miércoles, 7 de junio de 2023

Del fútbol y la política

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz miércoles. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Ana Iris Simón, va del fútbol y la política. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 









Jugamos como nunca, perdimos como siempre
ANA IRIS SIMÓN
03 JUN 2023 - El País

Tengo un amigo al que no le gusta el fútbol. Cuando ve a alguien padecer de futbolitis, cuando un Madrid-Barça arrastra a alguno de nuestros colegas a la cólera o la tristeza, siempre les dice lo mismo: “si total, mañana te vas a levantar a la misma hora, ganen o pierdan”.
Esta semana me he acordado de él y del comentario. No por Vinicius y su caso ―que, por otra parte, ha dejado momentos estelares, como el de Inda comparándolo con Rosa Parks, porque uno es facha pero ante todo madridista―, sino por las elecciones. Leía los WhatsApp de mis grupos, oía las conversaciones en el mercado y me daba la sensación de que las resacas electorales cada vez se parecen más a las futbolísticas, con sus sentimientos y argumentos irracionales, su sensación de euforia o derrotismo y sus comentarios exaltados y grandilocuentes.
Por la banda derecha estaban los que celebraban la victoria de su derecha pro-familia, pro-vida y pro-España, esa que aboga por un modelo económico que imposibilita la familia, asfixia cualquier forma de existencia (salvo la de los ricos) y cree en la gobernanza de las multinacionales más que en la soberanía popular. Por la izquierda y cabizbajos, quienes lloraban las penas del PSOE y, sobre todo, de sus muletas. No daban crédito: ¿Cómo podía ser, si este era el Gobierno más progresista de la galaxia?¿Qué había podido ocurrir, si todos sabían que bueno, bien bien a la gente no le iba, pero le habría ido peor con los otros en La Moncloa? ¿Acaso ese insigne tertuliano que hoy pontifica sobre lo que se debería hacer no decía ayer que “el sujeto político revolucionario de nuestros días es Greta Thunberg entrelazando los brazos con una adolescente feminista y una trans de 10 años”? ¿No era un plan sin fisuras convertir en parias de la tierra a las banqueras por mujeres, a los futbolistas millonarios por negros y al padrastro de las Kardashian por trans mientras se desprecia a los hombres heterosexuales porque “son un peñazo”? ¿Cómo es que no ha cuajado convertirse en la filial española del Partido Demócrata yanqui, con su envío de tanques en nombre de la paz incluido?
Algunos enumeraban los logros de Sánchez ―la subida del SMI, la ley de la vivienda, la reformilla laboral―, que en realidad son los de Podemos. Otros se lamentaban de que el marco de la campaña hubiera sido ETA y el pucherazo, porque parece que ven peor que se hable de ello que llevar asesinos en las listas o dejar que Marruecos se compre Melilla. También había quien culpaba a los fachapobres, que es que son gilipollas y votan mal; hay una izquierda que preferiría votar para cambiar al pueblo antes que plantearse que lo que falla son sus élites.
Por eso el lunes sonaban a Di Stefano cuando dijo lo de “jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Por eso prefieren echarle la culpa a la gente por imbécil o al cambio de humor social, que se habría producido por ósmosis, sin mediar la izquierda en nada, antes que pensar que la política se parece cada vez más al fútbol. Y en lo que más se asemeja no es en las pasiones que levanta, sino en que muchos han dejado de interesarse por ella porque, como dice mi amigo, total, al día siguiente van a levantarse a la misma hora. Solo que, a diferencia de en el campo, en el Congreso se deciden las vidas de la mayoría de ellos. Ana Iris Simón es de Campo de Criptana (Ciudad Real), comenzó su andadura como periodista primero en 'Telva' y luego en 'Vice España'. Ha colaborado en 'La Ventana' de la Cadena SER y ha trabajado para Playz de RTVE. Su primer libro es 'Feria' (Círculo de Tiza). En EL PAÍS firma artículos de opinión.





























[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre el origen del universo y la vida después de la vida. [Publicada el 27/06/2014]









Hace unos días publiqué en el blog una entrada: "El sinsentido de la existencia", que contrariamente a lo que yo pensaba no ha despertado excesivo interés por parte de los lectores del blog. Apenas un centenar de personas se han tomado la molestia de leerla. Lo que me confirma en la idea de que lo de "interesante" es un concepto absolutamente relativo ajeno a toda intencionalidad objetiva. De todas maneras, cabezota que es uno, insisto en el tema. Decía en ella que yo no le encontraba excesivo sentido a la misma, a la existencia. Que era de los que piensa que estamos aquí por puro azar. Que somos polvo de estrellas. Que al final vamos a desaparecer sin dejar rastro. Que todo lo que ha existido se extinguirá sin dejar recuerdo ninguno de su existencia ni de su paso por el mundo. Que nada quedará, ni siquiera memoria... Y que hay pocas cosas que puedan consolarnos de ese sinsentido de la existencia, Entre ellas, el amor, la amistad y los libros.
A pesar de ser de formación académica en Letras y Humanidades, reconozco que siento la pasión del neófito por la Ciencia. Y que a pesar de esa pasión, no entiendo absolutamente nada sobre ella. La madre naturaleza no me ha dotado de las cualidades necesarias para acceder, ni por aproximación, a los arcanos de la Física, la Química o la Cosmología. Por eso, cuando leo un artículo tan denso como el publicado en el último número de Revista de Libros por el profesor Viatcheslav Mukhanov, catedrático de Cosmología de la Ludwig-Maximilians Universität, de Munich, y premio Gruber de Cosmología 2013, titulado "El Universo Cuántico: de la Nada al Todo", se me disparan automáticamente todas las neuronas y entro en una especie de trance del que me resulta difícil salir. Y aquí estoy a la 1:38 de la madrugada (hora insular canaria), intentando relajarme a base de darle algún sentido racional a la pantalla en blanco de mi portátil.
El citado artículo se abre con una frase del físico estadounidense Steven Weinberg, profesor de la Universidad de Texas, en Austin
, y premio Nobel de Física 1979, tomada de su libro "Los tres primeros minutos del universo" (1977), que dice así: "Los esfuerzos para comprender el universo son una de las poquísima cosas que elevan la vida humana un poco por encima de la farsa y que le otorgan algo de la elegancia de la tragedia". Polemista como pocos, el profesor Weinberg, es también autor de una frase que ha hecho fortuna entre los científicos norteamericanos: Como el también polemista y biólogo Richard Dawkins, Weinberg mantiene una cruzada sin tregua, casi a vida o muerte, contra las tendencias "creacionistas" de buena parte de los científicos estadounidenses. Para no alargarme, dice Weinberg: "La religión es un insulto a la dignidad humana. Con o sin religión siempre habrá buena gente haciendo cosas buenas y mala gente haciendo cosas malas. Pero para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión". Comparto plenamente las dos primeras oraciones de la frase. La segunda, no tanto. Mi beligerancia no llega a tal extremo.
No puedo, por falta de capacidad, resumirles el artículo del profesor Mukhanov, pero les invito a leerlo si están interesados en ese asunto de la Cosmología y la Física Cuántica y el origen del Universo. Es lo más reciente que se ha escrito al respecto. Y dada la valía científica de su autor, merece la pena intentarlo.
Pero yo, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid (y el Guiniguada por Las Palmas), vuelvo a lo que me es y resulta más asequible: el sentido de la vida o de la existencia, la pervivencia de vida después de la vida. Personalmente no creo en ella. Me gustaría hacerlo, pero no me es posible. Ni tan siquiera a pesar de la admiración que siento por Teilhard de Chardin y las puertas que al respecto abre la lectura de su libro "El fenómeno humano", una de las obras científicas que más profunda e indeleble huella ha dejado en mí. Somos unos recien llegados en la historia de la evolución, y desde luego resulta difícil aceptar que seremos los últimos. Pero esas son cosas que explica mejor la neurobiología que la religión. Y no soy experto en ninguna de las dos. Así pues, aprovechando mi ignorancia, vuelvo a retomar lo dicho por otros, ahora sobre eso de la vida después de la vida, en la que yo no creo pero me gustaría creer. Aunque en ningún caso me preocupe.
En la autobiografía del escritos israelí Amos Oz de la que vengo hablando en estos últimos días: "Una historia de amor y oscuridad" (Siruela, Madrid, 2004, 3ª edición), hay unas páginas (505-508) que el autor dedica a su relación, como alumno, con el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén Samuel Hugo Bergman. No me resisto a trascribirlas literalmente, y espero que tengan la paciencia de leerlas hasta el final y comprenderán la razón (o sin razón) de esta entrada, si es que han sido capaces de leer igualmente el enlace de más arriba.
"Después de hacer el servicio militar-dice Oz-, en el año 1961, la secretaría del kibbutz Hulda me envió a estudiar dos años a la Universidad Hebrea. Estudié literatura, porque el kibbutz necesitaba con urgencia un profesor de literatura de enseñanza media, lo que nosotros llamábamos "clases de continuación", y estudié filosofía porque me empeñé en estudiar filosofía. Cada lunes, de cuatro a seis de la tarde, había unas cien personas reunidas en el aula magna del edificio Meiser para oír el ciclo de conferencias del profesor Samuel Hugo Bergman sobre el tema "La filosofía dialéctica de Kierkegaard a Martin Buber". También Fania, mi madre, estudió filosofía con el profesor Bergman en Har Hatzofim en los años treinta, antes de casarse con mi padre, y él la recordaba con afecto y cariño. En el año 61 el anciano Bergman ya era un profesor jubilado, emérito, pero nosotros estábamos fascinados por su lúcida y penetrante sabiduría. Me emocionaba pensar que el hombre que estaba ante nosotros había sido compañero de clase de Kafka, y durante dos años -eso nos contó una vez-se sentó en el mismo pupitre que Kafka en el "gymnasium" de Praga, hasta que llegó Max Brod y le quitó el sitio.
Durante aquel invierno, Bergman invitaba a cinco o seis alumnos, los que le resultaban más simpáticos o por los que se interesaba más, a ir a su casa una o dos horas después de clase. Todos los lunes, a las ocho de la tarde, yo llegaba en el autobús número 5 desde el nuevo campus de Guivat Ram al modesto piso del profesor Bergman en Rehavia. Un ligero olor, continuo y agradable, una mezcla de polvo de libros, pan recié
n hecho y geranios, flotaba en la habitación. Nos sentábamos en el sofá y en la alfombra  a los pies de nuestro gran maestro, amigo de juventud de Kafka y de Martin Buber y autor de los libros en los que estudiábamos la historia de la epistemología y los principios de la lógica, y permanecíamos en absoluto silencio esperando sus palabras. Samuel Hugo Bergman era un hombre corpulento incluso de viejo. Con su melena canosa, con sus sonrientes arrugas de ironía en las comisuras de los párpados, con su mirada perspicaz pero inocente y pura como la de un niño curioso, Bergman se parecía mucho al viejo Albert Einstein de las fotografías. Con su acento alemán-checo caminaba por la lengua hebrea no con naturalidad y propiedad sino con cierta solemnidad festiva, como un pretendienter feliz cuya amada por fin le correspondía y ya podía enorgullecerse y demostrarle que no se había equivocado con él.
Casi el único tema que trataba nuestro maestro en esos encuentros privados era la pervivencia del alma, o la posibilidad, si es que existía alguna posibilidad, de una existencia después de la muerte. De eso nos hablaba las tardes de los lunes de aquel invierno, mientras la lluvia golpeaba las ventanas y el viento silbaba en el jardín. A veces nos pedía nuestra opinión y escuchaba atentamente, no como um maestro paciente vigilando los pasos de sus alumnos, sino como alguien que estuviera oyendo una obra musical muy compleja y entre todos los sonidos tuviese que localizar uno especial, menor, y determinar su autenticidad.
-Nada -nos dijo una de aquellas tardes inolvidables para mí, hasta tal punto no lo he olvidado que creo que podría repetir sus palabras casi al pie de la letra-, nada desaparece. Jamás. De hecho la palabra "desaparición" supone que el universo es aparentemente finito y que es posible alejarse de él. Pero naaada (alargó a propósito esa palabra), naaada sale jamás del universo. Ni tampoco entra en él. Ni una sola mota de polvo desaparece ni se añade. La materia se transforma en energía y la energía, en materia, los átomos se unen y se vuelven a separar, todo cambia y se transforma, pero naaada puede pasar de ser a no ser. Ni el más minúsculo pelo que pueda brotar en la punta de la cola de un virus. El concepto de infinito es completamente abierto, abierto hasta el infinito, pero al mismo tiempo es un concepto cerrado herméticamente: nada sale y nada entra.
Pausa. Una sonrisa desnuda e ingenua se expandía como la luz del ocaso por el paisaje de arrugas de su rostro rico, fascinante: 
-Y entonces por qué, tal vez alguien pueda explicármelo, por qué se empeñan en decirme que lo único que se aparta de esta regla, lo único que está destinado a ir al infierno, a convertirse en no ser, lo único a lo que le espera la aniquilación total en todo el universo, donde ningún átomo puede reducirse a la nada, es precisamente a mi pobre alma. ¿Es que cualquier mota de polvo y cualquier gota de agua va a continuar existiendo eternamente, aunque con otra forma, todo excepto mi alma? 
-El alma  -murmuró algún joven y perspicaz genio desde un rincón de la habitación- aun no la ha visto nadie.
-No -aceptó Bergman de inmediato-, pero tampoco las leyes de la física y las matemáticas se las encuentra uno por los cafés. Tampoco la sabiduría, la necedad, el placer o el miedo. Nadie ha metido aun una pequeña muestra de alegría o de nostalgia en una probeta. Pero, mi querido joven, ¿quién te está hablando ahora? ¿Los humores de Bergman te están hablando? ¿Su bazo? ¿Será por casualidad el intestino grueso de Bergman el que está filosofando contigo¿ ¿Y quién, perdóname, provoca en este momento esa sonrisa tan poco agradable en tus labios? ¿No es tu alma? ¿Los cartílagos tal vez? ¿Los jugos gástricos?
Y en otra ocasión dijo:
-¿Qué nos espera después de la muerte? Naaadie lo sabe. De cualquier modo es un desconocimiento que comporta cierta demostración o cierto potencial de persuasión. Si yo cuento esta tarde que a veces oigo la voz de los muertos y que su voz es más clara y comprensible para mí que la mayoría de las voces de los vivos, tenéis todo el derecho a decir de inmediato que este viejo se ha vuelto loco. Que ha perdido un poco la cabeza por el espanto que le causa la cercanía de la muerte. Por tanto no os hablaré de voces, esta tarde os hablaré de matemáticas: como naaadie sabe si hay algo o no hay nada más allá de nuestra muerte, de este desconocimiento absoluto se puede concluir que la posibilidad de que exista algo es exactamente igual a la posibilidad de que no exista nada. Un cincuenta por ciento para la aniquilación y un cincuenta por ciento para la pervivencia. Para un judío como yo, un judío de Centroeuropa de la generación del holocausto nazi, esa posibilidad de pervivencia completamente estadística no es en absoluto despreciable.
Por aquellos años también a Gershom Scholem, amigo y admirador de Bergman, le fascinaba al tiempo que le mortificaba la cuestión de la vida después de la muerte. La mañana en que informaron por la radio de la muerte de Scholem escribí: Gershom Scholem ha muerto esta noche. Ahora lo sabe.
También Bergman lo sabe ya. También Kafka. Y mi madre y mi padre. Y sus conocidos y amigos, y la mayoría de los hombres y mujeres de aquellos cafés, aquellos que utilicé para contarme historias y aquellos que ya han caído en el olvido, todos lo saben ahora. Algún día también nosotros lo sabremos. Y mientras tanto seguiremos aquí recopilando diferentes datos. Por si acaso".
Espero que les haya resultado interesante. Yo he disfrutado mucho escribiéndola. Y ahora, sean felices también ustedes, por favor, y como decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt











martes, 6 de junio de 2023

Del sudor que provoca el miedo

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz martes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del escritor Antonio Muñoz Molina, va del sudor que provoca el miedo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 











El sudor en la cara de Heberto Padilla
ANTONIO MUÑOZ MOLINA
03 JUN 2023 - El País

Quien ha visto el sudor brillando en la cara y en el pelo y empapando poco a poco la camisa del poeta cubano Heberto Padilla ya no podrá olvidarlo nunca. Es el sudor de un salón lleno de gente en una noche del trópico; el de la temperatura que aumentan los focos excesivos de las cámaras de televisión; es el sudor de quien habla mucho y gesticula mucho, pasándose las palmas de las manos húmedas por el pelo negro y la cara carnosa. Parece que en algún momento el sudor le empaña los cristales de las gafas, y hace que se le escurran sobre la nariz. Heberto Padilla habla sin descanso, con amaneramientos retóricos, mirando fijo, casi siempre al vacío, otras veces hacia las personas calladas que lo escuchan: sudando también, agobiadas de calor, abanicándose con carpetas o con periódicos doblados, vencidas por el tedio de una reunión que no termina nunca, un encuentro en la sede de la asociación de escritores.
Es el sudor del miedo. Hemos leído sobre ese miedo en los libros. Hemos visto incluso algunas fotografías de condenados que se inculpan a sí mismos. Confesiones así se vieron en los procesos de Moscú de 1936, y luego en las dictaduras estalinistas de Europa central, en los primeros cincuenta. A los disidentes o a los simples títeres condenados de antemano se les forzaba a acusarse en público a sí mismos, solicitar el castigo, aceptar la expiación. En China se repitieron esos rituales atroces durante la Revolución Cultural. Hoy fotos de reos escarnecidos por una chusma servil, con gorros burlescos como los capirotes de la Inquisición, con carteles colgados del cuello en los que se declaran sus delitos, como en un aguafuerte de Goya.
La diferencia es que a Heberto Padilla lo estamos viendo de cerca, en un primer plano continuo que tiene algo de acoso, y estamos oyendo su voz, un monólogo que duró tres horas enteras, con toda la monotonía de un informe oficial, de una de esas sesiones de arengas eternas que eran un rasgo de las burocracias comunistas, informes de líderes o de altos cargos interrumpidos de vez en cuando por aplausos cerrados, escuchados con una inmovilidad pétrea, con un empeño de contener posibles bostezos, gestos delatores de aburrimiento. Heberto Padilla habla durante tres horas seguidas, de nueve a doce de una noche sofocante, y sus colegas escritores, hombres la mayor parte, escuchan sentados en sillas como de aula escolar, removiéndose, entumecidos, abanincándose, algunos con los codos en las rodillas y la mirada en el suelo, muchos fumando, mirando sin expresión a Heberto Padilla o apartando los ojos de él, como no queriendo verlo ni oirlo, con el mismo sudor universal del miedo, con expresiones forzadamente neutras que según avanza la noche se van volviendo borrosas por la fatiga y el tedio.
Es la noche del 27 de abril de 1971, en La Habana, en la sede de la UNEAC, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Heberto Padilla salió de la cárcel hace menos de 24 horas. Lo habían detenido algo más de un mes antes, el 20 de marzo, junto a su mujer, Belkis Kuza Malé, también poeta, bajo la acusación de “actividades subversivas”. Poca gente se acuerda de aquello, pero la detención de Padilla estremeció a toda la izquierda intelectual de Europa y de América, en la que hasta entonces había prevalecido una simpatía sin duda cargada de buenas intenciones pero muy mal informada hacia el régimen comunista de Fidel Castro, un déspota visiblemente histriónico, aunque al parecer de gran poder de seducción sobre mentes cultivadas, algunas de las cuales todavía siguen llamándole “Fidel”, con familiaridad y añoranza. Durante más de un mes, Padilla sufrió la prisión y la tortura. Pagaba sobre todo el delito de haber publicado en 1968 un libro de poemas admirables, Fuera del juego, un gesto de rebeldía temeraria contra la conformidad, de afirmación del libre abedrío humano por encima de las imposiciones ideológicas. Escritores de medio mundo firmaron un manifiesto protestando por su cautiverio y exigiendo su libertad.
Y entonces Heberto Padilla, traidor y hereje para unos, héroe y mártir posible para otros, salió de la prisión y unas horas más tarde, diciendo que por iniciativa propia, se presentó ante sus colegas y a lo largo de tres horas hizo aquella confesión inaudita. De un día para otro el traidor reconocía su culpa y solicitaba perdón, rogaba que se quemaran sus propios libros infames, se volvía él mismo cómplice agradecido de sus torturadores y acusados de sus amigos; el héroe, el mártir en nombre del cual los literatos más brillantes del mundo firmaban uno de sus usuales manifiestos, renegaba de toda esa solidaridad y resultaba ser un lacayo indigno.
Pero solo ahora, medio siglo después de aquella historia olvidada, cuando Heberto Padilla lleva más de veinte años muerto, puede verse el sudor que le brillaba en la cara y le empapaba la camisa aquella noche, su expresión descompuesta, su mirada perdida entre el delirio y el terror. Por orden directa de Fidel Castro, la sesión del 27 de abril fue rodada completa, con varias cámaras, que servían de testigos pero también de espías, porque iban recorriendo cada una de las caras de los presentes. Parece que la intención primera de ese rodaje fue crear un documento acusatorio y de propaganda, una prueba del arrepentimiento de Padilla. Alguien debió de darse cuenta de que si llegaba a ser visto sería todo lo contrario. Lo ocultaron en lo más hondo de algún archivo, pero no lo destruyeron.
Alguien se las hizo llegar cincuenta años después al cineasta cubano Pavel Giroud, que ha hecho en torno a ellas un documental ya imborrable, El caso Padilla. Lo vagamente recordado, lo que pudo haberse perdido, nos salta a los ojos con toda la fuerza intacta de su puro horror: ese hombre desbaratado como un títere, como un guiñapo sudoroso, humillándose ante sus acusadores, renegando de sí mismo y de su propia obra como un criminal arrepentido, haciendo elogios fervorosos de los esbirros que han pasado un mes torturándolo, “los compañeros de la Seguridad del Estado”. Detrás de los cristales de las gafas sus ojos tienen la fiebre helada de quien dice haber sufrido una visión milagrosa. Habla y habla con una elocuencia trastornada, con énfasis y gesticulaciones de demente. Hay momentos extraños en los que su oratoria se parece a la de Fidel Castro, igual de vacua y palabrera, como una parodia, la burla suicida de un bufón cortesano. En uno de los poemas que le trajeron la ruina había escrito: “¿Me he vuelto un papagayo/ o un payaso de nylon/ que enreda y truecas las consignas?”.
En la proyección a la que yo asistí se le preguntó a Pavel Giroud cómo había llegado a sus manos ese material secreto, y él dijo educadamente que no podía responder. La misma policía política que inoculaba el sudor del miedo a Heberto Padilla la noche del 27 de abril de 1971 sigue todavía sometiendo a Cuba, espiando y deteniendo a las personas que se atreven a levantar la voz. De todos los exilios del mundo, el cubano es el más desolador, porque lleva esperando el regreso más que ningún otro, y porque quienes lo viven están acostumbrados no a la solidaridad, sino a la indiferencia y al recelo, incluso al rechazo. “Las víctimas cubanas cotizan siempre muy bajo”, dice con resignación Pavel Giroud. A quienes siguen disculpando o incluso celebrando esa tiranía me atrevo a sugerirles que miren un rato, sin apartar los ojos, el sudor en la cara de Heberto Padilla, su mancha oscura en la camisa.































 



[ARCHIVO DEL BLOG] Sobre el estado de la nación española. [Publicada el 03/05/2016]










Hoy, martes, 3 de mayo, han quedado disueltas las Cortes Generales elegidas el pasado 20 de diciembre por los españoles y convocadas nuevas elecciones a celebrar el próximo 26 de junio. 
La prensa de ayer lunes y los noticiarios televisivos daban resonancia a las palabras pronunciadas por el líder del partido socialista, Pedro Sánchez, de que fuera cual fuere el resultado de las elecciones generales del próximo 26 de junio "nunca pactará una coalición con el partido popular". No soy miembro del partido socialista, aunque sí votante suyo, y me sorprende que con la que está cayendo, el líder del segundo partido en número de escaños del parlamento recién disuelto, se anime a formular unas declaraciones que nadie le había pedido tan altisonantes como extemporáneas; es decir, como define dicha palabra el Diccionario de lengua española, impropias del tiempo en que sucede o se hace, inoportunas e inconvenientes, porque se cierra puertas a sí mismo y a un posible gobierno de coalición encabezado por él. ¿Despiste o gesto para la galería más a la izquierda de su partido? 
El gran historiador austriaco Hans Leo Mikoletzsky (1907-1978), cuenta en su monumental Historia de la Cultura (Labor, Barcelona, 1966) una interesante anécdota referida al que fuera gran canciller del rey Gustavo Adolfo de Suecia y más tarde de la reina Cristina, Axel Oxenstierna (1583-1654), una de las más grandes personalidades de la historia del país nórdico. Por lo que parece, uno de sus hijos, destinado como estaba por su inteligencia y linaje a suceder a su padre en el servicio a la monarquía sueca, mostró a este sus reticencias a involucrarse en ello porque estimaba no estar suficientemente preparado para tan alta misión. La mordaz respuesta del Gran Canciller a su hijo fue, por lo que se cuenta, digna de su talla política: "No sabes, hijo mío, con cuán poca inteligencia puede ser gobernado el mundo". Del acierto de sus palabras da prueba indudable el lanzar una simple ojeada a la situación actual, no solo de nuestro país, sino de cualquier otro al que echemos el ojo. ¡Y podíamos estar peor, aunque parezca difícil de creer!
Como ya he comentado con anterioridad, a la mayoría de los políticos, pero no sólo a ellos, también a jueces, médicos, militares, obispos, misioneros, funcionarios, maestros, banqueros, periodistas y líderes de opinión, por citar algunos especímenes de la diversa fauna humana, se les llena la boca con lo de la "vocación de servicio"; sobre todo cuando hablan de la suya. No deberíamos creerles siempre. El altruismo no es moneda de uso corriente entre las clases altas (ni entre las medias, ni las bajas, dicho sea de paso) aunque excepciones, haberlas haylas. Y lo que ellos llaman "vocación de servicio" la mayoría de las veces no pasa de ser ambición personal, ganas de medrar, búsqueda de gloria, pasión por el poder, ansias de mando, y a veces, hasta búsqueda del martirio como medio para ganarse el cielo. Casi cualquier cosa menos altruismo. Que con la que nos ha caído y está cayendo los españoles sigan confiando en el sistema político democrático que nos dimos en 1978, es una indudable prueba de madurez política, que nuestros representantes no deberían tomar como un cheque en blanco. 
Entre el 19 y el 25 de agosto de 2014 publiqué en el blog dos entradas comentando la encuesta de Metroscopia para el diario El País, titulada "Pulso de España 2014", continuación de la del mismo título y un año anterior, "Pulso de España 2013", que pueden leer si lo desean en el enlace anterior.  
En esa segunda entrega de Metroscopia para El País un 66 por ciento de los consultados consideraba que sin partidos políticos no podía haber democracia; y un 75 por ciento que los partidos políticos son necesarios para defender los intereses de los distintos grupos sociales. Simultáneamente, esos mismos españoles, o al menos el 75 por ciento de los encuestados, consideraban que tal y como los partidos estaban organizados y funcionaban era muy difícil que lograran "atraer" y "reclutar" para la actividad política a las personas más "competentes" y mejor "preparadas" (los entrecomillados son míos), y que España necesitaba una segunda Transición que, con el mismo espíritu de pacto y concordia de la primera, modificara y actualizara muchos aspectos de nuestro actual sistema político (otro 75 por ciento).
Ese mismo día, el sociólogo Juan José Toharia, doctor en Sociología por la Universidad Complutense de Madrid y por la Universidad de Yale, analizaba la encuesta en un interesante artículo titulado "Una ciudadanía abatida reclama una explicación sobre la crisis", que completaba una semana después con el titulado "Los pilares de la sociedad aguantan"La sociedad española, comentaba el profesor Toharia, seguía aguantando, sin hundirse, un año más. Y ello a pesar, continuaba diciendo, de los estragos que ya había causado una crisis que apenas ahora daba signos de querer amainar, generalizando empobrecimiento, creciente desigualdad y profundo desgaste institucional. Daños que, masivamente, la ciudadanía consideraba de difícil y lenta reparación. Pese a lo cual, añadía, el país resistía gracias al buen hacer de muchas instituciones que lo vertebraban y conseguían compensar las cada vez más irritantes e insoportables carencias de otras. 
Investigadores científicos (con un 89% de aceptación); médicos del servicio público de salud con un 85%, no la propia institución del SPS como tal, que suspendía con un 49% de aceptación); y maestros de la enseñanza pública (con un 81%) acaparaban los primeros puestos en cuanto a los cuerpos y organismos de la administración del Estado. El último lugar en cuanto a valoración de los encuestados lo ocupaba la inspección de hacienda con un 39%. En cuanto a las instituciones del sistema político la Corona, en la persona del nuevo rey don Felipe VI, recuperaba el apoyo del 69% de los ciudadanos, ocupando el primer lugar, seguida de las comunidades autónomas y los ayuntamientos, que suspendían en el índice de aceptación ciudadana con un 34% y 31% respectivamente. Peor librado salía el gobierno de la nación, con un escuálido 21%, y los partidos políticos y la clase política en general con un raquítico 10% de aceptación. Sobre las instituciones del sistema económica el índice de mayor aceptación ciudadana era para las pequeñas y medianas empresas, con un 70%. La banca, por el contrario ocupaba el último lugar de ese índice de aceptación con un 10%. Las instituciones del sistema jurídico alcanzaban un índice de aceptación del 51% para los abogados, los únicos que aprobaban, y por los pelos; a la cola se situaban el Tribunal constitucional y la fiscalía, con un 30%. Por último, y en cuanto a otras entidades e instituciones civiles, el índice de aceptación ciudadana era de un 75% para Cáritas y de un 70% para las ONG en general. Por el contrario, la iglesia católica solo alcanzaba un 36% de aceptación y los obispos un 15%.
No les canso. "Alea iacta est", dijo Julio César al cruzar con sus tropas el río Rubicón, si es que aceptamos como verídico lo contado por Suetonio en su Vida de los doce Césares. La suerte está echada, y a quien los españoles se la den San Pedro se la bendiga. Les dejo los enlace a las páginas centrales de Metroscopia y del Centro de Investigaciones Sociológicas, desde las que pueden acceder a las encuestas y análisis más recientes sobre el panorama electoral español. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt