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sábado, 1 de febrero de 2020

[A VUELAPLUMA] Piedras sobre Auschwitz




Entrada al campo de exterminio de Auschwitz


Fui a ver La lista de Schindler tan pronto como la estrenaron, en marzo de 1994 -comenta la escritora Isabel Gómez Melenchón en el A vuelapluma de hoy-. Lo recuerdo perfectamente, por la dureza extrema de la película, por el amigo, padre reciente, que no pudo contener las lágrimas al ver a la niña del abrigo rojo caminando sola en el gueto de Cracovia, por mis propias lágrimas. Al acabar, en el momento en que un grupo de descendientes de los judíos salvados por el industrial alemán se acercan a la tumba de este, en Jerusalén, para depositar unas piedras en señal de respeto, alguien gritó bastante alto: “Ya están justificando lo de Israel, con lo que están haciendo ellos”.

No podía creerlo, habían bastado apenas unos minutos para que algunas personas del público olvidaran lo que acababan de ver y convirtieran a las víctimas en presuntos verdugos, apenas unos segundos para que la empatía por un sufrimiento tan inconcebible desapareciera. Apenas un instante para que se mezclara todo y se intentara diluir la tragedia: si ellos están haciendo ahora “lo mismo”, no merecen nuestro respeto, ni mucho menos nuestro reconocimiento. Tal vez ni siquiera ser tratados con justicia. Siempre que se habla del Holocausto se repite una frase: “Nunca más”. Después de aquella escena en el cine, ya no estoy tan segura de nada.

Años después, otro amigo, escritor, viajó a Polonia para una investigación para un libro y visitó Auschwitz. Me contó a la vuelta que les habían insultado y tirado piedras varias personas cuando se acercaban a aquel infame “El trabajo te hace libre”; mi amigo, pese al tiempo transcurrido, aún se estremece al pensar en aquel incidente. Sí, el antisemitismo sigue bien enraizado. Leo en internet que algunos visitantes han sido detenidos en los últimos años por llevarse ladrillos del campo de concentración. Como recuerdo. 75 años después, los judíos, el genocidio, vuelven a ser considerados una cosa .

En el Call de Barcelona turistas y también locales buscan entre las piedras los vestigios de una presencia que hace siglos que desapareció. Allí paseé con Amos Oz, el gran escritor israelí, hace ya más de una década; allí me contaba que sus padres llegaron a Palestina, entonces bajo mandato británico, huyendo de los pogromos en el este de Europa y como último recurso, después de que sus solicitudes de inmigración fueran rechazadas por norteamericanos, británicos, escandinavos... y por los propios alemanes, sólo dos años antes de la llegada al poder de los nazis. Si los hubieran aceptado los alemanes, me decía, yo no estaría ahora aquí. Ojalá hubiera estado allí el hombre del cine para escucharlo".

A vuelapluma es una locución adverbial que el Diccionario de la lengua española define como texto escrito "muy deprisa, a merced de la inspiración, sin detenerse a meditar, sin vacilación ni esfuerzo". No es del todo cierto, al menos en mi caso, y quiero suponer que tampoco en el de los autores cuyos textos subo al blog. Espero que los sigan disfrutando, como yo, por mucho tiempo. 






La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 11 de junio de 2019

[A VUELAPLUMA] Los olvidados





Hay gente que nace ya olvidada y se hace sitio en el mundo consciente de que nunca será avistado, escribe en El Mundo el poeta y periodista español Antonio Lucas.

Existe un género humano, comienza diciendo Lucas, que son los olvidados. No exactamente invisibles, sino traspapelados en la memoria. Ni siquiera fantasmas, sencillamente inquilinos del vacío. En literatura, en arte, en cine, en teatro, en periódicos, en política, en las cartas vendidas a saldo, en los rastros, en cualquiera de nosotros. Los olvidados son aquellos cuya falda o pantalón ya no casan con la vida, con la moda, con el consumo, con el capricho. A veces rescatamos alguno y suben al peldaño de los recobrados, que suele ser la antesala de otro nuevo olvido. Vivir consiste en ir borrando huellas.

Si uno hace cuentas, puede llenar el día con más olvidados que presentes. Cabe más gente por detrás del tiempo que en tu hora de vivir. Y quizá alguno de ellos -muchas más ellas- colaboró para ser lo que eres, o al menos ayudaron a completarte. Seres a los que prometiste lealtad, recuerdo, presencia en tus quehaceres. Es muy salvaje olvidar. Es quizá lo más terrible. Pues todo olvido es ya condena. Y esto no tiene que ver con la nostalgia, sino con uno mismo, con el ciego camino hacia el acantilado. Los días suceden atronados de voces (y ecos) de damas o caballeros invasivos, solubles, a veces bobos, vacíos, sosos, que se cuelan en tus cosas espectacularmente. Son mayoría. Y en política, un récord. En cualquier momento arman el espectáculo hueco, un mejunje de lata de a euro como la que come el gato. Y a eso le decimos política. Y lo respetamos. Y marca las conversaciones. Como si su decir fuese algo.

Tanta falta de peso intelectual parece un sabotaje, ayudado por variables sociológicas que obligan a habitar en el centro de la pista de un circo aunque no quieras, viviendo como un trapecista al que le tiemblan las manos. Estamos condenados a prestar atención a una actualidad explosiva. El odio y el miedo son los nuevos fundamentos del sistema. Pero no conviene asustarse. El tedio se aplaca algunas tardes sentado en una terraza con un par de amigos. O echando mano a ese libro que un olvidado dejó escrito y en el que una vez fuiste dichoso. Recobrar algo es vivirlo dos veces.

Hay gente que nace ya olvidada y se hace sitio en el mundo consciente de que nunca será avistado. Pienso en el joven Lautréamont, al que años después de muerto lo rescataron como sombra maldita. El mundo está saturado de gente que habla sin parar, lo cual es más relajado que pensar. Pero sólo algunos olvidados, si haces memoria, dicen a su modo una verdad.



Parque del Retiro, Madrid


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt




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