Yo pienso en todas las niñas del mundo y solo veo fuerza e inocencia y brillo y futuro. El problema es que da igual cómo nos llamen, porque desde ese lado desde donde nos condicionan y nos juzgan todas las palabras llevan una carga terrible, comenta la escritora Lara Moreno.
Porque no podemos negarlo: es una palabra preciosa. Yo pienso en todas las niñas del mundo y solo veo fuerza e inocencia y brillo y futuro. Lo malo es que no todas las niñas del mundo tienen futuro. Pienso también en mi niña en concreto, pienso en ese momento de hace ya unos años en que me dijeron en la sala de ecografías: “Parece que es una niña”, y la palabra se disolvió en mi médula espinal y todavía la riega. Una niña. Es una palabra tan nuestra, una que además puede llenar de camaradería, de ternura, de complicidad, de cariño y de consuelo todo lo que venga después, cuando se coloca en el lugar adecuado de la boca, cuando una amiga, por ejemplo, ya adulta, le dice a otra amiga, igual de adulta: “Mi niña, ¿cómo estás?”, o “Venga niña, vente a bailar conmigo esta noche”. Hay mil formas de usar la belleza de este sustantivo, mil formas de convertirlo en un adjetivo amable, en un apelativo maravilloso. El problema no es ese.
El problema es que da igual cómo nos llamen, porque desde ese lado desde donde nos llaman, desde donde nos condicionan y nos juzgan, todos los adjetivos, los sustantivos, los adverbios, todas las palabras usadas llevan una carga terrible, pasan por un filtro en el que dejan de ser las palabras que nuestro certero idioma ofrece para nombrar el mundo y se convierten en una jaula, en una lanza, en un manto de brea que nos tapa los rostros, la mirada, la identidad, la existencia; el futuro. La niña. Qué despectivo, de pronto, algo tan hermoso. Pero si fuera solo eso: la negra, la gorda, la vieja, la guarra o la mal follada. O la prima tercera. La mujer. La niña. Al menos cuando te llaman niña a veces es para decir que eres muy lista. Es muy lista la niña (aunque no como para gobernar). Cuando te dicen gorda, vieja, guarra, negra, ni siquiera. Ahí no hay cerebro que valga.
Puedo especificar por qué hablo de esto, pero en realidad no quiero, porque da igual, porque todas las niñas van a saber de qué hablo y el resto, seguramente, también. Porque sigue siendo universal y atemporal. Parece mentira. Hemos luchado por aquello del respeto y la igualdad, educamos en aquello del respeto y la igualdad, nos hemos desgañitado con aquello del respeto y la igualdad, lloramos por el respeto y la igualdad y levantamos las manos e incluso la caricia y el susurro con lo del respeto y la igualdad. Ya basta. Señores (y señoras) que nos miráis desde ese lado: no nos nombréis, dejadnos en paz, a todas. Sobre todo, a las que tengáis más cerca. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos HArendt
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