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jueves, 25 de agosto de 2016

[A vuelapluma] De nuevo los nacionalismos y las exclusiones ...





Hay una frase muy utilizada en política que cada vez que la oigo me deja bastante descolocado. Y es la de: "No comparto sus ideas, pero las respeto". ¿De dónde ha salido eso de que haya que respetar las ideas que no se comparten? De la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, desde luego; y de la Constitución española, tampoco. En ambas está, y comparto su criterio, el inalienable derecho de las personas a expresar libremente su opiniones y sus ideas sin ser perseguido, sancionado o molestado por ellas. Pero eso es una cosa, y el que tengan que respetarse sus opiniones e ideas es otra cosa, muy distinta. Porque, a ver si lo aclaramos de una vez por todas: lo que merece respeto, siempre, es la persona; sus ideas y opiniones, no necesariamente.

Nuestro inmortal Miguel de Unamuno, en su Vida de don Quijote y Sancho (Espasa-Calpe, Madrid, 1981) dice sobre los que se niegan a entrar en batallas dialécticas (pág. 105): "¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Croan a coro todas las ranas y los renacuajos todos de nuestro charco. ¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Sí, sea, paz, pero sobre el triunfo de la sinceridad, sobre la derrota de la mentira. Paz, pero no una paz de compromiso, no un miserable convenio como el que negocian los políticos, sino paz de comprensión. [...] ¡Raza de víboras la de esos que piden paz! Piden paz para poder morder y roer y emponzoñar más a sus anchas".

Acabo de leer hace unos momentos una noticia en El País que hacía referencia al abandono de una mesa redonda de la Universidad Catalana de Verano, que se ha celebrado estos días en Prada de Conflent (Francia) en defensa de la idea de que una Cataluña independiente debería relegar la lengua castellana en el sistema educativo y los medios de educación y en ningún caso convertirla en oficial. La beligerancia de estas posiciones fue tan grande que molestó incluso a los diputados Gabriel Rufián (ERC) y Eduardo Reyes (JxSí), que según el diario digital "El Nacional" abandonaron la sala. 

No entro en valoraciones ni enjuicio el hecho en sí. Como saben los lectores asiduos del blog no soy nacionalista. Más bien detesto el nacionalismo, de manera especial el identitario y excluyente, y mi patriotismo es constitucional y político, y en cierto modo, sentimental. El Diccionario de Política (Siglo XXI, Madrid, 1994), de Bobbio, Matteuci y Pasquino, dice en la entrada correspondiente a "nación" que esta es concebida normalmente como un grupo de hombres unidos por un vínculo natural, y por lo tanto eterno -o cuando menos existente "ab inmemorabili"-, y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. Las dificultades comienzan, añade, cuando se trata de definir la naturaleza de este vínculo o incluso solamente especificar los criterios que permitan delimitar las varias individualidades nacionales, independientemente del vínculo que lo determina.

En ese sentido, no tengo ningún problema en reconocer la existencia de una nación canaria, castellano-manchega, catalana, gallega, madrileña, murciana, vasca, etcétera, etcétera, que cito por orden alfabético para evitar susceptibilidades, pero también española y europea. Y desde luego me parece correcto definir a España y Europa como naciones de naciones.

Los dos últimos párrafos de la entrada "nación" (óp. cit.) llevan el subtítulo de "La superación de las naciones", y dicen que si la nación es la ideología del estado burocratizado centralizado, la superación de esta forma de organización del poder político implica la desmitificación de la idea de nación. La base práctica de esta desmitificación existe. Es un dato real que la actual evolución del modo de producir en la parte industrializada del mundo, después de haber llevado la dimensión "nacional" al ámbito de interdependencia entre las relaciones humanas, está ahora ampliándolas parcialmente más allá de las dimensiones de los actuales estados nacionales y hace aparecer con siempre más inmediata claridad la necesidad de organizar el poder político sobre espacios continentales y según los modelos federales.

Es entonces, continúa diciendo, previsible que la historia de los estados nacionales está llegando a término y que esté por iniciar una fase en la cual el mundo estará organizado en grandes espacios políticos federales. Pero si el federalismo significa el fin de las naciones en el sentido ahora definido, ello significa también el renacimiento o la revigorización de las nacionalidades espontáneas que el estado nacional sofoca o reduce a instrumentos ideológicos al servicio del poder político y, por tanto, el retorno de aquellos auténticos valores comunitarios de los que la ideología nacional se ha apropiado transformándolos en sentimientos gregarios.

Espero haber aclarado, si alguna duda había al respecto, por qué digo en la presentación del blog eso de que me declaro hijo de la Ilustración y de sus valores universales, socialdemócrata, federalista, ¡y monárquico, para más inri!, no solo por lealtad sino por convencimiento. Y, además, tan ciudadano palmense como grancanario, canario, español y europeo.

El profesor César Molinas, matemático y economista, escribió hace unos años (marzo, 2009) un provocador e interesante artículo titulado "España y la Historia (así, con mayúsculas)", que comenzaba con estas palabras: "España no es un Estado-nación, y nunca lo será. Lejos de ser un lastre, esto supone capacidad de adaptación, una gran ventaja para encarar los desafíos de la globalización y la posmodernidad." No podría decir que lo comparta plenamente, pero esta vez, y sin que sirva de precedente, no me importa decir que lo respeto.

En otro plano, mucho más académico, les invito a la lectura del artículo titulado "Las dos caras del nacionalismo", del catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Alcalá, Gabriel Tortellá, publicado en febrero de 2014 en Revista de Libros. 



Los diputados Gabriel Rufián y Eduardo Reyes



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





HArendt




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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

miércoles, 4 de noviembre de 2015

[Pensamiento] El Dios de cada uno




Dibujo de Eduardo Estrada para El País


No es lo mismo creencia que existencia. Se puede creer en algo o alguien inexistente, y también existir algo o alguien en quien no creemos. Yo no creo en un dios personal, inmutable, ni creador del universo; ni por supuesto en la vida eterna y la resurrección de los muertos. Tampoco me planteo la existencia o inexistencia de ese Dios, ni siento su necesidad, ni escucho esa atormentada voz de Blaise Pascal a la que alude el profesor Manuel Fraijó, catedrático emérito de la Facultad de Filosofía de la UNED, mi "alma mater", en un hermoso artículo del pasado domingo en El País, titulado "Avatares de la creencia en Dios"

Es posible, dice el profesor Fraijó, que en el secreto recinto personal de cada uno se escuche la atormentada voz de Pascal con su inolvidable cita "incomprensible que exista Dios e incomprensible que no exista"; la dialéctica entre el sí y el no, compañera asidua de la condición humana. En plena Ilustración europea, sigue diciendo, se prohibían en España los libros que intentasen demostrar la existencia de Dios; se los consideraba peligrosos. Y es que Dios era tan evidente que no necesitaba demostración alguna. Por aquellas fechas Dios era algo inmediato, asequible, presente, familiar. Era un dato más de la realidad, o incluso el gran dato. Europa y, por supuesto, España convivían sin mayores traumas con la fe en Dios, una fe heredada de las buenas gentes del pasado.

También parece obvio, añade, que en la actualidad Dios no encuentra fácil acomodo, al menos en la geografía occidental. Su muerte ha sido repetidamente anunciada. No parece posible, dice, ni lo pretende este artículo, retornar a los lejanos tiempos en los que la presencia de Dios era tan obvia que se contaba con él a la hora de canalizar los ríos. Occidente ha seguido, más bien, el itinerario de Feuerbach: “Dios fue mi primer pensamiento, el segundo la razón, y el tercero y último el hombre”. En el ámbito filosófico, la teología de ayer se llama hoy antropología. Y tampoco asistimos en la actualidad a contundentes proclamaciones de ateísmo. El ardor negativo de otros tiempos ha dado paso al desinterés actual. Muchos ateos de ayer prefieren llamarse hoy increyentes.

Y es que tal vez todos, creyentes e increyentes, añade, nos hemos dado cuenta de que "el problema de Dios tiene su origen en Dios", en su "invisibilidad", en el carácter misterioso de su revelación. Causan impresión, dice más adelante, algunas frases del papa Francisco: "Si una persona dice que ha encontrado a Dios con certeza total y ni le roza un margen de incertidumbre, algo no va bien". Desde luego no estamos ante un lenguaje muy pontificio, dice con ironía, pero sí hondamente humano, altamente teológico, y sensible a nuestro convulso siglo XXI.

No puede pues extrañar, sigue diciendo, que dos grandes maestros de la teología cristiana, Karl Rahner y Karl Barth, se mostrasen abiertos a una teología más propensa a la pregunta que a la respuesta. Preguntado en una ocasión el primero si de veras se consideraba creyente cristiano, respondió con aire taciturno: "Sí, pero no a tiempo completo", con lo que aludía al carácter débil, precario, de su fe y estaba traduciendo al lenguaje de nuestro tiempo el evangélico "creo, Señor, pero ven en ayuda de mi incredulidad". Rahner dejó escrito que lo de ser cristiano no es un "estado", sino una meta, un ideal. Propiamente no es correcto decir "soy cristiano", sino "aspiro a ser cristiano". En parecidos términos se expresaba, comenta el profesor Fraijó, el otro gran maestro, en este caso de la teología protestante, Karl Barth, al rechazar la distinción entre creyentes e increyentes. Aducía que él conocía a un increyente llamado Karl Barth. En realidad, la tradición cristiana, dice, siempre supo que somos ambas cosas a la vez, creyentes e increyentes. Nuestro Unamuno lo expresó lapidariamente: “Fe que no duda es fe muerta”. Los avatares de la creencia en Dios, señala al final de su artículo, son asunto de la “interioridad apasionada” de cada creyente de la que hablaba Kierkegaard. 

Por recomendación de mi padre, que tampoco era creyente, por no decir un que era un ateo bonachón y amigable, leí en mi juventud un libro que me resultó apasionante aunque difícil de entender. Me refiero al famoso "El fenómeno humano", del sacerdote jesuita, filósofo y paleontólogo francés Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), en el que describía un término acuñado por él, llamado Punto Omega, al que consideraba el punto más alto de convergencia de la evolución de la consciencia humana y de todo lo existente en el universo con la divinidad. Pueden descargarlo si lo desean en el enlace de más arriba, o si lo prefieren así, ver el vídeo-libro al final de la entrada, o en este otro enlace, que explica su contenido. Teilhard de Chardin aportó en "El fenómeno humano" una visión original de la evolución, equidistante entre la ortodoxia religiosa y la científica en el que exponía su pensamiento filosófico sobre el origen y el destino del ser humano y del Universo. 

No sé a ciencia cierta si el pensamiento de Teilhard de Chardin podría definirse como panteísta, si entendemos como panteísmo la creencia o concepción del mundo y la doctrina filosófica según la cual el universo, la naturaleza y Dios son equivalentes: "todo es Dios y Dios está en todo". Pero si no es así, se le parece bastante. Y esa es también mi idea, aproximada, de Dios, al que yo (y otros) llamamos Azar; así, con mayúsculas.

Contra lo que puede parecer a más de uno, a mí, personalmente, el fenómeno religioso no me deja indiferente. Puedo no creer, y de hecho no creo, como decía al comienzo de esta entrada, en una divinidad personal creadora de todo lo existente, ni en la vida eterna ni en la resurrección de los muertos, pero eso no significa ni por asomo que la vida del espíritu me resulte ajena. No me atormentan las dudas que atormentaban a Pascal, ni a la filósofa y pensadora francesa de origen judío Simone Weil (1909-1943), que dejó plasmadas en un hermosísimo librito titulado "Carta a un religioso". Hay dos frases de ella en ese libro que mí me conmueven especialmente y que dejo expuestas sin comentarlas. La primera, que es casualmente, con la que termina el libro dice así: "¡Cuánto cambiaría nuestra vida si se viera que la geometría griega y la fe cristiana han brotado de la misma fuente!". La segunda, y con ella termino, dice: "Si el Evangelio omitiera toda mención de la resurrección de Cristo, la fe me sería más fácil. La Cruz sola me basta". A mí también, y en ese sentido me gustaría añadir que si se pudiese ser cristiano sin tener que creer en un Dios, y bastara con ser seguidor del Jesús de Nazareth histórico y presente en los Evangelios, yo no tendría empacho alguno en declararme como tal. Pero supongo que es imposible. Y así sigo.

Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν", nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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domingo, 29 de junio de 2014

El poeta Miguel de Unamuno y el tema de España en la poesía española contemporánea (I)




El cabo de Ogoño (Vizcaya)



Ahora que parece que una buena parte de los españoles que se declaran de izquierdas parecen confundidos con conceptos tales como pueblo, país, patria, gobierno, nación y Estado, conceptos que sin duda inducen a confusión pero que en ningún caso son sinónimos, quizá convendría reivindicar el nombre común de España que a todos nos acoge y ampara. Sin vergüenza alguna. Sin remordimientos de ninguna especie.

De ahí, mi atrevimiento de traer a partir de hoy, y durante unas cuantas semanas, o mientras el cuerpo aguante, lo que algunos de los grandes poetas españoles contemporáneos han dicho sobre su patria común, sobre la nuestra, sobre España.

Todos los poemas están tomados del libro "El tema de España en la poesía española contemporánea. Antología" (Taurus, Madrid, 1979), editados por José Luis Cano.

Y como no, comienzo por Miguel de Unamuno (1864-1936), escritor, filósofo, poeta, profesor. Nació en Bilbao. Se opuso tenazmente al golpe de Estado de Primo de Rivera. Fue diputado en las primeras Cortes de la república. Tres veces rector de la Universidad de Salamanca se enfrentó públicamente a Franco a poco de iniciada la guerra civil y fue despojado de su cátedra. Murió en Salamanca el último día de 1936. Les dejo con su pequeño poema titulado "A España". Por cierto, la palabra "ézpañá", en el primer verso, significa "labio" en euskera.


Labio, ézpañá, paladeo tu nombre, rosa carnosa,
fresco y rojo de cereza, y agua se me hace la boca.
Es tu saliva batido, de tu lengua, la española,
tomé el pan de la palabra, un pichón de la paloma.
Nuestras lenguas se mezclaron, España, y sentí la ola
de brasa, desde la nuca en mis entrañas ahonda.
Mordí en tus labios, España, del paraíso en la poma,
y al darte mi blanca sangre, me diste tu sangre roja.
Me siento padre del pueblo, por ti perdura en mi obra,
me desmayo en el arrobo de hacerte, España, señora.

"A España", de Miguel de Unamuno



Y mañana, Blas de Otero. Sean felices, por favor, y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt





El poeta Miguel de Unamuno

  

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Pues tanto como saber me agrada dudar (Dante Alighieri)

miércoles, 28 de mayo de 2014

Día de Canarias, 2014




Escudo de Canarias






La patria es una peña, la patria es una roca, la patria es una fuente, es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo; mi patria no es Europa; mi patria es de un almendro la dulce, fresca, inolvidable sombra. 
A veces por el mundo con mi dolor a solas recuerdo de mi patria las rosadas, espléndidas auroras. 
A veces con delicia mi corazón evoca, mi almendro de la infancia, de mi patria las peñas y las rocas. 
Y olvido muchas veces del mundo las zozobras, pensando de las islas en los montes, las playas y las olas. 
A mí no me entusiasman ridículas utópias, ni hazañas infecundas de la razón afrenta, y de la Historia. 
Ni en los Estados pienso que duran breves horas, cual duran en la vida de los mortales las mezquinas obras. 
A mí no me conmueven inútiles memorias, de pueblos que pasaron en épocas sangrientas y remotas. 
La sangre de mis venas, a mí no se me importa que venga del Egipto o de la razas célticas y godas. 
Mi espíritu es isleño como las patrias rocas, y vivirá cual ellas hasta que el mar inunde aquellas costas. 
La patria es una fuente, la patria es una roca, la patria es una cumbre, la patria es una senda y una choza. 
La patria es el espíritu, la patria es la memoria, la patria es una cuna, la patria es una ermita y una fosa. 
Mi espíritu es isleño como las patrias costas, donde la mar se estrella en espumas rompiéndose y en notas. 
Mi patria es una isla, mi patria es una roca, mi espíritu es isleño como los riscos donde vi la aurora.

"Canarias" (Canto VII): Nicolás Estévanez (1838-1914)





El Teide (Parque Nacional de Las Cañadas, Tenerife, Islas Canarias)




El próximo viernes, 30 de mayo, celebramos en las islas el Día de Canarias, Hoy, en esta mañana más bien invernal, cubierta de nubes, mis nietos más pequeños han desfilado con sus compañeros de colegio vestidos con los trajes típicos canarios por la calle Triana de Las Palmas.

No tenía pensado sumarme a la celebración de la efeméride pero su presencia, la de los niños, y el futuro que ellos representan, me han animado a elaborar a toda prisa esta entrada del blog que les dedico a ellos y a todos los canarios que viven en la diáspora, voluntaria o forzada, lejos de la tierra que les vio nacer. Pero también, como no, a los que en ella permanecemos apegados a su mar, sus volcanes, sus barrancos, sus bosques, sus montañas, sus playas y desiertos, y sus eternos alisios, compartiendo en nuestros corazones los inolvidables versos de Nicolás Estévanez. Versos de los que, por otra parte, otro gran poeta y filósofo enamorado de Canarias, Miguel de Unamuno, dijera con socarronería vasca que "pobre del que no tiene otra patria que la sombra de un almendro porque acabará por ahorcarse en él".

Y ya que citamos intelectuales, otro gran intelectual canario, Domingo Pérez Minik, dijo sobre la canariedad que "para salvar estos enormes peligros [el del aislamiento de las islas] para su salud física y anímica, al insular no le cabe otro remedio sino exilarse por su propia voluntad y regresar luego con el tesoro de las grandes correrías por el ancho mundo, o manteniéndose en su paraíso, excitar al extranjero a venir a su encuentro, cuanto más extranjero mejor, bien para convivir amigablemente, bien para sostener un debate fecundo de recelos y sugestiones".

Cosas del alma canaria... Para todos ellos, los canarios de fuera y los canarios de dentro: ¡feliz Día de Canarias! Y ahora sean felices, por favor, y como decía Sócrates,  "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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El himno de Canarias cantado por Los Gofiones






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viernes, 21 de marzo de 2014

Naciones, nacionalismos y nacionalistas





Sede de Naciones Unidas (Nueva York)



Parece que se consuma, contra toda legalidad constitucional e internacional, un nuevo fruto del nacionalismo identitario e irredento: me refiero, a Crimea, hasta ayer provincia ucraniana y hoy, de momento, rusa. Pasó igual con los Sudetes y Austria mediado el pasado siglo: falló la diplomacia y ya sabemos como acabó la historia. No pretendo comparar sino recordar. Ya saben: "Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo". Veremos que pasa con Escocia, y poco después con Cataluña. 

Hay una frase muy utilizada en política que cada vez que la oigo me deja bastante descolocado. Y es la de: "No comparto sus ideas, pero las respeto". ¿De dónde ha salido eso de que haya que respetar las ideas ajenas que no se comparten? De la Declaración Universal de los Derechos Humanos, no, desde luego; y de la Constitución española, tampoco. En ambas está, y comparto su criterio, el inalienable derecho de las personas a expresar libremente su opiniones y sus ideas sin ser perseguido, sancionado o molestado por ellas. Pero eso es una cosa, y el que tengan que respetarse sus opiniones e ideas es otra cosa, muy distinta. Porque, a ver si lo aclaramos de una vez por todas: lo que merece respeto, siempre, es la persona; sus ideas y opiniones, no necesariamente.

Nuestro inmortal Miguel de Unamuno, en su "Vida de don Quijote y Sancho" (Espasa-Calpe, Madrid, 1981) dice sobre los que se niegan a entrar en batallas dialécticas (pág. 105): "¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Croan a coro todas las ranas y los renacuajos todos de nuestro charco. ¡Paz!, ¡paz!, ¡paz! Sí, sea, paz, pero sobre el triunfo de la sinceridad, sobre la derrota de la mentira. Paz, pero no una paz de compromiso, no un miserable convenio como el que negocian los políticos, sino paz de comprensión. [...] ¡Raza de víboras la de esos que piden paz! Piden paz para poder morder y roer y emponzoñar más a sus anchas".

No soy nacionalista; detesto el nacionalismo; y respeto a las naciones. El "Diccionario de Política" (Siglo XXI, Madrid, 1994, séptima edición), dirigido por Norberto Bobbio, Nicola Matteuci y Gianfranco Pasquino, dice en la entrada correspondiente a "nación" (tomo II, págs. 1022-1026): "La nación es normalmente concebida como un grupo de hombres unidos por un vínculo natural, y por lo tanto eterno -o cuando menos existente "ab inmemorabili"-, y que, en razón de este vínculo, constituye la base necesaria para la organización del poder político en la forma del estado nacional. Las dificultades comienzan cuando se trata de definir la naturaleza de este vínculo o incluso solamente especificar los criterios que permitan delimitar las varias individualidades nacionales, independientemente del vínculo que lo determina".

En ese sentido, no tengo ningún problema en reconocer la existencia de una nación canaria, castellano-manchega, catalana, gallega, madrileña, murciana, vasca, etcétera, etcétera, (las he citado por orden alfabético para evitar susceptibilidades), pero también española y europea. Y desde luego me parece correcto definir a España y Europa como naciones de naciones.

Los dos últimos párrafos de la entrada "nación" (óp. cit.) llevan el subtítulo de "La superación de las naciones", y dicen así: "Si la nación es la ideología del estado burocratizado centralizado, la superación de esta forma de organización del poder político implica la desmitificación de la idea de nación. La base práctica de esta desmitificación existe. Es un dato real que la actual evolución del modo de producir en la parte industrializada del mundo, después de haber llevado la dimensión "nacional" al ámbito de interdependencia entre las relaciones humanas, está ahora ampliándolas parcialmente más allá de las dimensiones de los actuales estados nacionales y hace aparecer con siempre más inmediata claridad la necesidad de organizar el poder político sobre espacios continentales y según los modelos federales.

Es entonces previsible que la historia de los estados nacionales está llegando a término y está por iniciar una fase en la cual el mundo estará organizado en grandes espacios políticos federales. Pero si el federalismo significa el fin de las naciones en el sentido ahora definido, ello significa también el renacimiento o la revigorización de las nacionalidades espontáneas que el estado nacional sofoca o reduce a instrumentos ideológicos al servicio del poder político y, por tanto, el retorno de aquellos auténticos valores comunitarios de los que la ideología nacional se ha apropiado transformándolos en sentimientos gregarios".

Espero haber aclarado, si alguna duda había al respecto, por qué digo en la presentación del mi blog eso de que me declaro hijo de la Ilustración y de sus valores universales, socialdemócrata, federalista, ¡y monárquico, para más inri!, no solo por lealtad sino por convencimiento. Y, además, tan ciudadano palmense como grancanario, canario, español y europeo.

El profesor César Molinas, matemático y economista, escribió hace unos años un provocador e interesante artículo titulado "España y la Historia (así, con mayúsculas)", que comenzaba con estas palabras: "España no es un Estado-nación, y nunca lo será. Lejos de ser un lastre, esto supone capacidad de adaptación, una gran ventaja para encarar los desafíos de la globalización y la posmodernidad." No podría decir que lo comparta plenamente, pero esta vez, y sin que sirva de precedente, no me importa decir que lo respeto.

En otro plano, mucho más académico, les invito a la lectura del artículo titulado "Las dos caras del nacionalismo", del catedrático emérito de Historia e Instituciones Económicas de la Universidad de Alcalá, Gabriel Tortellá, publicado en Revista de Libros (2014). 

Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt




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El profesor César Molinas





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domingo, 10 de noviembre de 2013

Encontrar las palabras


"Lass uns die Worte finden": Encontremos las palabras... Esa frase se la escribía en una carta de amor la poetisa austríaca Ingeborg Bachmann (1926-1973) al poeta rumano Paul Celan (1920-1970), su amante, poco antes de romper su relación. Ambos están considerados como los autores líricos cumbre en lengua alemana del siglo XX. Ambos murieron jóvenes, en su plenitud artística, de forma violenta: ella, en un extraño incendio, nunca aclarado, de su casa romana; él, tirándose al Sena desde uno de sus puentes en París. Luego me detendré en la razón del título de esta entrada.

Siempre resulta complicado encontrar las palabras justas para lo que uno pretende contar. A mí, mejor lector de ensayo que de ficción, de vez en cuando me entra la vena heterodoxa que uno lleva dentro y se resarce por unos días de tanta lectura pretenciosa, aunque no por ello menos satisfactoria. Por ejemplo, sigo con los ocho volúmenes de la impresionante "Historia crítica del pensamiento español" (Círculo de Lectores, Barcelona) de José Luis Abellán, del que me queda por leer el tomo 7 y la mitad del 6; aunque ahora estoy enfrascado con las "memorias", en dos tomos (de 1946 y 1970, respectivamente) del general Carlos Martínez de Campos, duque de la Torre, que abarcan el período 1892-1953 ("Ayer": Instituto de Estudios Políticos, Madrid). Interesantísimas, pues no en vano fue un gran escritor, miembro de número de la Real Academia Española.

Pero hablaba de mis otras lecturas esporádicas, las noveladas, que de vez en cuando me alegran el espíritu. Con ellas me pasa como con las lluvias en Canarias, que no llueve nunca, pero que cuando lo hace, lo es torrencialmente. Así que, si en la no-ficción, no paso de una veintena de páginas al día, con las "otras", si le cojo el gusto (algo que "sé" si va a ocurrir no más alla de la tercera página) caen de un tirón. Me ha pasado con las tres últimas lecturas, en lo que va de mes, que han caído a una por día: el "San Manuel Bueno, mártir", de Unamuno (Cátedra, Madrid); el "Mister Witt en el Cantón", de Ramón J. Sender (Alianza, Madrid); y el mucho más actual "La verdad sobre el caso Harry Quebert" (Alfaguara, Madrid), del suizo Joël Dickert.

Comienzo por esta última, cuyas "tres" primeras páginas me animaban a abandonar la lectura de las 672 restantes, que se presentaba cansina. Al final, seguí de un tirón con ella y la disfruté; pura literatura de evasión -una trama policíaca- que transcurre en una pequeña ciudad de Nueva Inglaterra a lo largo de una treintena de años y trata sobre la extraña desaparición de una joven. Está muy bien construida y los artificios literarios resultan muy interesantes. En todo caso, una vez leída, se acabó la historia.

De la obra de Sender, está todo dicho, supongo... Yo, al menos, poco tengo que añadir -salvo que la he releído emocionado- sobre esta historia novelada de la revuelta del cantón de Cartagena, que transcurre entre mayo y diciembre de 1873, en plena efervescencia revolucionaria federalista. Momentos finales de una experiencia, la I República española, que acabó a manos, como no podía ser menos, de un militar. Por cierto, antepasado del general Carlos Martínez de Campos de cuyas memorias hablaba al comienzo de la entrada.

De la genialidad literaria y poética, vital y angustiosa, de Unamuno, su "San Manuel Bueno, mártir" es un ejemplo preclaro. Leer su novela es zambullirse en el atormentado mundo interior del que quiere creer, o cree, sin fe. Una terrible experiencia por la que pasé hace ya mucho tiempo y que ya no me atormenta lo más mínimo.

Y toda esa larguísima digresión para, al final, llegar donde quería: a ese "encontremos las palabras" que da título a la entrada de hoy, y que están en el artículo del número de noviembre de la nueva edición electrónica de Revista de Libros, titulado "La retrovanguardia digital". Escrito por Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Málaga, lo pueden leer en el enlace anterior.

Su "tesis" central es -siguiendo al historiador británico Tom Standage, uno de cuyos últimos libros comenta en su artículo- que la erupción de las redes sociales actuales no constituye sino la prolongación natural de una constante histórica: una polifonía social solo interrumpida durante la era de la comunicación de masas, que se ramifica en direcciones insospechadas, disminuyendo así el número de las influencias compartidas sobre las que se organiza la conversación pública.

Y todo, para plantearse finalmente nuevas preguntas acerca del futuro de la opinión pública e incluso de la propia democracia, y concluir, que quizá lo mejor y único posible sea esforzarse en hacer cada uno lo que podamos en el espacio que nos es dado y con los medios de que disponemos; que no son pocos, dice. Y en ello estamos, por lo menos yo... Encontremos pues, las palabras y sigamos adelante.

Sean felices, por favor. Y como decía Sócrates: "Ιωμεν", vámonos. Tamaragua, amigos. HArendt



Entrada núm. 1993
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