¿Nunca les ha entrado a ustedes un ataque de risa, de esa risa tonta, incontenible, provocada por la nimiedad más absurda, en el momento más inoportuno e imprevisible? ¿Por ejemplo, en pleno funeral de un ser querido, en el momento más dramático de una representación teatral, en plena reunión formal de trabajo o en el instante crucial de una intervención académica?... No me digan que no, porque no me lo creo... Nos ha pasado a todos; a ustedes también, con seguridad. Lo que ocurre es que no quieren recordar la inmensa vergüenza que sintieron ante las airadas miradas de reconvención de los presentes...
Disfruten de este Tinto de Verano de la novelista Alicia Giménez Bartlett. Se titula "Prolegómenos", y lo publicó en El País del pasado 11 de agosto: Hallamos el cadáver de la chica en medio de un charco de sangre. Un comienzo clásico, como se ve. Nos había llamado la señora de la limpieza, aterrorizada, cuando acudió por la mañana a trabajar. Segundo rasgo habitual. A partir de ahí las características de lo que era sin duda un asesinato tomaban su propio camino, ciertamente original. A la víctima le habían asestado varias puñaladas por todo el cuerpo, y como colofón, el criminal se había entretenido en darle seis tajos superficiales en el cuello, muy uniformes en profundidad y longitud. ¿Una firma, un mensaje encubierto? Mi compañero, el subinspector Fermín Garzón, reaccionó frente al cuerpo a su modo personal: una blasfemia arropada por varios tacos ligeros que demostraban su rechazo del crimen y su piedad por la mujer. Completado el rito funerario se volvió hacia mí:
-Inspectora Delicado, ¿puedo encender la refrigeración?
-Ni de coña, ¿para qué lo pregunta? Ya sabe que si somos los primeros en llegar no se puede tocar nada.
-Es que hace un calor de la hostia. Yo así soy incapaz de investigar. Además, ya me dirá usted si no es mejor para las posibles pruebas estar fresquitas y en plenitud, en vez de tener signos de descomposición.
Su sentido de la ciencia policial era penoso, pero por no oírlo despotricar accedí. Llamamos a la Científica, al forense y al juez. Mientras llegaban dimos vueltas por la estancia en una inspección ocular inicial. Había sillas volcadas y envases rotos cuyo contenido se derramaba por el suelo creando una atmósfera llena de efluvios de esencias y alcohol. La víctima probablemente se había resistido a su agresor. La decoración era la típica de aquel tipo de local: colores chillones en las paredes con predominio del rosa, muchos espejos orlados de luces, fotografías de chicas hermosas y algún escalofriante detalle coquetón que abofeteaba el buen gusto. Un montón de botellas en las estanterías. También la muerta hacía ostentación de su quehacer: muy maquillada, un moño complicado de cabello teñido de rubio, minifalda a la moda, taconazos... En la puerta habíamos dejado al policía Domínguez, que de repente asomó la cabeza.
-Inspectora Petra, ha llegado el de sucesos de Las noticias. No es el de siempre, es un chico jovencito.
-¡Joder, un becario! Se dedicará a preguntarnos chorradas tipo CSI.
-No sea tan dura, jefa; todos hemos empezado. A lo mejor el chico es listo.
-De todas maneras, Garzón, éste es un país de mierda, ¿por qué tiene que llegar antes el plumilla que el puto juez?
La testa de Domínguez se materializó de nuevo en el dintel:
-Que dice este muchacho que si han encontrado algún pelo para analizar.
Nos miramos perplejos y estallamos en carcajadas.
-Dígale que sí, que de pelos nos vamos a hinchar.
-Ya ve cómo no me equivocaba, Fermín, éste no sabe ni leer.
Cuando llegó el juez a la peluquería de barrio Glamour nos encontró en pleno ataque de hilaridad. Creo que no le pareció muy adecuado. Sean felices, por favor. Y ahora, como decía Sócrates, nos vamos. HArendt
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