domingo, 31 de marzo de 2019

[ESPECIAL DOMINICAL] 80 años después...



Bosque de laurisilva (Islas Canarias, España)


Mañana, 1 de abril, se cumplen 80 años del final de la más cruenta guerra civil en la historia de España, que se saldaba con la derrota de la República. Pero algunos pensamos, como dice el escritor catalán Javier Cercas, que aunque la democracia española actual sea pobre, débil e insuficiente, la democracia de hoy es, humanamente, la victoria de la II República. Y que aunque el régimen político español de 1931 fuera una república y el de 1978 sea una monarquía, lo esencial es que ambos son democracias.

Hay unas palabras de Antonio Machado, comienza diciendo Cercas, que siempre me intrigaron. Las escribió en las postrimerías de la Guerra Civil, en Barcelona, a punto ya de partir hacia el exilio y la muerte tras haber defendido hasta el último aliento la II República. “Esto es el final”, anotó. “Cualquier día caerá Barcelona. Para los estrategas, para los políticos, para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero, humanamente, no estoy tan seguro… Quizá la hemos ganado”. ¿Qué quería decir Machado? ¿En qué sentido pensaba que la república derrotada podía haber ganado la guerra? ¿O esas palabras terminales eran sólo un voluntarioso intento de dar sentido a tanto espanto, tanta decepción y tanto sufrimiento?

En España parece casi imposible reivindicar hoy, al mismo tiempo, la II República y la democracia actual, o al menos la Transición, que fue su comadrona. Quien revindica la II República —la izquierda— tiende a abominar de la Transición, y quien reivindica la Transición —la derecha, sobre todo— abomina de la II República. Esto es curioso, porque, aunque es verdad que la derecha o gran parte de la derecha destruyó la II República, también es verdad que la construyó; igualmente curioso es que ahora reivindique una Transición que, tal y como se produjo, no deseaba, porque suponía renunciar al poder omnímodo que había detentado durante 40 años y construir una democracia como la que contribuyó a destruir en 1936. En cuanto a la izquierda, llama la atención que reivindique con fervor excluyente la II República, una democracia en la que muchos izquierdistas no creían, y menosprecie una Transición que engendró una democracia semejante a la de 1936 y que, tal y como se produjo, sin la izquierda hubiera sido imposible. Es verdad que la democracia de 1931 se llamaba república y la de 1978 se llama monarquía, pero lo esencial es que ambas son democracias: es un hecho que ahora mismo la calidad de una democracia no depende de si es una monarquía o una república, según demuestran algunas de las mejores democracias del mundo, como las escandinavas. En este sentido la democracia de 1978 es heredera de la de 1931, aunque una se llame monarquía y la otra república; una heredera mejorada: pese a que la democracia española figura en cabeza de todos los rankings internacionales de calidad democrática, todos sabemos que es una democracia pobre, débil e insuficiente, pero quien no sepa también que es mucho mejor que la de la II República no sabe lo que es la democracia actual, a pesar de sus muchos defectos, ni lo que fue la II República, a pesar de sus muchas virtudes. Esto no es triunfalismo baboso, sino terca realidad (y sin conocer la realidad es imposible mejorarla). Una de las cosas que demuestra que la democracia actual es mejor que la de 1931 es que, a diferencia de la de 1931 —que fue acosada desde el principio por sectores muy poderosos—, la de hoy sólo es cuestionada por minorías que, de la CUP a Vox, apenas en los últimos años han cobrado relevancia, y que además critican esta democracia en nombre de la democracia (sea ésta lo que sea para ellos): ni siquiera Vox, que defiende la herencia del franquismo, se atreve a proponer nada semejante al franquismo como alternativa a la democracia. Este descrédito casi total de lo que destruyó la II República e instauró una dictadura de 40 años, este prestigio de la democracia que encarnaba la II República y que los republicanos —creyeran o no en ella— defendieron en la guerra con las armas, constituye el gran triunfo póstumo de la II República.

Se dice con frecuencia que la historia la escriben los vencedores; pese a que la frase se haya convertido en cliché, es verdad. Pero con la misma frecuencia se olvida que la derrota de los perdedores debe ser total y absoluta, sin remisión; la de la II República no lo fue. Al menos yo apuesto a que, si Machado viviera, no tendría ninguna duda: pensaría que, aunque sea pobre, débil e insuficiente, la democracia de hoy es, humanamente, la victoria de la II República. Y pensaría que su espanto, su decepción y su sufrimiento, igual que el de tantos otros republicanos como él, habían merecido la pena.




Franco celebra su victoria (Madrid, 19 de mayo de 1939)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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La verdad es una fruta que conviene cogerse muy madura (Voltaire)

[TRIBUNA DE PRENSA] Lo mejor de la semana. Marzo, 2019 (V)





Dicen que elegir es descartar, y estoy acuerdo con ello. Aquí les dejo algunos de los artículos de opinión publicados en la prensa diaria que durante la pasada semana he ido subiendo al blog en la columna Tribuna de prensa. Asumo la responsabilidad de su elección y de la posibilidad de equivocarme. Como dijo Hannah Arendt, espero que les inviten a pensar para comprender y comprender para actuar, pues la vida, a fin de cuentas, no va de otra cosa: pensar, comprender, actuar. Se los recomiendo encarecidamente. Creo que merecen la pena, pero si no es así, la próxima vez acertaré. 


DOMINGO, 24 DE MARZO

LUNES, 25 DE MARZO

MARTES, 26 DE MARZO

MIÉRCOLES, 27 DE MARZO

JUEVES, 28 DE MARZO

Y desde los enlaces de más abajo puede acceder a algunos de los diarios y revistas más relevantes de España, Europa y el mundo, actualizados continuamente.
El País (España)
Le Monde (Francia)
The Times (Gran Bretaña)
El Mundo (España)
Gazeta Wyborcza (Polonia)
La Vanguardia (España)
Canarias7 (España)
El Universal (México)
Clarín (Argentina)
La Voz de Galicia (España)
NRC (Países Bajos)
La Stampa (Italia)
Le Figaro (Francia)
Tages Anzeiger (Suiza)
Excelsior (México)
Die Welt (Alemania)
El País Semanal (España)
Revista de Libros (España)
Letras Libres (España)
Litoral (España)
Jot Down (España)
Der Spiegel (Alemania)
Política Exterior (España)
Cidob (España)
Concilium (España)
Le Nouvel Afrique (Bélgica)
Time (EUA)
Life (EUA)
Cambio16 (España)
Jeune Afrique (Francia)
Tiempo (España)
Newsweek (Estados Unidos)
Nature (Estados Unidos)
Paris Match (Francia)
National Geographic (Estados Unidos)
Expresso (Portugal)
Les Temps Modernes (Francia)

Y como siempre, para terminar, las mejores fotos de la semana de los corresponsales en todo el mundo del diario El País. 




Niños y títeres en las ruinas de Saraqib (Siria)



Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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[PARLAMENTO] Diario de Sesiones de las Cortes Generales. Marzo, 2019 (V)





Las Cortes Generales representan al pueblo español y están conformadas por el Congreso de los Diputados y el Senado. Ambas Cámaras ejercen la potestad legislativa del Estado, aprueban sus Presupuestos, controlan la acción del Gobierno y tienen las demás competencias que les atribuye la Constitución. 

En los Diarios de Sesiones de las Cámaras se reflejan literalmente los debates habidos en los plenos y las comisiones respectivas y las resoluciones adoptadas en cada una de ellas. Los demás documentos parlamentarios: proyectos de ley, proposiciones de ley, interpelaciones, mociones, preguntas, y el resto de la actividad parlamentaria, se recogen en los Boletines Oficiales del Congreso de los Diputados y del Senado. 

Desde este enlace pueden acceder a toda la información parlamentaria de la presente legislatura, actualizada diariamente. Les recomiendo encarecidamente que la exploren con atención si tienen interés en ello. Y desde estos otros a las páginas oficiales de las principales instituciones políticas nacionales, europeas y locales:



INSTITUCIONES EUROPEAS


INSTITUCIONES LOCALES


Desde estos otros enlaces pueden acceder a los Diarios de Sesiones de los plenos de ambas cámaras, así como a los de sus comisiones y los de las mixtas de las Cortes Generales, habidas en la semana precedente:  


I. CORTES GENERALES
(Sin sesiones)

II. CONGRESO DE LOS DIPUTADOS
(Sin sesiones)

III. SENADO
(Sin sesiones)


Desde este enlace pueden acceder al listado de iniciativas que estaban en estado de tramitación y han quedado caducadas con motivo de la disolución de las Cámaras, así como de las que se trasladan a las nuevas Cortes Generales que surjan de las elecciones del próximo 28 de abril de 2019.

Esta es la agenda prevista para la semana próxima tanto en el Congreso como en el SenadoY desde estos otros enlaces pueden acceder al programa que RTVE ofrece semanalmente sobre la vida parlamentaria y al blog de las Cortes Generales dedicado a la Conmemoración del 40º aniversario de la Constitución.




Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 



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sábado, 30 de marzo de 2019

[A VUELAPLUMA] Los votantes huérfanos del PSOE





Los votantes huérfanos del PSOE son fantasmas desorientados, atrapados, como en las películas del género, en otra dimensión, dice de ellos, de nosotros, José Ignacio Torreblanca, profesor de Ciencia Política en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). 

Por el día observan desde el otro lado de la puerta las vicisitudes de los dueños de la mansión, comienza escribiendo Torreblanca. Y por la noche dan golpes en las puertas, baten las ventanas y hacen crujir los suelos para llamar la atención de los habitantes de la casa. Pero sus quejidos son ignorados ("no hay que dar importancia a los ruidos", dicen los gerifaltes, "saldremos adelante").

Son los votantes huérfanos del PSOE, los de toda la vida, los del centroizquierda moderado, los progresistas sin estridencias, los pragmáticos que abjuran de los radicalismos y las exageraciones ideológicas, los que prefieren que su partido haga mucho y diga poco a que diga mucho y haga poco. No tienen problemas con la Constitución del 78 y se sienten moderadamente patriotas, más por orgullo por lo logrado por este país en los últimos 40 años que por un fervor identitario y esencialista. Querrían una discusión pública racional sobre educación, pensiones, sanidad, sí, pero rechazan que se les hurte un debate territorial en el que tendrían mucho que decir.

Porque, a su manera, e incluso con más justificación que la derecha, se sienten traicionados por los nacionalistas. Pensaban que estaban haciendo un gran país que superara sus diferencias históricas y que articulara (por fin), una nación cívica compatible con la integración en Europa (por fin) y con el reconocimiento de la pluralidad de identificaciones nacionales (por fin). Pero en los últimos años han descubierto que aquello era una ficción: que algunos aprovecharon para construir una identidad nacional sobre la que asentar una demanda de estatalidad que dividiera y enfrentara a la ciudadanía. Y se sienten tan decepcionados por la doblez de sus aliados de la Transición como humillados por tener que soportar que, para colmo, la culpa es suya por, al parecer, ser una mera reencarnación del autoritarismo franquista contra el que muchos se dejaron la piel.

A los votantes fantasma del PSOE les espanta Vox, les preocupa el giro a la derecha del PP y temen que Ciudadanos cierre las puertas a una reconstrucción de un centro político tan necesario como, al parecer, por ahora imposible. Pero tanto como temen un tripartito entre Vox, el PP y Ciudadanos que agudizaría la polarización y generaría una enorme tensión social (incluso riesgos de retroceso en derechos adquiridos), les provoca escalofríos que su PSOE de toda la vida pudiera, justo en el momento en el que Podemos está finiquitado, conformar un Gobierno de coalición que diera una Vicepresidencia y ministerios clave a Iglesias, Montero y los suyos, amén de predisponerse sobre la base de silencios, omisiones y sobreentendidos a ganarse los votos de los independentistas. En su retina está fijada la escalofriante rueda de prensa coral de Iglesias en enero de 2016 reclamando la Vicepresidencia, el CNI y el BOE. Como lo está el no de Podemos a la primera investidura de Pedro Sánchez, porque fue ese no el que verdaderamente llevó a Rajoy a La Moncloa.

Los votantes fantasma del PSOE penan todos los días por los diales de las radios, los editoriales de su periódico de referencia y las parrillas de las televisiones buscando una señal tranquilizadora, una brizna de esperanza, un atisbo de firmeza. A veces imaginan a su líder proclamando solemnemente: "nunca aceptaré los votos de los independentistas para seguir en La Moncloa". Pero, acto seguido, se despiertan sobresaltados en la oscuridad para descubrir que todo ha sido un sueño. Y, a la mañana siguiente, vuelven a comprobar que el discurso de campaña de su partido está más centrado en cavar trincheras y alimentar una política de bloques contra la derecha que está enfrente que en confrontar a la izquierda radical y el independentismo que queda detrás de sus líneas que, sin duda, no dudará en apuñalar a su partido por la espalda a la menor ocasión.

Otras veces, los votantes fantasma dejar volar su imaginación y, como quien adivina formas de animales en las nubes, fabulan sobre lo que pasaría si dentro del PSOE existiera una alternativa, una mínima disidencia, aún sin fuerza, que por débil que fuera sirviera para dejar testimonio de que no todo el mundo se entregó al oportunismo, de que no todo el mundo prefirió el poder a toda costa, que hubo quien prefirió perder hoy para ganar mañana que ganar hoy para perder mañana. A los votantes fantasma del PSOE les desespera el conformismo de los barones territoriales y de los supuestos disidentes, que rehúyen la confrontación con una política que saben equivocada a cambio de salvaguardar sus cuotas de poder autonómico, municipal y personal. Recuerdan con nostalgia aquellos años en los que el PSOE era un partido vibrante, en los que el secretario general, lejos de controlar el partido, tenía que soportarlo, un partido con grandes figuras de referencia, corrientes internas que expresaban una sana disidencia y un aparato orgánico que intentaba impulsar y controlar la acción de Gobierno. Pero hoy, los votantes fantasma del PSOE echan de menos a alguien que, sin temer las consecuencias inmediatas sobre su futuro político, pusiera pie en pared e hiciera un discurso, modesto pero firme, que al menos enseñara a votantes y militantes la existencia de una alternativa, de otro camino. Sin duda sería derrotado, pero habría sembrado la semilla de una futura reconstrucción.

Por desgracia, del pasado solo queda nostalgia, acompañada, eso sí, del reconocimiento del cúmulo de errores cometidos por el PSOE en la incompetente gestión de la sucesión de Zapatero, incluido el feroz aplastamiento de Eduardo Madina sirviéndose de Pedro Sánchez y la paradójica victoria del que primero fue candidato del aparato para luego presentarse como inmaculado candidato de las bases. De aquellos tejemanejes del aparto y comités federales delirantes queda hoy un PSOE arrasado orgánicamente, sin referencias intelectuales ni pesos ni contrapesos internos. Un partido que ha enterrado sus instituciones e historia organizativa e importado las prácticas caudillistas y de hiperliderazgo de aquellos populistas a los que quería combatir.

Pero ante todo, y de forma más preocupante, queda un partido sin pulso orgánico ni capacidad de debate interno en la principal cuestión que preocupa a los votantes de este país: la cuestión catalana. Porque, tras un comportamiento ejemplar en esa crisis, conduciéndose como un leal socio con visión de Estado a lo largo del otoño de 2017, el PSOE cayó en la tentación de apoyarse en los votos de los independentistas para llegar al poder. Y, aunque en un primer momento pudiera afirmar que los recibió sin contrapartidas, desde el instante en el que decidió continuar en el poder en lugar de convocar elecciones, se obligó a contemporizar con el independentismo: de ahí las propuestas de libertad provisional para los acusados del procés; las rebajas en la calificación de los delitos por parte de la abogacía del Estado; las especulaciones sobre futuros indultos; la búsqueda de fórmulas negociadoras basadas en extraños relatores; la tolerancia con la reapertura de la red de Embajadas en el exterior; la dejación de funciones respecto al abuso que de la educación y los espacios públicos e institucionales hace la Generalitat. Cierto que de ello quedó finalmente poco en términos prácticos. Pero sembró en el votante socialista la percepción, alimentada por las reuniones entre Pablo Iglesias y Oriol Junqueras en la cárcel de Lledoners, de que después de unas elecciones, Sánchez estaría más que dispuesto a formalizar, ahora sí, esa coalición con Podemos y con los apoyos (visibles o subterráneos) de los independentistas.

Así que el 28 de abril, el votante fantasma del PSOE arrastrará sus pesadas cadenas hasta las urnas para decidir cómo se debe gobernar este país: si con el PSOE apoyado por Podemos y los independentistas o por el PP en coalición con Ciudadanos y el apoyo de Vox. ¿De verdad no hay nadie que pueda aliviar a los socialistas de esa pesada carga y dejarles votar en paz por su partido de toda la vida?



Dibujo de LPO



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viernes, 29 de marzo de 2019

[EUROPA. ESPECIAL ELECCIONES 2019] El desafío de la populocracia






Entre los próximos 23 y 26 de mayo estamos llamados los ciudadanos europeos a elegir a nuestros representantes en el Parlamento de la Unión. Me parece un momento propicio para abrir una nueva sección del blog en la que se escuchen las opiniones diversas y plurales de quienes conformamos esa realidad llamada Europa, subiendo al mismo aquellos artículos de opinión que aborden, desde ópticas a veces enfrentadas, las grandes cuestiones de nuestro continente. También, desde este enlace, pueden acceder a la página electrónica del Parlamento europeo con la información actualizada diariamente del proceso electoral en curso.

Los europeos nos enfrentamos al desafío de la ‘populocracia’. Y si las democracias no son capaces de refundarse, renovarse, inventar formas nuevas y originales de participación, se corre el riesgo de caer en regímenes como los instalados en Hungría y Polonia, comenta Marc Lazar, profesor de Historia y Sociología política en la Universidad Sciences Po, de París. 

El movimiento de los chalecos amarillos, comienza diciendo Lazar, iniciado en noviembre no deja de despertar la curiosidad tanto en Francia como en el extranjero. ¿Cómo es posible que una movilización minoritaria pueda durar tanto, cuando no dispone de ninguna estructura organizada y la mayoría de los medios de comunicación no la ven con ojos demasiado favorables? ¿Cómo es posible que la opinión pública la haya apoyado en gran medida, al menos hasta hace poco, pese a que los manifestantes recurren a una violencia extrema o la justifican porque, según ellos, es la única forma de hacer oír su voz y la policía los reprime con gran dureza?

Los chalecos amarillos, divididos sobre muchas cuestiones —en particular, sobre sus métodos de actuación— entre radicales y moderados, proceden de las periferias de las grandes ciudades, de las ciudades medianas y, en menor medida, de las zonas rurales. En su mayoría ejercen trabajos mal remunerados, pero también hay muchas mujeres solas y jubilados. Es una población que sufre socialmente, que se siente marginada y despreciada. El movimiento nació de forma espontánea, a través de Facebook, a partir de una protesta contra la subida de impuestos sobre los carburantes.

Después amplió sus reivindicaciones para exigir, por ejemplo, el incremento del poder adquisitivo, servicios públicos más eficientes y el restablecimiento del impuesto sobre el patrimonio, y enseguida denunció la violencia policial. A pesar de su heterogeneidad, los chalecos amarillos han propuesto consignas políticas: la dimisión de Emmanuel Macron, por el que sienten un odio visceral, al que culpan de todos los males y sospechan capaz de todas las manipulaciones posibles e imaginables, y la celebración de un referéndum de iniciativa ciudadana.

Es en ese aspecto en el que el movimiento revela la magnitud del malestar político actual. Francia posee instituciones fuertes, las de la Quinta República, un presidente que, elegido por sufragio universal, dispone de unos poderes considerables, un método de escrutinio que permite obtener una mayoría clara en el Parlamento, una clase política bien formada y una Administración eficaz. Eso no ha impedido la eclosión de este movimiento que tiene, entre otros, los aspectos totalmente inéditos de un populismo social.

El populismo, en general, es un estilo basado en unos preceptos que constituyen un sistema de creencias bastante coherente. Afirma la existencia de un antagonismo irreductible entre un pueblo supuestamente unido, bueno y virtuoso y una élite homogénea, diabólica y perversa que conspira contra el primero. Proclama la soberanía sin límites del pueblo, que debe expresarse en la celebración constante de referendos y el uso de las redes sociales. Celebra la superioridad de la democracia directa frente a las formas anticuadas de la democracia liberal y representativa, que no es más que una nueva versión del poder oligárquico. Para el populismo y los populistas no existen preguntas, temas ni asuntos complicados de explicar, sino solo soluciones simples e inmediatas; esto se traduce en la denuncia y la estigmatización de los expertos, porque se considera que sus conocimientos son el instrumento supremo de los dominadores contra los dominados. El maniqueísmo innato y esencial del populismo empuja a crear chivos expiatorios en los que cristalizan los resentimientos y los odios y que se convierten en víctimas de una violencia que hasta hora, en general, sigue siendo simbólica: la casta, las élites, los inmigrantes, los extranjeros, los musulmanes, a veces los judíos. El populismo está impulsado por un líder que teóricamente encarna al pueblo en sus discursos. El populismo recurre al registro de la emoción y las pasiones, en contra de la fría racionalidad de los responsables políticos tradicionales y los tecnócratas, otro blanco de los populistas. Los cuales son muy dispares. Normalmente, el populismo es fruto de movimientos o partidos políticos. No es así en el caso de los chalecos amarillos, que pueden haber estado influidos por Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon, pero que se formaron de manera espontánea.

Los chalecos amarillos exhiben todas las características del populismo, a excepción de una: no tienen líder y se niegan a tenerlo. Pero su existencia y la duración de su movilización, aunque se haya ido reduciendo semana tras semana, indican una transformación política fundamental. Para empezar, muestran la amplitud del desafío político al presidente de la República, su mayoría y las instituciones, sobre todo con el declive de los partidos políticos y los órganos intermedios. Además, señalan una especie de agotamiento de la Quinta República. Y por último, ilustran el avance de lo que el sociólogo italiano Ilvo Diamanti y yo hemos llamado la populocracia, que erosiona las bases de las democracias liberales y representativas en Francia y otros países. La populocracia es el resultado de la fuerza de los populismos organizados como partidos. Sus ideas impregnan las opiniones públicas, sus temas de interés dictan las agendas, su forma de hacer política se ve reproducida en gran parte por sus adversarios, su lenguaje simplificador se extiende, su temporalidad, la temporalidad de la urgencia, se impone. Sobre todo porque han entendido que lo digital constituye una revolución.

Nuestras sociedades han dejado de tener “intermediarios”. Por consiguiente, gracias a la repercusión de las redes sociales, las propuestas de democracia, ya no solo directa, sino inmediata —porque no tiene mediación e impone la urgencia de la temporalidad absoluta—, que defienden la soberanía ilimitada de la gente, en detrimento de las normas y los procedimientos del Estado de derecho, adquieren una enorme fuerza. Además, los líderes que combaten el fondo del populismo, por ejemplo porque son profundamente europeístas, en la forma tienden a recurrir al estilo populista para conquistar el poder y para presentarse como alguien de fuera, antisistema, de modo que personalizan sus políticas, simplifican su lenguaje, fustigan a todos los partidos y responsables políticos tradicionales y apelan a la gente sin dialogar ni negociar con los órganos intermedios, los sindicatos, las organizaciones sectoriales y las asociaciones, a las que acusan de defender exclusivamente los corporativismos; buscan actuar de la forma más rápida posible, hasta el punto de caer en la precipitación. Es lo que se ha podido denominar el populismo centrista, o el populismo de gobierno, bien representado hace algún tiempo por Matteo Renzi en Italia y también por Emmanuel Macron.

Desde luego, la populocracia no ha triunfado aún ni en otros países ni en Francia, donde Macron está aún protegido por las instituciones y donde, con el “gran debate” que ha puesto en marcha, está tratando de recuperar el contacto con una parte de la población (no con los chalecos amarillos) y también su empuje político. Sin embargo, tanto en Francia como en otros países, constituye una posibilidad, una dinámica que está sacudiendo los partidos tradicionales —ya en mala situación—, los sistemas políticos y, en general, las democracias. O estas son capaces de refundarse, renovarse, inventar formas nuevas y originales de participación, o la próxima etapa podría ser la que ya se encuentra en vigor en el corazón de Europa, en Hungría y Polonia: la democracia iliberal.






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