Tumba de Antonio Machado en Colliure, Francia
Machado y Azaña esperan a un presidente español para darle sus últimos versos, escribe el historiador y periodista Jorge M. Reverte en el 80 aniversario de la muerte del poeta andaluz.
El pasado viernes, 22 de febrero, comienza diciendo Reverte, se cumplieron 80 años desde que la mano de Antonio Machado, que había escrito en un modesto trozo de papel los últimos versos del poeta, cesó de moverse y de iluminar el tenebroso mundo que este abandonó para cobijar sus últimos días en Colliure. Machado había dejado atrás una España en la que la mitad de sus habitantes había helado el corazón de la otra mitad.
Quiso su sino que, al menos, pudiera ver antes de morir un poco de mar. Ya estaba en Francia, esperando a la muerte, pero antes de llegarse hasta el poeta, la indeseada dama le permitió ver otro azul además del que había evocado para celebrar, en la distancia, el color que tenía el cielo cuando jugaba de niño en Sevilla. Aunque quizá viera, porque febrero es un mal mes para los colores infantiles, un mar de color gris plomo. Pero era el mar.
Pocos meses después, murió en Montauban, también en Francia, también en un exilio forzado, otro hombre bueno, y grande, que venía de la España derrotada. Era un político que sabía escribir, y que amaba a su pueblo. Manuel Azaña había lanzado a los cuatro vientos la esencia de su receta para superar la guerra, que se resumía en tres palabras que sonaban casi como un verso: paz, piedad, perdón.
Machado se dejó morir cerca de España, dentro de la Cataluña que el soberanismo reivindica como parte exclusiva de ella. Y hoy, a los 80 años de su muerte, los más cerriles defensores de la patria catalana quieren recordarle a un poeta ya fallecido que, para ellos, no está reposando en tierra francesa, alejado de España por los que le helaron el corazón, sino en una tierra irredenta que es Cataluña, ni Francia ni España. Y que se debe ir de allí. Porque Machado, o sus huesos, no pueden ser bien recibidos habiendo cantado su dueño a los españoles. Como lo hizo Azaña. Ambos hablaron a todos los españoles, intentando que se reconciliaran aunque mantuvieran su diversidad de pensamiento. La derecha ignora ese mensaje.
Azaña y Machado esperan por fin a un presidente español para darle sus últimos versos, tan alejados en su sonoridad y en su contenido de las prédicas de odio que hacen Pablo Casado y Santiago Abascal junto a Quim Torra. Nos queda a los demás un discurso limpio de fronteras y de odios, el que pulieron Azaña y Machado.