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domingo, 9 de febrero de 2020

[ESPECIAL DOMINICAL] El coste de las malas ideas



OCDE, París, mayo de 2019


"Resulta difícil de creer -afirma el periodista y escritor Joaquín Estefanía en el Especial dominical de hoy- pero no hace tanto tiempo los economistas se felicitaban mutuamente por el éxito de su especialidad. Esos éxitos parecían tanto teóricos como prácticos y condujeron a la profesión a su edad dorada. Sin embargo, el oficio de economista se extravió porque sus componentes, como grupo, confundieron la belleza, vestida con unas matemáticas de aspecto impresionante, con la verdad.

11 años más tarde, una Gran Recesión y una recuperación desigual después, Paul Krugman, autor de las anteriores reflexiones, vuelve a publicar aquel impresionante artículo titulado “¿Cómo pudieron equivocarse tanto los economistas?”, dentro de su último libro Contra los zombis (Crítica). Pero Krugman ya no está tan sólo en su crítica a los economistas del mainstream, al que por cierto él también pertenece. En general, muchos ciudadanos no se fían de los economistas. En 2017, la casa de sondeos YouGov llevó a cabo una encuesta en el Reino Unido en la que preguntaba: “De las siguientes, ¿en qué opiniones confía cuando hablan de sus ámbitos de especialización?”. Los enfermeros fueron los primeros: el 84% de la gente encuestada confiaba en ellos; los políticos fueron los últimos con un 5% (aunque en los miembros locales del Parlamento se confiaba un poco más, el 20%); los economistas se quedaron justo por encima de los políticos locales, con un 25%. La confianza en los meteorólogos fue el doble.

Estos datos los aportan los premios Nóbel de Economía del último año, el indio Abhijit Banerjee y la francesa Esther Duflo, en su libro Buena economía para tiempos difíciles (de próxima aparición en Taurus), así como otro sondeo con la misma pregunta elaborado sobre 10.000 personas en EEUU, un año después: de nuevo sólo el 25% confiaba en los economistas y sólo los políticos obtuvieron un porcentaje peor. Banerjee y Duflo describen con mucha modestia algunas de las causas de esa desconfianza ciudadana: muchos economistas están a menudo demasiado absortos en sus modelos y en sus métodos, y a veces se les olvida dónde acaba la ciencia y empieza la ideología; responden a cuestiones relacionadas con la política basándose en suposiciones que para ellos se han convertido en algo automático, porque son elementos fundamentales de sus modelos, aunque ello no significa que sean correctos. Y concluyen: “Lo peligroso no es equivocarse, sino estar tan enamorados de las ideas propias como para impedir que los hechos se interpongan. Para hacer progresos tenemos que volver constantemente a los hechos, reconocer nuestros errores y continuar”.

Los economistas siguen estudiando los problemas tradicionales de las sociedades (los impuestos, la emigración, el papel del Estado, etcétera), pero algo está cambiando en los enfoques. En un tan divertido como interesante artículo publicado en el blog nadaesgratis.es, y titulado “La nueva ola progre del análisis económico”, Samuel Bentolila escribe que a pesar de la imagen del economista como el Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens, “un hombre de corazón duro, egoísta y al que le disgusta la Navidad, los niños o cualquier cosa que produzca felicidad”, algunos de los mejores economistas académicos actuales están produciendo resultados empíricos que mucha gente no asocia con la profesión y sí con posturas “progres” o de izquierdas. Además, la profesión también está volviéndose más consciente de sus propios sesgos en el trato a algunos grupos (las mujeres y las minorías identitarias o raciales) y su negligencia en el cambio climático. Otro ejemplo: el último informe mensual de CaixaBank Research dedica su dossier a las formas iliberales de política económica (“¿Evolución o cambio radical respecto al consenso existente?”) y afirma que el distanciamiento del liberalismo económico, que se ha producido en un periodo de tiempo relativamente corto, es muy significativo y no debe tomarse a la ligera.

Los Nóbel citados cuentan también un chiste de economistas: un médico le dice a su paciente que sólo le queda medio año de vida y le aconseja casarse con un economista. El paciente le interroga: ¿curará eso mi enfermedad?. Y el médico le responde: “No, pero el medio año se le hará muy largo”.

El Especial de cada domingo no es un A vuelapluma diario más, pero se le parece. Con un poco más de extensión, trata lo mismo que estos últimos, quiza con mayor profudidad y rigor. Y lo subo al blog el último día de la semana pensando en que la mayoría de nosotros gozará hoy de más sosiego para la lectura.



El profesor Paul Krugman, Premio Nobel de Economía



La reproducción de artículos firmados en este blog no implica compartir su contenido. Sí, en todo caso, su  interés. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt





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martes, 30 de agosto de 2016

[A vuelapluma] Percepciones y realidades





El periodista y escritor Ángel Sánchez Harguindey escribía hace un tiempo en su blog "TV" un artículo titulado "Burbujas" que comenzaba con estas palabras: "Si algo puede mostrar la diferencia que existe entre la percepción que de la realidad tienen los ciudadanos y la que tiene la clase política es el barómetro del CIS. El que se realizó entre 2500 encuestados a primeros de febrero [se refiere al año 2014] es demoledor: un 86,9% considera que la situación económica es mala o muy mala. Un 42% considera que el año que viene la situación económica será igual que este año y un 28,6% que será peor. Nada que ver con los cantos de sirena del Gobierno o de los banqueros y grandes empresarios. Y si de la economía se pasa a la política, los resultados son también terribles: un 82,02% declara que es mala o muy mala y un 80,3% considera que el próximo año será una situación igual o peor. Los grandes problemas, a juicio de los preguntados, no tienen discusión: el desempleo (un 81,1%), la corrupción (un 44,2%), los problemas de índole económica (28,3%) y los políticos y la política con un 24,2%. Con estos datos en la mano lo sorprendente es que a estas alturas todavía no se haya escuchado una sola autocrítica por parte de los protagonistas. Viven en una burbuja cuando no en pleno delirio"... Pueden leerlo completo en el enlace de más arriba.

Otro escritor (y miembro de la Academia), Antonio Múñoz Molina, en un libro que comenté por aquellos mismos días de 2014 en el blog: "Todo lo que era sólido", decía con evidente sorna de los economistas que tienen un elevadísimo concepto de sí mismos al considerarse como científicos sociales, pero que en realidad, y a la vista de los resultados de sus análisis, no tienen nada de científicos y mucho menos de sociales. Criterios ambos que comparto desde mi ignorancia de las "leyes", por llamarles algo, que rigen la economía. Espero que mi buen amigo y buen economista, Mark Zabaleta, me perdone semejante osadía... 

Como lo mío son las citas y no tanto las glosas, termino la entrada de hoy con una de un libro también mencionado en el blog por aquellas fechas: Pensar el siglo XX, un incitante diálogo entre los historiadores Tony Judt y Timothy Snyder. Hacia el final del libro el profesor Snyder le pregunta al malogrado Tonty Judt si hoy en día los intelectuales no han perdido la voluntad y capacidad de formular qué es lo que realmente va mal en la economía y en la sociedad. La respuesta de Judt es contundente: A finales de la década de los 50, le responde, ya se ha producido el autodistanciamento de los intelectuales con respecto a la preocupación por las injusticias claras y observables de la vida económica. Parecía, sigue diciendo, como si esas injusticias observables estuvieran siendo bastante superadas, al menos en los lugares en los que los intelectuales vivían. El foco en "los desheredados de Londres y París", añade, parecía casi una ingenuidad; ya sabes, le dice: "sí, sí, pero es más complicado que todo eso, las verdaderas injusticias son otras" y tal; o "la verdadera opresión está en la mente más que [en] una distribución injusta de la renta", o lo que fuera. De modo que los intelectuales de izquierda empezaron a aplicarse en encontrar la injusticia, y a interesarse menos por lo que se parecía al tipo de horror moral ante la simple desigualdad económica y el sufrimiento de la década de 1930, o si eran más históricamente conscientes, de la de 1890, le responde.

Desde finales de 1970 -dice más adelante- los intelectuales no se preguntan [sobre la economía] si algo está bien o mal sino si una política es eficaz o ineficaz. No se preguntan si una medida es buena o mala, sino si mejora o no la productividad. La razón por la que lo hacen no es necesariamente porque no estén interesados en la sociedad, sino porque han llegado a asumir de forma bastante acrítica, que el sentido de la política económica es generar recursos. Hasta que no se hayan generado recursos, viene a decir el estribillo, no tiene sentido hablar de distribuirlos. Desde mi punto de vista -sigue diciendo el profesor Judt-, esto se acerca mucho más a una especie de chantaje: ¿no vas a ser tan poco realista o tan espiritual o idealista como para establecer los objetivos antes que los medios, no?. Por tanto, se nos recomienda que todo parta de la economía. Pero este reduce a los intelectuales -no menos que a los trabajadores de los que están tratando- a ratones que corren sobre una rueda que no para de girar. Y sigue diciendo: Cuando hablamos de aumentar la productividad o los recursos, ¿cómo sabemos cuándo parar? ¿En qué punto estamos suficientemente bien provistos de recursos para volver nuestra atención hacia la distribución de los bienes? ¿Cómo vamos a saber nunca cuándo ha llegado el momento de hablar de retribuciones y necesidades más que de resultados y eficacia? Yo no tengo respuestas, pero si ustedes sí las tienen les invito a exponerlas. Desde el trópico de Cáncer está a su disposición.



Euforia bursátil


Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







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