sábado, 17 de junio de 2023

Del Sur y la historia





 


Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la filóloga Irene Vallejo, va del Sur y la historia. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 












Ser sur
IRENE VALLEJO
10 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

En el horizonte se dibuja una isla desconocida. Algunos tripulantes desembarcan armados. Circe, la diosa de las bellas trenzas, los recibe con sonrisa amistosa y suculentos manjares. Pero, ay, tras unas copas de vino, rozándolos con su varita, los transforma en cerdos. Cuando Odiseo abandona el barco en su busca, Hermes le ofrece una planta mágica llamada moly, antídoto contra el hechizo porcino de Circe. Protegido por los poderes de la hierba, acepta la seducción de la maga, se acuesta con ella en un hermoso lecho y, con un convincente revolcón, logra que devuelva a los marinos sus gozosos cuerpos humanos —ya sin pezuñas ni solomillos—.
Como en la Odisea, nuestro mundo sufre el maleficio de nuevas magas. A comienzos de siglo, ciertas élites financieras apodaron a los países del sur europeo —Portugal, Italia, Grecia y España— con un acrónimo de puerca arrogancia: los PIGS. El nombre llegaba adobado de los estereotipos habituales: los sureños indolentes, despreocupados, derrochadores, deudores y propensos a la corrupción. El conocido arsenal de prejuicios con los que se justificaban desmanes en tierras latinoamericanas o africanas.
El sur se ha convertido en categoría ideológica, más que cartográfica, el modo en que los centros de poder describen la periferia. En rigor, todas las posiciones son relativas: cada lugar es a la vez norte, sur, este y oeste, dependiendo de dónde se sitúe quien observa. Pero predomina el punto de vista septentrional, y hasta el lenguaje expresa preferencias: “Perder el norte” es sinónimo de conductas erráticas y desvaríos. Ahí nace el tópico de ese sur que disfruta ventajas no ganadas —el sol, el clima, la exuberancia— y sufre penitencias merecidas —pobreza, emigración—. Sin embargo, en un planeta esférico no hay un arriba y un abajo, ni superioridad o inferioridad. Todos los puntos son iguales. No existe ninguna razón científica para ubicar el norte por encima del sur, más allá de la mirada de los exploradores europeos. La historia explica mejor que la geografía las coordenadas de nuestros prejuicios.
Milenios atrás, el norte carecía de protagonismo simbólico. Para Heródoto se trataba de un mundo inhóspito, tierra de hechicería: allí situaba a seres fabulosos con un solo ojo y grifos que vigilaban tesoros. En cambio, las ricas civilizaciones radicaban en el este, allá en el Creciente Fértil, Egipto e India, y el tópico decía: ex oriente lux. El geógrafo Estrabón afirmó que Irlanda estaba plagada de caníbales, y consideró que no valía la pena conquistar Britania, territorio mísero e inhabitable. Desde la óptica antigua, los galos eran salvajes; y los germanos, una belicosa periferia del Imperio Romano. No existe un destino asociado a la geografía. En distintas épocas, el mismo lugar puede ser vencedor y vencido, imperio y patio trasero, quebrado y más tarde próspero. Lo único que no cambia es la percepción de los países poderosos de turno, convencidos de ser, por siempre, brújula de la realidad.
El artista uruguayo Joaquín Torres García desafió en 1943 los preceptos cartográficos y mentales con su dibujo América invertida, donde la Patagonia apunta, como una cúspide, hacia arriba. Escribió: “Ahora le damos la vuelta al mapa, y así tenemos una idea verdadera de nuestra posición. El sur es nuestro norte”. Revolucionando el atlas, José Saramago imaginó en La balsa de piedra la península Ibérica como isla flotante rumbo a Sudamérica. La rebelde Mafalda, ante el globo terráqueo, se preguntaba qué habrán hecho ciertos pobres sures para merecer ciertos nortes. No olvidemos que esos territorios vilipendiados inventaron el alfabeto, la democracia y las constituciones, la moneda, la historia, el teatro, la filosofía y la física, la ciudadanía y el derecho internacional, innumerables corrientes artísticas, el realismo mágico, una cierta sabiduría en el vivir. Para la escritora Adelaida García Morales, El sur era el lugar anhelado, la promesa de otro mundo posible. Frente a magas y agravios, necesitamos como Odiseo antídotos que desafíen los apodos de la piara. No hay esquinas en una esfera, ni existen en este planeta lugares “suralternos”: aún queda soñar y navegar rumbo al resurgir del sur.




























[ARCHIVO DEL BLOG] Señalar primero, para luego exterminar. [Publicada el 06/08/2018]









Varios testigos, entre ellos Filip Müller, miembro del Sonderkommando de Auschwitz, han relatado la trágica noche en la que los gitanos que aún quedaban con vida en el campo B2e, el extremo oeste más alejado de Birkenau, fueron asesinados en las cámaras de gas de los crematorios 3 y 5, escribe en el diario El Mundo el periodista Fernando Palmero, doctor por la Universidad Complutense y coautor de Guía didáctica de la Shoá (CAM, 2014) y Para entender el Holocausto.  
El campamento gitano (Zigeunerlager), comienza diciendo, era una anomalía dentro de la estructura concentracionaria, de trabajo y muerte de Auschwitz. Aisladas en barracones de madera, las familias vivían juntas, podían vestir ropa civil (aunque marcadas con una cruz roja en la espalda), no se les rapaba la cabeza, los SS no solían acosarles demasiado ni infligirles muchas palizas y los varones trabajaban habitualmente dentro de la zona del campo reservada para ellos. No obstante, fue gitana la mano de obra forzosa que construyó el nuevo andén y el ramal ferroviario al interior del campo, diseñado para el asesinato de los judíos húngaros en el verano de 1944. El hacinamiento (llegó a haber hasta 10.000 personas a la vez en un terreno rectangular de 500 metros de largo por 120 de ancho), la escasez de comida y las pésimas condiciones de salubridad eran, sin embargo, la contrapartida que los gitanos deportados allí desde los más remotos lugares del Reich tenían que soportar, y que acabaron con la vida de miles de ellos. "En el crematorio", relata Müller en Tres años en las cámaras de gas (Ed. Confluencias), "nos dimos cuenta de que cada vez había mayor número de cadáveres del campamento gitano, la mayoría de los cuales eran niños pequeños y ancianos. Los segundos no eran más que piel y huesos, casi todos tenían sarna, mientras a los niños muertos parecía como si los hubieran roído las ratas. Los médicos nos dijeron que en realidad se trataba de una enfermedad llamada noma que afectaba sobre todo a los niños debilitados". En mayo de 1944, cuando comenzaba el periodo de mayor actividad asesina de Auschwitz, Himmler dio la orden de aniquilarlos. Antes, se efectuó una selección. Unos 3.200 fueron enviados a otros campos como mano de obra esclava. Algunos de los que quedaron, muchos de los cuáles habían sido sometidos a experimentos médicos, fueron asesinados selectivamente mediante inyecciones de fenol aplicadas directamente en el corazón por el personal sanitario. El 2 de agosto, en una tarde especialmente violenta por la dura resistencia que pusieron, los 2.897 gitanos que habían sobrevivido fueron gaseados. «No fue fácil meterlos en las cámaras», recordaría posteriormente Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, según recoge Nikolaus Wachsmann en KL (ed. Crítica). En octubre, desde Buchenwald enviaron a otros 800 para llevarlos a unas cámaras de gas que dejarían de funcionar en noviembre, ante la inminente llegada de las tropas soviéticas. Se desconoce el número exacto de gitanos de toda Europa que fueron asesinados durante el Holocausto. Al menos, 250.000. Algunas fuentes elevan la cifra hasta los 500.000. A ese genocidio, cometido sobre todo por la Alemania nazi y por el Estado Independiente de Croacia, y en el que colaboraron también la Francia de Vichy, Serbia y Rumanía, entre otras naciones, se le conoce como Porraimos (literalmente devastación, en romaní). 
El genocidio gitano comenzó como lo había hecho el judío. Con un censo racial. Y es difícil sustraerse a su memoria después de que Matteo Salvini, vicepresidente y ministro del Interior italiano, haya anunciado la elaboración de uno para saber quién debe o no quedarse en el país, "aunque a los gitanos italianos", declaró con el tono racista y xenófobo que tiene todo nacionalista, "lamentablemente, nos los tengamos que quedar". Si el antisemitismo fue el abono necesario para perpetrar la Shoá, el ancestral odio a los gitanos (calificados de asociales y a los que se identificaba con la delincuencia, la prostitución y el rechazo al trabajo) posibilitó el Porraimos. Como recordó Raul Hilberg en La destrucción de los judíos europeos (ed. Akal), la policía de Múnich había introducido ya en 1911 la toma de huellas dactilares para controlar a los gitanos nómadas de Baviera, y en 1929 instauró la Oficina Central para Combatir a los Gitanos. 
También durante los años en los que ejerció como ministro del Interior de Berlusconi, el antecesor de Salvini en la secretaría federal de la Liga Norte, Roberto Maroni, intentó imponer un registro de huellas dactilares de niños gitanos, paralizado por la UE. Ahora, Italia ha lanzado un nuevo desafío a la comunidad internacional con el acoso a los miembros de la comunidad gitana, que ya ha comenzado activamente en Roma, cuya alcaldía está regida por el populista y de izquierdas Movimiento 5 Estrellas, socio de la Liga Norte en el Gobierno. El censo, decíamos. Entre el 12 y el 18 de junio de 1938, en la conocida como la semana de la limpieza gitana, miles de sinti y romà alemanes y austriacos fueron enviados a campos de trabajo en Salzburgo y en Burgenland, al este, junto a la frontera con Hungría, donde fueron empleados en la construcción de carreteras y la tala de árboles. En diciembre, Himmler emitió una circular para "combatir la plaga gitana" y, como había ocurrido con los judíos en 1935 tras la aprobación de las leyes de Nüremberg, se procedió a una exhaustiva investigación racial para determinar el grado de mezcla sanguínea, retirar la nacionalidad alemana a los señalados y aplicarles normas salariales y fiscales diferenciadas de los ciudadanos arios. A los sinti puros (considerados procedentes del Antiguo Reich y de Austria) y a algunos de matrimonios mixtos (llamados Michlinge buenos) se les permitió quedarse. También, a las familias de soldados en activo y a algunos con residencia y empleos estables, pero bajo la condición de someterse a una esterilización irreversible que evitase la contaminación de la raza aria. El resto, todos los romà y los sinti no puros, entre 22.000 y 23.000 de toda la Europa ocupada por el Reich, según Hilberg, fueron deportados a diferentes campos en el Este, en la Polonia ocupada, especialmente a Auschwitz.
Las deportaciones habían comenzado con una orden de Himmler de 16 de diciembre de 1942, acompañada de otra de 26 de enero de 1943, a partir de la cual se procedió a la confiscación de todas las propiedades de las personas que habían sido enviadas a los campos. Como en el caso de los judíos, el exterminio estaba indisolublemente unido a un robo a gran escala que sirvió para aliviar la carga de los gastos de guerra alemanes, aunque, a diferencia de la Shoá, sobre la que Götz Aly hizo un cálculo aproximado, se desconoce a cuánto ascendió lo sustraído a los romà y los sinti europeos. El primer transporte de gitanos llegó a Auschwitz el 26 de febrero de 1943 y en fechas sucesivas lo hicieron 10.094 varones y 10.839 mujeres, un total de 20.933 personas. Algunos, como los 2.700 provenientes del distrito polaco de Bialystok, fueron enviados directamente a la cámara de gas ante la sospecha de estar infectados de tifus. Otros murieron víctimas de las plagas que asolaban periódicamente el campamento gitano. Se sabe que en los otros campos de exterminio, Belzec, Sobibór, Treblinka, Majdanek y Chelmno fueron gaseados grupos de gitanos, pero se desconoce el número. También, en el avance de los Einsatzgruppen durante la invasión de la URSS, junto a los judíos fueron fusilados gitanos en Bielorrusia, los Estados bálticos, Ucrania o Crimea. En Serbia, donde vivían alrededor de 150.000, fueron obligados a llevar un brazalete amarillo con la palabra Zigeuner, similar al que portaban los judíos con la estrella de David. Muchos corrieron el mismo destino que aquellos en el campo de Semlin. También el Estado Independiente de Croacia, un régimen nacional-católico de inspiración nazi, inició el asesinato de sus ciudadanos gitanos con la elaboración, a partir de julio de 1941, de un censo en el que fueron inscritas unas 40.000 personas, perseguidas por razones raciales y religiosas. Al final de la Guerra, sólo quedaron con vida unas 800. Carente de cámaras de gas, en el campo de exterminio de Jasenovac, a pocos kilómetros de Zagreb, murieron 16.173 romà a mazazos, degollados o ahogados en los centros de exterminio de Ustice y Donja Gradina.Primero fue el censo. Luego llegaron la deportación y la expropiación. Finalmente, el exterminio. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt. 










viernes, 16 de junio de 2023

De Berluscomi

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Roberto Saviano, va de Berlusconi. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 










Berlusconi deja un país con la política destruida
ROBERTO SAVIANO
13 JUN 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Con Berlusconi no acaba una era, como muchos están diciendo y escribiendo. Berlusconi se ha ido pero detrás ha dejado escombros. Desde 1994, los golpes de piqueta contra la política, el sentido de las instituciones, la implicación de los ciudadanos y la percepción de que votar servía para cambiar las cosas nos han traído directamente hasta nuestros días. A que votar sea hoy un ejercicio de confianza que pocos están dispuestos a ejercer. De confianza o de conveniencia. Se dirá que lo mismo ocurre en otros lugares, pero Berlusconi es un político exquisitamente italiano. Solo en parte, porque dominó la política italiana pero también dejó huella en la europea, sentó un precedente e indicó el camino incluso a Trump, que lo presentó como referencia cuando fue elegido presidente de Estados Unidos. La alianza con Putin, la amistad con Erdogan, el acuerdo con Gadafi para la construcción de campos de internamiento con el propósito de impedir el paso a los migrantes en tránsito… Precisamente este último pacto es el que se recuerda hoy que el Gobierno italiano y la Unión Europea están negociando con Kais Saied, el presidente tunecino, que ha suspendido la democracia, para que cierre el paso a los migrantes en Túnez con métodos similares. Pagando a milicias, suspendiendo el respeto a los derechos humanos, convirtiendo la cuestión migratoria en unas personas a las que hay que detener.
Y en Italia, hoy observamos con impotencia los escombros dejados por una televisión comercial que ha obligado a la pública a rebajarse también, los escombros de un populismo trasegado en la política institucional que hizo posible el Movimiento 5 Estrellas, un movimiento que, al menos al principio, no fue sino una reacción a los abusos de las políticas de Berlusconi. Pero el populismo de Berlusconi era un populismo dorado, contaba con dinero y con unos medios de comunicación que siempre empleó para golpear a sus adversarios —no solo políticos— y fortalecer a sus aliados. Hablando claro: Matteo Salvini y Giorgia Meloni, sin Berlusconi y la enorme ayuda que les dio, no habrían hecho nada en la política italiana. Sin una campaña permanente en las cadenas de Mediaset, Salvini no habría conseguido que la Liga creciera de forma exponencial en las elecciones de 2018 ni Meloni habría ganado las de 2022.
Ni siquiera hoy puedo interpretar los acontecimientos de los últimos 30 años con cierta indulgencia, porque Berlusconi nos acostumbró a lo peor, a las leyes ad hominem, desde los decretos Berlusconi del Gobierno Craxi en los años ochenta, que iban a regular temporalmente la radio y la televisión, hasta las que solo servían para que Berlusconi pudiera defenderse, no como acusado en los juicios, sino de la propia justicia. Berlusconi incluyó en las listas de los partidos que dirigía y llevó al Gobierno a personas cuya relación con las organizaciones criminales que han martirizado al país quedó demostrada posteriormente. Algunos de los más leales, como Marcello Dell’Utri (fundador de Forza Italia) y Nicola Cosentino (que fue nada menos que subsecretario de Economía en el mismo Gabinete de Berlusconi en el que Giorgia Meloni fue ministra de Política Juvenil), han acabado condenados por complicidad con asociación mafiosa, lo cual dice mucho de la despreocupación con que Berlusconi seleccionaba a los líderes pertenecientes a su ámbito político.
Con Berlusconi no acaba nada, porque los hombres y mujeres que crecieron políticamente e hicieron carrera con él siguen en el Gobierno. Y no acaba nada porque estos hombres y mujeres van a gestionar una cantidad inimaginable de dinero, la avalancha de financiación del PNRR (Plan Nacional de Recuperación y Resiliencia), que será difícil de controlar, con los escasos espacios informativos democráticos que quedan en Italia. Esto es obra de Berlusconi, que demostró que todo el mundo tiene un precio, que se puede comprar a todos, que la realidad y la verdad dependen solo de cuánto se quiera gastar para cambiarlas, reescribirlas y reinventarlas.
A esto se añaden la afición a la mentira y la idea de impunidad. Poder contar las mentiras más absurdas, como el asunto de la supuesta sobrina de Mubarak, la menor detenida mientras estaba al cuidado de la higienista dental de Berlusconi y después consejera regional por el PdL Nicole Minetti. Berlusconi convirtió la política italiana en algo impensable, estrictamente personal, profundamente suyo. Todo parecía pertenecerle, y de ahí la gran hipocresía: se atribuyó a sí mismo una reputación de gran liberal, pero hoy, treinta años después de su entrada en política, puede decirse que destruyó por completo la cultura liberal italiana y compró el pensamiento libre.
Y Silvio Berlusconi ha tenido suerte, porque, gracias a la pietas que acompaña a la muerte en un país tan profundamente católico como Italia —un país que prefiere olvidarse de lo malo y no recordar más que lo que, a fin de cuentas, se puede dejar pasar—, ha fallecido con todas las televisiones italianas vinculadas a él de una u otra forma. La RAI, la televisión pública, depende mayoritariamente del Gobierno de Meloni y, por tanto, es obediente. Las cadenas que le pertenecen le son leales. De manera que hoy todo se vuelve bueno, todo es simpatía, licencia poética, deseo de libertad y ligereza, incluso su imagen junto a Putin simulando disparar una ametralladora en una rueda de prensa, después de lo que le pasó a Anna Politkóvskaya. Incluso la cercanía política y empresarial con Putin, en estos momentos, se convierte en prueba de lealtad, de amistad profunda y real.
Berlusconi muere y deja detrás un país con la política destruida. No seguimos recogiendo escombros, porque a estas alturas ya nos han sepultado. Comprendo la pietas, y hoy se debe tener el valor de decir que no estamos hablando del Berlusconi político, que hoy solo hay hueco para el hombre, para el duelo callado ante la muerte. Pero esta santificación política a posteriori es una vergüenza para la democracia y un insulto a la verdad. Roberto Saviano es periodista, escritor y ensayista.


































[ARCHIVO DEL BLOG] En defensa de la Ilustración. [Publicada el 19/07/2018]









Hace un mes casi exacto, el 18 de junio pasado, publicaba en el blog una entrada titulada Contra la Ilustración. Hoy, como ven, toca defenderla, aunque en realidad el tema va sobre el progreso moral y social humano. Un servidor, hijo de la Ilustración, se declara como escéptico al respecto, lo que en realidad viene a ser una confesión de optimismo impenitente..., vapuleado por la realidad de cada día...Jan Martínez Ahrens, filósofo y periodista entrevista hace unas semanas en El País Semanal a Steven Pinker, una de las grandes figuras de la psicología cognitiva y un especialista en el binomio mente-lenguaje. Dialéctico incansable e innegociable, su nuevo libro, ‘En defensa de la Ilustración’, vuelve a cargar contra los profesionales del apocalipsis. Contra los irredentos de “el mundo va cada día peor y solo nosotros podemos salvarlo”. Hombre de ciencia y de pensamiento, el catedrático de Harvard ajusta cuentas con los populistas y con los enemigos del progreso.
Hace ya mucho tiempo, comienza diciendo Ahrens, que Steven Pinker (Montreal, 1954) mató a Dios. Fue en Canadá, al entrar en la adolescencia y descubrir que no lo necesitaba para nada. “Cuando empecé a pensar en el mundo, no le encontré sitio y me di cuenta de que no me servía ni siquiera como hipótesis”, explica. Arrancó entonces un idilio con la ciencia que 50 años después no ha dejado de crecer. Considerado uno de los psicólogos cognitivos más brillantes del planeta, sus trabajos académicos, centrados en el binomio lenguaje-mente, y sus obras de divulgación, como La tabla rasa (2002) y Los ángeles que llevamos dentro (2011), han roto tantos moldes que muchos le ven como un adelantado de la filosofía del futuro.
No es una descripción que le agrade a Pinker, pero es imposible sustraerse a ella al repasar su obra. Cada uno de sus libros ha generado ondas sísmicas de largo alcance. Debates globales en los que este catedrático de Harvard, firme defensor de las bases genéticas de la conducta, nunca ha rehuido el cuerpo a cuerpo y que le han valido la fama de dialéctico invencible. Desde esa altura, vuelve ahora a la carga con una obra mayor. Un trabajo que ha cosechado el aplauso internacional y que Bill Gates ha definido como su “libro favorito de todos los tiempos”.
En defensa de la Ilustración (editorial Paidós, 550 páginas, traducción de Pablo Hermida Lazcano) es ante todo un ajuste de cuentas con los enemigos del progreso. Aquellos que piensan que el mundo no deja de retroceder y que solo ellos pueden salvarlo. Son adversarios bien conocidos y temibles. Donald Trump, el Brexit, el populismo y los nacionalismos tribales forman parte de esa cohorte oscura, adversaria de los valores de la Ilustración.
“Los ideales de razón, ciencia y humanismo necesitan ser defendidos ahora más que nunca, porque sus logros pueden venirse abajo. El progreso no es una cuestión subjetiva. Y esto es sencillo de entender. La mayoría de la gente prefiere vivir a morir. La abundancia a la pobreza. La salud a la enfermedad. La seguridad al peligro. El conocimiento a la ignorancia. La libertad a la tiranía… Todo ello se puede medir y su incremento a lo largo del tiempo es lo que llamamos progreso. Eso es lo que hay que defender”, explica Pinker.
Pinker está sentado en su despacho de la Universidad de Harvard. A su alrededor se respira silencio. La novena planta del William James Hall, diseñado en 1963 por el arquitecto Minoru Yamasaki, es un estanque de luz líquida desde el que se contempla Cambridge (Massa­chusetts) y su lluvia de mayo. Dentro, en el departamento de Psicología Cognitiva, unos pocos alumnos merodean por la oficina del profesor. Hay libros especializados, moldes de cerebros y algún que otro ordenador. Dos sillones violetas invitan a sentarse. Pinker lo hace sin dejar de mirar a su interlocutor. Con su aspecto de rockero superviviente de los setenta, se le ve tranquilo, en su ambiente. Durante más de una hora, contestará a las preguntas con largueza. Curtido en mil debates, sabe que su propia calma refleja mejor que nada la fuerza de sus convicciones.
La Ilustración, en su definición, se vincu­la al capitalismo. Un concepto que ha entrado en crisis, ¿no? Ilustración y capitalismo van juntos, pero hay una confusión muy extendida. Muchos intelectuales entienden el mercado como el libre mercado, lo identifican con el anarcocapitalismo o el liberalismo extremo. Y no son la misma cosa. El propio Adam Smith fue claro al respecto.
Pero con la Gran Recesión, una parte importante de la población, sobre todo la más joven, ha llegado a la conclusión de que el capitalismo y las instituciones que lo sustentan les han fallado. Y han dejado de confiar, se sienten los perdedores de la globalización. ¿Qué les diría? Lo primero, que miren los datos. Ni la globalización ni los mercados les han empobrecido. La realidad es bien distinta. La pobreza extrema ha descendido un 75% en 30 años. Lo segundo, no hay incompatibilidad entre los mercados y las regulaciones. Por el contrario, la experiencia de la Gran Recesión nos mostró que se debe evitar el caos de los mercados desregulados. Lo tercero, hay que recordar el poder de los mercados para mejorar la vida. El mayor descenso en la pobreza de la historia de la humanidad se ha dado probablemente en China y se ha logrado no mediante la redistribución masiva de riqueza desde los países occidentales, sino por el desarrollo de instituciones de mercado.
Eso es mejora económica, pero no más libertad. La libertad económica suele ir acompañada a menudo de otras formas de libertad. Corea del Sur, aparte de gozar de una economía de mercado, es un lugar mucho más libre y placentero que su vecino del norte. Cuando los países abandonan el mercado, como Venezuela, se hunden en la miseria. Ocurrió con la Unión Soviética, la China de Mao, la Alemania del Este anterior a la caída del Muro…Vale, el mundo es un lugar mejor y los mercados ayudan a ello. Pero entonces, ¿por qué asistimos a un ascenso del populismo? Nadie lo sabe con certeza. Seguramente la Gran Recesión contribuyó a ello. En Europa hubo además un factor añadido. Al tiempo que se registraba una fuerte corriente migratoria desde los países musulmanes, aumentaba el terrorismo yihadista y se exageraba su riesgo. El resultado fue que el miedo y el prejuicio anidaron en muchos ciudadanos y se generó una reacción. No es algo nuevo. Los populistas están en el lado oscuro de la historia. Se sienten inquietos y marginados frente a esa corriente gradual e inexorable que conduce al cosmopolitismo, la liberalización de las costumbres, los derechos de las mujeres, los gais, las minorías… Eso asusta a esos hombres blancos mayores que forman su núcleo, que apoyan a Trump, al Brexit, a los partidos xenófobos europeos.
¿Cuál es la ideología de fondo de ese movimiento? Tienen en común una mentalidad tribal, la misma que conduce al nacionalismo y al autoritarismo. Sienten hostilidad hacia las instituciones, buscan un líder natural que exprese la pureza y la verdad de la tribu. Les cuesta aceptar la idea democrática e ilustrada de que el gobernante es un custodio temporal del poder sometido a deberes y limitaciones.
Es decir, rechazan el control de las instituciones democráticas. Efectivamente. El énfasis de la Ilustración en las instituciones parte de la idea de que, dejados a su naturaleza, los humanos acabarán haciéndolo mal, agrediéndose, luchando por el poder… Frente a esto, no procede intentar cambiar la naturaleza humana, como siempre han buscado los totalitarismos, sino utilizar la propia la naturaleza humana para frenarla. Como dijo James Madison [presidente de EE UU de 1809 a 1817], la ambición contrarresta la ambición. De ahí el sistema de contrapoderes. Por supuesto que los líderes pretenden maximizar su poder, pero si los tribunales y los legisladores, aunque no sean ángeles, se les enfrentan, se neutralizan y se previene la dictadura.
¿Les ve ganando el pulso? No sé si el populismo vencerá a las fuerzas de la Ilustración, pero hay razones para pensar que no. Aunque Trump se empeñe en ello, los avances son muy difíciles de revertir. El populismo tiene una fuerte base rural y se extiende por las capas menos cultas de la sociedad. Pero el mundo es cada vez más urbano y educado. La generación de Trump, de hecho, desaparecerá y tomarán el poder los millennials, poco amigos del populismo.
Y mientras eso llega, ¿no está el mundo en peligro con Trump? Pues sí. Su personalidad es impulsiva, vengativa y punitiva. Y tiene el poder de declarar una guerra nuclear. Esas son razones suficientes. Pero además se opone a las instituciones que han permitido el progreso. Rechaza el comercio global, la cooperación internacional, la ONU… Si en estas últimas décadas no hemos sufrido una guerra mundial se debe a una serie de compromisos mutuos que parten de la premisa de que somos una comunidad de naciones y tomamos decisiones en consecuencia. Trump amenaza todo ello. Ha abandonado la aspiración de Obama de un mundo sin armas atómicas, ha rechazado el pacto con Irán y ha modernizado el arsenal nuclear… Sus instintos autoritarios están sometiendo a un test histórico al mundo y a la democracia estadounidense.
¿Y cuál es su pronóstico? Pienso que vencerán las instituciones. Hay muchas fuerzas opuestas a lo que dice Trump y que le impiden materializarlo. Incluso han surgido líderes carismáticos que se alinean con los valores de la Ilustración, como Justin Trudeau y Emmanuel Macron…
No parecen suficientemente fuertes. Para vencer al populismo se debe además reconocer el valor del progreso. Hay un hábito muy extendido entre intelectuales y periodistas que consiste en destacar solo lo negativo, en describir el mundo como si estuviera siempre al borde de la catástrofe. Es la mentalidad del default. Trump explotó esa forma de pensar y no encontró resistencia suficiente en la izquierda, porque una parte estaba de acuerdo. Pero lo cierto es que muchas instituciones, aunque imperfectas, resuelven problemas. Pueden evitar guerras y reducir la pobreza extrema. Y eso debe formar parte del entendimiento convencional de cada uno.
Es usted un optimista. Me gusta más definirme como un posibilista serio.
Frente a ese posibilismo, después de dos guerras mundiales, la bomba atómica, la proliferación de armas y el terrorismo, mucha gente no cree que el mundo sea un lugar mejor. ¿Están completamente equivocados? ¿No es necesario cierto pesimismo para no caer en la complacencia? Hay que ser realistas. Las cosas siempre pueden ir a peor y es cierto que la complacencia impide ver los peligros. Un riesgo es el fatalismo, la idea de para qué hay que molestarse en mejorar el mundo si el mundo no hace sino empeorar; son aquellos que piensan: si no es el cambio climático, serán los robots los que acaben con nosotros. El otro es el radicalismo. Mucha gente joven ve acertadamente errores en el sistema. Y eso es bueno, pero si se acaba pensando que las instituciones son tan disfuncionales que no merece la pena mejorarlas, entonces se entra en el terreno de las soluciones radicales: todo puede ser destruido porque nada vale. Mejor edificar sobre las cenizas. Ese es un error terrible, porque las cosas se vuelven mucho peores.
¿Es el nacionalismo uno de esos factores de destrucción? Crecí en Quebec y las tensiones que hay en España no me son ajenas. El nacionalismo corre siempre el riesgo de hacerse maligno, pero puede ser benévolo, si funciona como un contrato social y se basa en la residencia, no en las creencias religiosas, clánicas o tribales. La mente humana, de hecho, tiene una categoría flexible de tribu: puede referirse a la raza, pero también a un equipo deportivo, a Windows contra Mac, a Nikon frente a Canon. Y además cabe su despliegue en múltiples niveles: uno puede estar orgulloso de ser de Harvard, de Boston, de Massachusetts y del mundo. Si nuestro sentido de nación coexiste con nuestro sentido de ser europeos y, más importante aún, de ser humanos y ciudadanos del mundo, puede ser benigno. El nacionalismo es pernicioso cuando se parte de una imposición tribal y se entiende como una suma cero: nuestra nación solo puede prosperar si a otras les va peor.
¿Ayudan las redes sociales al populismo? El populismo las ha usado. Ahora bien, no quiero echar la culpa de todo a las redes sociales. Eso se ha puesto muy de moda: hay un problema y se les atribuye la culpa. Las redes pueden ser usadas positivamente, como hizo Obama.
Leyendo su libro es casi imposible no ser optimista con el devenir del mundo. Pero cuando uno lo cierra y mira las noticias, el pesimismo vuelve. ¿Está el problema en los medios? El periodismo tiene un problema inherente: se concentra en acontecimientos particulares más que en las tendencias. Y le resulta más fácil tratar un hecho catastrófico que uno positivo. Esto acaba generando una visión distorsionada del mundo. El economista Max Roser lo ha explicado. Los periódicos podrían haber recogido ayer la noticia de que 137.000 personas escaparon de la pobreza. Es algo que lleva ocurriendo cada día desde hace 25 años, pero que nunca ha merecido un titular. El resultado es que 1.000 millones de personas han escapado de la pobreza extrema y nadie lo sabe.
Volviendo al principio. La Ilustración se apoya en el progreso. ¿Pero no es irracional ser tan optimista? A fin de cuentas, la creencia de que las cosas siempre irán mejor no es más racional que la creencia de que todo irá siempre a peor. Ser incondicionalmente optimista lo es, es irracional. Hay una falsa creencia, procedente del siglo XIX, de que evolución equivale a progreso. Pero la evolución, en un sentido técnico y biológico, trabaja en contra de la felicidad humana. La biosfera está llena de patógenos que están en constante evolución para enfermarnos. Los organismos de los que dependemos para alimentarnos no quieren ser nuestro alimento. La vida es una lucha. Y el curso natural de los acontecimientos es terrible. Pero la ingenuidad humana hace caso omiso a estos problemas. Hay una falacia muy común que conceptualiza el progreso como una fuerza mística del universo que destina a los humanos a ir a mejor. Siempre a mejor. Y eso, simplemente, no es así. Tenemos una esperanza razonable de progreso si las instituciones humanas sacan lo mejor de nosotros, si nos permiten adquirir nuevos conocimientos y resolver problemas. Pero eso no siempre ocurre. Hay muchas fuerzas que naturalmente empeoran las cosas.
Pinker, con una sonrisa tenue, ha terminado. Educadamente, se levanta y se encamina a la sesión de fotos. De lado y de frente, se deja llevar por el departamento de Psicología Cognitiva e incluso posa junto a una sinuosa masa color canela guardada en formol. Al terminar, la observa y comenta: “Este cerebro es real”. Los alumnos miran de reojo a su maestro y siguen trabajando en silencio. Fuera, llueve sobre Cambridge. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt