sábado, 10 de septiembre de 2022

De la falta de vergüenza en política

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la falta de vergüenza en política, porque como dice en ella el catedrático de Derecho Administrativo y exministro, Tomás de la Quadra-Salcedo, la alteración por el PP del normal funcionamiento de uno de los poderes estatales a través del bloqueo del CGPJ puede calificarse con toda propiedad como una especie de golpe de Estado institucional. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.






Las palabras y las cosas
TOMÁS DE LA QUADRA-SALCEDO
05 SEPT 2022 - El País

Concluidos en noviembre de 2018 los cinco años de mandato del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) que establece la Constitución, el PP, tan pronto como pasó a la oposición, bloquea hasta hoy —durante tres años y medio ya— el nombramiento del nuevo CGPJ. Altera así el normal funcionamiento de las instituciones, logrando que el actual Consejo caducado haya continuado, hasta abril de 2021, haciendo los nombramientos para órganos judiciales que hubieran correspondido al futuro CGPJ.
Repite lo mismo que hizo, tras perder las elecciones de 2004, permitiendo al anterior Consejo —designado bajo la mayoría absoluta del PP— continuar dos años haciendo nombramientos que no le tocaban.
Sin entrar aquí en las razones últimas de esos incumplimientos por el PP de sus obligaciones constitucionales, lo cierto es que menoscaba la confianza que los ciudadanos puedan tener en la independencia de los órganos judiciales. La menoscaba al legitimar cualquier sospecha ciudadana sobre el porqué de esa manipulación en el nombramiento de integrantes de órganos judiciales de todos los niveles que parecería pretenderse al dejar que los haga un CGPJ caducado.
Una de las explicaciones, formal que no real, del incumplidor es que quiere cambiar el sistema de nombramientos previsto en la Constitución y en la Ley Orgánica del Poder Judicial, sistema que, precisamente, el propio PP había modificado cuando tenía mayoría para hacerlo y con arreglo al cual se nombró el CGPJ ya caducado.
La inconsistencia de esas explicaciones la prueba que el PP no tenía objeción alguna a que el CGPJ caducado siguiera haciendo nombramientos judiciales con esa composición que ahora quiere cambiar. La objeción solo la suscita cuando toca que sea el nuevo CGPJ, designado con otras mayorías parlamentarias, quien haga tales nombramientos judiciales como ordena la Constitución.
En todo caso no puede dejar de señalarse que en países como Alemania, Suecia, Dinamarca o Finlandia los nombramientos judiciales los hacen, a diferencia de España, sus gobiernos a instancias de los ministros de Justicia respectivos sobre la base de propuestas de órganos independientes de selección. Se trata de países que, en los informes del Consejo de Europa y de la Comisión Europea, ocupan los primeros lugares de mayor confianza entre los ciudadanos sobre la independencia de sus tribunales. A ninguno de dichos países se les ha reprochado ni pedido nunca que cambien sus sistemas de nombramientos por comprometer la independencia judicial. Da ello idea de la inconsistencia sustancial de sus explicaciones al invocar la independencia judicial para incumplir la Constitución.
Del bloqueo del PP a la renovación del CGPJ debe destacarse su gravedad en cuanto altera y suspende el normal funcionamiento de una de las instituciones del Estado (el CGPJ) íntimamente vinculada con uno de sus poderes: el poder judicial. Alteración dirigida a impedir que el nuevo CGPJ con una nueva composición proceda a hacer los nombramientos de titulares de órganos judiciales o las demás funciones que le corresponden. Esa nueva composición del CGPJ será siempre la que se adecue en cada momento —más o menos, dada la exigencia de acuerdos de tres quintos del Congreso y Senado para el nombramiento de miembros del CGPJ— a la composición de las Cortes Generales, representantes últimas de la soberanía.
Esa alteración del normal funcionamiento de uno de los poderes del Estado a través del bloqueo del CGPJ puede calificarse con toda propiedad como una especie de golpe de Estado. Un golpe de Estado institucional, al realizarse de forma consciente y deliberada con la concreta finalidad de impedir que el nuevo CGPJ con la nueva composición que corresponda realice los nombramientos y funciones que le competen; también con la finalidad inicial de conseguir, también deliberadamente, que el viejo CGPJ caducado —que correspondía a otra composición de las Cortes Generales— continuase haciendo nombramientos de jueces y magistrados para todos los órganos judiciales. Se vulnera, así, la voluntad constitucional de que, justamente cada cinco años, se renueve el Consejo con nuevos miembros que se correspondan con la evolución de las preferencias de los electores reflejadas en el Parlamento.
Un golpe de Estado no tiene que ver solo con el uso de la violencia o el armamento del Estado por parte del ejército o de las fuerzas de seguridad para fines distintos de los que motivaron que se les confiaran tales armas; ni tiene que estar tipificado con tal nombre como tal delito en el Código Penal. Un golpe de Estado se produce cuando, para alterar el normal funcionamiento de alguno de los tres poderes del Estado o cambiarlos, se emplean por alguien atribuciones y competencias reconocidas por el ordenamiento para dirigirlas (deliberada y fraudulentamente, por activa o por pasiva) a tal alteración contrariando su finalidad original.
El ejemplo ilustrativo es Trump presionando a su vicepresidente para que emplease la potestad que la legislación electoral le reconoce para certificar el resultado de las elecciones con la finalidad espuria de negar, con falsas alegaciones de fraude, la victoria de Biden. El intento de golpe de Estado de Trump no radica en que animara a asaltar con violencia el Capitolio —tal asalto solo fue el último recurso ilegal para forzar a su vicepresidente a dar tal golpe—, sino, exclusivamente, en que el vicepresidente se negase a certificar la victoria de Biden, abusando de su competencia. Lo que caracteriza el golpe de Estado es que emana del interior mismo del Estado al emplear, desviadamente, competencias, medios e instrumentos estatales, sean armas o atribuciones, para alterar cualquiera de los poderes.
Las palabras tienen la virtualidad de describir las cosas, pero también la de ocultarlas, siendo precisa en ocasiones una labor arqueológica para desvelar su correspondencia con las cosas (Foucault, Les mots et les choses). Hablar así, como aquí hacemos, de una especie de “golpe de Estado institucional” para calificar el bloqueo del CGPJ por el PP se hace necesario para acabar con el ocultamiento consciente o inconsciente en la descripción de lo que ocurre.
La urgencia de hacerlo la exige la comprobación de que no solo muchos medios de comunicación, sino el propio presidente del caducado CGPJ ha llegado a describir el bloqueo permanente de esa institución por el PP como un problema de los partidos que no se ponen de acuerdo para los nombramientos del nuevo CGPJ instando “a las fuerzas políticas concernidas” a “sacar la renovación del CGPJ de la lucha partidista” y refiriendo, además, a las Cortes Generales el incumplimiento de su deber constitucional. Palabras pronunciadas en su último discurso ante el Rey con ocasión de la apertura solemne del presente año judicial.
Es difícil que esas palabras no puedan llegar a ser interpretadas, en términos estrictamente objetivos y sin prejuzgar que se pronunciaran con la mejor intención, como una difuminación de la exclusiva responsabilidad del único culpable del bloqueo o como su justificación. Interpretadas, objetivamente hablando, como blanqueando esa especie de golpe de Estado institucional permanente al omitir la responsabilidad exclusiva del principal partido de la oposición y referirla a las Cortes Generales y al permitir que algunos lleguen a entenderlas, aunque sea erróneamente, como que legitiman incumplir la obligación constitucional de nombrar el nuevo CGPJ, pues basta con invocar que solo se cumplirá tal obligación si previamente se cambia la ley que el mismo PP hizo (o se asume por los demás el compromiso de cambiarla a su gusto) para traspasar a todos lo que es exclusiva responsabilidad del PP.
Urge acabar con la situación creada y a tal efecto empezar por ser cuidadosos con las palabras que se emplean para describir las cosas, con objeto de que la dirigencia del principal partido de la oposición, al no sentirse confortada con eufemismos, vuelva a la senda constitucional en que, hasta ahora, siempre ha estado, atendiendo a su deber con la Constitución, con la inmensa mayoría de sus votantes y con todos los españoles.




















viernes, 9 de septiembre de 2022

De la crisis que se nos viene encima

 




Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de la crisis que se nos viene encima, en la que, como dice en ella el periodista y exdirector de El País, Joaquín Estefanía, se trata de ocultar lo que está sucediendo a nivel global para acentuar los problemas nacionales. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





La balsa de la medusa

JOAQUÍN ESTEFANÍA

04 SEPT 2022 - El País


La recesión es la marca general con que se ha viralizado el concepto de crisis. No se trata necesariamente de una recesión técnica relatada como una caída significativa de la actividad económica durante al menos dos trimestres seguidos. Es una mezcla interconectada de problemas tan significativos como la emergencia climática, la ruptura de las cadenas de abastecimiento o la subida espectacular de los precios con retrocesos sistemáticos del poder adquisitivo de los salarios o de los ahorros.

El presidente del Gobierno avisó a los ciudadanos antes de las vacaciones que debían prepararse para cualquier escenario. La ministra de Defensa ha hablado de un “invierno dificilísimo”. No son meras declaraciones para insuflar un ambiente electoral adecuado. Ha sido el presidente francés, Emmanuel Macron, el que ha elaborado el discurso más ordenado sobre lo que está ocurriendo. Más allá de la atención que se ha dado a sus palabras sobre el “fin de la abundancia” (que podría interpretarse algo así como una versión actualizada del “vivir por encima de las posibilidades”), Macron expuso otros dos hipotéticos escenarios aún más preocupantes, el del final de los derechos humanos y las democracias liberales, y las preocupaciones relacionadas con la llegada de plagas cada vez más frecuentes como las pandemias, las guerras, los ciberriesgos, etcétera. Fernando Vallespín interpretó esta intervención escribiendo que Macron ha hecho “filosofía de la historia”. Merecería la pena detenerse en cada uno de los conceptos que mencionó.

En el transcurso de unas semanas ha quedado demostrado que el cambio climático no significa precisamente algunas molestias más para nuestras pequeñas vidas, un poco más de calor en verano y un poco más de frío en invierno. Las sequías en una parte del planeta, las inundaciones en otra, las subidas inhumanas y antinaturales de las temperaturas… son fenómenos extremos que los científicos prevén de difícil o imposible marcha atrás. Las hambrunas están en buena parte vinculadas con ellos. Se ha cruzado la línea roja y está en juego el porvenir de la Tierra. El secretario general de las Naciones Unidas, el portugués António Guterres, ha presentado el dilema: o acción colectiva contra la emergencia climática o suicidio colectivo. Los problemas coyunturales que acechan a la humanidad empalidecen ante éste. La Cumbre del Clima de la ONU que se celebrará en Egipto en noviembre convierte sus resultados en más acuciantes que nunca a la vista de los desequilibrios climáticos.

El mundo no puede parar impunemente durante dos meses, como ocurrió en el Gran Confinamiento de la primera parte del año 2020. Todavía hoy se siguen padeciendo sus consecuencias en forma de anomalías en la cadena de abastecimiento (a las que se suman, por ejemplo, las propiciadas por la sequía —ríos no navegables—, el conflicto ucranio —materias primas atascadas en sus orígenes de producción— o la disputa por la soberanía de Taiwán, un país asiático que ya dejó hace tiempo de ser el gran fabricante de juguetes para convertirse en el principal productor de semiconductores del mundo, imprescindibles para el funcionamiento de ordenadores, automóviles, teléfonos móviles, drones civiles y militares, frigoríficos, etcétera. La inestabilidad en la llegada de suministros es tal que un experto ha sentenciado: si Taiwán dejase de exportar, casi todas las fábricas del mundo se detendrían en tres o cuatro semanas. Se rompería el hilo de continuidad de la producción.

Lo más aparatoso está siendo la inflación, que afecta a todos los eslabones de la cadena: energía, alimentación, costes de la construcción, precio del dinero, etcétera. Disminuye alarmantemente el poder adquisitivo de la mayoría. De persistir, la inflación resucitará a los profanadores de cubos de basura, que nunca desaparecieron del todo.

Quizá a aspectos como éstos se refirió Macron, más que a la estricta coyuntura. Hay una confluencia de crisis de distinta naturaleza, en buena parte enlazadas entre sí. En la pequeña política local se trata de ocultar lo que sucede a nivel global como si fueran problemas nacionales. Así se desvanece la ensoñación de abordar juntos las dificultades. El tiempo que nos espera no es el que imaginábamos.


















jueves, 8 de septiembre de 2022

De los fallos en la lucha por la igualdad hombre-mujer

 






Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va de algunos fallos perceptibles en la lucha por la igualdad hombre-mujer, porque como dice en ella la psicoanalista y escritora Lola López Momdéjar, muchas mujeres entienden esa lucha por la igualdad como imitación, y para sobrevivir en un mundo donde nos exponemos como productos, consideran que ser iguales a los hombres consiste en imitar los peores rasgos de la masculinidad hegemónica. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.





Veinte centímetros
LOLA LÓPEZ MONDEJAR
03 SEPT 2022 - El País

En una de las ediciones de First Dates del pasado mes de junio, una mujer de 41 años, Eileen, aseguraba ante las cámaras de televisión: “No quiero a un hombre que la tenga pequeña; mínimo 20 centímetros”. El tamaño era para ella condición sine qua non para comenzar una relación. Nos inquieta el aburrimiento soberano que puede seguir cuando solo cuente Eileen con el tamaño de ese pene: ¿esos 20 centímetros serán un buen acompañante para ir al cine? ¿Resistirán una conversación? ¿Sabrán sostener sus eventuales momentos de debilidad?
Merece la pena que nos detengamos en este episodio como ejemplo de lo que desde hace más de una década algunas psicoanalistas y ensayistas con perspectiva de género hemos identificado como la progresiva masculinización de las mujeres, que bajo el paraguas de un supuesto empoderamiento, de una autoafirmación que refuerza su amor propio, imitan los comportamientos más patriarcales, aquellos en los que estaban tradicionalmente socializados los hombres. Pues, en paralelo a la denominada feminización del espacio público, en el que las mujeres han entrado por fin con pie firme, se está produciendo una masculinización del espacio íntimo que se expresa especialmente en las relaciones sexoafectivas.
En primer lugar, y por ceñirnos al ejemplo, Eileen nos muestra una fragmentación del cuerpo de los hombres idéntica a la que siempre efectuaron estos al referirse y ponderar el cuerpo de las mujeres. En 1975, la ensayista Laura Mulvey advirtió sobre la reiterada representación de la mujer en el cine como “un pedazo de carne con ojos”. Con sus exigencias hacia su potencial pareja, Eileen reduce también la totalidad del hombre a un órgano sexual, ese pedacito de carne, y el encuentro sexual al coito, en la mejor tradición machista. Solo la pornografía más habitual mantiene el coito como protagonista central del erotismo femenino, y lo hace, precisamente, porque está pensada para satisfacer a los hombres.
Además, Eileen se muestra tan empoderada que afirma que al hombre que la acompaña en esa primera cita televisiva le gustan más los chicos que las chicas, pues está convencida de que ella tiene una intuición especial, una supermirada radiográfica, como la de Superman, para detectar tanto el tamaño del pene a través de los pantalones como las inclinaciones sexuales de cualquiera que tenga delante, sin conocerlo de nada. La rotunda afirmación como hombre heterosexual de su acompañante no la disuade, porque ella posee una certeza inamovible que se coloca por encima de cualquier declaración del aludid; la misma certeza que ha asistido durante siglos a los hombres cuando afirmaban que nosotras queríamos cuando no queríamos, pues estaban seguros de conocer nuestros deseos e intenciones mejor que nosotras mismas. El consentimiento viciado, el tímido sí que no es tal sino pura sumisión, miedo a la pérdida, asunción del deseo del otro como propio, incapacidad para identificar y expresar lo que se quiere con autonomía, es el correlato de ese supuesto saber ancestral de los hombres sobre las mujeres que Eileen también posee ahora sobre el varón.
Y es que se ha producido un peligroso deslizamiento: muchas mujeres entienden la lucha por la igualdad como imitación. Para sobrevivir en un mundo donde se ha impuesto un modelo de relaciones sexoafectivas mercantilizado, donde todos nos exponemos como productos en un catálogo que siempre está abierto a nuevas y más atractivas ofertas, consideran que ser iguales a los hombres consiste en tener derecho a imitar los peores rasgos de la masculinidad hegemónica. El mantra es tan sencillo que da pavor: si ellos lo hacen, por qué nosotras no, se justifican. O, mejor, apenas se justifican, porque no hay reflexión previa, sino pura y triste mímesis.
Empoderarse es hoy para demasiadas chicas adoptar posturas pornográficas en los selfis y difundirlas en Instagram. En la playa, sin ir más lejos, no hay día que no observemos a adolescentes en tanga que se hacen vídeos entre sí, moviendo el boom boom como les ha enseñado Chanel a hacerlo, no sabemos si, también, para volver loquitos a los daddies. Las fiestas de despedidas de soltera de las jóvenes se han convertido en zafias performances hipersexualizadas, como siempre lo fueron las de los solteros.
La pornificación de nuestra sociedad que con tanto acierto describiera Ana de Miguel lleva a extremos tan absurdos como el de considerar educación sexual el conocimiento de las posturas del Kamasutra, como ha sucedido en la desafortunada yincana nocturna de Vilassar de Mar, donde en lugar de educar en el respeto al propio cuerpo (la necesaria autonomía corporal) y al del otro; en lugar de enseñar a los chicos y a las chicas a identificar sus deseos por fuera de la sumisión, la complacencia o la imitación de lo que ven en Pornhub, se les enseña cómo lamer un plátano o poner un preservativo.
Porque alcanzar la igualdad hombre-mujer no consiste en caer en una masculinización que nos homogeniza, sino en todo lo contrario. La igualdad por la que muchas mujeres luchamos desde el feminismo tiene que ver con corregir precisamente la cosificación del otro, sea hombre o mujer, a favor de unas relaciones personales profundas y ricas, donde el semejante no sea considerado un mero objeto, fragmentado, funcional, un producto diseñado para nuestro uso, sino un sujeto con un mundo interior propio que compartir. La igualdad es respeto por la diferencia, es caminar hacia una convergencia de géneros que trascienda los mandatos y los roles hasta subvertirlos. Cuando las jóvenes copian en sus gestos y en sus conductas, en sus retoques quirúrgicos, en sus demandas, la estética y el comportamiento de las actrices porno no lo hacen, como suponen, desde una afirmación positiva que las autoriza como sujetos, sino desde la ignorancia de que están imitando aquello que consideran lo más deseado por los hombres: una hembra hipersexualizada que reclama un pene de 20 centímetros, tal y como lo solicitase Eileen.
Liv Strömquist, en su ensayo gráfico No siento nada, advierte respecto al comportamiento amoroso lo mismo que señalamos aquí. Cito: “La RESPUESTA FEMINISTA a ser mal querida por hombres que son incapaces de amar no puede ser la idea adiestradora del empoderamiento que LAS VUELVA tan incapaces de amar como a ellos”. Por supuesto que no.
Sin embargo, los ejemplos de esta imitación son numerosos. Caminamos hacia un horizonte donde las bondades de la socialización patriarcal de las mujeres (el cuidado de los vínculos, la atención a los afectos, la empatía, la consideración del otro y la reflexividad afectiva), unos valores que pretendíamos universalizar y exportar a la educación de los hombres, se pierden a favor de una masculinización deshumanizante que homogeniza a la baja. Y se pierden, sencillamente, porque esta masculinización que cosifica es mucho más afín a los requerimientos que exige el capitalismo financiarizado y digital, que nos quiere meros productos, piezas reemplazables de un sistema que nos precariza afectiva y materialmente.
Resistirse al empuje de esa corriente homogeneizante es mucho más costoso en términos energéticos que dejarse llevar por ella, pero educar en la igualdad no es universalizar los peores valores patriarcales, sino transformarlos, oponernos desde el pensamiento crítico a ellos, crear imaginativamente nuevas formas de ser humanos que amplíen el espectro de las diferencias, sin renunciar al derecho inalienable a la igualdad.



















miércoles, 7 de septiembre de 2022

Del legado de Gorbachov

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy va del legado de Gorbachov, porque como dice en ella el historiador Julián Casanova, la desaparición de la URSS estuvo inextricablemente unida a la disolución del imperio periférico del centro y este de Europa causada por las revoluciones de 1989. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Nada más por mi parte salvo desearles que sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos.







Gorbachov y el derrumbe del socialismo de Estado
JULIÁN CASANOVA
02 SEPT 2022 - El País

Entre 1989 y 1991, el mundo contempló un acontecimiento extraordinario: la disolución pacífica de un gran poder multinacional y de su imperio. El final del comunismo en esos países hasta entonces satélites aceleró el proceso de desintegración de la Unión Soviética y estimuló movimientos patrióticos nacionales en los países bálticos y en Ucrania. Como han señalado diferentes autores, el poder comunista en ese amplio territorio desde la Unión Soviética a Hungría no fue destruido, “abdicó”.
El derrumbe del socialismo de Estado, de dictaduras de un solo partido, en Europa Central y del Este fue una transformación revolucionaria, pero sin mucha violencia ni muchos muertos que contar. En menos de 12 meses, se puso fin a tiranías de larga duración. Y, salvo en Rumania, de forma pacífica.
Los regímenes prosoviéticos se desmoronaron desde dentro. La pérdida gradual del compromiso ideológico entre las élites envejecidas y sin opciones de seguir legitimando su “misión de emancipación” de las clases trabajadoras aceleró el proceso de desintegración.
La violencia por parte del Estado se convirtió en ilegítima no solo a los ojos de amplias capas de población, sino también para la mayoría de los funcionarios del sistema. Fue una revolución comprometida con la no violencia y su ausencia y rechazo fue fundamental en su desarrollo y éxito.
Mijaíl Gorbachov, elegido secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética en marzo de 1985, reconoció muy pronto que, si no se usaba la fuerza, el sistema no podría mantenerse. Rompió con la doctrina Breznev de soberanía limitada, formulada 20 años antes como justificación para aplastar la Primavera de Praga y, al contrario que todos sus predecesores, rechazó recurrir a los tanques como último argumento político, estableciendo la doctrina Sinatra: “Dejen que lo hagan a su manera”. Esa nueva política exterior, la percepción soviética de que el este de Europa ya no era una necesidad estratégica, un cambio de las “reglas del juego”, permitió unos años finales de disconformidad y movilización política.
Pero el factor Gorbachov por si solo no basta para explicar por qué esas élites dominantes no desplegaron sus fuerzas de seguridad y policía en una desesperada defensa de su poder y privilegios. Lo que se vio, excepto en el caso de Rumania y solo en el círculo atrincherado alrededor de Nicolae Ceausescu, fue la pérdida de confianza y fe de la élite en seguir gobernando. Algunos intelectuales habían anticipado el inevitable derrumbe del “sovietismo”, pero pocos pensaron que eso ocurriría de forma tan rápida y sin violencia. Así, uno de los más sorprendentes desarrollos de 1989-90 fue la disposición de las élites comunistas en Hungría y Polonia primero a compartir y después a dejar el poder. El modelo de “socialismo de cuarteles”, presente en Rumania, Alemania Oriental, Bulgaria y Checoslovaquia, no tenía posibilidades de triunfar, tirado por la borda por los acontecimientos ya iniciados en los otros dos países y por la negativa de Moscú a utilizar los tanques para imponerlo.
El objetivo conseguido en 1989 no fue ya la democratización del socialismo, sino, simplemente, la democracia, el libre mercado. La tercera vía entre el capitalismo y el socialismo de estilo soviético había sido ya enterrada. “La tercera vía lleva al Tercer Mundo”, declaró Václav Klaus, el promotor de las reformas económicas radicales para establecer el libre mercado. En 1987, cuando Mijaíl Gorbachov visitó Checoslovaquia y un periodista preguntó cuál era la diferencia entre la Primavera de Praga y la perestroika que había iniciado en la Unión Soviética, Gennady Gerasimov, portavoz del ministro de Asuntos Exteriores, contestó: “Diecinueve años”.
El proyecto de Gorbachov de mediados de los años ochenta para renovar el comunismo ya no encontró eco en los países dominados por los soviéticos. El comunismo había perdido su credibilidad. Las revoluciones de 1989 fueron un auténtico acontecimiento histórico mundial, un corte y división entre la historia anterior y posterior a esa fecha. Durante ese año, lo que aparecía como un sistema casi indestructible e inmutable se desplomó con una celeridad impresionante. Y no sucedió a causa de golpes externos —aunque la presión externa también contó—, como había sucedido con la Alemania nazi, sino como consecuencia de tensiones internas insuperables. Los diferentes sistemas comunistas estaban enfermos terminales y ya no podían autorregenerarse. Tras décadas de idas y vueltas con reformas, había quedado claro que el comunismo no tenía recursos para su reajuste y la solución no estaba dentro, sino fuera e incluso contra el orden existente.
La desaparición de la Unión Soviética, consumada ante la incredulidad de una parte del mundo en diciembre de 1991, estuvo inextricablemente unida a la disolución del imperio periférico del centro y este de Europa provocada por las revoluciones de 1989. Mijaíl Gorbachov no fue el liberador de esos Estados socialistas, porque su intención inicial era reforzar el sistema y no arruinarlo. Pero fue la figura clave para que no hubiera intervención exterior de la Unión Soviética y el cambio no se ahogara en sangre.