martes, 5 de noviembre de 2019

[ARCHIVO DEL BLOG] Sauce ciego, mujer dormida. (Publicada el 11 de marzo de 2009)





Tengo una peculiar manera de acercarme a la compra y lectura de un libro del que desconozca casi todo con la que no me ha ido nada mal hasta ahora. Desde luego la primera impresión cuenta, y es que los libros, como las personas, entran por los ojos: el libro en sí, independientemente de su contenido, tiene que resultar atractivo. Por su formato, encuadernación, composición de la portada, título... Espero que no se me tache de pueril; se que lo importante está dentro, pero ya llegaremos a ello. Ahora hablo del placer estético, físico, casi -o sin casi- sensual, que supone coger un libro en las manos. Los que leen todo en una pantalla de ordenador no saben lo que se pierden.

Como decía, no suelo comprar libros ni novelas de los que no sé nada previo: autor, contenido, temática, etc., etc., así que gracias a la contraportada, me hago una idea más sobre el "de qué va" y la vida y obra de su autor. Y luego el índice: da igual que esté al principio o al final del libro. Cumplidos los trámites anteriores, que pueden llevar desde unos cuantos segundos a cuatro o cinco minutos, comienzo a leerlo. Siempre y de corrido, las dos o tres primeras páginas. Si se despierta en mi un interés manifiesto, muy manifiesto..., por él, lo más probable es que el libro en cuestión acabe en la cesta.

Nota al pie: Antes era un lector y comprador compulsivo de libros. Muchos por motivos académicos, y muchos más, por el mero placer de saberme poseedor de ellos. Ahora ya he aquilatado lo suficiente mi gusto estético como para saber que eso es una gilipollez, que los "super-ventas" de las grandes superficies comerciales suelen ser una pifia, y que los grandes premios (a lo "Planeta") están concedidos de antemano en función de intereses editoriales, normalmente extra-literarios. Y por supuesto, que uno no puede "comprar" todo lo que se le pone delante, porque tampoco voy a tener tiempo para leerlo.

Ya estamos con el libro en casa. Mejor por la tarde (aunque cualquier hora es buena, si las circunstancias son propicias), sentado cómodamente, sin ruidos que distraigan, aunque una agradable música a volumen adecuado ayuda bastante a disfrutar de su lectura. Es hora de comenzar. Releo esas primeras páginas que comenté. Si persiste el agrado, digamos que en las veinte primeras páginas, sigo con su lectura; si encuentro "algo" que me provoca rechazo, ojeo al azar algunas páginas centrales; si persiste el desagrado, me voy al final... Y ahí, se acabó la historia. Lo aparco hasta mejor ocasión; probablemente no llegue nunca a terminarlo...

Hace unos días terminé de leer el libro que da título a este comentario: "Sauce ciego, mujer dormida", editado por Tusquets (Barcelona, 2008). Es un libro de cuentos del escritor japonés y profesor en Estados Unidos, Haruki Murakami, regalo de mi hija Ruth por mi reciente cumpleaños, que es una lectora compulsiva e inteligente, de sesenta o setenta libros anuales. Yo no soy lector asiduo de cuentos; los últimos leídos, creo recordar, "El Aleph", del argentino Jorge Luis Borges y "La mesa limón", del británico Julián Barnes, ambos excelentes. Me costó entrar en la lectura de Murakami, por su estilo literario, extraño para un occidental, por su forma de narrar, y por la temática de sus historias. La oriental es una literatura extraña para mi; que yo recuerde, salvo el "Libro Rojo" (lectura pecaminosa de juventud) de Mao (si a eso se le puede llamar literatura), todo lo demás es "terra incognita". A pesar de ello, conforme avanzaba en la lectura de los cuentos de Murakami, comencé a "cogerle el tranquillo"... Las diversas historias que conforman el libro van resultando cada vez más interesantes: es posible que su ordenación no sea fruto de una decisión del autor sino del editor; no lo sé, pero la sensación de placer se intensificaba conforme avanzaba en su lectura. Hacia el final del libro, los dos mejores relatos a mi juicio: "Hanalei Bay", sobre una madre que viaja a Hawaii a recoger los restos de su hijo muerto por un tiburón mientras hacía surfing, y "El mono de Shinagawa", sobre una joven que es incapaz de recordar su nombre, en una historia que podemos calificar de "realismo mágico", o ensoñador, de sorprendente y emocionante conclusión.

Y lo que no han conseguido editoriales, promociones, universidades y críticos, lo han conseguido los alumnos de bachillerato de un Instituto de Santiago de Compostela, en Galicia. Traer a Murakami a España. Lo pueden leer en el reportaje que en El País del sábado próximo, 14 de marzo, publicará el periodista Jesús Ruiz Mantilla. Se los recomiendo: el reportaje y el libro. HArendt







"Una cena gallega con Murakami", por Jesús Ruiz Mantilla
(El País, 14/03/09)

Los alumnos de un instituto de Santiago logran seducir a la estrella japonesa de la literatura - El escritor, reacio a comparecer en público, visita España por primera vez.

A juzgar por el saque, Haruki Murakami prefiere el pulpo, la empanada, los calamares y el vino a la leche en tetrabrick, las manzanas y los sándwiches de atún que él hace comer a sus personajes, tan preocupados por los alimentos transgénicos. El jueves por la noche, en Santiago de Compostela, el escritor japonés daba buena cuenta de todo ello en la mesa que compartió con los 10 alumnos del jurado que le otorgó el Premio San Clemente por su novela Kafka en la orilla (Tusquets). Un premio que también han ganado este año y el pasado Vicente Molina Foix, Luis Landero, Julian Barnes, María Reimóndez y Anxos Sumai.

Pero el caso del japonés ha sido especial. Es la primera vez que viene a España. Lo que no habían conseguido por activa y por pasiva sus editores, varias universidades e instituciones de postín sí lo ha logrado un puñado de jóvenes lectores entusiastas, exigentes y no mayores de 18 años.

Este fenómeno de las letras universales e ídolo en Japón ha conseguido traspasar todas las fronteras con sus libros. Pero ha decidido llevar una vida apartada. Alejada de focos que le hiciesen reconocible cuando pasea por Tokio en busca de soledades que retratar. Lejos del ruido para no alterar el silencio y la concentración necesaria para empaparse del jazz y el barroco que marcan el ritmo de sus obras. Con el camino despejado para poder correr en paz por la calle y nadar en las piscinas sin que le agobien con peticiones de autógrafos.

Pero no hay retiro ni vena cartuja que se resista a quienes cada año conceden el Premio San Clemente, surgido hace 14 años en el Instituto Rosalía de Castro, de Santiago de Compostela. No es mucho. Se trata de cumplir un sueño: "Que nuestros autores favoritos pasen un día de sus vidas con nosotros", comentaba Elena Forján, la alumna que presidía el acto de entrega. Así han pasado por allí José Saramago, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Paul Auster, Amélie Nothomb, Tariq Ali, Jostein Gaarder, Antonio Tabucchi, Alessandro Baricco, Almudena Grandes, Javier Cercas, Álvaro Pombo, Javier Marías... Y ahora, Marukami.

En la editorial advirtieron a los chicos de que su sueño sería muy difícil de cumplir. "Bueno, vamos a intentarlo de todos modos", contestaron. ¿Cómo? "Pues echamos un vistazo a cosas que tenían que ver con Japón y nos fuimos al concesionario de la marca Toyota a ver qué pasaba", cuenta el director del instituto, Ubaldo Rueda. Así lograron acceder hasta él y le convencieron: contándole de qué se trataba directamente. Y con una marca de coches de mediador... A Murakami le picó la curiosidad y el miércoles se presentaba en Galicia para recoger los 3.000 euros del premio.

Paseó por el Obradoiro, comió pulpo, bebió vino, firmó libros y corrió por los parques y por las calles peatonales de la ciudad. "Quiero quedarme aquí", decía al recoger el galardón que los alumnos le otorgaron tras un análisis exhaustivo de su obra: "Así como los otros libros finalistas -entre ellos El mar, de John Banville y Perdido el paraíso, de Cees Noteboom- bordan su escritura con un estilo depurado y clásico, Murakami llega más al fondo a base de un ritmo pop que entronca también con Borges. Además, destaca la música que aparece en sus obras y que hila las palabras como si se fuera una verdadera melodía".

Parecido análisis escucharon Landero, premiado por Yo, Júpiter; Molina Foix, por El abre cartas; María Reimóndez, por El club da calceta y Anxos Sumai por Así nacen as baleas, estas dos últimas en el apartado de novela gallega. Todos lo agradecieron sinceramente y se sentaron a cenar con los chicos en unas cuantas mesas redondas del Hostal de los Reyes Católicos.

Murakami perdió la fobia a las cámaras que le agobiaron el primer día, recién llegado. Se relajó y contó cómo fue lector furibundo antes que escritor. "Leer era lo más importante en mi vida, además de mi novia", comentó. Tenía más de 30 años cuando decidió ser escritor. Cuando ya había cerrado su bar de jazz en la ciudad. Cuando se dio cuenta de que todo aquel bagaje lector le colocaba delante de folios en blanco, de muchos folios en blanco que sacaron de dentro las ganas de emular a Dostoievski y a Scott Fitzgerald.

"Los japoneses leen en el tren. Muchos tienen hasta tres horas diarias para hacerlo mientras van de su casa al trabajo y vuelven. Me piden que escriba libros cortos, manejables para llevar en el metro y poder leer de pie, agarrados a las barandillas. Pero no puedo, me salen así, largos. No puedo parar. Soy un corredor", comentó. De hecho acaba de terminar su novela más larga. "Justo antes de venir a España se la he entregado a mi editor. Estoy muy contento", afirma como quien ha concluido un maratón con buena marca.

La necesidad de contar historias cambió su vida. "Fue algo caído del cielo, una epifanía", asegura. Pura magia. "Una magia que me encanta compartir con vosotros", les dijo. Pero él también quiso preguntar. Ana Cerrada y Javier Cereijo, que se sentaron a su lado en la cena, se sorprendieron de todo lo que quiso conocer. Lo mismo que Alba Saleta y Noelia Souto, que Marta Cruces y Rubén Fernández, también sentados entorno a él. "Nos preguntó sobre las lenguas que se hablan en España, sobre la guerra civil, sobre la comida. Nos habló de su admiración por Vargas Llosa y por García Márquez. Nos pidió que le aconsejáramos a qué otros escritores gallegos e hispanos debía leer". Ellos, por su parte, quisieron acercarse a los secretos de un autor que les parece, dicen, "como Peter Pan". Le sedujeron tanto que, al final, hasta no le importó romper una leyenda y un tabú: "Se hizo hasta una foto con nosotros", comentan. Toda una hazaña la suya.

mUna vida apartada, una carrera atípica

- Nació en Kioto en 1949, hijo de un profesor de literatura japonesa.

- Estudió tragedia griega, artes teatrales y cine. Regentó un club de jazz en Japón durante ocho años antes de ir a Princeton a enseñar literatura japonesa.

- Hasta los 29 años no decide dedicarse a la escritura, aunque con anterioridad había devorado mucha literatura.

- Su amor por los libros le ha llevado también a traducir al japonés a Fitzgerald, Irving o Chandler.

- Dibuja un mundo de oscilaciones permanentes -entre lo real y lo onírico, entre gracia y negrura...- que ha seducido a Occidente. Tusquets ha traducido siete libros al español, entre ellos El pájaro que da cuerda al mundo, Tokio blues, Kafka en la orilla y After dark.



El escritor Haruki Murakami



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es martes, 5 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...























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lunes, 4 de noviembre de 2019

[A VUELAPLUMA] Los muertos



Jacques Prévert, en 1955. Fotografía de Doisneau/Rapho


A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de las autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. Ellos tienen, sin duda, mucho que decirnos. Les dejo con el A vuelapluma de hoy. 

"No creo que haya canción más otoñal que Las hojas muertas, de Jacques Prévert, -comienza diciendo el escritor Félix de Azúa-. La versión de Yves Montand ha marcado a tres generaciones. Tiene el inconveniente de que no es fácil de traducir. Les recuerdo el tema: Les feuilles mortes se ramassent à la pelle, les souvenirs et les regrets aussi. El cantante piensa en los años juveniles cuando anduvieron juntos él y su amiga. En aquel tiempo, dice, la vida era más bella y el sol más ardiente que hoy. Pero (y aquí entran las palabras terribles) los recuerdos y los lamentos, como las hojas muertas, se recogen con una pala y el viento del norte se los lleva a la fría noche del olvido. Y ese es el problema, “con una pala” rompe por completo la musicalidad del francés. En español son cinco sílabas; en francés son tres.

La belleza del otoño pide exactitud. En el poema no se esclarece cuál era la relación de quien canta y su amiga. ¿Eran amantes? ¿Amigos de infancia? ¿Sería un amigo? Tantas posibilidades abren un abanico grande que toca el corazón de cualquiera que haya amado alguna vez y sepa que los recuerdos y los lamentos se los lleva el frío viento del olvido. Por eso Prévert comienza la canción con una entrada emocionante. Lo primero que dice el cantante es: “¡Cuánto me gustaría que recordaras aquellos días felices, cuando éramos amigos!”. Forzar el recuerdo no es otra cosa que exigir el regreso de aquel amor desaparecido. Traerlo de nuevo a la presencia atemporal de quien conserva la memoria. No sabemos si han pasado tres, diez o cincuenta años. Ni siquiera sabemos si la amiga ha muerto. Solo sabemos que fueron tiempos dichosos y queremos que regresen, aunque solo sea en forma de canción. Porque para eso tenemos la música, para rescatar del infernal olvido a Eurídice, como hizo Orfeo".






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[CLÁSICOS DE SIEMPRE] Hoy, con "Los cautivos", de Plauto





Continúo con esta entrada la sección dedicada a las obras de autores grecolatinos, subiendo al blog la comedia titulada Captivi (Los cautivos), de Plauto, que pueden leer desde el enlace anterior.

No se conoce la fecha de nacimiento de Plauto, que se ha fijado hacia el  254 a. C. por una noticia de Cicerón, pero sabemos que murió en el 184. Un lapso vital históricamente muy revuelto. Se trasladó a Roma de joven y allí fue soldado y comerciante. Murió enormemente rico, envuelto en una gran popularidad. Plauto usa un rico y vistoso lenguaje de nivel coloquial que no elude la obscenidad y la grosería entre retruécanos, chistes, anfibologías, parodias idiomáticas y neologismos, usando un vocabulario muy abundante de una gran variedad de registros. Se le atribuyen hasta 130 obras.

Captivi es una de las obras más celebradas del comediógrafo latino Plauto. Esta pieza ofrece un tipo único en su repertorio y en toda la antigua literatura latina de este género, constituyendo lo que en la literatura moderna llamaríamos "drama", que se por su moralidad del resto de sus obras, como él mismo con honrada ingenuidad y complacencia declara al principio y al fin de esta bella composición.

El argumento de Los cautivos es sencillo. Trata del noble sacrificio de un siervo por salvar a su dueño, y de los sufrimientos y angustias de un padre por el amor de sus hijos. A un pobre anciano de Etolia, llamado Hegion, le fue robado un hijo de los dos que tenía por un pícaro esclavo. El otro hijo, de nombre Filopólemo, cae prisionero en la guerra que a la sazón sostienen los etolios con los eleos. El amoroso padre se dedica a comprar cautivos de la Elida para ver si puede por tal medio conseguir canjear a su amado por alguno de ellos. Entre los cautivos eleos que han sido adjudicados por el pretor se hallan los dos míseros jóvenes que se presentan ante el público al comenzar el drama, sujetos con cadenas: el capitán Filócrates y un siervo suyo llamado Tíndaro. Los dos cautivos idean la estratagema de cambiar de trajes y de nombres por cuyo medio se promete el señor que el viejo Hegion le enviará libre a su patria para relaizar sus proyectos. El anciano cae fácilmente en el lazo y deja ir al supuesto siervo para Elidia con el encargo de arreglar con el padre de Filócrates el cambio de su hijo. Otro cautivo eleo hace ver después a Hegion el engaño de que ha sido objeto. El desconsolado anciano indignado de la farsa que contra él se ha urdido ordena a sus lorarios o azotadores que encadenen al generoso siervo Tíndaro enviándole sin piedad a ejecutar penosos trabajos en los subterráneos. Por último el pundonoroso Filócrates regresa de su patria trayendo consigo a Filopólemo y al infame siervo que había robado hacía muchos años el otro hijo. Dicho esclavo declara que vendió el niño robado a un opulento señor de la Elida llamado Teodoromedo, es decir... el padre de Filócrates. Pegnion, el niño robado, era, pues, el mismo siervo Tíndaro.



La diosa Talía, musa del teatro



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[SONRÍA, POR FAVOR] Es lunes, 4 de noviembre





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Tengo un peculiar sentido del humor que aprecia la sonrisa ajena más que la propia, por lo que, identificado con la definición de la Real Academia antes citada iré subiendo cada día al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en la prensa española. Y si repito alguna por despiste, mis disculpas sinceras, pero pueden sonreír igual...











 




 






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