Seguro que me paso de ingenuo, o de optimista, que viene a ser lo mismo pero sin el candor del primero, pero yo también pienso que Estados Unidos (o eso que llamamos Occidente) comenzó a ganarle la "guerra fria" a la URSS (o al comunismo real, si lo prefieren) el día de junio de 1963 en que el presidente Kennedy se plantó en Berlín y pronunció su famoso "Ich bin ein Berliner" (Yo también soy berlinés) en respuesta al desafío que suponía la creación del muro de separación de las dos Alemanias por parte del régimen de Pankow, dos años antes.
¿Ha intentado Obama con su gesto (su discurso) de hoy en la Universidad de El Cairo sentar las bases de una nueva política de Estados Unidos (y Occidente, tras él) ante y para el mundo islámico? Para muchos analistas, sí. Y además, dicen, ha conseguido el mismo efecto que consiguió el de Kennedy en 1963. Tiempo habrá para analizarlo y para verlo. El periodista de El País, Javier Valenzuela, lo desmenuza en un artículo que puede verse ya en la edición electrónica de ese diario.
Yo acabo de leerlo hace unos instantes (lo reproduzco más adelante) y en una especie de compulsión publicadora me apresuro a dejar constancia del hecho en el Blog. Pero la verdad es que han coincidido en ello otras consideraciones. Casualidad o no, supongo que sí, el hecho de que apenas unos minutos antes de encender el portátil y ponerme a ojear la prensa electrónica hubiera terminado de leer en el último número de Revista de Libros un artículo de Julio Aramberri, sociólogo y profesor de la Universidad Drexel de Filadelfia (Estados Unidos), me ha animado a ponerme al teclado.
El artículo del profesor Aramberri se titula "El imperio deudor", y contra lo que pueda parecer en primera instancia, que también, no es un análisis estrictamente económico de las causas de la crisis financiera y económica global que estamos viviendo, sino algo más, bastante más, pues entra a saco en las razones políticas y de todo tipo que, a juicio de otros ilustres pensadores (como Paul Krugman, Robert Kagan, Fareed Zakaria y Kenneth Pollack) nos han llevado hasta donde estamos.
Quisiera destacar una frase del artículo de Aramberri que me parece muy significativa y que dice así: "Estados Unidos no puede seguir imponiendo unilateralmente sus soluciones porque no tiene todos los medios necesarios y porque buena parte de la sociedad estadounidense preferiría que el mundo se acabase en los confines de los cincuenta Estados de la Unión." Claro está que poco antes, el autor ha dado una sonora cachetada a los socios europeos al explicar el concepto que éstos tienen de multilateralismo: "Se deja solos a los estadounidenses cuando piden ayuda e inmediatamente se les acusa de actuar por su cuenta, aunque sus decisiones sean también ventajosas para ellos. Si sale cara, yo gano; si sale cruz, tú pierdes".
Dice Javier Valensuela en su crónica que alguien entre el público que asistía hoy a su conferencia en El Cairo le gritó a Obama "We love you too"... Me conformo con que se abra un resquicio de esperanza a una paz justa y duradera. Difícil está, pero que por intentarlo no quede. ¿Por cierto, saben ustedes quien puede ser el radiopredicador español del qué habla Javier Valenzuela en su artículo? Lo sospecho, pero tampoco voy a hacerle la propaganda gratis. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) Información sobre el discurso de Kennedy en Berlín, en:
http://es.wikipedia.org/wiki/Ich_bin_ein_Berliner
(2) El artículo "El imperio deudor", del profesor Julio Aramberri, puede leerse en:
http://www.revistadelibros.com/articulo_completo.php?art=4359
(3) Foto de Obama en la Universidad de El Cairo, en:
http://www.elpais.com/recorte/20090604elpepuint_9/XLCO/Ies/Obama_tiende_mano_mundo_islamico.jpg
(4) Discurso de Obama en la Universidad de El Cairo (en español), en:
http://www.elpais.com/elpaismedia/ultimahora/media/200906/04/internacional/20090604elpepuint_2_Pes_PDF.pdf
"We love you too", por Javier Valenzuela
Periodistas, analistas y representantes de la comunidad musulmana siguen el histórico discurso de Barack Obama en la embajada de EE UU en Madrid.
"We love you", le gritó a Barack Hussein Obama alguien desde el público que asistía a su discurso en la Universidad de El Cairo. ¿Resonará esa declaración de amor a lo largo y ancho de la umma -la comunidad- árabe y musulmán? Pronto para saberlo. En cualquier caso, Obama empleó el tono y las palabras exactas para comenzar a poner fin a una relación entre Estados Unidos y ese mundo que él mismo calificó como de "tensión", "miedo" y "desconfianza" mutuas. Obama también abordó todos y cada uno de los temas conflictivos, sin escabullirse ni al hablar de por qué EE UU sigue en Afganistán, ni de la desastrosa e injustificada invasión de Irak, ni del mucho dolor de los palestinos, ni de la ausencia de democracia y derechos humanos en buena parte del mundo árabe y musulmán, ni de la necesaria igualdad de la mujer.
Donde resonó de inmediato el "We Love You" de El Cairo fue en la embajada de Estados Unidos en Madrid, donde una veintena larga de periodistas, profesores universitarios y figuras representativas de las comunidades musulmanes en España habían sido invitados a asistir en directo al discurso de Obama. En la posterior ronda de comentarios, sólo un conocido radiopredicador muy de derechas le puso un pero a la totalidad del discurso. En su opinión, Obama había hecho todo una exhibición de "debilidad" ante el, para él, peligrosísimo universo
islámico. Al radiopredicador le había dolido en particular el que hubiera hecho una referencia a Al Andalus como modelo de convivencia, para lo que era la Edad Media, de culturas y religiones. Al Andalus, vino a decir, era una espantosa dictadura musulmana.
Le respondió súbito un prestigioso arabista: Obama había estado "brillante" y "valiente"; de hecho, había ido "más allá de lo que cabía esperar". En cuanto a los estereotipos negativos sobre el islam expresados por el radiopredicador, eran exactamente aquellos que el presidente estadounidense había denunciado desde el comienzo de su discurso en El Cairo. Ya se sabe, todo eso de religión de bárbaros, misóginos y terroristas, frente a la cual el cristianismo y el
judaísmo deben aliarse en un combate planetario, un auténtico choque de civilizaciones. Lo de Bush, vamos.
"Obama se dirigió directamente a los corazones y las mentes de los musulmanes, y de un modo que pudieran entenderlo", señaló un periodista. Cierto: recordó sus propios orígenes familiares -una familia de Kenia con musulmanes-, citó abundante y apropiadamente el Corán, homenajeó los vínculos de EE UU Unidos con la umma, desde el primer reconocimiento diplomático de Marruecos hasta la presencia hoy en territorio norteamericano de millones de musulmanes pacíficos y prósperos.
Una analista de un think-tank observó: "No ha excluido ninguno de los temas espinosos que le esperaban en El Cairo". Correcto: habló del dolor que sintieron los norteamericanos en el 11-S y de cómo dieron inicialmente una respuesta correcta -Afganistán- para perderse luego en un despropósito -Irak-; reiteró su voluntad de retirar las tropas de Irak y cerrar Guantánamo; proclamó que trabajará para que los palestinos puedan tener su Estado; condenó la metástasis de las colonias judías en Cisjordania, e instó a la umma a caminar por la senda de la democracia, los derechos humanos y la plena igualdad de las mujeres. Esto último con extrema sutileza: llevar el hiyab, si es por propia convicción y decisión, no debería ser perseguido en Occidente.
"Ha estado humilde y autocrítico; todo lo contrario de un Bush que decía que o se estaba con EE UU o se estaba con los terroristas", reflexionó un profesor árabe. Pues sí: Obama reconoció que algunas de las respuestas de EE UU al 11-S fueron contrarias a "las tradiciones e ideales" de ese gran país. Un país, recordó, que nació de una revolución contra un imperio basada en la idea de la igualdad sustancial de todos los seres humanos. Idea materializada nuevamente con la elección de alguien como él, mestizo y llamado Barak Hussein Obama, como presidente.
El 11-S y los días que siguieron todos nos sentimos neoyorquinos. Luego Estados Unidos se extravió, se hizo irreconocible, se convirtió en una potencia que recortaba derechos y libertades en el interior y se comportaba agresiva y autoritariamente en el exterior. Pues bien, Obama siguió este jueves intentando recuperar el gran capital de simpatía que su país recibió el 11-S. Y lo hizo ante el público más difícil: un mundo árabe y musulmán receloso no sólo por las políticas de Bush sino por décadas de doble rasero norteamericano. Y tal vez, como observaron tres de los participantes en el encuentro en la embajada de Estados Unidos en Madrid, consiguió su mayor punto de credibilidad cuando dijo: "La situación del pueblo palestino es intolerable".
Lo es. El dolor de los palestinos abrasa los corazones de la umma. Ésta ya sabe ahora cómo piensa y qué siente el nuevo titular de la Casa Blanca. Alguien que no se mostró en El Cairo débil y acomplejado, como denunciaba el radiopredicador. En absoluto. Obama también cantó las verdades del barquero que la ocasión precisaba: el terrorismo yihadista mata más musulmanes que occidentales, el Holocausto existió y fue el mayor espanto del siglo XX, la violencia de Hamás no lleva a ninguna parte y, aunque haya países en la zona con armas nucleares, Irán no debe hacerse con la suya.
El amigo americano ha vuelto a la escena global. El discurso de Obama ha sido su "Ich bin ein Berliner" para el mundo islámico. Y ha sido todo un placer seguirlo y comentarlo en la embajada de EE UU en Madrid, un país identificado de nuevo con personajes positivos como Jefferson, Lincoln, Roosevelt y Kennedy. A través de Obama, ese país nos envía de nuevo este mensaje: "Debemos escoger el camino correcto, no el camino fácil".
Entrada núm. 1163 (.../...)
El blog de HArendt - Pensar para comprender, comprender para actuar - Primera etapa: 2006-2008 # Segunda etapa: 2008-2020 # Tercera etapa: 2022-2024
jueves, 4 de junio de 2009
Tian An Men: Veinte años después
En homenajes y recuerdo de los anónimos ciudadanos chinos que hoy hace 20 años creyeron en el sueño de la libertad y dieron la vida por él en la plaza de Tian an Men de Pekín (China). Aunque suene tópico, su muerte no será en vano. ¡Por la libertad! Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) Información sobre los sucesos de Tian an Men (Pekín) el 4 de junio de 1989, en:
http://es.wikipedia.org/wiki/Protestas_de_la_Plaza_de_Tian%27anmen_de_1989
Entrada 1161 (.../...)
miércoles, 3 de junio de 2009
Y reinará de nuevo en Creta...
"... tras dejar el pesado cetro, el padre y soberano de los dioses, cuya diestra está armada de fuegos de tres puntas, quien con su movimiento de cabeza agita el orbe, se viste con la apariencia de un toro y, mezclado con los novillos, muge y pasea su hermosura entre las tiernas hierbas. En efecto, su color es de la nieve que no han pisado las huellas ni ha derretido el lluvioso Austro; su cuello rebosa de músculos, sobre los brazuelos le cuelga la papada, los cuernos son pequeños ciertamente pero de los que podrías afirmar que habían sido hechos a mano y más resplandecientes que una piedra preciosa sin mancha; ninguna amenaza en su frente y ninguna mirada que aterre: su rostro respira paz. Se admira la hija de Agénor de que sea tan hermoso, de que no amenace ningún combate, pero en principio teme tocarlo aunque sea manso: luego se acerca y tiende flores a su blanco hocico. El enamorado se alegra y, mientras llega el esperado placer, besa sus manos; y apenas ya, apenas, aplaza el resto y ora juguetea y salta en la verde hierba, ora apoya no níveo costado en las rubias arenas y, haciéndole perder el miedo poco a poco, unas veces ofrece su pecho para ser palmeado por la virginal mano, otras los cuernos para ser atados con nuevas guirnaldas. Se atrevió incluso la doncella real, sin saber a quién pesaba, a sentarse en el lomo del toro: en ese momento el dios, poco a poco desde la tierra y desde la playa seca, pone en primer lugar las falsas huellas de sus patas en las aguas, después se va más allá y lleva su botín a través de la llanura de alta mar. Ella está aterrada y se vuelve a mirar la playa abandonada en su rapto y sujeta con su mano derecha un cuerno, la otra está colocada en el lomo; sus ligeros vestidos ondean con el soplo del viento." (Ovidio: "Metamorfosis". Cátedra, Madrid, 2005).
El bellísimo texto del poeta romano Ovidio (siglo I d.C.) que acabo de reproducir del Libro II de su "Metamorfosis" sobre el mito del "Rapto de Europa", me anima a suscitar de nuevo el asunto de las elecciones europeas que han de celebrarse dentro de cuatro días. Y ello después de una de las campañas electorales más vergonzosas que recuerdo en las que se ha hablado de todo menos de Europa. Por parte de la derecha, porque Europa y las elecciones no le interesan absolutamente para nada salvo para desgastar en lo posible al gobierno socialista. Y lo siento, porque la imagen que dan, es la de unos auténticos chorizos, y no precisamente de Cantimpalo, a pesar de lucir impecables y carísimos trajes (que algunos no pagan), o viajar (de balde) a exóticos lugares en aviones privados de amigos a los que luego hay que corresponder como se pueda. Por parte de la izquierda más a la izquierda, con carteles alusivos a la salida de la Unión Europea, el euro y la OTAN, o con un curiosísimo cartel en el que piden el fin del capitalismo y la guerra imperialista (europeos), todo en el mismo saco, que parece salido de las elecciones de 1936. Y desde luego del gobierno y su partido, que entra al trapo de todas las "manuelinas" que le plantea la oposición en lugar de dirigir el debate a los asuntos de Europa, haciendo la pedagogía política que debería serles consustancial.
Menos mal que siempre quedan gentes que al margen de esta bochornosa actuación nos recuerdan lo que Europa, la Unión Europea, significa y hace a pesar de todas las trabas que le ponen los que deberían ser sus más directos valedores: los gobiernos nacionales de los diversos Estados de la Unión. Es lo que hace en un hermoso y clarificador artículo ("El segundo rapto de Europa") la profesora Blanca Vilà, en El País de ayer martes. Lo pueden leer más adelante.
No creo en las utopías. Han causado mucho daño, mucho dolor, mucha muerte y muchas lágrimas a los europeos a lo largo de la historia. Lo he dicho ya bastantes veces en este Blog para no tener que justificarlo de nuevo. Sin embargo, como amante de los clásicos me gusta releer y recrearme en los mitos que han dado forma al alma de los europeos, de sus pueblos y sociedades.
Estoy seguro de que el mito de Europa dejará de serlo, como dice la profesora Vilà, cuando la virginal hija de Agénor reine de nuevo en Creta. O cuando unos hombres valientes tomen un día el toro de Zeus por los cuernos y reunidos en Asamblea digan al mundo: "Nosotros, miebros del Parlamento europeo, representantes de los ciudadanos y pueblos de este continente, proclamamos el nacimiento de los Estados Unidos de Europa". Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) El mito del "Rapto de Europa" puede verse en:
http://es.wikipedia.org/wiki/Europa_(mitolog%C3%ADa) .
(2) Blanca Vilà es profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora visitante de la Universidad de Panteios (Atenas) y Macedonia (Tesalónica), ambas en Grecia.
(3) La pintura de Boucher (1703-1770): "El rato de Europa", puede verse en: http://www.poesiadelmomento.com/luminarias/mitos/44pic1.jpg
(4) La "Declaración de Independencia" de los Estados Unidos de América puede verse en:
http://es.wikipedia.org/wiki/Decla%C3%B3n_de_Independencia_de_los_Estados_Unidos
#Texto_de_la_Declaraci.C3.B3n .
(5) Las referencias a ediciones concretas de libros se refieren a ejemplares propiedad del autor del Blog.
"El segundo rapto de Europa", por Blanca Vilà
Europa, recordemos, era aquella princesa fenicia para quien Zeus se transformó en un magnífico toro blanco y la raptó. Salieron a buscarla sus hermanos, y dicen que jamás la encontraron, fundando a lo largo de su búsqueda, con el nombre de cada uno, varias ciudades en la Tesalia y en la Tracia, en Cilicia o en Libia. Al final de su viaje, Zeus le desveló su identidad, llegados a Creta, donde dicen que reinó.
Antonio Carracci, Tiziano, Foucher o Gustave Moreau nos la representan joven y bella, diciendo ingenuamente adiós a su tierra nativa, más al Oriente. Pues bien: la Europa de este siglo XXI, entendida como unidad de densidad económica, política e instrumental, y dotada de una determinada cohesión social con referente en el Estado de bienestar, vuelve a verse secuestrada. ¿Quién es su raptor, quiénes son sus raptores? Nada más y nada menos que sus propios padres e hijos, los Estados "soberanos" europeos -los de antes y los de después- con sus continuos ataques de celos, que les llevan a ocultar, mentir, tapar, contaminar y culpar. No quieren que reine en Creta, no quieren que se vea su cara, no hacen nada por curar sus heridas ni por aliviar los grandes catarros producidos por un viaje tan largo. Un viaje entre nubes y tormentas, aunque alumbrado por esa esencial luz mediterránea.
Los Estados soberanos, y concretamente, los partidos políticos que los vertebran, no van a permitir que Europa les robe sus faustos en la era de la comunicación. También han de ser "repensados" en su función actual y futura. Tapan lo que hay, dicen lo que no hay, culpan "a Bruselas" (el bueno soy yo; el malo es el otro, ese que precisamente soy yo mismo: o sea, nuestros ministros en el Consejo de Ministros, que se reúne en sus distintas formaciones más de 300 sesiones anuales, porque la omnipresente Comisión dispone de escaso poder de decisión). Contaminan con pactos entre partidos nacionales, o con hábitos y excesos institucionales -fruto tantas veces del reflejo de los estatales-, al propio Parlamento Europeo, la autoridad colegisladora elegida directa y democráticamente desde 1979, de la que a fin de cuentas depende la adopción del 70% de la legislación que nos es aplicable, razón ineludible para participar en la elección de sus miembros.
Los Gobiernos de esos Estados celosos, en ésta su faceta perversa, ocultan la cara de Europa, su posible belleza y juventud, para que no pueda -como mujer poderosa y carismática- presidirnos a todos, grandes y pequeños, necesitados de esas decisiones determinantes sobre nuestro futuro global cuya adopción por separado es simplemente imposible y en cualquier caso inútil. La llegada del Tratado deLisboa -texto minimalista y seguramente eufemístico, pero absolutamente real- va a permitirnos cuando menos ver los ojos de Europa -aunque no su cara- posibilitando una Presidencia, un nombre y una voz común en el exterior.
Y es que -obligada y responsablemente- hay muchas preguntas que hacerse. La primera puede ser ésta: ¿qué sería de nosotros, los de a pie, sin Europa, y en el caso de España, sin la vigilancia europea? Ni caminos, carreteras, puentes o barcos, ni nuestro maravilloso y excelente aceite de oliva, ni la seguridad de nuestros productos, ni la movilidad de nuestros estudiantes, ni la competitividad de nuestras empresas. Además, como en su día nos dijo el buen amigo Paolo Checchini, y aunque parezca hoy un argumento de una cierta superficialidad, ¿nos hemos preguntado cuál puede ser el coste de la no-Europa, un imposible volver atrás en ese modelo inacabado que finalmente los Estados pretenden mantener bajo la disciplina de sus propios calendarios electorales y a falta de un discurso europeo real?
La segunda pregunta sería ésta: ¿no será que acaso Europa llega tarde al mundo global? Si escucho a mi amiga canadiense o al colega sudafricano ocurre más bien al contrario: el mundo necesita del laboratorio europeo, de ese modelo europeo de convivencia, acompañado si es posible de un liderazgo europeo hoy ausente, para sobrellevar con esperanza su propio y mejorable destino.
Y la tercera pregunta está en boca de casi todos: ¿por qué tira tan poco lo europeo en esta década inicial del siglo XXI, tras modernidades y posmodernidades hoy ya antiguas, convencidos como estamos de nuestras sociedades líquidas?
En mi opinión, a Europa le falta épica -la que sí tienen unos juegos olímpicos o una final de la Champions League-, algo tan antiguo como el mismo ser humano (que necesita de himnos, colores o símbolos) como consustancial en nuestra sociedad de la era audiovisual, basada en imágenes, cifras de audiencia y estímulos hiperactivos. Porque la cultura del acuerdo, del consenso, de la mediación, de la negociación, no arrastra a las masas con la misma fuerza con que lo hace la cultura del conflicto, y es injusto que el esfuerzo y la tensión -sin la cual una sociedad no avanza- no hallen gran audiencia en estos tiempos. Por otra parte, lo excesivamente "normalizado" no vende: uno se habitúa a ello y decae el interés, como ocurre con la información mediática pautada de las innumerables reuniones políticas.
Pero ¿por qué falta esa épica? No porque no la tenga, sino porque lo que hay que cambiar es la mirada sobre Europa y, dejándonos de ombliguismos, poner encima de la mesa su acción global y no sólo aquella puramente política. Europa y su factor humano, o en otras palabras, la acción de Europa no en sí misma sino en el contexto mundial. Ahí va el mensaje a los medios de comunicación, los segundos raptores de Europa.
Sí tendría su épica si cambiáramos nuestra mirada sobre ella y pasáramos a la acción. Así como el inefable Woody Allen enfoca y desenfoca (Deconstructing Harry, 1997) su realidad, con su cámara veríamos la Europa densa de las personas y sus preocupaciones, la Europa que sí está, la de la corta distancia, la Europa de la cultura en su más amplio sentido, la Europa del conocimiento, la Europa divertida y saludable, ese laboratorio humano que controlaría al puro artífice político.
No se conoce, y sí tiene esa bella épica, el hecho de que Europa es, de lejos, la primera donante mundial en ayuda humanitaria; que dispone además de una construcción jurídica poco conocida aquí y envidiada fuera (Eric Hobsbawn dixit), la Europa trabajosa en mediaciones, activa en cooperación al desarrollo, con una solidaridad enorme en sus sistemas sanitarios (véase Sicko, el último documental de Michael Moore, 2008) y unos sistemas de educación universales, sumamente creativa y hasta austera cuando quiere.
Así sabríamos que Europa, aunque enormemente compleja, no siempre es complicada. Que Europa somos todos nosotros, sociedad civil emergente, que ahora mismo tenemos que votar un Parlamento Europeo capaz de consagrar un posible líder y de, en otro paso más, hacer que entre en vigor el Tratado de Lisboa para, llegado un momento no lejano, adaptar las estructuras a las decisiones y hacer de aquél una institución auténticamente constituyente. Así destaparemos el velo que aún cubre la cara de Europa y reinará en Creta. Nada más ni nada menos.
Entrada núm. 1160 (.../...)
El bellísimo texto del poeta romano Ovidio (siglo I d.C.) que acabo de reproducir del Libro II de su "Metamorfosis" sobre el mito del "Rapto de Europa", me anima a suscitar de nuevo el asunto de las elecciones europeas que han de celebrarse dentro de cuatro días. Y ello después de una de las campañas electorales más vergonzosas que recuerdo en las que se ha hablado de todo menos de Europa. Por parte de la derecha, porque Europa y las elecciones no le interesan absolutamente para nada salvo para desgastar en lo posible al gobierno socialista. Y lo siento, porque la imagen que dan, es la de unos auténticos chorizos, y no precisamente de Cantimpalo, a pesar de lucir impecables y carísimos trajes (que algunos no pagan), o viajar (de balde) a exóticos lugares en aviones privados de amigos a los que luego hay que corresponder como se pueda. Por parte de la izquierda más a la izquierda, con carteles alusivos a la salida de la Unión Europea, el euro y la OTAN, o con un curiosísimo cartel en el que piden el fin del capitalismo y la guerra imperialista (europeos), todo en el mismo saco, que parece salido de las elecciones de 1936. Y desde luego del gobierno y su partido, que entra al trapo de todas las "manuelinas" que le plantea la oposición en lugar de dirigir el debate a los asuntos de Europa, haciendo la pedagogía política que debería serles consustancial.
Menos mal que siempre quedan gentes que al margen de esta bochornosa actuación nos recuerdan lo que Europa, la Unión Europea, significa y hace a pesar de todas las trabas que le ponen los que deberían ser sus más directos valedores: los gobiernos nacionales de los diversos Estados de la Unión. Es lo que hace en un hermoso y clarificador artículo ("El segundo rapto de Europa") la profesora Blanca Vilà, en El País de ayer martes. Lo pueden leer más adelante.
No creo en las utopías. Han causado mucho daño, mucho dolor, mucha muerte y muchas lágrimas a los europeos a lo largo de la historia. Lo he dicho ya bastantes veces en este Blog para no tener que justificarlo de nuevo. Sin embargo, como amante de los clásicos me gusta releer y recrearme en los mitos que han dado forma al alma de los europeos, de sus pueblos y sociedades.
Estoy seguro de que el mito de Europa dejará de serlo, como dice la profesora Vilà, cuando la virginal hija de Agénor reine de nuevo en Creta. O cuando unos hombres valientes tomen un día el toro de Zeus por los cuernos y reunidos en Asamblea digan al mundo: "Nosotros, miebros del Parlamento europeo, representantes de los ciudadanos y pueblos de este continente, proclamamos el nacimiento de los Estados Unidos de Europa". Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) El mito del "Rapto de Europa" puede verse en:
http://es.wikipedia.org/wiki/
(2) Blanca Vilà es profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona y profesora visitante de la Universidad de Panteios (Atenas) y Macedonia (Tesalónica), ambas en Grecia.
(3) La pintura de Boucher (1703-1770): "El rato de Europa", puede verse en: http://www.poesiadelmomento.
(4) La "Declaración de Independencia" de los Estados Unidos de América puede verse en:
http://es.wikipedia.org/wiki/
#Texto_de_la_Declaraci.C3.B3n
(5) Las referencias a ediciones concretas de libros se refieren a ejemplares propiedad del autor del Blog.
"El segundo rapto de Europa", por Blanca Vilà
Europa, recordemos, era aquella princesa fenicia para quien Zeus se transformó en un magnífico toro blanco y la raptó. Salieron a buscarla sus hermanos, y dicen que jamás la encontraron, fundando a lo largo de su búsqueda, con el nombre de cada uno, varias ciudades en la Tesalia y en la Tracia, en Cilicia o en Libia. Al final de su viaje, Zeus le desveló su identidad, llegados a Creta, donde dicen que reinó.
Antonio Carracci, Tiziano, Foucher o Gustave Moreau nos la representan joven y bella, diciendo ingenuamente adiós a su tierra nativa, más al Oriente. Pues bien: la Europa de este siglo XXI, entendida como unidad de densidad económica, política e instrumental, y dotada de una determinada cohesión social con referente en el Estado de bienestar, vuelve a verse secuestrada. ¿Quién es su raptor, quiénes son sus raptores? Nada más y nada menos que sus propios padres e hijos, los Estados "soberanos" europeos -los de antes y los de después- con sus continuos ataques de celos, que les llevan a ocultar, mentir, tapar, contaminar y culpar. No quieren que reine en Creta, no quieren que se vea su cara, no hacen nada por curar sus heridas ni por aliviar los grandes catarros producidos por un viaje tan largo. Un viaje entre nubes y tormentas, aunque alumbrado por esa esencial luz mediterránea.
Los Estados soberanos, y concretamente, los partidos políticos que los vertebran, no van a permitir que Europa les robe sus faustos en la era de la comunicación. También han de ser "repensados" en su función actual y futura. Tapan lo que hay, dicen lo que no hay, culpan "a Bruselas" (el bueno soy yo; el malo es el otro, ese que precisamente soy yo mismo: o sea, nuestros ministros en el Consejo de Ministros, que se reúne en sus distintas formaciones más de 300 sesiones anuales, porque la omnipresente Comisión dispone de escaso poder de decisión). Contaminan con pactos entre partidos nacionales, o con hábitos y excesos institucionales -fruto tantas veces del reflejo de los estatales-, al propio Parlamento Europeo, la autoridad colegisladora elegida directa y democráticamente desde 1979, de la que a fin de cuentas depende la adopción del 70% de la legislación que nos es aplicable, razón ineludible para participar en la elección de sus miembros.
Los Gobiernos de esos Estados celosos, en ésta su faceta perversa, ocultan la cara de Europa, su posible belleza y juventud, para que no pueda -como mujer poderosa y carismática- presidirnos a todos, grandes y pequeños, necesitados de esas decisiones determinantes sobre nuestro futuro global cuya adopción por separado es simplemente imposible y en cualquier caso inútil. La llegada del Tratado deLisboa -texto minimalista y seguramente eufemístico, pero absolutamente real- va a permitirnos cuando menos ver los ojos de Europa -aunque no su cara- posibilitando una Presidencia, un nombre y una voz común en el exterior.
Y es que -obligada y responsablemente- hay muchas preguntas que hacerse. La primera puede ser ésta: ¿qué sería de nosotros, los de a pie, sin Europa, y en el caso de España, sin la vigilancia europea? Ni caminos, carreteras, puentes o barcos, ni nuestro maravilloso y excelente aceite de oliva, ni la seguridad de nuestros productos, ni la movilidad de nuestros estudiantes, ni la competitividad de nuestras empresas. Además, como en su día nos dijo el buen amigo Paolo Checchini, y aunque parezca hoy un argumento de una cierta superficialidad, ¿nos hemos preguntado cuál puede ser el coste de la no-Europa, un imposible volver atrás en ese modelo inacabado que finalmente los Estados pretenden mantener bajo la disciplina de sus propios calendarios electorales y a falta de un discurso europeo real?
La segunda pregunta sería ésta: ¿no será que acaso Europa llega tarde al mundo global? Si escucho a mi amiga canadiense o al colega sudafricano ocurre más bien al contrario: el mundo necesita del laboratorio europeo, de ese modelo europeo de convivencia, acompañado si es posible de un liderazgo europeo hoy ausente, para sobrellevar con esperanza su propio y mejorable destino.
Y la tercera pregunta está en boca de casi todos: ¿por qué tira tan poco lo europeo en esta década inicial del siglo XXI, tras modernidades y posmodernidades hoy ya antiguas, convencidos como estamos de nuestras sociedades líquidas?
En mi opinión, a Europa le falta épica -la que sí tienen unos juegos olímpicos o una final de la Champions League-, algo tan antiguo como el mismo ser humano (que necesita de himnos, colores o símbolos) como consustancial en nuestra sociedad de la era audiovisual, basada en imágenes, cifras de audiencia y estímulos hiperactivos. Porque la cultura del acuerdo, del consenso, de la mediación, de la negociación, no arrastra a las masas con la misma fuerza con que lo hace la cultura del conflicto, y es injusto que el esfuerzo y la tensión -sin la cual una sociedad no avanza- no hallen gran audiencia en estos tiempos. Por otra parte, lo excesivamente "normalizado" no vende: uno se habitúa a ello y decae el interés, como ocurre con la información mediática pautada de las innumerables reuniones políticas.
Pero ¿por qué falta esa épica? No porque no la tenga, sino porque lo que hay que cambiar es la mirada sobre Europa y, dejándonos de ombliguismos, poner encima de la mesa su acción global y no sólo aquella puramente política. Europa y su factor humano, o en otras palabras, la acción de Europa no en sí misma sino en el contexto mundial. Ahí va el mensaje a los medios de comunicación, los segundos raptores de Europa.
Sí tendría su épica si cambiáramos nuestra mirada sobre ella y pasáramos a la acción. Así como el inefable Woody Allen enfoca y desenfoca (Deconstructing Harry, 1997) su realidad, con su cámara veríamos la Europa densa de las personas y sus preocupaciones, la Europa que sí está, la de la corta distancia, la Europa de la cultura en su más amplio sentido, la Europa del conocimiento, la Europa divertida y saludable, ese laboratorio humano que controlaría al puro artífice político.
No se conoce, y sí tiene esa bella épica, el hecho de que Europa es, de lejos, la primera donante mundial en ayuda humanitaria; que dispone además de una construcción jurídica poco conocida aquí y envidiada fuera (Eric Hobsbawn dixit), la Europa trabajosa en mediaciones, activa en cooperación al desarrollo, con una solidaridad enorme en sus sistemas sanitarios (véase Sicko, el último documental de Michael Moore, 2008) y unos sistemas de educación universales, sumamente creativa y hasta austera cuando quiere.
Así sabríamos que Europa, aunque enormemente compleja, no siempre es complicada. Que Europa somos todos nosotros, sociedad civil emergente, que ahora mismo tenemos que votar un Parlamento Europeo capaz de consagrar un posible líder y de, en otro paso más, hacer que entre en vigor el Tratado de Lisboa para, llegado un momento no lejano, adaptar las estructuras a las decisiones y hacer de aquél una institución auténticamente constituyente. Así destaparemos el velo que aún cubre la cara de Europa y reinará en Creta. Nada más ni nada menos.
Entrada núm. 1160 (.../...)
lunes, 1 de junio de 2009
Llamamiento al gobierno cubano y al mundo
Pedimos a todas las personas e instituciones defensoras de los derechos civiles en el mundo que contribuyan, y llamamos al gobierno cubano a:
-Liberar a los presos políticos en Cuba
-Levantar las prohibiciones que impiden a los cubanos entrar (a) y salir de su país
-Levantar las prohibiciones de acceso a Internet para los cubanos.
Nota:
La imagen corresponde al cuadro de Eugene Delacroix "La Libertad guiando al pueblo" (Museo del Louvre, París). Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Entrada núm. 1158 (.../...)
sábado, 30 de mayo de 2009
Día de Canarias
miércoles, 27 de mayo de 2009
¡Campeones!
martes, 26 de mayo de 2009
¿Por quién votar en Europa?
Sigo a distancia y sin excesivo interés la campaña para las elecciones al Parlamento europeo del próximo 7 de junio. Puntualizo: No me interesa la campaña; las elecciones, por supuesto que sí, y mucho. Ya expuse las razones hace unos días y no es cuestión de repetirme. Y de todas maneras, yo ya he votado por correo.
El artículo de Xavier Vidal-Foch, periodista de El País: "¿Para qué queremos Parlamento europeo?" (El País, 24/05/09), es una elaborada reflexión sobre el papel que juega el Parlamento dentro del complejo juego de intereses de las instituciones de la Unión, mucho más abierto y escorado a la izquierda que la Comisión y el Consejo, y defensor a ultranza de una más amplia democratización, participación y protagonismo de los ciudadanos en la vida europea. Se puede dar la paradoja, dice Vidal-Foch, que justo en el momento en que el Parlamento europeo, elegido directamente por los ciudadanos, adquiere mayor poder institucional en su historia, se vea desligitimado por una mayoritaria deserción en las urnas de esos mismos ciudadanos a los que representa.
El del profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), José Ignacio Torreblanca, lleva por título "¿A quién votar?" (El País, 25/05/09), y lo que hace en él es dar cuenta de la iniciativa llevada a cabo por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, mediante un proyecto de investigación que pretende ayudar a los ciudadanos europeos a averiguar por qué partido deberían votar en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, y lo hace a través de una sencilla encuesta de 30 preguntas. Las respuestas que demos se ponen automáticamente en relación con un trabajo de elaboración efectuado por el propio Instituto sobre los programas electorales de los distintos partidos que concurren, en cada país miembro, y en el conjunto de la Unión, a las elecciones del 7 de junio. El análisis de nuestras respuestas aparece una vez completada la encuesta de una forma visual muy atractiva: primero mediante una brújula que sitúa a cada partido y elector en un doble eje ideológico (izquierda-derecha) y europeo (más o menos Europa), y posteriormente, sobre una tela de araña con siete picos (inmigración, seguridad ciudadana, impuestos, medio ambiente, gasto social, valores y economía), que se superponen gráficamente a las propuestas programáticas de cada partido dándonos una visión muy clara de afinidades y distanciamiento en cada uno de los temas sometidos a encuesta. Más de medio millón de personas ya han completado el cuestionario y encontrado el partido más afín a sus posiciones. Yo ya la he hecho. Y lo confieso, me he quedado sorprendido por el resultado, ya que mi opción partidista preferida aparecía en tercera posición, de once en total. Espero que les resulte interesante. Ya me contarán que les ha parecido.
La "Alegoría de Europa" es un grabado de Adriaen Collaert (1551-1600), y las imágenes, las sedes respectivas del Parlamento europeo, en Estrasburgo (Francia), y de la Comisión europea, en Bruselas (Bélgica). Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"¿A QUIÉN VOTAR?", por José Ignacio Torreblanca
(El País, 25/05/09)
Escribo estas líneas desde Budapest, en la impresionante sede del Parlamento húngaro, donde participo en un seminario sobre las elecciones europeas organizado por la Sociedad Europea de Hungría. Está conmigo Alex Trechsel, del Instituto Universitario Europeo de Florencia, director de un proyecto de investigación que pretende ayudar a los ciudadanos europeos a averiguar por qué partido deberían votar en las próximas elecciones del 4-7 de junio al Parlamento Europeo.
Se trata, recordemos, de unas elecciones en las que más de 350 millones de votantes están llamados a las urnas, lo que las convierte (numéricamente) en las segundas elecciones democráticas más importantes del mundo, después de las de India. Y sin embargo, la desorientación de los votantes es tan grande que, según las encuestas, más de la mitad de ellos se abstendrán.
Pero Trechsel y sus colegas no se han desanimado. Han creado una página web multilingüe (www.euprofiler.eu) en la que se pide a los ciudadanos que respondan a 30 preguntas acerca de inmigración, gasto social, impuestos o las fronteras de Europa. Previamente, un equipo de 130 investigadores ha recopilado información sobre las posiciones de 300 partidos políticos europeos en estas mismas materias, de tal manera que, una vez respondido el cuestionario, el programa le dice a cada usuario cuál es el partido que mejor se ajusta a sus intereses y con qué porcentaje de concordancia lo hace. También permite averiguar si hay otros partidos en otros Estados miembros que defiendan mejor los intereses de uno, o, si uno pertenece al grupo de extranjeros comunitarios con derecho de voto en nuestro país, señala qué partido representa mejor sus intereses.
Todo esto lo hace de una forma visual muy atractiva: primero mediante una brújula que sitúa a cada partido y elector en un doble eje ideológico (izquierda-derecha) y europeo (más o menos Europea), y posteriormente, sobre una tela de araña con siete picos (inmigración, seguridad ciudadana, impuestos, medio ambiente, gasto social, valores y economía). Más de medio millón de personas ya han completado el cuestionario y buscado el partido más afín a sus posiciones. La página está bien construida, el cuestionario se completa en poco tiempo y los resultados pueden dar más de una sorpresa a alguno. Ustedes pueden juzgarlo por sí mismos si quieren.
Lo más interesante es que permite ver la distancia entre uno y su partido o partidos de referencia, pero también ver cuáles son las características dominantes en cada sistema de partidos. En España, por ejemplo, la mayoría de los partidos se sitúa en el cuadrante proeuropeo, con algunas diferencias entre, por un lado, socialistas (PSOE), populares (PP), nacionalistas y verdes catalanes (CiU, ERC e ICV) y UPyD y, por otro, los nacionalistas de fuera de Cataluña (PNV, CC, BNG) e Izquierda Unida, menos europeístas. No obstante, estas diferencias son mínimas si las comparamos con lo que ocurre en otros países, donde las posiciones están más polarizadas.
Estas elecciones van a marcar un punto álgido por dos razones de las cuales no podemos sentirnos muy orgullosos. Primero, porque, si los sondeos están en lo cierto, el nivel de participación será tan bajo que la legitimidad democrática de la Unión Europea saldrá muy mal parada, especialmente en Europa central y oriental, donde ya los resultados de las últimas elecciones de 2004 fueron demoledores (16% de participación en Eslovaquia, 20% en Polonia y así sucesivamente). En circunstancias normales, una participación no muy elevada no tiene por qué representar un obstáculo insalvable. Pero el problema en el contexto europeo es que la participación no sólo es reducida, sino que lleva bajando continuadamente desde 1974, cuando se celebraron las primeras elecciones directas. Entonces, un 63% de los europeos votaron; veinte años más tarde, en 2004, la participación había caído hasta el 45%. Lo que es peor: la participación ha descendido en proporción inversa a los poderes del Parlamento Europeo (a más poderes, menos participación), lo cual presenta una paradoja difícil de digerir. Por tanto, estas elecciones deberían ser las últimas en las que la noticia es que la participación ha vuelto a bajar.
Segundo, estas elecciones deberían también ser las últimas en las que el resultado es conocido de antemano. El Partido Socialista Europeo tiene una cohesión ideológica y de voto mayor que la del Partido Popular Europeo y, sin embargo, ha renunciado a presentar de antemano un candidato a la presidencia de la Comisión. A la vez, Gobiernos como el español han hecho pública su intención de apoyar la reelección del actual presidente de la Comisión, Barroso.
En ausencia de competición nacional en torno a Europa y en ausencia de competición europea en torno a Europa, los incentivos para votar en clave europea no parecen muy elevados. En ese contexto es fácil entender que los votantes se pregunten primero por qué votar y sólo subsidiariamente por quién votar.
"¿PARA QUÉ QUEREMOS PARLAMENTO EUROPEO?", por Xavier Vidal-Foch
Estrasburgo no es una tercera cámara para resolver litigios perdidos en casa. Es la primera, condiciona la mayoría de las leyes domésticas. El 7-J es clave para evitar las derivas nacionalista y antisocial de la UE
Para qué queremos el Parlamento Europeo? Sencillo: para frenar el creciente desequilibrio entre el alma social y el bolsillo económico de la Unión Europea. Para sortear la exponencial deriva nacionalista de muchos de sus Gobiernos, rendidos al síndrome de intentar inútiles soluciones individuales a problemas mundiales. Para aprovechar los resquicios que dan cauce a las iniciativas de los ciudadanos, desbordando las disciplinas partidistas y asumiendo la defensa de las más nobles causas perdidas. Para presionar a los líderes en favor de una democracia europea más evidente y más visible. O, cuestión de gustos, para todo lo contrario.
¿Es eso posible? Depende. Si el futuro inmediato se escribe con los mismos renglones del pasado más próximo no es imposible. Porque el balance de la legislatura recién clausurada exhibe bastantes luces. Así, los eurodiputados han logrado limitar el giro antisocial al que tienden al unísono las otras dos grandes instituciones (Comisión y Consejo), espoleadas por la presión de ultraliberalismo salvaje propia de los nuevos socios del Este... y aprovechada y fomentada por algunos de los socios ya añejos, como el Reino Unido.
De esa tramontana ultraliberal, que no liberal, tampoco escapa el Tribunal comunitario de Luxemburgo, otrora campeón de las libertades y de la extensión de derechos sociales. Ahora dicta sentencias como las Viking, Laval y Ruffert, que entre otros desatinos priman las peores condiciones laborales de los países de origen sobre las de los países de acogida a inmigrantes comunitarios. En vez de colocar el estándar por arriba, avalan que se ubique por abajo.
En todo caso, la Cámara de Estrasburgo ha moderado las aristas más antisociales de ciertas iniciativas de Bruselas, como la directiva de servicios Bolkenstein. Espléndida en cuanto simplifica la apertura de empresas de servicios (el 70% del PIB europeo) e impone la "ventanilla única". Pero reaccionaria porque también bendecía un sueldo a los inmigrantes internos según su país de origen y no según la empresa de destino: pretensión tumbada.
Estrasburgo también ha bloqueado la ampliación de la jornada laboral hasta 65 horas, en tanto que regla y no excepción, salvando así la conquista centenaria de las 48 horas y el riesgo de enajenar a los sindicatos del proyecto global de la UE. Pero se plegó al drástico trato infligido a los inmigrantes exteriores por la directiva de Retorno, que autoriza su detención hasta 18 meses, mientras en España el máximo es de 40 días; en Francia, de 32, y en Alemania... de 18. Nueva armonización a peor, en vez de a mejor, contra lo que se solía.
Un éxito estrella de Estrasburgo, con valor político más que jurídico, ha sido la investigación sobre la complicidad de los Gobiernos europeos con los vuelos de la CIA transportando prisioneros a cárceles secretas, dirigida por Claudio Fava. O el desmontaje de la directiva de retención de datos por las policías, durante cinco años, sin intervención judicial. ¿Qué habría sido de la Europa liberal, en ausencia de su Cámara?
También ha registrado otros muchos logros: el apoyo a la Comisión, que salvó el abaratamiento de las tarifas de roaming telefónico; la denuncia que alertó del urbanismo salvaje en el litoral mediterráneo español; las aportaciones al rescate de la naufragada Constitución, en el Tratado de Lisboa; el paquete de cambio climático amenazado por los orientales más contaminantes...
Los fracasos y los éxitos del hemiciclo, la originalidad que le hace permeable a las pulsiones ciudadanas frente a las presiones gubernamentales, obedecen a su particular aritmética exenta de mayorías aplastantes, que permite acuñar múltiples alianzas de geometría variable: gran coalición PPE-PSE, cuyos mandatarios, Josep Borrell y Hans Gert Poetering, dividieron presidencia; pacto liberal-conservador; o alianza roji-verde-liberal. Y a los distintos énfasis en el interior de cada familia, que permiten heterodoxias en la disciplina: un democristiano alemán de ideario social no equivale a un colega suyo berlusconiano. ¿Volverá a ser así?
La Cámara que emanará de las elecciones del próximo 7 de junio encarnará probablemente una cruel paradoja. Será la más poderosa e influyente en la historia de la Unión. Y la que más riesgo corra de jugar a la contra y tirar piedras sobre el propio tejado: la más euroescéptica. Resultaría un contrasentido que la institución a la que, Tratado tras Tratado, se ha ido otorgando más mecanismos de poder, se troque en una corporación descreída del uso de ese poder, y de su fin último, una Europa políticamente unida.
Ocurrirá eso, si Dios, o los votantes más europeístas, no lo remedian. Porque la minoría de euro-nihilistas y euro-escépticos, estimulados por el soberanismo nacionalista de británicos y ex parasoviéticos, esos sí se movilizarán. Jugar a la contra activa la adrenalina. Pero la mayoría de euro-entusiastas y euro-críticos está aquejada de desinterés y desafección. Desmotivada entre otras causas porque considera que la UE no está a la altura deseable en el combate contra la recesión mundial. La última encuesta (en pocas horas será la penúltima) arroja una previsión de votantes de sólo el 34%, frente al 45,5% de 2004 y el 63,8% de 1979. Mucho peor se augura en España, el 27%, trasunto de la desconfiada decepción de quien creyó sin fisuras. El corolario de ese despecho es la abstención, el peor voto de castigo, porque funciona como una enmienda a la totalidad.
Y sin embargo, esta elección es clave. Si al fin se ratifica el Tratado de Lisboa -la Constitución derrotada por los nacionalismos, pero al cabo sustancialmente rescatada-, venciendo las resistencias irlandesa y checa y cuantas surjan a cada esquina, el Parlamento mandará mucho. Colegislará junto con el Consejo (los Gobiernos) sobre un número de materias mayor que nunca, siempre a propuesta de la Comisión.
Ya ahora, más de un 70% de las leyes nacionales vienen predeterminadas por las normas de la Unión, muchas de ellas corredactadas por los eurodiputados, o son su mera traducción. Con Lisboa vigente, ese porcentaje debería crecer. ¿Acaso es un reto nimio? Contra la percepción de muchos españoles, la de Estrasburgo, y no el Congreso de los Diputados, es su primera cámara parlamentaria. Los partidos son responsables de esa falsa percepción. Porque atiborran sus listas europeas de ex ministros y amortizados. Y porque con frecuencia apelan al Parlamento Europeo como altavoz de los litigios de clave partidista interna. Como si forzasen una prórroga artificial ante una tercera cámara de apelación para los asuntos que pierden o temen perder en casa.
Así, los socialistas buscaron y obtuvieron el aval de Estrasburgo a la negociación por la paz en Euskadi: también lo hizo Londres con el proceso de paz irlandés, pero en el Reino Unido no había en eso disputa doméstica. Y los populares (con Luis Herrero y Alejo Vidal Quadras a la cabeza) prosiguieron en la capital alsaciana su curiosa montería antiautonomista: votaron contra el derecho de los ciudadanos a dirigirse a la Eurocámara, y a recibir su respuesta, en cualquiera de los idiomas cooficiales en el país; predicaron contra ¡la política de licencias de radio en Cataluña! Los españoles comparten esa tontuna costumbre con los italianos, pero nunca con británicos ni franceses: éstos buscarán fijar allí marcos generales que condicionen a sus Gobiernos (u oposiciones) pero no tratarán de gobernar u opositar por cámara interpuesta.
Partidos y Gobiernos son también responsables de mantener al poderoso hemiciclo sin el instrumento de soberanía más visible: la competencia de elegir al Ejecutivo. Cierto que pueden arrumbarlo, como hicieron con la Comisión Santer en 1999. O forzando la renuncia del candidato a comisario de Justicia Rocco Butiglione, famoso papista homófobo. Pero no atrae tanto al votante destituir como elegir.
Los líderes nacionales ya se han cuidado de evitar candidaturas paneuropeas. Un cabeza de lista común por familia ideológica en todos los países, que fuese el aspirante por cada credo a presidente de la Comisión, dotaría a ésta y al Parlamento del auténtico poder continental... en detrimento de sus ajadas poltronas nacional-comarcales. Prefieren reelegir en cónclave íntimo al hábil, maleable, José Manuel Durão Barroso. Aunque sea a costa de laminar el interés y la participación electoral. Es lo que hay.
Entrada núm. 1155 (.../...)
He puesto el título de este comentario entre interrogaciones por la sencilla razón de que también lo hacen así los dos artículos cuya lectura me atrevo a recomendarles, y las interrogaciones siempre motivan más a la reflexión que las aseveraciones o negativas tajantes. Así pues, repito la pregunta, ¿por quién votar en Europa?
El artículo de Xavier Vidal-Foch, periodista de El País: "¿Para qué queremos Parlamento europeo?" (El País, 24/05/09), es una elaborada reflexión sobre el papel que juega el Parlamento dentro del complejo juego de intereses de las instituciones de la Unión, mucho más abierto y escorado a la izquierda que la Comisión y el Consejo, y defensor a ultranza de una más amplia democratización, participación y protagonismo de los ciudadanos en la vida europea. Se puede dar la paradoja, dice Vidal-Foch, que justo en el momento en que el Parlamento europeo, elegido directamente por los ciudadanos, adquiere mayor poder institucional en su historia, se vea desligitimado por una mayoritaria deserción en las urnas de esos mismos ciudadanos a los que representa.
El del profesor de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), José Ignacio Torreblanca, lleva por título "¿A quién votar?" (El País, 25/05/09), y lo que hace en él es dar cuenta de la iniciativa llevada a cabo por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, mediante un proyecto de investigación que pretende ayudar a los ciudadanos europeos a averiguar por qué partido deberían votar en las próximas elecciones al Parlamento Europeo, y lo hace a través de una sencilla encuesta de 30 preguntas. Las respuestas que demos se ponen automáticamente en relación con un trabajo de elaboración efectuado por el propio Instituto sobre los programas electorales de los distintos partidos que concurren, en cada país miembro, y en el conjunto de la Unión, a las elecciones del 7 de junio. El análisis de nuestras respuestas aparece una vez completada la encuesta de una forma visual muy atractiva: primero mediante una brújula que sitúa a cada partido y elector en un doble eje ideológico (izquierda-derecha) y europeo (más o menos Europa), y posteriormente, sobre una tela de araña con siete picos (inmigración, seguridad ciudadana, impuestos, medio ambiente, gasto social, valores y economía), que se superponen gráficamente a las propuestas programáticas de cada partido dándonos una visión muy clara de afinidades y distanciamiento en cada uno de los temas sometidos a encuesta. Más de medio millón de personas ya han completado el cuestionario y encontrado el partido más afín a sus posiciones. Yo ya la he hecho. Y lo confieso, me he quedado sorprendido por el resultado, ya que mi opción partidista preferida aparecía en tercera posición, de once en total. Espero que les resulte interesante. Ya me contarán que les ha parecido.
La "Alegoría de Europa" es un grabado de Adriaen Collaert (1551-1600), y las imágenes, las sedes respectivas del Parlamento europeo, en Estrasburgo (Francia), y de la Comisión europea, en Bruselas (Bélgica). Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"¿A QUIÉN VOTAR?", por José Ignacio Torreblanca
(El País, 25/05/09)
Escribo estas líneas desde Budapest, en la impresionante sede del Parlamento húngaro, donde participo en un seminario sobre las elecciones europeas organizado por la Sociedad Europea de Hungría. Está conmigo Alex Trechsel, del Instituto Universitario Europeo de Florencia, director de un proyecto de investigación que pretende ayudar a los ciudadanos europeos a averiguar por qué partido deberían votar en las próximas elecciones del 4-7 de junio al Parlamento Europeo.
Se trata, recordemos, de unas elecciones en las que más de 350 millones de votantes están llamados a las urnas, lo que las convierte (numéricamente) en las segundas elecciones democráticas más importantes del mundo, después de las de India. Y sin embargo, la desorientación de los votantes es tan grande que, según las encuestas, más de la mitad de ellos se abstendrán.
Pero Trechsel y sus colegas no se han desanimado. Han creado una página web multilingüe (www.euprofiler.eu) en la que se pide a los ciudadanos que respondan a 30 preguntas acerca de inmigración, gasto social, impuestos o las fronteras de Europa. Previamente, un equipo de 130 investigadores ha recopilado información sobre las posiciones de 300 partidos políticos europeos en estas mismas materias, de tal manera que, una vez respondido el cuestionario, el programa le dice a cada usuario cuál es el partido que mejor se ajusta a sus intereses y con qué porcentaje de concordancia lo hace. También permite averiguar si hay otros partidos en otros Estados miembros que defiendan mejor los intereses de uno, o, si uno pertenece al grupo de extranjeros comunitarios con derecho de voto en nuestro país, señala qué partido representa mejor sus intereses.
Todo esto lo hace de una forma visual muy atractiva: primero mediante una brújula que sitúa a cada partido y elector en un doble eje ideológico (izquierda-derecha) y europeo (más o menos Europea), y posteriormente, sobre una tela de araña con siete picos (inmigración, seguridad ciudadana, impuestos, medio ambiente, gasto social, valores y economía). Más de medio millón de personas ya han completado el cuestionario y buscado el partido más afín a sus posiciones. La página está bien construida, el cuestionario se completa en poco tiempo y los resultados pueden dar más de una sorpresa a alguno. Ustedes pueden juzgarlo por sí mismos si quieren.
Lo más interesante es que permite ver la distancia entre uno y su partido o partidos de referencia, pero también ver cuáles son las características dominantes en cada sistema de partidos. En España, por ejemplo, la mayoría de los partidos se sitúa en el cuadrante proeuropeo, con algunas diferencias entre, por un lado, socialistas (PSOE), populares (PP), nacionalistas y verdes catalanes (CiU, ERC e ICV) y UPyD y, por otro, los nacionalistas de fuera de Cataluña (PNV, CC, BNG) e Izquierda Unida, menos europeístas. No obstante, estas diferencias son mínimas si las comparamos con lo que ocurre en otros países, donde las posiciones están más polarizadas.
Estas elecciones van a marcar un punto álgido por dos razones de las cuales no podemos sentirnos muy orgullosos. Primero, porque, si los sondeos están en lo cierto, el nivel de participación será tan bajo que la legitimidad democrática de la Unión Europea saldrá muy mal parada, especialmente en Europa central y oriental, donde ya los resultados de las últimas elecciones de 2004 fueron demoledores (16% de participación en Eslovaquia, 20% en Polonia y así sucesivamente). En circunstancias normales, una participación no muy elevada no tiene por qué representar un obstáculo insalvable. Pero el problema en el contexto europeo es que la participación no sólo es reducida, sino que lleva bajando continuadamente desde 1974, cuando se celebraron las primeras elecciones directas. Entonces, un 63% de los europeos votaron; veinte años más tarde, en 2004, la participación había caído hasta el 45%. Lo que es peor: la participación ha descendido en proporción inversa a los poderes del Parlamento Europeo (a más poderes, menos participación), lo cual presenta una paradoja difícil de digerir. Por tanto, estas elecciones deberían ser las últimas en las que la noticia es que la participación ha vuelto a bajar.
Segundo, estas elecciones deberían también ser las últimas en las que el resultado es conocido de antemano. El Partido Socialista Europeo tiene una cohesión ideológica y de voto mayor que la del Partido Popular Europeo y, sin embargo, ha renunciado a presentar de antemano un candidato a la presidencia de la Comisión. A la vez, Gobiernos como el español han hecho pública su intención de apoyar la reelección del actual presidente de la Comisión, Barroso.
En ausencia de competición nacional en torno a Europa y en ausencia de competición europea en torno a Europa, los incentivos para votar en clave europea no parecen muy elevados. En ese contexto es fácil entender que los votantes se pregunten primero por qué votar y sólo subsidiariamente por quién votar.
"¿PARA QUÉ QUEREMOS PARLAMENTO EUROPEO?", por Xavier Vidal-Foch
Estrasburgo no es una tercera cámara para resolver litigios perdidos en casa. Es la primera, condiciona la mayoría de las leyes domésticas. El 7-J es clave para evitar las derivas nacionalista y antisocial de la UE
Para qué queremos el Parlamento Europeo? Sencillo: para frenar el creciente desequilibrio entre el alma social y el bolsillo económico de la Unión Europea. Para sortear la exponencial deriva nacionalista de muchos de sus Gobiernos, rendidos al síndrome de intentar inútiles soluciones individuales a problemas mundiales. Para aprovechar los resquicios que dan cauce a las iniciativas de los ciudadanos, desbordando las disciplinas partidistas y asumiendo la defensa de las más nobles causas perdidas. Para presionar a los líderes en favor de una democracia europea más evidente y más visible. O, cuestión de gustos, para todo lo contrario.
¿Es eso posible? Depende. Si el futuro inmediato se escribe con los mismos renglones del pasado más próximo no es imposible. Porque el balance de la legislatura recién clausurada exhibe bastantes luces. Así, los eurodiputados han logrado limitar el giro antisocial al que tienden al unísono las otras dos grandes instituciones (Comisión y Consejo), espoleadas por la presión de ultraliberalismo salvaje propia de los nuevos socios del Este... y aprovechada y fomentada por algunos de los socios ya añejos, como el Reino Unido.
De esa tramontana ultraliberal, que no liberal, tampoco escapa el Tribunal comunitario de Luxemburgo, otrora campeón de las libertades y de la extensión de derechos sociales. Ahora dicta sentencias como las Viking, Laval y Ruffert, que entre otros desatinos priman las peores condiciones laborales de los países de origen sobre las de los países de acogida a inmigrantes comunitarios. En vez de colocar el estándar por arriba, avalan que se ubique por abajo.
En todo caso, la Cámara de Estrasburgo ha moderado las aristas más antisociales de ciertas iniciativas de Bruselas, como la directiva de servicios Bolkenstein. Espléndida en cuanto simplifica la apertura de empresas de servicios (el 70% del PIB europeo) e impone la "ventanilla única". Pero reaccionaria porque también bendecía un sueldo a los inmigrantes internos según su país de origen y no según la empresa de destino: pretensión tumbada.
Estrasburgo también ha bloqueado la ampliación de la jornada laboral hasta 65 horas, en tanto que regla y no excepción, salvando así la conquista centenaria de las 48 horas y el riesgo de enajenar a los sindicatos del proyecto global de la UE. Pero se plegó al drástico trato infligido a los inmigrantes exteriores por la directiva de Retorno, que autoriza su detención hasta 18 meses, mientras en España el máximo es de 40 días; en Francia, de 32, y en Alemania... de 18. Nueva armonización a peor, en vez de a mejor, contra lo que se solía.
Un éxito estrella de Estrasburgo, con valor político más que jurídico, ha sido la investigación sobre la complicidad de los Gobiernos europeos con los vuelos de la CIA transportando prisioneros a cárceles secretas, dirigida por Claudio Fava. O el desmontaje de la directiva de retención de datos por las policías, durante cinco años, sin intervención judicial. ¿Qué habría sido de la Europa liberal, en ausencia de su Cámara?
También ha registrado otros muchos logros: el apoyo a la Comisión, que salvó el abaratamiento de las tarifas de roaming telefónico; la denuncia que alertó del urbanismo salvaje en el litoral mediterráneo español; las aportaciones al rescate de la naufragada Constitución, en el Tratado de Lisboa; el paquete de cambio climático amenazado por los orientales más contaminantes...
Los fracasos y los éxitos del hemiciclo, la originalidad que le hace permeable a las pulsiones ciudadanas frente a las presiones gubernamentales, obedecen a su particular aritmética exenta de mayorías aplastantes, que permite acuñar múltiples alianzas de geometría variable: gran coalición PPE-PSE, cuyos mandatarios, Josep Borrell y Hans Gert Poetering, dividieron presidencia; pacto liberal-conservador; o alianza roji-verde-liberal. Y a los distintos énfasis en el interior de cada familia, que permiten heterodoxias en la disciplina: un democristiano alemán de ideario social no equivale a un colega suyo berlusconiano. ¿Volverá a ser así?
La Cámara que emanará de las elecciones del próximo 7 de junio encarnará probablemente una cruel paradoja. Será la más poderosa e influyente en la historia de la Unión. Y la que más riesgo corra de jugar a la contra y tirar piedras sobre el propio tejado: la más euroescéptica. Resultaría un contrasentido que la institución a la que, Tratado tras Tratado, se ha ido otorgando más mecanismos de poder, se troque en una corporación descreída del uso de ese poder, y de su fin último, una Europa políticamente unida.
Ocurrirá eso, si Dios, o los votantes más europeístas, no lo remedian. Porque la minoría de euro-nihilistas y euro-escépticos, estimulados por el soberanismo nacionalista de británicos y ex parasoviéticos, esos sí se movilizarán. Jugar a la contra activa la adrenalina. Pero la mayoría de euro-entusiastas y euro-críticos está aquejada de desinterés y desafección. Desmotivada entre otras causas porque considera que la UE no está a la altura deseable en el combate contra la recesión mundial. La última encuesta (en pocas horas será la penúltima) arroja una previsión de votantes de sólo el 34%, frente al 45,5% de 2004 y el 63,8% de 1979. Mucho peor se augura en España, el 27%, trasunto de la desconfiada decepción de quien creyó sin fisuras. El corolario de ese despecho es la abstención, el peor voto de castigo, porque funciona como una enmienda a la totalidad.
Y sin embargo, esta elección es clave. Si al fin se ratifica el Tratado de Lisboa -la Constitución derrotada por los nacionalismos, pero al cabo sustancialmente rescatada-, venciendo las resistencias irlandesa y checa y cuantas surjan a cada esquina, el Parlamento mandará mucho. Colegislará junto con el Consejo (los Gobiernos) sobre un número de materias mayor que nunca, siempre a propuesta de la Comisión.
Ya ahora, más de un 70% de las leyes nacionales vienen predeterminadas por las normas de la Unión, muchas de ellas corredactadas por los eurodiputados, o son su mera traducción. Con Lisboa vigente, ese porcentaje debería crecer. ¿Acaso es un reto nimio? Contra la percepción de muchos españoles, la de Estrasburgo, y no el Congreso de los Diputados, es su primera cámara parlamentaria. Los partidos son responsables de esa falsa percepción. Porque atiborran sus listas europeas de ex ministros y amortizados. Y porque con frecuencia apelan al Parlamento Europeo como altavoz de los litigios de clave partidista interna. Como si forzasen una prórroga artificial ante una tercera cámara de apelación para los asuntos que pierden o temen perder en casa.
Así, los socialistas buscaron y obtuvieron el aval de Estrasburgo a la negociación por la paz en Euskadi: también lo hizo Londres con el proceso de paz irlandés, pero en el Reino Unido no había en eso disputa doméstica. Y los populares (con Luis Herrero y Alejo Vidal Quadras a la cabeza) prosiguieron en la capital alsaciana su curiosa montería antiautonomista: votaron contra el derecho de los ciudadanos a dirigirse a la Eurocámara, y a recibir su respuesta, en cualquiera de los idiomas cooficiales en el país; predicaron contra ¡la política de licencias de radio en Cataluña! Los españoles comparten esa tontuna costumbre con los italianos, pero nunca con británicos ni franceses: éstos buscarán fijar allí marcos generales que condicionen a sus Gobiernos (u oposiciones) pero no tratarán de gobernar u opositar por cámara interpuesta.
Partidos y Gobiernos son también responsables de mantener al poderoso hemiciclo sin el instrumento de soberanía más visible: la competencia de elegir al Ejecutivo. Cierto que pueden arrumbarlo, como hicieron con la Comisión Santer en 1999. O forzando la renuncia del candidato a comisario de Justicia Rocco Butiglione, famoso papista homófobo. Pero no atrae tanto al votante destituir como elegir.
Los líderes nacionales ya se han cuidado de evitar candidaturas paneuropeas. Un cabeza de lista común por familia ideológica en todos los países, que fuese el aspirante por cada credo a presidente de la Comisión, dotaría a ésta y al Parlamento del auténtico poder continental... en detrimento de sus ajadas poltronas nacional-comarcales. Prefieren reelegir en cónclave íntimo al hábil, maleable, José Manuel Durão Barroso. Aunque sea a costa de laminar el interés y la participación electoral. Es lo que hay.
Entrada núm. 1155 (.../...)
Al sur de Granada...
Una de las cosas con las que más disfruto cuando estoy de viaje es con la lectura de las placas conmemorativas que adornan ciudades, pueblos y lugares; unas veces celebrando que en tal o cual calle o edificio vivió, nació o murió un célebre personaje; en otras, que en aquel lugar ocurrió un hecho memorable digno de recuerdo. Así, a bote pronto, recuerdo algunas de ellas que me impresionaron vívamente. Por ejemplo, la que bajo el Pont Neuf de París, recuerda que en aquel lugar fue quemado vivo el último gran maestre de la Orden del Temple; o la otra en Madrid, en la plaza de Oriente, en la fachada del Palacio Real, conmemorando que en aquel lugar tuvo inicio el levantamiento popular de los españoles contra Napoleón; o esa otra en los aledaños de la Vía Apia romana, en el lugar en que fueron fusilados por los nazis, en las denominadas Fosas Ardentinas, varios centenares de presos italianos en las postrimerías de la II Guerra Mundial; y por terminar con el relato de efémerides varias, una pequeña plaquita en el muelle del pueblo de Sardina, en la costa norte de Gran Canaria, en la que se rememora que en aquel lugar hizo aguada Cristóbal Colón camino del Nuevo Mundo. También recuerdo con ilusión cuando descubrí casualmente en Madrid la casa donde vivió Miguel de Cervantes, en la calle que lleva ahora su nombre; o la primera vez que visité la casa natal del escritor Benito Pérez Galdós en la calle Cano, de Las Palmas de Gran Canaria... Pero basta de recuerdos.
Alhaurín el Grande (1) es una hermosa ciudad andaluza de la provincia de Málaga, de unos 23.000 habitantes, situada en la vertiente norte de la Sierra de Mijas y en el valle del río Guadalhorce, a unos 30 km. de la capital provincial. Yo nací en ella hace 63 años, un poco por accidente, como casi todos los hijos de militares. Mi padre había sido destinado allí tras su ascenso a teniente de la guardia civil, después de haber permanecido con mi madre y mis hermanos mayores durante cinco años en la isla de El Hierro, la más occidental de las islas Canarias. Y allí, en Alhaurín el Grande, estuve hasta los dos años en que de nuevo toda la familia salió hacia Asturias con motivo del ascenso paterno a capitán y el nuevo destino en la capital del Principado. Sólo volví por mi ciudad natal en 1967, durante un día, camino de Canarias, de vuelta de mi viaje de novios por la Península. Desde entonces he estado en la provincia de Málaga en dos ocasiones, pero no he vuelto nunca más a Alhaurín, así que no creo que nadie en ella me recuerde ni que hayan colocado ninguna placa conmemorativa celebrando mi natalicio. Tampoco creo que tenga ninguna placa en ella, -aunque sí lo recordarán-, otro hijo de Alhaurín, trístemente célebre: el ex teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, protagonista del golpe de estado del 20 de febrero de 1981, en el que asaltó con otros guardias civiles el Palacio del Congreso de los Diputados en Madrid. E ignoro si la tienen dos actuales vecinos ilustres de la ciudad: el actor de origen belga Jean-Claude Van Damme, y el afamado escritor español Antonio Gala.
Quién sí estoy seguro que debe tenerla, sin duda, es el más célebre de los hijos y vecinos de la ciudad, el escritor británico Gerald Brenan (2), don Geraldo para sus paisanos, que vivió y murió en Alhaurín el Grande durante muchísimos años, y cuyas cenizas descansan para siempre en tierra malagueña. No recuerdo cuando fue la primera vez que oí o leí hablar de Gerald Brenan. Supongo que fue con motivo de alguna de mis lecturas académicas referidas a él, entre otras "El laberinto español", o "Historia de la literatura española". Hace unos años tuve una excelente relación de amistad con un compañero de trabajo, Julio Martínez, granadino, que había sido -y era en aquel momento- amigo personal de Gerald Brenan. Él fue el que me regaló el único de los libros que he leído de Brenan, su famosísimo "Al sur de Granada" (Siglo XXI, Madrid, 1984), con una preciosa dedicatoria en la que relacionaba el Roque Nublo grancanario con el Veleta granadino y expresaba su esperanza de que algún día pudiéramos contemplar juntos el sur y el alma de Granada. Esperanza que no se ha realizado.
Todo lo anterior me ha venido a la mente tras leer hace unos días el precioso artículo que Carlos Pranger ("Brenan, memoria personal de España". El País, 23/05/09), custodio del "Legado Español de Gerald Brenan", e hijo del que fuera secretario personal del escritor británico publicó hace unos días. Miembro del denominado "Círculo de Blomsbury", al que perteneció también la escritora Virginia Woolf, de la que fue amigo íntimo, Brenan llegó a España en 1919, con una excelente formación académica, buscando paz y tiempo para profundizar en sus lecturas, y quedó prendado por los paisajes y las gentes de la Alpujarra granadina. Y aunque viajero incansable y aventurero, allí quedó enganchado a los españoles para siempre. En su artículo, Carlos Pranger dice que España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español; que ni siquiera se nacionalizó y que siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social media-alta. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito, y supo congeniar con los españoles, que lo vieron como uno de los suyos. Espero que disfruten de su lectura, que reproduzco más adelante.
Las imágenes expuestas corresponden a un retrato pictórico de Geral Brenan y a una vista panorámica de Alhaurín el Grande. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"BRENAN, MEMORIA PERSONAL DE ESPAÑA", por Carlos Pranger
(El País, 23/05/09)
Conversador nato y escritor curioso, el hispanista británico Gerald Brenan supo congeniar con los españoles, que acabaron viéndolo como uno de los suyos. Ahora se publican algunas de sus obras inéditas
Con la aparición de El señor del castillo -la primera de una serie de obras inéditas que publicará la editorial Alfama-, el hispanista Gerald Brenan vuelve a estar de actualidad. Pasados ya 22 años desde su muerte, cabe preguntarse por la vigencia de su obra y sobre la relación que mantuvo con España, lugar donde se forjó como escritor.
A Gerald Brenan puede considerársele como uno de los grandes exponentes de un género literario popularizado por los escritores románticos: especular sobre un país ajeno. Al escritor foráneo se le otorga un punto de vista más válido y objetivo, puesto que se asume que no está involucrado emocionalmente con el país sobre el que escribe. España ha sido uno de los epicentros inspiradores de esta corriente literaria. Los dos grandes ejemplos procedentes del Reino Unido son Richard Ford y George Borrow, y de Estados Unidos, Ernest Hemingway. Todos son interesantes, pero fueron meros observadores, presenciaron los acontecimientos desde la barrera. Por el contrario, Brenan no se limitó a la mera observación, su acercamiento fue más arriesgado e intuitivo, y a juzgar por el respeto que se ganó entre los españoles, no del todo equivocado. Sin embargo, esa relación tan especial con España comenzó años antes de pisar suelo español. "Cualquiera que se plantee como modo de vida el ideal de 'todo o nada', está siguiendo, sea o no consciente de ello, un camino que discurre paralelo al trazado por los santos". Estas palabras escritas por Gerald Brenan con apenas 18 años están recogidas en el primer volumen de su autobiografía, Una vida propia. Embebido por sus lecturas obsesivas de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Brenan se había creado la imagen de un país, España, dentro de sí mismo, mucho antes de visitarlo. Llegó a España después de la Primera Guerra Mundial, a finales de 1919. Era un lugar barato y con buen clima, el lugar idóneo para mejorar su formación intelectual, para empaparse de conocimiento por medio de la lectura. Su intención era continuar viaje hacia el Oriente. Se instaló en Yegen, un pueblo de la Alpujarra granadina que describe en Al sur de Granada. En una entrevista recogida en la revista Litoral (1985), Brenan le describe a Eduardo Castro lo que significó esta experiencia: "Vine a Andalucía como se va a una universidad, pero sin clases ni profesores ni más compañeros que mis propios libros. Por supuesto, no podía imaginarme que terminaría quedándome aquí para casi toda mi vida". Encontrar a un escritor, como Brenan, que escriba con tanta profundidad sobre un país ajeno, y que aglutine temas tan diversos como su historia, su literatura y sus gentes, no es frecuente. Llegaría como autor, pero también como persona, a identificarse con un país extraño y diferente por completo al suyo. Su infancia y los años de escuela, unidos a las difíciles relaciones con su padre, hicieron a Brenan retirarse en sí mismo. Ansiaba escribir, pero le daba miedo exponerse, mostrarse. Fue en España donde Brenan dio rienda suelta a su talento literario. Sintiéndose seguro en la distancia, comenzó a escribir de verdad, sin cortapisas. Este proceso latente se inició en Yegen y eclosionó con el estallido de la Guerra Civil española; su reacción ante el horror fue un trabajo de cinco años, El laberinto español, aclamado por igual por crítica y público. Había nacido el gran escritor. No es casualidad que sus mejores escritos tengan por tema a España y los españoles. Leer a Brenan es un recorrido preciso por la historia reciente de nuestro país. Observó de primera mano el tránsito de España pobre y rural de los años veinte, pasando por los años oscuros de la dictadura de Franco, hasta la aparición de los aires de esperanza que trajo la democracia. Hombre de vida azarosa, y mejor escritor, es autor de obras capitales en el conocimiento de la literatura, la historia o la etnografía de España como son Historia de la literatura del pueblo español, La copla popular española, La faz de España, El laberinto español o Al sur de Granada; junto con biografías como San Juan de la Cruz, o sendos volúmenes autobiográficos como Una vida propia y Memoria personal. La relación personal de Brenan con España es comparable con la del biógrafo con el biografiado. El biógrafo termina dejando su impronta sobre la persona de la que escribe. España y su complejidad es el reflejo de la propia complejidad de Brenan. "Dentro de cada español descansa un derviche confuso, un genio de inmenso poder aprisionado en una botella, lo que García Lorca llama un duende, al que le encantaría liberar si fuera posible", escribe Brenan en su introducción a La copla popular española. Las intuiciones y observaciones de Brenan sobre España y los españoles, como pueden ser el orgullo, la impaciencia, el optimismo exagerado, la cólera ante la frustración etcétera, no tienen todas que ser correctas, son de un origen muy profundo, y muy próximo al propio Brenan persona. Es verdad que ciertas opiniones y algunas de las descripciones que aparecen en sus libros pueden circunscribirse a una tradición romántica. Además, el propio Brenan siempre se consideró un romántico y fue lector acérrimo de los libros de Borrow y Ford, llenos de campesinos, bandoleros, paisajes pintorescos, gitanos, flamenco etcétera. Pero no siempre una cierta visión romántica tiene que ser desacertada. Es más, hace que el escritor se involucre emocionalmente y haga el tema suyo. Por otra parte, Brenan nunca se cortó a la hora de criticar a los españoles. "España es pródiga en hombres que creen ellos solos ser capaces de alumbrar el manantial puro de las tradiciones nacionales y proyectarlo hacia el futuro. Todos los que no estén de acuerdo con ellos son necesariamente perversos y, en consecuencia, han de ser aplastados", escribe Brenan en El laberinto español. Instintivamente descubrió que una parte de los españoles y él compartían una misma alma. "El alma española es un castillo fronterizo, adaptado para la defensa y para la ofensiva en territorio hostil: la soberbia, o el orgullo, sumados a una eterna suspicacia, son sus cualidades más inveteradas, junto a la desconfianza de todo lo que no sean su destreza y sus propias armas. No obstante, lo que percibe la guarnición a todas horas es soledad", escribió Brenan. Por tanto, el tópico de la religión, el realismo extremo de su literatura, la fuerza tiránica de los sentidos, según Brenan, forzaban a la aridez de imaginación, a la preocupación obsesiva por el dolor y la muerte; pero, por encima de todo, abocaba al orgullo desmedido que implicaba que nada estaba a la altura. "Así son los españoles en todas partes. Son hombres sin conflictos. Creen que siempre tienen razón, hagan lo que hagan, y esta convicción los dota de mayor vitalidad", escribe Brenan en La faz de España. Gerald Brenan era un conversador nato y un escritor de una curiosidad inusitada. Esas cualidades, que terminaron de explotar en España, forjaron un escritor de estilo vivaz y preciso, cuyos textos están regados de feraces generalizaciones que espolean la imaginación del lector. "Para la mente española supone un placer ascético el ver las cosas llevadas a sus últimas consecuencias", de modo tal que "la meta del hombre está más allá de la razón, en el desconcierto de la razón". España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español, ni siquiera se nacionalizó y siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito. Supo congeniar con los españoles, que lo veían como uno de los suyos. Como bien dice su lápida, que se encuentra en el Cementerio Inglés de Málaga: "Gerald Brenan. Escritor inglés. Amigo de España".
Entrada núm. 1154 (.../...)
Alhaurín el Grande (1) es una hermosa ciudad andaluza de la provincia de Málaga, de unos 23.000 habitantes, situada en la vertiente norte de la Sierra de Mijas y en el valle del río Guadalhorce, a unos 30 km. de la capital provincial. Yo nací en ella hace 63 años, un poco por accidente, como casi todos los hijos de militares. Mi padre había sido destinado allí tras su ascenso a teniente de la guardia civil, después de haber permanecido con mi madre y mis hermanos mayores durante cinco años en la isla de El Hierro, la más occidental de las islas Canarias. Y allí, en Alhaurín el Grande, estuve hasta los dos años en que de nuevo toda la familia salió hacia Asturias con motivo del ascenso paterno a capitán y el nuevo destino en la capital del Principado. Sólo volví por mi ciudad natal en 1967, durante un día, camino de Canarias, de vuelta de mi viaje de novios por la Península. Desde entonces he estado en la provincia de Málaga en dos ocasiones, pero no he vuelto nunca más a Alhaurín, así que no creo que nadie en ella me recuerde ni que hayan colocado ninguna placa conmemorativa celebrando mi natalicio. Tampoco creo que tenga ninguna placa en ella, -aunque sí lo recordarán-, otro hijo de Alhaurín, trístemente célebre: el ex teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, protagonista del golpe de estado del 20 de febrero de 1981, en el que asaltó con otros guardias civiles el Palacio del Congreso de los Diputados en Madrid. E ignoro si la tienen dos actuales vecinos ilustres de la ciudad: el actor de origen belga Jean-Claude Van Damme, y el afamado escritor español Antonio Gala.
Quién sí estoy seguro que debe tenerla, sin duda, es el más célebre de los hijos y vecinos de la ciudad, el escritor británico Gerald Brenan (2), don Geraldo para sus paisanos, que vivió y murió en Alhaurín el Grande durante muchísimos años, y cuyas cenizas descansan para siempre en tierra malagueña. No recuerdo cuando fue la primera vez que oí o leí hablar de Gerald Brenan. Supongo que fue con motivo de alguna de mis lecturas académicas referidas a él, entre otras "El laberinto español", o "Historia de la literatura española". Hace unos años tuve una excelente relación de amistad con un compañero de trabajo, Julio Martínez, granadino, que había sido -y era en aquel momento- amigo personal de Gerald Brenan. Él fue el que me regaló el único de los libros que he leído de Brenan, su famosísimo "Al sur de Granada" (Siglo XXI, Madrid, 1984), con una preciosa dedicatoria en la que relacionaba el Roque Nublo grancanario con el Veleta granadino y expresaba su esperanza de que algún día pudiéramos contemplar juntos el sur y el alma de Granada. Esperanza que no se ha realizado.
Todo lo anterior me ha venido a la mente tras leer hace unos días el precioso artículo que Carlos Pranger ("Brenan, memoria personal de España". El País, 23/05/09), custodio del "Legado Español de Gerald Brenan", e hijo del que fuera secretario personal del escritor británico publicó hace unos días. Miembro del denominado "Círculo de Blomsbury", al que perteneció también la escritora Virginia Woolf, de la que fue amigo íntimo, Brenan llegó a España en 1919, con una excelente formación académica, buscando paz y tiempo para profundizar en sus lecturas, y quedó prendado por los paisajes y las gentes de la Alpujarra granadina. Y aunque viajero incansable y aventurero, allí quedó enganchado a los españoles para siempre. En su artículo, Carlos Pranger dice que España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español; que ni siquiera se nacionalizó y que siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social media-alta. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito, y supo congeniar con los españoles, que lo vieron como uno de los suyos. Espero que disfruten de su lectura, que reproduzco más adelante.
Las imágenes expuestas corresponden a un retrato pictórico de Geral Brenan y a una vista panorámica de Alhaurín el Grande. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"BRENAN, MEMORIA PERSONAL DE ESPAÑA", por Carlos Pranger
(El País, 23/05/09)
Conversador nato y escritor curioso, el hispanista británico Gerald Brenan supo congeniar con los españoles, que acabaron viéndolo como uno de los suyos. Ahora se publican algunas de sus obras inéditas
Con la aparición de El señor del castillo -la primera de una serie de obras inéditas que publicará la editorial Alfama-, el hispanista Gerald Brenan vuelve a estar de actualidad. Pasados ya 22 años desde su muerte, cabe preguntarse por la vigencia de su obra y sobre la relación que mantuvo con España, lugar donde se forjó como escritor.
A Gerald Brenan puede considerársele como uno de los grandes exponentes de un género literario popularizado por los escritores románticos: especular sobre un país ajeno. Al escritor foráneo se le otorga un punto de vista más válido y objetivo, puesto que se asume que no está involucrado emocionalmente con el país sobre el que escribe. España ha sido uno de los epicentros inspiradores de esta corriente literaria. Los dos grandes ejemplos procedentes del Reino Unido son Richard Ford y George Borrow, y de Estados Unidos, Ernest Hemingway. Todos son interesantes, pero fueron meros observadores, presenciaron los acontecimientos desde la barrera. Por el contrario, Brenan no se limitó a la mera observación, su acercamiento fue más arriesgado e intuitivo, y a juzgar por el respeto que se ganó entre los españoles, no del todo equivocado. Sin embargo, esa relación tan especial con España comenzó años antes de pisar suelo español. "Cualquiera que se plantee como modo de vida el ideal de 'todo o nada', está siguiendo, sea o no consciente de ello, un camino que discurre paralelo al trazado por los santos". Estas palabras escritas por Gerald Brenan con apenas 18 años están recogidas en el primer volumen de su autobiografía, Una vida propia. Embebido por sus lecturas obsesivas de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Brenan se había creado la imagen de un país, España, dentro de sí mismo, mucho antes de visitarlo. Llegó a España después de la Primera Guerra Mundial, a finales de 1919. Era un lugar barato y con buen clima, el lugar idóneo para mejorar su formación intelectual, para empaparse de conocimiento por medio de la lectura. Su intención era continuar viaje hacia el Oriente. Se instaló en Yegen, un pueblo de la Alpujarra granadina que describe en Al sur de Granada. En una entrevista recogida en la revista Litoral (1985), Brenan le describe a Eduardo Castro lo que significó esta experiencia: "Vine a Andalucía como se va a una universidad, pero sin clases ni profesores ni más compañeros que mis propios libros. Por supuesto, no podía imaginarme que terminaría quedándome aquí para casi toda mi vida". Encontrar a un escritor, como Brenan, que escriba con tanta profundidad sobre un país ajeno, y que aglutine temas tan diversos como su historia, su literatura y sus gentes, no es frecuente. Llegaría como autor, pero también como persona, a identificarse con un país extraño y diferente por completo al suyo. Su infancia y los años de escuela, unidos a las difíciles relaciones con su padre, hicieron a Brenan retirarse en sí mismo. Ansiaba escribir, pero le daba miedo exponerse, mostrarse. Fue en España donde Brenan dio rienda suelta a su talento literario. Sintiéndose seguro en la distancia, comenzó a escribir de verdad, sin cortapisas. Este proceso latente se inició en Yegen y eclosionó con el estallido de la Guerra Civil española; su reacción ante el horror fue un trabajo de cinco años, El laberinto español, aclamado por igual por crítica y público. Había nacido el gran escritor. No es casualidad que sus mejores escritos tengan por tema a España y los españoles. Leer a Brenan es un recorrido preciso por la historia reciente de nuestro país. Observó de primera mano el tránsito de España pobre y rural de los años veinte, pasando por los años oscuros de la dictadura de Franco, hasta la aparición de los aires de esperanza que trajo la democracia. Hombre de vida azarosa, y mejor escritor, es autor de obras capitales en el conocimiento de la literatura, la historia o la etnografía de España como son Historia de la literatura del pueblo español, La copla popular española, La faz de España, El laberinto español o Al sur de Granada; junto con biografías como San Juan de la Cruz, o sendos volúmenes autobiográficos como Una vida propia y Memoria personal. La relación personal de Brenan con España es comparable con la del biógrafo con el biografiado. El biógrafo termina dejando su impronta sobre la persona de la que escribe. España y su complejidad es el reflejo de la propia complejidad de Brenan. "Dentro de cada español descansa un derviche confuso, un genio de inmenso poder aprisionado en una botella, lo que García Lorca llama un duende, al que le encantaría liberar si fuera posible", escribe Brenan en su introducción a La copla popular española. Las intuiciones y observaciones de Brenan sobre España y los españoles, como pueden ser el orgullo, la impaciencia, el optimismo exagerado, la cólera ante la frustración etcétera, no tienen todas que ser correctas, son de un origen muy profundo, y muy próximo al propio Brenan persona. Es verdad que ciertas opiniones y algunas de las descripciones que aparecen en sus libros pueden circunscribirse a una tradición romántica. Además, el propio Brenan siempre se consideró un romántico y fue lector acérrimo de los libros de Borrow y Ford, llenos de campesinos, bandoleros, paisajes pintorescos, gitanos, flamenco etcétera. Pero no siempre una cierta visión romántica tiene que ser desacertada. Es más, hace que el escritor se involucre emocionalmente y haga el tema suyo. Por otra parte, Brenan nunca se cortó a la hora de criticar a los españoles. "España es pródiga en hombres que creen ellos solos ser capaces de alumbrar el manantial puro de las tradiciones nacionales y proyectarlo hacia el futuro. Todos los que no estén de acuerdo con ellos son necesariamente perversos y, en consecuencia, han de ser aplastados", escribe Brenan en El laberinto español. Instintivamente descubrió que una parte de los españoles y él compartían una misma alma. "El alma española es un castillo fronterizo, adaptado para la defensa y para la ofensiva en territorio hostil: la soberbia, o el orgullo, sumados a una eterna suspicacia, son sus cualidades más inveteradas, junto a la desconfianza de todo lo que no sean su destreza y sus propias armas. No obstante, lo que percibe la guarnición a todas horas es soledad", escribió Brenan. Por tanto, el tópico de la religión, el realismo extremo de su literatura, la fuerza tiránica de los sentidos, según Brenan, forzaban a la aridez de imaginación, a la preocupación obsesiva por el dolor y la muerte; pero, por encima de todo, abocaba al orgullo desmedido que implicaba que nada estaba a la altura. "Así son los españoles en todas partes. Son hombres sin conflictos. Creen que siempre tienen razón, hagan lo que hagan, y esta convicción los dota de mayor vitalidad", escribe Brenan en La faz de España. Gerald Brenan era un conversador nato y un escritor de una curiosidad inusitada. Esas cualidades, que terminaron de explotar en España, forjaron un escritor de estilo vivaz y preciso, cuyos textos están regados de feraces generalizaciones que espolean la imaginación del lector. "Para la mente española supone un placer ascético el ver las cosas llevadas a sus últimas consecuencias", de modo tal que "la meta del hombre está más allá de la razón, en el desconcierto de la razón". España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español, ni siquiera se nacionalizó y siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito. Supo congeniar con los españoles, que lo veían como uno de los suyos. Como bien dice su lápida, que se encuentra en el Cementerio Inglés de Málaga: "Gerald Brenan. Escritor inglés. Amigo de España".
Entrada núm. 1154 (.../...)
sábado, 23 de mayo de 2009
Recapitulando sobre el Blog
Hoy cumple este Bitácora (blog) de HArendt sus primeros 1239 días de existencia. Primero en http://ccampos1946.blog.com, y luego en http://harendt.blogspot.com. Con éste de hoy son 1153 los comentarios (post) publicados por su autor en ese espacio de tiempo (220 en Blogspot.com y 933 en Blog.com. También hoy se cumplen 365 días desde que se instaló en ella el "contador de visitas" de Histats.com. En ese período de un año justo ha recibido 66.470 visitantes que han ojeado 131.985 páginas de la misma. Todo ello hasta las 20 horas del día de hoy. La viñeta que ilustra este comentario es del humorista Forges en El País.
Sean felices. Y gracias por soportarme; son ustedes la mar de amables. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Entrada núm. 1153 (.../...)
Sean felices. Y gracias por soportarme; son ustedes la mar de amables. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Entrada núm. 1153 (.../...)
miércoles, 20 de mayo de 2009
Votar en las europeas
Mi desencanto con la política canaria y española no tiene paralelo en la dimensión continental. Europeísta convencido y confeso, creo que es el único ámbito en el que los ideales aún cuentan. Se me dirá que "ese" es un mundo muy lejano: el de los ideales y el de Europa. Es posible que para algunos si lo sea; sobre todo para aquellos que no ven ni se miran algo más allá del ombligo (propio). Como no tengo la menor vocación evangelizadora ni afán proselitista no voy a insistir mucho en ello. Allá cada cuál con su visión del mundo. Yo me quedo con el futuro. Y con la visión de Europa, mi casa común, la patria común de todos los europeos, desde el Atlántico a los Urales, que con acierto y premonición vislumbrara el genio del escritor francés Víctor Hugo mediado el siglo XIX. Le cité en el blog hace unos días, y aun a fuer de reiterativo, repito lo dicho por él sobre la Europa con la que soñaba: "Llegará un día que todas las naciones del continente, sin perder su idiosincracia o su gloriosa individualidad, se fundirán estrechamente en una unidad superior y constituirán la fraternidad europea. Llegará un día que no habrá otros campos de batalla que los mercados abriéndose a las ideas. Llegará un día en que las balas y las bombas serán sustituidas por los votos". Un sueño hecho ya realidad. Se me ocurren un buen número de razones, mucho más prosaicas, para ir a votar en las elecciones del 7 de junio, pero la verdad es que a mi me basta con la expuesta.
En El País de hoy miércoles el profesor de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid, Antonio Estella, escribe un interesante artículo ("La reconciliación es el nudo del relato europeo") sobre el proceso de unificación europea, visto sobre todo desde el prisma de la reconciliación entre los eternos enemigos de siempre. Lo suscribo totalmente. Y es que en mi caso, el comienzo de ese proceso me afecta muy directamente en lo personal, pues fui concebido en el mismo día en que arrancaba: el 8 de mayo de 1945, el día en que finalizaba la II Guerra Mundial. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) La foto de las banderas de la Unión Europea puede verse en:
http://deorienteaoccidente.files.wordpress.com/2008/11/europea.jpg
Las banderas de la Unión
"LA RECONCILIACIÓN ES EL NUDO DEL RELATO EUROPEO", por Antonio Estella
(El País, 20/05/09)
Al igual que sucede en Estados Unidos, Europa tiene también su propio relato; lo que ocurre es que todavía no está escrito. Y en ese relato la socialdemocracia ha tenido mucho que ver. Mientras que la historia norteamericana es una historia de superación individual, la europea es una historia de reencuentro, de reunificación, de reconciliación colectiva.
Toda buena historia necesita contar con unos ingredientes mínimos: necesita un buen referente intelectual, necesita un conjunto de héroes públicos y anónimos y necesita, como en las buenas películas, que tenga una cierta continuidad, que no se escriba al final the end sino simplemente to be continued. El éxito del relato dependerá de su capacidad de enganche, de que la mayor parte de la gente se sienta reconocida e integrada en él. Y Europa tiene todos esos elementos en su historia, en su cultura, en su tradición, sólo que nadie se ha molestado hasta ahora en ponerlos en conexión, en montar las diferentes piezas de esta historia.
El referente intelectual de nuestro relato europeo es Stefan Zweig, en su libro El mundo de ayer. Todos deberíamos leer y releer este documento de incalculable valor. Zweig cuenta en esa obra cómo era la Europa de antes de la Primera Guerra Mundial. Europa era un espacio abierto, de tolerancia, de solidaridad, un espacio de incipiente igualdad, de seguridad, de convivencia. Nadie perseguía a nadie ni por su condición sexual, ni por su raza, ni por su género. Cristianos y judíos (y en algunas partes, musulmanes) convivían de una manera pacífica y razonable, respetando los usos propios de cada cual al mismo tiempo que respetaban reglas mínimas y básicas de civismo comúnmente aceptadas por todos.
No todo era idílico en esa Europa, por supuesto. Su mayor error fue pecar de indolencia. Y en ese espacio de seguridad nadie fue capaz de percibir las señales, cada vez más evidentes, de lo que iba a suceder a continuación: el ascenso del nacionalismo, la crisis económica y dos grandes guerras que convirtieron a Europa, a esa vieja y querida idea, en un auténtico sumidero de fuego, sangre, odio y destrucción: la anti-Europa.
La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945. Solamente siete años después, en 1952, franceses y alemanes se sentaban alrededor de una mesa para firmar el Tratado CECA. Y cinco años después de eso, en 1957, franceses y alemanes se unían de nuevo para firmar el Tratado de Roma. Es decir, los enemigos irreconciliables, los causantes de tanto sufrimiento y de tanta destrucción, eran capaces de reencontrarse de nuevo y sentar las bases de un proyecto en común. Los hacedores de ese éxito tie-nen apellidos: se llaman Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcedi de Gasperi. Ellos son nuestros Adams, Franklins y Jeffersons. Ellos son los padres fundadores, los cuatro magníficos de esta gran epopeya de reunificación que es Europa.
Cuando pienso en Europa, cuando pienso en el ideal de reconciliación y reencuentro que encarna, pienso en una historia que me contó un conocido hace no mucho tiempo. Mi amigo conoció en Florencia, en el curso de unos estudios posuniversitarios que estaba realizando en la capital de la Toscana, a dos seres excepcionales, Veronique y Klaus. Veronique era francesa, socialista y atea. Klaus era alemán, demócrata-cristiano y católico practicante. Nada más conocerse se reconocieron el uno en el otro, se pusieron a vivir juntos, y con el tiempo se casaron y tuvieron hijos.
Mi amigo me contaba cómo fue la noche en la que, en una cena preparada con esmero entre los dos, los padres de Veronique conocieron a Klaus y su familia. La tensión se palpaba en el ambiente, porque la madre de Veronique se había resistido hasta el último momento a bendecir esa unión. Tuvo que superar muchos prejuicios. Y es que en la ocupación alemana de París, en la Segunda Guerra Mundial, cuando la madre de Veronique era muy niña, tuvo que asistir impávida a un espectáculo que la marcaría para toda su vida: cómo unos soldados del Ejército alemán tiraban por la ventana de su casa, junto con todos sus enseres, a su padre. Para ella fue un trago ver cómo su hija decidía unir su vida a un alemán. También tuvo que superar sus viejos prejuicios, reconciliarse con su pasado, con ella misma y con sus propios fantasmas.
Historias así son posibles porque Europa es hoy un espacio en el que de nuevo se puede vivir con una relativa seguridad, sensación de protección, sentido de la solidaridad y bienestar. Es un ámbito abierto, en el que caben todo tipo de opciones ideológicas democráticas, pero en el que los valores socialdemócratas desde luego están presentes y de manera evidente. Siempre he pensado que existe un paralelismo claro entre la historia de la formación de la Unión Europea y la historia de cómo Europa cambió con la socialdemocracia.
Esta segunda historia es bien conocida: los países europeos pasaron de ser Estados liberales a convertirse en Estados del bienestar, gracias fundamentalmente al impacto que en muchos lugares tuvo la revolución socialdemócrata. Se pasó de un mundo en el que el ciudadano estaba básicamente dejado a su suerte a una situación en la que empezó a contar con un aliado para desarrollar sus proyectos y sentirse seguro: el Estado.
Por su parte, la Unión Europa que concibieron nuestros padres fundadores se forjó con los hierros del liberalismo. Tuvo sentido en su momento: se trataba, con ello, de romper las inercias proteccionistas en las que de manera natural habían caído los viejos Estados-Nación después de la Segunda Gran Guerra. Así, los protagonistas de esa "unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos", como reza, de manera magnífica, el preámbulo del Tratado de Roma, no eran, curiosamente, los ciudadanos, sino las mercancías, los servicios, los capitales.
Así evolucionó Europa durante más de 30 años. Pero gracias al esfuerzo de algunos líderes socialdemócratas, esa dirección cambió de rumbo a principios de los años 90, cuando el lenguaje europeo de las tasas aduaneras, las cuotas, y las medidas de efecto equivalente, se transformó en otro puramente político: el lenguaje de la ciudadanía.
Desde entonces, Europa ha superado su origen marcadamente economicista y se encamina hacia el reencuentro con sus propias señas de identidad políticas. El proyecto no está todavía terminado, está haciéndose.
Y de nuevo emerge nuestro relato de reencuentro, de reconciliación, porque en el horizonte aparecen dos grandes objetivos. Uno, de cara al exterior, que es dar nuevos pasos hacia la reunificación de Europa, incorporando a más países a este gran proyecto, y consolidando a los que ya están embarcados con nosotros. Y otro, de cara al interior, que es hacer evolucionar la idea de ciudadanía europea hacia una nueva dimensión social y del bienestar. (Antonio Estella es profesor de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid)
Monnet, Schuman, De Gasperi y Adenauer
(Entrada núm. 1151) .../...
En El País de hoy miércoles el profesor de Derecho Administrativo de la Universidad Carlos III de Madrid, Antonio Estella, escribe un interesante artículo ("La reconciliación es el nudo del relato europeo") sobre el proceso de unificación europea, visto sobre todo desde el prisma de la reconciliación entre los eternos enemigos de siempre. Lo suscribo totalmente. Y es que en mi caso, el comienzo de ese proceso me afecta muy directamente en lo personal, pues fui concebido en el mismo día en que arrancaba: el 8 de mayo de 1945, el día en que finalizaba la II Guerra Mundial. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
Notas:
(1) La foto de las banderas de la Unión Europea puede verse en:
http://deorienteaoccidente.files.wordpress.com/2008/11/europea.jpg
Las banderas de la Unión
"LA RECONCILIACIÓN ES EL NUDO DEL RELATO EUROPEO", por Antonio Estella
(El País, 20/05/09)
Al igual que sucede en Estados Unidos, Europa tiene también su propio relato; lo que ocurre es que todavía no está escrito. Y en ese relato la socialdemocracia ha tenido mucho que ver. Mientras que la historia norteamericana es una historia de superación individual, la europea es una historia de reencuentro, de reunificación, de reconciliación colectiva.
Toda buena historia necesita contar con unos ingredientes mínimos: necesita un buen referente intelectual, necesita un conjunto de héroes públicos y anónimos y necesita, como en las buenas películas, que tenga una cierta continuidad, que no se escriba al final the end sino simplemente to be continued. El éxito del relato dependerá de su capacidad de enganche, de que la mayor parte de la gente se sienta reconocida e integrada en él. Y Europa tiene todos esos elementos en su historia, en su cultura, en su tradición, sólo que nadie se ha molestado hasta ahora en ponerlos en conexión, en montar las diferentes piezas de esta historia.
El referente intelectual de nuestro relato europeo es Stefan Zweig, en su libro El mundo de ayer. Todos deberíamos leer y releer este documento de incalculable valor. Zweig cuenta en esa obra cómo era la Europa de antes de la Primera Guerra Mundial. Europa era un espacio abierto, de tolerancia, de solidaridad, un espacio de incipiente igualdad, de seguridad, de convivencia. Nadie perseguía a nadie ni por su condición sexual, ni por su raza, ni por su género. Cristianos y judíos (y en algunas partes, musulmanes) convivían de una manera pacífica y razonable, respetando los usos propios de cada cual al mismo tiempo que respetaban reglas mínimas y básicas de civismo comúnmente aceptadas por todos.
No todo era idílico en esa Europa, por supuesto. Su mayor error fue pecar de indolencia. Y en ese espacio de seguridad nadie fue capaz de percibir las señales, cada vez más evidentes, de lo que iba a suceder a continuación: el ascenso del nacionalismo, la crisis económica y dos grandes guerras que convirtieron a Europa, a esa vieja y querida idea, en un auténtico sumidero de fuego, sangre, odio y destrucción: la anti-Europa.
La Segunda Guerra Mundial terminó en 1945. Solamente siete años después, en 1952, franceses y alemanes se sentaban alrededor de una mesa para firmar el Tratado CECA. Y cinco años después de eso, en 1957, franceses y alemanes se unían de nuevo para firmar el Tratado de Roma. Es decir, los enemigos irreconciliables, los causantes de tanto sufrimiento y de tanta destrucción, eran capaces de reencontrarse de nuevo y sentar las bases de un proyecto en común. Los hacedores de ese éxito tie-nen apellidos: se llaman Jean Monnet, Robert Schuman, Konrad Adenauer, Alcedi de Gasperi. Ellos son nuestros Adams, Franklins y Jeffersons. Ellos son los padres fundadores, los cuatro magníficos de esta gran epopeya de reunificación que es Europa.
Cuando pienso en Europa, cuando pienso en el ideal de reconciliación y reencuentro que encarna, pienso en una historia que me contó un conocido hace no mucho tiempo. Mi amigo conoció en Florencia, en el curso de unos estudios posuniversitarios que estaba realizando en la capital de la Toscana, a dos seres excepcionales, Veronique y Klaus. Veronique era francesa, socialista y atea. Klaus era alemán, demócrata-cristiano y católico practicante. Nada más conocerse se reconocieron el uno en el otro, se pusieron a vivir juntos, y con el tiempo se casaron y tuvieron hijos.
Mi amigo me contaba cómo fue la noche en la que, en una cena preparada con esmero entre los dos, los padres de Veronique conocieron a Klaus y su familia. La tensión se palpaba en el ambiente, porque la madre de Veronique se había resistido hasta el último momento a bendecir esa unión. Tuvo que superar muchos prejuicios. Y es que en la ocupación alemana de París, en la Segunda Guerra Mundial, cuando la madre de Veronique era muy niña, tuvo que asistir impávida a un espectáculo que la marcaría para toda su vida: cómo unos soldados del Ejército alemán tiraban por la ventana de su casa, junto con todos sus enseres, a su padre. Para ella fue un trago ver cómo su hija decidía unir su vida a un alemán. También tuvo que superar sus viejos prejuicios, reconciliarse con su pasado, con ella misma y con sus propios fantasmas.
Historias así son posibles porque Europa es hoy un espacio en el que de nuevo se puede vivir con una relativa seguridad, sensación de protección, sentido de la solidaridad y bienestar. Es un ámbito abierto, en el que caben todo tipo de opciones ideológicas democráticas, pero en el que los valores socialdemócratas desde luego están presentes y de manera evidente. Siempre he pensado que existe un paralelismo claro entre la historia de la formación de la Unión Europea y la historia de cómo Europa cambió con la socialdemocracia.
Esta segunda historia es bien conocida: los países europeos pasaron de ser Estados liberales a convertirse en Estados del bienestar, gracias fundamentalmente al impacto que en muchos lugares tuvo la revolución socialdemócrata. Se pasó de un mundo en el que el ciudadano estaba básicamente dejado a su suerte a una situación en la que empezó a contar con un aliado para desarrollar sus proyectos y sentirse seguro: el Estado.
Por su parte, la Unión Europa que concibieron nuestros padres fundadores se forjó con los hierros del liberalismo. Tuvo sentido en su momento: se trataba, con ello, de romper las inercias proteccionistas en las que de manera natural habían caído los viejos Estados-Nación después de la Segunda Gran Guerra. Así, los protagonistas de esa "unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos", como reza, de manera magnífica, el preámbulo del Tratado de Roma, no eran, curiosamente, los ciudadanos, sino las mercancías, los servicios, los capitales.
Así evolucionó Europa durante más de 30 años. Pero gracias al esfuerzo de algunos líderes socialdemócratas, esa dirección cambió de rumbo a principios de los años 90, cuando el lenguaje europeo de las tasas aduaneras, las cuotas, y las medidas de efecto equivalente, se transformó en otro puramente político: el lenguaje de la ciudadanía.
Desde entonces, Europa ha superado su origen marcadamente economicista y se encamina hacia el reencuentro con sus propias señas de identidad políticas. El proyecto no está todavía terminado, está haciéndose.
Y de nuevo emerge nuestro relato de reencuentro, de reconciliación, porque en el horizonte aparecen dos grandes objetivos. Uno, de cara al exterior, que es dar nuevos pasos hacia la reunificación de Europa, incorporando a más países a este gran proyecto, y consolidando a los que ya están embarcados con nosotros. Y otro, de cara al interior, que es hacer evolucionar la idea de ciudadanía europea hacia una nueva dimensión social y del bienestar. (Antonio Estella es profesor de Derecho Administrativo en la Universidad Carlos III de Madrid)
Monnet, Schuman, De Gasperi y Adenauer
(Entrada núm. 1151) .../...
domingo, 17 de mayo de 2009
In memóriam: Mario Benedetti, poeta del Sur
Murió Mario Benedetti (1). Que la tierra le sea leve a uno de los más grandes poetas del Sur. Un Sur que existe a pesar de todo. Mi amigo Alberto Atienza, mendocino de Argentina, me lo recuerda casi diariamente en sus escritos: "Acuérdate de que el Sur también existe", me repite. Imposible olvidarlo. Yo también soy Sur... Sean felices a pesar de todo. Tamaragua, amigos. (HArendt)
El poeta Mario Benedetti
Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohibe
con su esperanza dura
el sur también existe
con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe
con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos su misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe
"El Sur también existe", por Mario Benedetti
Notas:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://es.wikipedia.org/Mario_Benedetti
Fotos:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://www.ua.es/webs/centrobenedetti/Imagenes/Benedetti_1.jpg
Videos:
(1) Serrat canta a Benedetti, en:
http://www.youtube.com/watch?v=1ZF6fHU-zEY
(Entrada núm. 1149) .../...
El poeta Mario Benedetti
Con su ritual de acero
sus grandes chimeneas
sus sabios clandestinos
su canto de sirenas
sus cielos de neón
sus ventas navideñas
su culto de dios padre
y de las charreteras
con sus llaves del reino
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
el hambre disponible
recurre al fruto amargo
de lo que otros deciden
mientras el tiempo pasa
y pasan los desfiles
y se hacen otras cosas
que el norte no prohibe
con su esperanza dura
el sur también existe
con sus predicadores
sus gases que envenenan
su escuela de chicago
sus dueños de la tierra
con sus trapos de lujo
y su pobre osamenta
sus defensas gastadas
sus gastos de defensa
con sus gesta invasora
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cada uno en su escondite
hay hombres y mujeres
que saben a qué asirse
aprovechando el sol
y también los eclipses
apartando lo inútil
y usando lo que sirve
con su fe veterana
el Sur también existe
con su corno francés
y su academia sueca
su salsa americana
y sus llaves inglesas
con todos su misiles
y sus enciclopedias
su guerra de galaxias
y su saña opulenta
con todos sus laureles
el norte es el que ordena
pero aquí abajo abajo
cerca de las raíces
es donde la memoria
ningún recuerdo omite
y hay quienes se desmueren
y hay quienes se desviven
y así entre todos logran
lo que era un imposible
que todo el mundo sepa
que el Sur también existe
"El Sur también existe", por Mario Benedetti
Notas:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://es.wikipedia.org/Mario_Benedetti
Fotos:
(1) El poeta uruguayo Mario Benedetti, en:
http://www.ua.es/webs/centrobenedetti/Imagenes/Benedetti_1.jpg
Videos:
(1) Serrat canta a Benedetti, en:
http://www.youtube.com/watch?v=1ZF6fHU-zEY
(Entrada núm. 1149) .../...
jueves, 14 de mayo de 2009
Sobre los nombres de las cosas
"Dijo luego Yahvé Dios: No es bueno que el hombre esté solo. Voy a hacerle una ayuda adecuada. Y Yahvé Dios formó del suelo todos los animales del campo y todas las aves del cielo y los llevó ante el hombre para ver como los llamaba, y para que cada ser viviente tuviese el nombre que el hombre le diera. El hombre puso nombre a todos los ganados, a las aves del cielo y a todos los animales del campo, mas para el hombre no encontró una ayuda adecuada." (Génesis, 2, 18-20).
He escogido como introducción de mi comentario de hoy estos versículos iniciales del primer libro de la Biblia, a cuenta de la estéril y estúpida polémica suscitada por ese engendro de la radio-televisión pública canaria (TVC) al publicitar un programa de debate sobre si a la isla donde habitan (a 1 de enero de 2008, según datos oficiales del Instituto Canario de Estadística) 829.597 personas, llamada Gran Canaria, se le debe quitar el "Gran" y dejarla con el "Canaria" a secas.
La ocurrencia no es original de la radio-televisión pública canaria, incapaz de pensar nada por sí misma si no se lo dictan desde la presidencia del gobierno canario, y ni aun así salen del encefalograma plano, sino del dueño y editor del periódico santacrucero "El Día", don José Rodríguez, pertinaz defensor y adalid del franquismo al que aduló con servilismo abyecto al servicio de los intereses de lo más reaccionario de la burguesía tinerfeña, y ahora re-convertido al radicalismo independentista y anti-grancanario.
Las cosas no existen antes de ser nombradas. Es metafísicamente imposible que algo exista si no tiene nombre. ¿Quién le puso a Gran Canaria su nombre? Los historiadores sólo constatan al respecto que a lo largo de su existencia (es decir, desde que tiene nombre) la isla donde viven esas 829.597 ha sido llamada "Canari" por sus pobladores aborígenes y "Canaria" o "Gran Canaria", indistintamente, desde su entrada en la Historia.
Un artículo del periódico "La Provincia-Diario de Las Palmas" de hoy, jueves, escrito por el profesor de historia de la Universidad tinerfeña de La Laguna, don Francisco Fajardo, y que reproduzco más adelante, aporta interesantes datos e información histórica al respecto, y concluye con una verdad de Perogrullo: Que los nombres los pone la Historia; nada más que eso, pero nada menos también.
No me preocupa en exceso si esta estéril y absurda polémica sobre el nombre de la isla en la que vivo es producto del recurrente pleito insular (que no es tal, pues no es entre islas -Gran Canaria y Tenerife-, sino entre las más rancias y casposas burguesías capitalinas de Las Palmas y Santa Cruz), del latente y manifiesto complejo de inferioridad de don José Rodríguez, o de alguna deficiencia hormonal del susodicho, pero en todo caso, quiero pensar que si hay que cambiarle el nombre a Gran Canaria, nos deje a nosotros, los 829.597 grancanarios censados, que lo decidamos por nuestra propia voluntad. Les aseguro que yo jamás pondría inconveniente alguno en que a esa hermosísima ciudad que es Santa Cruz de Tenerife y a su aún más hermosa isla, le pusiesen los nombres respectivos de Ciudad Rodríguez e Isla de Rodríguez, si esa fuere la voluntad de los santacruceros y tinerfeños. Espero que no, porque no creo que don José se merezca ese honor, pero allá ellos. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"Canaria o Gran Canaria: Notas acerca de un debate", por Francisco Fajardo
La Provincia-Diario de Las Palmas, 14/05/09
Desde hace un cierto tiempo, el periódico 'El Día' viene sosteniendo que al nombre de la isla de Gran Canaria debe retirársele el 'Gran'. La cuestión fue planteada hace unos días en un programa de la Televisión Canaria. Con poco ánimo polémico, debo decir, quiero aportar aquí algunos datos, citas y consideraciones al respecto, por si pudieran servir al alguien para hacerse una composición de lugar, reafirmar su postura con más fundamento o cambiarla, en un sentido o en otro
El nombre primero de la isla es el de Canaria. Fuera de procedencia aborigen o se tratara de una denominación aplicada desde afuera, Canaria fue el nombre que desde la Historia Natural de Plinio el Viejo (s. I) se dio a la isla que hoy llamamos Gran Canaria. La tesis más plausible es la de que la palabra venga del nombre de la tribu del Atlas Canaria (los "Canarii" de los textos romanos). El término Tamarán, que aún algunos piensan que alguna vez fue el nombre de la isla, lo inventó Ossuna y Saviñón a mediados del siglo XIX. En su Resumen de la Geografía (…) y de la historia (...) de las Islas Canarias, escribió que los naturales dijeron a los normandos de Juan de Béthencourt que su isla "se llamaba Tamerán, que quiere decir país de los valientes". La afirmación, aceptada por varios estudiosos del pasado isleño, fue después difundida a través de Millares Torres, especialmente. Pero se trataba de una más de las fabulaciones de Ossuna, como lo fueron otras fraudulentas aseveraciones suyas contenidas en la misma obra.
Del nombre de la isla se deriva el del Archipiélago. Ya a principios del siglo IV d. C. Arnobio de Sicca designó al conjunto de las islas como Canarias Insulas, en lo que parece una extensión del nombre de Canaria a todo el Archipiélago. En el siglo XIV, al reanudarse e intensificarse los contactos de los europeos con el Archipiélago, éste viene referido, en los textos y en la cartografía, como "islas de Canaria". Así, desde luego, se entendía más adelante: Abreu Galindo escribió que "desde que hay noticia de estas islas (…) siempre ha tenido y conservado esta isla el nombre de Canaria, que jamás lo ha perdido, y las otras comarcanas por ella se llaman las Canarias". Las razones que llevaron a extender al conjunto insular el nombre de una de las islas quizás no fuesen las mismas en el siglo IV que un milenio más tarde, pero podríamos suponer que a Canaria se la distinguiera por su posición central (junto con Tenerife), su población (en el relato del viaje de Nicocoloso da Recco, de 1341, se afirma que era la más poblada) o quizás su riqueza (mayor nivel de la cultura material de sus habitantes), y por todo ello debió de ser la más conocida. De Gran Canaria se dice en Le Canarien (versión B, o de Béthencourt) que "es la más célebre de todas estas islas". Durante la decimocuarta centuria, en efecto, se dirigieron a ella mayoritariamente las expediciones mallorquinas, y en relación con éstas tiene lugar el establecimiento de misiones evangelizadoras y del obispado de Telde (en 1351, el Papa ordenó el envío de misioneros a "Canaria y las otras islas adyacentes a ella").
El nombre de Canaria es anterior a la conquista. Es un absurdo decir o escribir que en la denominación Gran Canaria tengan o tuvieran alguna parte los habitantes de esa isla, actuales o del pasado, pues aquélla es anterior no sólo a su conquista a finales del siglo XV, sino anterior también a los inicios de la conquista normanda a principios de esa centuria: en la Crónica de Enrique III, de 1393, se la nombra ya como Canaria la grande. No fue, pues, Juan de Béthencourt el creador del calificativo de "Grande" -en eso se equivocaron Abréu Galindo y cuantos lo siguieron-; como en realidad sucedió con las demás islas: Le Canarien las designa con nombres que ya existían y circulaban en distintos textos y mapas. Por supuesto, no tiene ningún fundamento relacionar con Juana la Loca la denominación de "Gran", como han hecho algún editorial periodístico y algún contertulio de programa de televisión, quizás confundidos porque fue esa reina la que concedió a Las Palmas el título de ciudad; pues, como hemos repetido, aquella designación era muy anterior.
Sin duda, la denominación de Gran Canaria era un modo de diferenciar a esa isla del resto de las Islas que también eran Canarias. Aunque pudiera no haber una exacta noción de sus respectivas superficies, no parece que tal nombre respondiera a la idea de que fuese la más extensa. El veneciano Ca'da Mosto escribía (1455-1457) que entre "las islas de Canaria" la mayor era Tenerife. Es cierto que el cronista portugués Eanes Da Zurara (1448) dice que "Gran Canaria (…) es la mayor de todas las islas", pero después de él no volvemos a encontrar tal afirmación, excepto en un texto que lo copia. Posiblemente lo creían así por el título de Gran que tenía (y no que se le hubiese dado éste porque se la considerara la mayor). En las crónicas del momento de la conquista realenga las cosas están claras: Alonso de Palencia, muy bien informado, como comisario que fue de la conquista de Gran Canaria, decía de ella que era "su nombre el más divulgado de entre todas las demás islas Afortunadas; aunque en extensión sea mucho menor que" [Tenerife]. Por supuesto, los historiadores posteriores que describieron las Islas sabían bien esto: "Entre las siete islas que comúnmente llaman de Canaria (que de la una de ellas llamada así se denominan), la mayor, más rica, abundosa y fértil es Tenerife", escribía Alonso de Espinosa.
¿Por qué entonces el calificativo de "Grande"? En primer lugar, pensamos, se heredó la denominación procedente del siglo XIV, reforzada quizás entonces por ser Canaria la sede del obispado de Telde. El Papa decidió en 1435 el traslado del obispado desde Rubicón a Gran Canaria (Canaria Magna, la llama el texto pontificio). Por entonces, en las bulas papales se usaban expresiones semejantes: Grandis Canariae (Martín V, 1420), Magne Canarie (Eugenio IV, 1434). Gran Canaria se eligió como sede episcopal por ser más rica y segura (se aducía la escasa población y la indefensión de Lanzarote); y ello casi medio siglo antes de que aquella isla fuese efectivamente conquistada y el obispado se trasladase (1483). Después, su carácter de primera isla de realengo en ser conquistada y el hecho de que albergase la sede episcopal y otras instituciones consagraron su condición de "cabeza" del Archipiélago.
La isla aparece desde finales de la Edad Media como cabeza de las demás. El ingeniero militar Lope de Mendoza y Salazar, probablemente natural de Tenerife, escribía a mediados del siglo XVII: "Es cabesa Canaria de esta provincia por asistir en ella la Audiencia real por mandado de su magestad, el tribunal de la Santa Inquisición, el Obispo y la Santa Cruzada". Viera y Clavijo, que el nombre de Gran le venía, entre otras razones, por "la dignidad de capital". Sin que pueda hablarse de una capitalidad administrativa como la entenderíamos hoy, pues cada isla tenía su propio Cabildo o Concejo y su propio Gobernador (o Corregidor, según la época), albergar las citadas instituciones daba a Gran Canaria una innegable centralidad: "verdadero centro estratégico del realengo canario", según Roldán Verdejo. Cuando se instituyó el cargo de Capitán General en 1589, se le indicó que "la isla de la Gran Canaria (…) ha de ser vuestra principal residencia". Los Capitanes Generales se establecieron en Tenerife desde mediados del siglo XVII, pero no se dejó de señalar (como, por sus particulares razones, lo hizo el Intendente Ceballos en 1720, en petición dirigida al Rey), que debían volver a Las Palmas, ya que eran presidentes de la Real Audiencia. El jesuita granadino Mathías Sánchez, que vivió en las islas entre 1729 y 1736, decía que La Laguna sería sin duda la mejor población del Archipiélago, "a tener los Maiorazgos de la Orotava, y los Tribunales de la Gran Canaria".
La crónica Ovetense se intitulaba "Libro de la conquista de la ysla de gran Canaria y de las demas Yslas della". La circunstancia de que Canaria hubiese dado nombre al resto de las islas y fuese el asiento de las instituciones que tenían jurisdicción sobre todo el Archipiélago fue el fundamento para que cronistas e historiadores dieran a sus obras el título de Historias de las Islas de Canaria (Marín de Cubas, Pérez del Cristo, Pedro Agustín del Castillo, Viera y Clavijo), o de la Gran Canaria (Viana, Abreu Galindo, Núñez de la Peña). Esa dependencia, jurisdiccional y en cuanto a la denominación, no significaba superioridad material. Núñez de la Peña, exaltando la prosperidad de su isla, escribía: "Es la isla de Thenerife, la mayor, y mas poblada de las de Canaria, y mas rica […]. Està esta isla en medio de todas, como madre; y si Canaria lo es en el nombre, esta de Thenerife lo es en las obras". Pero no se quiera ver "pleito insular" antes de tiempo.
Los nombres de Canaria y de Gran Canaria se usaban indistintamente. Que se empleara la expresión Gran Canaria no significa que se hubiese abandonado el nombre primitivo de Canaria, sino que uno y otro alternaban, incluso en un mismo texto. Los dos nombres, Canaria y Gran Canaria, aparecen en todas las versiones de las crónicas isleñas de su conquista, así como en los cronistas peninsulares y en los historiadores. Colón, en su Diario, al describir todo el episodio de cómo han de llevar La Pinta a tierra, para reparar su timón, escribe unas veces Gran Canaria y otras Canaria. En el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de Pascual Madoz (1848-1850), en la voz Gran Canaria se dice que es una de las siete islas, remite a "Canaria (Gran)", y emplea a lo largo del texto fundamentalmente el nombre de Gran Canaria, particularmente al tratar de los topónimos correspondientes a esta isla.
En el uso de una u otra denominación no había ninguna diferencia que respondiera a cuál fuese la isla desde la que se hablara o escribiera: en 1515, justificando el Cabildo de Tenerife la solicitud del título de ciudad para La Laguna, aduce que es "mayor pueblo mucho que la ciudad real de Las Palmas en Gran Canaria"; en un contexto ya de pleito insular, José Murphy se dirige tanto a la Junta Suprema de Sevilla como a la de Canarias escribiendo Gran Canaria cuando se refiere a ella.
La denominación Canaria era más popular y cotidiana, y la de Gran Canaria más oficial. Se ha escrito que el Gran no es "legal", pero sucede justamente lo contrario: Gran Canaria es expresión más oficial o solemne, y así aparece habitualmente en disposiciones normativas, edictos, nombramientos o proclamas: cartas episcopales, concesión del Fuero a la Isla; creación de la Real Audiencia; nombramiento del primer Capitán General; o en la mayoría de las cartas, órdenes o incitativas dirigidas a sus gobernadores. Por no hablar, naturalmente, de los textos legales contemporáneos. Pero también encontramos que en aquéllos documentos oficiales del pasado se decía Canaria; como sucedía (el uso de una u otra fórmula) en los protocolos notariales. Hay que tener en cuenta en cualquier caso que con la voz Canaria se estaba haciendo referencia, muchas veces, a la ciudad de Las Palmas, también designada de esa manera.
Probablemente el término Canaria fuera más frecuente en textos privados, en la conversación diaria o en declaraciones personales, como cuando alguien decía que era de esa isla, o que se dirigía a ella. Ejemplos tomados de una obra del profesor Anaya: entre los cautivos canarios que en Berbería daban su filiación, ante el escribano de la redención, la mayoría de los de la isla decían que eran de Canaria; otros, que de Gran Canaria; uno, "de las Canarias, de la grande"; y en otro caso (de 1646) que "de la isla de Canaria cabeza de todas las siete islas".
También en la cartografía antigua aparecen indistintamente Canaria y Gran Canaria. En contra de lo que se ha afirmado -incluso con repercusiones políticas y manifestaciones de alguna autoridad-, la isla en cuestión era designada antes del siglo XX de los dos modos. Sirva de muestra, casualmente equitativa, la de los mapas exhibidos en la Exposición "Las Islas Canarias y de Cabo Verde en la Cartografía. Siglos XVI-XIX", celebrada en el antiguo Convento de Santo Domingo de La Laguna en junio-julio de 2008. Consultando su Catálogo advierto que aparecen con el nombre de Canaria los mapas de 11 cartógrafos, y con el de Gran Canaria otros 11 (Hondius, Bertius, Claesz, Goos, Keulen, De Witt, Pierre Du Val d'Abbeville, Halley, Jefferys, Baldwin and Cradock, y Thomson). Varela Ulloa pone en su mapa Canaria, pero en el texto de su Derrotero… escribe Isla de Gran Canaria (y también Canaria); Nicolás Sanson d'Abbeville, Isle Canarie ou Grande Canarie; tres más fueron para mí ilegibles, incluso con lupa: los mapas de Borda, Tofiño y Tallis. No soy un buen conocedor de la cartografía histórica del Archipiélago, pero podría añadir una docena más de mapas en los que la isla aparece nombrada como Gran Canaria, desde el más antiguo conocido, el de 1460 de la Biblioteca Ambrosiana de Milán (según Tous Melián). Naturalmente, sería posible citar otros tantos, o más -no lo sé-, en los que figure con el nombre de Canaria; lo que no hace sino poner de relieve lo inútil que resulta citar textos, grabados o mapas en los que aparezca una u otra denominación, pues, como venimos repitiendo, ambas coexistían.
Con el tiempo, sobre todo en el siglo XX, se ha impuesto Gran Canaria. Hoy los textos oficiales, la literatura científica, la cartografía, la prensa, la información turística, la documentación mercantil y, lo que es más importante, la gente, la llaman unánimemente Gran Canaria. Ello a mí no me produce ningún tipo de complacencia, ni lo contrario: sólo lo constato. En mi infancia aún se decía Canaria (bien cierto es que ya sonaba antiguo, o más propio de ambientes populares o menos cultos), y canarios a sus habitantes (canarión era una voz inexistente). Los que no empleaban la expresión Canaria a menudo decían (o decíamos) Las Palmas para referirse a la isla y no sólo a su ciudad capital. En mi particular, y discutible, opinión, lo que finalmente ha ocurrido ha sido un triunfo de lo "oficial" y de los mass media; pero así ha sucedido con tantos vocablos y expresiones.
Desde la idea de que ninguna isla sea superior a otra, sin pretender reivindicar nada (ni del pasado, ni del presente), sin ninguna parcialidad -si se me quiere creer-, pienso que Gran Canaria no es más que un nombre que la Historia nos ha dejado. Pero nada menos que eso, también.
(Entrada núm. 1147) .../...
He escogido como introducción de mi comentario de hoy estos versículos iniciales del primer libro de la Biblia, a cuenta de la estéril y estúpida polémica suscitada por ese engendro de la radio-televisión pública canaria (TVC) al publicitar un programa de debate sobre si a la isla donde habitan (a 1 de enero de 2008, según datos oficiales del Instituto Canario de Estadística) 829.597 personas, llamada Gran Canaria, se le debe quitar el "Gran" y dejarla con el "Canaria" a secas.
La ocurrencia no es original de la radio-televisión pública canaria, incapaz de pensar nada por sí misma si no se lo dictan desde la presidencia del gobierno canario, y ni aun así salen del encefalograma plano, sino del dueño y editor del periódico santacrucero "El Día", don José Rodríguez, pertinaz defensor y adalid del franquismo al que aduló con servilismo abyecto al servicio de los intereses de lo más reaccionario de la burguesía tinerfeña, y ahora re-convertido al radicalismo independentista y anti-grancanario.
Las cosas no existen antes de ser nombradas. Es metafísicamente imposible que algo exista si no tiene nombre. ¿Quién le puso a Gran Canaria su nombre? Los historiadores sólo constatan al respecto que a lo largo de su existencia (es decir, desde que tiene nombre) la isla donde viven esas 829.597 ha sido llamada "Canari" por sus pobladores aborígenes y "Canaria" o "Gran Canaria", indistintamente, desde su entrada en la Historia.
Un artículo del periódico "La Provincia-Diario de Las Palmas" de hoy, jueves, escrito por el profesor de historia de la Universidad tinerfeña de La Laguna, don Francisco Fajardo, y que reproduzco más adelante, aporta interesantes datos e información histórica al respecto, y concluye con una verdad de Perogrullo: Que los nombres los pone la Historia; nada más que eso, pero nada menos también.
No me preocupa en exceso si esta estéril y absurda polémica sobre el nombre de la isla en la que vivo es producto del recurrente pleito insular (que no es tal, pues no es entre islas -Gran Canaria y Tenerife-, sino entre las más rancias y casposas burguesías capitalinas de Las Palmas y Santa Cruz), del latente y manifiesto complejo de inferioridad de don José Rodríguez, o de alguna deficiencia hormonal del susodicho, pero en todo caso, quiero pensar que si hay que cambiarle el nombre a Gran Canaria, nos deje a nosotros, los 829.597 grancanarios censados, que lo decidamos por nuestra propia voluntad. Les aseguro que yo jamás pondría inconveniente alguno en que a esa hermosísima ciudad que es Santa Cruz de Tenerife y a su aún más hermosa isla, le pusiesen los nombres respectivos de Ciudad Rodríguez e Isla de Rodríguez, si esa fuere la voluntad de los santacruceros y tinerfeños. Espero que no, porque no creo que don José se merezca ese honor, pero allá ellos. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"Canaria o Gran Canaria: Notas acerca de un debate", por Francisco Fajardo
La Provincia-Diario de Las Palmas, 14/05/09
Desde hace un cierto tiempo, el periódico 'El Día' viene sosteniendo que al nombre de la isla de Gran Canaria debe retirársele el 'Gran'. La cuestión fue planteada hace unos días en un programa de la Televisión Canaria. Con poco ánimo polémico, debo decir, quiero aportar aquí algunos datos, citas y consideraciones al respecto, por si pudieran servir al alguien para hacerse una composición de lugar, reafirmar su postura con más fundamento o cambiarla, en un sentido o en otro
El nombre primero de la isla es el de Canaria. Fuera de procedencia aborigen o se tratara de una denominación aplicada desde afuera, Canaria fue el nombre que desde la Historia Natural de Plinio el Viejo (s. I) se dio a la isla que hoy llamamos Gran Canaria. La tesis más plausible es la de que la palabra venga del nombre de la tribu del Atlas Canaria (los "Canarii" de los textos romanos). El término Tamarán, que aún algunos piensan que alguna vez fue el nombre de la isla, lo inventó Ossuna y Saviñón a mediados del siglo XIX. En su Resumen de la Geografía (…) y de la historia (...) de las Islas Canarias, escribió que los naturales dijeron a los normandos de Juan de Béthencourt que su isla "se llamaba Tamerán, que quiere decir país de los valientes". La afirmación, aceptada por varios estudiosos del pasado isleño, fue después difundida a través de Millares Torres, especialmente. Pero se trataba de una más de las fabulaciones de Ossuna, como lo fueron otras fraudulentas aseveraciones suyas contenidas en la misma obra.
Del nombre de la isla se deriva el del Archipiélago. Ya a principios del siglo IV d. C. Arnobio de Sicca designó al conjunto de las islas como Canarias Insulas, en lo que parece una extensión del nombre de Canaria a todo el Archipiélago. En el siglo XIV, al reanudarse e intensificarse los contactos de los europeos con el Archipiélago, éste viene referido, en los textos y en la cartografía, como "islas de Canaria". Así, desde luego, se entendía más adelante: Abreu Galindo escribió que "desde que hay noticia de estas islas (…) siempre ha tenido y conservado esta isla el nombre de Canaria, que jamás lo ha perdido, y las otras comarcanas por ella se llaman las Canarias". Las razones que llevaron a extender al conjunto insular el nombre de una de las islas quizás no fuesen las mismas en el siglo IV que un milenio más tarde, pero podríamos suponer que a Canaria se la distinguiera por su posición central (junto con Tenerife), su población (en el relato del viaje de Nicocoloso da Recco, de 1341, se afirma que era la más poblada) o quizás su riqueza (mayor nivel de la cultura material de sus habitantes), y por todo ello debió de ser la más conocida. De Gran Canaria se dice en Le Canarien (versión B, o de Béthencourt) que "es la más célebre de todas estas islas". Durante la decimocuarta centuria, en efecto, se dirigieron a ella mayoritariamente las expediciones mallorquinas, y en relación con éstas tiene lugar el establecimiento de misiones evangelizadoras y del obispado de Telde (en 1351, el Papa ordenó el envío de misioneros a "Canaria y las otras islas adyacentes a ella").
El nombre de Canaria es anterior a la conquista. Es un absurdo decir o escribir que en la denominación Gran Canaria tengan o tuvieran alguna parte los habitantes de esa isla, actuales o del pasado, pues aquélla es anterior no sólo a su conquista a finales del siglo XV, sino anterior también a los inicios de la conquista normanda a principios de esa centuria: en la Crónica de Enrique III, de 1393, se la nombra ya como Canaria la grande. No fue, pues, Juan de Béthencourt el creador del calificativo de "Grande" -en eso se equivocaron Abréu Galindo y cuantos lo siguieron-; como en realidad sucedió con las demás islas: Le Canarien las designa con nombres que ya existían y circulaban en distintos textos y mapas. Por supuesto, no tiene ningún fundamento relacionar con Juana la Loca la denominación de "Gran", como han hecho algún editorial periodístico y algún contertulio de programa de televisión, quizás confundidos porque fue esa reina la que concedió a Las Palmas el título de ciudad; pues, como hemos repetido, aquella designación era muy anterior.
Sin duda, la denominación de Gran Canaria era un modo de diferenciar a esa isla del resto de las Islas que también eran Canarias. Aunque pudiera no haber una exacta noción de sus respectivas superficies, no parece que tal nombre respondiera a la idea de que fuese la más extensa. El veneciano Ca'da Mosto escribía (1455-1457) que entre "las islas de Canaria" la mayor era Tenerife. Es cierto que el cronista portugués Eanes Da Zurara (1448) dice que "Gran Canaria (…) es la mayor de todas las islas", pero después de él no volvemos a encontrar tal afirmación, excepto en un texto que lo copia. Posiblemente lo creían así por el título de Gran que tenía (y no que se le hubiese dado éste porque se la considerara la mayor). En las crónicas del momento de la conquista realenga las cosas están claras: Alonso de Palencia, muy bien informado, como comisario que fue de la conquista de Gran Canaria, decía de ella que era "su nombre el más divulgado de entre todas las demás islas Afortunadas; aunque en extensión sea mucho menor que" [Tenerife]. Por supuesto, los historiadores posteriores que describieron las Islas sabían bien esto: "Entre las siete islas que comúnmente llaman de Canaria (que de la una de ellas llamada así se denominan), la mayor, más rica, abundosa y fértil es Tenerife", escribía Alonso de Espinosa.
¿Por qué entonces el calificativo de "Grande"? En primer lugar, pensamos, se heredó la denominación procedente del siglo XIV, reforzada quizás entonces por ser Canaria la sede del obispado de Telde. El Papa decidió en 1435 el traslado del obispado desde Rubicón a Gran Canaria (Canaria Magna, la llama el texto pontificio). Por entonces, en las bulas papales se usaban expresiones semejantes: Grandis Canariae (Martín V, 1420), Magne Canarie (Eugenio IV, 1434). Gran Canaria se eligió como sede episcopal por ser más rica y segura (se aducía la escasa población y la indefensión de Lanzarote); y ello casi medio siglo antes de que aquella isla fuese efectivamente conquistada y el obispado se trasladase (1483). Después, su carácter de primera isla de realengo en ser conquistada y el hecho de que albergase la sede episcopal y otras instituciones consagraron su condición de "cabeza" del Archipiélago.
La isla aparece desde finales de la Edad Media como cabeza de las demás. El ingeniero militar Lope de Mendoza y Salazar, probablemente natural de Tenerife, escribía a mediados del siglo XVII: "Es cabesa Canaria de esta provincia por asistir en ella la Audiencia real por mandado de su magestad, el tribunal de la Santa Inquisición, el Obispo y la Santa Cruzada". Viera y Clavijo, que el nombre de Gran le venía, entre otras razones, por "la dignidad de capital". Sin que pueda hablarse de una capitalidad administrativa como la entenderíamos hoy, pues cada isla tenía su propio Cabildo o Concejo y su propio Gobernador (o Corregidor, según la época), albergar las citadas instituciones daba a Gran Canaria una innegable centralidad: "verdadero centro estratégico del realengo canario", según Roldán Verdejo. Cuando se instituyó el cargo de Capitán General en 1589, se le indicó que "la isla de la Gran Canaria (…) ha de ser vuestra principal residencia". Los Capitanes Generales se establecieron en Tenerife desde mediados del siglo XVII, pero no se dejó de señalar (como, por sus particulares razones, lo hizo el Intendente Ceballos en 1720, en petición dirigida al Rey), que debían volver a Las Palmas, ya que eran presidentes de la Real Audiencia. El jesuita granadino Mathías Sánchez, que vivió en las islas entre 1729 y 1736, decía que La Laguna sería sin duda la mejor población del Archipiélago, "a tener los Maiorazgos de la Orotava, y los Tribunales de la Gran Canaria".
La crónica Ovetense se intitulaba "Libro de la conquista de la ysla de gran Canaria y de las demas Yslas della". La circunstancia de que Canaria hubiese dado nombre al resto de las islas y fuese el asiento de las instituciones que tenían jurisdicción sobre todo el Archipiélago fue el fundamento para que cronistas e historiadores dieran a sus obras el título de Historias de las Islas de Canaria (Marín de Cubas, Pérez del Cristo, Pedro Agustín del Castillo, Viera y Clavijo), o de la Gran Canaria (Viana, Abreu Galindo, Núñez de la Peña). Esa dependencia, jurisdiccional y en cuanto a la denominación, no significaba superioridad material. Núñez de la Peña, exaltando la prosperidad de su isla, escribía: "Es la isla de Thenerife, la mayor, y mas poblada de las de Canaria, y mas rica […]. Està esta isla en medio de todas, como madre; y si Canaria lo es en el nombre, esta de Thenerife lo es en las obras". Pero no se quiera ver "pleito insular" antes de tiempo.
Los nombres de Canaria y de Gran Canaria se usaban indistintamente. Que se empleara la expresión Gran Canaria no significa que se hubiese abandonado el nombre primitivo de Canaria, sino que uno y otro alternaban, incluso en un mismo texto. Los dos nombres, Canaria y Gran Canaria, aparecen en todas las versiones de las crónicas isleñas de su conquista, así como en los cronistas peninsulares y en los historiadores. Colón, en su Diario, al describir todo el episodio de cómo han de llevar La Pinta a tierra, para reparar su timón, escribe unas veces Gran Canaria y otras Canaria. En el Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico de España de Pascual Madoz (1848-1850), en la voz Gran Canaria se dice que es una de las siete islas, remite a "Canaria (Gran)", y emplea a lo largo del texto fundamentalmente el nombre de Gran Canaria, particularmente al tratar de los topónimos correspondientes a esta isla.
En el uso de una u otra denominación no había ninguna diferencia que respondiera a cuál fuese la isla desde la que se hablara o escribiera: en 1515, justificando el Cabildo de Tenerife la solicitud del título de ciudad para La Laguna, aduce que es "mayor pueblo mucho que la ciudad real de Las Palmas en Gran Canaria"; en un contexto ya de pleito insular, José Murphy se dirige tanto a la Junta Suprema de Sevilla como a la de Canarias escribiendo Gran Canaria cuando se refiere a ella.
La denominación Canaria era más popular y cotidiana, y la de Gran Canaria más oficial. Se ha escrito que el Gran no es "legal", pero sucede justamente lo contrario: Gran Canaria es expresión más oficial o solemne, y así aparece habitualmente en disposiciones normativas, edictos, nombramientos o proclamas: cartas episcopales, concesión del Fuero a la Isla; creación de la Real Audiencia; nombramiento del primer Capitán General; o en la mayoría de las cartas, órdenes o incitativas dirigidas a sus gobernadores. Por no hablar, naturalmente, de los textos legales contemporáneos. Pero también encontramos que en aquéllos documentos oficiales del pasado se decía Canaria; como sucedía (el uso de una u otra fórmula) en los protocolos notariales. Hay que tener en cuenta en cualquier caso que con la voz Canaria se estaba haciendo referencia, muchas veces, a la ciudad de Las Palmas, también designada de esa manera.
Probablemente el término Canaria fuera más frecuente en textos privados, en la conversación diaria o en declaraciones personales, como cuando alguien decía que era de esa isla, o que se dirigía a ella. Ejemplos tomados de una obra del profesor Anaya: entre los cautivos canarios que en Berbería daban su filiación, ante el escribano de la redención, la mayoría de los de la isla decían que eran de Canaria; otros, que de Gran Canaria; uno, "de las Canarias, de la grande"; y en otro caso (de 1646) que "de la isla de Canaria cabeza de todas las siete islas".
También en la cartografía antigua aparecen indistintamente Canaria y Gran Canaria. En contra de lo que se ha afirmado -incluso con repercusiones políticas y manifestaciones de alguna autoridad-, la isla en cuestión era designada antes del siglo XX de los dos modos. Sirva de muestra, casualmente equitativa, la de los mapas exhibidos en la Exposición "Las Islas Canarias y de Cabo Verde en la Cartografía. Siglos XVI-XIX", celebrada en el antiguo Convento de Santo Domingo de La Laguna en junio-julio de 2008. Consultando su Catálogo advierto que aparecen con el nombre de Canaria los mapas de 11 cartógrafos, y con el de Gran Canaria otros 11 (Hondius, Bertius, Claesz, Goos, Keulen, De Witt, Pierre Du Val d'Abbeville, Halley, Jefferys, Baldwin and Cradock, y Thomson). Varela Ulloa pone en su mapa Canaria, pero en el texto de su Derrotero… escribe Isla de Gran Canaria (y también Canaria); Nicolás Sanson d'Abbeville, Isle Canarie ou Grande Canarie; tres más fueron para mí ilegibles, incluso con lupa: los mapas de Borda, Tofiño y Tallis. No soy un buen conocedor de la cartografía histórica del Archipiélago, pero podría añadir una docena más de mapas en los que la isla aparece nombrada como Gran Canaria, desde el más antiguo conocido, el de 1460 de la Biblioteca Ambrosiana de Milán (según Tous Melián). Naturalmente, sería posible citar otros tantos, o más -no lo sé-, en los que figure con el nombre de Canaria; lo que no hace sino poner de relieve lo inútil que resulta citar textos, grabados o mapas en los que aparezca una u otra denominación, pues, como venimos repitiendo, ambas coexistían.
Con el tiempo, sobre todo en el siglo XX, se ha impuesto Gran Canaria. Hoy los textos oficiales, la literatura científica, la cartografía, la prensa, la información turística, la documentación mercantil y, lo que es más importante, la gente, la llaman unánimemente Gran Canaria. Ello a mí no me produce ningún tipo de complacencia, ni lo contrario: sólo lo constato. En mi infancia aún se decía Canaria (bien cierto es que ya sonaba antiguo, o más propio de ambientes populares o menos cultos), y canarios a sus habitantes (canarión era una voz inexistente). Los que no empleaban la expresión Canaria a menudo decían (o decíamos) Las Palmas para referirse a la isla y no sólo a su ciudad capital. En mi particular, y discutible, opinión, lo que finalmente ha ocurrido ha sido un triunfo de lo "oficial" y de los mass media; pero así ha sucedido con tantos vocablos y expresiones.
Desde la idea de que ninguna isla sea superior a otra, sin pretender reivindicar nada (ni del pasado, ni del presente), sin ninguna parcialidad -si se me quiere creer-, pienso que Gran Canaria no es más que un nombre que la Historia nos ha dejado. Pero nada menos que eso, también.
(Entrada núm. 1147) .../...
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