Una de las cosas con las que más disfruto cuando estoy de viaje es con la lectura de las placas conmemorativas que adornan ciudades, pueblos y lugares; unas veces celebrando que en tal o cual calle o edificio vivió, nació o murió un célebre personaje; en otras, que en aquel lugar ocurrió un hecho memorable digno de recuerdo. Así, a bote pronto, recuerdo algunas de ellas que me impresionaron vívamente. Por ejemplo, la que bajo el Pont Neuf de París, recuerda que en aquel lugar fue quemado vivo el último gran maestre de la Orden del Temple; o la otra en Madrid, en la plaza de Oriente, en la fachada del Palacio Real, conmemorando que en aquel lugar tuvo inicio el levantamiento popular de los españoles contra Napoleón; o esa otra en los aledaños de la Vía Apia romana, en el lugar en que fueron fusilados por los nazis, en las denominadas Fosas Ardentinas, varios centenares de presos italianos en las postrimerías de la II Guerra Mundial; y por terminar con el relato de efémerides varias, una pequeña plaquita en el muelle del pueblo de Sardina, en la costa norte de Gran Canaria, en la que se rememora que en aquel lugar hizo aguada Cristóbal Colón camino del Nuevo Mundo. También recuerdo con ilusión cuando descubrí casualmente en Madrid la casa donde vivió Miguel de Cervantes, en la calle que lleva ahora su nombre; o la primera vez que visité la casa natal del escritor Benito Pérez Galdós en la calle Cano, de Las Palmas de Gran Canaria... Pero basta de recuerdos.
Alhaurín el Grande (1) es una hermosa ciudad andaluza de la provincia de Málaga, de unos 23.000 habitantes, situada en la vertiente norte de la Sierra de Mijas y en el valle del río Guadalhorce, a unos 30 km. de la capital provincial. Yo nací en ella hace 63 años, un poco por accidente, como casi todos los hijos de militares. Mi padre había sido destinado allí tras su ascenso a teniente de la guardia civil, después de haber permanecido con mi madre y mis hermanos mayores durante cinco años en la isla de El Hierro, la más occidental de las islas Canarias. Y allí, en Alhaurín el Grande, estuve hasta los dos años en que de nuevo toda la familia salió hacia Asturias con motivo del ascenso paterno a capitán y el nuevo destino en la capital del Principado. Sólo volví por mi ciudad natal en 1967, durante un día, camino de Canarias, de vuelta de mi viaje de novios por la Península. Desde entonces he estado en la provincia de Málaga en dos ocasiones, pero no he vuelto nunca más a Alhaurín, así que no creo que nadie en ella me recuerde ni que hayan colocado ninguna placa conmemorativa celebrando mi natalicio. Tampoco creo que tenga ninguna placa en ella, -aunque sí lo recordarán-, otro hijo de Alhaurín, trístemente célebre: el ex teniente coronel de la guardia civil Antonio Tejero, protagonista del golpe de estado del 20 de febrero de 1981, en el que asaltó con otros guardias civiles el Palacio del Congreso de los Diputados en Madrid. E ignoro si la tienen dos actuales vecinos ilustres de la ciudad: el actor de origen belga Jean-Claude Van Damme, y el afamado escritor español Antonio Gala.
Quién sí estoy seguro que debe tenerla, sin duda, es el más célebre de los hijos y vecinos de la ciudad, el escritor británico Gerald Brenan (2), don Geraldo para sus paisanos, que vivió y murió en Alhaurín el Grande durante muchísimos años, y cuyas cenizas descansan para siempre en tierra malagueña. No recuerdo cuando fue la primera vez que oí o leí hablar de Gerald Brenan. Supongo que fue con motivo de alguna de mis lecturas académicas referidas a él, entre otras "El laberinto español", o "Historia de la literatura española". Hace unos años tuve una excelente relación de amistad con un compañero de trabajo, Julio Martínez, granadino, que había sido -y era en aquel momento- amigo personal de Gerald Brenan. Él fue el que me regaló el único de los libros que he leído de Brenan, su famosísimo "Al sur de Granada" (Siglo XXI, Madrid, 1984), con una preciosa dedicatoria en la que relacionaba el Roque Nublo grancanario con el Veleta granadino y expresaba su esperanza de que algún día pudiéramos contemplar juntos el sur y el alma de Granada. Esperanza que no se ha realizado.
Todo lo anterior me ha venido a la mente tras leer hace unos días el precioso artículo que Carlos Pranger ("Brenan, memoria personal de España". El País, 23/05/09), custodio del "Legado Español de Gerald Brenan", e hijo del que fuera secretario personal del escritor británico publicó hace unos días. Miembro del denominado "Círculo de Blomsbury", al que perteneció también la escritora Virginia Woolf, de la que fue amigo íntimo, Brenan llegó a España en 1919, con una excelente formación académica, buscando paz y tiempo para profundizar en sus lecturas, y quedó prendado por los paisajes y las gentes de la Alpujarra granadina. Y aunque viajero incansable y aventurero, allí quedó enganchado a los españoles para siempre. En su artículo, Carlos Pranger dice que España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español; que ni siquiera se nacionalizó y que siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social media-alta. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito, y supo congeniar con los españoles, que lo vieron como uno de los suyos. Espero que disfruten de su lectura, que reproduzco más adelante.
Las imágenes expuestas corresponden a un retrato pictórico de Geral Brenan y a una vista panorámica de Alhaurín el Grande. Sean felices. Tamaragua, amigos. (HArendt)
"BRENAN, MEMORIA PERSONAL DE ESPAÑA", por Carlos Pranger
(El País, 23/05/09)
Conversador nato y escritor curioso, el hispanista británico Gerald Brenan supo congeniar con los españoles, que acabaron viéndolo como uno de los suyos. Ahora se publican algunas de sus obras inéditas
Con la aparición de El señor del castillo -la primera de una serie de obras inéditas que publicará la editorial Alfama-, el hispanista Gerald Brenan vuelve a estar de actualidad. Pasados ya 22 años desde su muerte, cabe preguntarse por la vigencia de su obra y sobre la relación que mantuvo con España, lugar donde se forjó como escritor.
A Gerald Brenan puede considerársele como uno de los grandes exponentes de un género literario popularizado por los escritores románticos: especular sobre un país ajeno. Al escritor foráneo se le otorga un punto de vista más válido y objetivo, puesto que se asume que no está involucrado emocionalmente con el país sobre el que escribe. España ha sido uno de los epicentros inspiradores de esta corriente literaria. Los dos grandes ejemplos procedentes del Reino Unido son Richard Ford y George Borrow, y de Estados Unidos, Ernest Hemingway. Todos son interesantes, pero fueron meros observadores, presenciaron los acontecimientos desde la barrera. Por el contrario, Brenan no se limitó a la mera observación, su acercamiento fue más arriesgado e intuitivo, y a juzgar por el respeto que se ganó entre los españoles, no del todo equivocado. Sin embargo, esa relación tan especial con España comenzó años antes de pisar suelo español. "Cualquiera que se plantee como modo de vida el ideal de 'todo o nada', está siguiendo, sea o no consciente de ello, un camino que discurre paralelo al trazado por los santos". Estas palabras escritas por Gerald Brenan con apenas 18 años están recogidas en el primer volumen de su autobiografía, Una vida propia. Embebido por sus lecturas obsesivas de Teresa de Jesús y Juan de la Cruz, Brenan se había creado la imagen de un país, España, dentro de sí mismo, mucho antes de visitarlo. Llegó a España después de la Primera Guerra Mundial, a finales de 1919. Era un lugar barato y con buen clima, el lugar idóneo para mejorar su formación intelectual, para empaparse de conocimiento por medio de la lectura. Su intención era continuar viaje hacia el Oriente. Se instaló en Yegen, un pueblo de la Alpujarra granadina que describe en Al sur de Granada. En una entrevista recogida en la revista Litoral (1985), Brenan le describe a Eduardo Castro lo que significó esta experiencia: "Vine a Andalucía como se va a una universidad, pero sin clases ni profesores ni más compañeros que mis propios libros. Por supuesto, no podía imaginarme que terminaría quedándome aquí para casi toda mi vida". Encontrar a un escritor, como Brenan, que escriba con tanta profundidad sobre un país ajeno, y que aglutine temas tan diversos como su historia, su literatura y sus gentes, no es frecuente. Llegaría como autor, pero también como persona, a identificarse con un país extraño y diferente por completo al suyo. Su infancia y los años de escuela, unidos a las difíciles relaciones con su padre, hicieron a Brenan retirarse en sí mismo. Ansiaba escribir, pero le daba miedo exponerse, mostrarse. Fue en España donde Brenan dio rienda suelta a su talento literario. Sintiéndose seguro en la distancia, comenzó a escribir de verdad, sin cortapisas. Este proceso latente se inició en Yegen y eclosionó con el estallido de la Guerra Civil española; su reacción ante el horror fue un trabajo de cinco años, El laberinto español, aclamado por igual por crítica y público. Había nacido el gran escritor. No es casualidad que sus mejores escritos tengan por tema a España y los españoles. Leer a Brenan es un recorrido preciso por la historia reciente de nuestro país. Observó de primera mano el tránsito de España pobre y rural de los años veinte, pasando por los años oscuros de la dictadura de Franco, hasta la aparición de los aires de esperanza que trajo la democracia. Hombre de vida azarosa, y mejor escritor, es autor de obras capitales en el conocimiento de la literatura, la historia o la etnografía de España como son Historia de la literatura del pueblo español, La copla popular española, La faz de España, El laberinto español o Al sur de Granada; junto con biografías como San Juan de la Cruz, o sendos volúmenes autobiográficos como Una vida propia y Memoria personal. La relación personal de Brenan con España es comparable con la del biógrafo con el biografiado. El biógrafo termina dejando su impronta sobre la persona de la que escribe. España y su complejidad es el reflejo de la propia complejidad de Brenan. "Dentro de cada español descansa un derviche confuso, un genio de inmenso poder aprisionado en una botella, lo que García Lorca llama un duende, al que le encantaría liberar si fuera posible", escribe Brenan en su introducción a La copla popular española. Las intuiciones y observaciones de Brenan sobre España y los españoles, como pueden ser el orgullo, la impaciencia, el optimismo exagerado, la cólera ante la frustración etcétera, no tienen todas que ser correctas, son de un origen muy profundo, y muy próximo al propio Brenan persona. Es verdad que ciertas opiniones y algunas de las descripciones que aparecen en sus libros pueden circunscribirse a una tradición romántica. Además, el propio Brenan siempre se consideró un romántico y fue lector acérrimo de los libros de Borrow y Ford, llenos de campesinos, bandoleros, paisajes pintorescos, gitanos, flamenco etcétera. Pero no siempre una cierta visión romántica tiene que ser desacertada. Es más, hace que el escritor se involucre emocionalmente y haga el tema suyo. Por otra parte, Brenan nunca se cortó a la hora de criticar a los españoles. "España es pródiga en hombres que creen ellos solos ser capaces de alumbrar el manantial puro de las tradiciones nacionales y proyectarlo hacia el futuro. Todos los que no estén de acuerdo con ellos son necesariamente perversos y, en consecuencia, han de ser aplastados", escribe Brenan en El laberinto español. Instintivamente descubrió que una parte de los españoles y él compartían una misma alma. "El alma española es un castillo fronterizo, adaptado para la defensa y para la ofensiva en territorio hostil: la soberbia, o el orgullo, sumados a una eterna suspicacia, son sus cualidades más inveteradas, junto a la desconfianza de todo lo que no sean su destreza y sus propias armas. No obstante, lo que percibe la guarnición a todas horas es soledad", escribió Brenan. Por tanto, el tópico de la religión, el realismo extremo de su literatura, la fuerza tiránica de los sentidos, según Brenan, forzaban a la aridez de imaginación, a la preocupación obsesiva por el dolor y la muerte; pero, por encima de todo, abocaba al orgullo desmedido que implicaba que nada estaba a la altura. "Así son los españoles en todas partes. Son hombres sin conflictos. Creen que siempre tienen razón, hagan lo que hagan, y esta convicción los dota de mayor vitalidad", escribe Brenan en La faz de España. Gerald Brenan era un conversador nato y un escritor de una curiosidad inusitada. Esas cualidades, que terminaron de explotar en España, forjaron un escritor de estilo vivaz y preciso, cuyos textos están regados de feraces generalizaciones que espolean la imaginación del lector. "Para la mente española supone un placer ascético el ver las cosas llevadas a sus últimas consecuencias", de modo tal que "la meta del hombre está más allá de la razón, en el desconcierto de la razón". España, la suya, la del "todo o nada", era un país que le fascinaba, aunque nunca fue ni se sintió español, ni siquiera se nacionalizó y siguió siendo muy inglés y perteneciente a su clase social. Pero, al final, con su estilo personal y entrañable, mezcla de inteligencia y sensibilidad, cautivó al pueblo sobre el que tanto y tan bien había escrito. Supo congeniar con los españoles, que lo veían como uno de los suyos. Como bien dice su lápida, que se encuentra en el Cementerio Inglés de Málaga: "Gerald Brenan. Escritor inglés. Amigo de España".
Entrada núm. 1154 (.../...)
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