sábado, 31 de mayo de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY SÁBADO, 31 DE MAYO DE 2025

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz sábado, 31 de mayo de 2025. Crímenes estúpidos y estupideces criminales se mezclan a diario en el carnaval de esta época, pero su repetición no las vuelve menos hirientes, dice en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Antonio Muñoz Molina. En la segunda, un archivo del blog de enero de 2018, el escritor Arcadi Espada decía que todo iba bien menos la política, y la verdad es que se me atraganta tener que darle la razón, aunque la tiene, añadía HArendt. El poema del día, en la tercera, se titula Está mirando el cielo, es de la poetisa salvadoreña Claudia Lars, y comienza con estos versos: Está mirando el cielo,/pero se apoya en una escala de ceniza/y define su invencible linaje/antigua en ella misma/y pasajera. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt


 









DE LA ESTUPIDEZ COMO CRUELDAD GRATUITA

 






Crímenes estúpidos y estupideces criminales se mezclan a diario en el carnaval de esta época, pero su repetición no las vuelve menos hirientes, dice en El País [Como el árbol talado, 24/05/2025] el escritor Antonio Muñoz Molina. Hay sospechas de que la simple estupidez puede ser tan dañina como la crueldad, comienza diciendo Muñoz Molina. La crueldad, entre nosotros, se asocia muchas veces a la inteligencia, sobre todo cuando es una crueldad verbal o ideológica, o cuando la ejercen esos asesinos en serie que gozan de tanto crédito intelectual en el cine y la televisión. Mentes privilegiadas europeas consideraron que las matanzas de Lenin, Stalin y Mao eran accidentes dolorosamente necesarios en el devenir de liberación de la Historia. Y sigue habiendo mentes contemporáneas para las cuales los regímenes desastrosos de Cuba, Venezuela y hasta Nicaragua —¡y Rusia!— poseen la legitimidad de oponerse al imperialismo americano. Si hay formas de crueldad que son agravadas por la estupidez —el citado imperialismo americano y sus actuales dirigentes serían sin duda un ejemplo— queda la duda de si se podrá ser bueno y estúpido, compasivo y obtuso.

“Ahora la estupidez sucede al crimen”, dice un verso terrible de Luis Cernuda, en un poema en el que acusa a un poeta vinculado a los vencedores de la guerra civil, Dámaso Alonso, de querer apropiarse la memoria de Federico García Lorca. Estupideces y crímenes, crímenes estúpidos, estupideces criminales, se mezclan a diario en el carnaval de esta época, pero su repetición y su monotonía no las vuelven menos hirientes, aunque a muchas personas las empujen hacia una indiferencia anestésica. A mí, por el contrario, algunas me provocan una curiosidad algo morbosa, sobre todo cuando parecen ejemplos de una estupidez pura, sin mezcla de ninguna otra sustancia, una estupidez cruel y al mismo tiempo gratuita, sin beneficio alguno para quien la practica, sin motivo visible, una especie de arte por el arte.

Desde hace tiempo vengo siguiendo en la prensa extranjera el misterio de ese árbol de casi 200 años y 15 metros de altura que se alzaba solitario y magnífico en las ruinas de los que fue la Muralla de Adriano, erigida en el siglo II para marcar la frontera entre la Inglaterra romanizada y los territorios de las tribus belicosas del norte. En un territorio de monte bajo y colinas desnudas, el Sycamore Gap Tree era una presencia imponente, plantado como un guardián en el muro mismo que señalaba la antigua frontera, con esa majestad tutelar de los grandes árboles que no sin razón tuvieron una naturaleza sagrada en muchas culturas. La gente de las comarcas cercanas acudía a él para celebrar bodas, comidas de fraternidad, rituales fantasiosos de paganismo céltico. El árbol, un arce sicomoro, había ganado incluso una celebridad cinematográfica. Aparecía en la película Robin Hood: Príncipe de los Ladrones, de 1991, y tenía en ella una prestancia más heroica que sus dos protagonistas humanos, Kevin Costner y Morgan Freeman.

Un día, el 28 de abril de 2023, el árbol amaneció talado, con huellas dentadas de motosierra en tronco macizo, derribado como la columna principal del templo que era el árbol en sí mismo. Apareció derribado y tan sin explicación como esos cadáveres de las novelas y las series británicas que inauguran un misterio en principio insoluble. Policías y forenses botánicos emprendieron de inmediato una investigación tan rigurosa como la que habría merecido el hallazgo de una víctima humana. Un índice de civilización es el trato que reciben, además de las personas, los animales y las plantas. La tala del Sycamore Gap Tree fue noticia prominente en portadas de periódicos y telediarios. En las fotos, la hondonada en la que se había perfilado su silueta durante casi dos siglos era un vacío inaceptable, la señal de una ausencia que ya no se podía remediar. Le preguntaron a Ronald Reagan qué opinaba sobre los redwoods de California, las secuoyas monumentales que pueden vivir 1.500 años y medir hasta 90 metros, y contestó encogiéndose de hombros: “Que una vez has visto uno, ya los has visto todos”.

Por suerte, las autoridades de la región de Northumberland tuvieron algo más de sensibilidad, y al cabo de unos meses habían descubierto a los autores de la tala, dos cretinos de 38 y 32 años que eran compañeros de barras y pintas de cerveza y que la noche del 27 de abril, por broma, por distraerse, por una apuesta beoda, concibieron la idea y la pusieron en práctica, muertos de risa, usando una motosierra que llevaban en la trasera de la camioneta. En unos minutos y sin demasiado esfuerzo —los dos tenían experiencia en trabajos de construcción— talaron lo que había crecido con extrema lentitud durante dos siglos, al ritmo solemne de los procesos de la naturaleza, con la paciencia gradual con la que crecen y se edifican las obras más valiosas, las naturales y las humanas, los bosques y las catedrales, los arrecifes de coral, las ciudades crecidas orgánicamente sin que nadie las haya planificado, las formas civilizadas de convivencia.

La estupidez tiene una gran ventaja para los investigadores criminales, y es que deja todo tipo de pistas. Aquellos dos cretinos se grabaron mutuamente en sus teléfonos móviles mientras se esforzaban en su hazaña, y luego intercambiaron mensajes en los que se congratulaban del impacto que estaba teniendo en las redes sociales y en los noticiarios. Quizás el mayor embuste de las ficciones policiales es la dificultad y encontrar la pista de un asesino o de un delincuente. A la mayor parte de ellos se les atrapa tan rápido que la búsqueda no daría ni para un relato corto, y cuando quedan impunes no es porque tuvieran la maña suficiente para desaparecer, sino porque nadie los buscó, o porque los investiga-dores eran todavía más lerdos o chapuzas que ellos.

En este caso particular, los dos sospechosos tienen, como cualquiera, caras de culpables en las fotos de frente y de perfil de la policía, pero tienen sobre todo caras de imbéciles. Hace justo un mes empezó el juicio contra ellos, y se calcula que la sentencia será dictada hacia mediados de julio. El fiscal dice que aquella noche se lanzaron a una “moronic mission”, una tarea de cretinos, y solicita una pena de diez años para cada uno de los dos. La estupidez y la crueldad tampoco son incompatible con la bajeza: ahora los dos acusados se declaran inocentes y se echan la culpa el uno al otro. Ni siquiera les cabe la justificación de una ceguera ideológica religiosa, como la de aquellos talibanes que pusieron tanto esfuerzo en dinamitar los Budas gigantes de Bamiyán o los milicianos madrileños que en el verano de 1936, en vez de ir al frente a combatir a los fascistas, se desplazaron en camiones al Cerro de los Ángeles para fusilar heroicamente la estatua del Sagrado Corazón.

Talaron un árbol de 200 años por pasar el rato y porque era fácil y en mitad de la noche era difícil que alguien los viera. Talaron un árbol porque el esplendor de las cosas mejores y de la suma belleza despierta el rencor de algunos imbéciles igual que despiertan la codicia de los depredadores y la crueldad de los doctrinarios y de los aprovechados que se amparan en ellos para obtener beneficios. En la bella Baeza, que forma con Úbeda un espejismo doble de clasicismo italiano en medio de los olivares de Jaén, un ayuntamiento regentado por bárbaros decretó hace unos meses la tala de los árboles enormes que daban sombra y vida al paseo de la Constitución. La tala no se hizo de noche ni fue anónima, y, sin embargo, los concejales arboricidas no corren el menor peligro de ser acusados ante un tribunal. Dejan desierto y pelado un paisaje que uno lleva viendo toda la vida y están talando al mismo tiempo este momento presente y el recuerdo.

Dice Montaigne: “Hasta los árboles si tuvieran voces gritarían por el trato que les damos los seres humanos” Al menos el arce de la muralla de Adriano está empezando a echar brotes nuevos. Con algo de suerte, es cuestión de esperar unos 100 años. Antonio Muñoz Molina es escritor y miembro de la Real Academia Española.













[ARCHIVO DEL BLOG] TODO VA BIEN MENOS LA POLÍTICA. PUBLICADO EL 12/01/2018











Todo va bien menos la política, dice el escritor y periodista Arcadi Espada en El Mundo en la carta que dirige habitualmente a su liberada y desconocida (para los lectores) amiga. Y la verdad es que se me atraganta tener que darle la razón, aunque la tiene... Mi liberada: Convengo contigo y con tu ánimo ceniciento en que es una estupidez decir que las cosas van bien, comienza diciendo. Qué son las cosas, qué cosas, qué significa ir y qué significa bien. Cómo puede decirse que las cosas van bien si voy a morirme, y aún peor, si voy a ser, probablemente, uno de los últimos humanos en morirme. Pero esas cuatro palabras despiertan y cobran un sentido beligerante en cuanto tú dices la estupidez simétrica: "Las cosas van mal". Es entonces cuando adviene una briosa necesidad de deshacer el empate mediante el único procedimiento posible, que es la comparación con el pasado. ¿Cómo puedes decir entonces, imperial cacasena, que las cosas van mal? Los editores del próximo libro de Steven Pinker Enlightenment Now: The Case for Reason, Science, Humanism and Progress han cometido un grave error al publicarlo el próximo febrero. Este libro beligerantemente optimista debía haberse editado a finales del año cuando los resúmenes de los medios dibujan su apocalipsis ritual. En su ausencia me conformaré con darte noticia de un artículo que mi amigo Manu Mostaza me trae como presente navideño. Lo escribe, lo suma cabría decir, Max Roser, joven economista en Oxford y responsable de una web imprescindible: Our world in data. El artículo se titula La breve historia de las condiciones de vida y por qué es importante que la conozcamos. 
Hay cinco capítulos fundamentales. 1. Pobreza. Desde 1990 hasta hoy mismo los periódicos podrían haber publicado cada día este titular: "El número de personas extremadamente pobres disminuyó ayer en 130.000". 2. Educación. En 1960 había más analfabetos (58%) que alfabetizados (42%). En 2014 la relación se ha invertido en estos términos: 85%-15%. Y los del 15% son todos viejos. Una proyección para el año 2100 sugiere que no habrá nadie sin educación formal y que siete mil millones de mentes habrán recibido educación secundaria. 3. Salud. En el año 2000 aún moría un 8% de la población antes de cumplir los 5 años. En el 2015 la cifra había bajado a la mitad. Tiene aún más interés esa cifra moderna que la remota de la mortalidad de niños en 1800: un 43%. 4. Libertad. En el año 1950 el 31% de la población vivía en una democracia. Hoy vive el 56%. El carácter del crecimiento se aprecia mejor cuando se piensa que 4 de cada 5 súbditos viven en China. 5. Población. Durante el siglo XX la población se cuadruplicó. Los demógrafos del Instituto Internacional de Análisis de Sistemas Aplicados, en Austria, calculan que hacia 2075 la población mundial dejará de crecer. 
Al lado de estos datos hay que añadir los de una encuesta de 2015 a 18 mil ciudadanos repartidos entre 9 países. No estaba España. La pregunta era simple: "¿Cree que el mundo mejora?". La mejor cifra la dio Suecia: un 10% de suecos creen que sí. La peor Francia: un 3% de franceses creen lo mismo. Algunos datos laterales de la encuesta son puramente asombrosos: dos tercios de ciudadanos norteamericanos creen que la pobreza extrema se ha duplicado. En un lugar destacado de su estudio Roser se pregunta por las razones de esta paradoja brutal. Su respuesta implica a los medios de comunicación en términos que son conocidos. Para los medios las noticias son solo las malas noticias y eso pervierte la percepción de la opinión pública. Es cierto. El problema, sin embargo, no es tanto esa fijación por las malas noticias -humanísima de todos modos: interesan más (¡por el momento!) los divorcios que las bodas de oro- como la relación que se da entre hechos y procesos. He visto decenas de veces en la televisión -¡haciéndola!- cómo una buena noticia estadística sobre la bajada del paro se compensaba de inmediato con una historia real, encarnada en un parado de larga duración o en un joven trabajador de contrato precario. Lo contrario es rarísimo. Es decir, que a las historias reales de las mujeres asesinadas en este cruel final de año se le añada la compensación estadística. Por ejemplo, la de que en 2017 se habrá producido la segunda cifra de crímenes de pareja más baja en una década en España. Esta relación unívoca entre hecho y proceso es lo que da tantas veces un carácter anticuado e insuficiente al periodismo. 
Roser no incluye a la política entre los responsables de la paradoja. Debería hacerlo. La política es la principal generadora de malas noticias -y de mal humor. Basta un ejemplo vulgar. Cuéntese en cualquier debate de la gran mayoría de parlamentos el voluminoso desequilibrio entre el relato de lo que va bien y de lo que va mal. Y véase luego, en las páginas de los periódicos, el mismo efecto. Como en el caso del periodismo, sin embargo, es razonable preguntarse si esa permanente, y tantas veces histérica, enfatización de lo que va mal no es, precisamente, una de las condiciones de la mejoría de las cosas. La política revela otro problema. Se insinúa en los capítulos sobre el estado del mundo que organiza Roser. Al fin y al cabo la libertad parece haber crecido menos que la salud o la educación. Y eso por no referirse a los graves y nuevos problemas en la libertad misma que ilustran Trump, el Brexit y el asalto revolucionario a la democracia española de los aciagos nacionalistas catalanes. Hay razones para sospechar que la política es hoy el principal problema. A su elefantiásica lentitud y su incapacidad para ordenar el paso rápido de los avances, sean la irrupción digital, el corta y pega genético o las evidencias del cambio climático, se añade la vulnerabilidad principal, que es la de sus relaciones con una opinión pública nueva y cuyos mecanismos de formación aún no se comprenden fácilmente. La tentación es escribir que todo va bien menos la política, pero es que la política lo es todo. El oxoniense Roser da razones sensatas para oponerse a la feroz contradicción entre la mejora objetiva de la vida y la percepción que tiene de ella la mayor parte de los hombres. Y advierte que las historias individuales que el periodismo adora no deben ocultar la historia de los millones de hombres que cuentan las estadísticas. Qué duda cabe. Pero más allá del periodismo y de la política nuestro estadístico no menciona la razón de origen del pesimismo colectivo. Y es que mientras las estadísticas permanecen inalterables, cifrando el bien colectivo, toda historia individual acaba mal. Por el momento. Sigue ciega tu camino A. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: vámonos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt







EL POEMA DE CADA DÍA. HOY, ESTÁ MIRANDO EL CIELO, DE CLAUDIA LARS

 






ESTÁ MIRANDO EL CIELO




Está mirando el cielo,

pero se apoya en una escala de ceniza

y define su invencible linaje

antigua en ella misma

y pasajera.


Sé que retorna para el breve latido

entre gorriones y niños sin tiempo,

derramando su cintura de ráfaga,

su piel de olor y su cercana muerte.


¿Puedo guardar mi labio

cuando ella quema su tiernísimo cuerpo

y prepara las órbitas del suspiro

y dispone de la abeja geométrica?


A su cautivo fuego

llega mi fuego libre, con su entrega de llamas,

y toca las orillas de un aromado incendio

y recibe su júbilo y su alianza.


Mientras todo lo vivo tiene sombra en el rostro

ella, la embellecida, arde en el suyo para siempre.

¡Mirad el eslabón de su primer mañana,

su panal voluntario y su viaje sediento!


De un deshecho arrebato

vuelve a su reino por azul semilla

y en ciudadela de aire se defiende

y convoca puñales y violines.


Esposa renovada

que salta del olvido con su paso de miedo.

¿Dónde sus verdes ángeles nupciales,

su llave de oro y su misterio?


¡Ah, ceñidla de asombro!

¡Buscad su noche ardiente y su combate!

Yo podría decir su lámpara de pétalos.

Ella dirá, tal vez, mi tiempo de rosales.




CLAUDIA LARS (1899-1974)

poetisa salvadoreña
























DE LAS VIÑETAS DE HUMOR DE HOY SÁBADO, 31 DE MAYO DE 2025

 





































viernes, 30 de mayo de 2025

DE LAS ENTRADAS DEL BLOG DE HOY VIERNES, 30 DE MAYO DE 2025, DÍA DE CANARIAS

 





Hola, buenos días de nuevo a todos y feliz viernes, 30 de mayo de 2025, Día de Canarias. Igual que la mayor parte de los magnicidios, el asesinato de Olof Palme ha quedado hasta hoy en el misterio, comenta en la primera de las entradas del blog de hoy el escritor Sergio Ramírez, alguien que creó uno de los más relevantes estados de bienestar de Europa, poniendo los acentos críticos donde lo consideró justo, sin callarse nunca. En la segunda, un archivo del blog de tal día como hoy de hace trece años, HArendt comentaba que Canarias no era solo un archipiélago de 36567 km2 de superficie marítimo-terrestre y 2258726 habitantes situado a 95 km de África y 940 km de la península Ibérica; ni tampoco una comunidad autónoma más dentro del reino de España, que Canarias era ante todo y sobre todo un estado de ánimo, rodeado de agua por todas partes, con los pies en África, la mente en Europa y el corazón en América. El poema de hoy, en la tercera, se titula La velada campestre, es el del poeta canario Eugenio Padorno, y comienza con estos versos: Estaban las estrellas en su número exacto/Sobre el camino enjalbegado aprisa, y siempre ante los faros/del pequeño automóvil, con la lechada de la luz de la luna. Y la cuarta y última, como siempre, son las viñetas de humor, pero ahora, como decía Sócrates, "Ιωμεν" (toca marchar); volveremos a vernos mañana si las Euménides y la diosa Fortuna lo permiten. Sean  felices, por favor. Tamaragua, amigos míos. HArendt

















DE LA EUROPA QUE SUPO MIRAR ADELANTE

 








Recuerdo a tres grandes líderes del escenario europeo de la posguerra a quienes tuve la fortuna de conocer durante mi paso por la vida política, comenta en El País [La Europa que supo ver lejos, 24/05/2025] el escritor nicaragüense Sergio Ramírez. La última vez que estuve en Estocolmo, comienza diciendo Ramírez, me detuve frente a las carteleras del Grand Cinema en la Sveavägen, una de las calles principales de la ciudad. La noche del viernes 28 de febrero de 1986, Olof Palme había venido en el metro desde su casa, sin guardaespaldas, acompañado de su esposa Lisbeth, para ver la película Los hermanos Mozart, de la directora sueca Suzanne Osten. Es algo que solía hacer, salir a las calles en plan familiar, sin protección alguna, a pesar de su cargo de primer ministro. Cuando volvían a pie al salir del cine, en el cruce de la Sveavägen con la Tunnelgatan, un hombre salió de la oscuridad, se acercó por detrás y le disparó a Palme, que cayó mortalmente herido en la acera.

Basta caminar unos centenares de metros para llegar al cementerio de la iglesia de Adolf Fredrik, donde una piedra con su firma grabada marca el lugar de su sepultura. Aquí estuvo enterrado en un tiempo René Descartes.

Igual que la mayor parte de los magnicidios, el asesinato de Olof Palme ha quedado hasta hoy en el misterio, como el de John F. Kennedy, y sujeto, por tanto, a toda clase de teorías conspirativas. Pero alguien urdió aquella muerte, para sacar de por medio a un socialista que creó en Suecia uno de los más relevantes estados de bienestar de Europa, proclamó una política de independencia frente a las grandes potencias, poniendo los acentos críticos donde lo consideró justo, sin callarse nunca, y creyó en la justicia de las relaciones internacionales, solidario con los países del tercer mundo.

Me encontré con él por primera vez en 1981 en Estocolmo, cuando se hallaba en la oposición; tuvimos una muy larga conversación durante un desayuno, ansioso como se hallaba de conocer la situación de Nicaragua después del triunfo de la revolución, y me invitó a acompañarle a la marcha del 1 de mayo por las calles de Estocolmo; al año siguiente su partido ganaría las elecciones parlamentarias, y volvió a ocupar el cargo de primer ministro, hasta su asesinato.

Viajó a Nicaragua en 1984, al año siguiente de la visita del papa Juan Pablo II, y lo acompañé en su gira por distintas poblaciones del país. Al bajar del avión, vestido con un traje muy martajado por las largas horas de viaje, pasó revista a la tropa de ceremonias, manteniendo debajo del brazo el periódico que seguramente venía leyendo en el vuelo, el paso para nada marcial, más bien el de un ciudadano de a pie que se siente intimidado por la parafernalia de la guardia de honor, la banda de música, la alfombra roja. Siempre me pareció que se escondía del protocolo como de algo molesto, y banal. De vuelta en Estocolmo, después de tres días entre nosotros, envió a través de Pierre Schori, uno de sus íntimos colaboradores, un mensaje muy breve: “cuídense, se están alejando del pueblo”. Una advertencia sabia, nacida de su aguda percepción. Justa y a la vez extraña, porque iba dirigida a quienes se suponía conducían una revolución popular.

No alejarse del pueblo, mantenerse en la ética, vivir en la sencillez, lejos del boato palaciego. Era lo que también predicaba con el ejemplo otro estadista socialista al que tuve la fortuna de tratar, Bruno Kreisky, canciller federal de Austria. Me recibía en su austero despacho de la Wallhausplatz, en Viena, y la última vez en su apartamento de Grinzing, más austero aún que su despacho. No sé por qué ahora tengo la sensación de que había poca luz, quizás porque las cortinas estaban corridas, o porque fue atardeciendo sin darnos cuenta mientras me contaba las historias del fin de la guerra mundial, y lo que para Austria había significado la proclama de neutralidad tras liberarse de los nazis, un regalo del cielo en un infierno de conflictos hegemónicos. Y en 1988 me llamó desde Mallorca, donde se había retirado, y donde murió, para felicitarme por el Premio Bruno Kreisky a los Derechos Humanos que yo acababa de recibir en Viena junto con, entre otros, Anton Lubowski, activista antiapartheid de Namibia, asesinado al año siguiente por el régimen de Sudáfrica, y Benazir Bhutto, asesinada en Pakistán en 2007. “Qué difícil debe resultar para ustedes ser la esperanza de los demás”, me dijo esa vez, como despedida.

En una de esas visitas a Viena, en 1983, me contó que Lawrence Eagleburger, el subsecretario de Estado de Estados Unidos, enviado especial de Reagan, había estado hacía pocos días a verlo, ansioso de mostrarle un legajo de documentos secretos donde le aseguró que se demostraba el alineamiento de la revolución sandinista con el campo soviético. “Yo le contesté que no soy curioso para leer papeles ajenos, que podía llevárselos”, me dijo, y alzó la cabeza para mirarme. “Estén seguros de que mientras mantengan sus principios morales, estaré con ustedes”.

Willy Brandt, Olof Palme, Bruno Kreisky. Tres grandes del escenario europeo de la posguerra a quienes tuve la fortuna de conocer durante mi paso por la vida política, socialdemócratas los tres. Conocí también, por mis funciones de gobierno, a los líderes de los países de Europa Oriental, los del llamado socialismo real, todos ellos oscuros burócratas, carcamales que actuaban como lugartenientes de los otros carcamales del Kremlin, que se asomaban todos juntos a divisar los desfiles desde el mausoleo de Lenin.

Ya he hablado de Willy Brandt, con quien me relacioné de primero, y a quien debí mi matrícula de socialdemócrata, cuando en los tiempos revueltos de la revolución de la que me tocó ser protagonista, aquella no dejaba de ser una mala fama frente a los feligreses de los recalcitrantes mitos ideológicos de la izquierda ortodoxa, ahora calcinados.

En 1978, cuando a la cabeza del Grupo de los Doce dejamos el exilio en Costa Rica para regresar a Nicaragua, en desafío de la orden de prisión de Somoza, Willy Brandt me envió una carta de respaldo, para que la hiciéramos pública, en busca seguramente de protegernos de alguna manera, metiéndonos como íbamos a meternos dentro de la boca misma del lobo. Esa orden de prisión era por los delitos de traición a la patria, terrorismo, y asociación licita para de delinquir, más o menos los mismos que inventó para dictar otra orden de prisión contra mí la actual dictadura de Nicaragua, desterrarme y quitarme la nacionalidad.

Brandt visitó también Nicaragua en 1984, en su carácter de presidente de la Internacional Socialista, y volvimos a encontrarnos en Bonn, en la sede del SPD, su partido. Aquella vez de su viaje a Managua recuerdo que entre las preferencias de su programa quería visitar un cabaret, que no los había, y entonces improvisamos uno en un restaurante, con actuaciones de las orquestas tropicales de entonces, y nuestros cantantes más célebres, entre ellos Carlos y Luis Enrique Mejía Godoy y Norma Helena Gadea, y así pasó feliz la noche, amenizada con música y con ron.

Ellos, que creyeron con la misma pasión en el socialismo y en la democracia, encarnan a la Europa que supo ver lejos, hacia los parajes más oscuros del mundo, hacia la miseria, la opresión y la violencia, y hacia una idea de civilización compartida. Sergio Ramírez es escritor y premio Cervantes. Fue miembro de la Junta de Gobierno de Nicaragua entre 1979 y 1985, y vicepresidente de la República entre 1985 y 1990.













[ARCHIVO DEL BLOG] 30 DE MAYO. DÍA DE CANARIAS. PUBLICADO EL 30/05/2012













La patria es una peña
la patria es una roca,
la patria es una fuente,
la patria es una senda y una choza.
Mi patria no es el mundo;
mi patria no es Europa;
mi patria es de un almendro
la dulce, fresca, inolvidable sombra.
A veces por el mundo
con mi dolor a solas
recuerdo de mi patria
las rosadas, espléndidas auroras.
A veces con delicia
mi corazón evoca,
mi almendro de la infancia,
de mi patria las peñas y las rocas.
Y olvido muchas veces
del mundo las zozobras,
pensando de las islas
en los montes, las playas y las olas.
A mí no me entusiasman
ridículas utopías,
ni hazañas infecundas
de la razón afrenta, y de la Historia.
Ni en los Estados pienso
que duran breves horas,
cual duran en la vida
de los mortales las mezquinas obras.
A mí no me conmueven
inútiles memorias,
de pueblos que pasaron
en épocas sangrientas y remotas.
La sangre de mis venas,
a mí no se me importa
que venga del Egipto
o de la razas célticas y godas.
Mi espíritu es isleño
como las patrias rocas,
y vivirá cual ellas
hasta que el mar inunde aquellas costas.
La patria es una fuente,
la patria es una roca,
la patria es una cumbre,
la patria es una senda y una choza.
La patria es el espíritu,
la patria es la memoria,
la patria es una cuna,
la patria es una ermita y una fosa.
Mi espíritu es isleño
como las patrias costas,
donde la mar se estrella
en espumas rompiéndose y en notas.
Mi patria es una isla,
mi patria es una roca,
mi espíritu es isleño
como los riscos donde vi la aurora.

"La sombra de un almendro"
Nicolás Estévanez (1838-1914)




Canarias no es solo un archipiélago de 36567 km2 de superficie marítimo-terrestre y 2258726 habitantes situado a 95 km de África y 940 km de la península Ibérica; ni tampoco es solo una comunidad autónoma más dentro del reino de España. Canarias es ante todo y sobre todo un estado de ánimo, rodeado de agua por todas partes, con los pies en África, la mente en Europa y el corazón en América.
Quizá sea por eso que se dice que el espíritu de los isleños, de todos los isleños del mundo, tiene vocación universal. Quizá fue eso lo que quiso decirnos, en lenguaje poético, Nicolás Estévanez, militar, político y poeta grancanario, en los versos que me sirven de emotiva introducción a esta entrada con la que pretendo rendir homenaje a mi patria de adopción. 
Todos los pueblos antiguos consideraban que su "patria", etimológicamente la tierra de los padres, era el centro del mundo. Canarias no es ni ha sido nunca el centro del mundo, pero para el mundo clásico greco-romano, sus filósofos, sus historiadores y sus poetas, Canarias fue el lugar donde estaban el Paraíso, los Campos Elíseos, el Jardín de las Hespérides, la cumbre de la Atlántida, las islas Afortunadas. Y eso marca... Y perdónenme la reiteración de mayúsculas.
Canarias ocupa un lugar central en la historia de mi familia. Mis padres vivieron en la isla de El Hierro entre 1940 y 1945, y luego, durante unas semanas de ese último año en la ciudad de La Laguna, en la isla de Tenerife. De vuelta a la Península, donde yo nací unos meses después, Canarias fue, sobre todo para mi madre y mis hermanos mayores, esa Arcadia feliz a la que añoraban y de la que hablaban continuamente. Y yo, en cuanto llegué a la mayoría de edad, no lo dudé ni un momento: tenía que volver al Paraíso, a la Tierra Prometida, de la que no entendía muy bien porque habían salido mis padres. Y a mis veintiún años aterricé, literalmente, en tierra canaria. Y aquí me quedé y aquí sigo. Canarias son mi mujer y mis hijas; canarios mis tres nietos. Canario soy yo ya para siempre, no solo porque lo diga la ley, sino porque lo dice y lo sabe mi corazón.
Y hoy, 30 de mayo, que celebramos el Día de Canarias,nsin que sirva de precedente, no voy a meterme con el PP ni con nadie; lo dejo para otro día. Pero hoy sí quiero desearles de nuevo que sean felices, por favor. Háganlo por ustedes, y por mí. Y feliz Día de Canarias a todos sus hijos de las islas y de la diáspora. Tamaragua, amigos. HArendt