viernes, 1 de septiembre de 2017

[Cuentos para la edad adulta] Hoy, con "Nadie lo sabe", por Sherwood Anderson








Continúo la serie de Cuentos para la edad adulta con el titulado Nadie lo sabe,  de Sherwood Anderson (1876-1941), escritor estadounidense, maestro de la técnica del relato corto y uno de los primeros en abordar los problemas generados por la industrialización. Nacido en el seno de una familia campesina, dejó la escuela a los catorce años dedicándose a los más diversos oficios y como soldado en la guerra hispano-estadounidense por Cuba. En Chicago  comenzó a escribir novelas y poemas. Uno de sus libros más aclamados es Winesburg, Ohio, colección de 22 relatos relacionados entre sí que muchos críticos consideran uno de los mejores libros en lengua inglesa del siglo XX, a medio camino entre el análisis psicológico y el sociológico, sobre las frustraciones de una pequeña comunidad rural incapaces de adaptarse a las nuevas formas de vida. El epitafio de su tumba en la localidad de Marion, Virginia, dice: "La vida, no la muerte, es la gran aventura". Les dejo con su relato. Espero que les resulte interesante. 


NADIE LO SABE
por
Sherwood Anderson



George Willard se levantó del escritorio que ocupaba en las oficinas del Winesburg Eagle, miró cautelosamente a su alrededor y salió con precipitación por la puerta trasera. La noche era calurosa y el cielo estaba cubierto de nubes; aunque no habían dado las ocho todavía, la callejuela a la que daba la parte trasera de las oficinas del Eagle estaba oscura como la pez. Un tronco de caballos atado por allí a un poste invisible pataleó en el suelo duro y calcinado. De entre los mismos pies de George Willard saltó un gato v echó a correr, perdiéndose entre las tinieblas. El joven estaba nervioso. Durante todo el día había trabajado como si estuviese atontado debido a un golpe. Al pasar por la callejuela temblaba como aterrorizado.

George Willard fue avanzando en la oscuridad por la callejuela, caminando con cuidado y precaución. Las puertas traseras de las tiendas de Winesburgo estaban abiertas y pudo ver a muchas personas sentadas a la luz de las lámparas. En el tienda Myerbaum’s Notion vio a la señora de Willy, el dueño de la taberna, de pie junto al mostrador, con una cesta en el brazo; la atendía un empleado que se llamaba Sid Green. Éste le hablaba con gran interés, inclinaba el cuerpo sobre el mostrador sin dejar de hablar.

George Willard se agazapó y atravesó de un salto el reguero de luz que se proyectaba a través del hueco de la puerta. Echó a correr hacia adelante en medio de las tinieblas. El viejo Jerry Bird, que era el borracho del pueblo, estaba dormido en el suelo detrás de la taberna de Ed Griffith. El fugitivo tropezó con las piernas del borracho que estaba despatarrado. Éste se echó a reír con risa entrecortada.

George Willard se había lanzado a una aventura. No había hecho en todo el día otra cosa que reunir ánimos para lanzarse a esa aventura, y ahora estaba ya metido en ella. Desde las seis había estado sentado en las oficinas del Winesburg Eagle haciendo esfuerzos por concentrar el pensamiento.

No llegó a tomar ninguna resolución. No hizo más que ponerse en pie de un salto, pasar precipitadamente junto a Will Henderson, que se encontraba leyendo pruebas en la imprenta, y echar a correr por la callejuela.

George Willard anduvo calles y calles, evitando encontrarse con la gente que pasaba. Cruzó una y otra vez la carretera. Cuando pasaba por debajo de un farol se echaba el sombrero hacia adelante para taparse la cara. No se atrevía a pensar. Lo dominaba el miedo, pero el miedo que ahora sentía era distinto del de antes. Temía que aquella aventura en que se había metido se estropease, que le faltase el valor y que se volviese atrás.

George Willard encontró a Louise Trunnion en la cocina de la casa de su padre. Estaba lavando los platos a la luz de una lámpara de petróleo. Allí estaba, detrás de la puerta de la pequeña cocina situada en la parte trasera de la casa. George Willard se detuvo junto a una empalizada e hizo un esfuerzo para dominar el temblor de su cuerpo. Ya sólo lo separaba de su aventura un estrecho sembrado de papas. Transcurrieron cinco minutos antes de que recobrase aplomo suficiente para llamarla.

-¡Louise! ¡Eh, Louise! -exclamó. El grito se le pegó a la garganta. Su voz fue sólo un susurro áspero.

Louise Trunnion se acercó, atravesando el sembrado de papas, con el trapo de secar los platos en la mano.

-¿Cómo sabes que voy a salir contigo? -dijo ella refunfuñando-. Muy seguro parece que estás.

George Willard no contestó. Permaneció mudo en la oscuridad, con la empalizada de por medio.

-Sigue adelante; papá está en casa. Yo iré detrás de ti. Espérame junto al pajar de William.

El joven reportero de periódico había recibido una carta de Louise Trunnion. Había llegado aquella misma mañana a las oficinas del Winesburg Eagle. La carta era concisa. «Soy tuya, si tú lo quieres», decía. Le molestó que allí, en la oscuridad, junto a la empalizada, hubiese afirmado que no había nada entre ellos. «¡Qué caprichosa! En verdad es muy caprichosa», murmuraba al mismo tiempo que seguía calle adelante, atravesando una hilera de solares sin edificar, sembrados de trigo. El trigo le llegaba hasta los hombros, y estaba sembrado hasta el mismo borde de la acera.

Cuando Louise Trunnion salió por la puerta frontera de su casa llevaba el mismo vestido de percal que tenía cuando estaba lavando los platos. No llevaba sombrero; el muchacho la vio detenerse con la mano en el picaporte de la puerta hablando con alguien que estaba dentro de casa, con el viejo Jake Trunnion, su padre, sin duda alguna. El tío Jake era medio sordo, y la chica le hablaba a gritos.

Se cerró la puerta, y el silencio y la oscuridad reinó en la pequeña callejuela. George Willard se echó a temblar con más fuerza que nunca.

George y Louise permanecieron en la sombra del pajar de William sin atreverse a decir palabra. Ella no era demasiado hermosa que digamos, y tenía a un lado de la nariz una mancha negra. George pensó que ella se había frotado la nariz con el dedo después de andar con las cacerolas. El joven rompió a reír nerviosamente.

-Hace calor -dijo.

Intentó tocarle con la mano.

«Soy poco decidido -pensó-. Sólo el tocar los pliegues de su vestido de percal debe ser un placer exquisito.» Eso se decía George, pero ella empezó con evasivas.

-Tú crees, ser mejor que yo. No digas lo contrario, lo adivino -dijo acercándose más a él.
George Willard rompió a hablar sin trabas. Se acordó de las miradas que la joven le dirigía a hurtadillas cuando se encontraban en la calle y pensó en la nota que le había escrito. Esto alejó de él toda duda. También lo animaron las cosas que se susurraban en la población acerca de ella Y se convirtió en el macho, audaz y agresivo. En el fondo no sentía por ella simpatía alguna.

-Bueno, vamos, no pasará nada. Nadie lo sabrá. ¿Quién lo va a contar? -insistió.

Fueron caminando por una estrecha acera enladrillada, por entre cuyas grietas crecían grandes yerbajos. Faltaban algunos ladrillos y la acera tenía muchos altibajos. La cogió de la mano, que también era áspera, y le pareció deliciosamente menuda.

-No puedo ir lejos -dijo la joven con voz tranquila y serena.

Cruzaron un puente sobre un minúsculo arroyuelo y atravesaron otro solar sin edificar, sembrado de trigo. Allí acababa la calle. Siguiendo por el sendero paralelo a la carretera, tuvieron que ir uno detrás de otro. Junto a la carretera estaba el fresal de Will Overton, en el que había un montón de tablas.

-Will va a construir un cobertizo donde guardar las canastas para las fresas -dijo George al tiempo que se sentaban sobre las tablas.

Eran más de las diez cuando George Willard volvió a la calle principal; había empezado a llover. Anduvo tres veces la calle de un extremo a otro; la farmacia de Sylvester West estaba abierta todavía. Entró y compró un puro. Se alegró al ver que el mozo, Shorty Crandall, salió a la puerta con él. Los dos permanecieron conversando cinco minutos, al abrigo del toldo del edificio. George Willard estaba satisfecho. Sentía un deseo incontenible de hablar con un hombre. Dobló una esquina y marchó hacia la New Willard House silbando muy bajito.

Se paró frente al vallado con cartelones de circo que había al lado del colmado de Winny y, dejando de silbar, permaneció inmóvil en la oscuridad, con el oído atento, como si escuchase una voz que lo llamaba por su nombre. Luego volvió a reírse nerviosamente.

-No tendrá forma de presionarme. Nadie lo sabe -murmuró con un arranque enérgico; y siguió su camino.

FIN





Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Humor en cápsulas] Para hoy viernes, 1 de septiembre de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Gallego y Rey y Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis, Ros, El Roto y Sciammarella en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas.





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jueves, 31 de agosto de 2017

[A vuelapluma] El paraguas ideológico de la yihad





Loretta Napoleoni (1955) es una afamada economista, escritora, periodista y analista política italiana. Autora del libro El fénix islamista (Paidós, Barcelona, 2017), está considerada como una de las mayores expertas en asuntos de la financiación del terrorismo, reconocida internacionalmente por haber calculado el tamaño de la economía del terror en sus estudios e informes. Hace unos días escribía un artículo a raíz de los atentados en Barcelona y Cambrils, en el que exponía la tesis de que desde 2016 el radicalismo global no encuentra ya su cauce en el viaje a Oriente Próximo para construir el califato, sino que se ha visto obligado a operar localmente, dando lugar a que los potenciales combatientes de la Yihad hayan tenido que contentarse con la condición de terroristas.

Para entender realmente la amenaza que representa el terrorismo yihadista para nuestros países, comenzaba diciendo, se hace necesaria una perspectiva de gran angular. Los acontecimientos de Barcelona, aunque no estén directamente relacionados con los de Uagadugú en Burkina Faso, forman parte de una nueva estrategia de terror, nueva en cuanto globalizada. Es paradójico que a nadie se le haya ocurrido antes, pues en el fondo lo que estamos viviendo es una película de terror que comenzó el 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda lanzó el más espectacular ataque terrorista transnacional. Que fue también el último.

Desde entonces, el elemento globalizador del terrorismo —financiación en un país, organización del ataque en otro y ejecución en un tercero— ha derivado hacia lo ideológico. El dinero ya no se desplaza de un país a otro, no hay ya grandes financiadores, no existe una dirección centralizada, una especie de gran anciano del terror yihadista que maneja el dinero y los terroristas en un tablero mundial. Lo que sí existe es un paraguas ideológico con vetas nacionalistas, antiimperialistas, un paraguas donde la lucha armada contra los “infieles” es la herramienta para redimir siglos de alienación.

Si el elemento ideológico se ha vuelto predominante se debe también a que, desde el 11 de septiembre, el costo unitario de los atentados terroristas ha caído vertiginosamente. No hacen falta ya inversores, basta con unos pocos miles de euros para provocar una masacre. Nuevos métodos de financiación a nivel local han tomado el relevo, algunos realmente ingeniosos. El atentado de Burkina Faso, donde murieron 18 personas, es el segundo de su estilo. Un comando armado abre fuego en un lugar público, un restaurante, con el objetivo de cosechar tantas víctimas como sea posible.

En ambos casos, se quiso castigar a la burguesía empresarial africana, la que cuenta en definitiva para el proceso de modernización autóctono del continente africano. Lo ingenioso radica en la forma en que estos ataques son financiados por Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), es decir, con el dinero del rescate de los rehenes occidentales, dinero nuestro, por supuesto. Millones y millones de euros entregados a los secuestradores por nuestros Gobiernos. ¿La prueba? Ambos atentados tuvieron lugar pocos meses después de la liberación de rehenes europeos en el vecino Malí, donde AQMI tiene sus cuarteles generales del negocio de los secuestros.

También los ataques de Barcelona dan muestra de la ingeniosidad del terrorismo yihadista. Aunque el ataque haya sido definido como el séptimo desde el comienzo del año que utiliza una furgoneta para atropellar a la multitud, en realidad no era esta la modalidad escogida inicialmente. Parece ser que el plan original era otro: llenar las furgonetas de bombonas de gas y hacerlas estallar entre la multitud o destruir la Sagrada Familia. Pero durante la noche del miércoles, algo salió mal en la casa de Alcanar y se puso en marcha el plan B.

Es probable que los atacantes africanos no tengan relación alguna con los españoles, pero ambos hacen gala de la misma capacidad de adaptación financiera —los controles y las restricciones bancarios introducidos tras el 11 de septiembre no han dado grandes resultados— y logística. Por si no fuera suficiente, matan por las mismas razones: recrear fuera de Oriente Próximo el caos y la anarquía de la guerra. Se trata de una nueva generación de terroristas que podríamos definir como autosuficientes, pues cada grupo está compartimentado desde todos los puntos de vista, hasta el extremo de que usar la palabra “células” resulta incorrecto. Sin embargo, cada grupo obra, se mueve, interactúa bajo un paraguas ideológico bien definido, tejido por la hábil retórica yihadista y empaquetado para el consumo masivo por el marketing del Estado Islámico.

Desde 2016 el radicalismo global no encuentra ya su cauce en el viaje a Oriente Próximo para construir el califato, sino que se ha visto obligado a operar localmente. Los potenciales combatientes yihadistas, los guerreros de Alá, han tenido que contentarse con la condición de terroristas, un estatus social más bajo respecto al “caballero del califato”. No cabe duda de que todos ellos hubieran preferido luchar contra los infieles en su tierra santa y morir en batalla, más que en las aceras de Barcelona o en los restaurantes de Uagadugú. Primero fuimos nosotros los que bloqueamos estos viajes, después fue Al Bagdadi, el califa del Estado Islámico. “Quedaos donde estáis y haced todo lo que podáis, matad a tantos infieles como sea posible”, así exhortaba a sus seguidores extranjeros. Es mejor provocar una masacre en Niza que saltar por los aires en Mosul antes de capitular.

Occidente lucha contra un fenómeno nuevo y dinámico utilizando armas y estrategias arcaicas. ¡Seguimos detenidos en el 11 de septiembre de 2001! No solo no conocemos al enemigo, no queremos cambiar nuestras tácticas de guerra. Ellos, en cambio, están a años luz por delante de nosotros. Basta una simple constatación para demostrarlo. La red yihadista de los terroristas de Barcelona tenía ramificaciones internacionales, el grupo interactuaba con otros yihadistas en Bélgica, Suiza y Europa central. Sus puntos de apoyo estaban en el extranjero, al contrario del antiguo modelo de terrorismo europeo, cuando el núcleo central y el de acción estaban situados dentro de las fronteras nacionales.

Está claro, pues, por qué la aplicación del modelo tradicional antiterrorista, que se limita a las fronteras nacionales, no funciona: porque la naturaleza del terrorismo ha cambiado. Sobre esto a nadie le cabe ya la menor duda. Pero el problema estriba en cómo reformar nuestras armas. Y aquí volvemos al dilema de siempre: la política sigue estando perfectamente contenida dentro de las fronteras nacionales mientras que la delincuencia, el terrorismo, las finanzas, pero sobre todo la ideología del terror yihadista están totalmente globalizados. Sabemos que el dinero de los rescates financia el AQMI y con ese dinero se financiarán ataques donde morirán decenas y decenas de inocentes, pero ninguna institución u órgano supranacional puede impedir que los Gobiernos europeos los paguen u obligarlos a admitir que lo han hecho. Además, ningún Gobierno occidental está dispuesto a delegar un aspecto tan importante de la seguridad nacional y del orden público, a saber, la lucha contra el terrorismo, en un órgano transnacional, superpuesto a los nacionales, un órgano ad hoc que esté en condiciones no solo de tener una amplia visión, de gran angular, de un fenómeno como el terrorista yihadista, sino de actuar en tiempo real; que tenga, en definitiva, la autoridad para hacerlo.

Por lo tanto, en ausencia de una modernización institucional y cultural de la lucha contra el terrorismo, concluye diciendo Loretta Napoleoni, hay que prepararse para un futuro distópico donde la muerte accidental en una avenida, en los cafés, en las playas, donde quiera que uno tenga la desgracia de hallarse, pasará a formar parte de la vida cotidiana.



Dibujo de Eulogia Merle para El País



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt



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[Píldoras literarias] Hoy, con "100", de Ana María Shua






La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial. 

Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos. 

Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación? 

Continúo la serie de Píldoras literarias con el relato titulado 100, de la escritora argentina Ana María Shua (1951). Comenzó a publicar a los 16 años, con su libro de poemas El sol y yo. En 1973 obtuvo el título de Profesora en Letras por la Universidad de Buenos Aires. Vive en París entre 1975 y 1977. En 1980 ganó el premio de la editorial Losada por su primera novela Soy paciente. Al año siguiente apareció su primer libro de cuentos Los días de pesca. En 1984 tuvo su primer éxito de venta con Los amores de Laurita, y en ese mismo año pudo publicar La sueñera (microrrelatos), que había empezado a escribir diez años antes. En 1994 obtuvo una beca Guggenheim para escribir su novela El libro de los recuerdos, sobre una familia judía en la Argentina. Ha trabajado como periodista, publicista y guionista de cine, adaptando algunas de sus novelas. Su novela La muerte como efecto secundario (1997) integró la lista de las cien mejores novelas publicadas en lengua española en los últimos veinticinco años, según el Congreso de la Lengua Española celebrado en Cartagena de Indias en 2007. Ha escrito también literatura infantil, publicada en todo el ámbito de la lengua española, recibiendo numerosos galardones internacionales. Sus cuentos y microrrelatos figuran en antologías publicadas en todo el mundo.

Les dejo con su minirrelato 100, publicado en La sueñera (1996). Tiene diecisiete palabras y dice así: 


Mientras Aladino duerme, 
su mujer frota dulcemente su lámpara maravillosa. 
En esas condiciones, 
¿qué genio podría resistirse?





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[Humor en cápsulas] Para hoy jueves, 31 de agosto de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 




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miércoles, 30 de agosto de 2017

[A vuelapluma] Libre albedrío





La filosofía, y algunas religiones como la cristiana, definen el libre albedrío como aquella facultad del ser humano que le permite obrar según considere y elija. Lo que significa que las personas tienen libertad natural para tomar sus propias decisiones sin estar sujetos a presiones, necesidades, limitaciones o a una predeterminación divina, haciéndolas así responsables de sus actos.

Algunas personas, como el médico, escritor y periodista Pedro J. Bosch, no tienen reparo en afirmar que tenemos que desengañarnos con Donald Trump y con los prebostes del partido republicano que lo sustentan, pues aunque parezca que hayan hecho una inquietante dimisión del libre albedrío, ni Trump está loco ni los republicanos son una reata de mostrencos, sino que saben perfectamente lo que hacen y por qué. 

Cuando hace más de una década, comienza diciendo el doctor Bosch, el reconocido lingüista George Lakoff nos sorprendía con su librito No pienses en un elefante, centrado en el lenguaje político de los conservadores norteamericanos, en general nos lo tomamos a beneficio de inventario, como el ensayo ingenioso que era, un ejercicio intelectual novedoso y atractivo pero claramente alejado de la realidad para los ojos de los progresistas, beatíficamente confiados en que la verdad nos hará libres, y en la ingenua presunción de que si contamos a los ciudadanos los hechos sin engaños, como seres racionales que son, sacarán las conclusiones acertadas y votarán en consecuencia.

Hoy ya sabemos que la tesis de Lakoff tenía poco de boutade y mucho de premonición. Nos burlábamos de las excentricidades del tea party, una especie de caricatura de los postulados más rancios del republicanismo americano y de la derecha casposa en general, convencidos de que ningún ser pensante sería capaz de votar contra sus propios intereses. ¿Quién con responsabilidades de gobierno bloquearía los avances en la lucha contra los estragos del cambio climático y la investigación de nuevas fuentes energéticas? ¿Quién osaría dejar sin asistencia sanitaria a más de veinte millones de personas sin tener un plan alternativo? ¿Qué gobernante en su sano juicio de un país inequívocamente democrático la emprendería a insultos y descalificaciones de la prensa libre y de calidad? ¿Sería verosímil que el electorado de un país civilizado eligiera a un patán pendenciero y sin ninguna experiencia política para desempeñar la más alta magistratura del país líder del mundo libre?

Nos cuenta Lakoff que los conservadores han invertido billones de dólares desde los años setenta en think tanks para financiar investigadores y encuentros dedicados a estudiar la mejor forma de estructurar y comunicar sus ideas y de destruir las posibilidades de sus adversarios ideológicos, los progresistas. Para ello se valen de la sugestiva teoría de los marcos mentales que formarían parte de las estructuras profundas de nuestro cerebro a las que no podemos acceder conscientemente, pero que conocemos por sus consecuencias. Como por ejemplo nuestro modo de razonar y lo que llamamos sentido común, expresión tan del gusto de nuestro presidente de Gobierno Mariano Rajoy junto con otras marcas de la casa como “ocuparse de las cosas que realmente preocupan a la gente” o esos ubicuos “líos” que entorpecen la labor de gobierno de la “mayoría natural”. Los “valores morales” y las emociones por encima de los hechos son la apuesta ganadora de esos “tanques de ideas”, entre otras cosas porque para dar sentido a esos hechos necesitamos que encajen con lo que ya fuertemente enraizado en nuestro cerebro. De ahí a los famosos “hechos alternativos” solo había un paso…

¿Quién puede dudar ahora del éxito de los marcos mentales de los republicanos, llevado al éxtasis con el advenimiento del trumpismo? Si al principio fue el elefante, la marca del partido, animal tan grandote del que es difícil sustraerse, luego pasan al padre severo que castiga a los díscolos de la familia frente a la blandenguería progresista del padre protector, la verdad y la utópica y nociva igualdad. De ahí pasamos al actual aquelarre de las emociones por encima de la racionalidad, la relativización de la verdad (“si no le gusta tengo otra”) y la sustitución del debate político por la batalla de “valores”, en el magma de una pavorosa infantilización de los votantes. Desengañémonos: ni Trump está loco ni los republicanos son una reata de mostrencos. Saben perfectamente lo que hacen y por qué, es decir, implementar el programa más de derechas posible sin tratar de razonarlo ni de darle visos de credibilidad (las dificultades del trumpcare son significativas) y hacerlo incluso con crueldad, sin atisbos de aquel capitalismo compasivo del que hablaba con escaso convencimiento George Bush Jr. Ahora, por fin sin caretas: leña al moro, al diferente, al gobernante más o menos progre, al periodismo de calidad y al sursum corda.

Y al llegar a este punto de reconocimiento del éxito del republicanismo extremo en Norteamérica (nada de lo que ocurra en USA puede sernos ajeno), hay que preguntarse si en esta OPNI (Objeto Político No Identificado) que es Europa, al decir del antiguo presidente de la Comisión Jacques Delors, estamos vacunados contra esa política aparentemente “sencilla, sin líos, para la gente normal” y cuya prioridad es que las cuentas cuadren, y que no se pongan trabas a la gran marcha de los triunfadores hacia la felicidad global, o bien si estamos sucumbiendo insidiosamente a las verdaderas intenciones de la derecha cósmica: Estado pequeño o mínimo, impuestos bajos e irrestricta libertad de movimientos para el capital y los empresarios “salvadores”.

Si en Europa el término “liberal” se dedica por lo general a partidos centristas de diferente signo, y en Estados Unidos se utiliza desdeñosamente para referirse a la izquierda, en España, lo han adoptado los partidarios de ese Estado pequeño e impuestos bajos y discurso eminentemente economicista, es decir, los correligionarios de Donald Trump que, aunque critican (con tiento y mesura) las peligrosas astracanadas del empresario neoyorquino, no dejan de complacerse con su “ideología” aunque esté a años luz de su praxis. Porque ya me dirán qué tiene de “liberal” (en el sentido español del término) la debilidad trumpiana por las tarifas aduaneras, sus impedimentos a que las empresas se ubiquen donde les parezca o su aversión a los tratados internacionales de libre comercio (?), por no hablar de sus proverbiales resistencias -tan poco liberales- a reconocer la diversidad racial, sexual o religiosa.

Todo ello nos lleva de nuevo a los marcos mentales o estructuras neuronales profundas que condicionan nuestras ideologías mucho más que la racionalidad o en algunos casos incluso la propia conveniencia, lo cual no es exclusivo de la derecha sino de lo que sabe bastante la izquierda asilvestrada (que se lo pregunten a los venezolanos y sus corifeos). Parece como si los humanos nos empeñáramos en corroborar las modernas teorías que cuestionan el libre albedrío en base a hallazgos modernos de la investigación del cerebro que sugieren que hasta las decisiones que tomamos conscientemente y luego determinan nuestras acciones han sido ya preelaboradas inconscientemente…

¿Es verdaderamente libre nuestra voluntad? ¿Son irracionales nuestras ideologías? ¿Votamos racionalmente o estamos obedeciendo a nuestros profundos marcos mentales? ¿Lo hacemos en base a compartir unas propuestas o por tocarles las gónadas a los otros sean los “progres” o los “liberales”? ¿Es racional este artículo o está urdido en las zonas más primarias de mi cerebro, intoxicadas presuntamente por décadas de persuasiones subliminales? ¿Existe realmente el libre albedrío o somos simplemente la suma de unas decisiones…predeterminadas por tecno algoritmos? Arduas cuestiones… ¿Aporías?, concluye preguntándose Pedro J. Bosch.



Donald Trump



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[Desde la RAE] Hoy, con el académico José Luis Gómez







La Real Academia Española (RAE) se creó en Madrid en 1713, por iniciativa de Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga (1650-1725), octavo marqués de Villena, quien fue también su primer director. Tras algunas reuniones preparatorias realizadas en el mes de junio, el 6 de julio de ese mismo año se celebró, en la casa del fundador, la primera sesión oficial de la nueva corporación, tal como se recoge en el primer libro de actas, iniciado el 3 de agosto de 1713. En estas primeras semanas de andadura, la RAE estaba formada por once miembros de número, algunos de ellos vinculados al movimiento de los novatores. Más adelante, el 3 de octubre de 1714, quedó aprobada oficialmente su constitución mediante una real cédula del rey Felipe V. 

La RAE ha tenido un total de cuatrocientos ochenta y tres académicos de número desde su fundación. Las plazas académicas son vitalicias y solo ocho letras del alfabeto no están representadas —ni lo han estado en el pasado— en los sillones de la institución: v, w, x, y, z, Ñ, W, Y.

En esta nueva sección del blog, que espero tengo un largo recorrido, voy a ir subiendo periódicamente una breve semblanza de algunos de esos cuatrocientos ochenta y tres académicos, comenzando por los más recientes, hasta llegar a la de su fundador, don Juan Manuel Fernández Pacheco y Zúñiga. Pero sobre todo, en la medida de lo posible, pues creo que será lo más interesante, sus discursos de toma de posesión como miembros de la Real Academia Española.

Continúo la serie con la dedicada al académico José Luis Gómez. Elegido el 1 de diciembre de 2011, tomó posesión de su silla, la "Z", el 26 de enero de 2014 con el discurso titulado Breviario de teatro para espectadores activos, que fue respondido en nombre de la corporación por el también académico Juan Luis Cebrián.

Actor y director teatral, José Luis Gómez García, nació en Huelva, el 19 de abril de 1940. Tras formarse durante varios años en Polonia, Estados Unidos, Francia y sobre todo en Alemania, regresa en 1971 a España. Sus primeros proyectos como director, actor y productor fueron obras teatrales de Franz Kafka, Peter Handke y Bertolt Brecht. Entre 1978 y 1981 codirigió, junto a Nuria Espert y Ramón Tamayo, el Centro Dramático Nacional y, después, asumió la dirección del Teatro Español. 



José Luis Gómez en su toma de posesión como académico



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[Humor en cápsulas] Para hoy miércoles, 30 de agosto de 2017





El Diccionario de la lengua española define humorismo como el modo de presentar, enjuiciar o comentar la realidad resaltando el lado cómico, risueño o ridículo de las cosas. Pero también como la actividad profesional que busca la diversión del público mediante chistes, imitaciones, parodias u otros medios. Yo no soy humorista, así que me quedo con la primera acepción, y en la medida de lo posible iré subiendo al blog cada día las viñetas de mis dibujantes favoritos. Las de hoy con Morgan en Canarias7; Ricardo en El Mundo; Forges, Peridis y Ros en El País; y Montecruz y Padylla en La Provincia-Diario de Las Palmas. Disfruten de ellas. 





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