sábado, 27 de mayo de 2023

De la superioridad moral

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz sábado. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Carmen Domingo, va de la superioridad moral. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 











El peligro de creer en la superioridad moral de la izquierda
CARMEN DOMINGO
24 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Cada vez que estamos a las puertas de unas elecciones y las encuestas pronostican que, en más circunscripciones de las esperables, pintan bastos para los partidos de izquierda, surge un sinfín de opinólogos cercanos a esos partidos que no tardan en recordarles a los votantes que no deben cometer el error de votar mal, o sea, a un partido de la derecha.
¿Cómo es posible, se preguntan airados, que los privilegiados, que son una minoría en nuestro país, acaben ganando en las urnas gracias a los votos de aquellos que menos tienen? ¿Cómo recibirán más votos frente a nosotros, que tenemos un discurso que es moralmente superior y que solo pensamos en ayudarles? ¿Cómo puede ser que este o aquel candidato que a todas luces es un inepto, forma parte de un partido corrupto y suele gobernar para los suyos, vaya a recibir mayor soporte de la ciudadanía? En definitiva, ¿cómo están tan ciegos los ciudadanos como para no votarnos a nosotros?
Mientras escribo esto, recuerdo unas declaraciones que hizo un relevante líder de la izquierda poco antes de las anteriores elecciones a la Comunidad de Madrid, en las que señalaba a aquellas personas que, ganando el salario mínimo interprofesional (SMI), iban a acabar votando por Isabel Díaz Ayuso. “Alienados”, llegó a llamarlos. Y aclaró, si se os da el SMI lo mínimo que podéis hacer es votar a los que os lo han dado, o sea a la izquierda, y añadió que, a la larga, se darían cuenta de “que han hecho el imbécil”. Lo que, dicho de otro modo, sería: les damos el SMI para que nos voten, no para igualar las diferencias sociales. Vaya…
No negaré, yo soy la primera que lo creo, que hay una serie de ideas que son moralmente superiores a otras, más justas, más éticas. Defender la igualdad laboral, el antirracismo, el feminismo, la sanidad pública, el antibelicismo… Es cierto, también, que esas ideas, por lo general, se incluyen y defienden desde partidos de izquierda, sin embargo, como bien sabemos todos, eso no garantiza que el partido en cuestión vaya a acabar aplicando lo prometido en su programa. Todavía hay algo peor, la historia política de nuestro país está llena de ejemplos de personajes que militando en partidos de izquierda, con ideas extraordinarias en su haber y que aplaudiríamos sin dudarlo, acabaron comportándose de forma miserable. No basta, por tanto, con reclamar para sí la superioridad moral. Son los hechos, no las palabras, en lo personal y en lo político, los que harán de nosotros alguien que puede o no presumir de “superioridad moral”. Por eso, desde la izquierda, tanto sus representantes como los opinólogos de su órbita deben tener cuidado. Porque, en la medida en que la izquierda reclama superioridad moral, la derecha le recuerda que tiene que ser coherente. No olvidemos que si uno es o se considera moralmente superior al otro, ha de afrontar una autoexigencia estricta. Y eso, amigos, no dar de alta en la seguridad social a tu asistente, no renunciar al bono social térmico, negociar con tu escolta un dinero a cambio de retirar la denuncia…, también penaliza en las urnas.
No solo pasa aquí, ejemplos los hay en muchos otros países. Sumidos en la borrachera de la superioridad moral, algunos políticos descuidan los detalles prácticos que ponen en funcionamiento y se les escapan comentarios que los delatan y los invalidan. Como este que hizo Alexandria Ocasio-Cortez en una entrevista: “Creo que a mucha gente le preocupa ser preciso, fáctico y semánticamente correcto, mientras que para mí es mejor ser moralmente correcto”. “Y de todos modos”, continuó, “si me equivoco yo no es lo mismo que cuando el presidente (Trump) miente sobre los migrantes”. Frase que deja claro que una cosa es la superioridad moral de las ideas y otra, muy distinta, las personas que las aplican.
No sirve de nada enfadarse, quejarse desde la izquierda cuando no se gana y acusar a la sociedad de que tiene un problema. Igual sería más práctico plantearse qué nos puede ayudar a conseguir la confianza de esos votantes que, quizás, en lugar de pensar en superioridades morales, se fijan en coherencias.
La realidad es que hay muchas razones desde la izquierda para no votar bien: la falta de buenas alternativas, la falta de motivación por el descrédito que vive la política, el desencanto por promesas incumplidas... Ahí es donde se debería hacer hincapié, porque si no, tal vez llegue un día en el que se acabe consiguiendo que los ciudadanos crean que, como decía Ishiguro en Los restos del día: “La democracia es algo de otras épocas. El mundo actual es demasiado complicado para depender de antiguallas como el sufragio universal o esos parlamentos donde los diputados discuten eternamente sin decidir nunca nada. Son cosas que podían estar muy bien hace unos años, pero no ahora”. Y decidan no acercarse siquiera a las urnas. Carmen Domingo es escritora. Su último libro es '#cancelados. El nuevo macartismo' (Círculo de Tiza).



































[ARCHIVO DEL BLOG] Deshaciendo un posible equívoco. [Publicada el 05/01/2020]






No existe derecho de autodeterminación, afirma en el Especial dominical del hoy el jurista y filosofo italiano Luigi Ferrajoli, como exige el independentismo catalán, en un país democrático, pero el Gobierno español debería mostrar su fuerza e inteligencia aplicando una solución de clemencia. 
"El pasado 28 de noviembre, -comienza escribiendo Ferrajoli- en la Facultad de Derecho de la Universidad Roma Tre, se celebró una mesa redonda. Algunos amigos españoles han interpretado que, en aquella ocasión, yo había mantenido una posición favorable a la política y a las actuaciones de los dirigentes del movimiento independentista que dieron lugar al proceso penal celebrado este año en Barcelona. Pues bien, creo que esta lectura no refleja adecuadamente mi posición al respecto, por lo que considero necesario introducir algunas precisiones.
Gran parte de mi intervención estuvo dedicada a dos cuestiones. La primera fue la tajante negación de la existencia de un derecho a la autodeterminación de los pueblos en un país democrático en el que, como ocurre en Cataluña, estén garantizados los derechos fundamentales de todos. Sostuve la tesis, obvia, de que en las actuales cartas internacionales, el derecho a la autodeterminación fue concebido con el fin de promover los procesos de descolonización y, por consiguiente, de liberación de las opresiones extranjeras. El independentismo de Cataluña, una de las regiones más ricas de España, es, en cambio, una forma inaceptable de secesionismo de los ricos. Así lo he sostenido en mi Manifiesto por la igualdad (Trotta, 2019).
La segunda cuestión, más de fondo todavía, tiene que ver con una amenaza que, aunque sea de distintas formas, está envenenando la política de nuestros países, comenzando por Italia. La extrema peligrosidad, para el futuro de nuestras democracias, de tantos conflictos identitarios promovidos con éxito creciente por formaciones de extrema derecha cohesionadas por reivindicaciones de tipo nacionalista y a veces racista. Y por una concepción de la democracia informada por la lógica schmittiana del amigo-enemigo: America first, primero los italianos, no a las invasiones de emigrantes, no a la UE y a sus prescripciones y, en España, sobre todo, el secesionismo catalán y el resurgir de los nacionalismos. En Italia —pero algo similar ha sucedido en EE UU, en Hungría, en Polonia y existe el riesgo de que se produzca también en Alemania— estas pulsiones y estas políticas identitarias están continuamente buscando enemigos: la casta de los políticos, Europa, los migrantes, los desviados, los extranjeros. A causa de las campañas demagógicas que se apoyan en el miedo a los diferentes, están retornando los nacionalismos y los aldeanismos agresivos y obtusos, que ponen en riesgo el proyecto europeo y pueden envenenar nuestras democracias. Hace algunos años, el secesionismo de la Liga Norte en Italia no fue un fenómeno folclórico sino una amenaza a nuestro orden constitucional. Dio vida, primero, el 15 de septiembre de 1996, a una “declaración de independencia de la Padania” (entidad regional totalmente inventada) y, después, el 25 de mayo de 1997, a un referéndum, hoy del todo olvidado, por la independencia y la soberanía de la Padania, en el que votaron 4.883.863 personas y cuyo resultado fue de un 97% de consensos (naturalmente votaron solo los liguistas, ya que nadie, y menos el Gobierno y la magistratura, lo tomó en consideración o, mejor, quiso considerarlo una cosa seria). Hoy el Brexit es, de nuevo, el resultado de un nacionalismo inglés reaccionario bajo la enseña de una imposible restauración de la pasada identidad imperial, en conflicto, además, con los opuestos nacionalismos escocés e irlandés. Y sentimientos nacionalistas de aversión recíproca —italianos contra alemanes, y viceversa, holandeses y alemanes contra griegos, polacos y húngaros contra la Unión Europea— están desarrollándose en todos los países del continente.
Pues bien, con mi breve intervención en Roma, donde me importaba sobre todo convencer a los estudiantes de la contradicción entre conflictos identitarios y el respeto de las diferencias en el que se funda la democracia, lo que expresé fue exactamente lo contrario a la indulgencia con el independentismo catalán. Mas, precisamente porque los conflictos identitarios, como la experiencia enseña, se autoalimentan y se radicalizan de no ser mediados y resueltos rápidamente por la política, es decir, por el diálogo y el debate, me pareció del todo contraproducente —tal fue la sustancia de mi intervención sobre el procés— que una cuestión eminentemente política como la catalana fuera tratada solamente con el derecho penal y, en consecuencia, con la carga dramatizadora, criminalizadora y victimizadora que comporta, primero, la prisión provisional y, después, las durísimas condenas. Naturalmente, no conozco la doctrina y la jurisprudencia española. Está claro que, para algunos delitos, como la malversación, esto es, por el uso de fondos públicos para actividades ilegítimas como el referéndum, la acción penal era absolutamente necesaria. Pero me pareció que una interpretación constitucionalmente orientada del precepto del Código Penal español relativo al delito de sedición, es decir, de una figura penal decimonónica que limita siempre con el ejercicio del derecho de reunión y de protesta política, habría quizá hecho posible no condenar por ese delito o la aplicación de penas más leves.
De cualquier modo, la magistratura ha realizado su trabajo. ¿Pero el de los filósofos y teóricos del derecho no será quizá tratar de hacer que prevalezca la razón? Y la razón —diré la esencia— de la democracia ¿no consiste acaso, sobre todo, en la convivencia pacífica de las diferencias, de todas las diferencias de identidad de las personas? Y el cometido de la política ¿no es mediar los conflictos y resolverlos racionalmente? ¿No era posible, por parte de la política y de la prensa, estigmatizar duramente el independentismo pero, al mismo tiempo, tomar distancias del proceso, desdramatizar la cuestión y buscar un compromiso? Como Félix Ovejero y Manuel Atienza creo que los populismos de izquierdas expresan una “izquierda reaccionaria”. Y también estoy completamente de acuerdo en que los populistas sedicentes de izquierdas favorecen el populismo de derechas. E igualmente en que el independentismo catalán ha provocado el crecimiento de Vox. Pero ¿no ha sido quizá una posterior contribución a este crecimiento la admisión de Vox como parte en el proceso, politizando el juicio oral como lugar espectacular del conflicto identitario entre nacionalismos opuestos? ¿No habría sido una respuesta más inteligente y oportuna, por parte de la cultura jurídica, en vez de hablar de “golpe de Estado” haber recurrido a viejas y acreditadas categorías como la “inexistencia” y el “delito imposible”, descalificando así el referéndum y la declaración de independencia como actos inexistentes, más que inválidos o ilícitos, por total defecto de competencia y, en el plano penal, como delitos imposibles? (“Se excluye la punibilidad”, dice el artículo 49,2º del Código Penal italiano, “cuando, por la inidoneidad de la acción o por la inexistencia de su objeto, resulta imposible el resultado dañoso o peligroso”). Pues me parece innegable que todos eran plenamente conscientes de la absoluta falta de idoneidad de semejantes iniciativas para producir algún efecto jurídico.
En definitiva, temo —como observador externo, pero puedo asegurar que todos los juristas italianos con los que he hablado han seguido el proceso con sorpresa y preocupada perplejidad— que el clamor que ha acompañado al juicio penal, el uso de la prisión preventiva, la campaña política promovida por las fuerzas de la derecha contra los imputados y las altísimas penas impuestas a los condenados, han tenido el efecto de exacerbar el conflicto y agravar, en vez de resolver el problema. Que solo podría resolverse con diálogo, argumentación y confrontación de las razones.
De cualquier modo, en este momento el proceso ha concluido con duras condenas, y no me parece que tenga mucho sentido seguir con un diálogo de sordos en lo relativo a su valoración jurídica, condicionada, además, por nuestros diversos ordenamientos y nuestras distintas pasadas experiencias. Sobre todo, me parece que nos encontramos ante un clásico conflicto civil y político que, tras la condena, justifica un indulto o, mejor todavía, una amnistía dirigida a realizar la pacificación nacional y, con ella, la convivencia y el pacífico respeto entre los diferentes, es decir, repito, las condiciones elementales de la democracia. ¿Qué utilidad tiene, para la unidad de España, para su cohesión social y para su imagen de democracia madura, mantener en la cárcel a 10 personas, en las que, con razón o sin ella, algunos millones de ciudadanos ve a sus representantes, confirmando para una parte de Cataluña, poco importa si minoritaria o mayoritaria, la idea de que son víctimas de un proceso político? En suma, pienso que sería un signo de fuerza y de inteligencia, por parte del Gobierno español, promover una decisión de clemencia. Y, por lo que concierne a la cultura jurídica creo que, aparte de promover una iniciativa de este género, debería contribuir activamente a debatir todos los aspectos de la cuestión, mostrar todos sus perfiles políticos y jurídicos en el plano tanto de la teoría del derecho como de la teoría de la democracia, y hacer así un aporte de razón al debate político". Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt














viernes, 26 de mayo de 2023

De las elecciones del domingo próximo

 






Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz viernes. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, de la escritora Elvira Lindo, va de las elecciones del domingo. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 








Preguntas esenciales para decidir mi voto
ELVIRA LINDO
21 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com

Doble lección la que nos dieron las víctimas del terrorismo: por un lado, señalando la ignominiosa presencia de exetarras con delitos de sangre en las listas de Bildu, por otro, afeando el indigno aprovechamiento de la muerte para hacer campaña política. Unos recibieron una enseñanza que es lamentable que aún sea necesaria: lo que es legal pero carece de ética no es defendible y solo define la falta de humanidad de quien se vuelve de pronto tan escrupuloso con la ley. Eso se llama cinismo. A otros, a otra fundamentalmente, se le rogó que dejara de usar a los muertos para ganar votos, para enrarecer aún más el ambiente, para generar odio. Gran pedagogía. Todos podemos aprender de ella. Gracias a esa firme dignidad se consiguió la retirada de quienes jamás debieron estar en las listas. Deberíamos comprender que en la reinserción, sin duda necesaria, debe intervenir el principio de no causar más dolor, de no ahondar en la herida de quien tanto sufrió.
Toda esta miseria vomitada por quienes se dan golpes de pecho sin haber sufrido enfangó parte de una campaña que debería centrarse en aquello que podemos exigir a quienes van a intervenir con más cercanía y responsabilidad en nuestra vida diaria. Desviar el debate hacia asuntos ajenos a esto es la consecuencia directa de no tener respuestas convincentes a aquello por lo que se está interpelando. Si al presidente de Andalucía se le afea que apruebe una urbanización no sostenible saca el comodín de ETA y afirma que la defensa del medioambiente es un ataque a los andaluces, como así hace la presidenta de Madrid al pedir la ilegalización de Bildu para no dar cuenta de una comunidad que camina hacia un futuro que propicia la fortuna de unos pocos y el desamparo de muchos. Pero me temo que los votos están en gran parte decididos y que en esta época de furia emocional las propuestas racionales pesan menos que los exabruptos. Escuchar a un tipo que parecía templado como Feijóo decir que votar a la izquierda es darle el voto a pederastas, okupas y terroristas es insultar sin reparos a la mitad de la población y reforzar el odio de la otra media.
Lo que deberíamos exigir es que nos explicaran cuáles son los planes para preparar las ciudades ante unas temperaturas que harán sofocante el día a día, cómo se va a mejorar la vida de los vulnerables, de qué manera se aprovechará el impulso de las energías renovables, si hay un proyecto real para aliviar de coches las calles potenciando el servicio público, cómo se abordará el acortamiento de las listas de espera en sanidad; con qué alicientes se animará a poblar o a no abandonar la España rural o si el plan consiste, como siempre, en llorar su decadencia de brazos cruzados; deberíamos saber si alguien es consciente de la agresividad de fenómenos meteorológicos que desbordan ríos o inundan poblaciones costeras, cuál es el modelo de negocio que se prevé para cada lugar o si vamos a seguir condenados por falta de imaginación a ser albergadores de turistas para cuya comodidad expulsamos a los vecinos que favorecen la larga vida del comercio local. Es increíble que no haya un frente común ante la escasez de agua. Son tantos los desafíos que envolver las carencias en el manto del orgullo local resuena a estrategia de los noventa, cuando la riqueza inmobiliaria cercenó el futuro de tantas poblaciones en España, país en el que la insidia política tiende a distraernos de lo urgente y enfangarnos en debates tramposos. Ay, si pudiéramos votar con inocencia, prestando nuestro voto solo a quien vaya a luchar por unos intereses que hoy, más que nunca, son medioambientales y sociales. Pero el fervor lo inunda todo, y vota la fe, no la razón. Es un tsunami que arrasa el mundo justo ahora, cuando sabemos que lo que está en cuestión es si nuestra manera de vivir es sostenible. Elvira Lindo es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER. Es presidenta del Patronato de la BNE.



























 




[ARCHIVO DEL BLOG] Dios y la Ilustración. [Publicada el 03/06/2019]










El binomio citado en el título de su artículo, comenta Joseba Arregui, ensayista y exconsejero del gobierno vasco, da cuenta de algunos de los elementos fundamentales para entender la crisis de la cultura moderna tal y como se ha puesto de manifiesto en el llamado posmodernismo -Walter Benjamin escribió que sólo en sus deformaciones se encuentra la verdad de cada época cultural, la verdad del barroco, por ejemplo, se hallaría en el rococó-. La cultura moderna tiene, al menos, dos fundamentos: por una lado el Dios ausente. En la cultura moderna Dios no es necesario para las cuestiones importantes, ni para hacer ciencia, ni para legitimar el poder, ni para fundamentar el conocimiento, ni como fundamento de la moral. Por otro lado, lo que sustituye a Dios, aquello que fundamenta la cultura moderna en positivo, no como ausencia, la Ilustración, va acompañada desde el inicio por la percepción clara de que lo que el hombre esperaba de ella, la Ilustración, ha quedado insatisfecho. La cultura moderna como Ilustración insatisfecha. Ambas ideas, la ausencia de Dios y la Ilustración insatisfecha, se encuentran entre los temas más elaborados por Hegel.
Para este pensador alemán la ausencia de Dios se traduce en su doble muerte, la primera como muerte histórica en la cruz de Jesús, y la segunda como muerte metafísica en la cultura moderna, muerte que forma el núcleo mismo de la Ilustración. En la muerte histórica de Dios en la cruz de Jesús no hay todavía concepto estricto del significado de esa muerte. Es sólo la cultura moderna la que eleva a concepto esa muerte.
Para Hegel, la doble muerte de Dios es al mismo tiempo la posibilidad de pensar al hombre en su plenitud, como la subjetividad a la que ha llegado a través de ambas muertes de Dios. La muerte histórica de Dios abre la puerta a la posibilidad de pensar al hombre como subjetividad. Su muerte metafísica en la cultura moderna -la inutilidad de Dios como fundamento del conocimiento, de la legitimidad del poder, de la moral y de la historia- es lo que produce su ausencia de todas las esferas públicas de la modernidad, una cultura que puede funcionar trasladando a todas sus actividades la idea de que se puede hacer ciencia como si Dios no existiera. Lo que conduce en la propia teología a afirmar que Dios no es necesario, a volver a recordar el principio fundamental de toda teología cristiana, que Dios es gracia, y que la dificultad principal en la cultura moderna, debido precisamente a su ausencia, no es tanto pensar la divinidad de Dios, sino su humanidad.
Es cierto que en algunos momentos del pensamiento de Hegel la muerte de Dios implica superar la idea de la Ilustración de la religión como la mentira de los curas, mentira que tiene como función infundir a los hombres el sentimiento de dependencia total respecto al Dios transcendente para justificar su sometimiento al poder de los monarcas del absolutismo. Para Hegel, la Ilustración pone al hombre ante la tarea de apropiarse de los predicados del Dios muerto, ausente: su divinidad, su omnisciencia, su omnipotencia, su capacidad de pensarse a sí mismo junto con la creación, con el mundo objetivo y la historia en unidad de concepto y razón.
Puede que en algunos momentos Hegel pensara que todo ello se da en el Estado de la monarquía constitucional, la fusión del individuo con la sociedad y el Estado. Pero probablemente es unan interpretación desacertada de su pensamiento, pues más que probablemente para Hegel esa unidad solo se podía producir en el pensamiento de la filosofía, y la filosofía era su filosofía, el hegelianismo, de forma que la unidad de la subjetividad moderna con la realidad del mundo y de la historia unidos en un concepto racional se producía en él mismo, en el Hegel que concebía la fusión del individuo en la sociedad y el Estado viéndolo en su totalidad.
¿De dónde surge en Hegel la idea de Ilustración insatisfecha? En su estética afirma el filósofo que la tarea de la cultura moderna radica en superar la división en la que se encuentra la subjetividad moderna entre su propia subjetividad y la exterioridad objetiva para reconciliarse consigo mismo. Mientras el sujeto de la cultura moderna no sea capaz de superar su propia división y la reconciliación consigo mismo que significa recuperarse superando la división con la realidad objetiva del mundo y de la historia, la Ilustración seguirá insatisfecha. La subjetividad es subjetividad encapsulada en sí misma, estéril, y la realidad mundana e histórica carece de sentido y de racionalidad, es facticidad, es puro hecho sin significado, historia de poder de unos sobre otros, ciencia tecnificada como poder sobre el mundo.
Para todos los que no somos Hegel, es decir, para todos los posthegelianos, la Ilustración sigue estando definida por la insatisfacción. El problema real de la cultura moderna en su postmodernidad no es la insatisfacción de la Ilustración, sino la creencia de que ésta, la insatisfacción puede ser superada. La modernidad ha estado marcada por el ideal de la Ilustración que consigue su satisfacción propia, que alcanza su plenitud consiguiendo la reconciliación doble que describe Hegel, la reconciliación con el mundo y la historia y a través de ella consigo mismo, para llegar así a la ansiada apropiación de todas las características del Dios doblemente muerto y doblemente ausente.
Es cierto que la posmodernidad es, en su inicio, el rechazo radical de todos los intentos de doble reconciliación predicados por Hegel: la crítica de los grandes relatos como crítica a la modernidad, lo que aquel grafito de los años 60 pretendía explicar con la frase Dios ha muerto, Marx ha muerto y yo empiezo a sentirme muy mal. Situación en la que los seres humanos nunca aguantan mucho tiempo, pues siguiendo la definición de Niklas Luhmann de la religión, aplicable a la cultura en general -mecanismo para la reducción de complejidad-, cuanta más complejidad mayor necesidad de reducirla. Por eso, a pesar de la crítica de los grandes relatos, la propia posmodernidad ha vuelto a reproducir, aunque con distintos ropajes, los grandes relatos tan ferozmente criticados y liquidados. A la posmodernidad le sucede lo que tan afanosamente criticó Adorno contra el positivismo y el cientificismo en sociología, que dejan sin iluminar críticamente el contexto en el que producen ciencia de la sociedad o de la naturaleza: el Dios destronado por la Ilustración vuelve a aparecer en el escenario posmoderno con distintas máscaras, lo que le vuelve irreconocible para los humanos.
Se dice que determinadas propuestas políticas son una vuelta a la Edad Media, que implican involución y van en contra del sentido y la dirección de la historia, significan volver al tiempo de los grandes relatos, y esa vuelta implica volver a la creencia de haber alcanzado la reconciliación definitiva. Lo mismo sucede con las nuevas propuestas de significar el todo de la realidad para reconciliar las más profundas divisiones sociales, como lo hacen algunas propuestas feministas en las que la reconciliación y la superación de la escisión de la subjetividad se alcanza sólo asumiendo la perspectiva propia al género femenino, corriendo así el peligro de terminar siendo subjetividad encapsulada y estéril, incapaz de enfrentarse a lo otro, a lo distinto, a lo objetivo presente en la otra perspectiva para, juntos en el debate y en la contraposición, buscar la reconciliación, pero sabiendo que no hay reconciliación definitiva en esta historia humana, pues Dios está ausente y ha muerto.
Tomar en serio la muerte de Dios en la cultura moderna significa que todos los ámbitos públicos, en la política pero también en la ciencia, son espacios de verdades penúltimas, de legitimidades penúltimas, de reconciliaciones penúltimas. No puede haber en ningún ámbito ninguna verdad última, ninguna legitimidad última, ninguna reconciliación última. Todo es penúltimo, no porque no exista ni verdad, ni legitimidad, ni reconciliación, sino porque los humanos a quienes Dios se les ha muerto no son capaces de ninguna de ellas. Tomado en serio, y en aplicación a la política, la muerte de Dios es la garantía de la libertad de conciencia, es el significado serio de la a-confesionalidad del Estado, algo distinto de la laicidad.
La dificultad de vivir la ausencia de Dios hasta las últimas consecuencias se puede ver, de nuevo en la política, en el problema concreto de la soberanía, de la voluntad del pueblo, en el presunto derecho de autodeterminación. La soberanía aplicada a un sujeto histórico concreto -y todos los sujetos colectivos concretos son históricos y por lo tanto contingentes, no necesarios, producto de circunstancias históricas concretas que no pueden ser elevadas a absolutas y necesarias- es una contradicción, pues soberanía significa poder absoluto, definitivo, indivisible, intransferible, incomunicable.
El hecho de que algunas sociedades hayan sido capaces en la historia de constituir Estado es una conquista nada despreciable y a cuidar, máxime si esos Estados han conseguido pasar a ser Estados de derecho. Son bienes a cuidar y proteger y no deben estar a disposición de cualquiera. Aunque sean frágiles y convencionales (Guglielmo Ferrero). Pero no dejan de ser contingentes y como tales no absolutos, y no pueden ser considerados como fuente de legitimidad última -lo que aprobaron todos debe ser sometido, para ser cambiado, de nuevo a la consideración de todos, con lo que ese todos deja de ser contingente y pasa a ser absoluto-. No existe derecho de autodeterminación ni para los que dicen querer llegar a donde otros llegaron hace tiempo, ni para los que ya están asentados, aunque a favor de éstos habla el argumento hegeliano de que en ellos la razón ha alcanzado su propia realidad y encierran un grado nada desdeñable de universalidad. Sólo como Ilustración insatisfecha puede seguir siendo posible la Ilustración. Y ahora, como decía Sócrates, Ιωμεν: nos vamos. Sean felices, por favor, a pesar de todo. Tamaragua, amigos. HArendt 














jueves, 25 de mayo de 2023

Del patriotismo local

 







Hola, buenas tardes de nuevo a todos y feliz jueves. Mi propuesta de lectura de prensa para hoy, del filólogo Jordi Amat, va del patriotismo local. Se la recomiendo encarecidamente y espero que junto con las viñetas que la acompañan, en palabras de Hannah Arendt, les ayude a pensar para comprender y a comprender para actuar. Sean felices, por favor, aun contra todo pronóstico. Nos vemos mañana si la diosa Fortuna lo permite. Tamaragua, amigos míos. 









Una alternativa española
JORDI AMAT
21 MAY 2023 - El País
harendt.blogspot.com
Hay un laboratorio donde se experimenta para reformar el modelo territorial: la Generalitat valenciana. Tradicionalmente, la evolución de nuestro Estado compuesto la propulsaron nacionalismos centrífugos. Así, a la vez que se generalizaba el autogobierno regional en el España, las élites políticas vascas y catalanas se dotaron de efectivas herramientas de nacionalización. Esta dinámica se desgastó y el procés acabó por llevarla a su colapso. Hoy, el tradicional liderazgo catalán ni está ni se le espera. La alternativa valenciana, por el contrario, está proponiendo un potente cambio de paradigma. Y la ciudadanía lo ha interiorizado. Cada vez hay más valencianos cuyo sentimiento de identidad territorial es dual (en 2022 un 63% se declara tan español como valenciano) y en la última década el orgullo de comunidad ha aumentado 10 puntos. No es nacionalización. No solo emociones. Es la consolidación de un discurso crítico con el centralismo en base a datos objetivos religado a una acción gubernamental cuya prioridad es la creación de las condiciones para la reindustrialización. Es política.
Para que dicha alternativa fuese posible, lo primero era superar una etapa nefanda durante la cual un sector considerable de la sociedad valenciana asumió que había sido gobernada por una mafia cutre, como si una tropa hubiese salido de Huevos de oro de Bigas Luna para robar desde la presidencia de diputaciones, ayuntamientos o museos de arte contemporáneo; cómo olvidar al empresario de la construcción que entonces se definió a sí mismo como “polla insaciable”, ese hombre. Se instaló la percepción de que Valencia era el paradigma de la cloaca popular. Acabar con esa impunidad que posibilitó saquear 12.500 millones de euros a las arcas públicas, según los cálculos de Sergi Castillo, exigió la acción de la justicia, pero el compromiso institucional era necesario para desprenderse de la losa reputacional. Lo asumió el Gobierno surgido del Pacte del Botànic. Se materializó con la creación de la Agència Antifrau, órgano independiente dirigido por el modélico servidor público que es Joan Llinares.
Esa voluntad de dignificar la gobernanza la ejemplifica también el Laboratorio de Análisis de Políticas Públicas, iniciativa dirigida por el economista Francisco Pérez —discípulo de Ernest Lluch— y que es fruto de una alianza entre la mejor academia y la presidencia de la Generalitat y cuyo propósito es conocer la estructura económica de la región para hacerla más productiva. En diversas ocasiones el IvieLab ha denunciado el dumping fiscal que ha normalizado la Comunidad de Madrid y beneficia a sus élites o ha señalado que la infrafinanciación acumulada que sufren la Comunidad Valenciana, y otras regiones, las condena a un endeudamiento perpetuo. El lugar desde el que se problematiza este funcionamiento del modelo territorial actual no es la reivindicación nacionalista sino la búsqueda del desarrollo. Las demandas no cuestionan la soberanía, sino una redistribución del poder que se evidencia injustamente distribuido.
No es casualidad que la infraestructura que puede revolucionar el mapa de la logística española, superando el ideológico corsé radial, haya sido liderada por académicos y empresarios valencianos: su apuesta perseverante por el Corredor Mediterráneo cada vez está más cerca (está planificado al 100%, desde 2018 se han licitado 4.850 millones, se han adjudicado 3.870 y se han ejecutado 2.239, datos de J.V. Boira). No es casualidad tampoco que el 8 de octubre de 2021 Rebeca Torró —secretaria autonómica de Economía Sostenible— enviase una carta a Alfonso Sancha —vicepresidente ejecutivo de Compras de SEAT— defendiendo una alternativa industrial que no había considerado Volkswagen: el Parc Sagunt II, junto al puerto y conectado por tren con las factorías de Martorell y Pamplona, era el espacio óptimo para la gigafactoría de baterías. Allí estará. Tampoco es casualidad que Valencia sea la comunidad que lidera la gestión de los fondos europeos. Es el resultado de un cambio de paradigma que funciona. Y los otros que sigan ladrando con ETA para no plantear alternativa territorial alguna. Jordi Amat es filólogo y escritor. Ha estudiado la reconstrucción de la cultura democrática catalana y española. Sus últimos libros son la novela 'El hijo del chófer' y la biografía 'Vencer el miedo. Vida de Gabriel Ferrater' (Tusquets). Ejerce la crítica literaria en 'Babelia' y coordina 'Quadern', el suplemento cultural de la edición catalana de EL PAÍS. 
























[ARCHIVO DEL BLOG] Enseñanza religiosa y aconfesionalidad del Estado. [Publicada el 25/05/2015]









Vaya por delante, y como declaración de principios, que no estoy en contra de la enseñanza de la religión en las escuelas públicas, siempre que sea a petición de los padres y nunca como materia obligatoria, ni para los alumnos el cursarla ni para los colegios el impartirla. 
Cada vez que se suscita este asunto -que no tiene visos de resolverse por la intransigencia de unos y otros- recuerdo un artículo de hace unos años en El País de la escritora tunecina afincada en España, Nicole Muchnik, que me causó una impresión muy favorable. Se titulaba "La excepción religiosa española"
Se equivoca quien piense que por mi condición de no-creyente el fenómeno religioso me resulta ajeno; por el contrario, me interesa muchísimo y no para combatirlo, cuestión esa en la que no tengo el menor interés, sino porque me parece un fenómeno relevante en la historia del progreso humano y que debería conocerse y enseñarse en las escuelas, eso sí, desde la objetividad y la total ausencia de dogmatismo. 
¿Permitirían la jerarquía católica española y las demás confesiones religiosas que el Estado fomentara la impartición de una asignatura que enseñara científicamente la historia del fenómeno religioso y de las religiones, como una más del currículo académico, por profesores no-confesionales, en las condiciones que exponía al comienzo de esta entrada? Lo dudo...
Sin la menor intención de molestar y mucho menos de ofender a los que piensen lo contrario, a mí, ninguna confesión religiosa -la católica entre ellas- me parece un peligro público. Respeto su derecho a existir, a organizarse como mejor crea, a adoctrinar a sus fieles, y a exponer libremente su "mensaje", si es que lo tiene... Pero es cierto, como dice Muchnik, que la iglesia católica española goza de privilegios inadmisibles e inentendibles en otros países europeos, salvo -acaso- la excepción italiana o polaca. 
Y que no se me diga que el 90 por ciento de la población española es católica para justificarlos. Primero porque no es verdad, y segundo porque una cosa es haber sido bautizado en una confesión religiosa, y otra muy distinta compartir, aceptar, seguir y cumplir sus preceptos, y no digamos ya considerar que esos preceptos y directrices obligan al conjunto de la sociedad. 
Sin acritud, y con cierta dosis de irónico escepticismo, diría que lo ideal para mi es que ser católico, evangelista, testigo de Jehová, musulmán, judío, ortodoxo, ateo, agnóstico, etc., etc., etc., resulte tan irrelevante a efectos sociales o morales para los ajenos a la respectiva fe, como ser del Real Madrid, el Barcelona o el Numancia Fútbol Club... 
Mientras no sea así, seguiré siendo escéptico-no-beligerante con las iglesias, -con todas-, mientras no demuestren con sus actos que las personas somos para ellas más importantes que sus dioses... Sean felices por favor, y ahora, como también decía Sócrates, "Ιωμεν": nos vamos. Tamaragua, amigos. HArendt