domingo, 19 de agosto de 2018

[PARLAMENTO] Diario de Sesiones de las Cortes Generales. Agosto, 2018 (III)





Las Cortes Generales representan al pueblo español y están conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

En los Diarios de Sesiones de las Cámaras se reflejan literalmente los debates habidos en los plenos y las comisiones respectivas y las resoluciones adoptadas en cada una de ellas. Los demás documentos parlamentarios: proyectos de ley, proposiciones de ley, interpelaciones, mociones, preguntas, y el resto de la actividad parlamentaria, se recogen en los Boletines Oficiales del Congreso de los Diputados y del Senado. 

Desde este enlace pueden acceder a toda la información parlamentaria de la presente legislatura, actualizada diariamente. Les recomiendo encarecidamente que la exploren con atención si tienen interés en ello. Y desde estos otros a las páginas oficiales de las principales instituciones políticas nacionales, europeas y locales.

INSTITUCIONES NACIONALES
Casa de S.M. el Rey
Congreso de los Diputados
Senado
Presidencia del Gobierno
Tribunal Constitucional
Tribunal Supremo y Consejo General del Poder Judicial
Consejo de Estado
Boletín Oficial del Estado

INSTITUCIONES EUROPEAS

Parlamento Europeo
Consejo Europeo y Consejo de la Unión Europea
Comisión Europea
Tribunal de Justicia de la Unión Europea
Tribunal Europeo de Derechos Humanos
Diario Oficial de la Unión Europea

INSTITUCIONES LOCALES
Parlamento de Canarias
Gobierno de Canarias
Cabildo de Gran Canaria
Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria

Esta semana que termina la actividad parlamentaria de la pasada no ha registrado asuntos reflejados en los Diarios de Sesiones de las Cámaras. Tampoco hay actividad alguna prevista para la semana próxima. Desde estos otros enlaces pueden acceder al programa que RTVE ofrece semanalmente sobre la vida parlamentaria y al blog de las Cortes Generales, permanentemente actualizado, dedicado a la Conmemoración del 40º aniversario de la Constitución de 1978.





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




HArendt






Entrada núm. 4562
elblogdeharendt@gmail.com
"Atrévete a saber" (Kant); "La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura" (Voltaire); "Estoy cansado de que me habléis del bien y la justicia; por favor, enseñadme de una vez para siempre a realizarlos" (Hegel)

sábado, 18 de agosto de 2018

[A VUELAPLUMA] Principios sin repuesto





En política, los imaginarios son reales y esto ha sido comprendido por la ultraderecha. En un contexto geopolítico global en el que los fundamentos que la definían están siendo tensionados hasta el límite, Europa se enfrenta hoy a una pregunta que parece formulada por la mismísima Esfinge: di quién eres o perece. Lo escribe en El País Alicia García Ruiz, profesora de Filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid.

El viejo chiste que hacía Groucho Marx en esa notable sátira contra el fascismo que fue Sopa de ganso, comenta García Ruiz, siempre regresa a la vida política de un modo u otro. Hoy tenemos que modificarlo. En vez de “estos son mis principios, si no le gusta tengo otros”, estamos forzados a afirmar: “Estos son nuestros principios, si no les gustan no tenemos otros”. Lejos de poseer una hoja impoluta de servicios a la humanidad, Europa se parece más bien a una casa vieja llena de fantasmas antiguos, aunque desde la II Guerra Mundial la vieja casa se ha empeñado en exorcismos varios para mantenerse a salvo de ser abatida de nuevo por alguna dictadura. Pero lo que eran muros de contención antitotalitaria hoy se están transformando rápidamente en fronteras regidas por el miedo. Fronteras exteriores y fronteras interiores a la propia Europa, entre sus países, erigidas en el fragor de la disputa sobre cómo fortificar más y mejor la casa común hasta que deje de serlo.

Nada será fácil de arreglar en este nuevo contexto, no habrá recetas mágicas ni acuerdos sedosos, pero lo único que parece claro es algo que Jürgen Habermas ha puesto de relieve en un artículo reciente: es preciso definirse activamente, dar forma a la política en vez de estar a la defensiva, a ver venir un miedo sin contornos ni forma, difícil de gestionar y fácil de rentabilizar. Europa debe dar un paso adelante y hacer política común, no dos pasos hacia atrás para improvisar políticas de repliegue.

Los antiguos espectros están saliendo a pasear a plena luz del día, a la vez que el Mediterráneo se llena de cuerpos sin vida. Europa lo contempla atónita incapaz de reaccionar y definirse, pese a la relación que existe entre ambos procesos. Poco importa que diversos especialistas se empeñen en desmentir con cifras y hechos los discursos y nuevos imaginarios sobre una invasión de ultramar: las creencias infundadas o fundadas sobre miedos ancestrales son tozudas y se amplifican en la caja de resonancia de esas redes salvajes que hoy polarizan discursos de odio y temor. Mientras tanto, la casa común se empeña en seguir esperando a los bárbaros del poema de Kavafis, esto es, aguardando a que la defina, a que modele su identidad y sus contornos, una amenaza imaginaria en vez de una política real.

En política, los imaginarios son reales, su realidad consiste en su efecto y esto ha sido perfectamente comprendido por la ultraderecha que hoy día está conectando con los miedos de amplios segmentos de población literalmente machacados por la crisis y por el neoliberalismo salvaje en el que esta se incubó. Tiene razón Nancy Fraser al recomendar a la izquierda que, lejos de enzarzarse en una batalla de desprecio contra estos sectores, comience una rápida operación contra reloj para reconectarlos a un proyecto político que exorcice sus temores en vez de azuzarlos. O eso, o tendremos la alternativa ya conocida: el modelo del Leviatán que neutraliza el miedo a base de ser el que más miedo logra imponer.

Europa nombra a su miedo como “efecto llamada” pero lo que hay detrás es un miedo al cambio, a cómo gestionar la llegada del otro y a si este aceptará o no nuestras costumbres. Hace décadas, Derrida ya meditó sobre la llamada de la hospitalidad y el cambio que produce en el que acoge. No es que el otro que llama a la puerta nos vaya a cambiar, es que nos cambia al llamar a nuestra puerta, antes incluso de traspasarla, porque nos interpela. Según reaccionemos a la llamada nos convertiremos en una cosa u otra, pero en todo caso, en algo diferente. Probablemente el “efecto llamada” no existe pero la llamada desde el Mediterráneo sí nos va a cambiar.

Y aquí es donde entran en juego nuestros principios, nuestra capacidad de hacer política y definirnos en y a través de ese cambio. La apelación al principio de fraternidad hace unas semanas por parte del equivalente al Tribunal Constitucional francés es un paso histórico en esa dirección. Hay quien alberga dudas de su efectividad, pero la fuerza de los principios nunca ha estribado en que sean vigentes en todo momento y lugar sino en la posibilidad permanente que tenemos de apelar a ellos. Reside en la fuerza de las palabras que nos interpelan y nos comprometen, que nos hacen ser lo que somos. No tienen repuesto.



Buque de salvamento de la ONG Lifeline


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 17 de agosto de 2018

[SONRÍA, POR FAVOR] Un toque de humor para hoy viernes, 17 de agosto






Mafalda, por Quino


El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. También, como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Un servidor de ustedes tiene escaso sentido del humor, aunque aprecio la sonrisa ajena e intento esbozar la propia. Así pues, identificado con la primera de las acepciones de la palabra humor del Diccionario de la Lengua Española, en la medida de lo posible iré subiendo periódicamente al blog las viñetas de mis dibujantes favoritos en Canarias7, El Mundo, El País y La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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jueves, 16 de agosto de 2018

[MIS MUSAS] Hoy, con Eugenio de Nora, Édouart Manet y Ludwig van Beethoven



Las Musas (Bertel Thorvaldsen, 1770-1844)


Decía Walt Whitman que la poesía es el instrumento por medio del cual las voces largamente mudas de los excluidos dejan caer el velo y son alcanzados por la luz; Gabriel Celaya, que era un arma cargada de futuro; Harold Bloom,  que si la poesía no podía sanar la violencia organizada de la sociedad, al menos podía realizar la tarea de sanar al yo; y George Steiner añadía que el canto y la música son simultáneamente, la más carnal y la más espiritual de las realidades porque aúnan alma y diafragma y pueden, desde sus primeras notas, sumir al oyente en la desolación o transportarlo hasta el éxtasis, ya que la voz que canta es capaz de destruir o de curar la psique con su cadencia. Por su parte, Johann Wolfgang von Goethe afirmaba que cada día un hombre debe oír un poco de música, leer una buena poesía, contemplar un cuadro hermoso y si es posible, decir algunas palabras sensatas, a fin de que los cuidados mundanos no puedan borrar el sentido de la belleza que Dios ha implantado en el alma humana. Todas las anteriores me parecen razones más que suficientes para retomar la publicación, con un formato diferente, de la serie de entradas del blog dedicadas al tema de España en la poesía española contemporánea que tan buena acogida de los lectores tuvo hace ya unos años. Grandes poetas contemporáneos españoles, poetas del exilio exterior e interior, pero españoles todos hasta la médula, que cantaron a su patria común, España, desde el corazón y la añoranza. Poemas a los que acompaño con algunas de las más bellas arias de la historia de la ópera y de algunos de los desnudos más hermosos de la pintura universal. 

Así pues, subo hoy al blog al poeta Eugenio de Nora con su poema Honda es la heridaal pintor Édouart Manet con su cuadro Olympia, y al compositor Ludwig van Beethoven con el aria O wär' ich schon mit dir vereint de su ópera Fidelio, cantada por la soprano Marie McLaughlin. 



Eugenio de Nora


Eugenio de Nora (1923-2018) fue un poeta español de la generación de la posguerra. Doctor en Filología románica, fundó junto con Antonio González de Lama y Victoriano Crémer la revista de poesía comprometida Espadaña en 1944. Publicó en otras revistas poéticas de la posguerra española, como Cisneros o Corcel. En 1953 obtiene el Premio Boscán de poesía por España, pasión de vida. En 1949 se traslada a Suiza para trabajar como profesor de Literatura española en la Universidad de Berna hasta su jubilación en 1989. Desde sus inicios, Eugenio de Nora escribió una poesía comprometida social y políticamente, a la que Dámaso Alonso llamó poesía desarraigada, cuyo máximo exponente es su libro España, pasión de vida, de 1953. Sin embargo, también abordó temas como el amor, la muerte, la preocupación por el paso del tiempo y el afán de trascendencia del ser humano, todo con un tono es elegíaco y a veces escéptico, que revela una visión existencialista del mundo. Les dejo con su poema



HONDA ES LA HERIDA

Honda es la herida del amor al verte
en mis ojos mortales reflejada;
pero la daga más apasionada, 
la hunde el recuerdo, España, poseerte

es mirarte en el alma, hecha ya suerte
entrañada y total frente a la nada;
pues en ti está mi vida sustentada,
y en ti mi sangre ha de vencer la muerte.

En el recuerdo y en el pensamiento
cumpliendo voy mi vida y tu memoria.
¡Roca inmortal, límite al mar y al viento:

hecha mi sangre verbo de tu gloria,
arrástreme tu cauce violento
hasta fundir mi sino con tu historia.



Édouart Manet


Édouard Manet (1832-1883) fue un pintor francés, reconocido por la influencia que ejerció sobre los iniciadores del impresionismo. Tuvo que esperar al final de su vida para conseguir el éxito que su talento merecía. Su notoriedad se debió más a los temas de sus cuadros, considerados escandalosos, que a la novedad de su estilo. Hasta mediados de la década de 1870 no empezó a utilizar técnicas impresionistas. El tono general de la obra de Manet no es el de un pintor únicamente preocupado por el mundo visual. Es un sofisticado habitante de la ciudad, un caballero que se ajusta en todo al concepto decimonónico de dandi: un observador distante, refinado, que contempla desde una elegante distancia el espectáculo que le rodea. Les dejo con su cuadro Olympia




Olympia, 1863


Pintada en 1863, Olympia no fue presentada al Salón hasta 1865, donde fue rechazada. Entre las razones por las que este cuadro iba a resultar chocante no son las menos importantes el hecho no sólo de que es una clara parodia de una obra renacentista, la Venus de Urbino de Tiziano, sino también una flagrante descripción de los hábitos sexuales modernos. Manet sustituye en él a una diosa veneciana del amor y la belleza por una refinada prostituta parisina. Pero lo que realmente desconcertó a los críticos de la época es que Manet no la sentimentaliza ni la idealiza, y Olimpia no parece ni avergonzada ni insatisfecha con su trabajo. No es una figura exótica o pintoresca. Es una mujer de carne y hueso, presentada con una iluminación deslumbrante y frontal, sobre la que el pintor muestra un perturbador distanciamiento que no le permite moralizar sobre ella.




Ludwig van Beethoven


Ludwig van Beethoven​ (1770-1827) fue un compositor, director de orquesta y pianista alemán. Su legado musical abarca, cronológicamente, desde el Clasicismo hasta los inicios del Romanticismo. Es considerado como uno de los compositores más preclaros e importantes de la historia de la música y su legado ha influido de forma decisiva en la evolución posterior de este arte. Beethoven consiguió hacer trascender la música del Romanticismo, influyendo en diversidad de obras musicales del siglo XIX. Su arte se expresó en numerosos géneros y aunque las sinfonías fueron la fuente principal de su popularidad internacional, su impacto resultó ser principalmente significativo en sus obras para piano y música de cámara. Su producción incluye los géneros pianístico (treinta y dos sonatas para piano), de cámara (incluyendo numerosas obras para conjuntos instrumentales de entre ocho y dos miembros), concertante (conciertos para piano, para violín y triple), sacra (dos misas, un oratorio), lieder, música incidental (la ópera Fidelio, un ballet, músicas para obras teatrales), y orquestal, en la que ocupan lugar preponderante Nueve sinfonías.

Fidelio o el amor conyugal (cuyo título original en alemán es Fidelio oder die eheliche Liebe, Op. 72) es una ópera en dos actos con música de Ludwig van Beethoven. El libreto en alemán es obra de Joseph F. Sonnleithner, a partir del texto original en francés de Jean-Nicolas Bouilly que se había usado para la ópera de 1798 Léonore, ou l’amour conjugal de Pierre Gaveaux, y para la ópera de 1804 Leonora de Ferdinando Paer (Beethoven tenía una partitura de ésta). Es la única ópera que compuso Beethoven. La ópera cuenta cómo Leonora, disfrazada como un guardia de la prisión llamado "Fidelio", rescata a su marido Florestán de la condena de muerte por razones políticas. Desde este enlace, o en el vídeo de más abajo, pueden ustedes disfrutar de la bellísima aria O wär' ich schon mit dir vereint, en español, Oh, ya estaría unida contigo, de la ópera Fidelio, cantada por la soprano británica Marie McLaughlin.







Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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miércoles, 15 de agosto de 2018

[A VUELAPLUMA] Oh, vida, los que vamos a morir te saludamos





Una vez le preguntaron a David Hume (1711-1776) si no sentía preocupación por lo que pudiera haber después de la muerte. La respuesta del filósofo, que cito de memoria, fue que "si nunca le había preocupado saber donde estaba antes de nacer, porqué iba a preocuparle saber donde iba a estar después de morir"... Esta entrada no va dirigida a los jóvenes, al menos no de momento, pero sí a los que estamos ya jugando el último cuarto del partido, esa etapa de nuestra vida en la que, como dice el filósofo Fernando Savater, "la evidencia de la muerte no sólo le deja a uno pensativo, sino que le vuelve a uno pensador". 

El profesor Aurelio Arteta, autor de A fin de cuentas. Nuevo cuaderno de la vejez (Taurus, Madrid, 2018), catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco, escribe en El País que tener presente la muerte es la mejor forma de tomar en serio nuestra existencia. A quienes ya somos viejos, comienza diciendo, y aún no hemos perdido del todo la cabeza ni las ilusiones, nos toca pensar a fondo la vejez. Eso significa no quedarnos en sus estereotipos o engañifas habituales, como tampoco en los parciales enfoques sociológicos, económicos o de autoayuda acostumbrados. Más todavía, tras examinar los rasgos de esta edad postrera, habremos de atrevernos a mirar de frente a lo que inmediata y definitivamente la sigue: la muerte. ¿Acaso no le tengo miedo? Imagino que como cualquiera. Pero uno supone que, antes de ser despojado de todo lo mío, deberé hacer el esfuerzo de recuperarme a mí mismo. En vísperas de que me vaya, tendré que aprender a despedirme.

Todo lo que empieza tiene que acabar, de acuerdo. Pero admitiremos que, una vez que todo ha comenzado para nosotros (la vida), en cuanto alcanzamos alguna madurez el problema decisivo pasa a ser su final (la vejez y la muerte). No fuimos sujetos de nuestro comienzo, pero sí podemos serlo de su término. Lejos de merecer tildarlo de enfermizo, será incluso un signo de buena salud. Por más que intentemos mirar para otro lado (o sea, di-vertirnos), llegará un momento en que ya no será fácil hacerlo. Esta es la cuestión: si ese recordatorio nos amargará cada instante del último periodo o, por el contrario, le concederá todo su valor.

Seguramente el requisito adecuado para meditar y hablar de la vejez con cierta solvencia sea prestar atención al propio envejecimiento. Nadie ignora que cada día nos morimos un poco, aunque la convención reinante prefiere creer que sólo los mayores envejecen y mueren. Pero habrá que distinguir —lo que olvidó Epicuro en su famoso argumento— entre el proceso de morir y el momento de la muerte: mientras yo estoy, mi muerte no está presente, es verdad, pero me estoy muriendo. Ese envejecimiento puede llamarse “el otoño de la vida”, aunque sería más justo compararlo con su invierno, siempre que se acepte que esta vez no le seguirá ninguna radiante primavera.

Parece como si la vejez nos llegara sin advertencia previa, por más síntomas que nos hayan anunciado su acercamiento. Al final, brotará la sorpresa del ah, ¿pero la vida era esto? ¿Y quién discutirá que a la vejez le gusta ocultarse? Mientras le sea posible, el ya anciano tratará de esconder su vergüenza ante el propio deterioro, encubrir su condena y retrasar en lo posible su seguro cumplimiento. Por eso mismo es un tiempo de eufemismos y disimulos. En lugar de llamarle anciano o viejo, preferimos denominarle una persona de edad o de cierta edad, como si todas las demás no lo fueran también. Los entrenamientos del cuerpo —hoy tan en boga— invitan al qué joven te veo, pero nos ahorramos el masaje de las menos visibles arrugas del alma.

A poco que el anciano mire dentro de sí, no habrá dolor o tristeza de los otros que le sean ajenos. Para él sus compañeros de generación conforman esa gran comunidad de morituri, o sea, de los que van a morir y requieren su cuidado recíproco. Pero a esa misma añada pertenecen también los viejos amargados que optan por encerrarse en su rincón y desentenderse de todos y de todo. Hasta de los muertos que los precedieron, de quienes son sus deudores. Se diría que, ante la amenaza que los aguarda, el máximo riesgo de muchos mayores es el de convertir su vida restante en un periodo de espera desconsolada, en un tiempo vacío…

Antes de abandonar este valle de sonrisas y lágrimas, uno está dispuesto a mantener que lo más decisivo en nuestra vida se aprende al hacernos mayores. Por eso no le asusta demasiado que, en mitad de una reunión de coetáneos, le cuelguen el sambenito de aguafiestas como se le ocurra introducir a la muerte en mitad de la charla. Replicará enseguida que siempre la llevamos con nosotros y nada hacemos sin contar con ella. Será una nueva ocasión de escapar de la mediocridad del montón, de la entrega a los prejuicios de la mayoría. Al fin y al cabo, bien sabemos que cada cual se muere solo y no en grupo…

La muerte relativiza todo cuanto se compare con ella o se contemple desde ella. El hombre mismo se ha definido como un ser relativo a la muerte, el ser que siempre vive en relación con ella. La muerte es su trasfondo y su horizonte; ella pone a cada uno en su sitio. La muerte nos hace pequeños y grandes a un tiempo. Pequeños, porque es la prueba incontestable de que nuestro destino inevitable es la nada. Sólo ante ella palpamos nuestra limitación esencial y la de nuestros proyectos más entusiastas. Pero también nos hace grandes al mismo tiempo. Y es que esta guerra perpetua acabará para cada cual en su propia derrota, pero tras unas cuantas victorias parciales que nos honran. Somos lo que llegamos a ser contra la muerte y por su mediación; a fin de cuentas, gracias a ella.

Así las cosas, ¿no será la reflexión sobre nuestra finitud —al contrario de lo que predica el tópico— un considerable estímulo de la vida? ¿O no es su anticipación mental el acicate negativo de cuanto hacemos y aspiramos? La conciencia del límite que conlleva infunde urgencia a nuestros quehaceres y clasifica nuestros proyectos en más o menos importantes para mejor distribuir ese tiempo tan escaso que se nos ha otorgado. Sólo la previsión y meditación de nuestra fugacidad puede dotarla de su debido espesor; la muerte se encargará al final de encumbrar nuestra vida… o de certificar su pobreza. André Gide lo comprendió a fondo: “Por no pensar lo suficiente en la muerte, ni el más breve instante de tu vida ha sido lo suficientemente valioso”.

En definitiva, dar su justo valor al presente requiere vivir la vida desde ese futuro. Hay que tomar nuestra existencia en serio precisamente porque acaba, porque ya no podemos llegar a más ni van a ofrecernos otra nueva oportunidad de ser. Por eso mismo puede proclamarse con toda certeza que la muerte no está al final, sino en el centro mismo de la vida, según constata Ramón Andrés. Y repetir con Fernando Savater que “la evidencia de la muerte no sólo le deja a uno pensativo, sino que le vuelve a uno pensador”.



"Vida y muerte", de Gustav Klimt (1862-1918)



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