABR 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Los refunfuñones tienen, ciertamente, mala imagen. Se les asocia con los viejos (y viejas, claro) malhumorados ante la deriva del mundo, en permanente lamento por el mal uso que de su legado han hecho quienes han venido después. Frente a ellos, los indignados vienen asociados a la juventud, y no es que tengan buena imagen: es que su indignación reviste de un manto de épica todas sus reivindicaciones, sean estas las que sean. De hecho, suelen aparecer como quienes aún poseen una mirada moral tan limpia que se enervan hasta el extremo ante los males del mundo, siendo capaces de proponer, frente al reseco egoísmo de sus predecesores, un futuro diferente y mejor para todos.
Pero cuando uno se aproxima a la realidad de las cosas, estas no siempre confirman tan idílica imagen. Sin ir más lejos, los jóvenes que hace poco más de una decena de años gritaban por las calles de algunas ciudades europeas que querían vivir como sus padres no parecían estar reclamando un mundo mejor para todos, sino, sencillamente, no quedar excluidos de los beneficios materiales de los que sus progenitores, según ellos, disfrutaron (aunque no lo hicieran, desde luego, a su misma edad).
Valdrá la pena ir salpicando este texto de advertencias para evitar, en lo posible, malentendidos innecesarios. No entro en la discusión acerca de lo razonable de la mencionada queja porque es un asunto distinto, relacionado con el discurso, el que ahora me interesa plantear. A este respecto, resulta conveniente observar que de la reclamación señalada a la de que son los padres (en sentido amplio, casi metafórico) los responsables directos de la situación que les ha tocado vivir a sus hijos no hay más que un paso. Que algunos transitan con una ligereza argumentativa digna de mejor causa. Así, es también frecuente la acusación de que constituye una responsabilidad de la generación anterior el hecho de que las cosas no fueran del modo que se les había prometido a los jóvenes si cumplían determinados requisitos y se comportaban de una determinada manera (estudiando, aplicándose...), como si la deriva seguida por el mundo en tantos aspectos hubiera estado siempre y por completo en manos de aquella.
Dejemos de lado ahora el reproche de que resulta ciertamente llamativo que algunos de los que portaban las pancartas con tales mensajes (sigo hablando en modo metafórico, espero que se entienda) hayan conseguido, merced precisamente a portarlas y a gritar sus consignas con voz más fuerte que nadie, vivir incluso mejor que sus propios padres. Mucho más importante que esta cuestión —decididamente ad hominem, pero qué menos refiriéndonos a aquellos a los que no se les caía de la boca el término ejemplaridad para denostar a los que entonces estaban al mando— es que hayan alcanzado dicha meta perseverando, con empeño y minuciosidad dignas de mejor causa, en la mayoría de las actitudes que criticaban en sus predecesores. Hasta el punto de que tenemos derecho a sospechar que buena parte de su retórica, henchida de indignada moralina, acerca de la necesidad de depurar la vida pública, escondía el viejo conocido “quítate tú, que me pongo yo”.
Ya tuvimos un primer ensayo general de lo que ahora estamos viendo, cuando algunos de los que habían criticado con fiereza a lo que ellos mismos denominaban “intelectuales del felipismo” aceptaron con entusiasmo ocupar un lugar que, por pura analogía, bien podríamos denominar como “intelectuales del zapaterismo”. De un día para otro decayó la crítica a quienes en el pasado se habían alineado con el poder establecido y los antiguos críticos pasaron a dedicarse, sin el menor rubor, a legitimar al nuevo príncipe, dijera este lo que dijera e hiciera lo que hiciera. De pronto, este último tipo de prácticas, lejos de ser censurables, se convirtieron en la muestra más clara de un decidido compromiso político, de manera que la exhortación de antaño a estar contra todo poder se declaró caducada por completo.
Este primer ensayo general ya estaba señalando el rumbo que iba a adoptar un determinado sector de políticos e intelectuales en lo tocante a la necesaria regeneración de la vida pública de este país. En todo caso, tal vez valga la pena destacar una idea, que me atreví a esbozar en otro lugar (concretamente, en mi libro Transeúnte de la política). Conviene, aunque solo sea de vez en cuando, dejar a un lado la brocha gorda e intentar dibujar con un pincel algo más fino los contornos de lo que sucedió. El rótulo Transición suele utilizarse para designar, casi a bulto, un conjunto de elementos que merecerían ser nítidamente diferenciados. Porque no es de recibo identificar el gran acuerdo histórico y político que significó la Transición con todo lo que vino después, que tal vez se podría denominar pos-Transición, por más que muchos de sus protagonistas fueran los mismos durante bastantes años. Escamotear esa obvia diferencia a base de recursos retóricos de escaso vuelo conceptual, como es hablar de “élites de la Transición”, no deja de ser una forma como cualquier otra de pretender jugar con las cartas marcadas, presentando como si fueran meramente descriptivas expresiones que contienen una fuerte carga valorativa.
Es sin duda en ese segundo momento posterior al acuerdo mismo que hizo posible la democracia en España cuando se producen la mayor parte de errores, cuando no desafueros (con los del anterior jefe del Estado en lugar muy destacado, por lo que tienen de emblemático), contra los que declaran reaccionar los indignados de 2011. Pero habrá que añadir que la misma relación que acabamos de señalar entre aquel momento histórico y lo que luego se hizo en su nombre se puede establecer entre el 15-M y lo que luego algunos han hecho reclamándose de él. Se ha escrito más que suficiente acerca de cómo la irrupción en la escena pública de determinados nuevos actores si a algo ha terminado pareciéndose es a un remake de una vieja obra, en el que hasta los peores errores del pasado se ven repetidos (nepotismo, sectarismo, hiperliderazgo, amiguismo…). Precisamente por eso, por tanto como se ha escrito sobre el asunto, bastará con recordar el conocido poema Antiguos amigos se reúnen, del escritor mexicano José Emilio Pacheco: “Ya somos todo aquello/ contra lo que luchamos a los veinte años”. Asombra —y produce un cierto vértigo, a qué ocultarlo— que de estos nuevos se pueda decir exactamente lo mismo que los antiguos ya eran capaces de decir de sí mismos.
La diferencia es que los primeros se empeñan en negarlo y prefieren seguir hablando como si fueran inaugurales, a pesar de haber empezado a entrar ya en la edad madura y tener comportamientos bien poco novedosos en todos los órdenes (del más personal al político). Quienes ya han pasado por eso saben que hasta Peter Pan tiene fecha de caducidad, y resulta notorio que a los antaño bellamente indignados se les está empezando a poner la avinagrada cara de refunfuñones. La verdad, no sé si hemos ganado mucho con estos cambios. Y es que, a fin de cuentas, se diría que los refunfuñones de la Transición han sido sustituidos, también en las estancias palaciegas, por los refunfuñones con la Transición.































[ARCHIVO DEL BLOG] Una parábola sobre el activismo. [Publicada el 17/10/2011]










Definiciones: 
1. Parábola: Narración de un suceso fingido, del que se deduce, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral (DRAE). 
2. Escéptico: Que no cree o afecta no creer (DRAE). 
3. Definición de escéptico del autor del blog: Un optimista chamuscado por la realidad. 
Cuando estoy muy cabreado, y en estos momentos lo estoy como buena parte de los ciudadanos de eso que hemos quedado en llamar el Occidente capitalista, me pienso dos y hasta tres veces lo que voy a poner en el blog. No porque tenga la sensación de que voy a ofender a alguien con lo que digo y acabar en los tribunales, sino por el simple hecho de que intento que lo que escribo sea producto de una reflexión, aunque personal, medianamente elaborada, y no de un exabrupto más emocional que racional. Y por supuesto, no estoy infravalorando lo emocional sobre lo racional, sino colocando  cada cosa en su sitio. En todo caso en las "redes sociales" como Facebook, Twitter o Eskup, en las que participo, reconozco que escribo más a bote pronto y con más emoción que racionalidad. 
Esa es la razón de que no haya escrito nada al respecto, hasta ahora, sobre la entrada que mi querida amiga y excelente periodista, Rosa María Artal, puso en su blog El Periscopio el pasado 9 de octubre, titulada "Democracia oficial vs Democracia real". Lamento no compartir su entusiasmo sobre el futuro del Movimiento 15-M, ahora reconvertido en 15-O. Y nada me complacería más que equivocarme, pero me da la impresión de que no, que no voy a equivocarme, y que ese movimiento de protesta se va diluir como azucarillo en agua en cuanto la crisis financiera global comience a encauzarse, cosa que, supongo, deseamos todos, o que el Movimiento del 15-O no alcance sus objetivos prioritarios, cosa que, supongo, lamentaremos todos también, aunque de momento los desconocemos.  
No soy el único que lo piensa. El filósofo y sociólogo polaco Zygmunt Bauman, Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, famoso por su concepto de la modernidad líquida, entrevistado por el escritor y periodista Vicente Verdú en Madrid el mismo 15 de octubre, parece que lo tiene bastante claro: “El 15-M es emocional, le falta pensamiento”. dice, y advierte del peligro de que la indignación termine evaporándose, aunque a continuación manifieste que el efecto que cabe esperar de este movimiento es “allanar el terreno para la construcción, más tarde, de otra clase de organización”, pero ni un paso más. "La emoción es apta para destruir, pero resulta especialmente inepta para construir nada", dice más adelante. "El movimiento no aceptaría un líder. Su potencia es su horizontalidad", le responde a Verdú. Dice bastantes más cosas, claro está. Les recomiendo la lectura íntegra de la entrevista; seguro que la disfrutan.
La cuestión a dilucidar es si al final seremos capaces de llegar a un acuerdo sobre la necesaria reformulación de los canales de participación ciudadana en democracia.   Democracia participativa, sí; suplantación de la democracia representativa, no. Participación de la ciudadanía, sí; control ciudadano y exigencia de responsabilidad a los representantes políticos, también. Democracia directa contra democracia representativa, no.
Hace unas semanas leía en "Lecturas de teoría política positiva": Josep M. Colomer (Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1991) un artículo del politólogo norteamericano, Thomas C. Schelling, titulado "Termostatos, cacharros y otras familias de modelos". Hay un fragmento del mismo, que puede servir muy bien como parábola sobre la participación o el activismo, y que aun referido a lo que en la jerga universitaria de Harvard se denomina teoría del "Seminario agonizante", puede servir muy bien de pauta o modelo para cualquier otro grupo participativo o activista, ya sea académico, social o universitario. Dice así:
"Un acontecimiento frecuente entre los profesores de Harvard es el "seminario agonizante". Alguien organiza un grupo de veinticinco personas ilusionadas en reunirse regularmente con un objeto de interés común. Se fija la reunión a una hora en que los interesados calculan que estarán libres. La primera reunión tiene una buena asistencia, tres cuartas partes o más, con una minoría a la que surge algún problema. A la tercera o cuarta reunión la asistencia no es superior a la mitad y muy pronto solo asiste un puñado. Más tarde o más temprano, la empresa fracasa, por consenso entre los pocos asistentes a una reunión o porque los organizadores desisten y dejan de convocar. Entonces los miembros originarios lamentan que no haya funcionado. Cada uno siente que los demás considerarán que no valía la pena. Se extrae la conclusión de que de hecho no había un auténtico interés. Pero a menudo parece que sí había interés. La iniciativa no da resultado a pesar del interés. Casi todos, al ser preguntados, alegan que habrían continuado asistiendo regularmente si un número suficiente de otras personas se hubieran ocupado de asistir con regularidad como para que mereciera la pena. (...) En nuestro seminario agonizante puede ocurrir que sea cual sea el número de asistentes, haya dos o tres que lo encuentran insuficiente; cuando desertan, otros dos o tres lo encuentran insuficiente y cuando desertan otros dos o tres igual. El número de asistentes que, si hubieran sido atraídos mediante persuasión o coerción, habría hecho viable el grupo puede ser grande o pequeño; el hecho de que deje de funcionar no nos dice si estuvo muy cerca o muy lejos de conseguirlo." A buen entendedor...
El vídeo que acompaña la entrada está tomado el pasado sábado, 15 de octubre, en la Puerta del Sol de Madrid.
Sean felices, por favor. Tamaragua, amigos. HArendt 











miércoles, 12 de abril de 2023

De la misión de la Universidad

 







Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filósofa Adela Cortina, va de la misión de la Universidad. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.








Universidad, al margen de la ley
ADELA CORTINA
07 ABR 2023 - El País
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En septiembre del pasado año la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas, la bien conocida CRUE, organizó en la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo de Santander un curso con un título muy expresivo de lo que debería ser la universidad: Excelencia con alma. Lo dirigían en esta ocasión María Antonia Peña, miembro del comité permanente de la CRUE, y Juan Juliá, vicepresidente del mismo. El rótulo del curso se inspiraba en un texto publicado en 2006 por el profesor Harry R. Lewis, que había sido decano de Harvard College: Excelencia sin alma. Cómo una gran universidad olvidó la educación. Lewis criticaba a su propia universidad, tan célebre por su excelencia académica porque figura en todas las clasificaciones universitarias, pero que —a su juicio— carecía de alma, porque no formaba a sus alumnos en los valores universitarios, que son el motor que capacita para transformar la sociedad. Justamente lo que sugería el curso era impulsar una universidad capaz de preparar a los alumnos para una visión más amplia de su misión, incluyendo el proyecto de perseguir los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).
Y, ciertamente, una universidad sin alma, sin un compromiso transformador de la sociedad, no puede ser excelente por muchos artículos que sus miembros consigan publicar en los primeros cuartiles de las revistas de impacto. Eso es estrategia burocrática, no excelencia; es medir la calidad por una cantidad muy discutible. Cuando lo cierto es que educar en la excelencia, que se consigue compitiendo consigo mismo en cooperación con otros, es lo que constituye la misión de la universidad. El alma de cualquier actividad es el motor por el que se pone en marcha y el motor de la universidad es formar personas excelentes. No se construye una sociedad democrática con mediocres, menos aún con negligentes o indiferentes. No dejar a nadie atrás —como se sugiere desde los ODS y desde la Ley Orgánica del Sistema Universitario (LOSU)— no significa crear una inmensa guardería, para que nadie se pierda por las calles ni aumente el número de los parados, sino universalizar la excelencia, ayudar a cada uno a empoderarse al máximo, no transigir con la mediocridad. Esa es la tarea fundamental que se ha venido asignando a la institución universitaria desde que nació en Europa —en Bolonia, París, Oxford, Salamanca—, se extendió por Iberoamérica y solo más tarde por Estados Unidos y por el resto del mundo. Es ya una institución esencial de las sociedades modernas, un “invento” del que europeos e iberoamericanos podemos estar orgullosos. Y justamente cuando algo es motivo de orgullo es un deber potenciarlo.
Naturalmente, a lo largo de su historia y en los distintos países se ha dotado a las universidades de diversas leyes, ahora en España la LOSU, una más desde el inicio de la Transición, y también se han adoptado distintas estructuras institucionales. Pero creo que lleva razón Alasdair MacIntyre cuando, siguiendo a Aristóteles, recuerda que en la vida social lo crucial son las actividades y las metas que dan sentido y legitimidad social a las actividades. Las leyes y las instituciones deben estar al servicio de las actividades, respaldándolas, facilitando alcanzarlas, y no es de recibo instrumentalizarlas con otros fines. Por eso importa preguntar: universidades, ¿para qué? ¿Cuál es el bien que ofrecen, sin el que perderíamos en humanidad? ¿Cuál es —por decirlo con Ortega— la misión de la universidad?
Volviendo la vista atrás, podríamos recordar cómo la universidad medieval se esforzó por formar a aquellos profesionales, entonces filósofos, teólogos, juristas, médicos, sin los que una sociedad no puede funcionar adecuadamente. Y hoy sigue siendo indispensable formar profesionales, con nuevos y diversos perfiles, que no sean solo técnicos, sino que pongan los extraordinarios progresos tecnocientíficos al servicio de la profesión, es decir, de las personas y de la naturaleza vulnerable.
Por su parte, la universidad liberal, fundada por Alexander von Humboldt, se proponía suscitar la pasión por descubrir la verdad a través de la investigación y por transmitir ese empeño a las generaciones más jóvenes, una meta irrenunciable, más aún en tiempos de presunta posverdad, cuando se hace cada vez más patente la afirmación de Tocqueville “los hombres temen más al aislamiento que al error”, que es el germen de la espiral del silencio. ¿Cómo es posible que en pleno siglo XXI se haya degradado el afán de verdad frente a la moral del establo, que permite disfrutar del calor del rebaño? ¿Cómo es posible que sea en campus universitarios, originariamente, los estadounidenses, pero después muchos otros, donde ha nacido la inquisición de la corrección política y la cultura de la cancelación, que cortan la libre expresión y suponen un retroceso rotundo en el proceso de ilustración?
Las comunidades universitarias existen para hacer posible la deliberación y el diálogo serenos entre sus miembros sobre los más diversos temas. No caben exclusiones de ningún tipo. Precisamente porque, por fortuna, una de las notas de la comunidad académica en una sociedad democrática, que ha costado mucho conquistar, es el pluralismo político y ético, propio de sociedades liberales, empeñadas en anular los totalitarismos. Como bien dice John Rawls, el pluralismo es un hecho, pero sobre todo es un bien que cuando se alcanza es preciso cuidar y potenciar. Es uno de los bienes que forman parte de lo que es justo. Por eso, como han denunciado distintas voces, como la de Universitaris per la Convivència, a cuyo manifiesto se sumaron más de mil profesores universitarios, el claustro universitario no puede tener como una de sus funciones “analizar y debatir temáticas de especial trascendencia”. Y no solo por la neutralidad ideológica que se exige a todas las administraciones públicas, que por supuesto, sino sobre todo por una razón ético-política de fondo: “La universidad de una sociedad pluralista es y debe ser radicalmente pluralista, y además contagiar ese sereno pluralismo a la sociedad.” Es la comunidad universitaria en su conjunto, no el claustro, la que analiza y debate temáticas desde la libertad de expresión y la libertad de cátedra, contando además con aquellas personas que juzgue oportuno invitar.
Hablaba Ortega hace ya un siglo del “politicismo” como un mal, de esa absorción que la política hace de la vida toda, pero tal vez sería más acertado hablar de “partidicismo”, de ese afán de partidizar el conjunto de la vida humana, de forma que no quede un resquicio fuera del establo.
Hasta el momento no han sido acogidas en el texto de la LOSU las exigencias, bien fundadas y argumentadas, de colectivos universitarios, plurales en sus convicciones y adscripciones, que solo pretenden evitar que se otorgue al claustro una función que no le corresponde en modo alguno.
Pero, por fortuna, ningún texto es intocable, menos todavía si en este punto es tan contrario a la misión de la universidad. Las leyes y las instituciones han de estar al servicio de las metas de la actividad, la universitaria en este caso. Instrumentalizarlas para alcanzar otros objetivos implica corromper la vida, matarla por ley.