sábado, 7 de octubre de 2017

[Humor en cápsulas] Para hoy sábado, 7 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey en El Mundo; Peridis, Ros y El Roto en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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viernes, 6 de octubre de 2017

[A vuelapluma] Puigdemont y Rajoy, amortizados





Sea cual sea el resultado final de esta crisis social, política e institucional que estamos viviendo en España, y que un servidor de ustedes espera que se resuelva con los menores daños posibles para los catalanes y el resto de los españoles, no lo será desde luego por el valioso concurso que a ello hayan aportado los señores Puigdemont y Rajoy. Del primero no voy a decir nada porque es el principal responsable de esta crisis. Del segundo, cuya competencia es manifiestamente mejorable, resulta difícil entender como ha sido posible que llegara a presidente del gobierno de España. Claro está que si Donald Trump ha llegado a presidente de los Estados Unidos cualquier "cosa" es posible...

De "fusible", califica el profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNED, José Ignacio Torreblanca, a Mariano Rajoy. Nunca nadie pidió tanto apoyo para hacer tan poco, tan tarde ni tan mal, dice de él. Y lamento tener que reconocer que es una opinión que comparto al completo.

Un fusible es “un componente eléctrico hecho de un material conductor, generalmente estaño, que tiene un punto de fusión muy bajo y se coloca en un punto del circuito eléctrico para interrumpir la corriente cuando esta es excesiva”. “El fusible”, se nos explica, “se recalienta y se rompe (salta) y actúa como mecanismo de seguridad de toda la instalación”, comienza diciendo José Ignacio Torreblanca.

Eso es justo lo que nos ha faltado y falta en la crisis catalana. Nuestro sistema democrático ha ido recibiendo sobrecarga tras sobrecarga sin que saltara ningún mecanismo de seguridad: ni de diálogo cuando era posible ni de firmeza cuando era necesaria. La responsabilidad principal es, sin duda, de aquellos que han decidido introducir en el sistema democrático tensiones de un voltaje más alto del que este está preparado para soportar. El populismo, el nacionalismo, la apelación a la democracia directa, el vaciamiento de las instituciones, la excitación de sentimientos de odio y humillación, la reivindicación de la calle y la desobediencia como instrumentos de cambio político, el desprecio a las más elementales normas de convivencia, legales pero también cívicas, no tienen fácil cabida en un sistema eléctrico diseñado para el día a día de pagar las pensiones, construir carreteras, educar a los niños y curar las enfermedades de ciudadanos normales.

Pero la responsabilidad final es del vigilante del sistema, un señor que presume de anodino pero en cuyas manos, como jefe de Gobierno, los ciudadanos han depositado la responsabilidad de administrar el sistema eléctrico, esto es, la democracia. Rajoy ha asistido impávido durante años al desbordamiento de la tensión. Todas sus previsiones han resultado fallidas: los independentistas se dividirían, no iba a haber referéndum, los Mossos iban a colaborar, no habría declaración de independencia. Y todas sus actuaciones fracasadas en términos de eficacia pero también de comunicación, interior y exterior. Nunca ha tenido un plan, ni parece tenerlo ahora, más allá de trasladar los costes a otros y evitar su desgaste. Desde el Rey hasta la Fiscalía pasando por la Policía, Guardia Civil o los jueces, todas las instituciones del Estado han sufrido las descargas de alta tensión que él no ha querido asumir. Nunca nadie pidió tanto apoyo para hacer tan poco, tan tarde ni tan mal, concluye su artículo.

Y un servidor, en plan arbitrista, como voz que clama en el desierto, se atrevería a lanzar una sugerencia: Una vez encauzada la crisis, porque resolverse tardará aún un tiempo en resolverse, ¿sería posible un mínimo de responsabilidad por parte de los partidos constitucionalistas nacionales, es decir PSOE-PP-Cs (los cito por orden de antigüedad histórica y no por afinidad de ningún tipo), formaran un gobierno de unidad nacional paritario presidido por una personalidad independiente y claramente comprometida con los valores democráticos [¿qué tal un Emilio Lledó -perdóneme, don Emilio, por el atrevimiento] que promoviera una reforma constitucional consensuada y una vez aprobada por las Cortes convocara elecciones generales?



Mariano Rajoy y Carles Puigdemont



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos.  HArendt




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[Desde la RAE] Hoy, con el académico Santiago Muñoz Machado







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.

Continúo hoy la semblanza de los actuales y pasados miembros de la Real Academia Española con la del académico Santiago Muñoz Machado. Elegido el 13 de diciembre de 2012, tomó posesión de su silla, la "r", el 26 de mayo de 2013 con el discurso titulado Los itinerarios de la libertad de palabra, que fue respondido en nombre de la corporación por el académico José Manuel Sánchez Ron.

Nacido en Pozo Blanco, Córdoba, en 1949, el jurista Santiago Muñoz Machado es catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad Complutense de Madrid desde 1994 y académico de número de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. En 1980 obtuvo la cátedra de Derecho Administrativo de la Universidad de Valencia y, dos años más tarde, la cátedra de la misma disciplina en la Universidad de Alcalá de Henares. En enero de 2015 fue elegido secretario de la Real Academia. 

Es doctor honoris causa por la Universidad de Valencia, técnico de la Administración civil del Estado y especialista en derecho constitucional, administrativo y comunitario europeo. De su bibliografía jurídica, compuesta por más de cincuenta libros e incontables artículos en materias de su especialidad, destaca su Tratado de derecho administrativo y derecho público general, obra de referencia en la materia.




Santiago Muñoz Machado en su toma de posesión académica



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[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 6 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 






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jueves, 5 de octubre de 2017

[Política] El independentismo catalán contra la democracia y el Estado de Derecho





Esta vez comienzo por el final. "Es legítimo y razonable sentirse orgulloso de ser español. Por su historia, por su cultura, por su diversidad, por su porvenir. Sería terriblemente irresponsable no recurrir a todos los medios del Estado de derecho, incluida su fuerza legítima, para no abortar un referéndum ilegal que ya se ha convertido en la mayor amenaza contra la paz y la convivencia de nuestra sociedad democrática", decía Rafael Narbona, escritor, crítico literario y profesor de filosofía, y uno de los mayores expertos españoles en el estudio del totalitarismo como fenómeno político, en su blog "Viaje a Siracusa". Lo hacía justamente dos días antes del chusco referéndum llevado a cabo por la conjunción nazi-fascista del nacionalismo catalán. A la vista de lo ocurrido desde ese día, parece que hay que darle la razón.

Manuel Azaña intentó apoyarse en los nacionalistas vascos y catalanes para llevar a cabo su idea de España, basada en el reformismo y el laicismo, comienza diciendo. Pensó que las regiones más desarrolladas podrían ayudar a consolidar la Segunda República, promoviendo un patriotismo cívico y moderado, que contemplara el reconocimiento de las demandas autonómicas. Su planteamiento se reveló ingenuo y estéril, pues a los nacionalistas sólo les interesaba independizarse, no modernizar España ni fomentar la cohesión social. La tendencia rupturista lanzó su mayor desafío el 6 de octubre de 1934, cuando Lluís Companys proclamó el Estat Catalá, al mismo tiempo que Asturias iniciaba un levantamiento revolucionario organizado por la Alianza Obrera, dirigida por la UGT y el PSOE con el apoyo de la CNT. El Estat Catalá duró diez horas, pues –entre otras cosas– no contó con el respaldo de los anarquistas. Companys pidió a Domingo Batet, capitán general de Cataluña y oriundo de Tarragona, que se pusiera al servicio de la Generalitat, pero no logró su adhesión. Batet se mantuvo fiel a la República y acabó con los pequeños focos de resistencia con la mínima fuerza posible. A pesar de todo, murieron treinta y ocho civiles y ocho militares. La derecha nunca le perdonó que no hubiera actuado como Franco en Asturias, que reprimió la revuelta con ferocidad, aplicando los métodos de las campañas en Marruecos contra las cabilas rifeñas. Dos años más tarde, Batet sería fusilado por las tropas franquistas por negarse a secundar la rebelión militar.

Durante la Guerra Civil, la Generalitat apenas colaboró con Madrid. En La velada en Benicarló (1937), Azaña escribió: «La Generalidad funciona insurreccionada contra el Gobierno. Mientras dicen privadamente que las cuestiones catalanistas han pasado a segundo término, que ahora nadie piensa en extremar el catalanismo, la Generalidad asalta servicios y secuestra funciones del Estado, encaminándose a una separación de hecho». Durante la Transición, se especuló que el Estado de las Autonomías resolvería el problema de los regionalismos separatistas, pero el tiempo ha demostrado que sólo ha servido para acentuar el conflicto. La transferencia de las competencias educativas proporcionó una poderosa arma a los independentistas, que han utilizado las escuelas para alimentar mitos y mentiras, convirtiendo la Guerra de Sucesión en Guerra de Secesión y la revuelta campesina de los segadores en una gesta independentista. Se ha utilizado el idioma para segregar, no para enriquecer y convivir.

A estas alturas ya no sirven los argumentos racionales, basados en datos históricos contrastados, ni las objeciones morales o económicas. En Cataluña se ha impuesto un sentimiento nacionalista puramente emocional que inventa Arcadias y profetiza Paraísos. El odio y la xenofobia no cesan de crecer. Se identifica lo español con el atraso, la intolerancia y el autoritarismo. Todo el que se atreve a discrepar sufre un linchamiento moral y un creciente acoso social. Las muchedumbres no dejan de hostigar a las Fuerzas de Seguridad del Estado, evidenciando que el nacionalismo nunca es amable, dialogante o sonriente. Se esgrime el derecho a decidir, ocultando que la mayoría de los países democráticos (Francia, Alemania, Portugal o Suiza) prohíben cuestionar la unidad territorial. No es un simple capricho del legislador, sino una medida adoptada para neutralizar el problema de los nacionalismos, que desencadenó horripilantes guerras en un pasado reciente. La Unión Europea se construyó para desterrar definitivamente la exaltación nacionalista y sus devastadoras consecuencias. Cataluña no puede invocar el derecho de autodeterminación, pues Naciones Unidas únicamente reconoce esa posibilidad a los pueblos sometidos a una dominación extranjera. Según el Derecho Internacional, la independencia sólo es una reivindicación legítima cuando el Estado aplica políticas de discriminación grave y sistemática contra una comunidad territorial por razones étnicas, religiosas, lingüísticas o culturales, violando reiteradamente los derechos fundamentales de los individuos y los pueblos. Se habla de pactar un referéndum legal, pero esa propuesta atenta contra nuestro orden constitucional y abre las puertas a la fragmentación de España. La disparatada entelequia de los Países Catalanes evoca los delirios de la Gran Serbia o la Gran Alemania, asociando la ciudadanía a la comunidad cultural y lingüística. Si avanzaran los proyectos secesionistas, los compatriotas de hoy se convertirían en vecinos poco amistosos, abocados a la confrontación y el resentimiento.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? El problema de los nacionalismos periféricos surge a finales del siglo XIX, cuando el ideario romántico se propaga por el continente europeo, despertando la nostalgia de los paraísos perdidos, casi siempre naciones supuestamente destruidas por elementos extraños. El politólogo nazi Carl Schmitt definió el nacionalismo romántico como «metafísica secularizada», indicando que la patria –real o imaginaria– pasó a ocupar el lugar de la fe. Eso explica que las guerras de religión fueran reemplazadas por guerras entre naciones. El siglo XX, con sus dos guerras mundiales, constituye la apoteosis de esa mentalidad. La Declaración de Derechos Humanos de 1948 y el proyecto de la Unión Europea, con inequívocas raíces ilustradas, nacieron para dejar atrás esa catástrofe e impedir que se repitiera. ¿Cómo hemos llegado entonces a esta situación? Al margen de las maniobras de los partidos independentistas, hay que distribuir la responsabilidad entre la izquierda y la derecha. La derecha ha fomentado un modelo de desarrollo orientado a sustituir los vínculos comunitarios por la libre competencia entre individuos. Ese programa puede funcionar en momentos de relativa prosperidad, pero no en momentos de crisis. Sin políticas redistributivas, las naciones pierden el apoyo de sus ciudadanos, que acabando sucumbiendo a los discursos populistas. Si, además, los casos de corrupción proliferan y afectan a las más altas instituciones, sólo hace falta una chispa para provocar un incendio social. Las naciones se debilitan cuando se descuida la solidaridad. Es cierto que la mejor política social consiste en crear empleo, pero siempre habrá que arbitrar medidas para no dejar desamparados a los ciudadanos que –por distintos motivos– caen en cuadros de exclusión, particularmente si son menores, personas discapacitadas o de la tercera edad.

La izquierda tampoco ha ayudado a normalizar la convivencia, alentando las fantasías jacobinas. En su mitología, nunca ha desaparecido la fantasía de asaltar los cielos. La socialdemocracia ha cortejado a los independentistas, pensando que nunca se plantearían seriamente destruir la nación española. Es evidente que se ha equivocado. Su rumbo errático ha coexistido con grandes escándalos de corrupción, que han menoscabado su credibilidad. Más grave es el caso de Podemos y sus confluencias. La alianza con las fuerzas «soberanistas», incluida la rama política de ETA, siempre chocó con su estrafalaria reivindicación del patriotismo español. Ahora ha quedado muy clara la intención de fondo: reemplazar la monarquía parlamentaria por una confederación de repúblicas socialistas. No es sorprendente en un partido que ha elogiado la Cuba de Fidel Castro y la Venezuela de Hugo Chávez. De todas formas, el pecado capital de la izquierda ha consistido en fomentar el discurso del odio contra España. Mientras los vascos, catalanes y gallegos independentistas aireaban sus banderas, la izquierda afirmaba que la bandera nacional era una herencia del franquismo. El filósofo y antropólogo marxista Eloy Terrón afirmaba en Sociedad e ideología en los orígenes de la España contemporánea (1958) que en la universidad de su juventud se respiraba «un desinterés, muy próximo al desprecio, por la producción intelectual española». Investigar sobre el krausismo le enseñó que España tenía «una historia no menos viva y vigorosa que la de cualquier otro país». Terrón deploraba la inexistencia de «una conciencia nacional». España le había dado la espalda a su pasado histórico, sin comprender la importancia de «la tradición como agente modelador y potenciador del pensamiento individual». Las reflexiones de Terrón no han perdido un ápice de vigencia. España debe aprovechar la crisis catalana para reconciliarse con su pasado y crear una conciencia nacional a la altura de los tiempos. España es el país de Cervantes, Cisneros, Jovellanos, Azaña, Ortega y Gasset, Unamuno, Antonio Machado, Josep Pla, Salvador Espriu y Rosalía de Castro. Su acervo cultural es de una enorme riqueza. El castellano es la lengua oficial de veinte países. Ningún país está exento de momentos aciagos y, en nuestro caso, se han incurrido en notables exageraciones. Como ha señalado el prestigioso hispanista Joseph Pérez, la Leyenda Negra es falsa, una obra de la mala fe inventada por los adversarios de España, con el propósito de recortar su influencia. Es legítimo y razonable sentirse orgulloso de ser español. Por su historia, por su cultura, por su diversidad, por su porvenir. Sería terriblemente irresponsable no recurrir a todos los medios del Estado de derecho, incluida su fuerza legítima, para no abortar un referéndum ilegal que ya se ha convertido en la mayor amenaza contra la paz y la convivencia de nuestra sociedad democrática.



El gobierno de Cataluña, fuera de la ley



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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 5 de octubre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7, Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.






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miércoles, 4 de octubre de 2017

[A vuelapluma] ¿De qué uso desproporcionado de la fuerza me hablan ustedes?





Como cuestión previa admito que puedo equivocarme en mis juicios, pero creo que en política no todo vale para alcanzar el poder. Creo que el PSOE de Pedro Sánchez está persiguiendo pescar en río revuelto al pedir la reprobación por el Congreso de la vicepresidenta del gobierno. Creo que marra en el disparo. Y creo, sinceramente, que está jugando con fuego y puede abrasarse. ¿Por qué lo hace? ¿Por qué insiste en pedir diálogo con quienes se han situado fuera de la legalidad y están perpetrando lisa y llanamente un Golpe de Estado al más puro estilo nazi-leninista? Me decepciona la puerilidad de este hombre; casi tanto como la lenidad e incompetencia del presidente del gobierno de España en la gestión de la crisis. Y lo que me preocupa de verdad, lo digo con sinceridad, es que la arrogancia fascistoide de los nacionalistas catalanes, la puerilidad del uno y la lenidad del otro, las vamos a pagar todos los españoles. Y no nos lo merecemos, y menos que nadie los catalanes que aún confían en la democracia, en el Estado y en el Derecho. Y de la respuesta de Podemos y sus mareas y sus meandros de IU y demás compañeros de viaje, a la defensa de la legalidad constitucional por parte del Rey, no creo que pudiera esperarse algo distinto: repugna a cualquier conciencia con un mínimo de dignidad democrática. Para patéticos se pintan solos.

Pero volvamos al asunto central de esta entrada de hoy. ¿Dónde está la desproporción de las fuerzas de seguridad del Estado en su actuación el 1 de octubre en Cataluña?, se preguntan en El País Félix Ovejero, profesor de la Universidad de Barcelona, y el abogado Alejandro Molina. La opinión pública debe asumir con madurez democrática cómo funciona el Estado, cualquier Estado, ante la desobediencia de las leyes, comienzan diciendo.

Es inconcebible que se pueda calificar de “error” o “torpeza” que las fuerzas del orden encargadas de ejecutar la resolución judicial de impedimento del “referéndum” cumplieran, precisamente, con su cometido. ¿Cuál es el error? ¿Que usaran la fuerza? Oigan, un antidisturbios no es un filósofo de la palabra que aborde su tarea por el método deliberativo de disuadir con argumentos a quien con su comportamiento delictivo se apodera ilegalmente de locales públicos. La fuerza del orden interviene cuando el delincuente, persistente en su conducta, ya se ha desentendido de la fase deliberativa, que precisamente ha concluido con una resolución judicial que ha sido desatendida: por eso sólo queda el recurso de la fuerza. Porque el Derecho no es más que fuerza: es la regla que determina quién en un conflicto puede usar la fuerza y cuánta. Intelectualmente no se puede estar, como Pedro Sánchez, a “favor de la legalidad” pero en contra de su efectividad.

Estamos hablando de unos efectivos policiales que tuvieron que ejecutar una orden judicial de desalojo de espacios públicos de los que previamente se habían apoderado grupos organizados con el total apoyo logístico y material de toda una Administración autonómica actuando en abierta rebeldía delictiva y haciéndolo coordinadamente con la mayoría aplastante de una fuerza pública armada. Una fuerza pública que, en lugar de cumplir la orden judicial que la obligaba, llegó en algunos casos incluso a obstruir su ejecución y colaborar con los sediciosos. Aún no se han calibrado las gravísimas responsabilidades (descomunales e insólitas históricamente en Europa) que ese comportamiento inconcebible supone en una fuerza policial armada.

¿Desproporción? Según algunos relatos, desencantados con la efectividad del Derecho, se habría “reprimido” a casi 2.300.000 de supuestos “votantes”. Abstracción hecha de que la actuación de la fuerza pública se circunscribió, espacial y subjetivamente, a quien impedía por la fuerza la ejecución de la orden judicial, y no a los “votantes”, repugna a la mera lógica de los hechos que esa “brutal represión” sobre millones de personas haya arrojado el “brutal” saldo de un total de dos hospitalizados, uno de ellos un pobre anciano infartado. Si vamos a los “heridos”, que la Generalitat cifra en más de 800, en realidad estamos hablando de “atendidos” (es decir, personas que nunca pisaron un hospital aunque fueron objeto de examen y diagnóstico en la vía pública) pero incluyendo en la cifra las lipotimias, ataques de ansiedad e irritaciones por inhalación de humo. Y no olvidemos que estamos hablando de unos supuestos dos millones de personas que fueron desde los días previos instados desde la propia Generalitat, sus dirigentes y su formidable aparato mediático, a tomar parte colectivamente en actos delictivos para impedir por la fuerza la ejecución de una orden judicial ¿Y el balance son dos hospitalizados, y uno de ellos, un infartado? ¿Dónde está la desproporción en el uso de la fuerza?

Finalmente, resulta descorazonador el nivel intelectual y profesional de la prensa española, incluso cuando no actúa con intereses espurios. Ayer vimos un titular de un diario catalán, bastante ecuánime hasta ahora, que titulaba Dirigentes europeos critican la actuación policial y piden diálogo, ilustrando la noticia con una imagen de Angela Merkel y una falsedad (como se ha sabido hoy): esa primera ministra habría llamado a Rajoy “para interesarse por los heridos”. De inmediato me precipité a leer el texto: Ni rastro de Merkel, por supuesto, y ninguno de los “dirigentes” europeos dirigía nada, pues quitando al belga que gobierna en coalición con los nacionalistas flamencos (¡qué casualidad!), ni un solo jefe de Estado o primer ministro europeo ha hecho otra cosa que respaldar el Estado de derecho en España. El resto de “dirigentes” eran cabecillas de movimientos nacionalistas, como el de Escocia, o políticos y hasta excandidatos de partidos en la oposición en sus países respectivos cuyos planteamientos equivaldrían a los de Podemos en España.

Más vale que la prensa y la opinión pública tomen de una vez conciencia con responsabilidad del desafío de lo que se nos viene encima, y que como sociedad adulta asumamos que los derechos y libertades que la ley reconoce en la democracia se garantizan, si es preciso, por la fuerza, máxime cuando quienes los desafían desobedecen abiertamente la legalidad vigentes.

Un aviso: el artículo 155 desemboca en una resolución del Gobierno, previo aval del Senado, con medidas necesarias para obligar a una comunidad autónoma que atente gravemente contra el interés general al cumplimiento forzoso de sus obligaciones para la protección del mencionado interés. Pero para que se hagan efectivas esas medidas quizá haya que usar la fuerza de nuevo, y más vale que cuando llegue ese momento no tengan a una institución armada de su lado que se desentienda otra vez de la legalidad. Y si eso ocurre, que al menos la opinión pública asuma con madurez democrática cómo funciona el Estado; cualquier Estado.




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[Píldoras literarias] Hoy, con "Don Juan y las mujeres", de Marco Denevi





La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado Don Juan y las mujeres, de Marco Denevi (1922-1998). Escritor y dramaturgo argentino, irrumpió en la literatura cuando tenía ya más de 30 años con Rosaura a las diez que gana en 1955 el Premio Kraft y se convierte de inmediato en un gran éxito. Dos años después escribe para el teatro con Los expedientes, con la que obtuvo el Premio Nacional de Teatro. Como cuentista obtuvo en 1960 el premio de la revista Life en español por su relato Ceremonia secreta, traducido a varios idiomas y adaptado cinematográficamente en 1968. , en Reino Unido. Sobre su estilo se ha escrito que sus personajes bordean lo estrafalario, la ambigüedad de la percepción y el conocimiento, el predominio de la intriga y un humor que tiende al negro. Practicó el periodismo político y fue presidente honorario del Consejo de Ciudadanos, entidad que promovió para incentivar la inquietud cívica. En 1994 recibió el Premio de novela Konex. Fue miembro de la Academia Argentina de Letras.


 Les dejo con su Don Juan y las mujeres, publicado en "Parque de diversiones" (1970). Tiene doce palabras y dice así: 



DON JUAN Y LAS MUJERES
por 
Marco Denevi

A ninguna le disgusta tener antecesoras 
a condición de no tener sucesoras.




Dibujo de ETZ



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