La noción de brevedad ronda siempre las consideraciones sobre la minificción de los minirrelatos. Aunque la brevedad no sea, ni con mucho, el único rasgo que es necesario observar en estas brillantes construcciones verbales, resulta lógico que para el lector común, e inclusive en cierta medida para el escritor, resalte de manera especial.
Fue, en efecto, la primera característica que llamó la atención de lectores y críticos de esta forma literaria: la que primero produjo desconcierto y, a partir de allí, admiración. Ocurre, sin embargo, que tal noción es eminentemente subjetiva. Se puede considerar breve un relato de ocho o diez páginas, pero también lo será uno de un par de páginas, e igualmente, y con mayor razón, algún texto de extensión aún menor, que podremos describir en función de un determinado número máximo de líneas o de palabras, y no de páginas ni de párrafos.
Pesan en este sentido la tradición de una literatura, y también la implícita comparación -casi instintiva, casi subconsciente- que formulamos con otros textos que conocemos, o bien con lo que se considera cuento o relato en nuestra propia literatura o en una distinta de ella. ¿Habremos de aceptar una categoría nueva, la del microrrelato brevísimo o hiperbreve, aunque el nombre resulte redundante? ¿O bien entenderemos que hay casos en que el escritor extrema alguna de las características que también tienen otros textos de este tipo, y ese hecho es percibido por el lector como un factor de diferenciación?
Continúo hoy la serie de Retazos literarios con el titulado La manzana, de la escritora argentina Ana María Shua (1951). Shua comenzó a publicar a los 16 años, con su libro de poemas El sol y yo, por el que recibió un premio del Fondo Nacional de las Artes. En 1973 obtuvo el título de Profesora en Letras. En 1980 ganó el premio de la editorial Losada con su primera novela Soy paciente, y al año siguiente apareció su primer libro de cuentos Los días de pesca. En 1984 tuvo su primer éxito de venta con Los amores de Laurita. Ha publicado los libros de microrrelatos Casa de Geishas, Botánica del caos, Temporada de fantasmas, Cazadores de letras (que reúne los otros cuatro) y Fenómenos de circo. En 1994 obtuvo una beca Guggenheim para escribir su novela El libro de los recuerdos, que trata acerca de una familia judía en la Argentina. Ha trabajado como periodista, publicista y guionista de cine, adaptando algunas de sus novelas. Su novela La muerte como efecto secundario (1997) formó parte de la lista de las cien mejores novelas publicadas en lengua española en los últimos veinticinco años elaborada por el Congreso de la Lengua Española celebrado en Cartagena de Indias, Colombia, en 2007. Sus cuentos y microrrelatos figuran en antologías publicadas en todo el mundo. Les dejo el relato de
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
LA MANZANA
por
Ana María Shua
La flecha disparada por la ballesta
precisa de Guillermo Tell parte
en dos la manzana
que está a punto de caer sobre
la cabeza de Newton.
Eva toma una mitad y le ofrece
la otra a su consorte
para regocijo de la serpiente.
Es así como nunca
llega a formularse la ley de gravedad.
FIN
Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt
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