Hoy, 22 de diciembre, se juega el Gordo de la Navidad, el sorteo más popular (con un premio de 400.000 euros al décimo) de la Lotería Nacional de España. La Lotería Nacional es uno de los juegos de azar más populares en España, un juego de tradición centenaria y con gran arraigo en la sociedad española. La Lotería Nacional depende de Loterías y Apuestas del Estado (LAE) que a su vez depende del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas.
La lotería llegó a España, como la tradición nacional de los Belenes, de la mano de Carlos III, que la importó de Nápoles, en donde había sido rey antes que en España, y que era igual que la ahora llamada Lotería Primitiva. El primer sorteo se llevó a cabo el 10 de diciembre de 1763.
La lotería llegó a España, como la tradición nacional de los Belenes, de la mano de Carlos III, que la importó de Nápoles, en donde había sido rey antes que en España, y que era igual que la ahora llamada Lotería Primitiva. El primer sorteo se llevó a cabo el 10 de diciembre de 1763.
La lotería moderna, tal cual la conocemos, nació en Cádiz en 1811, por iniciativa de Ciriaco González Carvajal, para aportar fondos a la Hacienda Pública que se quedó resentida por la Guerra de la Independencia. La Real Lotería Nacional de España fue creada por instrucción de 25 de noviembre de 1811. Concebida como «un medio de aumentar los ingresos del erario público sin quebranto de los contribuyentes», tiene lugar en Cádiz el primer sorteo el 4 de marzo de 1812. Circunscrita en principio a Cádiz y San Fernando, salta después a Ceuta y a toda Andalucía, conforme avanzaba la retirada de los ejércitos napoleónicos. El 28 de febrero de 1814 se celebró el primer sorteo en Madrid, desde entonces sede de la Lotería Nacional.
Con la vuelta al poder de Fernando VII, se impone el nombre de "Lotería Moderna" hasta que durante el Trienio Constitucional, se vuelve a "Lotería Nacional", pasando otra vez a "Moderna" a la vuelta del absolutismo hasta que después de la muerte de Fernando VII ya pasa definitivamente a "Nacional", incluso en el período de la Guerra Civil, donde cada bando tenía su propia "Lotería Nacional".
El "décimo" es el documento mínimo necesario para participar en los sorteos de la Lotería Nacional de billetes. Un billete son diez décimos de un mismo número y serie. La serie es cada una de las sucesiones de billetes numerados del 00000 al último, el 99999. La fracción identifica a cada uno de los diez décimos de un mismo billete, de manera que cualquier décimo es distinguible de cualquier otro, incluso aunque sea del mismo número y de la misma serie.
En el sorteo de Navidad se juegan 100.000 números (del 00000 al 99.999) con una emisión de 160 series formando cada una de las series un billete. Esto implica que de cada número se emiten 160 billetes. Cada serie consta de 10 fracciones. Así cada número se juega en 1.600 décimos. El total de décimos emitidos es de 1.600 x 100.000 = 160.000.000
Los billetes de la Lotería Nacional se consideran valores del Estado, y su falsificación o enmienda se sujetan a las prescripciones del Código Penal. Además, los billetes son documentos al portador, por lo que no se reconoce más dueño de ellos que la persona que los presente, sin perjuicio de derecho de tercero, con intervención de los Tribunales ordinarios.
¿Por qué jugamos los españoles a la Lotería, y especialmente a la de Navidad? Dos recientes artículo de opinión en el diario El País analizan la cuestión. El primero, de Víctor Lapuente Giné, comienza diciendo que tres de cada cuatro españoles no pueden estar equivocados. Si tantos compran la Lotería de Navidad, es por algo. Pero los números no dan. Es miles de veces más probable morir en un accidente de coche que ganar la lotería. Entonces, ¿por qué caemos en la tentación?
Comprar lotería tiene un elemento patológico, añade. Nos dejamos llevar por una emoción. Ya sea positiva, como una esperanza hipertrofiada. O negativa, como la “envidia preventiva” de la que habla el sociólogo José Antonio Gómez Yáñez. Compramos lotería por si acaso les toca a quienes nos rodean. Los anuncios de Lotería de Navidad explotan esa envidia sin pudor alguno, poniendo el énfasis no tanto en los agraciados con el Gordo, sino en los desgraciados que, habiendo podido, no compraron el décimo ganador. Ocurre también en otros países, donde las loterías se centran en códigos postales, hurgando en los celos vecinales. No quieres ser el único del barrio al que no le toca.
La lotería se aprovecha de que los humanos no somos robots racionales, sigue diciendo. Para verlo, respondamos a estas preguntas: a) ¿Qué preferimos: ganar 1.000 euros con una probabilidad de 0,001 o ganar un euro seguro? y b) ¿Qué preferimos: perder 1.000 euros con una probabilidad de 0,001 o perder un euro seguro? Si fuésemos fríamente racionales seríamos indiferentes en las dos cuestiones, porque el valor esperado en cada disyuntiva es el mismo (un euro). Sin embargo, la mayoría escogemos ganar 1.000 euros con una probabilidad baja en la pregunta a y perder un euro en la b. Estamos pues programados para comprar tanto boletos de lotería como seguros contra los imprevistos. Aunque los números no den.
Así desde el principio de los tiempos, concluye diciendo. Y es que, en el fondo, los Estados son vendedores de ilusiones y seguros a gran escala. Durante siglos, los gobernantes nos han ofrecido, por un lado, seguros de protección contra las malas cosechas, la violencia o la enfermedad. Y, por el otro, boletos de lotería para financiar sus proyectos, de la Gran Muralla China a hoy, pasando por Carlos III. Sabían que los ciudadanos lo daremos todo por acercarnos a la rueda de la fortuna y alejarnos de la ruleta rusa.
El segundo de los artículos citados, de Jesús Mota, parte, dice, de un axioma inicial: en una lotería cuanto más juegas más pierdes. Fue enunciado por el economista Edwin Cannan, ilustre profesor de la London School of Economics allá por los años veinte del siglo pasado. Cannan se limitó a reunir las evidencias disponibles. Hoy, con información estadística sofisticada, es fácil observar los límites de esa afirmación, básicamente cierta. Si tomamos como ejemplo la Lotería Nacional (próximo sorteo, pasado mañana jueves), resulta que la probabilidad de que un número reciba el premio gordo —¿por qué gordo y no grande, o supremo?— es de una entre 100.000. Al 86% de quienes apostaron dinero en décimos o series no les tocará ni un euro; al 5% de los jugadores le tocará algo —tocar en este caso rememora el dedo de la Fortuna, que señala al afortunado, o la varita mágica de las hadas— y el 9% aproximadamente recuperará algo de lo gastado en décimos. Este es el balance real —y racional— de la ruleta que gira cada 22 de diciembre.
Pero entonces ¿qué impulsa a los españoles a jugar a la lotería?, se pregunta. Si excluimos los motivos clínicos (existe una ludopatía difusa que cristaliza cuando una fecha señalada proporciona una coartada), las causas principales son la costumbre y la ansiedad. Para muchos españoles, en Navidad se juega a la lotería por el mismo motivo que se mastican langostinos cocidos, se compran gorros ridículos y se soportan —incluso se promueven— discusiones con la familia política. Un décimo de lotería está admitido y apreciado como un regalo social. La mayoría no quiere ni puede resistirse a una costumbre.
Más complejo es el factor de la ilusión, añade. La expectativa de hacerse rico sin trabajar confirma la percepción inconsciente en el jugador de que la suerte compensará algún día las injusticias que soporta en su vida cotidiana. Igual que en el universo existe una radiación de fondo como residuo del big bang, en las sociedades avanzadas sobrevive la superstición de fondo de que los buenos serán premiados y los malos, castigados. La lotería juega sin tapujos con la idea de que todos podemos enriquecernos sin esfuerzo y de que ese poder procede del impulso de una sentimentalidad elemental. Para algunos, riqueza significa comprar de un jet privado, para otros contratar un personal shopper y para la mayoría tapar agujeros, ese concepto que si un día quiso resumir “pagar la hipoteca de la vivienda” y deudas varias, hoy, debido a la devastación social de la crisis y a la incapacidad de los gestores políticos para repararla, puede significar disponer de dinero para pagar la luz y el agua.
La ilusión es solo una manifestación de la ansiedad, concluye diciendo; una forma de aceptarla y soportarla. Obedece al mismo resorte que repiquetear los dedos sobre la mesa, mover compulsivamente las piernas o aplicar disciplinas repetitivas en el Ejército. La ilusión del 22 no se convierte en frustración el 23 porque se aplica otra letanía repetitiva: “Lo que importa es tener salud”. Nueva frustración, porque el paradigma neoliberal ya ha decretado que la pobreza es una enfermedad incurable; los agraciados con el gordo tendrán más probabilidades de mantenerse sano.
En cualquier caso, me gustaría terminar esta entrada de hoy, añado yo, recordando aquel famoso chiste del humorista Eugenio en el que relataba la historia de un hombre que, desesperado, le pide a Dios que le conceda sacarse el Gordo de la Lotería, al que Dios, exasperado ya de su insistencia, le responde: "¡De acuerdo, concedido, pero por lo menos, compra el décimo!"... Buena suerte y feliz sorteo.
Niñas del Colegio de San Ildefonso de Madrid, cantando la Lotería Nacional
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt