El descontento democrático
JAIME FERNÁNDEZ-BLANCO
24 JUL 2024 - Nueva Revista - harendt.blogspot.com
La entrada a la arena electoral de Donald Trump cambió muchas cosas en la política estadounidense. Tantas que Michael Sandel, observador privilegiado de la realidad política estadounidense, quiso reflejarlas de alguna manera en su libro El descontento democrático: en busca de una filosofía pública, que había sido publicado en España por Debate, en 1996. La obra se reeditó el año pasado con un nuevo prefacio donde Sandel explica que la actual polarización política estadounidense, no se dio con la llegada al poder del magnate republicano, sino con su salida: no sería la causa sino la consecuencia. La problemática que supone es lo que evidencia: la falta de una columna vertebral de valores cívicos comunes en la sociedad estadounidense.
La obra está vertebrada sobre dos patas. La primera es una crítica a la filosofía liberal imperante y el papel que esta ha jugado en lo social, en lo político, en lo cultural, lo económico… La otra es la defensa del estatismo, esto es, el derecho —y deber— de la expansión del poder y el control del Estado en todos los ámbitos de la existencia del ciudadano, a fin de proveerle de una vida mejor.
En su exposición laten dos pulsiones: democracia liberal vs democracia republicana. La teoría liberal propone la exaltación y defensa de los derechos individuales frente a los derechos colectivos, bajo la premisa (descubierta por los empiristas escoceses del siglo XVIII) de que la búsqueda del bienestar individual conlleva, de hecho, el bienestar colectivo. Sandel no comparte esta visión, pues sostiene que «el triunfo de la concepción voluntarista de la libertad ha coincidido en el tiempo con el aumento de la sensación de desempoderamiento», realizando por ello un análisis de la democracia liberal y las desagradables consecuencias a las que nos ha llevado. La mayor parte de estas críticas las enfoca en el modelo económico, puesto que el indudable enriquecimiento material que el mundo ha evidenciado desde la puesta en práctica del liberalismo económico, el capitalismo, esconde una realidad oscura: la pérdida de los valores cívicos frente a la abundancia material. El Estado, para Sandel, tiene una función mayor que promover el crecimiento económico, puesto que también debería estar entre sus competencias el deber de maximizar el bienestar general.
A la desigualdad económica hay que sumarle varios efectos colaterales, como son la radicalización de los excluidos por el sistema, la pérdida de confianza en los valores democráticos —de ahí el título del libro, pues Sandel sostiene que el común de los ciudadanos no cree que poseer un poder real sobre las cuestiones que les afectan bajo el sistema de la democracia liberal—, la desvirtuación de los valores comunitarios que, en su opinión, han de vertebrar las sociedades, y la excesiva libertad de que disponen empresas y multimillonarios para determinar nuestra calidad de vida sin poderes efectivos que frenen sus prácticas. Básicamente, lo que Sandel trata de explicarnos es que lo que denominamos libertad, hoy, no lo es, y ha de ser sustituida.
A esta imperfecta democracia liberal, Sandel contrapone su «democracia republicana o cívica», que se basa en la premisa de que, para que exista verdadera libertad, ha de existir un ente capaz de articular y controlar las ansias individuales. Esa función ha de desempeñarla el Estado, a través del aumento de sus competencias: el control de la economía y de las relaciones comerciales; y muy especialmente, la educación de la ciudadanía. Un «padre social» que inculque en la ciudadanía las ideas correctas para vivir de manera plena, evitando desmanes personales.
La idea de Sandel no es nueva, pues nace del ideal marxista de la supeditación del individuo al colectivo, representado, teóricamente, por el Estado. De hecho, ese es el fondo de otra de las ideas rectoras del libro, la del autogobierno, pieza clave de la democracia republicana: el Estado no es un conjunto abstracto de individualidades personales, sino que es la encarnación de una colectividad que vela por la participación y el desarrollo de la conciencia crítica de la ciudadanía. No se trata de una oligarquía política que domina la vida de los contribuyentes —como sostienen los liberales—, sino el representante de una «conciencia de destino compartido». De este modo, sostiene el filósofo estadounidense, un mayor poder para el Estado se traduce en un mayor poder para el ciudadano: el ansiado autogobierno.
La propuesta de Sandel conlleva importantes riesgos, y él es consciente de ello. Así, afirma: «La política republicana es arriesgada porque es una política sin garantías individuales», lo que significa la creación de un Estado totalitario. La intrusión del Estado en todas las funciones de la estructura social y la privacidad individual, para defender la libertad ciudadana, puede llevar a la desaparición de la libertad misma. Pero es un riesgo que está dispuesto a correr en aras de lograr «una sociedad justa, que no es sino aquella que proporciona un marco de derechos dentro del que los individuos son libres de elegir y hacer efectivas sus propias concepciones de la vida buena». Michael J. Sandel. Nacido en Minneapolis, en 1953, es uno de los filósofos políticos más famosos de la actualidad. Profesor en Harvard y conferenciante de gran éxito, fue Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2018. Jaime Fernández Blanco es periodista
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